Tanto Monta, la historia de Isabel y Fernando


La historia de Isabel y Fernando

1

Enrique IV, el Impotente

CorrĆ­a el aƱo 1469, en Valladolid se casan en secreto dos jĆ³venes: Isabel, infanta de Castilla y Fernando, prĆ­ncipe heredero de AragĆ³n. Ella tiene 18 aƱos. Ɖl tiene 17. Se casan en secreto porque el vĆ­nculo entre los dos reinos supone una amenaza para Enrique IV, actual rey de Castilla, y sobre todo para su heredera Juana. Enrique es hermano paterno de Isabel, y estĆ” dispuesto a hacer cualquier cosa por impedir la boda. Sabe que su hija Juana no las tiene todas consigo para heredar el trono y teme que el vĆ­nculo con AragĆ³n sea determinante para que Isabel se haga con la corona. Pero, por quĆ© teme Enrique que a su hija, supuestamente legĆ­tima heredera, le sea arrebatado su derecho? Pues porque muchos no creĆ­an que Juana fuera verdaderamente su hija, sino de su valido BeltrĆ”n de la Cueva.

Enrique era el primogĆ©nito de Juan II de Castilla y MarĆ­a de AragĆ³n. Juan quedĆ³ viudo en 1445 y volviĆ³ a casarse con Isabel de Portugal, de cuyo matrimonio nacerĆ­an Isabel y Alfonso. En 1454 morĆ­a Juan y su primogĆ©nito era proclamado rey como Enrique IV. VendrĆ­an tiempos muy convulsos con este reinado que durarĆ­a 20 aƱos. Enrique tenĆ­a 29 aƱos cuando heredĆ³ la corona, tenĆ­a bastante experiencia polĆ­tica a sus espaldas, ya que el reinado de su padre tampoco habĆ­a sido una balsa de aceite y habĆ­a tenido que lidiar con los principales magnates de la Ć©poca. Algunos de ellos, como Ɓlvaro de Luna, acabaron decapitados, otros, como Juan Pacheco, se habĆ­an ganado el favor del prĆ­ncipe y acapararon mĆ”s poder de la cuenta.

Ahora ya como rey, Enrique se propone reformar un reino que estĆ” en horas bajas y firmar acuerdos con AragĆ³n, Francia y Portugal. Se rodea de hombres de confianza como Juan Pacheco, su hermano Pedro GirĆ³n y BeltrĆ”n de la Cueva. Cerrados estos frentes se propone ahora emprender la lucha contra Granada, Ćŗltimo reino moro que queda en la penĆ­nsula, aunque sus incursiones resultan ser demasiado caras poco exitosas; y como los nobles tampoco estĆ”n demasiado entusiasmados en aportar recurso, las campaƱas quedan aplazadas.

Y como todo rey que se precie de serlo, necesitaba una reina, asunto que resuelve durante las negociaciones con Portugal, donde queda pactada su boda con la infanta Juana de AvĆ­s, hermana de Alfonso V de Portugal. El caso es que, Enrique ya estaba casado. ¿Entonces, por quĆ© buscĆ³ otra esposa? Ya se habĆ­a casado a los 15 aƱos con Blanca de Navarra, tambiĆ©n de 15 aƱos, hija de Juan II de AragĆ³n (que tambiĆ©n fue rey consorte de Navarra) y por lo tanto medio hermana de Fernando, el futuro marido de Isabel.

No, por supuesto que el divorcio no existĆ­a y las separaciones eran complicadas en la Ć©poca, pero habĆ­a un asunto que permitirĆ­a buscar una fĆ³rmula para anular el matrimonio. Una fĆ³rmula que puede calificarse de ridĆ­cula, al menos hoy dĆ­a, porque en aquel momento funcionĆ³. Se argumentĆ³ que el rey habĆ­a sido vĆ­ctima de un hechizo que lo dejĆ³ impotente, y como tal, le habĆ­a sido imposible consumar su matrimonio con la navarra. Muy raro todo esto, pues se supone que si eres impotente tampoco vas a funcionar con otra; o quizĆ” sĆ­, la portuguesa lo ponĆ­a mĆ”s cachondo, vete tĆŗ a saber.

Enrique fue conocido desde entonces con el sobrenombre de “el Impotente”, o puede que ya lo conocieran por este mote, porque su impotencia fue hecha pĆŗblica mucho antes. Cuentan los cronistas de la Ć©poca que Enrique jamĆ”s sintiĆ³ interĆ©s por su primera esposa y por eso nunca consumĆ³ su uniĆ³n. Esto fue lo que escribieron en su dĆ­a:
«La boda se hizo quedando la princesa tal cual naciĆ³». «Durmieron en una cama y la princesa quedĆ³ tan entera como venĆ­a»

¿Por quĆ© estĆ”n los cronistas tan seguros de que el chaval no le metiera mano? Pues porque en la Corte tenĆ­an ya la mosca detrĆ”s de la oreja al ver que la parejita no daba descendencia e hicieron venir a los mĆ©dicos a ver quĆ© cable era el que no daba corriente. Estudiada a fondo la muchacha, y viendo que estaba sana como una rosa, decidieron estudiar al pollo, llegando a la conclusiĆ³n de que no funcionaba.

«Los fĆ­sicos y cirujanos vinieron a curarlo, hicieron manifestaciĆ³n pĆŗblica de su impotencia y por esta causa vino en aborrecer a su esposa, mandĆ”ndola salir de su reino, pesĆ”ndole a todos la injusticia».
En su momento, esta disfunciĆ³n fue achacada a los excesos de juventud, ya que por lo visto fue un juerguista. ¿Juerguista antes de los 15 aƱos? Y luego hablan de la juventud de hoy en dĆ­a. Pero esto es lo que cuentan de Enrique:
«Abusos y deleites que la mocedad suele demandar y la honestidad debe negar, de los que hizo hĆ”bito, y de ahĆ­ vino la flaqueza de Ć”nimo y disminuciĆ³n de su persona.»
Cuesta creer que antes de los 15 aƱos ya fuera un vivalavirgen y todo apunta a que son habladurĆ­as, ya que Enrique se habĆ­a ganado un buen nĆŗmero de enemigos durante los Ćŗltimos dĆ­as del reinado de su padre, que tuvo sus mĆ”s y sus menos con el tal Ɓlvaro de Luna. Enemigos que iban a poner inmediatamente en marcha una campaƱa de difamaciĆ³n contra Enrique. Es por eso que todo cuanto cuentan los cronistas de la Ć©poca hay que cogerlo con pinzas. Pero sea como fuere, aquĆ­ lo tenemos, dispuesto a casarse de nuevo.

Faltaba un Ćŗltimo detalle, el mĆ”s importante de todos y que incumbĆ­a muy mucho a la parte portuguesa: todo matrimonio entre familias reales se hacĆ­a con unos intereses polĆ­ticos que no son otra cosa que contraer alianzas. Y la reafirmaciĆ³n y confirmaciĆ³n de toda alianza se producĆ­a con la descendencia nacida de estos matrimonios. Pero en vista de que Enrique era impotente... ¡No! No habrĆ­a problema, Enrique era vĆ­ctima de un hechizo, pero solo afectaba al matrimonio con la navarra. Pero los portugueses no se fiaban y hubo que aportar pruebas.

Enviaron emisarios a los prostĆ­bulos que creĆ­an frecuentados por Enrique y se interrogĆ³ a toda mujer que supuestamente habĆ­a sido su amante. Todas dijeron que sĆ­, que Enrique era un semental con el brĆ­o de un morlaco, el tĆ­pico macho ibĆ©rico. Aun asĆ­, los clĆ©rigos que se encargaron de la anulaciĆ³n de su matrimonio con Blanca exigieron unas clĆ”usulas donde debĆ­a quedar claro que si en un plazo de tres aƱos y medio no habĆ­a descendencia el matrimonio con Juana quedarĆ­a invalidado y debĆ­a volver con la navarra. «Si no obiese hijo o hija, tornase a tomar por mujer a la Princesa Blanca». Esta clĆ”usula nunca llegĆ³ a cumplirse, aunque hubo motivos para acudir a ella.

Luis VĆ”zquez de AcuƱa, obispo de Segovia anulĆ³ el matrimonio y poco despuĆ©s llegaba la confirmaciĆ³n del papa NicolĆ”s V, que ya de paso enviaba tambiĆ©n la dispensa para que Enrique se casara con su prima Juana la portuguesa. En mayo de 1555 se casaban en CĆ³rdoba. Pasaron los tres aƱos y medio y no hubo descendencia. Ni a los cuatro, ni a los cinco. Tiempo suficiente para que, contrato en mano, se anulara el matrimonio y Enrique tuviera que admitir de vuelta a Blanca, pero habĆ­a problemas de sobra en el reino como para averiguar si los reyes cumplĆ­an en la cama.
Enrique encargĆ³ brebajes de todo tipo a sus embajadores italianos. Hubo expediciones a Ɓfrica para que cazaran rinocerontes y le trajeran el mĆ­tico cuerno de unicornio. Vino tambiĆ©n a verlo un reputado mĆ©dico alemĆ”n. Pero todo fue inĆŗtil, Enrique no conseguĆ­a procrear. ¿Impotencia, esterilidad, un nuevo hechizo? Esto Ćŗltimo fue lo que el pueblo empezĆ³ a creer. Y entonces, Enrique comenzĆ³ a adoptar un estilo de vida bastante desordenado y escandaloso. Y en esta conducta, es donde viene a quedar claro cuĆ”l era el verdadero problema de Enrique.

El historiador, mĆ©dico y cientĆ­fico don Gregorio MaraĆ±Ć³n hizo un anĆ”lisis profundo sobre la impotencia de Enrique IV y afirma lo siguiente:
«EstĆ”, sin duda, relacionada con su inclinaciĆ³n homosexual, su famosa aficiĆ³n a los Ć”rabes de los que, como es sabido, tenĆ­a a su lado una abundante guardia, con escĆ”ndalo de su reino y aun de la cristiandad. Es sabido que en esta fase de la decadencia de los Ć”rabes espaƱoles, la homosexualidad alcanzĆ³ tanta difusiĆ³n que llegĆ³ a convertirse en una relaciĆ³n casi habitual y compatible con las relaciones normales entre sexos distintos.»

Las pinturas de la Ć©poca dejan claro que Enrique se sentĆ­a atraĆ­do por la vestimenta y decoraciĆ³n mora, nada que objetar. Alfonso VI tambiĆ©n se sentĆ­a atraĆ­do por esta decoraciĆ³n que llegĆ³ a la corte de la mano de su amante mora y luego esposa Zaida. Pero aquĆ­ los amantes de Enrique eran los componentes de su guardia personal mora, heredada de su padre. Si hacemos caso a los comentarios que salĆ­an filtrados de palacio, Enrique montaba verdaderas orgĆ­as con los moros a las que asistĆ­a sin problemas su esposa Juana. Una inmoralidad que criticaba e irritaba al pueblo. Y por si fuera poco, Enrique se permitiĆ³ tener una aventura, esta vez con una mujer, Guiomar de Castro, dama de compaƱƭa de la reina.

¿QuĆ© le ocurrĆ­a realmente a Enrique? DespuĆ©s de todo lo visto y leĆ­do de historiadores y expertos, podemos concluir sin equivocarnos demasiado que Enrique padecĆ­a un trauma provocado por su prematuro y obligado matrimonio con Blanca. Desde muy joven se sintiĆ³ atraĆ­do por la guardia mora de su padre. Blanca no le atraĆ­a en absoluto, y verse obligado a mantener relaciones con ella para dar a los demĆ”s el esperado heredero le provocĆ³ un trauma que acabĆ³ en impotencia. Las orgĆ­as montadas con la guardia mora donde asistĆ­a Juana pudieran ser una forma de excitaciĆ³n para tener a la reina cerca en el momento oportuno y dejarla embarazada, y su aventura con la dama de compaƱƭa una forma de estimularse y comprobar si funcionaba con otras mujeres. (Esto es solo una opiniĆ³n personal del que escribe). Nada de esto dio resultado. ¿O sĆ­? Porque Juana llegĆ³ a quedarse por fin embarazada.

Todo esto parece cierto, pues lo afirman los cortesanos de palacio, aunque lo exageren los cronistas que se empeƱaban en difamar la figura de Enrique. Fueron estos cronistas los que consiguieron que el pueblo aborreciera a Enrique y volvieran la vista a otra parte, donde permanecƭan olvidados el resto de la familia real que Enrique no quiso tener a su lado una vez muerto su padre. Confinados en el castillo de ArƩvalo, en Ɓvila, estaban Isabel de Portugal, segunda esposa de Juan II, y junto a ella sus hijos Isabel y Alfonso, medio hermanos de Enrique. Pero el rey tenƭa ademƔs otros problemas: los continuos conflictos con la nobleza.

Desde la caĆ­da de Roma se fue instaurando un sistema de gobierno por el cual unos vasallos se ponĆ­an al servicio de un seƱor. Magnates con tĆ­tulos nobiliarios que gobernaban y defendĆ­an parte del reino a cambio de privilegio otorgados por la corona. De esta manera la nobleza llegĆ³ a alcanzar tanto poder que en ocasiones no les era demasiado difĆ­cil poner en jaque al rey. Fue el caso de Ɓlvaro de Luna, que finalmente acabĆ³ decapitado. Muerto Juan II habĆ­an emergido alrededor de Enrique otros magnates que, como cuervos carroƱeros se disputaban el enorme patrimonio que habĆ­a dejado el Luna. El mĆ”s peligroso de todos Juan Pacheco, pues como ayo y valido era el mĆ”s cercano al rey. Ante el riesgo que corrĆ­a, Juana Pimentel, la viuda del Luna actuĆ³ con un golpe de efecto casando a su hija con ĆĆ±igo LĆ³pez de Mendoza, nieto y heredero del marquĆ©s de Santillana. Ahora, la viuda del Luna y toda su fortuna pasaban a formar parte del poderosĆ­simo clan de los Mendoza y Pacheco se quedaba con dos palmos de narices y cagĆ”ndose en su pm. Porque por mucho que fuera el ayo de Enrique, los Mendoza siempre habĆ­an sido fieles a la corona y el rey no se atreverĆ­a a ir contra ellos. En cualquier caso, Pacheco era un tipo muy peligroso.

[caption id="" align="alignnone" width="322"] Juan II de AragĆ³n[/caption]

Los problemas de Juan II de AragĆ³n

El rey Juan II de AragĆ³n, hijo de Fernando de TrastĆ”mara (conocido tambiĆ©n como Fernando de Antequera) tenĆ­a un gran problema en CataluƱa y andaba intentando aplacar una guerra que duraba ya demasiado. Todo empezĆ³ con la revuelta de 1460 despuĆ©s de que los catalanes se sublevaran por haber encarcelado a su propio hijo, Carlos de Viana (Viana era el tĆ­tulo que recibĆ­an los herederos a la corona de Navarra). ¿Por quĆ© encarcelĆ³ Juan II a su hijo? Vamos a verlo, pero antes, una curiosidad en la que algunos habrĆ”n reparado: aquĆ­ hay Juanes por todas partes y mĆ”s que irĆ”n apareciendo: Juan II de Castilla, Juana de Portugal y ahora este Juan II de AragĆ³n, en fin, siglos atrĆ”s abundaron los Alfonsos y a finales del siglo XV son los Juanes y las Juanas.

A la muerte de Carlos III de Navarra, su hija Blanca hereda la corona y Juan, que estaba casado con ella pasa a ser rey consorte. De su matrimonio con Blanca nacerĆ­a su hijo Carlos, un niƱo que le iba a traer muchos disgustos. Blanca muriĆ³ dejando un testamento envenenado. Siendo Juan rey consorte, el heredero a la muerte de Blanca debĆ­a ser su hijo, y Juan, como extranjero, debĆ­a abandonar Navarra, eran ese tipo de clĆ”usulas que se recogĆ­an en las extraƱas capitulaciones de aquellos matrimonios polĆ­ticos de conveniencia. Sin embargo, Blanca no quiso perjudicar a su marido y redactĆ³ un testamento en el cual pretendĆ­a beneficiarlo, aunque el efecto que provocĆ³ fue el de un follĆ³n familiar del copĆ³n. En Ć©l decĆ­a lo siguiente respecto a la sucesiĆ³n:
«Y aunque el prĆ­ncipe, nuestro muy amado hijo, pueda, despuĆ©s de nuestra muerte (habla en plural pero se refiera a su muerte, la de ella), por causa de herencia y derecho reconocido, intitularse y nombrarse rey de Navarra y duque de Nemours, no obstante, por guardar el honor debido al seƱor rey su padre, le rogamos, con la mayor ternura que podemos, de no querer tomar estos tĆ­tulos sin el consentimiento y la bendiciĆ³n del dicho seƱor padre»
Blanca dejaba en herencia la corona a su hijo, sin embargo, le rogaba tiernamente no tomar los tĆ­tulos por respeto a su padre, sin el consentimiento y bendiciĆ³n de Ć©ste. Pero un ruego no es una prohibiciĆ³n, y asĆ­ lo entendiĆ³ el niƱo. No lo entendiĆ³ asĆ­ el padre, que interpretĆ³ que si Ć©l no daba su aprobaciĆ³n no podrĆ­a ser rey. Aquellos tiras y aflojas no llevaron a otra cosa que a una guerra civil entre padre e hijo.

El 23 de octubre de 1451 los beamonteses, partidarios de Carlos, y los agramonteses, partidarios de Juan, se enfrentaron en Aibar, donde Carlos fue derrotado y hecho prisionero. Sin embargo Juan decide finalmente dejarlo en libertad despuĆ©s de llegar a un acuerdo con Ć©l. Nada mĆ”s verse libre, Carlos corre a NĆ”poles buscando a su tĆ­o Alfonso para pedirle que interceda por Ć©l. Alfonso V de AragĆ³n era tambiĆ©n rey de CerdeƱa, de Cicilia, de Mallorca, y algunos sitios mĆ”s. Y se ve que el tĆ­o tenĆ­a debilidad por el sobrino y pidiĆ³ a su hermano Juan que le dejara reinar en Navarra: ¡pero hombre, Juanito, para quĆ© coƱo quieres tĆŗ reinar en Navarra, con lo bestias que son por allĆ­! A cambio lo nombrĆ³ lugarteniente de AragĆ³n y CataluƱa, mientras Ć©l se ocupaba de algunos asuntos allĆ” en Italia.

Juan no perdiĆ³ el tiempo y gobernĆ³ apoyando a los mĆ”s desfavorecidos, los payeses catalanes, al tiempo que se ganaba la enemistad de los nobles, cosa que le vendrĆ­a muy bien a su hijo Carlos para conspirar de nuevo contra su padre. Su tĆ­o Alfonso morĆ­a poco despuĆ©s en 1458 y como no tenĆ­a descendencia, Juan heredaba la corona de AragĆ³n para disgusto de la nobleza catalana. Carlos de Viana esperaba, como primogĆ©nito, ser tambiĆ©n heredero de la corona aragonesa. Pero Juan se la tenĆ­a echĆ” en agua y dijo que nanai. Para eso tenĆ­a ya otro hijo mĆ”s noble nacido de Juana, el heredero de la Corona de AragĆ³n serĆ­a Fernando (ya es raro que no le llamaran Juan).

Fernando naciĆ³ el 10 de marzo de 1452 en Sos estando su padre inmerso en las disputas contra su medio hermano Carlos de Viana. Su madre, Juana EnrĆ­quez, cuando vio llegado el momento saliĆ³ de Navarra porque querĆ­a que su hijo naciera en territorio AragonĆ©s. Ella intuĆ­a que algĆŗn dĆ­a serĆ­a el heredero y no querĆ­a que nadie pudiera decir que los gobernaba un rey forastero. A los seis aƱos ya recibiĆ³ de su padre los tĆ­tulos de duque de Montblanc y conde de Ribagorza. No serĆ­an los Ćŗltimos.

En 1460 se firmaba en Barcelona un nuevo acuerdo de reconciliaciĆ³n entre Juan II y su hijo Carlos, que esperaba ser reconocido heredero a la Corona de AragĆ³n, pero Juan estaba ya muy resentido con su hijo navarro y tenĆ­a los ojos puestos en Fernando. Carlos no cumplĆ­a los acuerdos y constantemente acudĆ­a en busca de apoyos para conspirar contra su padre. Por tanto, Carlos se quedaba sin que se reconociera su primogenitura.
Aquello no hizo mƔs que aumentar la inquina de Carlos por su padre, llevƔndole a conspirar de nuevo llegando a ciertos acuerdos con el rey de Castilla. A Enrique le venƭa muy bien deshacerse de su hermanastra Isabel casƔndola con Carlos, y de esta manera Ʃl contraƭa vƭnculos con Castilla para fortalecerse contra su padre.

Enterado Juan II, a travĆ©s de sus espĆ­as, ordenĆ³ detenerlo. Cuentan que le presentaron un documento que demostraba las intenciones de Carlos, pero no pudo verlo porque las cataratas lo habĆ­an dejado ciego. Un mĆ©dico judĆ­o de Barcelona le devolverĆ­a la vista poco despuĆ©s operĆ”ndole. La detenciĆ³n reavivĆ³ la guerra civil en Navarra y provocĆ³ un levantamiento en CataluƱa, que serĆ­a el prĆ³logo de otra guerra civil. Juan tuvo que ponerlo de nuevo en libertad. Carlos entra de manera triunfal en Barcelona apoyado por los nobles que ven en Ć©l un sĆ­mbolo. Y mientras tanto los beamonteses se levantan otra vez en Navarra apoyados por un ejĆ©rcito Castellano; Enrique IV mete las narices en Navarra.

Juan no puede atender tantos frentes y por eso su esposa Juana intenta negociar con Carlos, que en ese momento se encuentra arropado por los nobles catalanes. El acuerdo se firma, Carlos consigue que le sea reconocida su primogenitura y ademĆ”s introduce unos capĆ­tulos imposibles de cumplir: los nobles catalanes, intentando pillar tajada, quieren hacerse con el control de los castillos navarros. TambiĆ©n quedaba prohibida la entrada del Rey a CataluƱa sin el permiso de las autoridades. Y varias insolencias mĆ”s por el estilo, de las cuales se desprende que Carlos no era mĆ”s que una mera marioneta entre la oligarquĆ­a catalana. El 24 de junio se celebra en la catedral de Barcelona la solemne proclamaciĆ³n de Carlos de Viana como Lugarteniente General de CataluƱa. El 31 de julio se reconoce, ademĆ”s, su primogenitura. Poco le durĆ³ su entusiasmo. Durante los tres meses que ejerciĆ³ como gobernante fue manipulado al antojo de la nobleza, la cual lo trataban como a un inĆŗtil, en realidad nunca fue tan fiero y sus enfrentamientos con su padre siempre obedecieron al deseo y manipulaciĆ³n de quienes lo rodearon tanto en Navarra como en CataluƱa.

Carlos de Viana morĆ­a en Barcelona el 23 de septiembre de 1461, con 40 aƱos de edad. Juana FernĆ”ndez, su madrastra fue acusada de haberlo envenenado y Juan de haber ordenado su ejecuciĆ³n. Nadie pudo averiguar nunca cĆ³mo muriĆ³, Juan II recuperaba la gobernaciĆ³n de CataluƱa y dejĆ³ bien claro su enojo por tales acusaciones, tenĆ­a por delante un largo conflicto, pero todo aquello dejaba vĆ­a libre para que nada se interpusiera en el ascenso al trono de Fernando.


2

La Biga y la Busca

Fernando tiene solo nueve aƱos cuando se ve convertido en heredero. La guerra catalana va a ser el ambiente donde crezca, un ambiente cargado de intrigas y conspiraciones, porque la oligarquĆ­a catalana estĆ” dispuesta a romper con Juan II a cualquier precio. Ofrecen la corona a Enrique IV con tal de que los ayude a derrocarlo, pero Enrique no estĆ” dispuesto a meterse en un avispero de tales dimensiones. La corona serĆ” ofrecida tambiĆ©n a otros personajes al otro lado de los pirineos y Juan tendrĆ” que lidiar con ellos. Sin embargo el rey aragonĆ©s es perro viejo y sabe desenvolverse perfectamente donde otros no quieren entrar ni siquiera bajo la promesa de obtener un extenso reino como era el de la Corona de AragĆ³n. Y de todo este ambiente tan convulso, con un excelente maestro como fue su padre, aprendiĆ³ Fernando todo lo acerca del arte de la guerra y de la polĆ­tica.

¿Y por quĆ© los catalanes le tenĆ­an tanta manĆ­a a Juan II? Pues porque allĆ­ se vivĆ­a por aquella Ć©poca un galimatĆ­as, que todo aquel que metiera las narices saldrĆ­a mal parado. ¿Tan grave era lo que ocurrĆ­a en CataluƱa? Veamos. ExistĆ­an dos bloques polĆ­ticos compuestos por burgueses que se hacĆ­an llamar la Biga y la Busca (Viga y Astilla). La Biga la integraban quienes creĆ­an que eran el soporte (de ahĆ­ lo de viga) de la sociedad catalana y que se hacĆ­an llamar Ciutadans Honrats. Son mercaderes, terratenientes con privilegios y grandes seƱorĆ­os y castillos que viven de las rentas y tienen el control del poder municipal.

La Busca es la astilla desprendida de la viga, y la componen los mercaderes y artesanos que quieren hacer cumplir los privilegios y libertades. Y es a estos y a los sectores mĆ”s desfavorecidos a los que apoyarĆ” el rey Juan II, ya que su hermano Alfonso habĆ­a mantenido con ambos partidos una relaciĆ³n ambigua intentando contentar a todos y no enemistarse con ninguno, ya que el dinero de unos era tan vĆ”lido como el de los otros. Pero Juan fue directo al grano y prefiriĆ³ no contentar a unos “ciutadans” que de “honrats” tenĆ­an bien poco. Por supuesto, el tema darĆ­a para muchĆ­simo mĆ”s, pues no todo fue tan simple como ponerse de parte de los desfavorecidos y en contra de los tiranos. En el fondo, tanto unos como otros iban buscando lo mismo, hacerse con el poder, y nadie sabe por quĆ© Juan no los mandĆ³ a todos a tomar por culo y se marchĆ³ de allĆ­. Pero no se marchĆ³, y para 1468, aunque no los apaciguĆ³ del todo, consiguiĆ³ tenerlos controlados al ganarse el apoyo de Valencia y Mallorca, los otros territorios de la corona de AragĆ³n, y sobre todo de la mayor parte del clero. Y aparte de controlar a la burguesĆ­a catalana, ¿quĆ© otra cosa consiguiĆ³ Juan? Llevar al reino al borde de la ruina tras tantos aƱos de guerra.

En Castilla mientras tanto, las arcas no estĆ”n tan vacĆ­as, pero sufre una crisis polĆ­tica de grandes dimensiones. La nobleza anda envuelta en disputas por el poder econĆ³mico y polĆ­tico, debilitando cada vez mĆ”s la figura del rey. ¿Por quĆ© los reyes dependĆ­an tanto de la nobleza? La cosa viene de lejos, (ya se ha contado antes) del llamado sistema feudal. El poder estaba repartido entre condes y magnates y el rey no tenĆ­a ejĆ©rcito propio, mĆ”s allĆ” de una guardia real. Cuando el rey se enfrascaba en alguna guerra tenĆ­a que echar mano de estos condes, marqueses o lo que fueran, y estos acudĆ­an en su ayuda, a luchar por el rey. En ocasiones la nobleza formaba ligas o bloques que eran contrarios a las ideas de otros bloques, mĆ”s o menos como lo que ocurre con los partidos polĆ­ticos actuales. Para tenerlos de su parte, a veces habĆ­a que hacer demasiadas concesiones, por lo tanto, el rey iba debilitĆ”ndose cada vez mĆ”s hasta el extremo de que la nobleza podĆ­a manejarlo a su antojo. Aquel bloque que mĆ”s poder tuviera, podĆ­a fortalecer al rey o por el contrario destronarlo y poner en su lugar a quienes ellos les placiera. A la altura de 1460 presionaban a Enrique a nombrar heredero a su hermanastro Alfonso, ya que Juana aĆŗn no le habĆ­a dado descendencia.

El jiennense BeltrƔn de la Cueva

Pero he aquĆ­ que Juana, la esposa de Enrique, se queda embarazada. SĆ­, el impotente iba a tener descendencia. El 28 de febrero de 1462 nacĆ­a en Madrid una niƱa que llamarĆ­an Juana. Alfonso ya no tenĆ­a por quĆ© ser el heredero y Juana recibĆ­a el tĆ­tulo de Princesa de Asturias. Esto mandaba al traste los planes de los que ya habĆ­an comenzado a moldear, segĆŗn sus conveniencias, al joven Alfonso. AsĆ­ que la liga de los nobles favorables a su hermanastro se reuniĆ³ para decidir quĆ© hacer, y lo que decidieron fue mostrar su rechazo a la niƱa. Sus argumentos: que Juana no era hija de Enrique, sino de BeltrĆ”n de la Cueva. DespuĆ©s de todo lo que hemos leĆ­do sobre la impotencia y homosexualidad de Enrique, no es de extraƱar que muchos pensaran que Juana no era hija suya; y aunque tambiĆ©n pudiera ser que Enrique llegara a superar los continuos gatillazos y al fin consiguiera engendrar, cosa que nunca sabremos, el caso es que todo el mundo estaba convencido de que Juana no llevaba su sangre, por lo que, era inaceptable que una bastarda heredara el trono de Castilla.

¿Y quiĆ©n era BeltrĆ”n de la Cueva? Pues era un jiennense, de ƚbeda concretamente, perteneciente a una familia de nobles venida a menos. Su padre era Diego FernĆ”ndez de la Cueva, Vizconde de Huelma. Ya hemos hablado del tema y hemos visto que estas familias podĆ­an subir como la espuma, pero tambiĆ©n podĆ­an caer a plomo, dependiendo de los favores que prestaras a la corona y de los privilegios que recibieras de Ć©sta. No sabemos cuĆ”l fue el caso de esta familia, pero sĆ­ que a BeltrĆ”n le vino muy bien encontrarse con Enrique mientras andaba por JaĆ©n, en una de sus campaƱas contra los moros de Granada. Fue en 1456, BeltrĆ”n tenĆ­a entonces 21 aƱos y por lo visto era bien parecido, tanto que, Enrique se fijĆ³ inmediatamente en Ć©l y le ofreciĆ³ un puesto en la corte.

Los vizcondes, sus padres, le ofrecieron alojamiento al rey durante aquellos dĆ­as y quedaron muy agradecidos por los privilegios ofrecidos a su hijo. Nada mĆ”s llegar a Madrid BeltrĆ”n se convirtiĆ³ en su mano derecha para malestar de su hasta entonces valido Juan Pacheco. El caso es que nadie puede asegurar que BeltrĆ”n se convirtiera en amante de Enrique, pero sĆ­ en su mayordomo, maestresala y hombre de confianza. No pararĆ­an ahĆ­ los honores; tambiĆ©n lo nombrĆ³ miembro de la Orden de Santiago y en 1460 le fue concedida la tenencia de la fortaleza de Carmona y el castillo de Ɓgreda. Un aƱos mĆ”s tarde entra en el Consejo Real, desplazando a Juan Pacheco, que se convertĆ­a desde aquel momento en su mayor enemigo. Pero aĆŗn habrĆ­a mĆ”s: en 1962, el aƱo en que naciĆ³ Juana, fue nombrado Conde de Ledesma, SeƱor de Cabra y SeƱor de MombeltrĆ”n.

Con el historial sexual que tiene Enrique, a Juan Pacheco no le es difĆ­cil emprender una campaƱa de desprestigio contra la que a partir de ahora va a recibir el mote de Juana, la Beltraneja, haciendo correr la voz de que la niƱa era hija de BeltrĆ”n de la Cueva. Y ahora es donde no se ponen de acuerdo los historiadores, y si no se ponen, es porque nadie sabe lo que allĆ­ ocurriĆ³, pero por suponer que no quede; y lo que se supone es que Enrique ya se llevĆ³ a BeltrĆ”n a la corte para que le hiciera el trabajo de traerle descendencia. Si ademĆ”s de eso, pillĆ³ algo mĆ”s del jiennense, eso tampoco lo sabremos nunca. Lo que sĆ­ sabemos es que se casĆ³ con MencĆ­a de Mendoza, hija de Diego Hurtado de Mendoza, MarquĆ©s de Santillana, uno de los mĆ”s importantes magnates del momento, cuya familia estaba permanentemente enfrentada a Juan Pacheco.

Alfonso tenĆ­a poco mĆ”s de diez aƱos, sus partidarios no dan su brazo a torcer, y unos y otros se enfrascan en una guerra civil. Mientras tanto Enrique intentaba buscar la soluciĆ³n. Primero propone en matrimonio a Juana con el infante Juan, rey de Portugal, luego propone que se case con su tĆ­o Alfonso, pero nada funciona. Hasta el rey Juan II de AragĆ³n se hace partidario de Alfonso. Enrique no puede mĆ”s, se rinde y termina reconociendo a su medio hermano como heredero. Pero la liga de los nobles va mĆ”s allĆ” y en 1465 nombran rey al pequeƱo Alfonso. Todo fue una farsa y asĆ­ se conoce este acto: “La Farsa de Ɓvila”. Enrique no se rinde y sigue reinando con el apoyo de los suyos. Sigue defendiendo los derechos de Juana.

Enrique alterna las batallas con la diplomacia y los pactos, y a pesar de que la guerra no se decanta a favor de ningĆŗn bando Enrique pierde la ciudad de Segovia, sede del tesoro, y se ve obligado a pactar. Como garantĆ­a de que cumplirĆ” sus pactos, debe entregar como prenda a su esposa Juana, que serĆ” recluida en el castillo de Alaejos al cuidado del obispo Alfonso de Fonseca. Y no solo Fonseca la cuidaba. El obispo tenĆ­a un sobrino, Pedro de Castilla y Fonseca, que la cuidaba tambiĆ©n, y la cuidĆ³ tanto que la dejĆ³ embarazada. Mientras tanto, la niƱa Juana quedarĆ” en casa de los Mendoza. Y entonces sucede algo inesperado. Alfonso, el hermano de Isabel y medio hermano de Enrique y rey de la liga de los nobles va y se muere. Con solo quince aƱos. Nadie supo ni sabrĆ” nuca de quĆ© muriĆ³, pero en aquel ambiente tan corrompido pudo suceder cualquier cosa. Era julio de 1468 y va a ser cuando entre en escena Isabel.

En un lugar de Castilla

Isabel naciĆ³ en Madrigal de las Altas Torres (Ɓvila) el 22 de abril de 1451. Hija de Juan II y de su segunda esposa Isabel de Portugal. Sabemos la fecha y que era Jueves Santo por una carta que enviĆ³ a Segovia su propio padre. «Fago vos saber que, por la gracia de nuestro SeƱor, este jueves prĆ³ximo pasado la Reyna doƱa Isabel, mi muy cara y muy amada muger, escaesciĆ³ de una Infante».

Los cronistas de la Ć©poca no escribieron demasiado sobre la infancia de Isabel ni sobre este pueblo, que para ellos no tenĆ­a demasiada importancia, ya que no podĆ­an imaginar que allĆ­ habĆ­a nacido una princesa que estaba destinada a cambiar la Historia de EspaƱa y del mundo. Pero en el momento de su nacimiento no era mĆ”s que una simple infanta sin posibilidad de optar a ser heredera, pues ni siquiera era primogĆ©nita, y encima mujer. En realidad, y segĆŗn afirman algunos expertos, en aquel nacimiento estaban puestas las esperanzas de Juan II, pues a sus 26 aƱos y tras 11 de matrimonio con Blanca de Navarra, Enrique no traĆ­a descendencia, y si no estaba asegurada la continuidad de la dinastĆ­a, lo mejor era cambiar de heredero. Pero para decepciĆ³n de Juan y demĆ”s chismosos de la corte, lo que naciĆ³ fue una niƱa. Y muy pocos eran los que pensaban que existieran mujeres con mĆ”s agallas que cien hombres para gobernar un reino.

De las pocas cosas que nos han llegado de su infancia sabemos que fue alimentada por una nodriza, nada extraƱo entre damas de alta alcurnia. Sabemos incluso su nombre: MarĆ­a LĆ³pez. Y sabemos tambiĆ©n que Isabel nunca perderĆ­a su apego por ella y le asignĆ³ una buena pensiĆ³n vitalicia. AƱo y medio despuĆ©s nacĆ­a su hermano Alfonso. Por fin un niƱo. ¿SerĆ­a Ć©ste el heredero? No, Juan II morĆ­a y era Enrique el que subĆ­a al trono. Demasiados conflictos ocupaban a Juan como para meterse al final de sus dĆ­as en mĆ”s enredos desheredando al primogĆ©nito. La lĆ­nea sucesoria, segĆŗn habĆ­a dejado escrito Juan II, quedaba de la siguiente manera: Enrique serĆ­a el heredero, y de no tener descendencia, el siguiente serĆ­a Alfonso y por Ćŗltimo Isabel, aunque fuera mujer. Y es por eso (por ser la tercera y por ser mujer) que nadie hubiera apostado lo mĆ”s mĆ­nimo por ella.

Nada mĆ”s ceƱirse la corona Enrique aparta de la corte a Isabel, a su madre y a su hermano Alfonso. En un castillo de ArĆ©valo quedan despreciados y olvidados por el rey y por todos. La villa de ArĆ©valo era un realengo que la reina viuda habĆ­a recibido de su marido, como previsiĆ³n, para, llegado el caso, no tener que depender de nadie. Todos los hermanos habĆ­an recibido algĆŗn bien antes de morir su padre. Isabel habĆ­a heredado el seƱorĆ­o de CuĆ©llar y las rentas de Madrigal y un millĆ³n de maravedĆ­es. Enrique no darĆ­a facilidades para que ese dinero llegara a su media hermana y fue gracias a la ayuda que en ocasiones les prestaron los nobles que estaban de su parte como pudieron vivir dignamente aquellos aƱos.

La educaciĆ³n de Isabel y de Alfonso, tanto piadosa como acadĆ©mica, recayĆ³ directamente en su madre, asĆ­ lo dejĆ³ escrito en su testamento el propio Juan. Y a la vez, tambiĆ©n encargĆ³ a varios eclesiĆ”sticos la supervisiĆ³n de dicha educaciĆ³n, quizĆ”s ya era consciente de la demencia que comenzaba, poco a poco, a hacer mella en la mente de su esposa.

