El Cid, entre la historia y la leyenda 1

El Cid - CƔndido PƩrez, Catedral de Burgos
El destierro
Unos aƱos antes de la conquista definitiva de Toledo, concretamente en el 1081, podemos ver a Rodrigo DĆ­az de Vivar cabalgar con su ejĆ©rcito rumbo a CataluƱa en busca de alguien que necesite de sus servicios. Alfonso VI, que le acogiĆ³ en su corte y le proporcionĆ³ un buen casamiento, ahora le habĆ­a desterrado. Pero… ¿por quĆ©?

Rodrigo DĆ­az se dirige a ofrecer sus servicios al conde de Barcelona, o mejor dicho, a los condes, porque en ese momento son dos: los gemelos RamĆ³n Berenguer II y Berenguer RamĆ³n II. En la dĆ©cada de los 80 de principios del segundo milenio no existĆ­a CataluƱa como la conocemos hoy, sino que se componĆ­a de una serie de condados como Barcelona, CerdaƱa, Urgel, Gerona, y algunos mĆ”s. Todos ellos creados por Carlo Magno con el fin de proteger los Pirineos y hacerlos infranqueables a los moros. Los condes barceloneses se dieron en llamar Berenguer RamĆ³n y RamĆ³n Berenguer, de la misma forma que en el resto de reinos y condados hispanos se dieron en llamar Alfonso, Sancho, o GarcĆ­a mayoritariamente, en Barcelona se llamaban RamĆ³n Berenguer el padre, y Berenguer RamĆ³n el hijo, para volverse a llamar RamĆ³n Berenguer el nieto, y asĆ­ sucesivamente. Muy originales estos condes. Lo curioso es que uno de estos mellizos se llamara igual que el padre, que fue RamĆ³n Berenguer I, sin cambios en el orden del nombre y el apellido. De no haber sido asĆ­, los dos hermanos se hubieran llamado exactamente igual, y entre esto o perder la tradiciĆ³n de llamarse ramones y berengueres, optaron por dejar el nombre de uno de ellos tal cual como el del padre

AllĆ­, a Barcelona, llegĆ³ Rodrigo con sus mesnadas y ofreciĆ³ sus servicios de guerrero a sus condes. No se sabe si fue porque las condiciones de Rodrigo no fueron satisfactorias o simplemente porque el de Vivar no les cayĆ³ simpĆ”tico, pero los condes no aceptaron sus servicios. MĆ”s tarde seguramente se arrepentirĆ­an.

La intenciĆ³n de Rodrigo, al dirigirse a los catalanes, no era otra que alejarse lo mĆ”s posible del reino de LeĆ³n y ofrecer sus servicios a un reino o condado cristiano, sin embargo, ante la negativa de los condes no le quedaba otra que volver la vista a Zaragoza, por donde ya habĆ­a pasado e incluso se habĆ­a parado a saludar al rey alMugtadir. Zaragoza era un reino moro, sĆ­, pero era una taifa aliada de LeĆ³n. Porque esto era lo que Rodrigo querĆ­a evitar, aliarse con una taifa enemiga de Alfonso. Ante todo querĆ­a mantener su honor. AlMugtadir aceptĆ³ la propuesta de Rodrigo. SabĆ­a de las buenas cualidades del burgalĆ©s y sus mesnadas como guerreros y no le venĆ­a mal tenerlos a su servicio. Con ellos las fronteras zaragozanas tenĆ­an su seguridad garantizada. AquĆ­ fue donde Rodrigo DĆ­az comenzarĆ­a a ser conocido como Cid, del Ć”rabe sidi, que significa seƱor.

El hecho de andar buscando un rey al que servir a cambio de dinero ha llevado a muchos a calificar a Rodrigo como mercenario. Una palabra que suena muy mal para los que siempre han admirado a este personaje como hĆ©roe. Pero pensemos por un momento en su situaciĆ³n. Rodrigo era hijo de un infanzĆ³n y una noble, lo que se suele llamar un magnate. Siempre estuvo al servicio de Sancho y llegĆ³ a ser su alfĆ©rez y su mano derecha. Al pasar al servicio de Alfonso tuvo todo lo que suele tener un conde aunque sin llegar a ostentar este tĆ­tulo, es decir, un gran seƱorĆ­o con su propio ejĆ©rcito al servicio del rey. Al ser expulsado del reino leonĆ©s, Rodrigo se ve en la responsabilidad de mantener a todos los que le siguen en su destierro, es decir, a todos los hombres que componen su ejĆ©rcito. Por lo tanto, tiene que buscarles trabajo en lo Ćŗnico que saben hacer, pelear. Y eso fue lo que hizo. Pero un mercenario se pone al servicio de quien mejor le paga, sea cual sea el bando en el que haya que luchar, sin embargo, Ć©l buscĆ³ hacerlo en el bando cristiano, o –como es el caso- entre sus aliados moros, procurando no traicionar nunca al que hasta ahora fue su rey.

