Alejandro 5


La batalla de Gaugamela

En julio del 331 Alejandro marchĆ³ hacia el Ɖufrates con 40.000 hombres de a pie y 7.000 a caballo. Para principios de agosto se hallaban en Tapsaco, lugar por donde cruzarĆ­an el rĆ­o. Delante de ellos habĆ­an llegado algunos destacamentos con el fin de tender dos puentes. Estos puentes no estaban aĆŗn terminados a la llegada de Alejandro. El motivo era que habĆ­an sido descubiertos por el persa Maceo y desde la otra orilla atosigaba a los macedonios con 10.000 hombres. Los macedonios, que eran muchos menos, no se atrevĆ­an a continuar con el puente hasta llegar al otro lado. Pero Maceo retirĆ³ rĆ”pidamente sus tropas al ver aproximarse al ejĆ©rcito de Alejandro. Los puentes se terminaron y el ejĆ©rcito cruzĆ³ a la orilla oriental del Ɖufrates. Aun cuando Alejandro sospechaba que DarĆ­o y su ejĆ©rcito se encontraban en las llanuras de Babilonia, no seguirĆ­an el camino del Ɖufrates, que discurre a travĆ©s del desierto y harĆ­a demasiado fatigosa la marcha. El camino mĆ”s adecuado serĆ­a la gran calzada que va hacia el nordeste y cruza una regiĆ³n montaƱosa, con una temperatura mucho mĆ”s fresca y rica en vegetaciĆ³n. 

Alejandro pudo descubrir, gracias a unos jinetes persas que patrullaban por allĆ­ y que fueron hechos prisioneros, que DarĆ­o se hallaba ya apostado a la otra orilla del Tigris. TambiĆ©n pudo saber que el ejĆ©rcito persa era en esta ocasiĆ³n mucho mayor que en Issos, una informaciĆ³n que no era nueva para Ć©l, pero que venĆ­a a confirmar lo que todos decĆ­an. Las intenciones de Alejandro eran, en principio, continuar por la calzada hasta llegar a NĆ­nive, el lugar mĆ”s adecuado para cruzar el rĆ­o. Pero si DarĆ­o ya se encontraba por allĆ­, tendrĆ­an que cruzarlo cuanto antes, para no exponer a su ejĆ©rcito a los dardos enemigos durante la travesĆ­a de un rĆ­o tan ancho y caudaloso como el Tigris. Una vez al otro lado, y en vista de que no habĆ­a enemigos cerca, Alejandro dio a sus hombres un dĆ­a de descanso. 

La noche del 20 de septiembre hubo luna llena. De pronto el disco comenzĆ³ a oscurecerse y a teƱirse de rojo, para poco despuĆ©s desaparecer. Los guerreros salĆ­an de sus tiendas para ver el tenebroso espectĆ”culo, asustados, temerosos de haber ofendido a sus dioses. Pero el adivino Aristrando los calmĆ³ a todos diciendo que aquello era un presagio favorable. Les recordĆ³ que cuando Jerjes saliĆ³ a conquistar Grecia tuvo lugar un eclipse de sol; sus magos interpretaron que era un gran presagio, pues el sol es el astro que representa a los helenos, mientras la luna representa a los persas. Si la luna oscurece al sol, significa catĆ”strofe para los helenos. En esta ocasiĆ³n era la luna la que se oscurecĆ­a. La catĆ”strofe era inminente para los persas. 

Al dĆ­a siguiente se levantĆ³ el campamento y avanzaron hacia el sur con la orilla del Tigris a la derecha y los montes Gordienos a la izquierda. El dĆ­a 24 avistaron una avanzadilla persa. Unos mil jinetes. Alejandro no se lo pensĆ³ dos veces, ordenĆ³ a un destacamento que lo siguieran y saliĆ³ como una exhalaciĆ³n tras ellos. Los persas, al verlo venir huyeron a toda velocidad, pero algunos de ellos fueron alcanzados y hechos prisioneros, cosa que le vino muy bien a Alejandro para que lo pusieran al corriente de lo que ocurrĆ­a mĆ”s al sur. Las noticias eran que DarĆ­o no se encontraba muy lejos. Concretamente en los alrededores de Gaugamela. Con un millĆ³n de soldados esperĆ”ndole. 