Una Santa en la Corte

Aparte del aprendizaje y educaciĆ³n de los infantes habĆ­a que velar por su seguridad y fue Gonzalo ChacĆ³n quien se encargarĆ­a de estar siempre cerca de ellos. HabĆ­a sido hombre de confianza de Ɓlvaro de Luna, por lo que, ya era un viejo conocido en la corte. ChacĆ³n y su esposa Clara Ɓlvarez se convertirĆ­an casi en unos padres adoptivos de los infantes. Otros personajes que estarĆ­an pendientes de los prĆ­ncipes: el obispo de Cuenca, Lope de Barrientos; el prior del monasterio de Santa MarĆ­a de Guadalupe, fray Gonzalo de Illescas; fray MartĆ­n de CĆ³rdoba… este Ćŗltimo le harĆ­a a Isabel un regalo especial el dĆ­a de su 16 cumpleaƱos, un libro escrito especialmente para ella: “El jardĆ­n de las nobles doncellas”. ¿Y de quĆ© trata este libro? De las virtudes femeninas, unas virtudes que a las feministas de turno se le antojarĆ”n todo lo contrario. Sin embargo, en este libro, en el que se instruye a Isabel a ser una buena cristiana, una esposa ejemplar y una mejor madre, se le anima tambiĆ©n a ser una buena reina, porque fray MartĆ­n estĆ” convencido de que Isabel debe reinar y no duda en defender su idea en el libro, como si tuviera la premoniciĆ³n de que ese era el destino de la infanta.

No sabemos por quĆ©, pero fray MartĆ­n de CĆ³rdoba estaba convencido de que Isabel reinarĆ­a, quizĆ”s las circunstancias del momento le hacĆ­an pensar en ello, y por si acaso, decidiĆ³ darle instrucciones de cĆ³mo comportarse si llegaba el momento. No por ser reina debĆ­a comportarse como un rey, sino ser sumisa a su marido, tal como si el verdadero rey fuera Ć©l. QuizĆ”s nunca hizo demasiado caso a lo que leyĆ³ al respecto porque por su mente no pasaba el hecho de llegar a reinar. Isabel, en definitiva, creciĆ³ en un ambiente religioso que la convertirĆ­an en una dama, una princesa religiosa y creyente. Se cree que tuvo una infancia feliz, aunque no todo era perfecto a su alrededor. Su madre sufrĆ­a trastornos que rayaban la locura. ¿CĆ³mo de loca estaba la reina? Veamos.

Se cuenta que en cierta ocasiĆ³n, su dama de compaƱƭa sufriĆ³ las consecuencias de sus trastornos. Esta dama se llamaba Beatriz de Silva, de 22 aƱos. Ya era dama de compaƱƭa en Portugal y cuando Isabel se mudĆ³ a Castilla para casarse con Juan II se la llevĆ³ consigo. Isabel, una vez casada, pronto dejĆ³ patente en la corte que su carĆ”cter era muy difĆ­cil e insoportable, agobiando constantemente a sus damas de honor. Beatriz pronto se iba a convertir en su vĆ­ctima, pues unos celos obsesivos se habĆ­an apoderado de la reina y solo veĆ­a miradas de complicidad entre su marido y sus damas. En cierta ocasiĆ³n, Isabel creyĆ³ ver un cruce de miradas entre su esposo y Beatriz. Isabel la llamĆ³ a sus aposentos. HabĆ­a un baĆŗl abierto y le pidiĆ³ que buscara algo en su interior. No habĆ­a nada. Y antes de que Beatriz pudiera reaccionar, la reina la empujĆ³ dentro y cerrĆ³ el baĆŗl con llave.

Pasaron varios dĆ­as. Beatriz creyĆ³ morir y que aquel baĆŗl se convertirĆ­a en su ataĆŗd. Una gran angustia invadĆ­a su cuerpo, el poco aire iba disminuyendo en oxĆ­geno, se asfixiaba. Gritaba. En aquel poco espacio apenas si podĆ­a dar golpes. Solo le quedaba rezar. En la corte, Beatriz tenĆ­a un tĆ­o que pronto la echĆ³ de menos, pero no le dio importancia, la reina la tendrĆ­a ocupada. Pero pasaron varios dĆ­as y comenzĆ³ a sospechar que podrĆ­a haberle ocurrido algo, y entonces dio la voz de alarma. Su sobrina habĆ­a desaparecido. Por fin la encontraron, habĆ­a pasado allĆ­ dentro tres dĆ­as, estaba viva de milagro. Beatriz contĆ³ que durante su encierro y mientras rezaba, se le apareciĆ³ la Virgen MarĆ­a y le aseguro que saldrĆ­a viva de allĆ­. La muchacha huyĆ³ de palacio y se recluyĆ³ en el monasterio de Santo Domingo el Antiguo, de monjas cistercienses. La hija de la reina demente, la Isabel princesa, llegarĆ­a a conocer esta macabra anĆ©cdota y ayudarĆ­a con el tiempo a que Beatriz cumpliera su sueƱo de fundar la orden de las religiosas concepcionistas en Toledo. Beatriz de Silva fue beatificada por PĆ­o XI el 28 de julio de 1926.

En la Corte del rey Enrique

De la muerte de su padre, Isabel probablemente no guardara recuerdos, pues ella solo tenĆ­a 3 aƱos, sin embargo, esto le permitiĆ³ disfrutar de su abuela materna Isabel, que vino desde Portugal para el entierro de su yerno y ya no se marcharĆ­a. AllĆ­, en ArĆ©valo morirĆ­a en 1465.

Isabel, la princesa, heredĆ³ de su padre la aficiĆ³n por la lectura sobre libros de caballerĆ­a. Tanto le gustaban estas novelas que llegĆ³ a tener una gran colecciĆ³n de ellas. Las leĆ­a desde muy pequeƱa y alternaba su lectura con la formaciĆ³n acadĆ©mica sobre literatura, filosofĆ­a e historia. Luego recibĆ­a tambiĆ©n, por supuesto, otras enseƱanzas por parte de las monjas, como coser, bordar y otras tareas propias de una dama. Pero como no todo fueron clases y rezos, tambiĆ©n hubo tiempo para los juegos que todo niƱo necesita. ArĆ©valo era un pueblo pequeƱo y tranquilo y allĆ­ jugĆ³ con Beatriz de Bobadilla, hija del alcaide, aparte de otras niƱas, pero con esta en especial la unirĆ­a siempre una gran amistad. Y asĆ­ creciĆ³ Isabel, tiempo durante el cual, al parecer, nunca vio a su hermanastro el rey Enrique IV, que nunca se dignĆ³ visitarlos, ni se ocupĆ³ de ellos. Sin embargo, un dĆ­a, Enrique hizo llamar a Isabel y a Alfonso. Ella tenĆ­a 10 aƱos y su hermano 8.

De pronto su hermanastro querĆ­a tenerlos en la corte, cerca de Ć©l. Su cuƱada Juana todavĆ­a no habĆ­a dado a luz. Cuando naciera su sobrina, Isabel, con once aƱos, serĆ­a la madrina de la niƱa. ¿Eran felices los niƱos allĆ­, junto a su hermanastro? No es difĆ­cil imaginar que no, porque aquello no fue mĆ”s que una crueldad, pues los habĆ­an separado de su madre y del mundo donde siempre habĆ­an vivido, pues Enrique no quiso traer con ellos a su madrastra. La propia Isabel escribirĆ­a de su puƱo y letra lo siguiente: «inhumana y forzosamente fuimos arrancados de los brazos [de nuestra madre]». Esta maniobra de Enrique fue, por otra parte, lo que hizo que la demencia que padecĆ­a la reina viuda empeorara considerablemente. Echaba de menos a sus hijos, a Alfonso por ser el mĆ”s pequeƱo, a Isabel porque siempre se preocupaba y estaba pendiente de ella.

No llegarĆ­a, sin embargo, a cogerle cariƱo alguno a su cuƱada, la reina Juana, que la tratĆ³ desde su llegada como a una “recogida”. ManĆ­as de preƱada, seguramente. «Esta fue para nosotros peligrosa custodia» dirĆ­a Isabel pasado algĆŗn tiempo. Pero hora es ya de que sepamos el verdadero motivo por el que Enrique querĆ­a tener cerca a sus hermanastros. ¿Remordimiento al cabo del tiempo por no haberse ocupado nunca por ellos? Ni mucho menos. Lo que Enrique querĆ­a era evitar que la nobleza los utilizara en su contra, pues se habĆ­a dado cuenta de que tras el anuncio del embarazo de Juana muchos de ellos mostraban su descontento. Para avisarle de todas estas amenazas y envenenarle la sangre ya tenĆ­a a su antiguo ayo, valido y ahora consejero, Juan Pacheco, aunque en esto el marquĆ©s de Villena llevaba razĆ³n. Ya hemos visto cĆ³mo le obligaron a nombrar al pequeƱo Alfonso heredero y mĆ”s tarde lo proclamaban rey.

El 7 de marzo de 1462 bautizaban a la pequeƱa Juana en brazos de su tĆ­a Isabel. IrĆ³nica estampa que reĆŗne por una parte a tĆ­a y sobrina, destinadas a ser enemigas a muerte; por otra, estĆ” el padrino Juan Pacheco, que la ridiculizarĆ­a para siempre con el feo mote de la Beltraneja; y tenemos tambiĆ©n al oficiante de la ceremonia, el arzobispo de Toledo Alfonso Carrillo, rociando con el agua bautismal a su futura enemiga. En fin, ironĆ­as de la vida.

Poco despuĆ©s se declara a Juana como heredera a la corona y es aquĆ­ donde comienzan las desavenencias entre el rey y la conocida como Liga Nobiliaria que pone en duda que Juana sea hija del rey. Grave acusaciĆ³n que sin embargo se habĆ­a ganado a pulso Enrique, que habĆ­a dado demasiado que hablar al otorgar demasiados privilegios y en tan poco tiempo a BeltrĆ”n. No una, sino dos fueron las guindas que puso Enrique a su favorito. Una, la concesiĆ³n de la Cruz de Santiago, que su padre Juan tenĆ­a reservada a su pequeƱo Alfonso, y dos, concertarle una boda con MencĆ­a Mendoza. Pacheco ponen en pie de guerra a la Liga y redactan un documento donde acusan al rey de rodearse de infieles (la guardia mora) y de gente de dudosa lealtad, para acabar declarando la ilegitimidad de Juana como heredera y exigirle a Enrique que devuelva a Alfonso el maestrazgo de Santiago y lo sustituya como primero en la lĆ­nea sucesoria.

3

Las condiciones de la Liga

La Liga Nobiliaria redactĆ³ unas duras condiciones que pusieron el orgullo del rey contra las cuerdas; y mientras los nobles partidarios de Enrique, como los Mendoza, lo animaban a contestar mediante las armas, Ć©l quiso negociar, aunque en realidad no hubo tal negociaciĆ³n. El rey aceptĆ³ devolver el maestrazgo de Santiago a su hermanastro y nombrarlo heredero, con la Ćŗnica condiciĆ³n de que, pasado un tiempo, se casara con Juana, de esta manera la niƱa serĆ­a reina, aunque fuera consorte, y mientras tanto, quiĆ©n sabe lo que podĆ­a pasar, el caso era ganar tiempo.
Meses mĆ”s tarde, el 16 de enero de 1465 se puso sobre la mesa la llamada Sentencia Arbitral de Medina del Campo en la que se concretaban y debĆ­an firmarse las condiciones. Los nobles quizĆ”s se pasaron a la hora de apretar las tuercas, reclamando mĆ”s poder, y que los prĆ­ncipes Isabel y Alfonso fueran liberados del control a que estaban sometidos en palacio, pero se encontraron a un Enrique que no pensaba cumplir ninguna de las condiciones y de hecho no firmĆ³. Pacheco, que como siempre estaba a la cabeza de todas las intrigas, saliĆ³ de allĆ­ enfurecido y jurando que el rey no se saldrĆ­a con la suya. Fue cuando decidieron proclamar rey al pequeƱo Alfonso.

Lo Ćŗnico que cumpliĆ³ Enrique fue la promesa de liberar a Isabel y a Alfonso. A Isabel la enviaron a Segovia, donde, para alegrĆ­a suya, se encontrĆ³ con Gonzalo ChacĆ³n y su esposa, que no se separarĆ­an mĆ”s de ella. AllĆ­ viviĆ³ desde los 14 a los 16 aƱos. Mientras tanto, su hermanastro le buscaba un marido. Tiempo atrĆ”s, a los siete aƱos, ya intentaron casarla con el que serĆ­a su futuro esposo Fernando; pero el pacto no cuajĆ³, como tampoco cuajĆ³ en una segunda ocasiĆ³n, despuĆ©s de que muriera Carlos de Viana. Y ahora, que los nobles se rebelaban abiertamente contra Ć©l, Enrique necesitaba mĆ”s que nunca una alianza para fortalecerse. QuĆ© mejor aliado que su cuƱado Alfonso V, rey de Portugal; este serĆ­a el marido apropiado para Isabel, que ya tenĆ­a 14 aƱos. Pero Isabel se niega rotundamente. Su hermanastro pudo por primera vez comprobar el carĆ”cter de la que Ć©l creĆ­a una dĆ©bil jovencita, y el rey de Portugal tuvo que darse media vuelta y volver con la sensaciĆ³n de que se habĆ­an reĆ­do de Ć©l.

No fue la Ćŗnica boda que quiso concertar Enrique para fortalecerse al tiempo que se deshacĆ­a de su hermanastra, pero ninguna de ellas cuajĆ³. Y mientras Isabel permanecĆ­a en Segovia, estaba estrechamente vigilada por su hermanastro y su cuƱada, ya que, a pesar de ser la tercera en la lĆ­nea de sucesiĆ³n, podĆ­a convertirse de repente en una pieza clave para cualquiera de los dos bandos. Enrique y su esposa no habĆ­an renunciado a la idea de casarla con el rey de Portugal, y esta vez la propuesta iba en firme y fue la misma Juana la que se plantĆ³ en el paĆ­s vecino para redactar los acuerdos con su hermano. De haberse llevado a cabo la boda Castilla hubiera recibido de Portugal los refuerzos militares necesarios para pararle los pies a la Liga de los Nobles, pero el hermano de Juana ya no se fiaba de Enrique y no hubo acuerdo.

Juan Pacheco tampoco apartaba la vista de Segovia. SabĆ­a mejor que nadie que la farsa del niƱo rey no los llevarĆ­a a ninguna parte y no le importaba cambiar de bando con tal de salvaguardar sus intereses. QuerĆ­a ponerse otra vez de parte de Enrique, si llegaban a un buen acuerdo: casar a Isabel con su hermano Pedro GirĆ³n, un mujeriego de la peor calaƱa que ademĆ”s tenĆ­a 55 aƱos. Pacheco que conocĆ­a muy bien a Enrique, se las apaĆ±Ć³ para convencerlo de que lo necesitaba en la corte, aunque lo que realmente pretendĆ­a era coger las riendas del gobierno. Aparte de la boda, habĆ­a otra condiciĆ³n para volver: BeltrĆ”n de la Cueva debĆ­a desaparecer de la corte. Vale, saldrĆ­a de allĆ­. Pero claro, Enrique tambiĆ©n pondrĆ­a otra condiciĆ³n: ¿quĆ© iba a pasar entonces con el joven Alfonso? -Ese asunto, dĆ©jalo de mi cuenta-, fue la respuesta.

Casar a Isabel con su hermano o pasarse de nuevo al bando de Enrique no era mƔs que una vil maniobra de Pacheco para hacerse con el poder. Para empezar, no se le habƭa pasado por la cabeza defender la legitimidad de la infanta Juana como heredera, mƔs bien todo lo contrario, el marquƩs harƭa todo lo posible porque la corona recayera sobre Isabel, o lo que es lo mismo, sobre su hermano, al cual, llegado el momento, manejarƭa a su antojo.

Pedro GirĆ³n, ya lo hemos dicho, era un sinvergĆ¼enza que arrastraba fama de mujeriego, borracho, vicioso y toda una interminable lista de defectos. AdemĆ”s de ser demasiado viejo para una chiquilla de 16 aƱos como Isabel, la cual rezaba sin cesar para que un milagro evitara aquella boda y evitara la barbaridad que estaba dispuesta a hacer si Pedro GirĆ³n se acercaba a menos de un metro de ella. SegĆŗn harĆ­a pĆŗblico mĆ”s tarde Beatriz de Bobadilla, su fiel dama, Isabel habĆ­a dicho que no le temblarĆ­a el pulso a la hora de empuƱar un puƱal y acabar con la vida del baboso pretendiente. No hizo falta que cometiera aquel pecado mortal, sus rezos fueron oĆ­dos y el milagro llegĆ³.

Cuenta la leyenda que aquella primavera de 1466 Pedro GirĆ³n saliĆ³ exultante de sus tierras de Almagro con todo su sĆ©quito, dispuesto a llegar junto a su prometida y celebrar una boda espectacular, por todo lo alto. A medio camino, una bandada de cigĆ¼eƱas sobrevolĆ³ a la tropa, provocando una sombra que los sumiĆ³ en una gran oscuridad. Fue un mal presagio que asustĆ³ a todos. Pedro comenzĆ³ a sentirse mal. En su garganta comenzaron a crecer dos enormes anginas que supuraban pus. La noche del 2 de mayo Pedro GirĆ³n ya no podĆ­a mĆ”s, se ahogaba, se ahogaba… y se ahogĆ³. MorĆ­a sin que nadie pudiera hacer nada por Ć©l, y esto ya no es. Para Isabel fue el milagro que esperaba de Dios, para otros, fue un efectivo veneno, aunque nunca se pudo averiguar quiĆ©n se lo administrĆ³. Isabel quedaba libre, una vez mĆ”s, de un matrimonio de conveniencia. Para Juan Pacheco, fue un revĆ©s en sus ambiciosos planes.

En noviembre de 1467, Alfonso cumplĆ­a 14 aƱos. Tanto Ć©l como su hermana Isabel hacĆ­a mucho tiempo que no veĆ­an a su madre, y por fin pudieron hacerlo en el castillo de ArĆ©valo, donde habĆ­an vivido su infancia. Fue la Ćŗltima vez que la reina madre verĆ­a a su pequeƱo Alfonso. En junio de 1468 Toledo cambiaba de bando y se ponĆ­a de parte de Enrique. Alfonso partiĆ³ desde el mismo ArĆ©valo dispuesto a conquistar la ciudad, pero nunca llegarĆ­a a ella. Antes de llegar a Toledo hicieron una parada en CardeƱosa, donde fue coronado rey. Le pusieron de cenar una trucha que le causĆ³ la muerte. SegĆŗn algunos, el pescado estaba en mal estado, segĆŗn otros, alguien le envenenĆ³.

De pronto, Isabel cobraba una gran importancia para la Liga Nobiliaria. Muerto Alfonso ya no tenĆ­an tĆ­tere al que manejar contra Enrique, y pusieron sus ojos sobre Isabel. DebĆ­an convertirla en reina cuanto antes, pero se encontraron con que aquella jovencita, aparentemente frĆ”gil, no se iba a dejar manipular por nadie. Isabel no iba a enfrentarse a su hermano, porque Enrique, pesara a quien pesara, era el legĆ­timo rey de Castilla. Si querĆ­an contar con ella, las cosas debĆ­an hacerse desde la legalidad. Lo primero que harĆ­a serĆ­a verse con su hermanastro y negociar. Su rival no era Enrique, al cual reconocerĆ­a como rey hasta su muerte, sino su hija Juana. Pero la legalidad y la estabilidad polĆ­tica debĆ­an prevalecer. La forma de actuar, la seguridad en sĆ­ misma y su negativa a dejarse manipular dejĆ³ asombrados a todos, pero no tardaron en valorar esta actitud en la infanta que no tardarĆ­a en convertirse en princesa de Asturias. Sin embargo, Pacheco y su tĆ­o Carrillo, que fueron los primeros en fijarse en ella para convertirla en su nuevo tĆ­tere, estaban fuertemente contrariados. Ni uno ni otro sabĆ­an quĆ© hacer con aquella chiquilla rebelde.

Todos se rifan a Isabel

Agosto de 1468. Reunidos en CastronuƱo, la nobleza acuerda proponer al rey Enrique la reconciliaciĆ³n entre hermanos y que Isabel sea reconocida como Princesa de Asturias. A cambio, se garantizaba obediencia de Isabel hacia el rey hasta el fin de sus dĆ­as. Y es ahora cuando vemos una de las primeras muestras de madurez e inteligencia de Isabel, y de su empeƱo en que todos cuantos pasos diera estuvieran dentro de la legalidad. Puesto que nadie podrĆ­a demostrar que su sobrina y ahijada Juana no era hija de Enrique, ella, Isabel, no quiso pasarle por encima y arrebatarle la herencia de la corona basĆ”ndose simplemente en las habladurĆ­as. ¿Entonces, a quĆ© se agarrĆ³ Isabel? Al casamiento de su hermanastro con Juana de Portugal, que no habĆ­a sido legal. Se habĆ­a investigado el caso, y Enrique se habĆ­a casado antes de que se hubiera disuelto su primer matrimonio con Blanca de Navarra. Por tal motivo, su matrimonio no era vĆ”lido y por consiguiente, su hija era ilegĆ­tima, fuera quien fuera el padre. Recordemos que los hijos ilegĆ­timos, fuera del matrimonio, no podĆ­an aspirar al trono a no ser que se diera alguna circunstancia especial que permitiera romper la regla. A Enrique no le quedĆ³ otro remedio que nombrar a Isabel heredera suya. Primera jugada perfecta de la princesa.

¿Y Enrique, con lo testarudo que era, tragĆ³, asĆ­, sin mĆ”s? En principio no, pero se dejĆ³ convencer por Pacheco, que pensaba controlar desde muy cerca a Isabel, que como princesa de Asturias se mudarĆ­a de nuevo a vivir a la Corte. AllĆ­ no le perderĆ­a ojo, y mientras tanto pondrĆ­an en marcha un proyecto aparcado, suspendido por dos veces, pero que a la tercera irĆ­a la vencida: casar a Isabel con el rey Alfonso de Portugal. Y no solo eso, porque el proyecto era mĆ”s ambicioso aĆŗn: pactarĆ­an para que el hijo de Alfonso, otro Juan, se prometiera con su prima la infanta Juana (la Beltraneja). De esta manera, Juana terminarĆ­a siendo reina y la alianza con Portugal serĆ­a tan fuerte que Portugal y Castilla serĆ­an una superpotencia. No estaba mal aquel ambicioso proyecto, que de haberse llevado a cabo, quiĆ©n sabe si hoy EspaƱa y Portugal no serĆ­an un mismo paĆ­s. Pero lo que no sospechaba Pacheco era que otros vecinos tambiĆ©n estaban pendientes de Isabel.

Convencido el rey de que le convenĆ­a firmar el acuerdo, se reunieron todos en una explanada del municipio de El Tiemblo, conocida como Toros de Guisando. Era el 19 de septiembre de 1468. Aquel dĆ­a se escenificĆ³, para que todo el mundo tuviera conocimiento, que El rey y su hermanastra se habĆ­an reconciliado. Era un dĆ­a soleado, segĆŗn las crĆ³nicas. Isabel se disponĆ­a a besar la mano del rey, cuando Ć©ste, impulsivamente, retirĆ³ la mano y le dio un abrazo. ¿SobreactuaciĆ³n? ¿Impulso sincero desde el corazĆ³n? Todos parecĆ­an felices aquel dĆ­a. Pero lo mĆ”s importante, es que aquel dĆ­a saliĆ³ de allĆ­ una infanta convertida en princesa y futura reina. Las reglas estaban claras y habĆ­an sido firmadas. Isabel se irĆ­a a vivir a la Corte, donde los consejeros le buscarĆ­an un marido, siempre con su consentimiento y visto bueno. Por su parte Enrique se comprometĆ­a a disolver su matrimonio con Juana y devolverla a Portugal. Juana, su hija, independientemente de si llevaba o no su sangre, se convertĆ­a en ilegĆ­tima y era desheredada.

Volvamos de nuevo a AragĆ³n, porque desde allĆ­ observaban atentamente lo que ocurrĆ­a en la vecina Castilla. Se daba la circunstancia de que Fernando, el hijo de Juan II de AragĆ³n, hubiera sido el siguiente en la lĆ­nea de sucesiĆ³n de Enrique IV, si finalmente su hija Juana la “Beltraneja” era apartada de esta lĆ­nea. Pero en Castilla no se llegĆ³ a introducir la ley sĆ”lica, que impedĆ­a reinar a las mujeres, por lo tanto, era Isabel y no Fernan do la que aspiraba a la corona. ¿Y cĆ³mo es eso de que Fernando estaba en la lĆ­nea sucesoria de Castilla siendo aragonĆ©s? Porque era un TrastĆ”mara, la misma dinastĆ­a de la que formaban parte tambiĆ©n Enrique e Isabel.

Los padres todos ellos lo eran. No olvidemos que todos los reinos, de una forma u otra, estaban emparentados, y a la hora de heredar una corona, las fronteras no lo impedĆ­an y por eso esas fronteras podĆ­an cambiar de la noche a la maƱana. ¿Alguien se acuerda de doƱa Toda de Navarra? Una mujer que era la verdadera reina de toda EspaƱa, ella, toda todita, estaba emparentada con todos los reinos peninsulares y hasta el rey moro AbderramĆ”n II era sobrino suyo.

Juan II de AragĆ³n habĆ­a estudiado a fondo el tema, y estando sus arcas con mĆ”s telaraƱas que un techo donde no pasan nunca el ensoyinaor, pensĆ³ que casar a su vĆ”stago con la Isabel serĆ­a una buena jugada. DespuĆ©s de todo, las mujeres, aunque fueran reinas por derecho, en realidad no pintaban nada y el verdadero rey serĆ­a Fernando. Eso pensaba Ć©l. Pues no se hable mĆ”s. Y Juan puso en marcha a sus mejores diplomĆ”ticos para ver si lograban concertar la boda.

Volvamos de nuevo a Castilla, donde se acababa de firmar un pacto entre hermanos y la jovencĆ­sima Isabel habĆ­a conseguido ser heredera a la corona. ¿QuĆ© tenĆ­a que decir de todo esto la otra parte de la nobleza, como por ejemplo, los Mendoza, a cuyo cargo estaba la pequeƱa Juana, que ya tenĆ­a seis aƱitos, o la propia reina Juana? Pues que no estaban dispuestos a tragar. La primera en reaccionar fue la reina presentando una queja ante el papa Paulo II. Los Mendoza por su parte enviaron otro escrito apelando a que Juana ya habĆ­a sido aceptada como heredera por las Cortes. Pacheco mientras tanto seguĆ­a con su objetivo de hacer desaparecer a Isabel del mapa polĆ­tico castellano, el rey ya habĆ­a enviado representantes a Roma en busca de las dispensas papales para poder llevar a cabo los matrimonios.

La dispensa para que Isabel se casara con Alfonso V, pues ambos eran parientes, se expedĆ­a el 23 de junio de 1469. Los Mendoza por un lado, Pacheco por otro. Al final Isabel terminĆ³ literalmente recluĆ­da. ¿DĆ³nde? En el castillo del mismo Pacheco. Y lo consiguiĆ³ convenciendo al rey de que corrĆ­a peligro y el sitio mĆ”s seguro era su castillo en OcaƱa, lugar donde Enrique fijĆ³ las Cortes y donde forzosamente, como se habĆ­a escrito y firmado, debĆ­a residir la Princesa de Asturias, que por cierto, todavĆ­a debĆ­a ser reconocida como tal por las Cortes.

Y mientras Pacheco miraba hacia Portugal, donde tenĆ­a la esperanza de enviar a la princesa rebelde, su tĆ­o Carrillo miraba para sitio contrario, para AragĆ³n, de donde habĆ­an llegado los emisarios del rey Juan II a tantear el terreno. Carrillo tenĆ­a claro que el mejor candidato para Isabel era Fernando. Pero habĆ­a mĆ”s candidatos: en la corte inglesa estaban disponibles era el prĆ­ncipe Ricardo Gloucester, futuro Ricardo III y en Francia el duque de Guyena, este Ćŗltimo, segĆŗn cuentan, tenĆ­a un aspecto fĆ­sico lamentable, cosa que traĆ­a sin cuidado a Pacheco pero que por fortuna para Isabel el pacto no llegĆ³ a buen puerto. Todo aquello mareaba a Enrique, que preferĆ­a irse a cazar al Pardo y dejar el asunto en manos de Pacheco, que iba a contrarreloj con sus negociaciones.

A todo esto, Isabel, mientras vivĆ­a su confinamiento, no estaba siendo informada de nada, a pesar de que el pacto firmado con su hermano decĆ­a claramente que nada se harĆ­a sin su consentimiento. Pacheco ya lo tenĆ­a todo pactado con Alfonso V y estaba tan seguro de que su plan tendrĆ­a Ć©xito que invitĆ³ al portuguĆ©s a que viniera a Madrid. Alfonso en vista de que Pacheco iba en serio, aceptĆ³ y se puso en marcha con su sĆ©quito, convencido de que esta vez habĆ­an metido en vereda a Isabel.

Cuando Isabel fue informada de que su prometido estaba a punto de llegar a OcaƱa no podĆ­a creer lo que oĆ­a. Enfadada pidiĆ³ explicaciones y por toda respuesta le dijeron que asĆ­ estaba estipulado en los acuerdos. Y fueron estos mismos acuerdos los que utilizĆ³ Isabel para recordarles que en ellos ponĆ­a claramente que era ella la que tenĆ­a la Ćŗltima palabra. Y su palabra era no. De nada sirvieron las presiones ni las amenazas de no ser reconocida heredera por las Costes. No es no. Para colmo, Isabel los engaƱa a todos y huye. Enrique querĆ­a que se lo tragara la tierra.

Otra vez su cuƱado se quedaba compuesto y sin novia. Traedme el mĆ³vil que tengo que enviar un wasap: mira cuƱado si quieres llegarte ya que estas por aquĆ­, te invito a una San Miguel, si no, date la vuelta que no hay bodorrio. Por su parte, Pacheco se subĆ­a por las paredes. Y a Madrid llegaba un caballero que habĆ­a viajado desde AragĆ³n, se trataba de un tal Peralta, y traĆ­a un medallĆ³n con el retrato del prĆ­ncipe Fernando.

No hay demasiada informaciĆ³n de cĆ³mo pudo escapar Isabel del castillo de Villena. Con toda seguridad recibiĆ³ ayuda desde fuera, pero fue ella sola quien se las ingeniĆ³ para burlar a sus vigilantes. Fue con la excusa de ir a visitar la tumba del pequeƱo Alfonso, al aƱo de haber fallecido. Sus restos fueron depositados en el convento de San Francisco de ArĆ©valo. Una y otra vez rogĆ³ por que la dejaran honrar la memoria de su hermano, hasta que creyeron que no era de buenos cristianos negarle lo que pedĆ­a. Una vez en camino, se engaĆ±Ć³ a sus escoltas para desviarlos hacia Valladolid, y en algĆŗn lugar del camino estaban quienes la ayudaron a liberarla. Una vez mĆ”s, habĆ­an subestimado la capacidad y el coraje de la niƱa. Las Cortes no la reconocerĆ­an como Princesa de Asturias. Poco o nada le importaba eso a Isabel; a partir de ese momento, nadie iba a disponer sobre ella.

Carrillo estaba harto de Enrique, de su sobrino Pacheco, de los Mendoza y de todos los demĆ”s. TenĆ­a demasiados competidores y ahora veĆ­a la oportunidad de acaparar todo el poder Ć©l solo. La princesa Isabel estaba ahora mĆ”s cerca que nunca y solo tenĆ­a que ganarse su confianza. Isabel, que no se fiaba de Ć©l, se apoyaba en su protector Gonzalo ChacĆ³n, que conocĆ­a bien a Carrillo y sabĆ­a que por muy partidario que se mostrara de la princesa, en realidad solo actuaba por interĆ©s propio.

Isabel tenĆ­a ya 18 aƱos, habĆ­a dejado claro a todos que no se casarĆ­a con nadie que le fuera impuesto por la fuerza y solo ella decidirĆ­a cuĆ”ndo y con quiĆ©n. Por otra parte, y por mucho coraje que mostrara ante los demĆ”s, ella sabĆ­a que no pararĆ­an de acosarla; tanto si llegaba a ser reina como si no, todos intentarĆ­an casarla con alguien, una y otra vez. HuĆ©rfana de padre, sin poder contar con su madre, ni siquiera su hermano pequeƱo estaba ya para defenderla. Estaba sola ante el mundo. Solo podĆ­a contar con su fiel ChacĆ³n, que era lo mĆ”s parecido a un padre. Y hasta Ć©l le aconsejaba, que a su edad, debĆ­a casarse.

HabĆ­a oĆ­do hablar de Ć©l. Fernando parecĆ­a ser un buen partido. Y en el retrato del medallĆ³n que le habĆ­an mostrado parecĆ­a ser bastante apuesto. Isabel estuvo de acuerdo y quiso saber a travĆ©s de ChacĆ³n y de Alfonso de CĆ”rdenas, quĆ© tal era este Fernando y comprobaran si cumplĆ­a los requisitos para ser un buen prĆ­ncipe y mejor rey. A su vuelta, los informes no podĆ­an ser mĆ”s favorables. Fernando tenĆ­a un inmejorable currĆ­culum y estaba entre los principes con mejor prestigio de Europa, sin duda era lo que necesitaban para Isabel y para Castilla.

Al prĆ­ncipe Fernando podrĆ­amos calificarlo como un niƱo precoz. Tuvo un buen maestro: su padre. Y Ć©ste no solo lo instruyĆ³ teĆ³ricamente, sino que lo puso al frente de empresas, que por su edad, nadie hubiera apostado que pudiera llevarlas a cabo, como ceƱirse la corona de Sicilia con solo 16 aƱos. La prisa le venĆ­a a Juan II por la necesidad de tener un reino aliado, enfrascado como estaba en la guerra de CataluƱa. Fernando no lo defraudĆ³, nunca lo habĆ­a hecho, al contrario que su otro hijo, el fallecido Carlos. Ahora, con solo 17 aƱos, tampoco lo harĆ­a, y atendiendo el mandato de su padre, se dirige a Castilla para conocer a su supuesta futura esposa. Y lo hacĆ­a haciĆ©ndose pasar por mozo de mulas, evitando asĆ­ ser reconocido y evitando posibles peligros.

Los consejeros de Juan II, el arzobispo Pedro de Urrea y el vicecanciller Joan PagĆ©s, habĆ­an desaconsejado al rey esa uniĆ³n, en vista de que el reino castellano estaba resultando demasiado problemĆ”tico. Meter allĆ­ a un niƱo de 17 aƱos era una autĆ©ntica locura. Los Mendoza, Pacheco y tantos otros destrozarĆ­an a Fernando, y en el mejor de los casos, estarĆ­a a merced del arzobispo de Toledo, el poderoso Carrillo, serĆ­a su tĆ­tere. Sin embargo Juan tenĆ­a plena confianza en que no serĆ­a asĆ­.

Fernando llegaba a Valladolid de incognito, como ya hemos dicho, disfrazado de mulero al servicio de unos supuestos comerciantes. De haber venido como prĆ­ncipe hubiera podido llegar a oĆ­dos de Enrique y se hubieran descubierto los planes. Isabel y Fernando se encontraron por primera vez el mes de octubre de 1469. Como no llegĆ³ solo, tuvieron que indicarle a Isabel quiĆ©n era su pretendiente. Fue CĆ”rdenas quien se lo seƱalĆ³: «ese es». Aunque a esta anĆ©cdota le dan poca credibilidad los historiadores, es de suponer que alguien los presentarĆ­a. El 17 de ese mismo mes se comprometĆ­an formalmente y el dĆ­a 19 se casaban.

¿Y ya que tuvieron tan poco tiempo para conocerse, hubo al menos amor a primera vista? DifĆ­cilmente saberlo, aquellas bodas siempre las decidĆ­an los demĆ”s, no teniendo los propios contrayentes capacidad de opinar. Ya hemos visto cĆ³mo Fernando marchaba a Castilla por decisiĆ³n de su padre, y cĆ³mo Isabel, a pesar de haber podido decidir con quiĆ©n, tampoco pudo elegir cuĆ”ndo. Siempre estĆ” la literatura y el cine para dar ese toque de romanticismo que todos anhelamos cuando nos metemos en la historia, o los historiadores aguafiestas que niegan todo cuanto no estĆ© perfectamente constatado.

Ojeando algunos libros estos dĆ­as de confinamiento, para ponerme al dĆ­a sobre la historia de Isabel y Fernando, me ha cabreado bastante la opiniĆ³n de algunos historiadores o divulgadores. Me mosquea mucho que den su propia opiniĆ³n sobre temas, digamos, delicados o que hay que coger con pinzas. Claro que, es una libertad que cada cual puede permitirse al escribir su propia obra, para eso es su libro. Porque una cosa es una enciclopedia o libro oficial de Historia, donde estĆ”n prohibidas las opiniones personales, y otra muy distinta escribir una biografĆ­a de alguien a tu bola, en la cual puedes descargar todo el odio o toda la admiraciĆ³n que sientas por un personaje. Es lo que suelo hacer yo, lo reconozco.

Sobre todo, a los que se les ve fĆ”cilmente el plumero es a aquellos que tienen esa extraƱa ideologĆ­a de querer hacernos ver que EspaƱa es un conglomerado de reinos que nunca llegaron a unirse del todo y que vivimos en un paĆ­s fallido o artificial donde conviven muchas nacionalidades. O los que tienen esa extraƱa admiraciĆ³n por culturas ajenas y odian la nuestra, afirmando que la Reconquista no existiĆ³ y dando la razĆ³n al invasor Ć”rabe en todas cuantas refriegas hubo en la Ć©poca. Pero no nos salgamos del tema. Como decĆ­a, me cabreĆ© con algunas opiniones. Uno de los autores, por ejemplo, cada vez que hacĆ­a referencia a Castilla repetĆ­a cansinamente el mismo estribillo: reino de Castilla y de LeĆ³n. Se le olvida a este autor mencionar tambiĆ©n a Asturias, pues cualquier historiador avispado sabe que el reino de Castilla naciĆ³ llamĆ”ndose Asturias, para continuar llamĆ”ndose LeĆ³n y mĆ”s tarde llamarse Castilla, nombre heredado de un simple condado, pero asĆ­ fue.

TambiĆ©n lleguĆ© a cabrearme con una autora que decĆ­a: “el matrimonio entre Isabel y Fernando no fue por amor”. Pero por el amor de Dios, ¿cĆ³mo me sueltas eso, asĆ­, de sopetĆ³n? Yo que estaba metido de lleno en la historia, todo ilusionado, con el corazĆ³n latiendo deprisa, imaginĆ”ndome a Isabel, cuando CĆ”rdenas le susurra al oĆ­do: “ese es”. Isabel contesta en voz baja y ojos de corderita degollada: lo supe desde que lo vi. Fernando por su parte, a sus 17 aƱitos, casi ni se atreve a acercarse, tan valiente a caballo en el campo de batalla, tan tĆ­mido ante una bella muchacha que lo mira disimuladamente. Pero no le queda mĆ”s remedio que ir hacia ella, a eso habĆ­a venido. Se acerca, el corazĆ³n se le quiere salir del pecho y duda de que las piernas aguanten. Pero Ć©l estĆ” acostumbrado a los momentos difĆ­ciles, cuando las cosas van mal en la batalla no hay que desfallecer, sino sacar fuerzas de donde no las hay, y se lanza.

