Escipión, el Africano 1



Los elefantes de Amilcar y los toros de fuego
Los cartagineses habían invadido el sur de la Península Ibérica y la costa donde se asentaban las colonias fenicias y griegas, desde Cádiz hasta Málaga. Pero la intención era la de ocupar toda la península Ibérica. En 228 a.C., Amílcar Barca, así se llamaba el general cartaginés, no encontraba demasiados problemas para vencer a quienes se cruzaban en su paso hacia el interior, pues aparte de Tartessos, que era lo más aproximado a un estado organizado, el resto de la península estaba formado por tribus iberas formadas por Celtas provenientes del norte de Europa. Muchas de estas tribus, después de ser vencidas, se iban aliando con el invasor. Cartago disponía de más soldados mercenarios que propios. Pero Amílcar Barca se iba a encontrar con una gran sorpresa.

Amílcar tenía su base en Acras Leuka (Alicante), y desde allí atosigaba continuamente a las tribus del interior. Un caudillo llamado Orisson decide formar un gran ejército con los poblados entre Valencia y Aragón. Orisson se presenta ante Amílcar con una pequeña tropa y ofrece sus servicios al general cartaginés. Nada extraño, pues cada día eran muchos los iberos que se unían a sus filas. Amílcar se disponía a atacar de nuevo el interior de la península. Una de las características de su ejército, era el uso de elefantes adiestrados para tal fin. Un arma mortífera y destructora que aplastaba sin piedad a sus oponentes, y que a sus lomos transportaban arqueros. Pero aquel día, lo que embistió contra el ejército cartaginés no se lo esperaba Amílcar. Una gran manada de toros bravos se dejó venir hacia ellos. Unos toros que en sus cuernos habían atado ramas impregnadas en brea a la que habían pegado fuego. Los toros, furiosos, arremetieron contra ellos y sus elefantes, que asustados y heridos de asta, se volvieron locos. Los cartagineses, entre la confusión y el desorden, no se dieron cuenta que además, estaban siendo atacados desde sus propias filas, pues Orisson no había venido con ellos para ayudarles precisamente.

 La derrota cartaginesa fue total, y los iberos causaron entre ellos gran cantidad de bajas. Fue la primera derrota de Cartago en tierras hispanas. Amílcar Barca estaba furioso y quería vengarse lo antes posible. Pero al hacerlo, encontró la muerte. A Amílcar lo sustituiría su yerno Asdrúbal, y más tarde su hijo Aníbal Barca que consiguió avanzar hasta orillas del rio Ebro. Allí tendría serios problemas. Y mientras tanto, los romanos los vigilaban estrechamente.


La llegada de Aníbal
Amílcar Barca tenía unas ganas tremendas de vengarse por la traición del Ibero Orisson, que lo había llevado derecho a la trampa de los toros de fuego. No está documentado si finalmente llegó a capturarlo, lo que sí se sabe, es que, probablemente, esa obsesión de venganza lo llevó a la muerte, pues se internó peligrosamente entre las filas iberas, con tal de capturar a sus cabecillas, y allí lo rodearon y lo mataron. Su yerno, Asdrúbal se convirtió en el nuevo comandante cartaginés. Asdrúbal apostó por una política de amistad con los iberos, y para consolidar esa amistad, hizo que Aníbal Barca, su cuñado, se casara con una princesa ibera, de nombre Himilce.

Después de nueve años al mando, un esclavo galo asesina a Asdrúbal. Aníbal, hijo de Amílcar Barca, se hace cargo del ejército con solo 25 años. Era el año 221 a.C. Los Barca tenían sus incondicionales entre la clase política de Cartago, pero también tenían sus detractores, que elevaron sus gritos al cielo al saber que un muchacho de 25 años sería el jefe de sus mejores ejércitos. Por lo tanto, Aníbal tenía que demostrar su valía. Y no se le ocurrió otra cosa, que conquistar Sagunto. El problema era, que estaba prohibido tocar Sagunto. ¿Por qué? 