Hora es ya de que analicemos por quĆ© fue Rodrigo desterrado. La cosa no pudo ser repentina, por un mal pronto de Alfonso. Hay multitud de historiadores que analizan el hecho y casi todos vienen a coincidir en que Rodrigo se habĆ­a ganado a pulso la antipatĆ­a de cuantos le rodeaban en palacio. Muchos de ellos se la tenĆ­an jurada, y por eso, en cuanto tuvieron la mĆ­nima oportunidad, se mostraron hostiles y nadie se molestĆ³ en salir en su defensa cuando el rey decidiĆ³ quitĆ”rselo de encima. MĆ”s bien al contrario, alguno alentĆ³ a Alfonso para que lo hiciera. Y uno de ellos fue sin duda GarcĆ­a OrdĆ³Ć±ez, su mĆ”s firme y feroz oponente. Luego veremos por quĆ©. El caso es que si analizamos todos los pormenores de este asunto podemos llegar a la conclusiĆ³n de que Alfonso y Rodrigo eran de caracteres incompatibles, y conociĆ©ndose como se conocĆ­an desde niƱos, puede que incluso no se cayeran bien mutuamente; aunque, por otra parte, esta era tambiĆ©n la causa de que en el fondo hubiera un afecto entre ambos. Al servicio de Sancho, estĆ” claro que Rodrigo trabajaba en su ambiente. Ɖl era la mano derecha del rey, un rey con un carĆ”cter muy diferente al de Alfonso. Rodrigo estaba acostumbrado a tomar decisiones e iniciativas, algo que de pronto no podĆ­a hacer, y en las ocasiones que lo hizo, le trajo graves consecuencias.

La primera de estas ocasiones fue en Cabra, localidad perteneciente al reino de Granada en el siglo XI y a la provincia de CĆ³rdoba en la actualidad. Fue en una de las primeras misiones de confianza que se le encomendaron: ir hasta Sevilla a cobrar las parias. Era un dĆ­a del mes de septiembre del aƱo 1079; cualquiera que deambulara por la sierra de Cabra hubiera sido testigo presencial y privilegiado de lo que acontecerĆ­a en las mismas faldas de esa sierra: un gran combate. Desde Priego se acercaba un ejĆ©rcito. Lo mĆ”s asombroso era que aquel ejĆ©rcito estaba formado tanto por moros como por cristianos y venĆ­an de Granada. La sierra entera temblaba, pues ahora, por la izquierda, desde Cabra, se acercaba otro ejĆ©rcito que provenĆ­a de Sevilla. ¿QuĆ© estaba ocurriendo? Que estos dos ejĆ©rcitos se iban a enfrentar. 

De pronto la tierra dejĆ³ de temblar. Ambos ejĆ©rcitos quedaron en formaciĆ³n como a media milla de distancia. Quietos. Esperando el momento. Varios caballeros de ambos bandos se adelantaron, y despuĆ©s de estar reunidos brevemente volvieron a sus formaciones. Debieron estar intentando algĆŗn acuerdo para evitar el enfrentamiento. Pero fue evidente que no hubo tal acuerdo. El momento llegĆ³. En un lado y otro debieron dar la orden de ataque, porque los contendientes se lanzaron a la carga unos contra otros. Una gran polvareda iba quedando detrĆ”s de cada grupo atacante. Y cuando se produjo el choque, se escuchĆ³ el chirriante chasquido que producĆ­a el metal, deslumbrante a veces, de miles de espadas al cruzarse. 

Hubo luego una retirada de ambos grupos para arremeter enseguida otra vez. Los de Granada llevaban las de perder, pues los de Sevilla estaban dirigidos por un gran guerrero que era todo furia y valor: Rodrigo DĆ­az, el Campeador. El ejĆ©rcito de Granada estaba formado por moros de la propia Taifa de Granada, y los cristianos eran soldados del rey Alfonso y comandados por su lugarteniente GarcĆ­a OrdĆ³Ć±ez. El ejĆ©rcito proveniente de Sevilla eran soldados de Rodrigo DĆ­az comandados por Ć©l mismo, por el Campeador. El motivo de la refriega es algo complejo. Tanto Sevilla como Granada eran tributarios del rey Alfonso, y Rodrigo habĆ­a acudido a Sevilla a cobrar las parias. ¿Y a quĆ© habĆ­a venido GarcĆ­a OrdĆ³Ć±ez a Granada? ¿A cobrar las parias tambiĆ©n? No, lo hubiera hecho Rodrigo en el mismo viaje. OrdĆ³Ć±ez habĆ­a venido a meter cizaƱa entre Granada y Sevilla. Si algo habĆ­a que temĆ­an los reyes cristianos era que las Taifas hicieran alianzas, por temor a que se revelaran. Cuanto mĆ”s divididas, mĆ”s dĆ©biles y menos temibles eran. Alfonso, que tenĆ­a sus espĆ­as dentro de cada Taifa, debiĆ³ enterarse de algĆŗn complot entre Granada y Sevilla. AsĆ­ que enviĆ³ a un pequeƱo ejĆ©rcito hasta Granada con la excusa de socorrerlos. OrdoƱez le metiĆ³ en la cabeza al rey granadino que el sevillano estaba urdiendo un plan para invadirlos y apoderarse se su Taifa. AsĆ­ que ni cortos ni perezosos los granadinos salieron hacia Sevilla junto a OrdoƱez, a darles a los sevillanos su merecido. Pero he aquĆ­ que el rey Alfonso no habĆ­a calculado bien el plan, pues por allĆ­ andaba Rodrigo cobrando las parias. O quizĆ”s pensĆ³ que se cruzarĆ­an sin verse. Pero el caso es que, Rodrigo se enterĆ³ de que un ejĆ©rcito cristiano, ademĆ”s del suyo andaba por el sur de EspaƱa. Y cual serĆ­a su sorpresa al comprobar de quienes se trataba.