Le coge la mano, oh, Dios AltĆ­simo, la acaba de tocar por primera vez, una gran emociĆ³n invade su cuerpo y alcanza su cenit cuando cortĆ©smente se la besa. Luego la suelta, aunque hubiera retenido aquella mano de porcelana por toda la eternidad. No menos emociĆ³n habĆ­a sentido Isabel al notar sus labios sobre su piel. Apenas hablaron aquella inolvidable tarde en que se conocieron. Con sus miradas y sus gestos lo decĆ­an todo. La noche fue demasiado corta, y despuĆ©s de la despedida, ambos ansiaban la llegada del nuevo dĆ­a para encontrarse de nuevo.
Me da igual lo que opinen los historiadores, porque, puestos a opinar, nadie va a impedir que yo me fabrique mi propia versiĆ³n.

La boda se iba a encontrar con un impedimento. Isabel y Fernando eran primos segundos y necesitaban de la dispensa papal. El papa hacĆ­a poco tiempo que habĆ­a emitido una bula para que Isabel se casara con Alfonso de Portugal y ahora le llegaba la peticiĆ³n de otra mĆ”s. Aquello parecĆ­a un cachondeo y el papa dijo que ya estĆ” bien y no les hizo caso. ¿Y ahora quĆ© hacemos? Pues resulta que Fernando aportĆ³ una soluciĆ³n: el papa PĆ­o II habĆ­a emitido en el pasado una bula en la que autorizaba Fernando a casarse. Una extraƱa bula que no especificaba con quiĆ©n, por lo que se entiende que era una especie de “pro-bula” con la aprobaciĆ³n del papa donde solo era necesario aƱadir el nombre de la novia. BasĆ”ndose en esta dispensa se puso en marcha la bula definitiva, que tardarĆ­a aƱos en llegar.

¿QuĆ© hacer mientras tanto? Carrillo tenĆ­a la soluciĆ³n. No se sabe muy bien de dĆ³nde la sacĆ³, pero Carrillo decĆ­a tener una dispensa de cuando Isabel y Fernando fueron prometidos siendo niƱos. La bula era autĆ©ntica. Solo habĆ­a un problema, que estaba caducada y sin efecto, pero eso no tenĆ­an por quĆ© saberlo nadie, Dios entenderĆ­a que lo hacĆ­a por el bien de Castilla. Cuando la mentira fue descubierta ya era tarde, hubo sus mĆ”s y sus menos con Carrillo, pero al final hubo que reconocerle que fue gracias a Ć©l que todo discurriĆ³ segĆŗn lo previsto. La bula definitiva no llegarĆ­a hasta 1472.

La boda se celebrĆ³ en el palacio de don Alfonso PĆ©rez de Vivero, vizconde de Altamira. Una boda que debĆ­a celebrarse en secreto, pero que los favorables a Isabel no quisieron perderse y celebraron por todo lo alto. En cualquier caso, cuando la noticia llegara hasta oĆ­dos de Enrique ya no podrĆ­an hacer nada por evitarla, porque en el castillo de Villena no habĆ­a cobertura y no le llegaban los wasap a Pacheco.

No obstante, Isabel habĆ­a pensado en todo y no quiso dejarse ningĆŗn cabo suelto. Antes de la boda enviĆ³ a su hermanastro una carta donde lo informaba de todo. Enrique se encontraba en aquellos momentos en tierras andaluzas, buscando el respaldo de los nobles de la tierra. La carta estĆ” fechada el 8 se septiembre y en ella le hace saber que tal como estaba estipulado en el acuerdo de Guisando, habĆ­a sido ella la que habĆ­a elegido con quien casarse, y lo habĆ­a hecho con quien pensaba que era la mejor opciĆ³n para el devenir de Castilla, el prĆ­ncipe Fernando, que despuĆ©s de todo tambiĆ©n estaba en la lĆ­nea sucesoria de la Corona. Finalmente le transmitĆ­a y garantizaba tanto su lealtad como la de su futuro esposo. Tanto Enrique como sus consejeros no daban crĆ©dito a lo que leĆ­an. Isabel le la habĆ­a colado floja a todos. Y lo peor de todo (para ellos) es que lo habĆ­a hecho de forma impecable, sin faltar al tratado que habĆ­an firmado y mostrando lealtad. Enrique solo podĆ­a hacer dos cosas, aceptar a Fernando como cuƱado o darse cabezazos contra los muros de palacio

A la hora de informar, la cosa no quedĆ³ en la simple carta enviada por Isabel. DĆ­as despuĆ©s de la boda, el 22 de septiembre los reciĆ©n casados enviaban una embajada a Enrique haciĆ©ndole saber de que el matrimonio se habĆ­a celebrado y que ambos, Isabel y Fernando, quedaban desde ese momento como fieles siervos del rey. Aquello no hizo mĆ”s que enfurecer a Enrique, que veĆ­a lo lista que le habĆ­a salido su hermanita, intentando no dar pasos en falso parta que nadie pudiera reprocharle nada. Y en efecto, detalles como ese y la seguridad y el talante que mostraba la pareja, hicieron que muchos nobles pusieran la mirada en ellos, planteĆ”ndose si no era aquel jovencĆ­simo matrimonio lo que el reino necesitaba para sentar cabeza.

El rey Enrique IV, aconsejado por un muy cabreado Pacheco, dio un giro a su polĆ­tica, encaminada ahora a vigilar de cerca los movimientos de los reciĆ©n casados, de los que no se fiaban, pues no habĆ­an tardado en maniobrar para ganarse el favor de muchos nobles. Y por supuesto, de lo firmado en Guisando solo quedĆ³ el recuerdo de un abrazo, que, instintivamente le dio a su hermanastra.


4

Escudo, lema y demƔs sƭmbolos de Isabel y Fernando

Fue durante el primer acto de gobierno o Concordia de Segovia donde se configurĆ³ el escudo y sus sĆ­mbolos. Lo normal era que cada cual mantuviera su propio escudo de armas, y sin embargo, aquĆ­ se estableciĆ³ algo tan inusual como que ambos tuvieran uno en comĆŗn como sĆ­mbolo de unidad donde cada cual aƱadiĆ³ sus armas personales. De allĆ­ saldrĆ­a el escudo que lleva representando a la naciĆ³n espaƱola durante cinco siglos y que ha llegado, con ligeras variantes, hasta el dĆ­a de hoy.

Si lo miramos detenidamente, lo primero que apreciamos es que estĆ” muy sobrecargado. En principio se divide en cuatro espacios o cuarteles, como se suele decir en la jerga de la herĆ”ldica. Pero es que, ademĆ”s, cada cuartel se divide a su vez en otros cuatro para Isabel y cinco para Fernando. Tanto las armas de Isabel como las de Fernando se repiten, primer y cuarto cuartel para ella y segundo y tercero para Ć©l, y al final vemos un total de 18 cuarteles. Veamos ahora las armas y los sĆ­mbolos representados. En el primer espacio, perteneciente a Isabel, dividido a su vez en cuatro, vemos un castillo o torre y un leĆ³n, que son las armas de Castilla y LeĆ³n. El castillo aparece en el primer y cuarto “subcuartel” (o contracuartel) y el leĆ³n en el segundo y tercero. El segundo es para Fernando y en Ć©l aparece lo que hoy llaman la “seƱera” o bandera aragonesa, ocupando la mitad del cuartel. La parte derecha la ocupan las armas de Sicilia, que son la “seƱera” y un Ć”guila. Curiosamente este “subcuartel” se divide a su vez y de forma diagonal, en otros cuatro mĆ”s pequeƱos formando un aspa, apareciendo dos veces la seƱera y otras dos el Ć”guila. Pues todo esto multiplicado por dos, apareciendo, como ya se ha dicho, en el primero y cuarto Isabel y en el segundo y tercero Fernando.

Muy sobrecargado, ¿no? Pues aĆŗn habrĆ­a que aƱadir un espacio mĆ”s tras la conquista de Granada, donde aparecerĆ”, abajo, en el pico del escudo o entado, una granada madura con la piel abierta y unas hojitas, como reciĆ©n cogida del Ć”rbol. Pero a pesar de todo resulta colorido y bonito. Todo ello coronado o timbrado, por una corona real de oro abierta. Y sosteniendo el escudo, un Ć”guila, la llamada Ć”guila de San Juan. Esta Ć”guila ya representaba a Isabel en su escudo de armas anterior. El Ć”guila de San Juan tiene su origen en San Juan Evangelista. A los cuatro apĆ³stoles evangelistas se les asignĆ³ tradicionalmente y durante la edad media un animal. El animal de San Juan fue el Ć”guila, y como Isabel tenĆ­a devociĆ³n por este apĆ³stol, la aƱadiĆ³ a su escudo y ahora lo aƱadĆ­a como sĆ­mbolo para rodear y sostener el nuevo escudo que representarĆ­a a ambos reyes y con el tiempo a toda una naciĆ³n. Pero habrĆ­a mĆ”s sĆ­mbolos rodeando al escudo.

En la parte de abajo aparecen un lema y unos sĆ­mbolos o divisas que homenajean a ambos. En la parte izquierda vemos un yugo rodeado de una cuerda cortada. Se trata del nudo gordiano, aquel que pusieron ante Alejandro Magno para probar su ingenio y ver si era capaz de deshacerlo, y que simplemente cortĆ³ con su espada, pronunciando aquella frase que se harĆ­a cĆ©lebre: tanto monta, o tanto da deshacer como cortar. Es precisamente el lema que eligiĆ³ Fernando, que aparece tambiĆ©n bajo el escudo. Pero, ademĆ”s, el yugo estĆ” ahĆ­ por otra razĆ³n: yugo comienza por “y”, que tambiĆ©n es la inicial de Ysabel, una forma comĆŗn de escribir este nombre en la Ć©poca. En la parte derecha vemos otra cuerda, esta vez anudando un haz de flechas, como homenaje a Fernando, ya que la inicial de las flechas tambiĆ©n es la del rey. Poco mĆ”s que seƱalar, salvo que el Ć”guila presenta una corona o halo de santo, que a travĆ©s de su cola sobresale por debajo, y aparece el cartel o “divisa” (siguiendo con la jerga herĆ”ldica), que va desde el yugo hasta las flechas, con el lema “Tanto Monta”.

El escudo seguirĆ­a usĆ”ndose por los reyes venideros como sĆ­mbolo de unidad, con algĆŗn que otro ajuste. Las armas de Sicilia desaparecĆ­an dejando paso a las de Navarra. El Ć”guila se modificaba y luego desaparecĆ­a completamente para sustituirla por las Columnas de HĆ©rcules. Se cambiarĆ­an los lemas y se simplificaban los cuarteles, quedando solo cuatro mĆ”s el entado de Granada. Pero las armas aportadas por Isabel y Fernando permanecerĆ­an hasta el dĆ­a de hoy. Durante el franquismo se usĆ³ en EspaƱa un escudo casi idĆ©ntico, y en 1981 se suprimiĆ³ el Ć”guila, el yugo y las flechas, quedando el escudo entre las Columnas de HĆ©rcules y una cinta con el lema Plus Ultra (MĆ”s AllĆ”). Lema utilizado por Carlos I, nieto de Isabel y Fernando, creado para animar a los marinos a desafiar las creencias griegas, segĆŗn las cuales, HĆ©rcules habĆ­a puesto dos columnas en el estrecho de Gibraltar para advertir que allĆ­ acababa el mundo y que no habĆ­a nada mĆ”s allĆ”. Pero habiendo demostrado ya sus abuelos que sĆ­ habĆ­a algo mĆ”s allĆ”, parece que este lema quisiera animar a ir mĆ”s allĆ” todavĆ­a, como asĆ­ lo harĆ­an. Y es que los sĆ­mbolos pueden conseguir cosas inimaginables.

El arzobispo Carrillo estaba satisfecho de haber conseguido su propĆ³sito. Ni siquiera el avispado y conjurador de su sobrino Pacheco le habĆ­a ganado esta vez la partida. Los futuros reyes de Castilla estaban en sus manos. Porque por mucho que Enrique se empeƱara de nuevo en nombrar heredera a su hija, sabĆ­a que su sobrino harĆ­a lo imposible por impedirlo. Todo estaba de su parte, hasta su oponente Pacheco jugaba a su favor. Sin embargo, Carrillo empezaba a experimentar lo que ya habĆ­an experimentado otros que creyeron ver en Isabel una frĆ”gil marioneta: la princesa no se dejaba manipular, y si necesitaba consejo de alguien, acudĆ­a a su protector Gonzalo ChacĆ³n. Y por su parte, Fernando, a pesar de su juventud, tampoco parecĆ­a necesitar de sus consejos e iba a su bola. -¿Pero quĆ© le pasa a esta loca juventud?- Farfullaba Carrillo.

Lo que le pasaba a esta juventud es que habĆ­an convivido desde muy temprana edad, tanto uno como el otro, con intrigas palaciegas y demasiados poderosos a la sombra, y ambos se habĆ­an propuesto desde el primer momento acabar con aquella absurda situaciĆ³n. ¡CuĆ”ntas guerras se habĆ­an librado desde la Ć©poca de los visigodos, y cuĆ”ntos reyes habĆ­a caĆ­do por aquel sistema feudal que daba demasiado poder a la nobleza! Un sistema, que en principio, deberĆ­a ser bueno para controlar el poder absoluto de un rey, pero que fallaba desde el momento en que cada magnate podĆ­a formar su propio ejĆ©rcito, pudiendo formar alianzas y camarillas al no haber un mando Ćŗnico y carecer el rey de defensa propia. Y esto fue lo primero que tuvo en mente Fernando, poseer su propio ejĆ©rcito y menguar el poder de tanto carroƱero que desangraba el reino.

Todo esto lo pensaban ellos juntos, muy juntitos, tanto juntitos que a Isabelita le saliĆ³ un bombo como un balĆ³n de nivea. QuĆ© lĆ”stima, con lo chiquita y lo inocente que era ella. Pero el Fernando era un buen granuja, porque a pesar de tener tan poca edad, tenĆ­a ya nada menos que dos chiquillos. Pues sĆ­, dos chiquillos. A ver, todo hay que entenderlo. A muy temprana edad el padre lo puso al frente de cosas que eran de persona mayor. Y claro, tanto juntarse con viejos verdes lo zarpearon demasiado pronto. Luego estaba la puƱetera guerra en CataluƱa y se ve que una catalancita muy guapita ella, huyendo asustaita de las bombas, se metiĆ³ en la cama con Ć©l… y bombo por aquĆ­, bombo por allĆ­, dos chiquillos. Ya veremos como le sale la cosa cuando se entere la Isabel.

Pero sigamos con el tema de Carrillo, que viendo que no podĆ­a con Isabel, con ChacĆ³n siempre como su guardaespaldas, intentaba ganarle terreno a Fernando. Pero Fernando, tenĆ­a de zorro lo que no tenĆ­a de madurez y Carrillo salĆ­a escaldado siempre que intentaba hacerle frente. Unos enfrentamientos que no gustaban nada a Isabel, no porque pensara que su esposo no llevara razĆ³n, sino porque temĆ­a que Carrillo maniobrara contra ellos en un momento en que su hijo estaba a punto de nacer, sabiendo como sabĆ­a que su matrimonio era ilegĆ­timo a ojos de la Iglesia. Si la bula no llegaba pronto, su futuro hijo podrĆ­a ser declarado ilegĆ­timo, tal como fue declarada ilegĆ­tima su ahijada Juana. Isabel dio a luz una niƱa el 1 de octubre de 1470. La bautizaron con el nombre de Isabel, y van cuatro seguidas: la abuela, la madre, la propia Isabel y ahora la hija.

Los Mendoza cambian de bando, sĆ­, se ponen al lado de Isabel y Fernando. Ya hemos dicho que nada mĆ”s contraer matrimonio se habĆ­an puesto manos a la obra para agradar a la nobleza, con mĆ”s que satisfactorios resultados. Los Mendoza no eran cualquier cosa, eran una de las familias mĆ”s adineradas e influyentes de Castilla, razĆ³n de mĆ”s para sopesar quiĆ©n le daba mĆ”s garantĆ­as de estabilidad, y estaba claro que los reciĆ©n casados prĆ­ncipes daban cada vez mĆ”s confianza a todos.

Por su parte, Enrique se ponĆ­a hecho una fiera y nombraba de nuevo a Juana heredera al trono mientras su esposa declaraba pĆŗblicamente que la niƱa era hija legĆ­tima. A Isabel no le cogiĆ³ la noticia por sorpresa, pero creyĆ³ oportuno, tan ella como Fernando, redactar y hacer pĆŗblico un manifiesto donde expresaban su disconformidad, ya que Enrique incumplĆ­a su pacto firmado en Guisando. Por otra parte, su hija, como el propio monarca habĆ­a tenido que reconocer en aquella reuniĆ³n, no era legĆ­tima por no ser vĆ”lido su matrimonio. Algo parecido a lo que podĆ­a ocurrirle a ella si Carrillo se cabreaba. Claro que, Isabel podrĆ­a tener muchos mĆ”s.

El cambio de bando de la familia Mendoza provocarĆ­a que muchos otros nobles se pusieran de parte de los prĆ­ncipes. Fuera de Castilla Fernando buscĆ³ el apoyo econĆ³mico y militar de su padre Juan II. -Pues vamos listos, o sea que te caso con la castellana para recabar apoyos y ahora es Castilla la que necesita de nuestros recursos. Creo que vas a tener que apaƱƔrtelas como puedas, Fernandito, porque aquĆ­, como tĆŗ sabes, estamos tiesos-, fue la respuesta del viejo rey. Pero no solo de apoyo militar y econĆ³mico estaban necesitados, tambiĆ©n era importante el reconocimiento de otras cortes europeas, de la iglesia y sobre todo de Roma; el cardenal Rodrigo Borja se encargarĆ­a de que recibieran respaldo del papa Sixto IV.

Viendo Enrique que su hermana recibĆ­a muchos mĆ”s “me gusta” en todas las redes sociales, decidiĆ³ buscarle un marido, mĆ”s o menos lo que habĆ­a venido haciendo sin Ć©xito con Isabel. Ahora tampoco parecĆ­a que le fuera demasiado bien en el intento por casar a Juana. ¿Y la perra escarsa de Pacheco, por dĆ³nde anda? Pues cavilando, como siempre, a ver quĆ© sitio le es mĆ”s favorable para poner el huevo. Se pone en contacto con su tĆ­o Carrillo, pero Ć©ste le da a entender que se siente viejo y con pocas ganas de conspirar contra nadie, que su Ćŗnico lugar es la Iglesia y solo tomarĆ” partido por Dios. Carrillo miente, y sabe que su sobrino sabe que todo es mentira, al igual que Pacheco sabe que su tĆ­o no se traga que el no sepa que su tĆ­o miente. Pero el caso es que toda esta sarta de mentiras sirve para que el tĆ­o se quite de encima al sobrino… y no lo vuelva a ver nunca mĆ”s, porque Pacheco la palma y nadie supo cĆ³mo. Era el 4 de octubre de 1474. Se comenta que ha sido envenenado, pero como siempre, nadie sabe quiĆ©n puede haber sido. Dos meses mĆ”s tarde, el 12 de diciembre, morĆ­a Enrique, con 49 aƱos. Fue una sorpresa para todos, nadie lo esperaba, y sin embargo, enfermĆ³ y durĆ³ dos dĆ­as, ¿De quĆ© muriĆ³ Enrique? Nadie lo sabe con seguridad. Se rumoreĆ³ que fue envenenado. Pero hoy se cree que fue a causa de las malas prĆ”cticas alimentarias.

Castilla quedaba sin rey. Juana habĆ­a sido reconocida como heredera aunque contaba con escasos apoyos. Isabel tambiĆ©n habĆ­a sido reconocida en un documento firmado por Enrique aunque no ratificada por las cortes. ¿QuiĆ©n heredarĆ­a la corona? Isabel lo tenĆ­a claro, habĆ­a cumplido su pacto, su promesa, de ser fiel al rey hasta el fin de sus dĆ­as, ahora, muerto y enterrado su hermanastro, era el momento de dar el paso definitivo para proclamarse reina, asĆ­ se aprobĆ³ en Guisando y asĆ­ se harĆ­a.

Isabel se encontraba en Segovia cuando tuvo conocimiento de la muerte de su hermano. El alcaide y tesorero de la ciudad era AndrĆ©s Cabrera, marido de Beatriz, dama de compaƱƭa de Isabel, por lo que, allĆ­ la princesa se encontraba segura. No era el mejor momento de tomar decisiones como la que estaba a punto de tomar, pues Fernando se encontraba de viaje por AragĆ³n, pedro no habĆ­a tiempo que perder, Isabel debĆ­a proclamarse reina inmediatamente. Lo primero que hizo fue vestirse de luto y celebrar una misa en la iglesia de San Miguel. AcudiĆ³ todo el consejo de la ciudad y se le rindieron todos los honores al difunto rey, con los pendones del rey y de Segovia presentes y en posiciĆ³n de duelo. Finalizada la ceremonia, Isabel saliĆ³ de la iglesia, donde se habĆ­an congregado mucha gente y algunos representantes de la nobleza. Se habĆ­a improvisado un entarimado y una silla a modo de trono. Todo fue muy sencillo. No hubo ceremonias lujosas ni ostentaciones, solo los actos de juramento necesarios para ser legitimada reina y proclamarlo en voz alta: «Castilla, Castilla, Castilla por la muy alta e muy poderosa princesa reyna e seƱora e muy poderoso prĆ­ncipe rey e seƱor, como su legĆ­timo marido». Isabel ya era reina de Castilla y ahora la noticia debĆ­a ser extendida hasta el Ćŗltimo rincĆ³n del reino.

Legitimidad, orden y ley. Ese fue el mensaje que quiso dejar claro Isabel desde el principio. Legitimidad: ella era la reina legĆ­tima porque asĆ­ lo habĆ­a acordado con su difunto hermano, un rey acostumbrado a no cumplir sus promesas y sus pactos. Pero ella sĆ­ habĆ­a cumplido, y el pacto de Guisando era un documento autĆ©ntico del que nadie podĆ­a dudar. Orden y ley: era su propĆ³sito y estaba dispuesta a llevarlo a cabo. VelarĆ­a por el bien de todos los sĆŗbditos del reino para que llegara la armonĆ­a, la paz y la prosperidad. TenĆ­a entonces 23 aƱos.

Las capitulaciones de Cervera

No habĆ­a boda entre prĆ­ncipes o reyes que no fuera precedida de un acuerdo o pacto matrimonial, lo que se suelen llamar capitulaciones, un contrato donde se fijan una serie de clĆ”usulas a seguir por ambas partes. Las condiciones puestas al prĆ­ncipe Fernando fueron bastante duras y las firmĆ³ en Cervera, provincia de LĆ©rida. A Juan II no le importaban las condiciones, total, su hijo era el hombre y como tal serĆ­a el rey.

El documento decĆ­a que Fernando debĆ­a respetar las leyes, las libertades y los fueros de Castilla y no podĆ­a ordenar nada que no fuera acompaƱado de la firma de su esposa Isabel. No podĆ­a otorgar mercedes ni nombrar cargos, siendo esta competencia exclusiva de Isabel. Tampoco podĆ­a abandonar Castilla, no emprenderĆ­a empresa ni guerra ni paz sin el consentimiento y voluntad de su esposa. Isabel recibirĆ­a la dote correspondiente a las reinas de AragĆ³n, ademĆ”s de 100.000 florines de oro y 4.000 lanzas si el matrimonio llegaba a romperse. Y ya aparte de las capitulaciones, 20.000 florines y un collar de rubĆ­es, por valor de 40.000 ducados.

Todas esas condiciones y esa fortuna le costĆ³ al rey Juan casar a su vĆ”stago con la futura reina de Castilla, sin ni siquiera estar seguro de que llegarĆ­a a serlo, y como todos cuantos rodeaban a Isabel sabĆ­an cuĆ”n necesitado estaba Juan de esta alianza, decidieron aprovechar el momento para sacar tajada, ademĆ”s de dejar bien claro que la reina era ella y no aceptaban a un rey de fuera, aun cuando Fernando estaba en la lĆ­nea de sucesiĆ³n. Fernando quedaba asĆ­ como un rey consorte, justo lo que venĆ­an siendo las mujeres en cualquier otro reino, donde lo normal era que, aunque la heredera fuera ella, el que hacĆ­a las funciones de rey fuera Ć©l. Por eso Juan estaba tranquilo y daba por bien empleado el coste que le supuso el enlace, y poco o nada le preocupaban las duras clĆ”usulas impuestas por Castilla. Cierto es que en Castilla no existĆ­a la ley sĆ”lica, pero aun asĆ­ confiaba en que las riendas las cogerĆ­a Fernando.

Muerto Enrique y ante la rĆ”pida y acertada maniobra de Isabel coronĆ”ndose inmediatamente, Fernando no pudo estar presente en el acto y se enterĆ³ a su regreso a Segovia, recordemos que en ese momento se encontraba en AragĆ³n. A su llegada, fue recibido con todos los honores que merecĆ­a un rey consorte y fue reconocido como “legĆ­timo esposo” de la reina, algo que Fernando se tomĆ³ como un insulto. El enfado de Fernando fue monumental. Sin embargo, poco a poco tuvo que asumir que lo que habĆ­a hecho Isabel no lo habĆ­a hecho por faltarle al respeto, sino por adelantarse a los demĆ”s, que de seguro estaban al acecho. Isabel habĆ­a dado un golpe de efecto, no habĆ­a dudado, y eso solo demostraba que era una mujer atrevida e inteligente. Tal vez nadie habĆ­a asumido este hecho por no ser corriente que una mujer, que ademĆ”s era muy joven, tuviera tal iniciativa.

Aun reconociendo que Isabel actuĆ³ correctamente coronĆ”ndose en ausencia de su esposo, quedaba lo otro: legĆ­timo marido a secas, rey consorte, un don nadie en Castilla a la sombra de su esposa, algo inasumible. Isabel tuvo que recordarle lo que habĆ­a firmado antes de casarse. Nada hacĆ­a ella que no supiera quien lo habĆ­a aceptado y firmado.
No podemos sin embargo acusar a Fernando de ignorar las capitulaciones o negarse a cumplir con lo acordado. Lo que ocurre es que estĆ” enfrentĆ”ndose a una situaciĆ³n inĆ©dita en un panorama dominado por los hombres. Hay que insistir en el hecho de que, aunque a las mujeres se les permitiera heredar el tĆ­tulo de reinas, en la prĆ”ctica delegaban la totalidad de las funciones en el esposo que teĆ³ricamente era el rey consorte. Esto era lo que esperaba Fernando, coger las riendas y que la reina fuera un simple adorno a su lado. Desde luego, la situaciĆ³n era inĆ©dita dentro de la penĆ­nsula IbĆ©rica y fuera de ella. PasarĆ­an muchos aƱos antes de ver a una mujer coger las riendas de un reino en Europa. Isabel fue la pionera, y ni siquiera los enviados a Cervera con el documento que firmĆ³ Fernando creĆ­an verdaderamente que lo que allĆ­ se firmĆ³ iba a cumplirlo Isabel al pie de la letra. Aunque en Ćŗltima instancia fue benĆ©vola y cediĆ³ en algunas cosas, no fue debilidad lo que la obligĆ³ a hacerlo.

La Concordia de Segovia

En Ćŗltima instancia Isabel fue benĆ©vola y cediĆ³ en algunas cosas, pero no fue debilidad lo que la obligĆ³ a hacerlo. La Concordia de Segovia fue un tratado firmado el 15 de enero de 1475 en el AlcĆ”zar de esta ciudad en el cual se terminaban de dejar claras las competencias de cada uno de los cĆ³nyuges. PrĆ”cticamente es una confirmaciĆ³n del documento que Fernando ya habĆ­a firmado en Cervera. Sin embargo, Fernando conseguĆ­a recibir el tĆ­tulo de rey dejando de ser un simple consorte.
Puede que llegados a este punto se nos caiga el mito de Isabel como mujer avanzada a su tiempo haciendo valer sus derechos, al ceder ante las pretensiones de Fernando. Pero no nos desanimemos tan pronto, porque Isabel va a demostrar su valĆ­a durante todo su reinado. Para no llamarnos a engaƱo, algo o mucho tuvo que pesar el hecho de que en aquella Ć©poca no se concebĆ­a que el mando absoluto lo tuviera una mujer. Pero si lo pensamos bien, que Fernando estuviera relegado a un simple adorno tampoco era lo que mĆ”s le convenĆ­a a Castilla en aquel momento. Isabel habĆ­a demostrado ya que se bastaba y sobraba para que todos se pusieran firmes ante ella. Pero a su lado tenĆ­a ahora uno de los hombres mĆ”s valerosos que se movĆ­an por aquellos reinos. ¿QuĆ© no podrĆ­an lograr juntos? ¿QuĆ© mejor general para los ejĆ©rcitos de Castilla ahora que todos andaban en pie de guerra?

Todas las clĆ”usulas seguĆ­an prĆ”cticamente sin cambios, pero por decisiĆ³n de Isabel, Fernando ahora tenĆ­a poder de tomar iniciativas y de impartir justicia: «proveer, mandar, fazer e ordenar lo que le fuera visto e lo que por bien toviere». La reina necesitaba a su lado a alguien que compartiera el gran proyecto que tenĆ­a en mente, ¿y quiĆ©n mejor que Fernando? Isabel era inteligente, pero no era una guerrera y sabĆ­a que iba a necesitar a su esposo al frente de los ejĆ©rcitos que pronto se iban a enfrentar a los partidarios de Juana, su ahijada.

Entra en escena un nuevo personaje: Diego Pacheco, nuevo duque de Villena, hijo de la fallecida perra escarsa. Diego Pacheco estƔ resentido por creer que su padre fue asesinado y culpa a los partidarios de Isabel, y por eso se alƭa con el arzobispo Carrillo, que en vista de que al lado de los nuevos reyes no hay nada que rascar se pasa al bando de la Beltraneja. Entre ambos convencen al rey de Portugal que se case con su sobrina Juanita, de solo trece aƱos. De esta forma podrƔ reclamar los derechos de la corona de Castilla sin que le consideren un invasor. Para ello le prometen que al llegar a Castilla le estarƔn esperando los principales representantes de la nobleza con sus ejƩrcitos.

Alfonso V se casa con su sobrina y entra en Castilla, pero allĆ­ solo estĆ”n esperĆ”ndole cuatro gatos. Muchos nobles no estĆ”n dispuestos a luchar contra Isabel y Fernando para entregar el reino a un portuguĆ©s. Pero Alfonso ya no se echarĆ” atrĆ”s y busca el apoyo del rey de Francia Luis XI, llamado el rey AraƱa por su capacidad de tejer conspiraciones contra sus enemigos. La guerra no se reducirĆ­a solo a Castilla, sino tambiĆ©n a AragĆ³n, ya que este rey se la tenĆ­a jurada a Juan II. Si la victoria era total, Castilla serĆ­a para Alfonso y la Beltraneja, y AragĆ³n para el AraƱa, pero si eran derrotados, Portugal tendrĆ­a que indemnizar a los franceses. Alfonso decidiĆ³ jugĆ”rsela.
El aƱo 1475 estuvo marcado por movimientos de tropas y tomas de plazas fuertes a lo largo y ancho de toda la penƭnsula. Fernando iba a estrenarse como estratega y excelente diplomƔtico al servicio de Castilla. Lo primero que hizo fue firmar una tregua con el reino moro de Granada donde incluso se comprometƭan a ayudar a los castellanos.

5

La batalla de Peleagonzalo

Fernando declaraba pĆŗblicamente su amor a su esposa en cuya defensa lucharĆ­a «hasta derramar la sangre si fuera menester». TenĆ­a solo 23 aƱos pero iba a dejar bien claro por quĆ© su padre, siendo aĆŗn mĆ”s joven lo puso al frente del reino de Sicilia y sus ejĆ©rcitos. Antes de salir a luchar, encargĆ³ a Isabel que si Ć©l morĆ­a cuidara que nada les faltara a sus dos hijos ilegĆ­timos. TambiĆ©n escribe a su padre pidiĆ©ndole que facilite la sucesiĆ³n en el trono aragonĆ©s de su hija Isabel, pese a que la ley sĆ”lica no lo permitĆ­a, porque hora era ya de remover impedimentos «por el gran provecho de los dichos reynos», anticipando de esta manera a su padre el futuro unido de AragĆ³n y Castilla.
En febrero de 1476 Alfonso V habĆ­a logrado reunir en las inmediaciones de Toro un respetable ejĆ©rcito de unos 20.000 infantes y 3.500 jinetes. Su hijo Juan se sumarĆ­a con unos 8.000 peones y 1.500 caballeros mĆ”s. La zona de Zamora era de vital importancia como corredor de entrada y salida a Portugal, y Toro se convertirĆ­a en el cuartel general de Alfonso. Por su parte, Fernando se habĆ­a valido de toda su astucia para introducirse en Zamora con 22.500 hombres, 2.500 de ellos caballeros. Aquello era un contratiempo para Alfonso, porque Fernando se interponĆ­a entre su cuartel general y Portugal, asĆ­ que decidiĆ³ salir de las murallas de Toro y poner cerco a Zamora.
Llama la atenciĆ³n un detalle. Normalmente, y a lo largo de siglos de historia lo estamos viendo, en invierno cesaban las actividades bĆ©licas, y mĆ”s en aquellas Ć©pocas en que, por ejemplo, para asaltar unas murallas habĆ­a que desplazar maquinaria como torres de asalto, y en general material muy pesado para moverlo por el barro. Luego estaban los caballos, que se movĆ­an mĆ”s lentamente, por no hablar de los soldados que sufrĆ­an mucho mĆ”s a causa de la humedad o el frio. Sin embargo, aquĆ­ estamos hablando del mes de febrero, cuando a los portugueses se les ocurre ni mĆ”s ni menos que acampar alrededor de las murallas. No es de extraƱar que, por mucho que quiso provocarlo, Fernando se negara a salir a pelear, calentito como estaba dentro de la ciudad.
En aquellos dĆ­as, el frio y el mal tiempo azotĆ³ aquella zona, y Alfonso, viendo que sus hombres lo estaban pasando realmente mal, el 1 de marzo decidiĆ³ levantar el cerco y refugiarse de nuevo tras los muros de Toro. Alfonso debiĆ³ pensar que Fernando no estaba pendiente de lo que hacĆ­an y que estarĆ­a plĆ”cidamente calentĆ”ndose al lado del fuego de algĆŗn palacete. Pero por si acaso, la retirada fue controlada por una retaguardia que vigilaba cualquier movimiento fernandino. Simple rutina protocolaria, pues Ć©l sabĆ­a que le habrĆ­an avisado de inmediato, pero era imposible que le diera tiempo a reaccionar, armar a sus huestes y salir en su persecuciĆ³n. Se equivocaba,
Fernando estaba esperando precisamente este movimiento y estaba mĆ”s que preparado para cuando se produjera, y saliĆ³ tras Alfonso antes del amanecer. Primero saliĆ³ Ɓlvaro de Mendoza con 300 caballeros para que hostigaran la retaguardia portuguesa. MĆ”s tarde saliĆ³ Fernando en persona al frente de sus hombres dando alcance al enemigo a unos cuatro kilĆ³metros de Toro, cuando ya habĆ­an recorrido casi todo el camino (Toro esta a 30 kilĆ³metros de Zamora), mientras cruzaban un desfiladero, forzĆ”ndolos a presentar batalla en una llanura cercana. Los portugueses eran en ese momento unos 10.000 infantes y 3.500 caballos, Fernando solo habĆ­a salido con 3.000 soldados y 2.000 caballos.
El lugar de la batalla fue el pequeƱo pueblo de Peleagonzalo, aunque sea mĆ”s conocida por la localidad donde se dirigĆ­a Alfonso V, Toro. Era ya el mediodĆ­a cuando fueron alcanzados. El 1 de marzo de aquel 1476 fue lluvioso y entre el barro de una llanura en los alrededores de Peleagonzalo se enfrentaron dos reyes para decidir el futuro de la penĆ­nsula IbĆ©rica. Fernando formĆ³ tres cuerpos, uno de ellos, el central, lo comandaba Ć©l mismo y estaba compuesto por su guardia real. En el flanco derecho siete escuadrones de caballerĆ­a ligera. Y en el derecho la caballerĆ­a pesada.
Alfonso el portuguĆ©s distribuyĆ³ su ejĆ©rcito de forma muy parecida, con un cuerpo central comandado por Ć©l mismo y la caballerĆ­a en sus flancos, que por cierto, el derecho estaba formado casi exclusivamente por tropas castellanas del arzobispo de Toledo, Alfonso Carrillo, convencido de que quien estuviera a su lado ganarĆ­a la guerra. TambiĆ©n andaba diciendo por ahĆ­ que a Isabel «la quitĆ© de la rueca y le di un cetro. Ahora le quitarĆ© el cetro y la volverĆ© a la rueca».