La cifra del millĆ³n de soldados suena de nuevo. Los historiadores modernos se resisten a creer los nĆŗmeros que dan sus colegas de la antigĆ¼edad. Tachan de exageradas tales cifras y las sitĆŗan en 250.000, como mucho. Son nĆŗmeros mucho mĆ”s moderados y quizĆ”s lleven razĆ³n y se ajusten mĆ”s a la realidad. Pero son los que daban ya desde un principio los ancianos macedonios, cuando recomendaban a Alejandro no embarcarse en tan descabellada aventura, pues los persas podĆ­an reunir sin problemas hasta un millĆ³n de soldados. Nunca sabremos el nĆŗmero exacto que reuniĆ³ DarĆ­o, pero todas las fuentes coinciden en que se trataba de un enorme ejĆ©rcito que podĆ­a destrozar de un solo zarpazo a las insignificantes tropas de Alejandro, de solo 47.000 hombres.

Alejandro intuĆ­a que el rey persa no volverĆ­a a caer en el mismo error de Issos y no se moverĆ­a de la llanura donde estaba acampado; era el mejor lugar para librar una batalla con tal cantidad de soldados. Sin embargo, a Alejandro no le asustaba enfrentarse a ellos, fuera en el lugar que fuere, y decidiĆ³ salir a su encuentro. Todo el bagaje y gente no apta para el combate quedĆ³ en el campamento, los demĆ”s, partieron la noche del 29 al 30 de septiembre. Al amanecer llegaron a unas colinas desde donde se divisaba una vasta llanura, y a una hora de distancia el campamento persa. Las lĆ­neas enemigas formaban una imponente masa que hacĆ­a imposible calcular su nĆŗmero. Alejandro detuvo a las tropas y reuniĆ³ a todos sus jefes, estrategas y demĆ”s gente de confianza para que dieran su opiniĆ³n sobre si debĆ­an acampar o atacar de inmediato.

La mayorĆ­a ardĆ­a en deseos de lanzarse contra el enemigo cuanto antes y propusieron atacar. Pero, ¿es que nadie iba a usar la prudencia y la cordura? Las tropas habĆ­an marchado toda la noche y estaban fatigadas. Los persas llevaban mucho tiempo acampados en aquel lugar y les habĆ­a dado tiempo a atrincherarse. Posiblemente habrĆ­an llenado el terreno de todo tipo de trampas. ¿Por quĆ© entonces precipitarse? ¿Por quĆ© arriesgarse? Esa fue la sensata opiniĆ³n de Parmenio, el mĆ”s veterano de los generales macedonios. Y esa fue la opiniĆ³n que acabĆ³ imponiĆ©ndose. Alejandro ordenĆ³ acampara a la vista del enemigo. PasarĆ­an todo el dĆ­a estudiando el terreno.

DarĆ­o, a la vista del ejĆ©rcito macedonio no pudo evitar estremecerse. Se sentĆ­a seguro y a la vez inquieto. Aquellos macedonios, al mando de su joven rey, eran los mismos que le habĆ­an vencido en Issos, los mismos que habĆ­an secuestrado a su familia. Pero esta vez serĆ­a distinto. En Issos no hubo espacio suficiente para mover debidamente a sus tropas. HabĆ­a reclutado a cientos de miles de soldados persas y habĆ­a prescindido de los mercenarios griegos, que solo luchaban por dinero y no por su tierra, a excepciĆ³n de su guardia personal que siempre le habĆ­an demostrado lealtad. En aquella llanura todo serĆ­a distinto. Sus soldados se abrirĆ­an a lo largo y ancho de muchos kilĆ³metros y engullirĆ­an fĆ”cilmente a los macedonios. DisponĆ­a ademĆ”s de  cientos de carros de guerra con afiladas cuchillas en sus ruedas, para los cuales habĆ­a hecho limpiar grandes extensiones de terreno, y que pudieran rodar con facilidad e ir segando las piernas de todo macedonio que se cruzara ante ellos. Incluso habĆ­a conseguido traer quince elefantes indios, que sembrarĆ­an el terror entre las tropas enemigas. DarĆ­o estaba muy cerca de su gran victoria sobre Alejandro. Lo estuvo esperando todo el dĆ­a, pero  Alejandro no atacaba, y  DarĆ­o sospechaba que lo harĆ­a durante la noche, por eso ordenĆ³ que en el campamento, que carecĆ­a de trincheras ni ningĆŗn tipo de protecciĆ³n, nadie durmiera y todos permanecieran en alerta. En el campamento macedonio, sin embargo, todo el mundo se fue a dormir a pata suelta.

El mismo rey DarĆ­o se paseĆ³ con su caballo delante de las tropas persas aquella noche, dĆ”ndoles Ć”nimos y asegurĆ”ndoles que nadie podrĆ­a vencerles. En el campamento macedonio, Parmenio seguĆ­a preocupado y le hizo una visita a Alejandro antes de irse a dormir. HabĆ­a podido observar con detenimiento aquella masa oscura que se asentaba en la llanura. Eran demasiados persas. ¿Por quĆ© no atacar aquella noche, pillĆ”ndoles desprevenidos? La imprevisiĆ³n y el desconcierto podrĆ­an ser una ventaja y les darĆ­a mĆ”s posibilidades que un combate abierto a pleno dĆ­a. Cuenta la tradiciĆ³n que Alejandro contestĆ³: «mi designio no es robar la victoria, sino ganarla.» Dicho esto, se echĆ³ a dormir.