¿Y por quĆ© razĆ³n se enfrentĆ³ Rodrigo a OrdĆ³Ć±ez? DespuĆ©s de todo, ambos eran soldados del mismo rey. PodrĆ­a haber seguido su camino de vuelta despuĆ©s de cobrar las parias y no intervenir en algo que el propio rey habĆ­a ordenado. Porque el cobro de parias llevaba implĆ­cito un compromiso con el reino que las pagaba. Su defensa, ayuda y garantĆ­a de paz. Y para que los reinos moros siguieran pagando sin quejarse habĆ­a que hacer cumplir ese compromiso. El mismo motivo que llevĆ³ a OrdĆ³Ć±ez hasta Granada fue el que llevĆ³ a Rodrigo a defender Sevilla: la ayuda y protecciĆ³n. En el caso de OrdĆ³Ć±ez, el motivo era una falsedad. Pero lo de Rodrigo era autĆ©ntico, como Ć©l mismo. Y el Campeador no dudĆ³ ni un instante en hacer lo que debĆ­a hacer, defender Sevilla; fuera quien fuera su atacante. Rodrigo venciĆ³ a OrdĆ³Ć±ez y le hizo prisionero, para soltarlo poco despuĆ©s. Y ademĆ”s dio una lecciĆ³n de lealtad y caballerosidad, aunque esto le enemistara con OrdĆ³Ć±ez, que se la jurĆ³ para siempre. ¿Y el rey Alfonso, cĆ³mo se tomĆ³ aquel atrevimiento del Cid? Por lo visto tuvo que darle la razĆ³n y no tomĆ³ represalias contra Ć©l. Pero aquel carĆ”cter firme, decidido y caballeresco de Rodrigo le costarĆ­a mĆ”s de un disgusto, pues el rey llegarĆ­a a perder la paciencia con Ć©l.


Fotograma de El Cid - Samuel Bronston Productions
Los primeros aƱos en palacio
Podemos imaginar la situaciĆ³n, un tanto embarazosa para todos los involucrados en la batalla de Cabra. Una batalla que bien mirado, no tuvo sentido alguno. Dos ejĆ©rcitos, dos comandantes del mismo rey, destrozĆ”ndose entre sĆ­. GarcĆ­a OrdĆ³Ć±ez haciendo el ridĆ­culo, protestando ante el rey y contĆ”ndole cĆ³mo le derrotĆ³ y lo tuvo prisionero durante unos dĆ­as en el castillo de Cabra. Rodrigo explicando que actuĆ³ asĆ­ cumpliendo con su cĆ³digo de honor, y Alfonso tratando de justificar lo que parecĆ­a un desatino al enviar a ambos a aquellas misiones. Se corriĆ³ incluso la voz de que Rodrigo se habĆ­a quedado con algunas comisiones que el rey de Sevilla le habrĆ­a pagado por el servicio prestado. TambiĆ©n se habla de una ofensa personal de Rodrigo hacia OrdĆ³Ć±ez. Por lo visto, cuando fue detenido, Rodrigo le habrĆ­a tirado de la barba, algo que habrĆ­a dejado en ridĆ­culo a OrdĆ³Ć±ez. Pero estas cosas entran ya en la leyenda mĆ”s que en la historia.

Podemos sacar ya las primeras conclusiones de todo esto. Primero, que Rodrigo y GarcĆ­a OrdĆ³Ć±ez no se llevaban bien desde hacĆ­a tiempo, y por eso fueron incapaces de llegar a un acuerdo antes de emprenderla uno contra el otro. Segundo, que Alfonso, atareado como estaba con el asunto de Toledo, no calculĆ³ bien la misiĆ³n que encomendĆ³ a ambos. Seguramente querĆ­a tener entretenidos a granadinos y sevillanos para que no subieran hasta Toledo a entorpecer su intervenciĆ³n en esta ciudad. Y siendo algo malĆ©volos, se puede llegar incluso a pensar que Alfonso pudiera estar tan harto de los dos, que los hubiera enviado hasta allĆ­ a propĆ³sito a que se dieran tortas entre sĆ­. 

Rodrigo DĆ­az naciĆ³ posiblemente en Vivar, una poblaciĆ³n a unos 10 kilĆ³metros de Burgos, cosa en la que algunos no se ponen de acuerdo a pesar de que popularmente se le aƱadiĆ³ este apellido. Su fecha de nacimiento tampoco se sabe con exactitud, se cree que fue entre 1043 y 1048. Era hijo de Diego LaĆ­nez y una noble de la que solo se conoce su apellido, RodrĆ­guez. Diego LaĆ­nez era un infanzĆ³n o hidalgo, lo que en lenguaje moderno podrĆ­amos llamar soldados o fuerza de reserva. Era gente con derecho a poseer armas y escuderos, se ponĆ­an a disposiciĆ³n del reino y acudĆ­an cuando se les necesitaba. Estaban considerados nobles, pero sin tĆ­tulo y con escasos bienes, aunque ese no parece ser el caso de Diego LaĆ­nez, del cual se cree que poseĆ­a una considerable fortuna, heredada de su padre, LaĆ­n MuƱoz. Y asĆ­ debĆ­a ser cuando pudo casarse con la hija de un verdadero noble, Rodrigo Ɓlvarez. 