La batalla comenzĆ³ ya muy avanzada la tarde, durĆ³ unas tres horas, la lluvia caĆ­a incesantemente, por lo que, se producirĆ­a sobre un cenagal. Los hombres estaban demasiado cansados, pero eran los del bando portuguĆ©s quienes llevaban la peor parte, pues despuĆ©s de haber sufrido durante muchos dĆ­as el frĆ­o frente a las murallas de Zamora, habĆ­an salido de madrugada para caminar hasta el medio dĆ­a y dedicar casi toda la tarde a la formaciĆ³n de batalla. TambiĆ©n los de Fernando habĆ­as recorrido el mismo trecho, pero al menos habĆ­an pasado la noche en el interior de la ciudad y estaban mĆ”s descansados. Pero no olvidemos que estaban en inferioridad numĆ©rica.
Ɓlvaro de Mendoza dio el primer paso lanzando sus 300 caballeros contra los 800 del prĆ­ncipe Juan (el hijo de Alfonso de Portugal). Eran soldados menos experimentados, pero estaban armados con arcabuces y los recibieron con una lluvia de pĆ³lvora. Poco pudieron hacer los caballeros de Mendoza ante 800 peones que se habĆ­an envalentonado al ver que les superaban en nĆŗmero, salvo retroceder y reagruparse. Ahora le tocaba a Fernando que arremetiĆ³ por el centro contra Alfonso, rey contra rey. Mientras tanto, el flanco izquierdo corriĆ³ a socorrer la retirada de Mendoza y poner en fuga al hijo de Alfonso.
El cronista de la reina Fernando del Pulgar cuenta que el combate del centro fue muy sangriento: «Quebradas las lanzas, vinieron al combate de las espadas. E todos revueltos unos con otros, sonaban los golpes de las armas y el estruendo de la artillerĆ­a e las voces; unos gimiendo sus llagas, otros demandando ayuda, otros reprehendiendo a los que veĆ­an negligentes en pelear, y esforzĆ”ndolos que le peleasen. E porque entre los castellanos e portugueses habĆ­a la vieja qĆ¼estion sobre la fuerza y el esfuerzo de las personas, cada uno por su parte se disponĆ­a a la muerte por alcanzar la vitoria».
Entrada ya casi la noche, la batalla se convirtiĆ³ en un caos entre un barrizal. Se tiene conocimiento de una pelea particular entre un soldado de Fernando, Vaca de Sotomayor, contra un portuguĆ©s, Duarte de Almeida. El objetivo del castellano era arrebatarle al portuguĆ©s el estandarte real. Perder esta insignia era un severo agravio, por lo que ni siquiera cuando el portuguĆ©s perdiĆ³ el brazo derecho con que sujetaba la bandera, debido al tajo de la espada de Sotomayor, dejĆ³ que se la arrebataran, pues pasĆ³ a cogerla con la mano izquierda. Sotomayor entonces le cortĆ³ tambiĆ©n el brazo izquierdo. La leyenda cuenta que Almeida se tirĆ³ en busca del estandarte para cogerlo con los dientes, aĆŗn asĆ­ no pudo evitar que se lo arrebatara. Sea leyenda o realidad, el caso es que el estandarte pasĆ³ a manos castellanas, aunque los portugueses no lo dieron por perdido y harĆ­an lo imposible por recuperarlo: «Viendo los portugueses su estandarte en manos ajenas, al punto acudieron en pro de Almeida, y todos combatieron tan fiera y seƱudamente, que la enseƱa quedĆ³ hecha pedazos».
Los que no entendemos nada de batallas quizĆ”s pensamos que cuando la cosa se pone fea lo mejor es salir corriendo, pero los expertos en el tema coinciden en que una retirada descontrolada siempre acaba en carnicerĆ­a. Entre los portugueses cundiĆ³ el pĆ”nico al ver que el centro, con su rey al frente, era incapaz de contener a los castellanos y que Fernando estaba dispuesto a llegar hasta el mismo Alfonso. ¿A alguien no le viene a la memoria el gran Alejandro, que casi a su misma edad se enfrentĆ³ a un ejĆ©rcito muy superior y en medio de la batalla quiso llegar hasta el mismĆ­simo rey DarĆ­o? La huida se generalizĆ³ y cuando Alfonso quiso ordenar una retirada ordenada ya era tarde y como todas las huidas de este tipo, fue una masacre, pues mientras los que huyen lo hacen sin control, los perseguidores solo tienen que limitarse a avanzar y darles caza desde atrĆ”s. El Duero que estĆ” cerca de allĆ­, no solo fue testigo, sino que ayudĆ³ en aumentar el nĆŗmero de muertos entre los portugueses, pues en su huida muchos intentaron cruzarlo y se ahogaron. En fin, un desastre.
Cuentan que Carrillo miraba la escena con rabia. Muchos de ellos, incluso creyeron que el rey Alfonso habĆ­a sido hecho prisionero o muerto. SegĆŗn contaba el mismo Fernando en una carta escrita a Isabel, asĆ­ habrĆ­a sido de no ser porque su hijo llegĆ³ a rescatarlo: «Si no viniera el pollo, preso fuera el gallo». La batalla se saldĆ³ con 400 bajas entre los de Fernando y 900 entre los de Alfonso.
Fernando habĆ­a conseguido mucho mĆ”s que una victoria aquel dĆ­a. HabĆ­a conseguido afianzarse al trono. Y para que lo que allĆ­ habĆ­a ocurrido tuviera su efecto, Fernando enviĆ³ de inmediato mensajeros para que anunciaran su victoria por todos los rincones del reino. Muchos nobles que aĆŗn permanecĆ­an indecisos vieron claro desde ese momento de quĆ© bando debĆ­an ponerse.

La guerra no habĆ­a acabado aĆŗn. Los portugueses, a pesar de haber tenido que retroceder y haber comprobado cĆ³mo se las gastaba Fernando, no se consideraron vencidos en aquella batalla, como tampoco dieron por perdida la guerra. Ambos bandos se creyeron vencedores. Porque en realidad cada cual consiguiĆ³ su objetivo. Los portugueses consiguieron alcanzar Toro y refugiarse, aunque con unos cuantos muertos dejados por el camino. Y Fernando tambiĆ©n consiguiĆ³ el objetivo de alcanzarlos y darles un escarmiento. La diferencia estĆ” en que Fernando consiguiĆ³ mucho mĆ”s que eso, pues demostrĆ³ de lo que era capaz y decantarlos en su favor, esa fue la gran victoria de Fernando y la gran derrota portuguesa.
A partir de ese momento, Isabel y Fernando, que no les interesaba que el conflicto se alargara, se dedicarĆ­an buscar apoyos entre la nobleza del bando de la Beltraneja. La estrategia fue no buscar la venganza sino la negociaciĆ³n. No habrĆ­a reprimendas para aquellos que rectificaran y se posicionaran a su lado, evitando desavenencias, pero dejando claro que los tiempos de los monarcas dĆ©biles en manos de la nobleza habĆ­an acabado.
Y mientras Fernando andaba negociando con los nobles, Isabel emprendiĆ³ una descomunal cabalgada hasta Segovia. Estando en Madrigal le llega una fatal noticia: su hija Isabel ha sido secuestrada y estĆ” en manos del antiguo alcaide de Segovia. La pequeƱa Isabel se encontraba al cuidado de sus fieles Beatriz de Bobadilla y su esposo AndrĆ©s Cabrera, actual alcaide de la ciudad. El antiguo alcaide aprovechĆ³ la ausencia de Cabrera, que habĆ­a tenido que salir de Segovia, intento poner la ciudad contra Isabel y Fernando y secuestrĆ³ a la niƱa. Isabel llegĆ³ y entrĆ³ sola, sin escolta. Segovia se la dejĆ³ en herencia su padre, por lo que, cuando fue a entrar dejĆ³ bien claro que: «para entrar en lo mĆ­o no son menester leyes ni condiciones». Cuando los habitantes de Segovia la vieron entrar, la rebeliĆ³n acabĆ³ de inmediato y su hija quedĆ³ libre. Ella sola, sin ejĆ©rcito y con su sola presencia, habĆ­a sofocado una rebeliĆ³n. Cuando llegĆ³ a oĆ­dos de Fernando no se lo podĆ­a creer, ni Ć©l ni nadie.
Isabel y Fernando serĆ”n padres una vez mĆ”s. El 30 de junio de 1478 nace en Sevilla un niƱo al que bautizarĆ”n allĆ­ mismo con el nombre de Juan en honor a sus dos abuelos. Este niƱo, al ser varĆ³n, desplazarĆ” a su hermana Isabel en la lĆ­nea sucesoria. Era la costumbre de la Ć©poca, que permitĆ­a reinar a las mujeres, pero solo si no habĆ­a varones. Un aƱos mĆ”s tarde, en 1479 Portugal no puede seguir con su guerra y decide abandonar. El tratado de paz se firma en AlcaƧovas el 4 de septiembre. Los portugueses debĆ­an abandonar las ciudades ocupadas volviendo las fronteras entre los dos reinos a ser las mismas que antes. Durante la contienda Castilla se habĆ­a dedicado a castigar las aguas portuguesas para entorpecer el trĆ”fico marĆ­timo con Guinea, por lo que, tambiĆ©n se hacĆ­a necesario un nuevo acuerdo sobre aguas territoriales. Las aguas del ocĆ©ano AtlĆ”ntico se repartĆ­an reconociendo las posesiones de Guinea a Portugal, asĆ­ como Elmina, Madeira, las Azores, Flores y Cabo Verde. A Castilla se le reconocĆ­a la soberanĆ­a sobre las islas Canarias. La cosa quedaba mĆ”s o menos como antes, pero los portugueses entendieron que el AtlĆ”ntico era suyo, y de ahĆ­ los conflictos que mĆ”s tarde obligarĆ­a al papa Alejandro a repartir el mundo entre ambos reinos.
Alfonso V quedĆ³ humillado por la derrota en una guerra que nunca debiĆ³ comenzar aquello fue el final de la reivindicaciĆ³n de los derechos de Juana la Beltraneja. Su madre, Juana de Avis, habĆ­a fallecido al comienzo de la guerra, y ni siquiera en su lecho de muerte pudo la niƱa arrancarle la verdad sobre su verdadero padre. Ahora era simplemente una princesa sin herencia que acabĆ³ sus dĆ­as en el convento de las clarisas de Coimbra. MuriĆ³ en Lisboa el 12 de abril de 1530. Hoy se cree que analizando sus restos podrĆ­a comprobarse el adn y saberse si era o no hija de Enrique, pero desaparecieron a consecuencia el gran terremoto de Lisboa en 1755.
Isabel y Fernando eran ya reyes indiscutibles y se irĆ­an rodeando de personas de confianza. Por delante tenĆ­an un gran reto, el de convertir Castilla en un reino estable. DebĆ­an estar preparados ademĆ”s para cuando les llegara la hora de reinar tambiĆ©n en AragĆ³n. Dos reinos que serĆ­an las dos primeras piezas hacia una unidad polĆ­tica y cultural que naciĆ³ con la dominaciĆ³n romana y se extendiĆ³ con los visigodos, hasta estallar en pedazos con la ocupaciĆ³n musulmana. No era la primera vez que se intentaba. Ellos tampoco lo consiguieron, pero emprenderĆ­an un proyecto que acabarĆ­a con la conquista de un gran imperio.

La reforma de la Iglesia

HabĆ­a mucho por hacer y los reyes no perdieron el tiempo. Hubo reformas por todas partes para reflotar el reino. Es curioso el tema, porque ahora a los nuevos historiadores les ha dado por difundir (despuĆ©s de “minuciosos” estudios) que ni Castilla estaba tan mal ni los Reyes CatĆ³licos lo hicieron tan bien. O dicho de forma mĆ”s clara: “siempre se les ha dado demasiada importancia a los Reyes CatĆ³licos, vendiĆ©ndonoslos como los salvadores de un reino en ruinas que prosperĆ³ como la espuma nada mĆ”s sentarse en el trono, pero no flipeis demasiado porque esto no es mĆ”s que una burda propaganda franquista, que no solo los utilizaron como modelos idĆ­licos a seguir, sino que copiaron hasta sus insignias, lĆ©ase Ć”guila, yugos y flechas.”
Y eso lo afirman quienes tras muchas pĆ”ginas escritas de su puƱo y letra, nos han hecho ver el desastroso reinado de Juan II con un lugarteniente al que tuvo que cortarle la cabeza porque ostentaba mĆ”s poder que Ć©l, o el rocambolesco y surrealista gobierno de Enrique IV, rodeado de traidores y maleantes. En fin, si Castilla estaba tan bien, solo le hubiera faltado una Beltraneja manejada a su antojo por Carrillo y el malcriado hijo de Pacheco. No entiendo de dĆ³nde sale tanto historiador de tres al cuarto a cuĆ”l mĆ”s gilipollas, que pretenden reescribir la historia viĆ©ndola desde el punto de vista de hoy en dĆ­a.
Cada Ć©poca tiene su pensamiento, y ese pensamiento es imposible interpretarlo desde la forma en que pensamos hoy. Es cierto que todos los regĆ­menes dictatoriales escogen sus Ć­dolos histĆ³ricos. No solo ha pasado en EspaƱa. AquĆ­ se ensalzĆ³ las figuras de la mejor pareja de reyes que haya tenido EspaƱa jamĆ”s, pero es cierto que fueron los mejores, y lo afirman hoy algunos historiadores que no se dejan llevar por las corrientes ideolĆ³gicas del momento. Por eso, ni siquiera se les puede reprochar a estos reyes que tomaran decisiones que en la actualidad estĆ”n mal vistas pero que en su momento estaban en la lĆ­nea de lo que todo buen rey debĆ­a hacer por el bien de su reino. Y una de esas decisiones, las mĆ”s criticadas, fueron la puesta en marcha de la InquisiciĆ³n y la expulsiĆ³n de los judĆ­os y de los moriscos. Decisiones quizĆ”s polĆ©micas y que igual se les fueron de las manos, pero que fueron necesarias en aquel momento.
Para empezar, no es cierto lo que afirman los de “tres al cuarto”, que la InquisiciĆ³n la inventaran ellos. Ya existĆ­a en toda Europa y a EspaƱa llegĆ³ allĆ” por el siglo XIII implantĆ”ndose en AragĆ³n. Lo que ellos hicieron fue traer a Castilla algo que ya existĆ­a en otros lugares y que creĆ­an necesario, pero reformada y dependiente de ellos mismos y no del papa de Roma. Y aunque han corrido rĆ­os de tinta sobre una supuesta prĆ”ctica tachada poco menos que de terrorismo de estado, lo cierto es que esta instituciĆ³n naciĆ³ en Castilla como una forma de protecciĆ³n y de administrar justicia a los cristianos, y no como intolerancia a la libertad religiosa existente en aquel momento, por eso la llamaron Tribunal del Santo Oficio.
La misma Iglesia fue sometida por Isabel a una profunda reforma. No hay como llegar a ser reina y devota en tu fe para darte cuenta de lo mal que van las cosas en la Iglesia. Las malas prĆ”cticas religiosas no podĆ­an ser toleradas por mĆ”s tiempo. En primer lugar estaban los falsos conversos entre los judĆ­os y los musulmanes que decĆ­an ser cristianos solo por el beneficio que eso les aportaba. Luego estaban los propios obispos y cardenales, que no velaban por la salud espiritual de sus feligreses. ¿QuĆ© estaba ocurriendo? Que muchos de esos obispo o arzobispos ni siquiera ejercĆ­an como tal. Pongamos por ejemplo el caso del obispado de Cuenca, que llegĆ³ a enfrentar a Isabel con el mismĆ­simo papa.
En 1478 morĆ­a el obispo de Cuenca, y el papa Sixto IV nombrĆ³ como sucesor a su joven sobrino, el entonces cardenal, Rafael Sansoni Riario. Era prĆ”ctica habitual el enchufe entre familiares y amigos para ocupar plazas eclesiĆ”sticas, y el papa no iba a desaprovechar la oportunidad de enchufar a su sobrino en un obispado que ademĆ”s era uno de los que mĆ”s dinero reportaba a quien ostentara el cargo. Lo mĆ”s triste del caso es que muchos de esos obispos ni siquiera acudĆ­an a su lugar de trabajo, es decir, que si el obispo de Cuenca tenĆ­a supuestamente que vivir en Cuenca y estar cada dĆ­a en su catedral u oficina de trabajo, en la prĆ”ctica podĆ­a incluso vivir en Barcelona e ir cada mes a recoger su sueldo sin haber movido un dedo. Esto, no estaba dispuesta a tolerarlo Isabel por mucho tiempo mĆ”s. Pero lo que tampoco estaba dispuesta a tolerar eran los nombramientos a dedo desde Roma ni por recomendaciones de nadie, y mucho menos en un obispado de los mĆ”s ricos del reino. El papa Sixto IV alucinaba, no podĆ­a creer que una mujer, por muy reina que fuera, le plantara cara, ¡nada menos que al papa! ¿CĆ³mo podĆ­a ser tan insolente aquella jovencita?

La InquisiciĆ³n en la leyenda negra espaƱola

Isabel estaba convencida de que todo pastor debĆ­a permanecer cercano a sus ovejas. DebĆ­an tambiĆ©n ser un modelo de conducta ejemplar y no incumplir el celibato, como habĆ­a comprobado que muchos clĆ©rigos venĆ­an haciendo. No le importaba a Isabel la procedencia, como en el caso de los judeoconversos, siempre que esa conversiĆ³n fuera de corazĆ³n. Y todo esto, estaba dispuesta a controlarlo ella personalmente. QuerĆ­a conocer y estudiar a conciencia a cada candidato a un alto cargo de la Iglesia y serĆ­a ella quien lo propondrĆ­a a tal cargo, aunque habĆ­a cedido en que fuera el papa quien tuviera la Ćŗltima palabra para nombrarlo. En la prĆ”ctica, este mĆ©todo denominado Real Patronato, permitĆ­a a los reyes organizar las diĆ³cesis y supervisar las cuentas de catedrales, colegiatas y monasterios.
Pero no bastaba con ser piadosos y honrados, todo miembro de la Iglesia deberĆ­a ser, ademĆ”s, sabio y culto. Se hacĆ­a necesaria una reforma espiritual e intelectual. Para ello no tardaron en fundarse colegios universitarios, ya para 1476, donde se diera una formaciĆ³n universitaria e hiciera de los religiosos personas letradas. Todo esto, que aparentemente puede antojarse muy secundario e incluso innecesario, era en aquel momento de primordial importancia. La religiĆ³n era lo primero, estaba en todas partes y nada se concebĆ­a sin ella, Dios estaba en todas partes y nada, absolutamente nada se emprendĆ­a sin invocar su espĆ­ritu. Hacer una reforma religiosa era el equivalente a hacer una reforma en el gobierno, en la enseƱanza, en el ejĆ©rcito, y hasta en la forma de abordar futuros proyectos de estado, como se verĆ” con el tiempo; era en definitiva una forma de mirar al futuro: una Iglesia bien organizada (y controlada) era garantĆ­a de progreso.
Pero de todas estas reformas religiosas, la que mĆ”s darĆ­a que hablar serĆ­a la implantaciĆ³n de la InquisiciĆ³n, que como ya se ha dicho, ni fue un invento de estos reyes ni fue algo nuevo en los reinos peninsulares. Sin embargo, fue un instrumento que utilizarĆ­a el enemigo para vejar y desacreditar a EspaƱa, llegado el momento. A nadie podĆ­a escandalizar que Castilla instaurara en su reino un Tribunal del Santo Oficio que velara por la justicia de sus ciudadanos cristianos. Media Europa tenĆ­a los suyos. Pero fue a partir de los siglos venideros, cuando EspaƱa era ya una clara potencia mundial y sus rivalidades con Inglaterra eran ya mĆ”s encarnizadas cuando la propaganda antiespaƱola se pondrĆ­a en marcha.
Y no fue la rivalidad comercial o la carrera por las conquistas de ultramar lo que mĆ”s pesĆ³ a la hora de lanzar mentiras, sino la cuestiĆ³n religiosa. Fue el divorcio entre la Iglesia de Roma y el protestantismo lo que atizaron con fuerza las falacias vertidas contra los catĆ³licos, y dado que EspaƱa era la principal potencia no solo militar sino catĆ³lica, fue contra EspaƱa contra quien se lanzaron los mĆ”s encarnizados ataques. La imprenta ayudĆ³ lo suyo en esta guerra propagandĆ­stica de la que EspaƱa ni siquiera era consciente del daƱo que le estaba provocando y le provoca a dĆ­a de hoy.
La historia de Tomas de Torquemada es cuando menos de lo mĆ”s curiosa. Fue nombrado el primer inquisidor de Castilla y ejerciĆ³ durante unos 10 aƱos, durante los cuales se dedicĆ³ a investigar a los judĆ­os que decĆ­an ser cristianos conversos. Su misiĆ³n no era perseguir a nadie por el hecho de no ser cristiano, sino por hacerse pasar por lo que no eran. La historia darĆ­a para muchos capĆ­tulos, pero lo resumiremos de la siguiente forma: los falsos cristianos y mĆ”s tarde los judĆ­os en general fueron perseguidos por peticiĆ³n, no de los reyes, sino de los propios cristianos que se quejaban insistentemente de ellos. Los judĆ­os eran principalmente comerciantes y los cristianos los tenĆ­an por usureros, timadores y abusadores en sus negocios. No nos corresponde averiguar si era cierto o simplemente los cristianos se quejaban por vicio o envidia. Lo que podemos extraer de este tema es que los reyes pretendĆ­an acabar con aquellas trifulcas y Torquemada solo cumplĆ­a con su trabajo, aunque todo indique que quizĆ”s se extralimitĆ³ un poco y se le fue la mano.

ParadĆ³jicamente, Torquemada era de ascendencia judĆ­a y era la sangre de sus antepasados la que perseguĆ­a. Hernando del Pulgar lo deja claro: «Sus abuelos fueron del linaje de los judĆ­os convertidos a nuestra Santa Fe CatĆ³lica.» Fue uno de los tres confesores de la reina y fue la propia Isabel quien le designĆ³ por «su prudencia, rectitud y santidad». La leyenda negra le achaca al menos 10.000 muertos, aunque el historiador hispanista britĆ”nico Henry Kamen no cree que fueran mĆ”s de 2.000. Muchos, en cualquier caso.
¿Se extralimitĆ³ Torquemada, fue tan sanguinario como se dice? Nadie lo sabe ni lo sabrĆ” jamĆ”s porque hay muy poca informaciĆ³n sobre su vida, aunque sĆ­ sabemos que estaba considerado por sus contemporĆ”neos como un eficiente administrador, un trabajador pulcro y un hombre imposible de sobornar; poco menos que la virtud personificada. No obstante, podemos encontrar bien detallado todo lo malo que fue a travĆ©s de la propaganda de britĆ”nicos y holandeses, porque segĆŗn esta leyenda que se encargaron de divulgar, fue el inquisidor y criminal mĆ”s sanguinario de la historia, mientras ocultan las carnicerĆ­as que en Inglaterra cometiĆ³ la InquisiciĆ³n protestante contra los creyentes catĆ³licos.
Al igual que los genocidios cometidos por los espaƱoles en AmĆ©rica del sur, cuyas vĆ­ctimas asesinadas cuentan por millones. Debe ser por eso, por lo que en todos los paĆ­ses hispanos encontramos fĆ”cilmente rasgos indios nada mĆ”s pisar su aeropuerto y en los paĆ­ses de habla inglesa debes visitar las reservas indias si quieres verlos. En ellas podremos comprobar cĆ³mo estuvieron al borde de la extinciĆ³n y los pocos que quedan estĆ”n confinados y humillados en sus reservas, como si de animales al borde de la extinciĆ³n se tratara. Pero eso solo lo podremos encontrar denunciado por algĆŗn que otro britĆ”nico honrado, que avergonzado por el exterminio practicado por sus antepasados intenta como puede divulgarlo. Con muy poco Ć©xito, eso sĆ­.
Y esa fue y sigue siendo, en resumen, la leyenda negra y el sanbenito que nos colgaron, a la vez que ocultaban sus propias miserias. Un sanbenito que ademĆ”s muchos alimentan desde dentro, aunque cada vez son mĆ”s los que alzan la voz y se defienden contra tales falacias. Pero independientemente de la basura que otros nos echen encima, no por eso hay que dejar de hacer autocrĆ­tica ni justificar lo que en verdad fue y es un tema bastante espinoso. Las corrientes en todo el continente hacĆ­a siglos que soplaban en un sentido que invitaban u obligaban a actuar como se actuĆ³, aunque por mĆ”s que intentemos situarnos en contexto, la verdad es que cuesta justificar los crĆ­menes cometidos. Y en todo caso, a pesar de lo poco que nos ha llegado de su vida y sus fechorĆ­as, ese poco no da para pensar que era un fanĆ”tico al que el poder que se le otorgĆ³ se le subiĆ³ a la cabeza.
Y mientras Torquemada se las tenĆ­a con los judĆ­os, Fernando se preguntaba quĆ© hacĆ­an todavĆ­a los musulmanes campando a sus anchas por Granada. En 1464 llegaba al trono Muley HacĆ©n, el cual se habĆ­a negado a pagar mĆ”s tributos al rey castellano Enrique IV y seguĆ­an sin pagarlos a Isabel y Fernando. A Fernando se le atribuye una frase que dice lo siguiente: «ArrancarĆ© uno a uno los granos de esa granada». Estaba a punto de comenzar una larga guerra contra el Ćŗltimo reducto musulmĆ”n en la penĆ­nsula ibĆ©rica donde por primera vez llevarĆ­an a cabo una acciĆ³n conjunta los reinos de AragĆ³n y Castilla. Hacerse con granada estaba desde el principio en los proyectos de Fernando, y fue aplazado cuando Sixto IV hizo un llamamiento a todos los reinos cristianos para que acudieran a luchar contra los turcos que amenazaban el este de Europa. Pero en 1481 todo estaba listo para empezar la guerra contra Granada.
En febrero de 1482, la Alhama era tomada por Diego de Merlo y Rodrigo Ponce de LeĆ³n. La Alhama era una pieza clave que intentaron recuperar por los nazarĆ­es sin Ć©xito en varias ocasiones. Sin embargo, no se tuvo el mismo Ć©xito al intentar tomar Loja y Setenil de las Bodegas. Isabel y Fernando comenzaron a tomar conciencia de que la conquista del reino de Granada no iba a ser tarea fĆ”cil de poco tiempo.


6

Un navegante llega a Castilla

Fueron necesarios diez aƱos para conquistar Granada, reino nacido de la descomposiciĆ³n del islam espaƱol, que abarcaba la mitad de la AndalucĆ­a oriental. Su poblaciĆ³n era muy numerosa para la Ć©poca, unos 300.000 habitantes. Mohamed ibn Nasr se habĆ­a proclamado sultĆ”n e instaurĆ³ la dinastĆ­a nazarĆ­ (descendientes de Nasr). Con una economĆ­a agrĆ­cola muy activa gracias a su rico suelo, Granada habĆ­a llegado a convertirse en una potencia bastante importante. Castilla no era menos poderosa, pero estaba menos poblada, con los consiguientes problemas para consolidar territorios conquistados. Por otro lado, la geografĆ­a del reino de Granada, llena de serranĆ­as, impedĆ­a librar grandes batallas campales. De manera que las batallas serĆ”n largos episodios de sitio y asedio de fortalezas, al tĆ­pico estilo medieval. Granada, sin embargo, comienza a descomponerse por sĆ­ sola debido a las luchas internas.

Granada entrarĆ” en decadencia y se convertirĆ” en un caos, especialmente por las luchas dinĆ”sticas. Este hecho serĆ” aprovechado por los reyes catĆ³licos, que ven el momento de culminar lo que se emprendiĆ³ siglos atrĆ”s, la reconquista total del territorio peninsular para la cristiandad. No obstante, como ya se ha dicho, no iba a ser ni rĆ”pido, ni fĆ”cil. Fernando e Isabel acometen la empresa de Granada en 1482. Las fuerzas que los Reyes CatĆ³licos tienen a su disposiciĆ³n no son muy numerosas. Como principales fuerzas contaban con pequeƱos grupos de los principales nobles andaluces. No serĆ­a hasta mĆ”s tarde que se irĆ­a formando un ejĆ©rcito profesional, del que se originarĆ­an la infanterĆ­a y los tercios.

Y mientras Granada recibe los ataques del exterior, en las entraƱas del reino se libra otra batalla. El sultĆ”n Abul-Hasam AlĆ­, estĆ” en guerra con su hijo Boabdil. Entre tanto, un marino llega a las puertas del monasterio de la RĆ”bida, en Palos, Huelva. Cuentan las crĆ³nicas que CristĆ³bal llegĆ³ al convento acompaƱado de un niƱo, su hijo Diego. Que pidiĆ³ un poco de pan y agua para que el niƱo pudiera comer y beber y mĆ”s tarde le fue presentado el custodio del monasterio, el franciscano fray Antonio de Marchena. ColĆ³n venĆ­a de Portugal y traĆ­a consigo ideas extravagantes sobre viajes a las Indias. Fray Antonio quedĆ³ fascinado por todo cuando ColĆ³n le contaba y pronto se estableciĆ³ entre ambos una buena amistad.

La audiencia con los reyes se habĆ­a pospuesto una y otra vez a causa de lo ocupados que Ć©stos andaban con el tema ganadino. Pero esta vez, fray Antonio de Marchena animĆ³ a ColĆ³n a acudir a CĆ³rdoba y no dejar pasar mĆ”s tiempo. ColĆ³n hallĆ³ algunas personas interesadas en su idea, como el cardenal Mendoza, el cual accediĆ³ a oĆ­rlo.
ColĆ³n se presenta finalmente ante Isabel y Fernando. AllĆ­ estaba, 35 aƱos, posiblemente con acento extranjero, pelo claro, actitud decidida y sin titubeos a la hora de hablar, como buen comerciante que era. ColĆ³n comienza a exponer sus ideas, Fernando e Isabel escuchan atentamente sus proposiciones. Fernando se muestra en principio frio y cauteloso, pero a medida que ColĆ³n va dando definiciĆ³n a su proyecto, se muestra interesado. Su conocimiento sobre navegaciĆ³n y cosmografĆ­a, sus promesas comerciales y evangelizadoras y, en definitiva, su entusiasmo y convicciĆ³n, van contagiĆ”ndose a quienes le escuchan. ¿A todos? No, a la charla habĆ­an asistido los rudos terratenientes de Medinaceli y Medina Sidonia, a los que toda aquella palabrerĆ­a se les antojaba algo propio de un charlatĆ”n aventurero y fantasioso. Sin embargo, los oĆ­dos de la reina Isabel se regĆ­an por otros criterios y la habĆ­an dejado fascinada. Y desde ese momento se convertirĆ­a en la mĆ”s firme defensora de la loca aventura de aquel navegante.
Isabel era, con toda seguridad, una mujer adelantada a su tiempo, con una mente abierta e ideas prĆ”cticas. No es extraƱo, pues, que quedara fascinada con el proyecto que acababan de proponerle. Si por ella hubiera sido, se hubiera dado vĆ­a libre al viaje de inmediato. Una pena que la propuesta hubiera llegado en un momento tan delicado. En cualquier caso, todo debĆ­a ser minuciosamente supervisado. El momento no era el mĆ”s oportuno para iniciar algo que ella misma, a pesar de todo, creĆ­a descabellado. HabĆ­a que posponer el proyecto, si es que conseguĆ­a poner de su parte a Fernando para llevarlo a cabo alguna vez. Pero sabĆ­a que si querĆ­a retener a ColĆ³n en Castilla no bastaba con hacerle ver que creĆ­a en su proyecto, asĆ­ que dispuso que le pasaran una paga, con el fin de que no se fuera con su idea a otras cortes europeas y la promesa de que al final de la campaƱa contra Granada volverĆ­a a ocuparse del asunto.

El Gran CapitƔn

Gonzalo FernĆ”ndez de CĆ³rdoba se alistĆ³ a esta guerra como voluntario y terminĆ³ mandando parte de la caballerĆ­a. Cuenta el escritor Manuel JosĆ© Quintana, autor de una de sus biografĆ­as datada en 1827, que «durante esta larga contienda apenas hubo lance alguno de consideraciĆ³n en que Ć©l no se hallase; pero en donde su valor y su inteligencia sobresalieron fue en la toma de Tajara, el asalto de Loja y en la rendiciĆ³n de ƍllora (1486).» Llamada esta plaza el ojo derecho de Granada por su cercanĆ­a a la ciudad y por su fortaleza, los reyes dejaron a Gonzalo al cuidado de su defensa. No quedĆ³ Gonzalo inmĆ³vil en su interior a la espera de que le pusieran sitio a la plaza, sino que «talĆ³ los campos del enemigo, interceptĆ³ vĆ­veres, quemĆ³ alquerĆ­as, y aĆŗn a veces se llegĆ³ hasta las murallas de Granada, y destruyendo los molinos antiguos no dejaba a los infieles un momento de reposo. DĆ­cese que entonces fue cuando ellos, espantados y a la vez admirados de una actividad e inteligencia tan sobresalientes, empezaron a darle el tĆ­tulo de Gran CapitĆ”n, que sus hazaƱas posteriores confirmaron con tanta gloria suya.»

NaciĆ³ en Montilla en 1453, segundo hijo de Pedro FernĆ”ndez de CĆ³rdoba, SeƱor de Aguilar, y Elvira de Herrera. La llamada ley de mayorazgo beneficiaba al primogĆ©nito, por lo tanto Gonzalo no podĆ­a esperar riquezas en el seno de su familia, ya que todo recaerĆ­a sobre su hermano Alonso. Gonzalo creciĆ³ en CĆ³rdoba bajo el cuidado de don Diego CĆ”rcamo, el cual le infundiĆ³ los valores necesarios que mĆ”s tarde le convertirĆ­an en el gran guerrero y hĆ©roe que pasarĆ­a a la Historia. Castilla le ofrecĆ­a una buena oportunidad para llevar a cabo sus aspiraciones. En aquellos entonces Alfonso, el hermano de Isabel fue proclamado rey y la ciudad de CĆ³rdoba se declarĆ³ a favor del infante. Gonzalo se presentĆ³ entonces en la corte de Ɓvila llevando recomendaciones de su hermano, el SeƱor de Aguilar, poniĆ©ndose al servicio del joven rey y donde conociĆ³ a Isabel. Muerto de forma prematura Alfonso, Gonzalo vuelve a CĆ³rdoba, aunque no tardarĆ­a en ser llamado a Segovia por la propia Isabel. Gonzalo habĆ­a demostrado su valentĆ­a y fidelidad durante el breve tiempo que pasĆ³ en la corte y ahora, como princesa de Asturias y reciĆ©n casada con Fernando, habĆ­a necesidad de tener cercanos a hombres como Ć©l.

Quintana no ahorra calificativos a la hora de cargarlo de virtudes: «La gallardĆ­a de su persona, la majestad de sus modales, la viveza y prontitud de su ingenio, ayudadas de una conversaciĆ³n fĆ”cil, animada y elocuente, le conciliaban los Ć”nimos de todos. Dotado de una fuerza robusta, y diestro en todos los ejercicios militares, en las cabalgadas, en los torneos, manejando las armas, siempre se llevaba los ojos tras de sĆ­ y arrebataba los aplausos de quienes le contemplaban.» Gonzalo vestĆ­a con elegancia y por la correspondencia que tenĆ­a con su hermano se puede deducir que quizĆ”s vivĆ­a un poco por encima de sus posibilidades. Alonso le exhortaba a ser prudente y apretarse el cinturĆ³n, no fuera a ser que se convirtiera en el escarnio y las burlas de quienes ahora le aplaudĆ­an. Gonzalo le contestaba: «No me quitarĆ”s, hermano mĆ­o, este deseo que me alienta a dar honor a nuestro nombre y distinguirme, TĆŗ me amas y no consentirĆ”s que me falten los medios para conseguir estos deseos; ni el cielo faltarĆ” tampoco a quien busca su elevaciĆ³n por tan laudables caminos.» O dicho de otra forma: escĆŗrrete y suelta la gallina, que mientras yo me he tenido que salir de casa para buscarme la vida, a ti te ha tocado toda la fortuna familiar y estĆ”s tocĆ”ndole los huevos ahĆ­ en tus seƱorĆ­os de Aguilar y Monturque.

Gonzalo se estrenĆ³ por primera vez en una guerra de la mano de Alonso CĆ”rdenas, con una compaƱƭa de ciento veinte caballos que su hermano Alonso puso al servicio de los reyes; fue en la guerra contra los que apoyaban a la Beltraneja, y allĆ­ demostrĆ³ a todos que no solo era diestro con las armas en los juegos y torneos donde tanto le habĆ­an aplaudido. Acabada la guerra con Portugal, le esperaba una larga guerra contra Granada, donde se convertirĆ­a en una pieza fundamental para el rey Fernando, al cual le prestarĆ­a un gran servicio hasta su muerte.

AnƩcdotas de la guerra de Granada

Fernando habĆ­a dicho que tomarĆ­a grano a grano el fruto de aquella Granada, y asĆ­ fue. El verano de 1484 capitulaba Ɓlora, en septiembre Setenil, en mayo de 1485 Ronda, mĆ”s tarde Marbella, y a finales de 1486 Loja, y asĆ­ una a una todas las plazas estratĆ©gicas, hasta quedar la ciudad de Granada prĆ”cticamente protegida solo por sus murallas. Fernando vio que habĆ­a llegado el momento de dar el golpe definitivo y enviĆ³ un gran nĆŗmero de tropas a MĆ”laga. La verdad es que no lo tuvo fĆ”cil, porque en CataluƱa las cosas andaban revueltas. Su padre, el rey Juan, habĆ­a perdido los condados del RosellĆ³n. Muerto el rey francĆ©s Luis IX, Juan esperaba que los franceses devolvieran estos territorios a la corona aragonesa, por unos acuerdos firmados entre ambos, pero en vista de que no los querĆ­an devolver, llamĆ³ a Fernando para que organizara su recuperaciĆ³n por la fuerza.

El caso es que, despuĆ©s de convencer a Isabel de que Castilla debĆ­a prestar ayuda a un AragĆ³n que con el tiempo serĆ­a herencia para sus hijos, ni catalanes, ni valencianos, si siquiera los propios aragoneses estaban dispuestos a enfrascarse en una nueva guerra. Fernando se encontraba solo. Isabel tuvo que advertirle que si los propios aragoneses no estaban dispuestos a mojarse, ella no iba a sacrificar unos recursos que a Castilla no le sobraban. Y mira tĆŗ por donde, esos recursos iban a venir muy bien para acabar de una vez por todas con el asunto de Granada.
VĆ©lez-MĆ”laga se rendĆ­a el 26 de abril de 1486. MĆ”laga exigirĆ­a mĆ”s esfuerzo, ya que, ante la amenaza cristiana, El Zagal, hermano de Muley HacĆ©n, habĆ­an concentrado una gran cantidad de tropas en su interior. A principios de mayo de 1487 llegaban hasta sus murallas las tropas de Fernando poniendo cerco a la ciudad durante cuatro meses. Durante este tiempo Isabel y Fernando iban a sufrir un atentado fallido. En vista de que ya se veĆ­a la fase final de la conquista de Granada, ambos reyes se encontraban en el sur. Un musulmĆ”n habĆ­a sido capturado y consiguiĆ³ ganarse la confianza de quienes lo capturaron, haciĆ©ndoles creer que sabĆ­a cĆ³mo entrar en MĆ”laga. Pero exigĆ­a confiarle sus planes a los reyes Ć©l mismo en persona. Cuando creyĆ³ estar en su presencia, los acuchillĆ³ a ambos, con un puƱal que habĆ­a conseguido ocultar entre sus ropajes. No se dan detalles de quĆ© le ocurriĆ³ al intrĆ©pido musulmĆ”n, pero no es difĆ­cil adivinar que se lo comieron los buitres despuĆ©s de rodar su cabeza. Tampoco saldrĆ­an muy bien parados los inĆŗtiles guardianes que no fueron capaces de detectar el arma con que pudo asesinar a los reyes. No fueron los reyes los heridos, sino don Ɓlvaro de Portugal y doƱa Beatriz de Bobadilla, la dama de compaƱƭa y amiga de la reina, aunque salieron con vida del trance.