1 de octubre de 331 a.C.
Ya habĆ­a amanecido y todo estaba preparado. Solo faltaba el rey. ¿DĆ³nde estaba Alejandro? Parmenio en persona fue a buscarlo a su tienda y lo encontrĆ³ dormido profundamente. Tuvo que llamarlo hasta tres veces, hasta que por fin se despertĆ³ y se puso su armadura rĆ”pidamente. Una vez al frente de sus tropas, abandonaron las colinas para poco despuĆ©s avanzar sobra la extensa llanura babilonia en orden de batalla. Por el centro marchaba la infanterĆ­a pesada, las falanges. A su derecha la infanterĆ­a ligera, los hipaspistas.  Y mĆ”s a la derecha la caballerĆ­a comandada por Alejandro. Por el ala izquierda marchaba la caballerĆ­a de Parmenio. Estaba previsto que, dada la superioridad numĆ©rica persa, serĆ­an envueltos casi con toda seguridad por ellos. Por eso dispuso que tras la primera lĆ­nea se colocaran dos columnas, una tras cada ala, para reforzar estas en caso de que el enemigo intentara envolverlos, o que se replegaran para reforzar el centro, segĆŗn fuera necesaria una cosa u otra.

Comienza el acercamiento. Alejandro habĆ­a pedido a sus hombres que lo hicieran en silencio y que guardaran sus energĆ­as para cuando comenzara la batalla y pudieran lanzar sus gritos con mayor fuerza. Y asĆ­ lo hicieron. Los elefantes indios avanzaban por el centro. ParecĆ­an un duro rival para las falanges que eran como un enorme erizo cuyas pĆŗas se clavaban en sus cuerpos. La caballerĆ­a pronto acudiĆ³ en su ayuda. Caballos contra elefantes furiosos por cientos de dardos que les habĆ­an caĆ­do encima, asustados y enloquecidos, que no tardaron en sembrar el caos en las propias filas persas.


Los hipaspistas seguĆ­an avanzando por el ala izquierda en perfecto orden. MĆ”s a la derecha de lo que DarĆ­o habĆ­a previsto, pues sus carros con cuchillas en las ruedas no podrĆ­an rodar por un terreno desnivelado. El ala izquierda de los macedonios, mientras tanto, es duramente castigada por la caballerĆ­a persa. Parmenio se lleva, una vez mĆ”s, el golpe mĆ”s duro, pero resiste. Los carros con cuchillas avanzan a toda velocidad hacia las falanges, una nube de flechas, jabalinas y piedras derriban a gran parte de los jinetes. Los que siguen adelante se estrellan contra un muro de escudos y lanzas. A continuaciĆ³n, las tropas se apartan y abren pasillos, por donde entran los demĆ”s, que llegando a toda velocidad, entran por ellos antes que quedar ensartado en las lanzas macedonias. Una vez dentro de los pasillos, son masacrados desde un lado y otro.

Alejandro, al  frente de su caballerĆ­a, sigue avanzando en diagonal hacia la derecha. La lucha es encarnizada. De pronto, se da la orden de que una parte de la caballerĆ­a persa se desplace al centro. Esto hace que se abra una brecha entre sus filas. Era el momento que Alejandro esperaba. La caballerĆ­a de Alejandro, con Ć©l al frente, se cuelan en cuƱa por la brecha a toda velocidad sembrando el caos. Las filas persas comienzan a dispersarse en desorden. Las falanges macedonias avanzan ensartando con sus picas a las masas que corren de un lado a otro sin saber dĆ³nde. DarĆ­o, encima de su carro, en el centro de la batalla, ve cĆ³mo Alejandro se acerca. Esto ya lo habĆ­a vivido y no puede creer estar viviĆ©ndolo de nuevo. Alejandro avanza sin que nadie pueda detenerlo. Va a ser verdad que, como van diciendo por ahĆ­, Alejandro es un semidiĆ³s, un nuevo Aquiles. DarĆ­o no se lo piensa y sale echando leches, una vez mĆ”s.