Cartago y Roma habían tenido ya unas refriegas bastante gordas. La llamada I guerra púnica, y desde entonces, Roma, que había vencido, le había puesto una serie de condiciones a Cartago. También había acuerdos que tanto unos como otros no debían romper. Uno de esos acuerdos era, que en la península Ibérica, los cartagineses no sobrepasaran el rio Ebro hacia arriba, ni los romanos lo sobrepasaran hacia abajo. Tampoco debían atacar ciudades aliadas. Pues bien, Aníbal se disponía a atacar Sagunto, que si bien se encontraba al lado sur del Ebro, era una ciudad aliada de Roma. Durante los ocho meses que duró el asedio de esta ciudad, habían pedido ayuda a Roma, pero he aquí que los romanos, en esos momentos, tenían cosas mejores que hacer que prestar atención a una ciudad que decía sentirse amenazada por… ¡un crío de 25 años! 

Grave error cometió Roma. De haber acudido en ayuda de Sagunto, les hubieran podido parar los pies a este crío llamado Aníbal, que no solo conquistó la ciudad, sino que allí se hizo más fuerte, pues Sagunto era un lugar clave y bien fortificado. A Cartago no le pareció mal esta conquista, pues tenían ganas de liarla de nuevo con Roma. Y Roma, que dijo sentirse muy ofendida, parece como si este percance les hubiera venido de perlas, pues querían liarla de nuevo con Cartago. ¿La razón? Las minas tartessas, allá abajo, en el sur, que todavía estaban a rebosar de valiosos metales, sobre todo plata. Estaba a punto de liarse de nuevo una bien gorda.


Un invierno en el corazón de los Alpes 
Roma y Cartago se han declarado la guerra. Después de la toma de Sagunto, Roma decide atacar a los cartagineses en Hispania. Pero Aníbal no estaría allí cuando los romanos llegaran, y después de dejar las tropas suficientes para garantizar la resistencia a los romanos, decide ir a la península Itálica. ¿Iba a meterse Aníbal en la boca del lobo? El camino más sencillo y rápido hubiera sido viajar por mar, pero Aníbal no disponía de una flota lo suficientemente poderosa como para enfrentarse a los romanos en caso de encontrarse con ellos. Lo haría por tierra. Este era el camino más largo y difícil, teniendo en cuenta que había que cruzar los Alpes, nada menos que en invierno. Pero Aníbal lo tenía todo planeado, y sobre todo, sabía que, después de haber dejado parte de sus hombres en Hispania, necesitaba refuerzos, unos refuerzos que encontraría por el camino y que no encontraría en medio del mar. 

Los cartagineses, ya se ha dicho, contaban en su ejército con un gran número de mercenarios. Por lo tanto, eran expertos en reclutarlos. La promesa de grandes tesoros que repartirían con los botines de guerra eran suficiente para que un gran número de guerreros de adhiriera a ellos. En Sagunto habían conseguido uno lo suficientemente valioso como para comprar muchos soldados, y si la promesa era que todavía conseguirían más, la cosa no era demasiado difícil. Lo que no era nada fácil, era cruzar los Alpes. 

Desde Roma ya habían salido varias legiones al mando de un gran general y cónsul, Publio Cornelio Escipión. Pero cuando llegó a Hispania, Aníbal ya había cruzado los Pirineos, así que Escipión vuelve atrás persiguiendo a Aníbal por la costa gala, intentando impedir que cruzaran el Ródano, pero Aníbal había sido más rápido de lo que pensaban, y con éstas llegaron de nuevo a Italia. Había que esperarlo al otro lado de los Alpes. Pero tampoco había que descuidar Hispania. Escipión se quedaría con las legiones que esperaban la llegada de Aníbal, y su hermano, Cneo Escipión, debía volver con sus legiones a Hispania. Una vez en plena montaña, muchos soldados maldijeron el día que se enrolaron en las filas cartaginesas, el frío y el hambre hicieron su aparición en unas montañas que no parecían tener fin. A todo esto, se sumaron la tribus que atacaban cuando menos lo esperaban, lanzando piedras al abismo por el que discurría el ejército cartaginés, elefantes incluidos. Allí dejaron su vida muchos soldados y muchos de estos valiosos animales. Pero finalmente, habían conseguido su propósito. Habían cruzado la gran cadena montañosa y estaban en territorio de Roma. ¿Había cometido Aníbal una locura internándose en Italia donde le esperaban las invencibles legiones romanas?