El Cantar de MĆ­o Cid, como poema romĆ”ntico que es, nos pinta la imagen de un bravo guerrero que escalĆ³ desde unos orĆ­genes humildes hasta llegar a ser la mano derecha de un rey y emparentar con la nobleza. Pero no es cierto, como ya hemos visto. Rodrigo DĆ­az no era un humilde infanzĆ³n, y ademĆ”s llevaba sangre de nobles por parte materna. Y tampoco lo tuvo difĆ­cil para escalar, pues tuvo un buen padrino: nada menos que el rey de LeĆ³n Fernando I, que lo acogiĆ³ en su corte a la edad de 10 o 12 aƱos. El padre de Rodrigo habĆ­a muerto de repente y Fernando se hizo cargo de su cuidado y educaciĆ³n. Esto da una idea del prestigio de Diego LaĆ­nez, y tambiĆ©n de las buenas relaciones de su esposa con la casa real. Sin embargo, todo lo demĆ”s lo consiguiĆ³ por mĆ©ritos propios, y no en balde llevaba sangre de hidalgo en las venas. 

Estos son los aƱos de nacimiento de Rodrigo y los hermanos FernĆ”ndez. 

Urraca: aƱo 1033 
Sancho: aƱo 1038 
Rodrigo: aƱo 1045 aprox. 
Alfonso: aƱo 1047 

Urraca era la mayor de los hermanos, por lo que, cuando Rodrigo llegĆ³ a palacio ella ya tenĆ­a sobre los 23 aƱos. Esta diferencia de edad hace pensar que los supuestos romances entre ambos sean mĆ”s fruto de la imaginaciĆ³n popular que otra cosa, aunque no se puede descartar que fueran ciertos, ya analizaremos con mĆ”s detalle este tema. 

Se dice que fue compaƱero de juegos de Sancho, aunque Ć©ste ya era un muchacho algo crecido para jugar con un crĆ­o. Por proximidad en la edad, mĆ”s bien pudo jugar con Alfonso. Sin embargo fue Sancho quien lo adiestrĆ³ como guerrero. A los 16 aƱos ya fue testigo presencial de una batalla. Sancho se lo llevĆ³ con Ć©l, para que fuera familiarizĆ”ndose con la muerte. 


AlfĆ©rez de Sancho 
Ramiro I de AragĆ³n siempre tenĆ­a problemas fronterizos, cuando no era con sus hermanastros era con al-Muqtadir, el rey moro de Zaragoza, en realidad, Ramiro lo que pretendĆ­a era llevar a cabo su ambicioso plan expansionista, y en el aƱo 1064 se disputaba con los zaragozanos la fortaleza de Graus. Al final, Ramiro terminĆ³ ocupando la plaza y al- Muqtadir, como es lĆ³gico, no se quedĆ³ con los brazos cruzados y se dispuso a preparar su ejĆ©rcito. Pero no debĆ­a pasar Zaragoza por sus mejores momentos cuando las parias del aƱo anterior no las habĆ­a pagado a LeĆ³n. Y quizĆ”s por eso, porque no pasaba un buen momento, Ramiro habĆ­a visto la oportunidad de atacar. Con lo que no habĆ­a contado Ramiro era con la sorpresa que se iba a encontrar. 

Fernando enviĆ³ a su hijo mayor, Sancho, a que le hiciera una visita al zaragozano, a ver por quĆ© razĆ³n se retrasaba en el pago de las parias. Se habla incluso de que Sancho iba dispuesto a dar un escarmiento a al-Muqtadir, una operaciĆ³n de castigo, para que otra vez se diera mĆ”s prisa en pagar. Sin embargo, el castigado no iba a ser el moro, sino su tĆ­o Ramiro. No olvidemos que Ramiro de AragĆ³n era hermano, por parte de padre, de Fernando. Sancho se encontrĆ³ en Zaragoza los preparativos militares para enfrentarse al aragonĆ©s y recuperar la fortaleza de Graus, y ante tal panorama no dudĆ³ en unirse a los moros para expulsar a su tĆ­o de allĆ­. Debido a la juventud de Rodrigo y a que es una de las primeras batallas de las que se tiene constancia que asistiera, se puede deducir que estuvo allĆ­ como mero espectador. Pero fue una batalla en la que tomĆ³ nota de algunas cosas. Estaba asistiendo a un enfrentamiento en el que los leoneses no dudaron en unirse a los moros para luchar, no solo contra los de su misma religiĆ³n, sino contra un rey que era hermano del suyo, llevaban la misma sangre. Sin embargo, habĆ­a un compromiso que era necesario cumplir, la defensa de los que pagaban tributos, sobre todo, para que esos tributos siguieran llegando. Un compromiso que estaba por encima de todo, incluso de la sangre familiar que se derramĆ³ aquel dĆ­a, pues Ramiro cayĆ³ muerto en la batalla. 