Sin embargo, la extensiĆ³n del frente de batalla era tan grande, que la voz de que el rey habĆ­a huido tardĆ³ en propagarse, y en el ala izquierda macedonia, por ejemplo, Parmenio lo estaba pasando realmente mal y no tuvo mĆ”s remedio que enviar un mensaje a Alejandro para que acudiera a socorrerle. Alejandro, que se abrĆ­a paso como podĆ­a para salir en persecuciĆ³n de DarĆ­o, no recibiĆ³ con agrado la peticiĆ³n y en principio, cuentan que contestĆ³ airado que Parmenio se las apaƱara como buenamente pudiera, pero enseguida rectificĆ³ y volviĆ³ para ayudarle. Efectivamente, ve cĆ³mo su veterano y bravo general, al frente de sus hombres, resiste a duras penas la embestida enemiga. Una vez mĆ”s hubo que emplearse a fondo para doblegar a la caballerĆ­a persa, que finalmente, ante la presencia del rey macedonio, opta por retirarse. La victoria vuelve a ser completa, y entonces Alejandro reemprende la persecuciĆ³n de DarĆ­o.

Como viene siendo habitual a la hora del recuento de vĆ­ctimas, las cifras son mĆ­nimas en el bando macedonio y muy altas entre los persas. En este caso Arriano nos cuenta que Alejandro solo perdiĆ³ 60 hombres, mientras los muertos en el bando persa superaron los 30.000. Otros dicen que murieron 500 macedonios y 90.000 persas. ¿CĆ³mo puede ser que en una batalla de estas dimensiones, los macedonios, estando en minorĆ­a, causaran tantas bajas a los persas? Tan malos guerreros tenĆ­a DarĆ­o en sus ejĆ©rcitos? Hay varias explicaciones para tal fenĆ³meno. La primera no puede ser otra que los datos oficiales proporcionados por el bando vencedor. Dar una batalla a un coste muy bajo de vĆ­ctimas, mientras causas verdaderos estragos en las filas enemigas, siempre proporcionaba gran prestigio. Por su parte, los historiadores y cronistas se limitaban a anotar los datos que les eran proporcionados, o bien hacĆ­an sus propios cĆ”lculos, aƱadiendo o disminuyendo nĆŗmeros, dependiendo de la simpatĆ­a que sintieran por vencedores y vencidos. Una segunda explicaciĆ³n la encontramos en el excelente equipamiento del ejĆ©rcito macedonio; sirvan como ejemplo, una vez mĆ”s, las falanges, cuyas formaciones eran una mezcla de muros y erizos casi inexpugnables. Y por Ćŗltimo, y quizĆ”s el motivo mĆ”s claro por el que la diferencia de vĆ­ctimas era tan desproporcionado, podamos encontrarlo en las persecuciones tras la batalla. SegĆŗn algunas fuentes, el combate cuerpo a cuerpo causaba mĆ”s heridos que muertos. Era en el momento en que un bando decidĆ­a salir huyendo cuando los soldados caĆ­an a miles. Si ademĆ”s, el bando vencedor decidĆ­a emprender una persecuciĆ³n, la carnicerĆ­a aumentaba de forma exagerada. Y por Ćŗltimo, si habĆ­a ensaƱamiento y se remataban a los heridos o se ejecutaban a los prisioneros, ya te cagas el montĆ³n de malvas que se criaban ese aƱo.


Babilonia
DespuĆ©s de saquear el enorme campamento persa de todo cuanto habĆ­a de valor, Alejandro, que habĆ­a abandonado la persecuciĆ³n de DarĆ­o, marchĆ³ con su ejĆ©rcito mĆ”s de 300 kilĆ³metros hasta Babilonia. La ciudad disponĆ­a de unas enormes murallas y una red de canales que la rodeaban. Pero en su interior se preguntaban cuĆ”nto tiempo tardarĆ­a el rey macedonio en salvar tales obstĆ”culos, y temĆ­an las consecuencias de una fallida resistencia, viniĆ©ndoles a la mente las noticias de lo ocurrido en Halicarnaso, Tiro o Gaza. AsĆ­ que, cuando los macedonios llegaron a sus puertas, Ć©stas estaban abiertas de par en par y los babilonios salieron a recibirlos con cĆ”nticos, coronas de flores y regalos. La ciudad fue entregada a Alejandro y los tesoros puestos a su disposiciĆ³n.

Alejandro dio a sus hombres tiempo libre para disfrutar de un merecido descanso aunque les prohibiĆ³ saquear la ciudad. A cambio, todos recibieron una buena recompensa, ya que los botines y los tesoros obtenidos eran abundantes. Babilonia era la primera ciudad propiamente oriental que veĆ­an. Todo lo anteriormente conquistado era de origen griego. Babilonia era diferente, era enorme, por sus calles habĆ­a gran afluencia de gente, comerciantes que venĆ­an de Arabia, Persia, Armenia o Siria. HabĆ­a asombrosas construcciones, como la torre de Belo, en forma de dado, contra cuyas paredes cuentan que el rey Jerjes quiso romperse la cabeza, loco de vergĆ¼enza tras la derrota en la batalla de Salamina. Todo rebosaba encanto, refinamiento y esplendor. Para los bravos guerreros occidentales, aquella ciudad era el gran premio a sus conquistas, donde podĆ­an abandonarse al placer del vino servido en vasos de oro, entre jĆŗbilo y cĆ”nticos, tumbados sobre mullidos y suaves tapices, perfumados por los mĆ”s exĆ³ticos aromas.