MĆ”laga cayĆ³ finalmente, y en junio de 1489 cayĆ³ tambiĆ©n Baza, y terminando el aƱo AlmerĆ­a. Con AlmerĆ­a caĆ­a el Ćŗltimo reducto de El Zagal, que se convertĆ­a en vasallo de Isabel y Fernando hasta que dos aƱos mĆ”s tarde decidiĆ³ exiliarse en Ɓfrica. Ya solo quedaba la ciudad, Granada, que debĆ­a ser poco menos que un paseo triunfal, pero como algo trocĆ³ los planes de los reyes, su toma se demorarĆ­a mĆ”s de la cuenta, y para no andar acampados en tiendas decidieron fundar una ciudad a la cual bautizaron como Santa Fe. Hay quien cree que fue despuĆ©s del incendio de la tienda de la reina cuando se tomĆ³ la decisiĆ³n, pero hay documentos que prueban que la decisiĆ³n se tomĆ³ antes del incendio en julio de 1491.

Durante estos dĆ­as, Isabel y Gonzalo FernĆ”ndez de CĆ³rdoba protagonizarĆ­an un incidente que quedarĆ­a en anĆ©cdota, pero que pudo costarle caro a ambos. Quiso la reina un dĆ­a, ver mĆ”s de cerca Granada, asĆ­ que se hizo escoltar por Gonzalo y sus hombres, sabiĆ©ndose asĆ­ bien protegida. Y ciertamente, bien protegida andaba, pero tuvieron tan mala suerte que llegaron a toparse con una patrulla mora que salĆ­a de escaramuza. Hubo una refriega y tuvieron que volverse, no sin antes jugarse la vida por defender a la reina.

Pero Gonzalo, hecho de una pasta especial, quiso vengar aquel ataque que pudo costarle la vida a su reina y volviĆ³ atrĆ”s con el propĆ³sito de darles caza. Pero aquel no serĆ­a el dĆ­a de suerte de Gonzalo, porque al encontrar a los moros, a estos se habĆ­an unido muchos mĆ”s. De pronto, Gonzalo y sus hombres se vieron rodeados de enemigos y solo la bravura les permitiĆ³ salir del cerco dando mandobles a diestro y siniestro. De pronto el caballo de Gonzalo es alcanzado por una lanza y cae al suelo, agarra su espada y se dispone a vender cara su vida. Pero antes de que llegasen hasta Ć©l, aparece uno de sus hombres con otro caballo, al cual sube para salir de allĆ­ a todo galope.

Gonzalo se habĆ­a casado a los 26 aƱos con Isabel de Montemayor, que morirĆ­a pronto en su primer parto. Durante los aƱos que durĆ³ la contienda con Granada volviĆ³ a casarse, esta vez con MarĆ­a Manrique de Lara, dama de la reina Isabel, del linaje de los duques de NĆ”jera. Era costumbre en aquellas largas campaƱas, que reyes, generales y soldados que pudieran permitĆ­rselo, llevaran consigo, ademĆ”s de esposas, todo tipo de acomodamientos. La esposa de Gonzalo, presente en aquella campaƱa, iba a verse de pronto desposeĆ­da de muchos de los enseres que habĆ­a en su confortable tienda. Casi sintiĆ©ndose culpable por los incidentes recientes, Gonzalo se los enviĆ³ a la reina cuando su tienda se quemĆ³. Isabel, admirada, agradeciĆ³ el gesto diciĆ©ndole que sus pertenencias habĆ­an sufrido escasos daƱos. Gonzalo respondiĆ³ que: «todo era poco para tan gran reina.»

Mientras tanto se intentaba averiguar quĆ© habĆ­a fallado en lo que supuestamente iba a ser una entrada triunfal en la ciudad de Granada, semejante a la que hizo Alfonso VI en Toledo. Algo no iba bien, las puertas no se abrieron segĆŗn lo previsto. ¿Y quĆ© era lo previsto? Volvamos algunos aƱos atrĆ”s, porque Boabdil habĆ­a hecho un trato con Fernando que ahora tenĆ­a que cumplir y no le dejaban desde dentro, pues las calles se habĆ­an llenado de musulmanes que estaban dispuestos a dar su vida luchando antes que entregar la ciudad.

Boabdil era granadino, habĆ­a nacido en la Alhambra en 1459. Su padre era Muley HacĆ©n y su madre la sultana Aixa. La predilecciĆ³n de su padre por una tal Zorayda, con la que tuvo dos hijos, hizo que se posicionara al lado de su madre y naciera rivalidad con su padre, al cual destronĆ³. Boabdil reinĆ³ como Muhammad XII, pero El Zagal, su tĆ­o y hermano de Muley HacĆ©n no estaba dispuesto a consentirlo y comenzĆ³ asĆ­ la guerra civil que dividiĆ³ el reino en dos. Necesitado de seguidores, Boabdil decidiĆ³ emprender una razia de castigo contra la ciudad castellana de Lucena, y emular asĆ­ una victoria que le diera gloria y prestigio ante su tĆ­o El Zagal. El 20 de abril de 1483 se enfrentĆ³ a Diego FernĆ”ndez de CĆ³rdoba, conde de Cabra. Boabdil fue derrotado, hecho prisionero y encerrado en el castillo de Lucena para mĆ”s tarde ser trasladado al de Cabra. MĆ”s tarde fue entregado a los reyes que se encontraban en aquellos momentos en Porcuna. Boabdil fue encerrado de nuevo, esta vez en el castillo de Porcuna que ahora lleva su nombre. Los reyes no tenĆ­an tiempo de ocuparse de Ć©l y marcharon a CĆ³rdoba, donde recibirĆ­an una delegaciĆ³n enviada por su madre Aixa pidiendo que lo liberaran.

Fernando, que habĆ­a venido dĆ”ndole vueltas al tema de cĆ³mo sacar provecho de la captura del llamado rey chico, accediĆ³ a liberarlo en julio. Solo habĆ­a un par de condiciones: Boabdil debĆ­a jurarle vasallaje, entregarle Granada (llegado el momento), tambiĆ©n, como era costumbre en la Ć©poca, a su hijo Ahmed como rehĆ©n y garantĆ­a de que cumplirĆ­a su pacto, y 12.000 doblas de oro. En compensaciĆ³n Boabdil recibirĆ­a un amplio seƱorĆ­o en las Alpujarras. Los habitantes serĆ­an respetados, asĆ­ como sus costumbres y su religiĆ³n. Pero nada iba a ser tan fĆ”cil, porque en el interior de Granada, eran muchos los que no querĆ­an rendirse. Boabdil se encontrĆ³ entonces entre la espada y la pared. La idea era rendir la ciudad haciendo ver a la ciudadanĆ­a que ya todo estaba perdido y no merecĆ­a la pena pasar las penurias de un asedio para finalmente capitular o morir. Pero no habĆ­a contado con que preferĆ­an morir. Y si ademĆ”s, alguien llegaba a enterarse de su pacto con el rey cristiano, estaba del todo perdido.

A Fernando no le quedĆ³ otra que poner cerco a la ciudad, que pronto comenzarĆ­a a notar su efecto. Al miedo se sumĆ³ el hambre, y al abre la amenaza de epidemias como la peste. Los alborotos y enfrentamientos entre los partidarios de rendirse para salvar a sus hijos y los que preferĆ­an morir antes que entregarse a los cristianos se sucedĆ­an cada dĆ­a. Solo les quedaba la esperanza depositada en recibir ayuda de Ɓfrica, pero Ć©sta nunca llegĆ³. No habĆ­a otra salida que rendirse. Boabdil. El ajuste de las capitulaciones serĆ­a confiado a dos de los hombres de confianza del rey en aquel momento, al haber dado muestras de su valĆ­a, y estos fueron Gonzalo FernĆ”ndez y Hernando de Zafra. La capitulaciĆ³n definitiva se firmĆ³ el 25 de noviembre de 1491 donde se concedĆ­a un plazo de 65 dĆ­as para la entrega de la ciudad. Las llaves fueron entregadas el dĆ­a 2 de enero de 1492. El dĆ­a 6 hicieron los reyes su solemne entrada pĆŗblica. El nuevo aƱo comenzaba bien para Castilla, un aƱo intenso e inolvidable que marcarĆ­a la historia de EspaƱa y del mundo.

«Llora como mujer…

… lo que no supiste defender como hombre.» Son las duras palabras que Aixa lanza a su hijo. Un rey derrotado y hundido, que abandona para siempre el seƱorĆ­o que los reyes cristianos le habĆ­an concedido en las Alpujarras. No soporta el dolor de vivir cerca de que un dĆ­a fue su patria, sĆ­mbolo de siglos de poderĆ­o musulmĆ”n. Su esposa Moraima quedarĆ” para siempre allĆ­, cuentan que muriĆ³ de pena. Boabdil marcha junto a su sĆ©quito y su madre a tierras africanas, donde espera comenzar una nueva vida. Por el camino, al coronar una colina, Boabdil mira hacia atrĆ”s mientras unas lĆ”grimas le resbalan por la cara. Acto que no pasa desapercibido por su madre, que le lanza sin piedad la famosa y terrible frase que muchos dudan que sea cierta y la achacan a la leyenda. Una leyenda que para nada puede descartarse que sea cierta, pues son varios los cronistas de la Ć©poca que la recogen en sus escritos aunque en diferentes versiones. Pero sea cierto o no, desde aquel momento, a aquella sierra se la llamĆ³ Suspiro del Moro.

El coste de la Ćŗltima cruzada

La conquista de Granada fue declarada desde el principio como cruzada, y a esta guerra acudieron caballeros cristianos de muchas partes. Franceses, borgoƱones, suizos, ingleses… todos ellos contrastaban, por su estĆ©tica, como sacada de libros antiguos de caballerĆ­a, entre un ejĆ©rcito y una nueva manera de hacer la guerra, donde la forma de luchar y la tecnologĆ­a utilizada eran de vanguardia. Guerra moderna con infantes armados, nuevas estrategias, nuevos artilugios de artillerĆ­a. Isabel era gran conocedora de los avances en cuestiones militares y trajo a Castilla maestros fundidores desde BorgoƱa y Alemania para implantar talleres para que los artesanos espaƱoles aprendieran las tĆ©cnicas en la fabricaciĆ³n de caƱones, obuses y otras armas por el estilo. Gracias a este avanzado armamento. Se reducĆ­an los tiempos de asedio y se asaltaban las plazas que hasta el momento parecĆ­an inexpugnables. En definitiva, un ejĆ©rcito moderno donde se gestaron los futuros Tercios, la mejor y mĆ”s temida infanterĆ­a del mundo.

Isabel tuvo ademĆ”s una excelente idea pionera que no tardĆ³ en llevar a cabo, la incorporaciĆ³n en la retaguardia de hospitales de campaƱa, que llegarĆ­an a ser conocidos como hospitales de la reina, donde puso como responsable a una de sus damas, Juana de Mendoza. Todo ello con un gran coste econĆ³mico que dejarĆ­a las arcas del estado exhaustas. Porque hay que aclarar, que a la guerra de Granada hubo que aƱadir el coste de otros conflictos que tuvieron que ir aplacando simultĆ”neamente durante estos aƱos. ¿De dĆ³nde sacaron tanto dinero para financiarlo todo? Tenemos los datos:
Tengamos en cuenta que la declaraciĆ³n de esta guerra como cruzada ayudĆ³ bastante a la hora de recaudar fondos.
-La Iglesia castellana contribuyĆ³ con 96 millones de maravedĆ­s.
-El clero aragonƩs catalƔn y valenciano 50 millones de maravedƭs.
-El papa Sixto IV aprobĆ³ una bula por la que Roma aportaba una cantidad superior a los 350 millones de maravedĆ­s.
-Los reyes por su parte pidieron distintos prĆ©stamos a algunos rico hombres de la nobleza, mientras Isabel empeĆ±Ć³ muchas de sus joyas.
Sin contar el dinero de las joyas y los prƩstamos y algunos otros fondos de distintas entidades, la guerra tuvo un coste de 496 millones de maravedƭs, que traducido a nuestros dƭas podƭan ser aproximadamente unos 7 u 8 mil millones de euros.

Tanto monta, monta tanto…

El historiador Tarsicio de Azcona dice con acierto que el verdadero trono de Isabel y Fernando era la silla de montar. Su poderĆ­o no estaba todavĆ­a asentado y aprovechando el conflicto con Granada, creyeron algunos nobles del norte hacer tranquilamente su revuelta mientras los reyes combatĆ­an allĆ” en el sur. Por lo cual tenĆ­an constantemente que ir y venir de un lugar a otro para tener a raya a los insurrectos. AllĆ” donde cabalgaba Fernando le acompaƱaba Isabel, y fue de este tanto cabalgar cuando apareciĆ³ el dicho basado en la leyenda del escudo: “Tanto monta, monta tanto, Isabel como Fernando”. Muchos caminos recorriĆ³ la reina estando incluso embarazada, pero ella estaba convencida de que su misiĆ³n era divina y su papel estaba junto a su marido, pues asĆ­ lo habĆ­an convenido de mutuo acuerdo. No obstante, Isabel fue generosa con su esposo a la hora de repartirse los mĆ©ritos. Fue cuando acabĆ³ la conquista y se enviaron cartas a todos los rincones del reino y al papa, comunicando que Gra
nada ya era cristiana. La mayorĆ­a solo iban firmadas por Fernando, pues Isabel considerĆ³, que a pesar de lo mucho que ella hubiera cabalgado, nunca lo hizo avanzando hacia el enemigo empuƱando una espada, como sĆ­ lo hizo Fernando, al que consideraba el autĆ©ntico hĆ©roe de aquella fabulosa conquista.

[caption id="attachment_5041" align="alignnone" width="286"] Fray TomƔs de Torquemada[/caption]

7

La expulsiĆ³n de los judĆ­os

Isabel no aborrecĆ­a a los judĆ­os ni a los conversos. Fernando tampoco. Siempre declararon que estaban bajo su protecciĆ³n y que atacar a un judĆ­o era como atacar a la corona. Y esta protecciĆ³n podemos verla en algunas cartas como la que envĆ­an a Bilbao en 1490: «de derecho canĆ³nico y segĆŗn las leyes de nuestros reinos, los judĆ­os son tolerados y sufridos y nos les mandamos tolerar y sufrir que vivan en nuestros reinos, como nuestros sĆŗbditos y vasallos.» De hecho, Abraham Senior era judĆ­o y fue hombre de confianza y recaudador de impuestos; como tambiĆ©n lo era Isaac Abravanel, que puso parte de su fortuna a disposiciĆ³n de los reyes para financiar la guerra de Granada; o Lorenzo Badoz, mĆ©dico personal de Isabel; y AndrĆ©s Cabrera, cortesano y esposo de Beatriz de Bobadilla, era de familia conversa. Pero en Sevilla y CĆ³rdoba se habĆ­a desatado la locura y muchos de ellos ya habĆ­an ardido en la hoguera. Torquemada se habĆ­a vuelto implacable y los reyes se preguntaban si aquella InquisiciĆ³n que habĆ­an traĆ­do para aplacar los Ć”nimos de los cristianos e impartir justicia entre unos y otros no se les habĆ­a ido de las manos.

Los cristianos viejos, es decir, aquellos de ascendencias no mezcladas con judĆ­os o Ć”rabes convertidos, presionaban cada vez mĆ”s a los reyes, y mientras tanto, seguĆ­a la persecuciĆ³n contra quienes consideraban herejes: los judĆ­os acusados de abusos comerciales, los conversos por falsos cristianos que se convertĆ­an solo para evitar el acoso, pero continuando con sus prĆ”cticas religiosas judĆ­as. MĆ”s que aplacar los Ć”nimos y solucionar los problemas, la InquisiciĆ³n los habĆ­a agravado. Si antes los judĆ­os eran atacados, ahora morĆ­an quemados. HabĆ­a que parar aquella locura, pero a la vez no podĆ­an quitar autoridad a quienes ellos mismos habĆ­an puesto al frente de aquella empresa. Con las Santas Escrituras en la mano, aquellos inquisidores podĆ­an demostrar a quienes les reprendieran que estaban actuando segĆŗn los mandatos de Dios. Mejor habrĆ­a que decir que lo demostraban interpretando y tergiversando a su manera sus “mandatos”. Pero se trataba de la Iglesia, y esa era la fe que los guiaba a todos.

Enfrentarse a las creencias de la Iglesia podĆ­a hacer incurrir en herejĆ­a a los propios reyes, y esto podĆ­a haberles acarreado graves consecuencias. Sin olvidar que en aquellos momentos les debĆ­an agradecimiento por el gran apoyo econĆ³mico en la reciente guerra. Por eso, hasta Torquemada no dudĆ³ en enfrentarse dura y descaradamente al propio Fernando tratĆ”ndolo de Judas. ¿QuĆ© ocurriĆ³?

En vista de que el problema de los conversos no se solucionaba y por el contrario se agravaba, los inquisidores llegaron a la conclusiĆ³n de que el problema eran los judĆ­os. Mientras los conversos siguieran teniendo como vecinos las malas influencias judĆ­as, siempre existirĆ­a la tentaciĆ³n de volver a las prĆ”cticas mesiĆ”nicas. El 31 de marzo de 1492 se firmaba un drĆ”stico documento para que los judĆ­os fueran expulsados de EspaƱa. Isaac Abravanel, que anteriormente puso a disposiciĆ³n de los reyes su fortuna para conquistar Granada, ahora la ponĆ­a para salvar a los suyos. Muchos creen que es leyenda, otros creen que hay mucho de verdad, el caso es que cuando se enterĆ³ Torquemada se enfrentĆ³ a Fernando diciĆ©ndole furioso, a la vez que arrojaba un crucifijo contra los judĆ­os presentes: «Judas vendiĆ³ a Nuestro SeƱor por treinta monedas de plata; Su Majestad estĆ” a punto de venderlo de nuevo por treinta mil».

Los judĆ­os tuvieron que malvender sus tierras y sus casas y se les prohibiĆ³ sacar de EspaƱa oro y plata. Salieron de Castilla tomando diversos rumbos. En Portugal no se les dejĆ³ asentarse y fueron tambiĆ©n expulsados de allĆ­. En Navarra no se les acogiĆ³ tampoco. Los que llegaron a Marruecos, en mala hora lo hicieron, pues nunca les perdonarĆ­an su apoyo a los cristianos en la guerra de Granada. Solo los que llegaron a Italia y a TurquĆ­a tuvieron mejor suerte. En Europa se aplaudiĆ³ la medida tomada por los reyes espaƱoles (aunque siglos mĆ”s tarde lo utilizaran en nuestra contra). Curioso que en Italia no fueran expulsados por el estado pontificio a pesar de que el papa celebrĆ³ fiestas en honor a su expulsiĆ³n de EspaƱa, como curioso es que a ojos de occidente la medida fuera bien vista, lo cual nos deberĆ­a hacer reflexionar y entender (que no justificar) que en cada Ć©poca se vive y se ven de distinta manera lo que hoy podemos calificar como atrocidades.

La larga espera y la calentura de ColĆ³n

«Hasta la conclusiĆ³n de la campaƱa granadina» dijo Isabel. Pero la campaƱa se alargaba y pasaban los meses, los aƱos… Y ColĆ³n comenzaba a impacientarse, a aburrirse y a plantearse si no serĆ­a mejor ir con su proyecto a otra parte. Ɖl mismo lo escribiĆ³: «Vine a servir a estos prĆ­ncipes de tan lejos, siete aƱos estuve en su real corte, y a cuantos hablaba de esta empresa, todos decĆ­an que si era una burla». ColĆ³n estaba triste, sĆ­… ¿Triste? ¿QuiĆ©n dijo tristeza? ¡Menuda morenaza se cruzĆ³ con Ć©l! Veinte aƱos, huerfanita, cordobesa, casi na… ¡Las Indias podĆ­an esperar!

Beatriz EnrĆ­quez Arana, asĆ­ se llamaba la cordobesita. VivĆ­a acogida en casa de unos parientes. ColĆ³n conociĆ³ a esa familia y desde el primer momento se sintiĆ³ cautivado por la joven. ColĆ³n y Beatriz nunca se casaron, pero un aƱo despuĆ©s de conocerse nacĆ­a su hijo Hernando y serĆ­an pareja durante toda su vida.
Una vez bajada la calentura, ColĆ³n volviĆ³ a ponerse impaciente con el tema del viaje. Por su cabeza comenzaba a pasar la idea de intentarlo en Francia o Inglaterra. Pero, el caso es que la paga asignada por los reyes seguĆ­a llegĆ”ndole, seƱal de que en Castilla seguĆ­an apoyĆ”ndolo. Entre tanto, tambiĆ©n mataba el tiempo vendiendo libros y mapas, y de paso se ganaba unos extras. Si aquella maldita guerra acabara de una vez… y acabĆ³. A finales de 1491, con la conquista de Granada prĆ”cticamente concluida, ColĆ³n fue llamado a reunirse con los reyes. El lugar, el campamento en Santa Fe. Tal como habĆ­a prometido la reina, al finalizar la campaƱa contra Granada se ocuparĆ­a del asunto. Isabel habĆ­a cumplido su palabra. HabĆ­an pasado siete aƱos de larga espera.

Un proyecto caro y unas arcas vacĆ­as

El 2 de enero de 1492 Granada ya era cristiana. Europa entera lo festeja y los reyes Isabel y Fernando cobran un gran prestigio. En el campamento reinaba la euforia, sin embargo, no deja de ser sorprendente la rĆ”pida llamada al almirante. Isabel no habĆ­a perdido la ilusiĆ³n por aquella aventura en todo ese tiempo y ni siquiera esperĆ³ a que todo estuviera mĆ”s calmado o hablar del asunto tranquilamente en palacio. La reina simplemente le preguntĆ³ quĆ© necesitaba para hacer el viaje y ColĆ³n, que no necesitaba ponerse a hacer la lista de la compra en ese momento, pues muchos aƱos pasĆ³ haciĆ©ndola, solo tuvo que entregĆ”rsela. Isabel pasĆ³ el proyecto y las condiciones al consejo, que no tardĆ³ en desestimar su viabilidad.

E almirante que no entendĆ­a quĆ© pasaba, si la reina habĆ­a dado su visto bueno personalmente. Lo que ocurrĆ­a era muy simple. La guerra habĆ­a dejado las arcas vacĆ­as. ¿Tanto costaba el proyecto? Parece ser que sĆ­. Tres barcos con sus respectivas tripulaciones y cargados de vĆ­veres para su ida y vuelta. ¿CuĆ”nto podĆ­an costar? Nadie lo sabe exactamente hoy dĆ­a. Pero siempre hay quien se pone manos a la obra e investiga, como el economista cubano Dioenis Espinosa, que asegura que el coste total de los cuatro viajes de ColĆ³n costĆ³ 623 millones de maravedĆ­es, la moneda de la Ć©poca. Una cifra que actualmente equivaldrĆ­a a 2.530 millones de euros cada viaje, siempre calculado a grosso modo. Asombroso, pero no debe ir muy mal encaminado este economista cuando tantas trabas le ponĆ­an al almirante. Isabel, por muy a favor que estuviera de seguir adelante, debĆ­a atenerse a los nĆŗmeros rojos que mostraban los contables. ¿Y Fernando? Pues parece ser que tambiĆ©n se habĆ­a contagiado de la euforia de su esposa, pero los nĆŗmeros rojos mandaban.

Y entonces intervinieron dos personajes que vinieron a solucionar el problema: Luis de SantĆ”ngel, prestamista del rey de AragĆ³n, y el obispo Diego de Deza, hombre de confianza de la reina Isabel. Luis de SantĆ”ngel desempeƱaba el cargo de escribano del rey Fernando y prestamista oficial de la corona. Cada vez que Fernando necesitaba dinero, SantĆ”ngel se lo conseguĆ­a. SantĆ”ngel era algo asĆ­ como un banquero privado de la Ć©poca. HabĆ­a conocido a ColĆ³n en 1486 y su intervenciĆ³n fue decisiva para que el navegante no saliera de Castilla aburrido y decepcionado hacia otras cortes de Europa. El obispo, por su parte, tambiĆ©n influyĆ³ de manera muy positiva, y habĆ­a creĆ­do en un proyecto del que ya habĆ­a oĆ­do hablar entusiasmado a fray Antonio de Marchena.
DespuĆ©s de firmar las capitulaciones en Santa Fe, ColĆ³n tenĆ­a vĆ­a libre para actuar, es mucho el trabajo que tiene por delante, desde poner a punto los barcos hasta reclutar marineros, un trabajo que se alargarĆ­a por espacio de mĆ”s de medios aƱo, para, por fin el viernes 3 de agosto de 1492, media hora antes de salir el sol, poder dar la orden de partida, gritando con aire de triunfo:
«¡En nombre de Jesucristo, partamos!»

El destino de los hijos de Isabel y Fernando

Isabel y Fernando tuvieron una buena prole, cuatro hembras y un varĆ³n. Dado que en Castilla no habĆ­a ley que impidiera reinar a las mujeres, y en AragĆ³n Fernando ya era rey y tambiĆ©n era partidario de que sus hijas pudieran reinar, llegado el caso (su padre Juan II habĆ­a muerto en 1479) la dinastĆ­a de los TrastĆ”mara parecĆ­a estar asegurada; y sin embargo, la corona Ćŗnica de Castilla-LeĆ³n y AragĆ³n se la ceƱirĆ­a un Austria. No estamos haciendo espoiler, como se suele decir ahora cuando se adelantan los sucesos de una pelĆ­cula, porque todo el mundo sabe que los Austrias sucedieron a los TrastĆ”maras ¿O no lo sabĆ­ais?

La primogĆ©nita Isabel naciĆ³ el 2 de octubre de 1470 en DueƱas, Palencia. En mayo de 1475 Isabel tuvo un aborto de lo que parecĆ­a ser un varĆ³n. Y cuando Isabel se creĆ­a incapaz de concebir de nuevo, quedĆ³ embarazada y vino al mundo Juan el 30 de junio de 1478 en Sevilla. Al aƱo siguiente nacerĆ­a Juana (es que no habĆ­a nombres para elegir) el 6 de noviembre de 1479 en Toledo. Lo prĆ³ximo serĆ­an mellizos, pero solo nacerĆ­a con vida MarĆ­a el 29 de junio de 1482 en CĆ³rdoba, ya en plena guerra con Granada. Por Ćŗltimo, Catalina naciĆ³ en 16 de diciembre de 1485 en AlcalĆ” de Henares. NĆ³tese que ninguno de los hijos naciĆ³ en el mismo lugar, consecuencia de la ajetreada vida de los reyes en aquellos aƱos.

No deja de ser asombroso el uso abusivo que los reyes hacĆ­an de su descendencia en beneficio propio (del reino, decĆ­an) o en beneficio de ellos, sus hijos (procurarles un buen matrimonio, un buen futuro). El caso es que la propia Isabel, que tantos quebraderos de cabeza habĆ­a causado a todo el mundo, (a su hermano Enrique, al clero y a la nobleza) que se dice pronto, ahora ella misma, viĆ©ndose en la necesidad de dar estabilidad a Castilla, se rendĆ­a a la evidencia de que el uso de sus hijos era la Ćŗnica salida posible. Pactar matrimonios con el paĆ­s con el que peor te llevas era, en la Ć©poca, una forma de garantizar la paz, y en 1479, estando los moros de Granada amenazando con no pagar impuestos y permitiĆ©ndose alguna que otra salida intimidatoria por territorios castellanos, lo que menos le interesaban a Isabel y Fernando era estar todavĆ­a enemistados con Portugal.

Alfonso V, tras el fracaso en el intento de invadir Castilla en defensa de los derechos de su esposa, la niƱa Juana la Beltraneja, se retirĆ³ a un monasterio y dejĆ³ como regente de Portugal a su hijo Juan. Este Juan serĆ­a el que rechazarĆ­a la propuesta de ColĆ³n de viajar a las indias por occidente. Juan de Portugal (lo llamaremos asĆ­ para no confundirlo con el pequeƱo Juan hijo de Isabel y Fernando) tenĆ­a un hijo llamado Alfonso como su abuelo, y Ć©ste serĆ­a el prometido de la pequeƱa Isabel. Alfonsito tenĆ­a 5 aƱos menos que Isabelita y habrĆ­a que esperar hasta el 18 de abril de 1490 para celebrar la boda. Isabelita 20 aƱos, Alfonsito 15. Un aƱos mĆ”s tarde, con solo 16, el prĆ­ncipe portuguĆ©s morirĆ­a en un accidente al caer de su caballo. Isabel quedaba viuda.

Su padre, Juan II de Portugal morirĆ­a tambiĆ©n prematuramente en 1495 con solo 40 aƱos. Como Juan no tuvo mĆ”s hijos le sucediĆ³ su primo Manuel. ¿Recuerdan ustedes a este Manolito? SĆ­, el cabroncete aquel que humillĆ³ a Magallanes y persiguiĆ³ a Elcano para que no consiguiera llegar a Sevilla. Pues este se va a casar con la Isabelita, la pequeƱa. Y no serĆ­a este el Ćŗnico vĆ­nculo con Portugal, sino que al heredero al trono de los futuros reinos unidos de Castilla y AragĆ³n, que era Juan, segundo hijo de Isabel y Fernando, se prometĆ­a con ¡Juana, la Beltraneja! Aclaremos que el matrimonio de la Beltraneja con Alfonso fue anulado por el papa. Por fin la Beltraneja serĆ­a reina, pero consorte. El problema era que Juana tenĆ­a ya 16 aƱos y Juan solo 1. Cuando la boda se celebrara, Juana estarĆ­a cercana a los 30 aƱos.

Pero habĆ­a aĆŗn mĆ”s problemas, o mĆ”s trabas. La boda no se daba por segura, Juan podrĆ­a, en el Ćŗltimo momento, rechazar a la novia si no le complacĆ­a casarse con ella, siendo, por supuesto, compensada econĆ³micamente. Para atenuar estos “pequeƱos” inconvenientes, Juana tenĆ­a la libertad de elegir otra opciĆ³n: el convento. Y esa fue la que eligiĆ³ la pobre Juana. Todas estas clĆ”usulas se redactaron durante el llamado tratado de Alcazobas, tratado de paz entre ambos reinos, aunque se trataron aparte, en un pacto llamado TercerĆ­as de Moura. Todo esto teniendo como principales negociadoras a la reina Isabel y a su tĆ­a Beatriz de Aveiro, madre de Manuel.

Como anĆ©cdota curiosa, citaremos la enorme suma que Portugal le pedĆ­a a los reyes espaƱoles como compensaciĆ³n a los daƱos causados por la guerra que ellos habĆ­an provocado. PeticiĆ³n inaceptable que Isabel resolviĆ³ inteligentemente, para que no se convirtiera en obstĆ”culo en las negociaciones: La cantidad de la indemnizaciĆ³n serĆ­a igual a la dote que su hija recibirĆ­a al casarse con el prĆ­ncipe. Asunto resuelto.

Muchos lloros, muchas noches de desvelo, pensando en su pequeƱa, le habĆ­an costado a Isabel, cuando tuvo que dejar a su hija en Portugal. Ahora, aunque por causas tan tristes como la muerte accidental de su jovencĆ­simo esposo volvĆ­a al lado de su madre, viuda con solo 21 aƱos. Y tras la alegrĆ­a de abrazarla de nuevo, el desconsuelo de ver a su hija sumida en la tristeza. HabĆ­a que tratar de animarla, hasta que Isabel hija le confiesa a Isabel madre que su propĆ³sito es ingresar en un convento. Algo que la madre rechaza rotundamente. No permitirĆ” que su hija se apague como una vela en un convento, pues ella se debe a su linaje, y por consiguiente deberĆ­a seguir en la corte. Por una parte, por muy catĆ³licos que fueran los padres, no les gustaba la idea de verla convertida en monja, apartada del mundo; y por otra, egoĆ­stamente, querĆ­an reservarla para su posible uso en los entramados diplomĆ”ticos del reino.
Cuatro aƱos despuĆ©s, muerto Juan II de Portugal, subiĆ³ al trono su primo Manuel. Isabel y Fernando, siguiendo con su polĆ­tica de aproximaciĆ³n al reino luso pactaron matrimonio, esta vez ofreciĆ©ndole a su hija MarĆ­a. Pero Manuel, de 26 aƱos, prefiriĆ³ a Isabel, que ya tenĆ­a 25, antes que a MarĆ­a que solo tenĆ­a 13. Vayamos ahora a prestarle un poco de atenciĆ³n al prĆ­ncipe heredero Juan, que a los 8 aƱos fue jurado en las cortes. Siendo un bebĆ© hubo una proposiciĆ³n de casarlo con la Beltraneja, pero ya vimos en quĆ© acabĆ³ todo, por tanto, se le buscĆ³ otra novia, esta vez en Navarra, donde Catalina de Foix era la heredera, con la intenciĆ³n de que este reino pasara a la uniĆ³n de reinos peninsulares que los reyes tenĆ­an planeada.

Pero en Navagrra prefeguĆ­an migar hacia PaguĆ­s, pogque ega mĆ”s molĆ³n y ega la moda. Isabel y Fernando dieron un salto mĆ”s allĆ”. Enviaron a sus emisarios pasados los Pirineos y Fgancia entega, y llegagon a Flandes, donde se pusieron en contacto con Maximiliano I de Habsburgo, emperador del Sacro Imperio Romano GermĆ”nico, y su esposa MarĆ­a, duquesa de BorgoƱa y Brabante. El trato fue por partida doble: Juan se casarĆ­a con Margarita de Austria y ya de paso colocaban a Juana con su hermano Felipe, al que llamarĆ­an el Hermoso. AtenciĆ³n a este matrimonio, que no pasarĆ” desapercibido para la Historia. A simple vista parece una jugada maestra, una gran alianza con el imperio del norte a la vez que se dejaba encajonada a la pretenciosa y molesta Francia, que siempre estaban ahĆ­ babeando a ver quĆ© les caĆ­a de las chispas que saltaban entre las peleas de unos y otros.

Margarita era 2 aƱos mayor que Juan y se casaban por poderes el 5 de noviembre de 1495. Un aƱo y medio despuĆ©s la pareja se veĆ­a por primera vez, siendo la novia del agrado de Juan y de sus suegros. Por lo visto Isabel la acogiĆ³ como a una hija intentando por todos los medios que se encontrara como en su casa. ParecĆ­a que los rezos de Isabel daban su fruto y el SeƱor le concedĆ­a felicidad para su familia. Isabel, la hija, volvĆ­a a estar prometida y serĆ­a reina de Portugal; Juan tan delicado y frĆ”gil desde niƱo, ahora por fin tenĆ­a la esposa ideal para reinar. Pero esta felicidad durĆ³ muy poco. Juan ya naciĆ³ con labio leporino o fisurado, lo cual le impedĆ­a hablar correctamente. TambiĆ©n sufriĆ³ tartamudez. Era de constituciĆ³n endeble, comĆ­a poco y sufrĆ­a fiebres constantemente. AĆŗn asĆ­, su madre lo cuidaba y lo mimaba, lo llamaba “mi Ć”ngel” y se esmerĆ³ en proporcionarle una buena educaciĆ³n, la que debĆ­a tener un buen rey.

A las pocas semanas del enlace Juan estaba cada dĆ­a mĆ”s debilitado, llegando a estar los mĆ©dicos seriamente preocupados por su salud. Llegaron a insinuarle a Isabel que… que intentara convencer a su hijo para que frenara su pasiĆ³n de reciĆ©n casado, convencidos de que Margarita se estaba dando con el muchacho. Isabel se negĆ³ rotundamente convencida de que la relaciĆ³n entre ambos prĆ­ncipes enamorados no podĆ­a perjudicar a ninguno de los dos, sino que les proporcionarĆ­a nueva descendencia para la dinastĆ­a.

Su debilidad parecĆ­a mĆ”s bien deberse a un ataque de viruela que habĆ­a contraĆ­do en Medina del Campo, sumado a su ya de por sĆ­ delicada salud. Isabel ya no se espantaba por ver a su hijo debilitado; su pasiĆ³n por Margarita solo podĆ­a hacerle bien. AsĆ­ que ambos, Isabel y Fernando, partieron con su hija Isabel hacia Portugal, donde se casarĆ­a por segunda vez, esta vez con el rey Manuel I. En la frontera fueron alcanzados por un mensajero. La salud del prĆ­ncipe Juan habĆ­a empeorado y todos en la corte temĆ­an por su vida. FallecĆ­a el 4 de octubre de 1497. «AquĆ­ yace la esperanza de EspaƱa», escribirĆ­a Pedro MĆ”rtir de AnglerĆ­a.

Debe ser que en la Ć©poca, un pacto de este calado, como era la uniĆ³n de dos prĆ­ncipes, o como en este caso, de un rey y una princesa, debĆ­a cumplirse sin demora; o que su incumplimiento no se admitĆ­a ni siquiera por fuerza mayor. Si no, no se entiende que ambos reyes, al saber que su hijo estaba gravemente enfermo y a punto de morir, no se dieran media vuelta para estar con Ć©l en sus Ćŗltimas horas de vida. Cuentan los historiadores que cuando fueron informados del estado de salud del prĆ­ncipe, Isabel, con el corazĆ³n desgarrado, dejĆ³ a un lado a la madre y se impuso la reina, por cuyo trono tanto habĆ­a luchado. Lo temas de estado se imponĆ­an. Nuevamente el reino es lo primero. No valĆ­a enviar un mensajero a Manuel de Portugal explicĆ”ndole la situaciĆ³n tan grave que habĆ­a surgido.
No sabemos si se lo echaron a suertes, el caso es que Isabel siguiĆ³ adelante con su hija hasta entregĆ”rsela a Manuel y hacerla su esposa, y Fernando se volviĆ³ a Salamanca, donde el prĆ­ncipe se encontraba en aquel momento, allĆ­ pasĆ³ con Ć©l sus Ćŗltimas horas. Juan estaba ya muy dĆ©bil y aceptĆ³ su trĆ”gico destino, si asĆ­ lo habĆ­a querido el SeƱor. Margarita que estaba embarazada de pocas semanas, quedĆ³ destrozada por el dolor y por la incertidumbre de quĆ© iba a ser ahora de ella. El mes de febrero de 1498 se le adelantaba el parto. Cuentan que era una niƱa, pero demasiado prematura para que hubiera podido sobrevivir. Ya nada le ataba a los reyes de EspaƱa, y con el corazĆ³n doblemente roto, la archiduquesa Margarita volviĆ³ a Flandes. En 1501 se volvĆ­a a casar con Filiberto II, duque de Saboya, quien tambiĆ©n fallecerĆ­a de forma prematura. Margarita decidiĆ³ no volver a casarse.