PeƱa PĆ©rez, en su obra El Cid, historia leyenda y mito, describe la situaciĆ³n de esta manera: 
“El Cid recibiĆ³ en Graus toda una lecciĆ³n magistral de pragmatismo polĆ­tico: allĆ­ nadie ayudaba a nadie ni luchaba contra nadie; allĆ­ sĆ³lo se ventilaba el cobro de unos tributos y la posibilidad de mantener o perder la facultad o el poder de seguir cobrĆ”ndolos en el futuro.” 
O dicho de otra manera, aquel era un lugar de donde salĆ­an unos buenos ingresos y no habĆ­a que permitir que ningĆŗn carroƱero se acercara por allĆ­. Rodrigo tomĆ³ buena nota, sĆ­, y aprendiĆ³ bien la lecciĆ³n. Y la aplicĆ³ aƱos mĆ”s tarde, cuando se enfrentĆ³ a GarcĆ­a OrdĆ³Ć±ez, sin importarle quien le enviaba, aunque fuera el mismo rey Alfonso, al cual no podĆ­a sorprenderle aquel proceder de Rodrigo, pues estaba al tanto de las normas que practicaba su familia; su propio tĆ­o habĆ­a muerto debido a ellas. 

Rodrigo no era mal estudiante, por lo visto, y tenĆ­a buena disponibilidad para el aprendizaje. Sancho estaba contento con Ć©l, y pronto se ganĆ³ un gran prestigio como vasallo de criazĆ³n; era asĆ­ como se llamaba en la edad media a los que estaban al servicio de su seƱor y vivĆ­an con ellos, en familia. Pronto comenzĆ³ a destacar tambiĆ©n como guerrero y a la muerte de Fernando, nada mĆ”s ser Sancho coronado como rey, lo nombra caballero, hombre de confianza y jefe de su ejĆ©rcito. La tradiciĆ³n cuenta que Urraca fue su madrina de armas en su nombramiento como caballero, y puede que asĆ­ fuera. Fue investido en el aƱo 1060 en la iglesia de Santiago de los Caballeros de Zamora. 

A la primera oportunidad que tuvo no defraudĆ³ a su rey, pues derrotĆ³ nada menos que al principal caballero de Navarra. En una disputa por unos territorios entre el rey navarro y Sancho de Castilla -cosa extraƱa entre ellos-, acordaron resolver el conflicto de una forma muy habitual en aquella Ć©poca: enfrentando a sus mejores caballeros; evitando asĆ­ un derramamiento de sangre innecesario. ¿Y quiĆ©n era ya el mejor caballero de Castilla segĆŗn su rey? Rodrigo DĆ­az, a pesar de ser aĆŗn muy joven. Los navarros no daban crĆ©dito a lo que veĆ­an, el caballero castellano tenĆ­a la apariencia de un niƱo inofensivo, mientras el navarro era un guerrero fornido. El caballero navarro se llamaba Jimeno GarcĆ©s, y por lo que dicen, no le matĆ³, simplemente le venciĆ³. SĆ­, contra todo pronĆ³stico venciĆ³. Y es que, aunque para los navarros era solo un niƱo inofensivo, los castellanos sabĆ­an muy bien cĆ³mo se las gastaba el joven Rodrigo en el campo de batalla. El territorio en disputa pasĆ³ a manos del rey Sancho.



Riepto en la edad media

Vasallo de Alfonso VI
El enfrentamiento con el navarro Jimeno GarcĆ©s, no serĆ­a el Ćŗnico, pues tambiĆ©n tuvo ocasiĆ³n de medirse con un sarraceno en Medinaceli, a cual venciĆ³ tambiĆ©n. Estas y otras hazaƱas del todavĆ­a joven Rodrigo iban proporcionĆ”ndole un prestigio y fama entre sus compaƱeros de armas que pronto comenzarĆ­a a ser conocido entre ellos como campi doctor, que significa “campeador” o experto vencedor en el campo de batalla. 

Rodrigo, ya alfĆ©rez de Sancho, estuvo al frente de todas las batallas que su rey librarĆ­a partir de entonces. DerrotĆ³ a las tropas de Alfonso dos veces, la segunda de ellas proporcionĆ³ a Sancho nada menos que el reino de LeĆ³n. MĆ”s tarde se hizo cargo del asedio de Zamora, donde protagonizĆ³ un par de episodios, uno de ellos digno de pelĆ­cula de hĆ©roes de fantasĆ­a: se cuenta que en los alrededores de Zamora se topĆ³ con quince enemigos, y enfrentĆ”ndose a ellos matĆ³ a uno, tumbĆ³ a otros tres y puso en fuga al resto. Todo esto Ć©l solo. QuizĆ”s, como comentan los historiadores, el autor de la Historia Roderici, donde se cuenta la biografĆ­a del Cid, exagera un poco este hecho, que si bien pudo ser perfectamente cierto, es poco creĆ­ble que Rodrigo deambulara solo por un lugar tan poco seguro en aquello momentos de asedio. El otro episodio, ya lo hemos contado, es cuando Sancho manda a Rodrigo a negociar con su hermana Urraca. Las malas lenguas hablan aquĆ­ de que Sancho lo enviĆ³, no por ser su alfĆ©rez y hombre de confianza, sino, por sus buenas "relaciones" con Urraca. 