AllĆ­, en Babilonia, estuvieron un mes, al cabo del cual marcharon otros 350 kilĆ³metros hasta la ciudad de Susa, otra de las capitales persas. TambiĆ©n allĆ­ fueron bien recibidos. En Susa le esperaba a Alejandro otro gran tesoro de oro y plata, que, como era costumbre, repartiĆ³ una parte entre sus hombres, otra la reservĆ³ para enviar regalos a Grecia y otra para sĆ­ mismo. En esta ciudad acabarĆ­a su viaje la familia real, quedando la madre de DarĆ­o, Sisigambis, acomodada en un esplĆ©ndido palacio junto a su nieta.


Diodoro cuenta una anĆ©cdota durante la visita de Alejandro al palacio de DarĆ­o. Alejandro fue a sentarse en el trono de DarĆ­o, que por lo visto era muy alto, bastante mĆ”s que Alejandro, y como los pies no le llegaban al suelo, pidiĆ³ que le acercaran una mesa donde reposarlos. En esto que uno de los esclavos de DarĆ­o se echĆ³ a llorar. Cuando Alejandro le preguntĆ³ por quĆ© lloraba, Ć©ste explicĆ³ entre lĆ”grimas, que le daba mucha pena ver cĆ³mo alguien ponĆ­a los pies en la mesa donde su amo solĆ­a comer. Alejandro, muy cortĆ©s, le contestĆ³ que no habĆ­a problema, que retirasen la mesa, que ya encontrarĆ­a otro reposapiĆ©s. Pero uno de sus amigos le pidiĆ³ que no le hiciera caso al esclavo, pues aquello era un gran presagio y significaba que pronto podrĆ­a pisotear al gran DarĆ­o. Alejandro, que tenĆ­a la supersticiĆ³n en las venas, mandĆ³ a tomar por culo al esclavo y ordenĆ³ que le trajeran de nuevo la mesa.


El largo camino a Persia

A mediados de diciembre, Alejandro se puso en marcha hacia las ciudades reales de Persia. Solo asĆ­ la dominaciĆ³n de Asia se harĆ­a efectiva. Con direcciĆ³n sudeste, se proponĆ­an recorrer los mĆ”s de seiscientos kilĆ³metros que hay hasta PersĆ©polis, la capital de Persia. Atravesaron las llanuras de Susiana, cruzaron rĆ­os y se internaron en tierras de lo que hoy es IrĆ”n, hasta llegar a los montes Zagros. En las faldas de estas montaƱas moraban los uxios, agricultores sometidos por los persas. En las montaƱas, sin embargo, moraban los uxios pastores, un pueblo intratable al que nadie habĆ­a podido someter; tan intratables, que, segĆŗn EstrabĆ³n y Arriano, los reyes persas acostumbraban a ofrecerles regalos como pago por cruzar sus tierras para no tener problemas con ellos. Alejandro, parece ser que tuvo problemas con ambos grupos. Al llegar a sus tierras, los uxios de las llanuras, gobernados por un tal Medates, quisieron impedirles el paso y hubo algunos combates. Mientras Alejandro permanecĆ­a en aquellas llanuras, llegĆ³ a oĆ­dos de Sisigambis, la madre de DarĆ­o, lo que estaba ocurriendo, la cual decidiĆ³ de inmediato mediar en el conflicto y enviar un mensajero con una carta. La razĆ³n no era otra que, Medates era el marido de una sobrina suya y, conociendo cĆ³mo se las gastaba Alejandro, temiĆ³ que su sobrina se quedara viuda. Queda asĆ­ demostrado que Alejandro sentĆ­a gran respeto por la familia de DarĆ­o, y sobre todo por la reina madre. Medates y Alejandro pactaron una capitulaciĆ³n en la que los uxios no salieron malparados. Los macedonios siguieron su camino.

Los uxios montaƱeses los estaban esperando y no tardaron en tener frente a ellos una comisiĆ³n uxia para exigirles peaje por cruzar sus montaƱas, a lo cual Alejandro respondiĆ³ que no habĆ­a ningĆŗn problema, que iban a cobrar. Y vaya si cobraron. Los poblados uxios fueron saqueados y antes de que pudieran reaccionar y bloquear los pasos, los macedonios, a marchas forzadas, corrieron a ocupar los altos. Los uxios quedaron atrapados en sus propios desfiladeros. Fue una masacre. Los supervivientes, segĆŗn cuenta Arriano, quedaron sujetos a pagar un tributo anual en ganado.