Choque de titanes
Anibal había perdido muchos hombres y elefantes al cruzar los Alpes, y había tenido que enfrentarse a algunas tribus galas, pero también reclutó bastantes soldados, unos 14.000, y lo tuvo más fácil por el hecho de que muchos querían tomarse la revancha contra unos romanos que acababan de conquistarles. Ahora se encontraban en la península Itálica, y allí se iba a encontrar con las legiones romanas junto al río Tesino. Publio Cornelio Escipión ya se había unido, con un pequeño destacamento, a las legiones de Lucio Manlio Vulso y Cayo Atilio Serrano. Los demás habían vuelto a Hispania con su hermano Cneo. Escipión se puso al mando. Se iba a producir el primer choque.

Era el año 218 a.C. Los romanos se tomaron el enfrentamiento como una simple escaramuza, y el resultado fue que tuvieron que salir huyendo a toda prisa, pues los galos, iberos y demás mercenarios eran más fieros de lo esperado. No hubo vencedores ni vencidos, pero a Publio estuvo a punto de costarle la vida al verse herido y rodeado de muchos contrarios. Finalmente, alguien llegó blandiendo la espada a diestro y siniestro. Era un valeroso soldado romano que venía acompañado de cuatro o cinco soldados más y que parecían no dejarlo solo en ningún momento. Entre todos consiguieron sacar de allí al general, que pudo salvar su vida. Su salvador había sido, ni más ni menos que Publio Cornelio Escipión hijo, que con solo 17 años estaba allí luchando, junto a su padre, que a pesar de haber recibido instrucciones de éste de mantenerse en la retaguardia, estaba allí. Era evidente que le había desobedecido, y gracias a eso había conseguido salvarle. 

Hay quien dice, que Aníbal, que observaba desde un lugar elevado, había visto la escena y había quedado fascinado por la heroicidad del que desde la distancia ya le había parecido un muchacho. Lo que quizás no imaginaba Aníbal era que este muchacho iba a darle mucha guerra. Más de la deseada. No tardarían mucho en enfrentarse de nuevo, y esta sí iba a ser una gran batalla, la batalla de Trebia. De Sicilia habían llegado refuerzos, y el día del solsticio de invierno, la caballería romana cruzó el río y chocó contra los cartagineses. La caballería de Anibal comenzó a rodear entonces a los romanos mientras los elefantes embestían de frente. Y cuando peor lo estaban pasando éstos, salió de un bosque cercano Magón y sus soldados. Magón Barca, hermano de Aníbal, otro buen elemento. Atacaron estos la retaguardia romana que ahora se veía rodeada por todas partes y se abrieron paso como buenamente pudieron para escapar de una trampa mortal. Aníbal, esta vez, sí había conseguido una gran victoria. 

La victoria de Trebia no iba a ser la única. Además de buen estratega, Aníbal era hábil en ganarse a los habitantes de la península Itálica, y así, iba sumando ciudades que se hacían sus aliadas. Roma tenía ahora muchas razones para estar preocupada, pues nada parecía poder parar a un enemigo más temible de lo que habían pensado en un principio. 


Cannae, la batalla más sangrienta jamás contada
Quinto Favio Máximo, como dictador romano, quería evitar un nuevo enfrentamiento en campo abierto, así que decidió desgastar los ejércitos de Aníbal mediante guerrillas o emboscadas. Pero la población romana pedía más. Querían que de una vez por todas derrotaran al invasor que había dejado el orgullo del imperio en muy mal lugar. Y como esta táctica no gustaba a los romanos, los poderes del dictador no fueron renovados. (La dictadura romana consistía en otorgar a alguien poderes extraordinarios en tiempos difíciles.) Así que, cuando fueron elegidos los cónsules Cayo Terencio Varrón y Lucio Emilio Paulo, éstos decidieron acabar de una vez por todas con Aníbal. Roma acumuló un ejército cercano a los 80.000 soldados a los que hay que añadir 6.400 de caballería. Por su parte, Aníbal contaba con unos 50.000 hombres y más de 10.000 de caballería. Con un ejército superior en número, los romanos estaban seguros de su victoria, y sin embargo, fue el propio Aníbal quien desencadenó la batalla. 