Y llegĆ³ el fatal momento en que Sancho pierde la vida a manos de un traidor que se habĆ­a ganado su confianza. Un tal Bellido Dolfos, supuestamente enviado por Urraca y que no solo acabĆ³ con Sancho, sino con la amenaza que Ć©ste suponĆ­a para Zamora. AdemĆ”s, devolvĆ­a a Alfonso sus posesiones leonesas a la vez que se aƱadĆ­an las de Castilla y la parte de Galicia que Sancho se habĆ­a quedado al derrocar a GarcĆ­a. Comenzaba una nueva etapa en la vida del Cid. 

No debiĆ³ ser fĆ”cil para Rodrigo la nueva situaciĆ³n. Primero de todo, pierde a su rey y buen amigo, casi inseparable, con el que llevaba ya mĆ”s de 15 aƱos. Luego tuvo que ponerse al servicio del rey al que Ć©l mismo habĆ­a derrocado. Porque fue Ć©l el principal artĆ­fice de la derrota de Alfonso, quien reagrupĆ³ las tropas que huĆ­an y les infundiĆ³ Ć”nimos para, al amanecer, atacar de nuevo y derrotar a los leoneses que ya se creĆ­an victoriosos. Aunque Alfonso, lo vamos a comprobar pronto, no le guardĆ³ rencor por todo aquello. Rodrigo se habĆ­a limitado a darlo todo por su rey, nada personal. Y seguramente Alfonso sentĆ­a admiraciĆ³n por aquel guerrero que conocĆ­a muy bien desde niƱo. Tenerlo a su servicio no era mala idea. Y por otra parte, a Rodrigo, ¿le quedaba otra alternativa? 

Rodrigo era castellano, y Castilla era ahora leonesa; no, no le quedaba mĆ”s alternativa que ser vasallo de Alfonso, y por tanto, a ambos les convenĆ­a estar bien relacionados. Rodrigo no era conde, pero era un magnate, un terrateniente influyente y con poder. Y a los poderosos convenĆ­a tenerlos cerca. AsĆ­ que Alfonso lo tratĆ³ bien durante los aƱos que siguieron a su coronaciĆ³n. ¿Y a quĆ© se dedicaba Rodrigo durante estos aƱos? Los registros dicen que llevĆ³ una vida relativamente tranquila. Dedicado al cuidado de su seƱorĆ­o y ayudando a Alfonso en el cobro de las parias y en algĆŗn litigio entre condes y obispos donde tuvo que hacer de juez. Y no debiĆ³ ser mal juez, cuando Alfonso concediĆ³ inmunidad a su seƱorĆ­o; esto es, libertad para administrar justicia dentro de sus dominios, que no eran pocos. 


¿Y quĆ© hay de su vida personal? A Rodrigo le llegĆ³ la hora de casarse. Y aquĆ­ el rey tampoco se quedĆ³ corto, proporcionĆ”ndole un buen matrimonio con Jimena DĆ­az, hija de Diego FernĆ”ndez, conde de Oviedo y nieta de Fernando LaĆ­nez. SĆ­, aquel conde que se hizo fuerte tras las murallas de LeĆ³n y no quiso dejar entrar a Fernando I; pues Jimena era nieta suya. Un buen matrimonio, sin duda, que deja patente las buenas relaciones entre Alfonso y su nuevo vasallo, Rodrigo DĆ­az.



La ira regia
Las buenas relaciones y el buen trato dispensado por Alfonso a Rodrigo despertĆ³ algunas envidias entre las camarillas cortesanas. Para algunos, el de Vivar no dejaba de ser un intruso, y el que se hubiera criado junto a Alfonso no hacĆ­a mĆ”s que aumentar esas envidias. La cosa se puso tensa despuĆ©s del incidente en Cabra con el conde OrdĆ³Ć±ez, con el que estĆ” claro que mantenĆ­a cierta rivalidad antes de producirse el incĆ³modo encuentro. A partir de entonces, OrdĆ³Ć±ez no perderĆ­a ninguna oportunidad que se le presentara para ponerle la zancadilla.

Estos rifirrafes palaciegos afectaron seguramente en las relaciones con Alfonso, que en alguna ocasiĆ³n debiĆ³ perder los nervios y mandar a mĆ”s de uno a tomar por culo. Seguramente andaba Rodrigo cabreado con su rey el dĆ­a que lo llamĆ³ a unirse a sus ejĆ©rcitos para expulsar de Toledo al rey al-Mutajawil y reponer al expulsado al-Qadi, porque no acudiĆ³ con la excusa de estar enfermo. Puede que fuera cierto, pues por muy gran guerrero que fuera, tambiĆ©n enfermaba, como mortal que era. Pero todo indica que Alfonso no quedĆ³ muy contento con la respuesta, y mucho menos con lo que sobrevino despuĆ©s.

El momento era sumamente delicado. Alfonso habĆ­a expulsado a los intrusos de Toledo y exigĆ­a unas grandes sumas de dinero a los toledanos como garantĆ­a de protecciĆ³n. Ya sabemos que el objetivo final de Alfonso era quedarse con la capital y con el reino completo, pero en aquel momento la cosa estaba asĆ­: Toledo estaba rodeada por los cristianos esperando a ver cĆ³mo todo se inclinaba a favor de ellos. Era una calma tensa que no debĆ­a romperse, pues los moros debĆ­an confiar en ellos. Y de pronto, la calma se rompiĆ³. ¿QuiĆ©n la rompĆ­a? El impetuoso Rodrigo DĆ­az, que de pronto habĆ­a recobrado la salud.