Continuando con su viaje, se adentraron en las montaƱas en pleno invierno teniendo que soportar el frĆ­o y la nieve. Cruzaron valles y desfiladeros donde el sol no llegaba en todo el dĆ­a. Las cadenas montaƱosas parecĆ­an interminables. Alejandro divide entonces sus tropas en dos. Por un lado seguirĆ” Parmenio por el camino real, mĆ”s largo, pero mĆ”s seguro y practicable para los carros, con todo el bagaje del ejĆ©rcito. Alejandro acortarĆ” terreno por una ruta mĆ”s directa a travĆ©s de un desfiladero al que llamaban las Puertas Persas. AllĆ­ lo esperaba Ariobarzanes con unos 30.000 infantes y 500 jinetes. HabĆ­an construido un muro para impedirles el paso a los macedonios. Alejandro no lo tenĆ­a fĆ”cil esta vez. Aquel muro era como las murallas que rodeaban cualquier ciudad. Una de tantas como habĆ­a conquistado. Ninguna muralla le habĆ­a impedido hacerlo. Solo que, detrĆ”s de aquel muro no habĆ­a ninguna ciudad. No habĆ­a asedio posible. Era atacar o retroceder. Alejandro decidiĆ³ atacar.

La osadĆ­a le costĆ³ a Alejandro muchas bajas. Persistir en el ataque era una locura. Hubo que retirarse para urdir un plan. HabĆ­an sido hechos algunos prisioneros, quizĆ”s les fueran de ayuda. Al ser interrogados le informaron que habĆ­a senderos que les permitirĆ­an rodear las posiciones persas hasta llegar justo detrĆ”s. Solo habĆ­a un problema, era enero y los senderos eran casi impracticables. Pero ese problema, no era un impedimento para que Alejandro dividiera sus tropas en tres columnas y se pusieran inmediatamente en marcha dos de ellas. Dos columnas seguirĆ­an un sendero distinto hasta encontrarse tras el enemigo. Los demĆ”s se quedarĆ­an donde estaban. La marcha a travĆ©s de la montaƱa fue dura, pero al cabo de dos dĆ­as se encontraban exactamente donde habĆ­an dicho los prisioneros, detrĆ”s de las lĆ­neas enemigas. Los persas fueron atacados por varios puntos, y cuando pensaban que todos los macedonios estaban tras ellos se vieron sorprendidos por el grueso del ejĆ©rcito que Alejandro habĆ­a dejado tras el muro. Los macedonios habĆ­an vencido, una vez mĆ”s. Ariobarzanes consiguiĆ³ escapar y descendiĆ³ a la llanura con la intenciĆ³n de refugiarse en PersĆ©polis, pero se encontrĆ³ con las puertas cerradas. Tiridates, el guardiĆ”n de los tesoros reales, habĆ­a ordenado que no lo dejarĆ”n entrar. Tiridates sabĆ­a que la resistencia de Ariobarzanes era en vano. Alejandro estaba protegido por los dioses o era uno de ellos. Nadie habĆ­a conseguido detenerlo y nadie lo iba a detener a las puertas de PersĆ©polis. SabĆ­a muy bien de parte de quiĆ©n debĆ­a ponerse. Ariobarzanes no debĆ­a entrar, pero Ć©l mismo, Tiridates, le abrirĆ­a las puertas y le entregarĆ­a los tesoros al mĆ”s Grande.


PersƩpolis

PersĆ©polis se comenzĆ³ a construir aproximadamente sobre el aƱo 518 a.C. por orden de DarĆ­o I para convertirse a partir de ese momento la capital de Persia, paĆ­s situado en el actual IrĆ”n, desde donde se originarĆ­a su expansiĆ³n hasta convertirse en un gran imperio. Su nombre serĆ­a Parsa, y mĆ”s tarde los griegos la llamarĆ­an PersĆ©polis, «ciudad de los persas». DarĆ­o I eligiĆ³ la ladera suroeste del monte Kuh-e Rahmat o monte de la Misericordia, y allĆ­ hizo construir una plataforma de piedra de 300 por 450 metros, alzĆ”ndose unos 15 metros de altura. Sobre ella se levantaron monumentales edificios y esplĆ©ndidos jardines, con ingeniosas canalizaciones y alcantarillados que garantizaban el riego con las aguas procedentes de las montaƱas, al tiempo que evitaban el deterioro o inundaciones de la ciudad. A la entrada de Ć©sta, sobre el lado sur, se hizo una inscripciĆ³n que decĆ­a:

«Yo soy DarĆ­o, el gran rey, rey de reyes, rey de muchas naciones, hijo de Hystaspes, un descendiente de Aquemenes. Por la voluntad de Ahuramazda Ć©stas son las naciones de las que yo me he apoderado, que me temen y dan tributo: Elam, Media, Babilonia, Arabia, Asiria, Egipto, Armenia, Capadocia, Lidia, los jonios del continente y los del mar y las naciones que estĆ”n mĆ”s allĆ” del mar: Sagartia, Partia, Drangiana, Areia, Bactria, Sogdiana, Corasmia, Sattagidia, Aracosia, India, Gandara, los escitas y Maka».

Y justo al lado otra inscripciĆ³n que dice:

«La naciĆ³n Persa que me ha entregado Ahuramazda, es bella y rica en buenos hombres y caballos, no siente temor ante nadie. Que Ahuramazda me dĆ© su apoyo con todos los dioses y proteja a esta naciĆ³n del enemigo, de la hambruna y de la mentira. Que Ahuramazda con todos los dioses me conceda esta peticiĆ³n».

En 475 a.C. su hijo Jerjes I construyĆ³ una esplĆ©ndida puerta de 25 metros de ancho cuyo tejado se soporta por cuatro columnas de 18 metros de alto. La puerta tiene un pĆ³rtico de entrada y otro de salida, y a ambos lados de cada uno, la figura de un lammasu, toros alados con cabeza de hombre. Todo ello adornado con metales preciosos. Encima de los lammasus podemos encontrar nuevas inscripciones:

«Ahuramazda es un gran dios que creĆ³ esta tierra, el cielo, al hombre, la felicidad del hombre, que hizo a Jerjes rey de muchos, seƱor de muchos.

Yo soy Jerjes, el gran rey de reyes, rey de los pueblos con numerosos orƭgenes, rey de esta gran tierra, el hijo del rey Darƭo, el aquemƩnida.

Gracias a Ahuramazda, he hecho este PĆ³rtico de todos los pueblos; hay muchas cosas buenas que han sido hechas en Persia, que yo he hecho y que mi padre ha hecho. Todo lo hemos hecho gracias a Ahuramazda.

Ahuramazda me protege, asĆ­ como a mi reino, y lo que yo he hecho, y lo que mi padre ha hecho, que Ahuramazda lo proteja tambiĆ©n. »

Es la puerta de Todas las Naciones, construida para hacer referencia a todas las naciones conquistadas y que todas ellas estaban bajo su protecciĆ³n. Sin embargo, Ahuramazda habĆ­a permitido que ahora, toda aquella grandeza cayera en manos de Alejandro. ¿QuĆ© harĆ­a con todo ello el que ahora era mĆ”s grande que todos los que habĆ­an gobernado PersĆ©polis? Justamente lo que nadie esperaba que harĆ­a. ¿O sĆ­ lo esperaban?

Alejandro sometiĆ³ PersĆ©polis al saqueo, al fuego, a la destrucciĆ³n. Es uno de los episodios mĆ”s controvertidos en la historia de Alejandro. La ciudad no opuso resistencia. Los tesoros fueron puestos a su disposiciĆ³n y PersĆ©polis era una de las ciudades mĆ”s bella de la antigĆ¼edad. Por eso, ni historiadores antiguos ni modernos se pones de acuerdo en el motivo por el cual Alejandro cometiĆ³ tal barbaridad. Pero pistas no faltan para que cada cual saque su propia conclusiĆ³n. Para empezar, no es del todo cierto que PersĆ©polis no opusiera resistencia. El guardiĆ”n del tesoro le abriĆ³ las puertas, sĆ­, pero hemos visto cĆ³mo en el desfiladero de las Puertas de Persia Alejandro perdĆ­a gran cantidad de hombres para poder cruzar, y esto, ya era motivo suficiente para dar rienda suelta a sus soldados; lo hicieron en Tiro y Gaza. Pero hay otras razones de mĆ”s peso. Veamos cuales son. 

PersĆ©polis era la capital principal de Persia, por lo cual, habĆ­a sido desde casi dos siglos atrĆ”s la principal capital enemiga de Grecia. Lo dice Diodoro: «La ciudad mĆ”s hostil de Asia. » y tambiĆ©n Curcio: «Ninguna otra ciudad habĆ­a sido mĆ”s nefasta para los griegos que la antigua capital de los reyes de Persia. De allĆ­ habĆ­an partido inmensos ejĆ©rcitos, primero DarĆ­o y luego Jerjes llevaron a Europa una guerra impĆ­a.» Por tanto, a nadie deberĆ­a extraƱar que el punto final a la conquista de Asia fuera precisamente, a modo de ceremonia, la destrucciĆ³n de la capital mĆ”s odiada en el HĆ©lade. Veamos otros motivo aƱadidos. 