Podía haberse escondido, haber jugado al ratón y al gato o haber esperado un momento más propicio, sin embargo, asaltó los almacenes de víveres de la ciudad de Cannas, y allí se mantuvo hasta la llegada del gran ejército romano. Y durante el tiempo que esperó, no perdió el tiempo, sino que se dedicó a estudiar el terreno. Los romanos no estaban dispuestos a cometer más errores, así que nada de enfrentamientos en lugares donde pudieran esconderse parte de las tropas para atacar por sorpresa. Allí no había bosques ni montañas donde esconderse. Allí solo había un río. El río Audifus. Nada más comenzar el enfrentamiento, se dejó notar el estudio que Aníbal había hecho del terreno y de la climatología. El viento les venía de cara a los romanos, y esto les impedía ver con claridad hacia dónde avanzaban, debido a la gran polvareda que ambos ejércitos levantaban. Por el ala izquierda romana y derecha cartaginesa, el río, por el lado opuesto, la caballería. Y la caballería cartaginesa, que además de ser más numerosa, la formaban mejores caballos, no tardó en derrotar a la romana. 

Pero en el centro de la batalla, las cosas eran distintas, y la superioridad numérica romana empujaba con fuerza, hasta hacer retroceder a sus oponentes son suma facilidad. Y esto es lo que perseguía Aníbal, dejarlos avanzar con facilidad, hasta hacerles creer que las llevaban todas consigo. En un frente tan amplio, en medio de una gran polvareda, es imposible saber lo que pasa desde un extremo a otro, y lo que estaba pasando es que los cartagineses, a la vez que retrocedían, se estaban abriendo en media luna, hasta albergar en su interior a la totalidad de los romanos, que se vieron rodeados completamente en el momento que la caballería volvió por la retaguardia, ya que, supuestamente estaban persiguiendo al resto de la caballería romana. Los romanos estaban perdidos. 

La derrota romana fue la más dura inflingida hasta el momento y se encuentra entre las dos más costosas en vidas humanas. En ella perdieron la vida la asombrosa cantidad de entre 50.000 y 70.000 soldados romanos y unos 6.000 cartagineses. Fue un duro golpe para Roma, algo impensable y humillante. Tan vergonzoso para el senado romano, que las legiones sobrevivientes fueron desterradas a Sicilia. Reflexión: ¿Cómo es posible que más de 80.000 hombres, nada menos que pertenecientes a las poderosas y disciplinadas legiones romanas, perdieran esta batalla ante un enemigo inferior en número y supuestamente menos disciplinado? 

Se habla de que los romanos habían entrado todos en batalla y se estorbaban unos a otros, con poco margen de maniobra y de ahí que al verse rodeados se aplastaran ellos mismos unos a otros. Se habla de que el día anterior los cartagineses habían dejado sin agua a los romanos, por lo que podían sufrir deshidratación. Se habla del viento y el polvo en contra. Se habla de un exceso de confianza, a pesar de las derrotas anteriores. Pero hay dos cosas que a mi se me antojan más decisivas. Primero, nadie habla de que el ejército, demasiado abultado quizás, se había formado después de las anteriores derrotas, y gran número de ellos eran demasiado jóvenes, sin mucha experiencia. También había muchos aliados, y esto supone, no demasiada coordinación. Pero hay algo que es clave en todo esto, y es la falta de un general al mando. Porque mientras Aníbal mandaba y era respetado entre sus filas, en el lado romano mandaban dos, nada menos que dos cónsules, que no es que fueran malos estrategas, pero eran rivales. Uno mandaba un día y otro mandaba al día siguiente. Y Aníbal, conocedor de esta norma, jugó con ellos. Fue la descoordinación de sus cónsules lo que llevo al desastre a su ejército. Y esta descoordinación por el afán de mando, parece ser que se hereda, y se nota que España es romana, pues muchos siglos después, otros desastres vinieron causados por disparates semejantes.

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