Poco antes de que Margarita llegara a EspaƱa, Juana, la tercera de los hijos de Isabel y Fernando partĆ­a para Flandes; recordemos que la habĆ­an prometido a su hermano Felipe. TenĆ­a 17 aƱos. Una flota al mando del almirante Fadrique EnrĆ­quez serĆ­a la encargada de llevar a la infanta y todos sus enseres hasta su destino. El 22 de agosto de 1496 la flota se puso en marcha. La travesĆ­a no fue agradable, el mar estaba revuelto hasta el punto de que uno de los barcos se fue a pique con el amplio ajuar de la princesa, falleciendo en el hundimiento muchos marineros. Finalmente llegaron al puerto de Middelburg, en Zelanda. Pero allĆ­ no estaba Felipe esperĆ”ndola. ¿QuĆ© habĆ­a ocurrido? ¿Se habĆ­an retrasado debido al temporal? ¿HabĆ­a habido una confusiĆ³n con la fecha de su llegada?
En Middelburg solamente habĆ­a una dama esperĆ”ndola, doƱa MarĆ­a Manuel. En Flandes no todos estaban a favor de una alianza con EspaƱa y se las habĆ­an ingeniado para convencer al joven Felipe para que no acudiera a recibirla. Cuando Juana se viera ante semejante desplante de seguro embarcarĆ­a de nuevo para EspaƱa, con los problemas diplomĆ”ticos que esto acarrearĆ­a, pero de esta manera se rompĆ­a la alianza y los opositores, que egan favogables a pactag con la puta FganƧ, se saldrĆ­an con la suya. (A sabeg que cogno tendgia la FganƧ paga que todos quisiegan pactag con ella). El propio Felipe era reacio a los espaƱoles y preferĆ­a que sus padres le hubieran vinculado con Francia; y esto se deduce de sus futuras actuaciones, en que demostrarĆ­a su atracciĆ³n por los galos.

¿QuĆ© harĆ­a entonces Juana? Si Felipe no habĆ­a venido a buscarla, irĆ­a ella a buscar a Felipe. ¿Pero quĆ© se habrĆ­a creĆ­do aquel niƱato malcriado? En teorĆ­a, Felipe debĆ­a encontrarse en Brujas, y hacia allĆ­ se encaminĆ³ ella acompaƱada de doƱa MarĆ­a Manuel. AllĆ­ pudieron ver al chamberlĆ”n del archiduque, contrario a los pactos con Francia, que la puso al corriente de todo y le dijo que se encontraba en Amberes. Nuevamente se puso Juana en camino y allĆ­ llegĆ³ el 19 de septiembre de 1496. Pero no serĆ­a hasta el mes prĆ³ximo cuando conocerĆ­a a Felipe. Mientras tanto conociĆ³ a su futura cuƱada Margarita, que a punto estaba de viajar a EspaƱa para casarse con su hermano Juan. El 12 de octubre Felipe se presenta ante Juana. Ambos se quedan mirĆ”ndose uno al otro. Felipe pide hablar inmediatamente con el capellĆ”n de la infanta Diego RamĆ­rez de Villaescusa. ¿QuĆ© pretende Felipe con tanta impaciencia? Que demore la boda solo lo imprescindible, Felipe ha sufrido un flechazo y ha quedado locamente enamorado de Juana, y a ella, por lo visto, le habĆ­a ocurrido lo mismo.

8

Juana habĆ­a tenido una buena educaciĆ³n y habĆ­a dado muestras de ser muy inteligente. La corte castellana era acorde a una familia piadosa, austera y sin florituras. Iba a tener que acostumbrarse a los lujos y las fiestas, pues la corte de Flandes era muy diferente. La joven de 17 aƱos iba a verse controlada, a ver quĆ© tal se acoplaba a las nuevas costumbres borgoƱonas, y para tal fin, la comitiva espaƱola que traĆ­a consigo fue poco a poco sustituida por personal de la casa. Juana comenzĆ³ a sentirse muy sola, aunque sentĆ­a pasiĆ³n por su esposo y no tardĆ³ en quedarse embarazada. En noviembre de 1498 naciĆ³ una niƱa a la que llamaron Leonor. Poco mĆ”s de un aƱos despuĆ©s, en febrero de 1500, Juana traerĆ­a al mundo a Carlos, destinado a ser emperador de medio mundo.

Felipe, aquel joven fogoso al que le faltaba tiempo para casarse, no tardĆ³ en pasĆ”rsele la calentura y la pobre Juana se quedaba a dos velas una noche sĆ­ a y la otra tambiĆ©n. La pasiĆ³n de Felipe se centraba ahora en las damas de la corte. Viendo Juana que la frente le pesaba cada vez mĆ”s, decidiĆ³ vigilarlo. Hay una anĆ©cdota que cuenta, que habiendo organizado Felipe una fiesta, y estando Juana con un embarazo muy avanzado, decidiĆ³ asistir de incĆ³gnito con el fin de vigilarlo. De pronto rompiĆ³ aguas y tuvieron que ayudarle a dar a luz en un retrete. AllĆ­ naciĆ³ en emperador del mundo. En otra ocasiĆ³n, Juana hizo llamar a una de las damas sospechosa de flirtear con Felipe, tal como hizo su abuela; Juana no la encerrĆ³ en un arcĆ³n, simplemente le cortĆ³ su larga cabellera. Aquellas constantes infidelidades de Felipe y la obsesiĆ³n de Juana por vigilarlo traerĆ­an graves consecuencias.

Mientras tanto en Zaragoza venĆ­a al mundo otro niƱo que devolvĆ­a la esperanza sucesoria en Castilla y AragĆ³n. Fue el 23 de agosto de 1498, allĆ­ se encontraban Manuel de Portugal y su esposa Isabel cuando Ć©sta dio a luz. De nombre le pondrĆ­an Miguel. Pocas horas despuĆ©s del alumbramiento morĆ­a su madre. Un nuevo golpe para Isabel y Fernando, que en menos de un aƱo perdĆ­an a sus dos hijos mayores. Manuel volvĆ­a a Portugal desolado y el pequeƱo Miguel se quedĆ³ al cuidado de sus abuelos. Isabel lo cuidĆ³ con mimos y lo vigilĆ³ en todo momento. Este nieto era la esperanza a su ambicioso proyecto de unificar todos los reinos peninsulares. Pero por mucho que Isabel se desviviĆ³ por el bebĆ©, Miquel enfermĆ³ y nadie pudo hacer nada por Ć©l. MorĆ­a el verano de 1500.

Dos aƱos mĆ”s tarde de la muerte de Isabel, Manuel contraĆ­a matrimonio de nuevo, esta vez con su cuƱada MarĆ­a. No hay datos que impidan afirmar que este matrimonio viviĆ³ una vida tranquila, sin grandes sobresaltos. Aquellos aƱos coincidieron con una Ć©poca de esplendor y riqueza en Portugal. Se iniciaban los grandes viajes, exploraciones mĆ”s allĆ” de Cabo Verde hasta llegar al de Buena Esperanza y adentrarse en el ƍndico. Fueron quizĆ”s, los mĆ”s felices para Isabel, en lo que a vida familiar se refiere. Al menos no tuvo que soportar nunca mĆ”s el dolor de ver un hijo o un nieto morir. MarĆ­a llegĆ³ a tener hasta 10 hijos, fue una mujer piadosa, en la lĆ­nea de sus enseƱanzas, y amada por los portugueses; quizĆ”s la que llevĆ³ la vida mĆ”s feliz entre todos sus hermanos; y aunque ella tambiĆ©n muriĆ³ prematuramente a los 35 aƱos, su madre Isabel no lo verĆ­a; antes bien, pudo conocer a tres de sus nietos, los hijos de MarĆ­a: Juan, Isabel y Beatriz.

A la muerte de MarĆ­a, Manuel quedĆ³ desolado. VolverĆ­a a casarse con una sobrina de su difunta esposa, Leonor, la primogĆ©nita de Juana y Felipe.

Catalina, la hija pequeƱa

La Ćŗltima hija de los reyes era Catalina, y por eso es la Ćŗltima de la que vamos a hablar, aunque hacĆ­a ya tiempo que estaba colocada; Fue prometida a Arturo, prĆ­ncipe de Gales, cuando Ć©sta tenĆ­a solo 3 aƱitos. Esto nos da una idea, aƱadida a todo lo que ya hemos visto, de la intensa actividad que llevaron Isabel y Fernando para procurarles buenos casamientos a sus hijos, por el bien del reino, por supuesto.

En 1501, con 16 aƱitos ella y 15 aƱitos Ć©l, se casaban Arturo y Catalina; Arturo morĆ­a cinco meses despuĆ©s. Nuevo disgusto para los reyes, aunque Isabel no se llevarĆ­a a la tumba el disgusto del triste destino que le deparaba a su hija. Tampoco supo de cĆ³mo Catalina, antes de caer en desgracia, hizo en 1507 de embajadora de la corte espaƱola en Inglaterra, convirtiĆ©ndose en la primera mujer embajadora del mundo. De seguro Isabel se hubiera sentido orgullosa, pero el cĆ”ncer de Ćŗtero que acarreaba desde hacĆ­a tiempo se la llevĆ³ de este mundo en 1504.

Tampoco pudo intervenir en el pacto que su esposo Fernando llevĆ³ a cabo en 1509 para que Catalina se casara de nuevo con un inglĆ©s, esta vez con Enrique, un hermano del fallecido Arturo, y heredero al trono tras su muerte. MĆ”s le hubiera valido a Catalina correr el mismo destino que sus otras hermanas.

Enrique VIII era un paranoico asesino que mandĆ³ decapitar a dos de sus esposas acusĆ”ndolas de adulterio. Catalina, su primera esposa, no pudo darle un hijo varĆ³n, solo pudo darle una hija, MarĆ­a. AdemĆ”s de paranoico, Enrique era un supersticioso y le dio por pensar que su matrimonio estaba maldito. A tal conclusiĆ³n llego al leer en la Biblia que si un hombre se casa con la viuda de su hermano, el matrimonio serĆ” estĆ©ril. Catalina habĆ­a estado casada con su hermano Arturo durante cinco meses hasta que muriĆ³. Este argumento lo utilizĆ³ Enrique para pedir la nulidad de su matrimonio, pero el Papa no veĆ­a lĆ³gico lo que el rey inglĆ©s le pedĆ­a y no se lo concediĆ³. Realmente, lo que a Enrique le sucedĆ­a, era que le habĆ­a echado el ojo a Ana Bolena, la dama de compaƱƭa de su esposa.

Enrique se saliĆ³ con la suya al proclamarse jefe supremo de la Iglesia de Inglaterra mandando a paseo al Papa de Roma. La instituciĆ³n mĆ”s alta de esta Iglesia estarĆ­a a partir de ese momento representada por el obispo de Canterbury. Y este obispo, como no podĆ­a ser de otra manera, declarĆ³ nulo el matrimonio entre Catalina y Enrique dando validez a su matrimonio con Ana, que se habĆ­a celebrado en secreto.

Catalina se declaraba a sĆ­ misma como la legĆ­tima esposa de Enrique y esto le iba a costar muy caro. Fue recluida en un castillo hasta su muerte y la hija de ambos, MarĆ­a, fue declarada como hija bastarda. Enrique tambiĆ©n habĆ­a prohibido que Catalina se viera y ni siquiera se comunicara con su hija, y haciendo gala de benevolencia, le habĆ­a prometido que serĆ­a trasladada a una mejor residencia donde ademĆ”s podrĆ­a ver a MarĆ­a, claro que, para eso deberĆ­a dejar a un lado aquella obstinada conducta suya con la que no querĆ­a reconocer que ya no era su verdadera esposa, y reconocer como autentica reina a Ana Bolena. Tanto Catalina como MarĆ­a se negaron. A los 50 aƱos Catalina se sentĆ­a muy enferma. MarĆ­a, que a pesar de tener prohibido el contacto y la comunicaciĆ³n con su madre se las ingeniaba para mandar y recibir cartas de ella, saliĆ³ de inmediato para el castillo nada mĆ”s enterarse. Su entrada fue como un ciclĆ³n, llevĆ”ndose por delante a cuanto guardia le impedĆ­a el paso. Su autorizaciĆ³n –decĆ­a- estaba a punto de llegar. Y los guardias, aunque no la creyeron, la dejaron pasar. Su madre muriĆ³ allĆ­, en aquel castillo, abandonada y repudiada por aquel miserable que ni siquiera la reconocĆ­a como hija. TodavĆ­a no sabĆ­a MarĆ­a que su padre era el mismo diablo que harĆ­a cosas aĆŗn peores. La misma Ana Bolena iba a lamentar haberse liado con el rey, pues su cabeza no tardarĆ­a en rodar.

Si nos paramos a pensar el ajetreo que los reyes tuvieron durante esos aƱos, con el aƱadido del dolor producido por la muerte de hijos y nietos, podemos preguntarnos cĆ³mo es posible que tuvieran tiempo, Ć”nimo y fuerzas para atender los asuntos de estado. QuizĆ” ahora podamos entender mejor aquellas largas temporadas que ColĆ³n pasaba en tierra entre viaje y viaje a la espera de que le fueran concedidos unos barcos y algĆŗn presupuesto para hacerse de nuevo a la mar y seguir explorando el Nuevo Mundo. Una aventura que trajo quebraderos de cabeza a la corte, mĆ”s de los que ya tenĆ­an, antes que beneficios, que solo llegarĆ­an a muy largo plazo. De momento solo acarreaban gastos. Pero ambos reyes veĆ­an en el Nuevo Mundo una inversiĆ³n a largo plazo. Mientras los portugueses buscaron lugares donde montar bases que les permitieran llegar, cargar y traer riquezas en forma de especias, Fernando, al no encontrar las especias vio la oportunidad de expandir sus reinos hacia unas islas y unos territorios que parecĆ­an no tener fin. Isabel por su parte estaba ilusionada (quizĆ”s la Ćŗnica ilusiĆ³n que le hacĆ­a evadirse de sus penas) con llevar la fe cristiana a donde nunca antes la habĆ­a llevado nadie.

Tal vez por eso el papa Alejandro VI les concediĆ³ oficialmente en 1496 el tĆ­tulo de “Reyes CatĆ³licos”. La iniciativa ya habĆ­a partido unos aƱos antes de Enrique EnrĆ­quez, tĆ­o de Fernando y consuegro del papa. Este tĆ­tulo, que luego recibirĆ­an con el tiempo otros reyes, no hizo sino implicar a Isabel y Fernando aĆŗn mĆ”s (sobre todo a Isabel) en una evangelizaciĆ³n sin precedentes. Tanto se implicĆ³ Isabel que se creyĆ³ elegida para esta misiĆ³n divina. Y en parte era cierto. Si estĆ”s recibiendo el apoyo de todos cuantos te rodean y encima el papado te anima a hacerlo, no puedes mĆ”s que creerlo.

El Nuevo Mundo y sus habitantes fascinaron a Isabel desde el momento en que ColĆ³n llevĆ³ indĆ­genas a la corte; seis indios que fueron bautizados. Sus creencias eran tan frĆ”giles y arcaicas que nada mĆ”s verse entre seres de una civilizaciĆ³n que hoy nos parecerĆ­a propia de otro planeta, no les fue difĆ­cil aceptar la nueva fe, por explicarlo de alguna manera, pues quizĆ”s el concepto de religiĆ³n que ellos tenĆ­an se veĆ­a sobrepasado por todo lo que sus mentes tenĆ­an que asimilar en tan poco tiempo. QuizĆ”s los seis bautizados se sintieron halagados porque Isabel, Fernando y el prĆ­ncipe Juan fueran sus padrinos, aunque lo mĆ”s probable es que ni siquiera comprendieran a quĆ© se debĆ­a aquella ceremonia de echarles agua por encima.

En cualquier caso, Isabel actuaba desde el corazĆ³n y lo demostraba al acoger en su casa a los indĆ­genas convertidos, como a Juan de Castilla, asĆ­ era el nuevo nombre del reciĆ©n llegado indĆ­gena, que viviĆ³ en la corte bajo la orden de ser tratado como si fuera hijo de principal caballero (Igualito que los polĆ­ticos modernos que meten en sus casas y sus palacios a montones de inmigrantes). A partir de ese momento, Fernando buscĆ³ las fĆ³rmulas mĆ”s prĆ”cticas de conquistas y adhesiĆ³n de nuevos territorios, mientras Isabel buscĆ³ la adhesiĆ³n de nuevos cristianos para la Iglesia bajo la fĆ³rmula de no agresiĆ³n ni extorsiĆ³n. Anima a los exploradores a que se casen con indias, ordena a que se les trate y den los mismos derechos que a espaƱoles y prohĆ­be que se les esclavice. Pero en el Nuevo Mundo no todo eran seres nobles y maleables. Aquellos pueblos que se sentĆ­an dominados y atemorizados por otros mĆ”s fuertes vieron en los espaƱoles a sus salvadores mientras los otros se sintieron invadidos. La guerra no tardĆ³ en desatarse y apaciguar las islas descubiertas supuso la ruptura de todas las normas dictadas por la reina.

Isabel estaba muy enferma y veĆ­a cĆ³mo a medida que se le escapaba la vida, se cometĆ­an atropellos que sin duda hubieran sido castigados con dureza, si Dios le hubiera permitido recuperarse y volver a aquellos dĆ­as en que ella “montaba tanto”, para que ningĆŗn asunto del reino estuviera desatendido. El Nuevo Mundo debĆ­a ser tambiĆ©n atendido, porque ahora tambiĆ©n habĆ­a allĆ­ cristianos. QuizĆ”s Isabel nunca creyĆ³ que llegarĆ­a a haber muchos mas de los que hubiera imaginado. Isabel falleciĆ³ el 26 de noviembre de 1504 debido a un cĆ”ncer de Ćŗtero. TenĆ­a 53 aƱos. Se llevĆ³ a la tumba el disgusto de ver cĆ³mo a pesar de sus esfuerzos por proteger a los indios sus deseos no siempre se respetaron. No obstante, iba a dejarnos un testamento que cambiarĆ­a algunas cosas en la historia del mundo. DejĆ³ lo que podrĆ­amos considerar las primeras declaraciones de Derechos Humanos:

“Por ende, suplico al rey mi seƱor muy afectuosamente, y encargo y mando a la princesa, mi hija, y al prĆ­ncipe, su marido, que asĆ­ lo hagan y cumplan.[…] No consientan ni den lugar a que los indios. […] reciban agravio alguno en sus personas ni bienes, sino que manden que sean bien y justamente tratados, y si algĆŗn agravio han recibido, lo remedien...”

AsĆ­ se despedĆ­a de este mundo una gran reina.

La cuestiĆ³n sucesoria

Recapitulemos: muerto Juan, el Ćŗnico hijo varĆ³n de Isabel y Fernando, la heredera era Isabel, casada con Manuel de Portugal. Muerta Ć©sta, la esperanza estaba en el pequeƱo Miguel, que hubiera podido ser rey de una penĆ­nsula ibĆ©rica completamente unida. Pero el destino quiso que no fuera asĆ­ y el bebĆ© morĆ­a antes de cumplir los dos aƱos en el verano de 1500, en Granada. Pedro MĆ”rtir de AnglerĆ­a, en una carta escrita al cardenal de Santa Cruz le contaba lo siguiente: «Hacia el 15 de julio hicieron su entrada los Reyes en Granada, pero con mala estrella, porque el 20 del mismo mes expirĆ³ en sus manos el pequeƱo infante Miguel, Ćŗnica esperanza de sucesiĆ³n masculina: ya sabes que muerto el Ćŗnico hijo no les quedan mĆ”s herederos que las hijas; y ahĆ­ va esta otra: han mandado llamar, para que con su esposo venga a tomar posesiĆ³n de la herencia de tantos reinos, a su hija Juana, casada con Felipe de BorgoƱa».

Felipe era un niƱato malcriado y de muy mala condiciĆ³n. Lo hemos visto anteriormente, cĆ³mo hizo un desprecio a su futura esposa no presentĆ”ndose a recibirla, o cĆ³mo a pesar de “enamorarse” a primera vista de Juana, comenzĆ³ a humillarla inmediatamente despuĆ©s, acostĆ”ndose con toda cortesana que le saliera al paso. Para colmo, Juana no disponĆ­a de dinero, solo el que su marido le quisiera dar. Esto, que puede parecer secundario, pues podrĆ­amos pensar que, quĆ© le puede faltar a una princesa en una corte real, en realidad era importante para poder desenvolverse con autonomĆ­a. Un ejemplo podrĆ­amos ponerlo en sus damas de compaƱƭa. Juana tenĆ­a que aceptar las que su esposo le pusiera, que no eran otras que las que a Ć©l mejor les parecĆ­a para acostarse con ellas, que ademĆ”s la vigilaban, no pudiendo Juana dar un paso sin que Felipe lo supiera. No podĆ­a pagar a sus propias damas ni sirvientes, como tampoco podĆ­a permitirse arreglarles buenos matrimonios con personajes influyentes, como era la costumbre en todas las cortes.

Esta falta de autonomĆ­a, en la prĆ”ctica, se traducĆ­a en falta de autoridad. A Juana le correspondĆ­an 20.000 escudos al aƱo, ese habĆ­a sido el acuerdo al firmar el pacto matrimonial, pero a la princesa nunca le llegĆ³ ni un cĆ©ntimo. Castilla estaba muy lejos y en los PaĆ­ses Bajos no habĆ­a cobertura para mandar wasaps. Juana se sentĆ­a muy desgraciada, pero su madre no estaba para consolarla, y mucho menos para defenderla. AĆŗn asĆ­, en Castilla estaban al tanto de lo que ocurrĆ­a y se enviaron correos en protesta por la sustituciĆ³n de sirvientes espaƱoles en favor de holandeses y franceses. Pero Felipe era un niƱato incorregible, lo Ćŗnico que ambicionaba de su esposa era la herencia que estaba al caer.

Tan ambicioso, tan descarado y sinvergĆ¼enza era Felipe, que nada mĆ”s morir su cuƱado Juan, se nombrĆ³ a sĆ­ mismo PrĆ­ncipe de Asturias. La cosa solo se quedarĆ­a en descaro, pues solo a la Corte EspaƱola le correspondĆ­a darle ese tĆ­tulo, si no fuera porque su hermana Margarita, al quedar viuda, estaba embarazada y era a su sobrino a quien le correspondĆ­a ser PrĆ­ncipe de Asturias, de haber llegado a nacer. MĆ”s aĆŗn, todavĆ­a quedaban los derechos de Isabel, que tardarĆ­a varios meses en fallecer. Inmediatamente despuĆ©s estaban los derechos del pequeƱo Miguel; todo eso se lo saltĆ³ a la torera Felipe. Tal impertinencia y falta de respeto puso de mala leche a los reyes espaƱoles, que se preguntaban con quĆ© hijo de las mil perras habĆ­an casado a su niƱa. Mientras tanto, Juana no podĆ­a hacer otra cosa sino sufrir las faltas de respeto de su marido, vestirse de luto y llorar las muertes de sus hermanos y sobrinos.

Las pretensiones de Felipe de hacerse a toda costa con el trono espaƱol llegaron a tomar tintes de traiciĆ³n, pues anduvo recabando apoyos en Francia para que le ayudaran a reivindicar su “derechos” a todas luces ilegĆ­timos. Pero ahora, muertos Isabel y el pequeƱo Miguel, la ocasiĆ³n que esperaba habĆ­a llegado, aunque su viaje a EspaƱa debĆ­a esperar; Juana estaba a punto de dar a luz. Cuentan que el emperador Maximiliano se desplazĆ³ a Bruselas para estar cerca de su nuera a la hora de dar a luz, no por apoyarla ni darle Ć”nimos, sino por si era niƱo y habĆ­a que organizar fiestas. Fue una niƱa. Nada que celebrar; el emperador se marchĆ³ por donde habĆ­a venido.

Nacida la niƱa, Felipe no saliĆ³ corriendo a encontrarse con sus suegros, total, la herencia ya era suya, sino que se puso a trabajar duramente para dejar embarazada de nuevo a Juana. Lo consiguiĆ³ siete meses despuĆ©s. Esta vez sĆ­ habrĆ­a festejos y muestras de gran alegrĆ­a, pues en un retrete nauseabundo, y tras el disgusto que causĆ³ a Juana ver cĆ³mo Felipe se divertĆ­a con sus damas, vino al mundo el futuro emperador Carlos. Margarita, que hizo de madrina, quiso que el niƱo se llamase Juan, pero su hermano no quiso darle el gusto y se empeĆ±Ć³ en que se llamase Carlos, como el bisabuelo del reciĆ©n nacido. Por cierto, Carlos I llamado el Temerario, era uno de los hijos-de-la-gran-puta mĆ”s grandes que haya conocido la historia de Europa.

Preocupados los reyes por la situaciĆ³n, piden a su embajador Gutierre GĆ³mez de Fuensalida que se ponga en contacto con su hija, y Ć©ste intenta averiguar todo lo que puede. Gutierre tuvo una intensa charla con ella, en la cual Juana le cuenta algunas cosas, cuando menos preocupantes. Terminada la entrevista, el embajador escribe una carta dando detalles de todo cuanto averiguĆ³.

Gutierre, segĆŗn sugerencias de los reyes, animĆ³ a Juana a hacerse con las riendas de su casa, aprovechando ser la madre del heredero, pero Juana no tiene Ć”nimos para luchar por tal cosa, al no poder tener una conversaciĆ³n Ć­ntima con su esposo que no conozca de inmediato su amigo y consejero FranƧoise de Busleyden, un obispo borgoƱƩs famoso por su antiespaƱolismo. Cualquier confidencia, cualquier opiniĆ³n que le daba a su esposo, Felipe corrĆ­a a contĆ”rsela al obispo, quien acto seguido le ponĆ­a sobre aviso sobre los posibles peligros que pudiera estar tramando Juana contra Ć©l. En vista de lo cual -le habĆ­a dicho al embajador-, era mĆ”s prudente no intervenir, pues bastaba con que Felipe supiera que ella intentaba cualquier movimiento que agradara a Castilla para que inmediatamente se opusiera.

Fue este obispo quien hizo todo lo posible para que los archiduques Felipe y Juana no acudieran a la llamada de los reyes de EspaƱa, temeroso de que los nuevos reinos que iban a heredar lo alejaran de su influencia. En definitiva, Felipe estaba siendo manipulado por el obispo FranƧoise de Busleyden y por otros cuantos. Por otra parte, Felipe estaba ultimando sus pactos con Francia. Para cuando se presentaran ante Isabel y Fernando, ya nadie le podrĆ­a discutir que su nieto Carlos se prometiera con doƱa Claudia, Ćŗnica hija de Luis XII, rey de Francia, pues el compromiso ya se habrĆ­a firmado. Y mientras se llevaban a cabo las negociaciones, el pretexto perfecto para seguir retrasando el viaje fue otro embarazo de Juana.

El embajador habla en todo momento de una joven princesa sensata, pero sometida a fuertes presiones «si su Alteza no fuese tan guarnecida en virtudes no podrĆ­a sufrir lo que ve, mĆ”s en persona de tan poca edad no creo se ha visto tanta cordura». Juana tenĆ­a en aquellos entonces 21 aƱos. El aislamiento y la manipulaciĆ³n de Felipe por parte de sus consejeros no pasaron desapercibidos para Gutierre y fueron puestos en conocimiento de Isabel y Fernando, con la consiguiente preocupaciĆ³n que provocĆ³ en ellos. No solo veĆ­an que su hija no era feliz, sino que los reinos peninsulares caerĆ­an en manos de un tĆ­tere al servicio de los simpatizantes franceses, los peores enemigos de EspaƱa.

El 16 de julio de 1501 Juana dio a luz otra niƱa, y se llamĆ³ Isabel. Los consejos de Gutierre no hicieron efecto en Juana, y lejos de ganar autoridad, cargada ya con tres hijos a sus 22 aƱos, fue quedando relegada a un mero objeto sin mĆ”s valor que el de los herederos que Felipe habĆ­a conseguido de ella. Ni siquiera pudo conseguir que su madre le enviase desde EspaƱa la mujer de buena familia que le habĆ­a solicitado para ayudarla a criar a sus hijos. Antes de que la carta llegara a Isabel, Felipe ya habĆ­a decidido quiĆ©n serĆ­a el ayo del pequeƱo Carlos y quiĆ©n la niƱera de las infantas. MĆ”s tarde los niƱos serĆ­an enviados a vivir a Malinas, con su abuela y su tĆ­a Margarita; todo ello sin contar para nada con la opiniĆ³n de Juana, que de pronto sufriĆ³ el duro golpe de verse alejada de sus tres hijos.

Felipe ya habĆ­a renunciado a sus derechos sobre el ducado de BorgoƱa y convertĆ­a Flandes y Artois en feudatarios de Francia a cambio de algunos pueblos como Betune y Hesdin. Estaba, sin duda, pagando el precio de sus pactos con el paĆ­s vecino, a quien querĆ­a tener a su lado por si tenĆ­a que presionar a los reyes de Castilla y AragĆ³n.

Viendo que ya era imposible demorar mĆ”s el viaje, los consejeros de Felipe dieron permiso a su tĆ­tere para presentarse ante sus suegros, no sin antes encomendarle la misiĆ³n de aprovechar y entrevistarse con el rey francĆ©s Luis XII, recordemos cĆ³mo le llamaban a su antecesor Luis XI: el AraƱa, por ser experto en tejer conspiraciones y sacar siempre provecho de todos los asuntos sucios entre reinos vecinos; Luis XII iba por el mismo
camino.

Curioso el desencuentro entre la corte espaƱola y la holandesa; mientras en EspaƱa consideraban que lo mƔs seguro era que el viaje lo hicieran en barco, por seguridad, para que no tuvieran que atravesar territorio hostil, ya que la guerra entre Francia y EspaƱa era inminente, los consejeros de Felipe estaban empeƱados en atravesar todo el paƭs vecino, pues, como ya hemos visto, habƭa una entrevista prevista entre Felipe y Luis XII. Nada sabƭan Isabel y Fernando que su yerno los estaba traicionando y conspiraba contra ellos.

El 19 de noviembre entran en territorio francĆ©s. De sobra sabĆ­a Felipe que su travesĆ­a por Francia transcurrirĆ­a con total normalidad. Lo que no esperaba Felipe era que en ParĆ­s, ante Luis XII se le iba a presentar una situaciĆ³n bastante embarazosa, donde Juana demostrĆ³, por una vez, de quiĆ©n era hija, cosa que a su esposo no le iba a sentar nada bien. En vista de que Felipe se habĆ­a convertido en vasallo de Francia, el rey Luis era un superior y no debĆ­an encontrarse de igual a igual. Era el protocolo. El tema de porquĆ© Felipe, como archiduque de BorgoƱa habĆ­a renunciado a sus derechos serĆ­a largo de explicar, pero digamos que ejercĆ­a de archiduque de un territorio que fue de su madre, donde abundaban los problemas y las luchas, y donde segĆŗn algunos historiadores, Felipe, o mĆ”s bien sus consejeros, actuaron bien para apaciguar el territorio, quizĆ”s otro dĆ­a ahondemos en el tema, pero de momento conformĆ©monos con saber que el archiduque se habĆ­a convertido en vasallo de Francia y como tal, debĆ­a saludar al rey con dos reverencias. Sin embargo, Juana era heredera al trono de EspaƱa y sĆ­ podĆ­a encontrarse con el rey como su igual, su saludo debĆ­a ser el mismo que le harĆ­a una reina, solo una reverencia.

Aquello ponĆ­a en inferioridad a Felipe, y sobre todo, lo puso de muy mala leche. Pero Juana se negĆ³ a presentarse ante el rey francĆ©s como una inferior, mĆ”s aĆŗn cuando ambos paĆ­ses estaban prĆ³ximos a una guerra. Juana solo lo harĆ­a de igual a igual, demostrando asĆ­ quiĆ©n era, algo de lo que sus padres hubieran estado orgullosos, de haber estado presentes y poder verla. ¿Estaba Juana reaccionando a las palabras del embajador? QuizĆ”s la cercanĆ­a a tierras espaƱolas la estaban envalentonando, pues aĆŗn tendrĆ­a ocasiĆ³n un par de veces mĆ”s de demostrarle a los franceses y a su propio marido quiĆ©n era ella realmente, enfrentĆ”ndose a la propia reina de Francia, que pretendĆ­a, siempre que tenĆ­a ocasiĆ³n, ridiculizarla o tratarla como a una vasalla, cosa que no consiguiĆ³, pero llegĆ³ a enfurecerla. Como despedida, el rey Luis organizĆ³ una fiesta, donde Juana puso la guinda negĆ”ndose a vestir al estilo holandĆ©s y se presentĆ³ con un vestido espaƱol y cubierta de joyas. Juana estaba resplandeciente y consiguiĆ³ encandilar a todos los presentes, menos a la reina Ana, que deseaba que la fiesta acabara para perderla de vista y se marcharan al dĆ­a siguiente.

Aquellos “incidentes” con su esposa pusieron sobre aviso a Felipe, que vio cĆ³mo Juana se mostraba muy diferente a como lo habĆ­a venido haciendo en durante su confinamiento en Flandes. Claro que, allĆ­ Ć©l habĆ­a podido ejercer su autoridad y la habĆ­a tenido totalmente controlada. ¿Pero quĆ© ocurrirĆ­a una vez en Castilla, donde, como aƱadido, ella serĆ­a la reina? HabrĆ­a que pensar algo al respecto. El resto del viaje por tierras francesas lo harĆ­a por separado, para terminar reuniĆ©ndose de nuevo en Navarra. Felipe tenĆ­a otras entrevistas que hacer, y no solo no querĆ­a que Juana estuviera al corriente de ellas, sino que, no querĆ­a ver cĆ³mo su esposa volvĆ­a a alardear de estar por encima de Ć©l.

En Navarra fueron muy bien acogidos. Cuentan que el rey navarro quedĆ³ impresionado con doƱa Juana y despuĆ©s de una misa pidiĆ³ el honor de salir de la iglesia llevĆ”ndola del brazo. De aquel viaje saldrĆ­a ajustada la boda de su hija, la pequeƱa Isabel, con don Enrique, prĆ­ncipe de Viana y heredero a la corona navarra. Ni sus propios padres pudieron emparentar con los navarros; algo de especial tendrĆ­a Juana cuando ella sĆ­ lo consiguiĆ³.

Por fin llegaron a Toledo, donde los reyes habĆ­an convocado Cortes para reconocerlos como PrĆ­ncipes de Asturias, siendo Juana la legĆ­tima heredera de la corona y Felipe el futuro rey consorte. Durante y despuĆ©s de la ceremonia, el rey Fernando le proporcionĆ³ a su yerno un lugar de honor, por encima del que le correspondĆ­a, ya que la heredera era su hija y no Ć©l. Muchos han querido ver en este gesto una forma de evitarle el mal trago que Ć©l mismo pasĆ³ al verse como un don nadie al lado de la mĆ”xima autoridad del reino, que ademĆ”s era mujer. Puede ser, pero no olvidemos que desde entonces habĆ­a llovido mucho y Fernando habĆ­a presionado a su padre para que en AragĆ³n pudieran reinar las mujeres; despuĆ©s de comprobar de primera mano cĆ³mo gobernaba su esposa, no podĆ­a caberle duda de que sus hijas podĆ­an hacerlo perfectamente. La explicaciĆ³n mĆ”s lĆ³gica puede ser que Fernando quisiera ganarse la confianza de aquel sinvergĆ¼enza para ver quĆ© podĆ­a averiguar de Ć©l, puesto que estaba mĆ”s claro que el agua que lo traicionaba con los franceses.

El 22 de mayo de 1502 Juana fue jurada por las Cortes de Castilla como heredera de la corona. El archiduque Felipe de Habsburgo estaba muy decepcionado al haber sido jurado solamente como consorte. Su berrinche fue tal, que lo primero que hizo fue expulsar de su sĆ©quito al obispo Henry de Berghes, del cual sospechaba ser simpatizante de los castellanos. Fue una simple pataleta de niƱo malcriado, para aplacar su mala leche. En cualquier caso, Felipe ya estaba de mal humor desde el primer momento que pisĆ³ Toledo, creando mal ambiente entre los miembros de su sĆ©quito, que tuvieron alguna que otra bronca con caballeros castellanos, solucionada a punta de espada.

El enfado no harĆ­a mĆ”s que ir en aumento, cuando, esperando que alguien le presentara excusas por las agresiones que habĆ­an sufrido sus hombres, su suegra Isabel dio la razĆ³n a sus caballeros castellanos, agradeciĆ©ndoles su intervenciĆ³n, evitando que los indisciplinados flamencos siguieran provocando disturbios en Toledo, donde sus ciudadanos ya habĆ­an dado muestras de estar molestos con ellos. De pronto, Felipe pasĆ³ del enfado a cagarse las patas abajo, cuando su Ć­ntimo amigo y consejero, el arzobispo de BesanƧon falleciĆ³ de repente. ¿QuĆ© le habĆ­a ocurrido al arzobispo flamenco? Nadie lo supo, pero Felipe enseguida sospechĆ³ que lo habĆ­an envenenado. Y si habĆ­an conseguido envenenar a su inseparable consejero, Ć©l podĆ­a ser la prĆ³xima vĆ­ctima. Desde ese momento el archiduque comenzĆ³ a no fiarse de nadie, a sospechar de todos y a sentirse incĆ³modo, agobiado y con ganas de salir de EspaƱa.

La cosa empeorĆ³ todavĆ­a mĆ”s cuando Arturo de Gales muriĆ³. Arturo era el marido de Catalina, la hermana pequeƱa de Juana, la que terminarĆ­a casĆ”ndose con el psicĆ³pata Enrique VIII. El malestar de Felipe no aumentĆ³ por el hecho de que el prĆ­ncipe inglĆ©s hubiera muerto, sino por el ambiente que se viviĆ³ aquellos meses en Toledo. Todo el mundo de luto, rezando, un duelo que a Felipe se le antojĆ³ excesivo e interminable. Luego llegĆ³ el verano, los flamencos, acostumbrados a un clima mĆ”s frĆ­o se ahogaban en la meseta castellana. Felipe iba de mal en peor y se cagaba en to.