Los persas tenĆ­an como esclavos a miles de griegos y los empleaban en las minas. El castigo por intentar escapar era la mutilaciĆ³n. Otros cuentan que incluso se los mutilaba como prevenciĆ³n para evitar intentos de fuga. El caso es que a su llegada, Alejandro fue recibido por una multitud de griegos ancianos que habĆ­an sufrido tal castigo por reyes anteriores. Alejandro quedĆ³ impresionado y les prometiĆ³ devolverlos a Grecia, aunque ellos contestaron que eran demasiado mayores y querĆ­an permanecer en aquellas tierras hasta el final de sus dĆ­as. Esto tambiĆ©n lo cuentan Diodoro y Curcio, aunque muchos historiadores modernos dudan de su veracidad y creen que no hacen sino justificar el terrible comportamiento de Alejandro. Pero hay mĆ”s. 

Alejandro bebĆ­a demasiado. Nada extraƱo. Todos los soldados y generales lo hacĆ­an. Su propio padre habĆ­a bebido como un cosaco. AĆŗn asĆ­, se cuenta que Alejandro, a sus 26 aƱos, ya bebĆ­a demasiado. QuizĆ” era la Ćŗnica manera que tenĆ­an aquellos fieros soldados de afrontar tanta violencia y muerte. La decisiĆ³n de incendiar el palacio real parece ser que se tomĆ³ despuĆ©s de una fiesta en la que todos estaban demasiado ebrios. Entonces, ¿fue el alcohol el responsable de todo?

Plutarco nos cuenta de la siguiente manera el momento en que Alejandro entra en palacio y se sienta en el trono del Gran Rey DarĆ­o: 
“Cuando se sentĆ³ por primera vez en el trono real situado bajo la bĆ³veda dorada que asemeja una imagen del cielo, el Corinto Demarato, un hombre ya anciano que le apreciaba y que habĆ­a sido amigo de su padre, le dijo llorando: de quĆ© gran alegrĆ­a se ven privados los griegos que han muerto antes de ver a Alejandro sentarse en el trono de DarĆ­o.” 
Una escena que significaba, sin duda, la culminaciĆ³n simbĆ³lica de la conquista. Pero todavĆ­a faltaba algo para poner el punto final. 180 aƱos antes, DarĆ­o I puso los pies en Europa iniciando un largo conflicto en el que Atenas resultĆ³ incendiada y destruida. Era la gran oportunidad de vengarse y de ganarse por fin el favor de los atenienses. 

Arriano cuenta que Alejandro querĆ­a tomar venganza sobre los que habĆ­an arrasado Atenas y habĆ­an incendiado los santuarios, causando grandes males sobre los griegos, por eso querĆ­a hacer justicia. Diodoro, por su parte, cuenta que los macedonios se dedicaron a saquear la ciudad, dando muerte a quienes encontraban a su paso, mientras Alejandro ocupĆ³ el palacio y se hacĆ­a con los tesoros reales, los cuales se calculan en 120.000 talentos de plata. Sin embargo, este autor culpa del incendio a una tal Tais, amante de Tolomeo, uno de los generales de Alejandro y futuro faraĆ³n de Egipto cuando esta aventura acabara. En medio de la fiesta, estando todos borrachos, incitĆ³ a todos para que cogieran antorchas e incendiaran el palacio. A Alejandro no le pareciĆ³ mal la idea y asĆ­ comenzĆ³ el incendio que luego se propagarĆ­a a casi toda la ciudad. Los relatos de Curcio y Plutarco cuentan que fue el propio Alejandro el que decide incendiar el palacio, aunque el segundo autor dice que pronto se arrepintiĆ³ y ordenĆ³ que fuera apagado, aunque la ciudad resultĆ³ destruida igualmente. En lo que casi todos coinciden es en que Permenio, el veterano general, siempre estuvo en contra tanto del saqueo como de la destrucciĆ³n de tan bella ciudad. 

¿Reprimenda por la resistencia y muerte de sus soldados a las Puertas de Persia, venganza por las invasiones persas y destrucciĆ³n de Atenas en siglos pasados, crueldad incontrolada, o simplemente consecuencia del alcohol en una fiesta desenfrenada? Puede que todo combinado a la vez. Casi nadie se pone de acuerdo en la actualidad, pero ahĆ­ estĆ”n todos los ingredientes que en la antigĆ¼edad se nos han aportado.

Publicar un comentario

0 Comentarios