HabĆ­a alboroto entre los toledanos que lanzaban insultos a los soldados de LeĆ³n, a pesar de que Ć©stos no sabĆ­an nada de lo ocurrido. Cuando la noticia le llegĆ³ a Alfonso, Ć©ste se subĆ­a por las paredes, que eran de lona, pues se encontraba en el interior de una tienda, acampado en los alrededores de la ciudad. La frontera toledana habĆ­a sufrido un ataque, la fortaleza castellana de Gormaz y varias aldeas fueron saqueadas. Se trataba, seguramente, de algunas tropas dispersas, contrarias a la causa de al-Qadi. Este ataque llegĆ³ a oĆ­dos de Rodrigo DĆ­az, que ya se encontraba recuperado y con ganas de salir a desperezarse un poco. AsĆ­ que reuniĆ³ a su gente y se dispuso a perseguir a los malhechores. Por lo visto los cazĆ³ y les dio una buena tunda, ademĆ”s de hacerlos prisioneros y quedarse con el cuantioso botĆ­n que llevaban con ellos. No se sabe a ciencia cierta, si como cuentan algunos estudiosos del tema, a Rodrigo se le fue la mano y no distinguiĆ³ entre los que habĆ­an perpetrado el ataque y los que nada tuvieron que ver. Pero el caso es que cuando la poblaciĆ³n musulmana se enterĆ³ del castigo que Rodrigo infringiĆ³ a los que habĆ­an osado atacar las aldeas fronterizas, entraron en cĆ³lera acusando a los cristianos de no respetar el acuerdo de no agresiĆ³n, a cambio de las parias que pagaban.

Este disturbio, aun cuando Rodrigo lo hiciera con la intenciĆ³n de defender a la poblaciĆ³n toledana, no gustĆ³ nada a Alfonso, no en este momento preciso y delicado. Por eso entrĆ³ en cĆ³lera. Y si no entrĆ³ por Ć©l mismo, no faltarĆ­an los que, como perrillos azuzadores le pincharon para que lo hiciera. Para Alfonso era un contratiempo y un fastidio, para quienes le rodeaban era una oportunidad para cebarse con aquel a quien tanta envidia tenĆ­an.

¿Por quĆ© hizo aquello Rodrigo? ¿Estaba realmente enfermo cuando Alfonso lo llamĆ³ y quiso con esto compensar de alguna manera el no haber acudido a la llamada de su rey? Muchos le acusan de que se le fue la mano, de prepotente, de haber arrasado incluso aldeas de inocentes. Pero no olvidemos que las cosas estaban tensas en Toledo, no solo en la capital, sino en todos sus dominios, y cualquier chispa era aprovechada para provocar un incendio y acusar a los cristianos de no cumplir con su palabra. Sea como fuere, este hecho fue el que provocĆ³ la ira regia de Alfonso. El castigo no podĆ­a ser otro que el destierro.


Lo que cuenta el poema
Dentro de la dureza del castigo impuesto a Rodrigo, Alfonso fue bastante benĆ©volo, pues aparte del destierro no se aplicaba ninguna otra pena como confiscaciĆ³n de tierras y bienes o encarcelamiento de familiares, castigos que se solĆ­an llevar a cabo en algunos casos. Rodrigo pues, convocĆ³ a sus hombres y les contĆ³ la situaciĆ³n. SegĆŗn el “Cantar de MĆ­o Cid” les dio a elegir, entre quedarse o seguirle:

«A los que conmigo vengan que Dios les dĆ© muy buen pago;
tambiƩn a los que se quedan contentos quiero dejarlos.
HablĆ³ entonces Ɓlvar FƔƱez, del Cid era primo hermano:
"Con vos nos iremos, Cid, por yermos y por poblados;
no os hemos de faltar mientras que salud tengamos,
y gastaremos con vos nuestras mulas y caballos
y todos nuestros dineros y los vestidos de paƱo,
siempre querremos serviros como leales vasallos."
AprobaciĆ³n dieron todos a lo que ha dicho don Ɓlvaro.
Mucho que agradece el Cid aquello que ellos hablaron.
El Cid sale de Vivar, a Burgos va encaminado,
allĆ­ deja sus palacios yermos y desheredados.
Los ojos de MĆ­o Cid mucho llanto van llorando;
hacia atrƔs vuelve la vista y se quedaba mirƔndolos.
Vio como estaban las puertas abiertas y sin candados,
vacĆ­as quedan las perchas ni con pieles ni con mantos,
sin halcones de cazar y sin azores mudados.
Y hablĆ³, como siempre habla, tan justo tan mesurado:
"¡Bendito seas, Dios mĆ­o, Padre que estĆ”s en lo alto!
Contra mĆ­ tramaron esto mis enemigos malvados".»

Aunque oficialmente no se registra nada relevante en su salida de Castilla, una salida que Alfonso le habrƭa facilitado, en el Cantar o Poema de Mƭo Cid se cuenta todo lo contrario y una serie de anƩcdotas, algunas de ellas bastante curiosas.