Mientras tanto, las hostilidades por el control de NĆ”poles entre EspaƱa y Francia se recrudecĆ­an, lo cual hacĆ­a sentirse a Felipe bastante incĆ³modo. SentĆ­a que todas las miradas estaban puestas en Ć©l, y no se equivocaba, pues sus suegros estaban al tanto de todo y sabĆ­an que su yerno tenĆ­a sus chanchullos con Francia. Felipe, cada dĆ­a mĆ”s nervioso, quiere salir de allĆ­ cuanto antes y comienza a preparar a su sĆ©quito flamenco para partir, la reina Isabel tuvo que aconsejar a su hija que intentara calmar a su esposo. Juana, nerviosa tambiĆ©n por los berrinches de su marido, hizo caso a su madre e intentĆ³ que Felipe entrara en razĆ³n, pero su intervenciĆ³n no hizo mĆ”s que enfadarlo todavĆ­a mĆ”s. Al menos consiguiĆ³ que no se marchara y aguantara hasta finales de julio, que marcharon para Zaragoza, donde el de 4 de agosto fueron jurados por las Cortes aragonesas, Juana como heredera a la corona de AragĆ³n y Felipe como rey consorte. Una nueva humillaciĆ³n para Felipe despuĆ©s de la sufrida en Castilla. Seguro que su suegro le entendĆ­a perfectamente al haber pasado por su misma situaciĆ³n, y seguro que mientras lo observaba pensaba: ¡sufre mamĆ³n!

Fernando no tardĆ³ en abandonar Zaragoza, pues la salud de Isabel, que no habĆ­a viajado con ellos y se habĆ­a quedado en Madrid, empeoraba por dĆ­as. En ausencia del rey, se le presentĆ³ a Felipe la oportunidad de ejercer como regente del reino presidiendo las Cortes. Fue una excelente oportunidad para poner a prueba a su yerno. Las Cortes necesitaban aprobar presupuestos para financiar la guerra con Francia, no solo en NĆ”poles, sino ante una posible invasiĆ³n de AragĆ³n. El aprieto en que se vio Felipe no se lo imaginĆ³ ni en sus peores pesadillas, deseando que se lo tragara la tierra. ViĆ©ndose obligado a aprobar unas medidas que iban contra sus propios intereses decidiĆ³ quitarse de en medio, huyendo sin pedir consejo ni permiso a nadie. HallĆ”ndose muy enferma Isabel, parece como si a distancia le hubiera leĆ­do el pensamiento a su yerno, sospechando lo que harĆ­a; entonces le hizo llegar una carta pidiĆ©ndole que no abandonara EspaƱa sin antes entrevistarse con ella. Mientras el yernĆ­simo se preguntaba cĆ³mo su suegra le habĆ­a adivinado el pensamiento, concluyĆ³ que no le convenĆ­a hacer un desprecio a su suegra y fue a verla. Cuando Isabel le preguntĆ³ por esa marcha tan repentina sin despedirse de nadie, Felipe arguyĆ³ que se disponĆ­a a prestar su primer servicio a EspaƱa haciendo de mediador ante Francia. Isabel no le creyĆ³, pero sabĆ­a que no lo harĆ­a cambiar de opiniĆ³n, solo le pidiĆ³ que su hija no viajara en su estado, pues estaba de nuevo embarazada. Felipe accediĆ³ a que Juana se quedara con su madre. En realidad, su esposa serĆ­a un estorbo y no la necesitaba para nada. Si era necesario presionar a sus suegros ya tenĆ­a a sus nietos en Flandes.

9

Juana quedĆ³ muy afectada. De nada habĆ­an servido sus sĆŗplicas y lloriqueos para que esperase al nacimiento del nuevo hijo. Su esposo no atendiĆ³ a razones y estaba firmemente decidido a aprovechar la situaciĆ³n de guerra entre los dos paĆ­ses en beneficio propio. Felipe llegĆ³ a Francia y firmĆ³ en nombre de su suegro Fernando un acuerdo con Luis XII. Como todos los tratados que se precien de serlo, Ć©ste tuvo su nombre: Tratado de Lyon. Ya pueden ustedes imaginar dĆ³nde se firmĆ³. El acuerdo consistĆ­a en el cese de las hostilidades entre EspaƱa y Francia. Ambos paĆ­ses renunciaban a NĆ”poles y lo cedĆ­an como dote al prĆ­ncipe Carlos, hijo de Felipe y Juana, y a la princesa Claudia, hija de los reyes de Francia, para cuando tuvieran edad suficiente para su casamiento. Mientras llegaba la mayorĆ­a de edad del prĆ­ncipe Carlos, Felipe actuarĆ­a como regente de este reino.

Enterado Fernando del asunto, cualquiera podrĆ­a pensar que montarĆ­a en cĆ³lera por la osadĆ­a de su yerno, sin embargo, el rey guardĆ³ calma y no dijo nada. Ɖl solo se habĆ­a metido en un embrollo del que no saldrĆ­a bien parado. Los ejĆ©rcitos de Fernando, comandados por Gonzalo FernĆ”ndez de CĆ³rdoba, habĆ­an vapuleado a los franceses en tres frentes distintos de NĆ”poles, y esto, no sentĆ³ nada bien a Luis XII. -A ver si consigo que aprenda este niƱato-, debiĆ³ pensar Fernando, al que sin pretenderlo le habĆ­a dado un buen palo. Felipe, al ver cĆ³mo el tratado saltaba por los aires y su regencia sobre NĆ”poles se esfumaba, no hizo otra cosa que aumentar su inquina contra su suegro.

En su estado, y estando su madre tan enferma, cualquier hija hubiera quedado conforme, triste quizĆ”, pero satisfecha de estar una al cuidado de la otra; sin embargo Juana estaba histĆ©rica. Isabel quiso aprovechar estos dĆ­as para charlar, instruirla sobre asuntos de estado y ponerla sobre aviso de algunas cosas que habĆ­a observado en su esposo, como la predilecciĆ³n por los flamencos y su total desprecio a los espaƱoles, ya fueran castellanos o aragoneses. Esto, segĆŗn Isabel, no debĆ­a consentirlo Juana, pues si los principales puestos de importancia recaĆ­an sobre extranjeros, nada bueno podrĆ­a acaecer sobre los reinos peninsulares. Juana no solo desoĆ­a los consejos de su madre, sino que comenzĆ³ a tomarlos como ofensivos y un ataque contra su esposo. Isabel tuvo que soportar los desaires y el estado de Ć”nimo de su hija durante todo lo que durĆ³ el embarazo; un estado de Ć”nimo que empeorĆ³ tras el alumbramiento de su tercer hijo, que llamĆ³ Fernando, en honor a su abuelo.

Juana no pudo, no supo o no quiso apoyarse en sus padres. SabĆ­a que el comportamiento y las tramas de su marido no eran del agrado de los reyes, y por eso cualquier comentario al respecto se lo tomaba como un ataque, no solo contra Felipe, sino contra ella misma. Juana decidiĆ³ entonces marcharse, y su madre, por no contrariarla, le prometiĆ³ una flota que la llevarĆ­a hasta Flandes. Pero los dĆ­as pasaban y Juana no veĆ­a el momento de partir. Se negĆ³ a comer y apenas dormĆ­a. Juana fue llevada al castillo de Mota en Medina del Campo. Entre tanto Felipe comenzaba a sospechar que algo pasaba, y utilizĆ³ al pequeƱo Carlos que por entonces tenĆ­a 4 aƱos, para escribir una emotiva carta contĆ”ndole cuĆ”nto echaba de menos a su madre. No fue mĆ”s que una maldad de Felipe, pues estando en Flandes habĆ­a apartado de su lado a sus hijos, y ahora la chantajeaba emocionalmente para que volviera, temeroso de que, estando su madre tan enferma, falleciera en cualquier momento y Juana cogiera las riendas de Castilla dejĆ”ndolo a Ć©l a un lado.

La carta hizo su efecto y acabĆ³ por perturbarla del todo; no estaba dispuesta a esperar mĆ”s y se dispuso a emprender el viaje. El obispo Fonseca, aquel que revisaba los viajes de ColĆ³n y mĆ”s tarde los de Magallanes, fue el encargado de la seguridad de la princesa, asĆ­ que intentĆ³ por todos los medios disuadirla. Pero con Juana ya no se podĆ­a razonar y Fonseca no tuvo mĆ”s remedio que levantar los puentes del castillo para evitar su salida. Juana se puso junto a la puerta, histĆ©rica, desquiciada, gritando que la dejaran salir; y de allĆ­ no quiso moverse, hasta que, llegada la noche, los guardias la convencieron para que se resguardara del relente en una garita.

Este hecho causĆ³ gran escĆ”ndalo entre la gente y contribuyĆ³ a que comenzaran a verla como una loca. Isabel, cada vez mĆ”s enferma, acudiĆ³ hasta su hija para intentar convencerla de que abandonara su actitud y no diera que hablar, ya que muy pronto serĆ­a reina y lo que convenĆ­a era ganarse el aprecio del pueblo. Juana, sin embargo lejos de calmarse dijo a su madre palabras que no han quedado registradas, pero que debieron ser muy graves, segĆŗn cuenta la propia Isabel en una carta escrita al embajador Gutierre GĆ³mez de Fuensalida: «Y entonces ella me hablĆ³ tan reciamente, de palabras de tanto desacatamiento y tan fuera de lo que hija debe decir a su madre, que si yo no viera la disposiciĆ³n en que ella estaba, yo no se las sufriera en ninguna manera.»

DespuĆ©s de esto, el estado de salud de Isabel se vio mucho mĆ”s deteriorado de lo que ya estaba. Apenada y sin fuerzas para seguir haciĆ©ndole frente, no le quedĆ³ mĆ”s remedio que prometer que la flota que la llevarĆ­a a Flandes estarĆ­a a su disposiciĆ³n cuando ella quisiera. El dolor de Isabel no era solo por el estado de su salud, sino por ver en manos de quiĆ©n quedarĆ­a Castilla cuando ella ya no estuviera. El 1 de marzo de 1504 Juana cogiĆ³ camino a Flandes, dejando atrĆ”s a su bebĆ© Fernando, al cual culpaba de haberla apartado de Felipe, de no haberle permitido viajar con Ć©l a su debido tiempo. HacĆ­a un aƱo que su esposo habĆ­a partido y por el camino no podĆ­a dejar de pensar en cuantas infidelidades habrĆ­a cometido en todo este tiempo.

Juana fue recibida en Flandes con jĆŗbilo, tal como si su esposo hubiera esperado ansiosamente su regreso, lo cual colmĆ³ de alegrĆ­a a la princesa, muy prĆ³xima ya a convertirse en reina, pues su madre morirĆ­a solo ocho meses despuĆ©s de su partida. La felicidad fue efĆ­mera, pues no tardarĆ­a Juana en volver a la cruda realidad: la de las infidelidades de su esposo. A cada indicio de que alguna dama se las entendĆ­a con Felipe, Juana reaccionaba violentamente. Felipe consideraba estas reacciones como propias de una loca, pues las infidelidades eran cosa normal en todas las cortes, y el deber de toda buena princesa o reina era disimular y guardar las buenas formas, antes de darse al escĆ”ndalo. Juana no estaba dispuesta a callar ante tales humillaciones, y fue por eso que, si los castellanos la llamaban “la loca”, los flamencos ya la conocĆ­an como “la furiosa” al hacerse pĆŗblicas las discusiones y peleas entre la pareja o entre la princesa y sus damas, algo que no ayudaba en nada a asentar su autoridad, su madre ya se lo habĆ­a advertido.

No hay certeza de si Felipe llegĆ³ a golpearla, o solo se quedĆ³ en un levantamiento de manos amenazĆ”ndola, pero algo hubo, y fue ese algo lo que agravĆ³ las iras de Juana, que acabaron de convertirla en una verdadera enferma. Se sentĆ­a humillada, rebajada, engaƱada y maltratada. Y entonces Felipe tomĆ³ la determinaciĆ³n de encerrarla. Para poder justificar esta acciĆ³n ante sus suegros, que estaban al tanto de todo a travĆ©s de su embajador, utilizĆ³ al tesorero de la princesa, MartĆ­n de Moxica, que llevaba un diario detallado de todo cuanto ella hacĆ­a y decĆ­a. Aquellas rabietas de la princesa le vendrĆ­an muy bien una vez que su suegra se marchara a un mundo mejor. Por cierto, Moxica nada decĆ­a en su diario del mĆ­sero comportamiento de Felipe.

Por fin llegĆ³ el momento tan esperado por Felipe de hacerse con tan suculenta herencia; Isabel morĆ­a y Fernando convocaba Cortes en Toro para que Juana fuera reconocida reina de Castilla. Recordemos que Fernando era rey de AragĆ³n; de Castilla solo era rey consorte. SerĆ­an sus hijos quienes heredarĆ­an ambos reinos y unirĆ­an las coronas. De momento, a la muerte de Isabel, a Juana ya le tocaba reinar en Castilla. A Fernando se le presentaba un panorama complicado: por un lado, su hija habĆ­a dado muestras de ser una desequilibrada, teniendo muy presente el enfrentamiento tan desagradable con su propia madre, y su yerno ademĆ”s de ambicioso era un bobo que dejaba manejar por los franceses. Algo tendrĆ­a que hacer para que la situaciĆ³n no acabara en una guerra civil en Castilla, que serĆ­a lo que ocurrirĆ­a si el yernĆ­simo acababa cogiendo las riendas del reino.

Isabel habĆ­a quedado muy dolida con el Ć”spero enfrentamiento con su hija, no obstante, Juana era la legĆ­tima heredera y asĆ­ lo reconocĆ­a en su testamento: «reina verdadera y seƱora natural». A Felipe solo se le reconocĆ­an los honores y dignidades de un rey consorte. Ni siquiera podĆ­a ser gobernante en ausencia o incapacidad de Juana, pues para tal fin Isabel dejaba firmado un documento nombrando a Fernando administrador y gobernador de Castilla, cargo que ocupĆ³ inmediatamente al morir su esposa, estando Juana en Flandes.

En las Cortes convocadas en Toro Fernando hizo leer el testamento de su esposa e hizo uso de su nombramiento como gobernador, aprobando algunas leyes que beneficiaban a parte de la nobleza y satisfacƭa sus ambiciones. Curioso que Fernando devolviera el poder que antes, junto a su esposa, les habƭa quitado. Aquello no era mƔs que una encerrona que le estaba preparando a su yerno. Llegado el momento, Fernando querƭa asegurarse de que los nobles estaban de su lado. El siguiente paso serƭa llegar a un acuerdo con su yerno, una vez volviera a EspaƱa.

Mientras tanto Felipe intentaba resolver el modo de que su suegro no le quitara un Ć”pice de poder en Castilla intentando una vez mĆ”s pactar apoyos en Francia y Austria. LlegĆ³ a escribir incluso al papa acusando a Fernando y los clĆ©rigos que le apoyaban de conducta escandalosa. Y en medio de todo este tejemaneje, la pobre Juana, que no se enteraba de nada, hasta que le llegĆ³ una carta de su padre que le pedĆ­a que firmase un documento que lo confirmara como gobernador de Castilla hasta que ella ocupara su lugar como reina. Juana, que confiaba en su padre mĆ”s que en nadie, no dudĆ³ en firmar. Por desgracia, el portador del documento fue apresado y los papeles cayeron en manos de Felipe. El mensajero fue torturado y Juana aislada por completo. Juana, protestĆ³ violentamente y le advirtiĆ³ a Felipe que no podĆ­a tratar asĆ­ a la reina de Castilla, a lo que Felipe le contestĆ³ que todas sus quejas eran tonterĆ­as provocadas por su preƱez, porque, entre bronca y bronca, la princesa se habĆ­a quedado embarazada de nuevo. El aislamiento provocĆ³ una nueva crisis en Juana, que de nuevo se negaba a comer y a dormir.

Juana estaba muy resentida por el trato recibido y habĆ­a cogido un odio feroz hacia todo lo flamenco, jurando que ningĆŗn extranjero se sentarĆ­a en el trono de Castilla. Pensaba que al ser la reina tenĆ­a todas las de ganar, pues harĆ­a valer su poder. Y asĆ­ hubiera podido ser, de haber tenido la experiencia polĆ­tica necesaria, o cuando menos el coraje y la inteligencia de su madre. En cualquier caso, a estas alturas estaba moral y psĆ­quicamente destrozada, pues desde que llegĆ³ al lado de su esposo, se habĆ­a comportado como una simple enamorada, pasando a ser un objeto sin dignidad, dejando a un lado a la mujer y a la futura reina, cosa que jamĆ”s hizo Isabel.

Al darse cuenta Felipe de lo incĆ³moda que podĆ­a resultar la presencia de su esposa quiso viajar sin ella a EspaƱa, pero pronto le hicieron entender que sin Juana tendrĆ­a muy difĆ­cil hacerse con el trono, pues ni los propios castellanos le recibirĆ­an.

Muchos historiadores han tratado a Fernando de ambicioso y despiadado con su hija Juana. Igualmente, hoy podemos encontrar mucha literatura que intenta demostrar que Juana no estaba tan loca, culpando a cuantos habĆ­a a su alrededor de querer apartarla del trono; como si todos conspiraran como carroƱeros para hacerse con el poder. El principal carroƱero aquĆ­ serĆ­a Fernando, su propio padre, tan cruel que no dudĆ³ en encerrar a su hija de por vida para… ¿hacerse con el poder de Castilla? Todo esto es simplemente ridĆ­culo. Fernando, no era poder precisamente lo que ambicionaba. A Fernando le sobraba poder, y sobre todo le sobraban problemas, como para hacerse cargo de uno mĆ”s. Fernando, como cualquier persona cabal (y dio muestras toda su vida de serlo), hubiera deseado que todo se hubiera desarrollado de la forma mĆ”s natural. Es decir, hubiera deseado ver en su hija la misma cordura, valentĆ­a y coraje que vio en su esposa, cuando se hizo cargo de Castilla.

¿Y quĆ© vio en Juana? Una desequilibra. Una pordiosera que corrĆ­a detrĆ”s de un imbĆ©cil maltratador, mendigĆ”ndole amor y sexo, como la mĆ”s vulgar de las mujeres. O como escribirĆ­a Pedro MĆ”rtir: «ardiente esposa, mujer simple, aunque sea hija de una mujer tan grande.» Aun en el mejor de los casos, que Juana no estuviera loca, todo lo demĆ”s era motivo suficiente como para no entregarle un reino por el que su madre se habĆ­a dejado el alma y su propia vida. Juana no echarĆ­a el coraje que echĆ³ su madre para dejar bien claro quiĆ©n era la que mandaba en Castilla. La reina pasarĆ­a desde el primer momento a un segundo plano y el rey, por mucho que le negaran el tĆ­tulo, serĆ­a Felipe, que a su vez serĆ­a el tĆ­tere que ya venĆ­a siendo en manos de unos ambiciosos flamencos.

Felipe le habĆ­a hecho llegar a su suegro el diario de Moxica donde se daba cuenta de la desequilibrada conducta de Juana, a todas luces para convencer a su suegro de su locura y que todos los poderes recayeran sobre Ć©l. Lo que no habĆ­a calculado Felipe es que ese diario fue un arma que se volviĆ³ en su contra, pues aunque Fernando dudaba si debĆ­a entregarle el gobierno a su hija, de lo que estaba convencido era de que no debĆ­a entregĆ”rselo a Felipe. El diario no hizo mĆ”s que convencerlo de que, tal como dejaba dicho Isabel en su testamento, Ć©l, Fernando, debĆ­a ser el administrador y gobernador de Castilla.

La flota flamenca se puso en marcha el 7 de enero de 1506. Felipe no quiso, como la vez anterior, arriesgarse a cruzar Francia, puesto que sus relaciones con el rey de Francia ya no eran tan buenas. Sus hijos, Leonor, Carlos, Isabel y MarĆ­a quedaban atrĆ”s; el pequeƱo Fernando los esperaba en EspaƱa. La travesĆ­a, en pleno invierno, iba a ser arriesgada, toda una aventura. La flota estuvo inmovilizada durante una jornada entera por una calma chicha, hasta que de pronto apareciĆ³ una espantosa borrasca que hizo naufragar varias naves. Cuentan que Juana aguatĆ³ el tipo mejor que nadie, se vistiĆ³ con sus mejores galas y se adornĆ³ con sus mejores joyas, pues nada le importaba la muerte si la cogĆ­a al lado de su amado Felipe. El temporal empujĆ³ la flota hacia las costas inglesas, donde fueron bruscamente acogidos, por confundirles con una flota invasora. Una vez aclarado que habĆ­an llegado hasta allĆ­ empujados por la tormenta, tampoco se les permitiĆ³ desembarcar, hasta que el rey Enrique VII fue informado y aceptĆ³ recibir a los nuevos reyes de Castilla.

Tras tanto disgusto y sufrimiento, aquella aventura iba a traer algo de felicidad a Juana. JamĆ”s hubiera vuelto a ver a su hermana Catalina si la tormenta no la hubiera arrastrado allĆ­. Catalina habĆ­a quedado viuda del prĆ­ncipe Arturo de Gales. Tras su regreso a EspaƱa volviĆ³ de nuevo a Inglaterra para casarse con su cuƱado Enrique VIII. A ambas hermanas el destino les deparaba un trĆ”gico y casi idĆ©ntico final.

La flota flamenca pasĆ³ tres meses amarrada en las costas inglesas, hasta estar las naves reparadas y en condiciones de echarse de nuevo a la mar. Mientras tanto, los prĆ­ncipes y ya casi reyes de Castilla estuvieron hospedados y magnĆ­ficamente atendidos por su majestad el rey Enrique VII, que vio una buena oportunidad para hacer algunos tratos con Felipe. Por ejemplo, le pidiĆ³ la devoluciĆ³n de un tal conde de Suffolk, alguien que se habĆ­a enemistado con la corona y habĆ­a huido a Flandes. Felipe se comprometiĆ³ a identificarlo y a devolverlo en cuanto le fuera posible. TambiĆ©n se firmaron acuerdos sobre la exportaciĆ³n de la lana inglesa y finalmente se firmĆ³ un tratado de ayuda mutua contra EspaƱa y Francia. El rey inglĆ©s, como se ve, no perdiĆ³ el tiempo y dio por bien invertido el coste del hospedaje de los flamencos, y en cuanto a Felipe, podemos ver cĆ³mo cualquiera medianamente inteligente podĆ­a manejarlo a su antojo.

El rey inglĆ©s quiso amenizar aquellos meses con festejos y diversiones. En realidad, Enrique VII pasaba las fiestas fijĆ”ndose en Juana, de la cual habĆ­a quedado prendado, segĆŗn se puede deducir, tras las varias peticiones de mano que le harĆ­a mĆ”s tarde. Podemos adivinar los pensamientos de Enrique durante las fiestas: ¿CĆ³mo una mujer con «gran gracia y majestad» ha podido ir a parar al lado de un mequetrefe semejante? Gran gracia y majestad, eso fue lo que declarĆ³, y ademĆ”s aƱadiĆ³ que nunca la vio comportarse como una loca.

Sin embargo, Juana huyĆ³ pronto de estas fiestas, al ver cĆ³mo su esposo tonteaba con unas y otras, irritando con su comportamiento a Felipe. Juana, ignorando el enfado de su marido, pidiĆ³ pasar lo que le quedaba de estancia en el castillo del conde de Arundel, en Exeter, lejos de la corte del monarca inglĆ©s, pidiendo ademĆ”s, que no hubiera ni una sola dama alrededor. AllĆ­ se abandonĆ³ en el vestir y el comer, hasta que por fin, el 22 de abril de 1506, estando ya todos los barcos reparados, reanudaron la marcha, llegando el dĆ­a 26 a La CoruƱa. Fernando los esperaba en Laredo, pero Felipe seguĆ­a jugando al despiste con su suegro, con tal de retrasar su encuentro con Ć©l.

Fernando habĆ­a conseguido ser reconocido como Gobernador de Castilla, segĆŗn dejĆ³ escrito Isabel en su testamento; y vivĆ­a, ademĆ”s, un gran momento polĆ­tico: sus tropas habĆ­an conseguido una victoria aplastante contra los franceses en tierras napolitanas, confirmando asĆ­ su dominio sobre el reino italiano, y esto le daba un gran prestigio y toda Europa. Hasta el monarca francĆ©s tuvo que reconocer la supremacĆ­a espaƱola en el campo de combate y se rendĆ­a ante la diplomacia de Fernando, el rey mĆ”s grande de Europa.

El monarca francĆ©s firmĆ³ los acuerdos impuestos por Fernando y no se negĆ³ tampoco a una alianza matrimonial, pues si el rey espaƱol iba buscando alejar a los franceses de sus vĆ­nculos con Flandes, a los franceses les convenĆ­a ahora tener al enemigo espaƱol de su parte. De aquĆ­ saliĆ³ el acuerdo para que Fernando se casara con Germana de Foix, sobrina del rey de Francia. La boda se celebrĆ³ el 22 de marzo de 1506. Una boda que los castellanos no vieron con buenos ojos. No entendĆ­an cĆ³mo Fernando pudo olvidar tan pronto a la amada reina Isabel. A su edad, no veĆ­an necesaria una boda con una joven de apenas 18 aƱos.

El reino de NƔpoles

Para entender mejor el contexto en el que se encontraban las relaciones entre Francia y EspaƱa durante aquellos aƱos, lo mejor serĆ” que nos desplacemos hasta la penĆ­nsula italiana. En Italia, tal como ocurrĆ­a en EspaƱa y en casi todos los paĆ­ses europeos, habĆ­a numerosos reinos, ducados y hasta alguna repĆŗblica: en el norte tenĆ­amos los ducados de Saboya, MilĆ”n, MĆ³dena… las repĆŗblicas de GĆ©nova, Siena, Venecia… en el sur los reinos de NĆ”poles, tambiĆ©n llamado Sicilia Citerior, en la misma penĆ­nsula, y Sicilia Ulterior en la propia isla de Sicilia, de ahĆ­ que a estos reinos los llamaran las dos Sicilias. Y en el centro los estados pontificios.

Los estados del norte habĆ­an sido conquistados por Carlomagno allĆ” por la Ć©poca en que los musulmanes entraron en la EspaƱa visigoda. Los del sur pertenecĆ­an a la Corona de AragĆ³n desde que en 1266 muriĆ³ Conradino de Hohenstaufen. El papado quiso poner en el trono napolitano a Carlos de Anjou, hermano del rey de Francia, a lo que se opuso Manfredo I, hijo del difunto rey. Hubo sus mĆ”s y sus menos y alguna que otra batalla, en la que resultĆ³ muerto Manfredo. Es cuando entra en escena Pedro III de AragĆ³n. que reclamĆ³ el reino al estar casado con la hija de Conradino y no haber otros herederos disponibles. No fue fĆ”cil conseguirlo, pero finalmente NĆ”poles entrĆ³ a formar parte de la Corona de AragĆ³n.

Puede resultar chocante ver el corazĆ³n de la, tiempo atrĆ”s, todopoderosa Roma, hecho pedazos y disputada por los descendientes de quienes heredaron, o directamente se apropiaron de los despojos del imperio. A este respecto, hay quien piensa que el imperio romano nunca desapareciĆ³, sino que se transformĆ³. Y no es una idea descabellada verlo asĆ­, puesto que, de aquel vasto imperio occidental habĆ­an surgido dos: el imperio Carolingio, cuyo rey afirmaba que era la continuaciĆ³n de Roma, y el aragonĆ©s que llegĆ³ a extenderse por todo el MediterrĆ”neo. Es entre esos dos nuevos imperios, nacidos de la misma Roma, entre los que se encontraba dividida la penĆ­nsula ItĆ”lica. Julio CĆ©sar quizĆ”s no lo hubiera visto tan mal. Mejor eso que verla en manos de unos nuevos bĆ”rbaros.

Siendo como era el MediterrĆ”neo la flor y la nata de las principales rutas comerciales, Italia era un lugar privilegiado, pero sobre todo, era la parte sur la que mejor situada se encontraba tanto comercial como militarmente. Sin olvidar que dominando el norte y el sur, flanqueaban por completo los estados pontificios, EspaƱa perderĆ­a tan “estrecha” influencia sobre el papa. Es por todo esto por lo que Francia nunca renunciĆ³ a hacerse con tan suculento pastel, y entrado ya el siglo XVI, todavĆ­a andaban los dos paĆ­ses dĆ”ndose hostias.

En 1493, tras la conquista de Granada y acometiendo una empresa tan arriesgada como la exploraciĆ³n de mundos desconocidos, Francia anda revuelta por Italia con la excusa de combatir a los turcos que andan dando por culo por las costas italianas. En tales circunstancias, no es de extraƱar que los reyes espaƱoles pusieran en marcha una polĆ­tica matrimonial como la que llevaron a cabo. Isabel y MarĆ­a a Portugal, Juan y Juana a Austria y Catalina a Inglaterra. De esta manera, ninguno de estos paĆ­ses apoyarĆ­a a Francia en el caso de querer invadir NĆ”poles y Sicilia.

A los franceses, por supuesto, no les hace ninguna gracia verse rodeada de paĆ­ses que han pactado con EspaƱa, asĆ­ que le ofrecen a Isabel y Fernando devolverles el RosellĆ³n y la CerdaƱa, que aƱos atrĆ”s habĆ­an arrebatado a Juan II, padre de Fernando, junto a una buena cantidad de oro, a cambio de que renuncie a los pactos matrimoniales con los paĆ­ses vecinos y no intervenga en Italia. La oferta no es mala y es aceptada. Los acuerdos se firman en Barcelona en enero de 1493. Pero esos acuerdos no eran mĆ”s que una excusa para posicionarse, y una vez allĆ­, ocupar NĆ”poles sin oposiciĆ³n.

El rey Fernando exige a Francia la retirada inmediata de las sus tropas, pero Carlos VIII, que era el rey francĆ©s en aquel aƱo de 1495, se niega. La guerra es inevitable. Los reyes de EspaƱa serĆ”n, una vez mĆ”s, pioneros en algo que jamĆ”s se habĆ­a hecho en Europa, poner bajo su mando directo todos los ejĆ©rcitos del reino. Se acabĆ³ ir pidiendo, casi como un favor, la ayuda de cada magnate para que acudan con sus mesnadas en ayuda del rey. Todas las mesnadas armadas quedaban, desde ese momento, por decirlo de alguna forma, nacionalizadas. En la primavera de 1495, el rey Fernando envĆ­a una flota de 80 barcos con 6.000 infantes y 700 jinetes a Mesina, isla de Sicilia. Al mando va el marino aragonĆ©s GalcerĆ”n de Requesens, conde de PalamĆ³s y Trivento y capitĆ”n general de la armada espaƱola y con gran experiencia en NĆ”poles. Como jefe militar de la infanterĆ­a: Gonzalo FernĆ”ndez de CĆ³rdoba.

Las guerras italianas

Gonzalo sale de Sicilia y cruza el estrecho de Mesina con 2.000 infantes y 300 jinetes. Una vez que ponen pie en el continente se hacen con facilidad con la fortaleza de Reggio, en Calabria. Cuando en NĆ”poles se corre la voz de la llegada de los espaƱoles, varias ciudades se sublevan contra los franceses. Animado, Gonzalo FernĆ”ndez ocupa la regiĆ³n. En junio se encuentra en la ciudad de Seminara, donde el rey napolitano ha fijado la capital ante el empuje francĆ©s. No ha sido fĆ”cil llegar hasta allĆ­, pero las tĆ”cticas empleadas por Gonzalo son una novedad en el arte de la guerra empleado hasta ahora en Europa. Son pocos hombres bajo su mando, pero eso le da movilidad. En la guerra de Granada las tĆ”cticas de guerrillas le fue muy bien: evitar entrar en combate a campo abierto, marchas nocturnas, emboscadas, ataques rĆ”pidos y huir rĆ”pidamente.

En pocas semanas los franceses se vieron acosados, como si los espaƱoles estuvieran en todas partes. Sin embargo, Gonzalo tenĆ­a que ir dejando hombres atrĆ”s para asegurar suministros, y eso significaba quedarse cada vez con menos hombres. Los franceses lo sabĆ­an, y por eso se las arreglaron para forzar la batalla en campo abierto que Gonzalo pretendĆ­a evitar. El jefe de los franceses se llamaba BĆ©rault Stuart d’Aubigny, de origen escocĆ©s. Pues este hombre contaba con un ejĆ©rcito brutal, comparado con las reducidas tropas de Gonzalo. Incluso con los ejĆ©rcitos napolitanos que se le unirĆ­an, los franceses seguĆ­an siendo muy superiores en nĆŗmero.

BĆ©rault Stuart vio llegado el momento y se plantĆ³ con su ejĆ©rcito ante la ciudad de Seminara donde se encontraba Gonzalo. El general francĆ©s enviĆ³ un mensaje al rey acusĆ”ndolo de cobarde, que se escondĆ­a en su ciudad evitando dar la batalla. El rey de NĆ”poles era Fernando II, descendiente directo de los TrastĆ”mara, igual que el rey Fernando de AragĆ³n. Tradicionalmente los tĆ­tulos de reyes de Sicilia y NĆ”poles se les concedĆ­a a futuros herederos de la Corona de AragĆ³n, el mismo Fernando obtuvo este tĆ­tulo de manos de su padre Juan II. En aquellos momentos, Fernando, el rey CatĆ³lico, era tambiĆ©n rey de Sicilia y su primo segundo tambiĆ©n llamado Fernando, lo era de NĆ”poles, tĆ­tulo heredado a travĆ©s de Alfonso V, tĆ­o del rey CatĆ³lico. No nos liemos con los linajes ni las descendencias, lo Ćŗnico que nos conviene saber es que los reyes de NĆ”poles eran en realidad vasallos de los reyes aragoneses, y que el actual habĆ­a sido desplazado por los franceses, que se llamaba igual que nuestro Fernando de AragĆ³n y que aĆŗn era muy joven e inexperto.

Gonzalo vio enseguida de quĆ© iba la cosa y de que el inexperto rey picarĆ­a el anzuelo y le aconsejĆ³ permanecer tras los muros. Pero tal como se temĆ­a el capitĆ”n, el rey se puso gallito, temiendo que el pueblo creyera que en verdad era un cobarde y le perdiera el respeto. El 21 de junio de 1495 BĆ©rault Stuart esperaba con todas sus tropas junto al rĆ­o Petrace. Gonzalo no pudo convencer al rey y reĆŗne a los suyos. El rey Fernando se pone al frente de su ejĆ©rcito, para que nadie pudiera decir que daba Ć³rdenes mientras miraba desde un lugar seguro. Desde las colinas donde se ha apostado Gonzalo puede ver a los franceses: caballerĆ­a pesada, compuesta por grandes caballos acorazados. Cuadros de piqueros que se asemejaban a enormes erizos, dignos herederos de las falanges macedonias que lucharon para Filipo II y mĆ”s tarde para su hijo, el gran Alejandro. Cuando Gonzalo observĆ³ todo aquello no pudo sino pensar: ¡madre mĆ­a, el chorro hostias que nos van a dar los franchutes!

Las posibilidades de Ć©xito ante el poderĆ­o francĆ©s eran escasas, pero si el rey estaba empecinado en suicidarse, la Ćŗnica cosa que podĆ­a hacer Gonzalo era echar mano de una antigua estrategia: el “tornafluye”. ¿CĆ³mo, que ustedes no saben lo que es un tornafluye? ¡Pero si todo el mundo sabe lo que es eso! Pero no se preocupen, que ahora mismo se lo explicamos brevemente. La tĆ”ctica consiste en atacar con la caballerĆ­a ligera uno de los flancos, intentar desconponerlo y retroceder, simulando una retirada para que te persigan. Roto el flanco intentarĆ” atacar de nuevo. Solo asĆ­ habĆ­a alguna posibilidad de hacer daƱo al enemigo estando como ellos estaban en inferioridad numĆ©rica y armamentĆ­stica. Los Ć”rabes practicaban esta tĆ”ctica y el Cid, cuyo nĆŗmero de soldados no solĆ­a ser muy numeroso, la practicaba con Ć©xito.

¿Y el enemigo se dejaba engaƱar, asĆ­ como asĆ­? Bueno, si los pillabas en un momento tonto, solĆ­a colar. AsĆ­ que Gonzalo enviĆ³ su caballerĆ­a ligera contra uno de los flancos franceses nada mĆ”s los vieron cruzar el rĆ­o Petrace. Los valientes jinetes de Gonzalo lograron su objetivo y crearon el desorden que habĆ­an previsto para volver enseguida atrĆ”s, fingiendo retirada. Y entonces sobrevino el desastre. Las tropas italianas de Fernando, al observar la maniobra creyeron que se trataba de una retirada real y se sumaron a ella, huyendo aterrados a toda prisa. Ante una huida desordenada, los franceses no lo dudaron y se lanzaron a la persecuciĆ³n, provocando una carnicerĆ­a. El propio rey saliĆ³ con vida de milagro al ser alcanzado su caballo.

Gonzalo no podĆ­a creĆ©rselo. ¿Pero es que esta gente no sabe lo que es un tornafluye? QuizĆ”s deberĆ­a haber perdido algo de tiempo en explicĆ”rselo; porque no, los napolitanos no sabĆ­an quĆ© era aquello. Lo Ćŗnico que pudo hacer fue replegar a sus hombres ordenadamente para que no sufrieran el descalabro sufrido por los napolitanos.

El general francĆ©s Stuart podrĆ­a haber continuado el acoso a las tropas italianas, pero de repente se sintiĆ³ enfermo y se retirĆ³ de la campaƱa. Gonzalo por su parte se instalĆ³ en Reggio de Calabria donde reorganizĆ³ sus tropas. Lo ocurrido en Seminara le sirviĆ³ para entender que si querĆ­a tener Ć©xito no debĆ­a confiar en la disciplina napolitana, los enfrentamientos abiertos estaban definitivamente descartados. SeguirĆ­a con su plan de guerrillas que tan buenos resultados le habĆ­an dado. Un sistema que pronto puso contra las cuerdas a los franceses. Pronto cayeron las ciudades mĆ”s importantes de Calabria

Era junio de 1496, los franceses se habĆ­an hecho fuertes en Atella. Dentro habĆ­a 5.000 hombres y Gonzalo se propuso echarlos fuera con 1.000 infantes y 400 jinetes. No necesitaba mĆ”s. La ciudad se abastecĆ­a de agua y harina a travĆ©s de unos molinos que aunque estaban protegidos, pronto cayeron en sus manos. Recuperar los molinos era esencial para la ciudad, los franceses enviaron la caballerĆ­a pesada, que teĆ³ricamente deberĆ­a arrollar a los espaƱoles. Pero aquellos caballos acorazados no harĆ­an mĆ”s que dar ventaja a la estrategia que Gonzalo preparĆ³ de inmediato: lanzar contra ellos a su caballerĆ­a ligera: caballos mĆ”s pequeƱos, mĆ”s rĆ”pidos, y sin mĆ”s carga que el jinete. El tornafluye esta vez dio el resultado apetecido. Los jinetes espaƱoles iban y venĆ­an cargando contra los pesados franceses que apenas podĆ­an reaccionar a los ataques de lo que mĆ”s que tropas de caballerĆ­a parecĆ­an enjambres de abejas.