«Ya aguijan a los caballos, ya les soltaron las riendas. 
Cuando salen de Vivar ven la corneja a la diestra, 
pero al ir a entrar en Burgos la llevaban a su izquierda. 
MoviĆ³ MĆ­o Cid los hombros y sacudiĆ³ la cabeza: 
"¡Ćnimo, Ɓlvar FƔƱez, Ć”nimo, de nuestra tierra nos echan, 
pero cargados de honra hemos de volver a ella! "»

A su entrada a Burgos para abastecerse de vĆ­veres para el camino, todo el mundo –muy a pesar suyo- les cierra la puerta, pues el rey ha ordenado que nadie le prestase ayuda.

«Todos salĆ­an a verle, niƱo, mujer y varĆ³n, 
a las ventanas de Burgos mucha gente se asomĆ³. 
¡CuĆ”ntos ojos que lloraban de grande que era el dolor! 
Y de los labios de todos sale la misma razĆ³n: 
"¡QuĆ© buen vasallo serĆ­a si tuviese buen seƱor!" 
De grado le albergarĆ­an, pero ninguno lo osaba, 
que a Ruy DĆ­az de Vivar le tiene el rey mucha saƱa.»

Una niƱa se acerca a a Rodrigo para advertirle:

«Cid, en el mal de nosotros vos no vais ganando nada. 
Seguid y que os proteja Dios con sus virtudes santas. 
Esto le dijo la niƱa y se volviĆ³ hacia su casa.»

Sin embargo, siempre hay almas caritativas dispuestas a correr el riesgo, un tal MartĆ­n Antolinez les suministra la ayuda necesaria:

«Prohibido tiene el rey que en Burgos le vendan nada 
de todas aquellas cosas que le sirvan de vianda. 
No se atreven a venderle ni la raciĆ³n mĆ”s menguada. 
El buen MartĆ­n AntolĆ­nez, aquel burgalĆ©s cumplido, 
a MĆ­o Cid y a los suyos los surte de pan y vino; 
no lo comprĆ³, que lo trajo de lo que tenĆ­a Ć©l mismo; 
comida tambiĆ©n les dio que comer en el camino.»

Pero Antolinez sabe que se ha metido en un lio y le pide a Rodrigo escapar con Ć©l:

«"MĆ­o Cid Campeador que en tan buena hora ha nacido, descansemos esta noche y maƱana ¡de camino! porque he de ser acusado, Cid, por haberos servido y en la cĆ³lera del rey tambiĆ©n me verĆ© metido. Si logro escapar con vos, Campeador, sano y vivo, el rey mĆ”s tarde o temprano me ha de querer por amigo.»

A continuaciĆ³n, el Cid ve la oportunidad de utilizar al buen Antolinez para aprovecharse y sacarles dinero a dos judĆ­os burgaleses, pues por lo visto, Rodrigo y los suyos llevan poco dinero encima.

«"¡Oh buen MartĆ­n AntolĆ­nez, el de la valiente lanza!" 
Si Dios me da vida he de doblaros la soldada. 
Ahora ya tengo gastado todo mi oro y mi plata, bien veis, 
MartĆ­n AntolĆ­nez, que ya no me queda nada.»

La idea es construir dos arcas y llenarlas de arena, para hacerle creer a los judƭos que estƔn llenas de oro. El supuesto oro quedarƔ empeƱado y asƭ el Cid consigue asƭ dinero para emprender el viaje.

«Decid que voy desterrado por el rey 
y que aquĆ­ en Burgos el comprar me estĆ” vedado. 
Que mis bienes pesan mucho y no podrĆ­a llevĆ”rmelos, 
yo por lo que sea justo se los dejarĆ© empeƱados. 
Que me juzgue el Creador, y que me juzguen sus santos, 
no puedo hacer otra cosa, muy a la fuerza lo hago.»

Antolinez saliĆ³ a buscar a los judĆ­os y convence a Ć©stos de que el Campeador llevaba una enorme fortuna en las arcas, pero que a causa sy peso no le era posible llevĆ”rselas. Una fortuna obtenida por haberse quedado con parte de unas parias cobradas, motivo por el cual el rey lo habĆ­a desterrado. 

«Ya sabĆ©is que don Alfonso de nuestra tierra le ha echado, 
aquĆ­ se deja heredades, y sus casas y palacios, 
no puede llevar las arcas, que le costarĆ­a caro, 
el Campeador querrĆ­a dejarlas en vuestras manos empeƱadas, 
y que, en cambio, les deis dinero prestado.»

Los judƭos ven la oportunidad de ganar dinero de forma fƔcil y acceden. Por supuesto, el Cid exigirƭa juramento de que las arcas no serƭan abiertas. Y de esta manera, consiguieron un dinero que no tenƭan. Puede notarse aquƭ un estilo de novela picaresca, que siglos mƔs tarde se harƭa tan popular. No obstante, el Cid tambiƩn deja una promesa a los judƭos:

«Yo me marcho de Castilla porque el rey me ha desterrado.
De aquello que yo ganare habrĆ” de tocaros algo, 
y nada os faltarĆ”, mientras que vivĆ”is, a ambos.»

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