Medio aƱo despuĆ©s, Gonzalo y sus tropas repetirĆ­an la hazaƱa conquistando Ostia, el puerto de Roma. Con solo 1.300 hombres, con tĆ”cticas diseƱadas a la perfecciĆ³n, consiguiĆ³ desalojar a los franceses que se habĆ­an hecho fuertes en su interior. El Gran CapitĆ”n conseguĆ­a por fin parar los pies a los franceses, y al cabo de tres aƱos volvĆ­a con sus hombres a EspaƱa. NĆ”poles volvĆ­a a estar de nuevo bajo la Corona de AragĆ³n. El rey Fernando estaba tan satisfecho que declarĆ³ que, aquellas victorias le daban renombre y gloria a EspaƱa, incluso mĆ”s que la conquista de Granada. Y era cierto, porque si en Granada puso bajo su yugo a los musulmanes, en Italia habĆ­a puesto nada menos que a los franceses, que poseĆ­an los mejores ejĆ©rcitos de Europa.

Aquello le permitiĆ³ a Fernando negociar y firmar pactos con el paĆ­s vecino, disfrutando de la ventaja de haber sido el vencedor. Poco durĆ³ la alegrĆ­a de Fernando, pues los franceses, incumpliendo todo lo firmado, volvĆ­an a invadir NĆ”poles. El Gran CapitĆ”n volvĆ­a de nuevo a Sicilia. Esta vez llevaba consigo infanterĆ­a gallega y asturiana que iba a mostrarse tremendamente eficaz a la primera oportunidad de hacerlo.

La segunda batalla de Seminara

Gonzalo recibiĆ³ mĆ”s refuerzos: lansquenetes alemanes; con su apoyo estaba a punto de rizar el rizo con sus innovadoras tĆ”cticas. Se encontraban de nuevo en Seminara. Enfrente tenĆ­a las tropas de Luis de Armagnas, unos 9.000 hombres. Gonzalo cuenta con un ejĆ©rcito mĆ”s o menos igual. De alguna manera, y aunque no fue culpa suya, la anterior derrota en aquel lugar todavĆ­a pesaba sobre los espaƱoles. El Gran CapitĆ”n se las apaƱa para atraer al enemigo y situarlo en un terreno, aparentemente favorable para una gran batalla. Nada mĆ”s ver a los franceses, los espaƱoles simulan una carga de caballerĆ­a. Los franceses no si inmutan, confiados en la potencia de carga de su caballerĆ­a pesada, se lanzan a hacerles frente. Avanzan. El choque va a ser tremendo. De pronto, los espaƱoles aflojan la marcha y los franceses van desapareciendo misteriosamente bajo el suelo; van cayendo en fosos. Los que siguen adelante van ensartĆ”ndose en empalizadas que se levantan de repente, o son ametrallados por arcabuceros que nadie sabe de dĆ³nde han salido.

Fue una carnicerĆ­a para los franceses, el propio Luis de Armagnas cae muerto por tres disparos. Para tratar de salvar la situaciĆ³n, los franceses lanzan a sus piqueros suizos, los erizos gigantes, las falanges macedonias, pero se encontraron con los piqueros alemanes que neutralizan la ofensiva. La carga general ordenada por Gonzalo consigue rodear al enemigo, que no tarda en rendirse, poniendo punto final a una batalla Ć©pica que solo habĆ­a durado una hora. La victoria fue completa. El descalabro costĆ³ 4.000 bajas a los franceses, por solo 100 a los espaƱoles.

A partir de ese momento todo iba a ser diferente en aquella guerra, las tropas espaƱolas no irƭan al son que les tocaran los franceses, sino que serƭan ellos quien llevarƭan la iniciativa, yendo tras ellos allƔ donde se encontraran y obligƔndolos a presentar batalla, hasta llevarlos a la derrota total, volviendo NƔpoles, a ser de dominio aragonƩs, pero esta vez, de forma contundente.

10

El 31 de marzo de 1504 el rey Fernando ratificaba el Tratado de Lyon. NĆ”poles se quedarĆ­a como estaba, es decir, bajo el control de los reyes de EspaƱa. Gonzalo FernĆ”ndez de CĆ³rdoba ejercerĆ­a como virrey. La superioridad militar sobre Francia fue tal, que desde ese momento EspaƱa quedaba consolidada como una potencia continental y Fernando contraĆ­a alianzas con Austria, Venecia y demĆ”s territorios italianos.

26 de abril de 1506, Juana y Felipe llegan a La CoruƱa, el rey Fernando los esperaba en Laredo, pero su yerno estaba interesado en cualquier cosa menos en verle. A pesar de todas las muestras que daba de ser un inepto y dejarse manejar por cualquiera, no es tonto del todo y sabe que no las tiene todas consigo. Su suegro ya ha sido confirmado gobernador por las Cortes convocadas en Toro, siguiendo la voluntad de Isabel en su testamento. En esas mismas cortes Fernando ha puesto de su parte a un puƱado de nobles, ahora le toca a Ʃl, Felipe, ganarse a otro buen puƱado, y para eso necesita tiempo.

Felipe se ha hecho esta vez con un buen asesor castellano, miembro de la alta nobleza: don Juan Manuel, seƱor de Belmonte. Este Juan Manuel le convenciĆ³ de que era posible hacerse con el favor de la mayorĆ­a de la alta nobleza castellana, y ¿por quĆ© no? con el clero. BasĆ”ndose en que Fernando se habĆ­a hecho nombrar gobernador sin el consentimiento de la legĆ­tima heredera Juana (cosa que Ć©l, Felipe, habĆ­a evitado cuando interceptĆ³ la carta enviada a Flandes) escribiĆ³ cartas seƱalando esta mala prĆ”ctica a las principales ciudades castellanas dirigidas a lo mĆ”s alto de la nobleza y el clero. En su mensaje se anunciaba, ademĆ”s, la voluntad de conceder nuevas mercedes para todos aquellos que apoyaran su causa. Como ejemplo, valgan las palabras extraĆ­das de la correspondencia con el marquĆ©s de Villena, el hijo de Juan Pacheco donde Felipe le agradece su apoyo: «ConocĆ­ la buena voluntad que a mi servicio tenĆ©is. Espero en Dios remunerarlo muy bien.» Desde luego, a aquellos nobles disgustados por el recorte de poderes a que los habĆ­an sometido Isabel y Fernando, se les presentaba una buena oportunidad de recuperarlos.

Hemos contado ya que Fernando escribiĆ³ a Juana para que firmara un documento, confirmando su nombramiento como gobernador, y como aquella carta fue interceptada y su portador torturado por Felipe. En lugar de esa confirmaciĆ³n, Juana, supuestamente, escribiĆ³ otra, aunque se sospecha y con bastante fundamento, que no la redactĆ³ ella. La resumiremos seƱalando lo mĆ”s importante de esta carta.

Bruselas 3 de mayo de 1505

«Hasta aquĆ­ no os he escrito porque ya sabĆ©is de cuĆ”n mala voluntad lo hago; …allĆ” me judgan que tengo falta de seso, …no me debo maravillar que se me levanten falsos testimonios, …los que esto publican no sĆ³lo lo hacen contra mĆ­, tambiĆ©n contra Su Alteza [refiriĆ©ndose a su padre Fernando], porque no falta quien diga que le place dello a causa de gobernar nuestros Reinos, lo cual yo no creo, siendo Su Alteza rey tan grande y tan catĆ³lico y yo su hija tan obediente.

Bien sĆ© quel Rey, mi seƱor [refiriĆ©ndose a Felipe], escribiĆ³ allĆ” por justificarse quexĆ”ndose de mĆ­ en alguna manera, pero esto no debiera salir dentre padres y hijos, …yo usĆ© de pasiĆ³n y dexĆ© de tener el estado que convenĆ­a a mi dignidad, …que no fue otra causa sino Ƨelos, … mas la Reina mi seƱora, a quien dĆ© Dios gloria, …fue asimismo Ƨelosa.

Los que tovieren buena intenciĆ³n se alegren de la verdad y los que mal deseo tienen sepan que sin duda, quando yo me sintiese tal cual ellos querrĆ­an, no habĆ­a yo de quitar al Rey, mi seƱor mi marido, la gobernaciĆ³n desos Reinos y de todos los del mundo que fuesen mĆ­os, ni le dexarĆ­a de dar todos los poderes que yo pudiese, asĆ­ por el amor que le tengo como por lo que conozco de Su Alteza, y porque conformĆ”ndome con la razĆ³n, no podĆ­a dar la gobernaciĆ³n a otro de sus hijos y mĆ­os y de todas sus suƧesiones sin hacer lo que no debo.

Y espero en Dios que muy presto seremos allĆ”, donde me verĆ”n con mucho placer mis buenos sĆŗditos y servidores.

Yo, la Reyna.»

En esta carta bien estudiada por expertos, se llega a la conclusiĆ³n de que la mano de Felipe y sus consejeros estĆ” detrĆ”s. Cualquiera que la redactara fue muy hĆ”bil, pero a la vez bastante descarado, no ocultĆ”ndose el interĆ©s de Felipe en hacerse con el poder a toda costa. Cantan demasiado esas palabras tan amables hacia su seƱor padre, y esa puya de que su madre tambiĆ©n era celosa, donde solo le falta decir que a ella nadie la tratĆ³ de loca por eso. Y por Ćŗltimo ese desmesurado interĆ©s en dar los poderes a su amado esposo, tanto por amor como por lo que de Ć©l conoce. Una carta, en fin, que nos da idea de la alarma que ante las desavenencias y los ataques de histeria de Juana, se desatĆ³ en Bruselas. Los consejeros de Felipe debieron ponerlo sobre aviso de que su reinado peligraba. HabĆ­a que poner en marcha todo un plan diplomĆ”tico para enderezar el entuerto, y esta carta formaba parte del entramado. Muy hĆ”bil, por cierto. Y parecĆ­a tonto el niƱo.

Los nobles abandonan a Fernando

La estrategia dio sus frutos. Juan Manuel, como buen conocedor de la nobleza castellana habĆ­a asesorado perfectamente a Felipe. La alta nobleza acudiĆ³ a Galicia a recibir a los nuevos reyes. Tampoco faltaron los mĆ”s altos representantes del clero. ¿QuĆ© habĆ­a ocurrido, por quĆ© los nobles y la Iglesia le volvĆ­a la espalda a Fernando? HabĆ­a varias razones. La primera pudiera ser que Isabel ya no estaba. ¿Acaso Fernando no lo habĆ­a dado todo por Castilla y habĆ­a derramado su sangre por ella? SĆ­, pero muchos nobles, no lo olvidemos, se sometieron a los reyes por la fuerza. Todos aquellos partidarios de la Beltraneja tuvieron que elegir entre perder la cabeza o jurarles lealtad. Y la totalidad de ellos habĆ­an perdido poderes. ¿HabĆ­a una oportunidad mejor de vengarse y recuperar lo perdido?

HabĆ­a otra razĆ³n mĆ”s. La boda con Germana de Foix y los pactos con Francia no eran del agrado de los castellanos. Y aĆŗn otra razĆ³n mĆ”s: Fernando habĆ­a firmado que si llegaba a tener un hijo con Germana, Ć©ste serĆ­a el heredero de la Corona de AragĆ³n. Si esto llegaba a ser asĆ­, la uniĆ³n de los reinos por la que tanto se habĆ­a trabajado se irĆ­a al traste; pues, parece ser que aragoneses y castellanos ya se habĆ­an ilusionado con este proyecto, que de momento, les habĆ­a convertido en potencia europea y habĆ­a sido anexionado el reino de Granada. En cualquier caso, los nobles castellanos estaban en aquellos momentos como la guardia pretoriana que espera obtener beneficios del nuevo emperador. Felipe era un piquito de oro y prometer, habĆ­a prometido el oro y el moro.

HabĆ­a, no obstante, algunos personajes que habĆ­an abandonado a Fernando, que no se entiende el porquĆ© de este cambio de bando. Es el caso del obispo Deza, muy favorecido por Isabel y Fernando. El propio Fernando, dolido por el desaire, llegĆ³ a decir: «Aquel obispo, ¿quĆ© ovo, o por quĆ© se fue, o quĆ© le fice yo?» Y otro mĆ”s, el cardenal Cisneros, hombre de confianza de Fernando, y tambiĆ©n muy favorecido por Ć©l. Hay que suponer que ninguno de ellos quiso perder el favor de los nuevos reyes, a fin de conservar sus puestos. Y a todo esto, Fernando solo deseaba ver por fin a su hija, ver con sus propios ojos en que estado se encontraba. Pero Felipe se las ingeniaba para eludirle y no dar la cara. Juana estaba encerrada bajo vigilancia, para que ningĆŗn contacto fuera posible entre padre e hija.

Fernando no estaba solo, seguĆ­a teniendo sus partidarios. Sobre Castilla se cernĆ­a la amenaza de otra guerra civil y a la mente de Fernando vivieron los recuerdos de aquellos dĆ­as, que a AragĆ³n llegaban las crĆ³nicas de las desavenencias entre castellanos por un trono que llegĆ³ a estar dividido. Fernando no alzarĆ­a su espada contra su propia hija. Finalmente el 20 de junio de 1506, tuvo lugar en VillafĆ”fila, el encuentro entre Fernando y Felipe. Juana no estuvo presente, Felipe no consintiĆ³ traerla con Ć©l. El cardenal Cisneros y arzobispo Juan Manuel los acompaƱaron hasta una ermita. Y una vez allĆ­, entraron suegro y yerno. Solo ellos dos. La puerta se cerrĆ³ y Juan Manuel dijo a Cisneros: «no debemos oĆ­r la conversaciĆ³n de nuestros amos, yo harĆ© de portero.» La reuniĆ³n fue muy breve y nadie sabe lo que se hablĆ³ allĆ­. Solo sabemos que Fernando lo dejĆ³ todo en manos de Felipe y Ć©l saliĆ³ de Castilla, hacia sus dominios aragoneses. Aunque no se irĆ­a con las manos vacĆ­as: en compensaciĆ³n recibirĆ­a de Castilla ciertas rentas, y mantendrĆ­a intacta su condiciĆ³n de Maestre de las tres Ɠrdenes Militares castellanas de Santiago, AlcĆ”ntara y Calatrava.

Pero por muchas rentas y distinciones que conservara Fernando, se hace difĆ­cil entender que se plegara tan fĆ”cilmente a los deseos y ambiciones de su yerno. ¿Acaso se retirĆ³ para poner detenidamente en marcha una conspiraciĆ³n? QuizĆ”s todo era mĆ”s simple de lo que ahora muchos se piensan, y Fernando se retirĆ³ para evitar un derramamiento de sangre en Castilla. Renunciaba, sĆ­, a la unidad de los dos reinos, pero a cambio, AragĆ³n se extendĆ­a por el MediterrĆ”neo, y si sus planes se cumplĆ­an y Germana le daba hijos, cuando su nieto Carlos, el heredero de Juana, reclamara AragĆ³n, se encontrarĆ­a con que otro ya le habĆ­a arrebatado el trono. Simple, muy simple. Sin embargo, muchos son los que piensan que Fernando cediĆ³ porque tramaba algo contra su yerno.

Cuando Juana se enterĆ³ de la reuniĆ³n entre su marido y su padre, estallĆ³ de ira. A quienes habĆ­an acompaƱado a Felipe los tachĆ³ de traidores, los insultĆ³ y los amenazĆ³. Si el cardenal Cisneros abandonĆ³ a Fernando para ganarse la confianza de los nuevos reyes, mal comienzo tuvo con la reina, que desde ese dĆ­a lo odiarĆ­a a muerte. Juana cayĆ³ entonces en una profunda depresiĆ³n. Un dĆ­a, sin que nadie lo advirtiese, cogiĆ³ un caballo y cabalgĆ³ en direcciĆ³n a AragĆ³n, pensando que aĆŗn alcanzarĆ­a a su padre. Cuando se dio cuenta que la buscaban, quiso esconderse en casa de unos panaderos, y allĆ­ la cogieron y la llevaron de vuelta.

La fuga fue la excusa perfecta para encerrar a Juana, y ella debĆ­a saberlo, porque cada vez que pasaban por una localidad en la que hubiera algĆŗn castillo, se negaba a entrar a ella, pensando que la encerrarĆ­an allĆ­. Temerosa de que en cualquier momento la hicieran presa, enviĆ³ una carta a su padre pidiĆ©ndole socorro, pero lo Ćŗnico que consiguiĆ³ fue que atraparan al mensajero y estrecharan su vigilancia. El 7 de septiembre llegaban a Burgos.

Convocadas las Cortes, Juana iba a protagonizar un episodio inesperado, casi al estilo de su madre. Juana ordenĆ³ retirar el estandarte de Felipe. AquĆ­ no hay mĆ”s rey que la reina: yo, dijo enfadada; y aƱadiĆ³: ni mĆ”s reino que Castilla. Pero no habĆ­a en Juana la seguridad ni el temple, ni la categorĆ­a, ni mucho menos el arte de su madre. Isabel doblegĆ³ ejĆ©rcitos con su sola presencia, y no hubiera otorgado ni el rango de soldado raso a su marido, de no haber querido, y solo lo hizo porque pudo comprobar su valĆ­a. Juana solo consiguiĆ³ dejar en ridĆ­culo a Felipe, y aumentar sus deseos de verla encerrada, pero no llegĆ³ ni siquiera intimidarlo, era demasiado tarde, su dignidad la perdiĆ³ camino de Flandes, el dĆ­a que decidiĆ³ arrastrarse tras Ć©l.

Fijada la residencia de los reyes en Burgos, Felipe quiso recabar apoyos para encerrar a Juana, pero hubo muchas oposiciones y no lo consiguiĆ³. En cualquier caso, Juana estaba tan estrechamente vigilada que apenas podĆ­a moverse de sus aposentos. Los rumores de que la reina estaba presa comenzaron a extenderse y Felipe comenzĆ³ a perder prestigio. Solo fue el comienzo. Contraviniendo los deseos de Isabel en su testamento, los puestos de mayor importancia iban siendo otorgados a los flamencos. Y para acabar de colmar el vaso, los tres mil soldados alemanes al servicio de Felipe incordiaban a la poblaciĆ³n, que comenzĆ³ a sentir un odio exacerbado hacia ellos. Los alemanes, su guardia personal, sus pretorianos, costaban un buen pico a las arcas del reino, que estaban en nĆŗmeros rojos y habĆ­a que llenarlas aumentando impuestos, despuĆ©s de haber sido castigados en los Ćŗltimos aƱos por la sequĆ­a y la peste; con los recursos agotados y la poblaciĆ³n al borde de la miseria.

Todo esto en apenas dos semanas de reinado. Pero ocurriĆ³ que su asesor personal Juan Manuel, como agradecimiento por sus excelentes servicios, recibiĆ³ el castillo de Burgos. Y para celebrarlo, organizĆ³ unos juegos, al mĆ”s puro estilo romano, ¡con un par! Mientras la poblaciĆ³n se muere de hambre. Felipe, joven como era, quiso exhibirse participando en ellos. Dicen que jugĆ³ un juego de pelota, algo asĆ­ como el polo, donde se golpea una pelota con una especie de martillo desde el caballo. Algo que le hizo sudar mucho. Se bajĆ³ del caballo, pidiĆ³ agua fresca, le acercaron un botijo, bebiĆ³ y poco despuĆ©s comenzĆ³ a sentirse mal. Al dĆ­a siguiente se levantĆ³ con fiebre, pero se fue de caza. Cuando volviĆ³ estaba ya demasiado enfermo, lo echaron en la cama y no se volviĆ³ a levantar. Las fiebres tan fuertes que le sobrevinieron nadie las pudo atajar. El 25 de septiembre, 18 dĆ­as despuĆ©s de tomar el poder, Felipe, rey consorte de Castilla, archiduque de Austria, al que la posteridad llamarĆ­a “el hermoso” morĆ­a en Burgos, y con Ć©l se llevaba a la tumba su ambiciĆ³n y su maldad.

Juana asombrĆ³ a todos por su entereza. Durante los dĆ­as que durĆ³ la enfermedad de su esposo, no se separĆ³ de su lado. Al morir Ć©ste, no derramĆ³ ni una sola lĆ”grima. Un cronista flamenco anĆ³nimo lo contaba asĆ­: «Apenas si mostrĆ³ semblante de duelo en la hora de su muerte, ni tampoco lo hizo durante su enfermedad; pero estaba continuamente a su lado, dĆ”ndole de beber y de comer ella misma, a pesar de estar embarazada, y ni de dĆ­a ni de noche le abandonaba. Y con la pena y el trabajo que se tomaba al hacer eso, los que habĆ­a alrededor temĆ­an que a ella y a su fruto no les pasase algo malo.»

Fernando querĆ­a estar presente en NĆ”poles. SabĆ­a que allĆ­ tambiĆ©n habĆ­a partidarios de Felipe y no querĆ­a correr el riesgo de una sublevaciĆ³n. Algunos familiares de Gonzalo FernĆ”ndez se habĆ­an puesto de parte de su yerno y hasta el propio Gonzalo habĆ­a sido seƱalado como sospechoso de no estar de parte del rey aragonĆ©s. En tierras italianas le llegĆ³ la noticia del fallecimiento de Felipe. Podemos imaginar que la reacciĆ³n de Fernando no fue precisamente de pena. Hay quien sospecha que muriĆ³ envenenado, y hay hasta quien seƱala directamente a su suegro de haber ordenado su envenenamiento. Sin embargo, las pestes asolaban aquellos aƱos Castilla y abundaban las muertes por neumonĆ­as. Sea como fuere, en Burgos no se llorĆ³ su muerte, aunque los nobles vieron cĆ³mo todos sus privilegios se diluĆ­an de repente.

Contaba el cardenal Cisneros que era imposible tener una conversaciĆ³n coherente con Juana, con muy pocos momentos de lucidez. Por tanto, era necesaria la presencia del rey de AragĆ³n para llenar el vacĆ­o de poder en que habĆ­a caĆ­do de repente Castilla. Juana, en uno de esos momentos de lucidez, llegĆ³ a decir: «grande serĆ” el mĆ©rito de mi padre si acepta regresar despuĆ©s de cĆ³mo se le ha tratado.» Y en cierto modo, no eran pocos los que pensaban lo mismo. Sin embargo, de su vuelta dependĆ­a el resurgir del proyecto de unir los reinos de EspaƱa, que durante los 18 dĆ­as que habĆ­a durado el reinado de Felipe habĆ­a estado pendiente de un hilo.

La propia Juana se veĆ­a incapaz de gobernar, reclamaba constantemente la presencia de su padre, en la Ćŗnica persona que confiaba. Mientras volvĆ­a, se descuidĆ³ en el vestir y en el aseo personal, con muestras fĆ­sicas muy evidentes de su dolencia. Fue necesaria mucha paciencia para conseguir separar a Juana del cadĆ”ver de Felipe, que fue embalsamado y enviado a la cartuja de Miraflores. El 20 de diciembre de 1506, la reina ordenĆ³ la exhumaciĆ³n. Juana no estaba dispuesta a separarse de su amado Felipe, ordenĆ³ a sus guardias reales que cargaran el fĆ©retro en un carro y se dispusieron a deambular de un lugar a otro en precesiĆ³n, de noche, alumbrĆ”ndose con antorchas. Y paseando el fĆ©retro por la villa de Torquemada rompiĆ³ aguas la reina y allĆ­ mismo dio a luz a su Ćŗltima hija, Catalina, el 10 de enero de 1507. Hay quien cree que lo de la procesiĆ³n con el cadĆ”ver es una leyenda, y que lo Ćŗnico que hizo Juana fue abrir el ataĆŗd en dos ocasiones, cada vez que fue trasladado hasta su enterramiento definitivo, cosa que entrarĆ­a dentro de la normalidad; otros afirman que la leyenda es cierta, aunque quizĆ”s algo se ha exagerado. Sea como fuere, Juana estaba muy mal.

Germana, la esposa de Fernando, llegĆ³ a preocuparse por Juana, acudiendo a visitarla, dĆ”ndole muestras de afecto. La reina solo suplicaba la vuelta de su padre. Esta vuelta se producirĆ­a aquel mismo aƱo de 1507, una vez resueltos algunos problemas en NĆ”poles.

El Gran CapitƔn cae en desgracia

Gonzalo siempre habĆ­a contado con la plena confianza del rey, pero durante los dĆ­as que durĆ³ mandato de Felipe, parece ser que hubo confusiĆ³n en NĆ”poles, no sabiendo muy bien si a partir de ahora debĆ­an obedecer a Fernando o a su yerno. La ocasiĆ³n sirviĆ³ para convencer a Fernando de que Gonzalo, siguiendo los intereses de Felipe, podĆ­a alzarse contra Ć©l. Era preciso pues, traer a Gonzalo a EspaƱa para atajar tal peligro.

Gonzalo habĆ­a sido, desde el principio de las guerras italianas, el mejor general que rey alguno pudiera tener. Luis XII seguĆ­a en su empeƱo de conquistar Italia. Un empeƱo en el que no cejarĆ­an los franceses durante el prĆ³ximo medio siglo. Y mientras tanto, ahĆ­ estaba el Gran CapitĆ”n, parĆ”ndoles los pies. Pero como suele ocurrir, alrededor de un gran hĆ©roe, crecen como setas los envidiosos. NuƱo de Ocampo, PrĆ³spero Colonna, Francisco Rojas, embajador de EspaƱa en Roma, Juan de Lanuza; son los nombres y apellidos de quienes envenenaron la sangre del rey contra Gonzalo: El Gran CapitĆ”n malversaba caudales, repartĆ­a tierras a su antojo, impartĆ­a justicia de forma arbitraria, habĆ­a puesto en contra de Fernando a sus familiares, hacĆ­a y deshacĆ­a a espaldas del rey… en definitiva, todos envidiaban la gloria conseguida por el mĆ”s fiel de los servidores de la Corona.

¿PrestĆ³ Fernando oĆ­dos a todas aquellas calumnias? Manuel de Quintana, en su biografĆ­a sobre el Gran CapitĆ”n nos da una respuesta bastante coherente: «HallĆ”base entonces Fernando en una de aquellas circunstancias crĆ­ticas en que no bastan las luces y la inteligencia a un polĆ­tico, sino que es preciso apelar a la grandeza de alma y de carĆ”cter, para no desmayar y cometer errores. En medio de negociaciones y disputas, el gran polĆ­tico perdiĆ³ la prudencia que siempre le habĆ­a asistido y cometiĆ³ una falta imperdonable.»

El Gran CapitĆ”n recibiĆ³ la orden de publicar la paz en NĆ”poles, restituir los estados a los barones desposeĆ­dos y licenciar a sus soldados. No era tarea de dos dĆ­as. Apaciguar a los que habĆ­an perdido sus tierras y devolvĆ©rselas con la promesa de que serĆ­an fieles al rey de AragĆ³n no era fĆ”cil y en vez de eso todo se fue complicando y el regreso de Gonzalo a EspaƱa se alargĆ³ mĆ”s de la cuenta; hasta el punto de que Fernando se convenciĆ³ al fin de que su general tramaba algo en su contra. Propuso entonces el monarca enviar a NĆ”poles a su hijo bastardo, el arzobispo de Zaragoza, con la orden de asumir el poder y reprender a Gonzalo. Esta resoluciĆ³n estuvo apoyada por algunos, pero advertida por otros de que podĆ­a precipitar a Gonzalo a plantar cara y desencadenar un conflicto que no existĆ­a.

Fernando se lo pensĆ³ mejor y mientras tanto recibiĆ³ una carta de Gonzalo que lo dejĆ³ mĆ”s tranquilo. Entre otras cosas decĆ­a asĆ­: «Aunque V.A. se redujera a un solo caballo, y en el mayor extremo que la fortuna pudiera obrar, en mi mano estuviese la potestad y autoridad del mundo, no he de reconocer ni he de tener en mis dĆ­as otro rey y seƱor sino a V.A. En firmeza de lo cual lo juro a Dios como cristiano.» Fernando. Algo mĆ”s sosegado, embarcĆ³ para NĆ”poles al tiempo que Gonzalo se embarcaba para EspaƱa, y ambos se encontraron en el puerto de GĆ©nova. Gonzalo subiĆ³ a la galera real, y al hacerlo, todos los presentes quedaron asombrados por la serenidad y la confianza con que lo hacĆ­a y se presentaba ante su rey. Fernando olvidĆ³ en aquel momento todas las dudas que sobre su general albergaba y dio paso a la admiraciĆ³n y al agradecimiento, reteniĆ©ndole a su lado e invitĆ”ndolo a viajar con el hasta NĆ”poles.

Durante su estancia en NĆ”poles, Fernando fue comprobando que nada podĆ­a objetar a su general, pues nada estaba fuera de lugar. El trato entre ambos fue cordial durante los meses que pasaron juntos. El rey estaba satisfecho. Sin embargo, los envidiosos nunca descansan. LlegĆ³ el momento de poner al Gran CapitĆ”n en evidencia. A ver cĆ³mo podĆ­a justificar Gonzalo las enormes sumas de dinero que habĆ­a gastado durante la campaƱa. Los nĆŗmeros, en efecto, eran mareantes. Fernando se encontrĆ³ de pronto atrapado entre quienes acusaban a su general de corrupto y las ideas de leal vasallo que tenĆ­a sobre su persona. Sin embargo, Gonzalo no se dejarĆ­a atrapar, pues guardaba todos los libros de contabilidad, donde se detallaba y justificaba el empleo de cada cĆ©ntimo. ¿Acaso alguien creĆ­a que una guerra es barata? En ese caso, quien quedaba en evidencia era el propio rey, pues se ponĆ­a en duda la rentabilidad de NĆ”poles.

La sesiĆ³n se convirtiĆ³ de pronto en una chanza, con carcajadas y burlas de los acusadores cada vez que Gonzalo daba cifras y justificaba su inversiĆ³n. Fernando entonces se levantĆ³ airado y mandĆ³ callar a todo el mundo, dando por finalizada la reuniĆ³n. Aquella reuniĆ³n no hizo mĆ”s que envenenarle la sangre de nuevo, pasando a un segundo plano los dĆ­as de cordialidad con su mejor general, devolviĆ©ndole a la realidad, que no era otra que su preocupaciĆ³n por Castilla. AllĆ­ le necesitaban y no podĆ­a demorar su vuelta ni un dĆ­a mĆ”s. HabĆ­a pasado en Italia siete meses, y todavĆ­a debĆ­a hacer un alto en GĆ©nova para entrevistarse con el correoso rey de Francia Luis XII.

No todo habĆ­a sido revisar el estado de NĆ”poles ni las cuentas de Gonzalo; Fernando se habĆ­a dedicado a finiquitar el asunto que su general tenĆ­a entre manos, devolver los estados confiscados a los anjoinos. O sea, unos territorios arrebatados a los franceses para dĆ”rselos en premio a los conquistadores. Ahora, firmada de nuevo la paz (por enĆ©sima vez) con los franceses, esos territorios debĆ­an ser devueltos; era una de las condiciones impuestas por Luis XII en el tratado. A cambio, a los que se quedaban sin premio, habĆ­a que darles alguna compensaciĆ³n, y al final ni unos ni otros quedaron satisfechos. ¿PodĆ­a albergar la cabeza de Fernando mĆ”s preocupaciones? Ahora podĆ­a entender por quĆ© Gonzalo tuvo problemas con este tema y no pudo volver a EspaƱa cuando se lo pedĆ­a.

Gonzalo mismo, cediĆ³ el ducado de Santangelo, y el rey en compensaciĆ³n le dio el de Sea. No obstante, Fernando decidiĆ³ que Gonzalo regresase con Ć©l a EspaƱa. ¿SeguĆ­a albergando dudas sobre su honradez, o eran tantas sus preocupaciones que quiso tenerlo a su lado en momentos tan difĆ­ciles? Va a ser difĆ­cil dar una respuesta a este asunto, pues la mayorĆ­a, por no decir la totalidad de los historiadores y “expertos” coinciden en que sacarlo de NĆ”poles fue el castigo por la desconfianza que el rey habĆ­a llegado a tener en Gonzalo. Sin embargo, voy a atreverme a llevarles la contraria a todos ellos, como ya hice con los que siguen creyendo que el segundo destierro del Cid fue un castigo, cuando en realidad fue un premio al dejar a Rodrigo a sus anchas en el reino de Valencia.

Para empezar, Fernando no lo reprendiĆ³, sino que le prometiĆ³ el Maestrazgo de Santiago, toda una alta distinciĆ³n, para cuando llegara a EspaƱa. Este tĆ­tulo solo se lo concedĆ­an los reyes a los mĆ”s grandes; muy disgustado no podĆ­a estar Fernando con Ć©l. Se dice que el rey privĆ³ de esta manera, la ocasiĆ³n de hacerse con las glorias venideras. Gonzalo llevaba ya muchos aƱos a su servicio y 12 de ellos en Italia; tenĆ­a en esos momentos 53 aƱos, ¿QuĆ© mejor gloria que volver a EspaƱa?

Fernando partiĆ³ primero, pues debĆ­a detenerse y hablar con Luis XII en GĆ©nova; Gonzalo quedĆ³ en NĆ”poles arreglando sus Ćŗltimos asuntos hasta hacerse a la vela y poner rumbo a GĆ©nova tambiĆ©n. Al llegar, quiso el rey Luis conocer al hombre que puso tantas veces en jaque a sus ejĆ©rcitos, y lo honrĆ³ sentĆ”ndolo a la misma mesa donde cenĆ³ aquella noche con Fernando. Mientras cenaban le pidiĆ³ que le contara algunas de las mil aventuras vividas por el que todos conocĆ­an como Gran CapitĆ”n, y felicitĆ³ al rey de EspaƱa llamĆ”ndolo dichoso por tener tan digno general, mientras se quitaba una rica cadena del cuello y se la ponĆ­a a Gonzalo con sus propias manos. Cuando partieron todos de GĆ©nova, el puerto se llenĆ³ de gente que saliĆ³ a despedirlos con vĆ­tores y gran algarabĆ­a; y no era por la expectaciĆ³n que despertaban los reyes, sino por despedir al Gran CapitĆ”n, el soldado mĆ”s grande que nunca pisara aquella tierra desde tiempos de EscipiĆ³n o Julio CĆ©sar. Hasta los soldados franceses que acompaƱaban a Luis XII presentaron sus respetos a tan destacado personaje.

Para el verano de 1507 el rey volvĆ­a a EspaƱa. Se encontraba en Roa cuando supo que su hija habĆ­a salido a su encuentro. Fernando se alegrĆ³ de poder verla al fin despuĆ©s cuatro aƱos; sin embargo, la sangre se le helĆ³ cuando supo que con ella traĆ­a un carro tirado por cuatro caballos. Un carro que transportaba el cadĆ”ver de su yerno, del cual no querĆ­a separarse. El encuentro se produjo en TĆ³rtoles de Esgueva el 29 de agosto. Pedro MĆ”rtir de Anghiera fue testigo del encuentro y cuenta que Juana tuvo un momento de plena felicidad. Su padre la abrazĆ³, y ella quedĆ³ tranquila, esfumĆ”ndose en aquel momento todas sus penas. Luego reemprendieron el camino hasta Burgos, pero al llegar a Santa MarĆ­a del Campo, Juana se negĆ³ a seguir; Burgos le traĆ­a demasiados malos recuerdos, asĆ­ que tomĆ³ el camino de Arcos, donde se instalĆ³.

Descartada Juana para poder gobernar, Carlos era su legƭtimo sucesor, pero hasta su mayorƭa de edad, Fernando serƭa quien gobernarƭa en Castilla. El niƱo residƭa en Flandes al cuidado de su tƭa Margarita. El problema venƭa ahora de Austria, ya que Maximiliano, el otro abuelo del niƱo, reclamaba parte de la regencia. Esto todavƭa daba esperanzas a los felipistas. Sin embargo, Fernando no habƭa venido a Burgos a hacer tratos con nadie, sino a dejarles las cosas bien claras a todos: ahora el rey de Castilla era Ʃl, y lo seguirƭa siendo hasta el fin de sus dƭas.

Las relaciones entre el rey y Gonzalo se torcerĆ”n tras su llegada a EspaƱa, y entre ellos nacerĆ” una relaciĆ³n amor-odio. ¿QuĆ© ocurriĆ³? En realidad, nada y muchas cosas a la vez. Por una parte, seguĆ­a el rey con su desconfianza, los envidiosos que no cesaban de envenenarle, algunos malos entendidos… Por otra, podemos acudir a los antepasados de Fernando, o remontarnos una vez mĆ”s hasta los emperadores romanos, para comprobar que un general que llegaba a ser demasiado poderoso y contaba con la lealtad incondicional de sus hombres, se convertĆ­a sin remedio en una amenaza para el propio emperador. MĆ”s recientemente, su propio suegro Juan II de Castilla sufriĆ³ en sus carnes el poderĆ­o de su condestable Ɓlvaro de Luna. Y aĆŗn mĆ”s, hubo mujeres ofendidas, de las que luego calientan la cabeza al marido. Fue una relaciĆ³n que incluso nos llega a recordad a la mantenida entre Alfonso VI y el Cid.

Gonzalo llegĆ³ a EspaƱa con un gran sĆ©quito, soldados fieles que no querĆ­an separarse de su capitĆ”n. Se habĆ­an ataviado con sus mejores ropajes y despertaron admiraciĆ³n por allĆ­ por donde pasaban; admiraciĆ³n convertida en recelo por los que envidiaban al Gran CapitĆ”n, haciendo comentarios injuriosos. Llegaron a la Corte en Burgos, donde fueron recibidos por Fernando, habiendo tenido Gonzalo la cortesĆ­a de hacer pasar primero a sus soldados, lo cual provocĆ³ el amable comentario del rey: «Veo, Gonzalo, que hoy habĆ©is querido dar a los vuestros la ventaja de la precedencia, en cambio de las veces que la tomasteis para vos en las batallas.» DĆ­as despuĆ©s, Gonzalo cumplĆ­a el trĆ”mite de jurar lealtad a Fernando como regente de su nieto Carlos hasta la mayorĆ­a de edad. Fue una de las Ćŗltimas reuniones cordiales que hubo entre ambos.

Parece ser que a partir de ese dĆ­a, Gonzalo se sentĆ­a ignorado en la corte, y la promesa de concederle el maestrazgo de la Orden de Santiago no llegaba. Mientras tanto, intimĆ³ con el condestable del rey Bernardino Velasco, al cual prometiĆ³ la mano de su hija Elvira. Aquel enlace fue el detonante de todo, pues por lo visto, Fernando tenĆ­a en mente casar con Elvira a su nieto. ¿QuĆ© nieto? El hijo del arzobispo de Zaragoza, hijo bastardo del rey. Al enfado de Fernando se sumĆ³ el de su nueva esposa Germana, que reprochĆ³ a Bernardino su casamiento: «¿No os da vergĆ¼enza, siendo tan pudoroso y discreto, enlazaros a una dama particular, habiĆ©ndoos antes desposado con hija de rey?» La respuesta del condestable fue tan dura que nunca la hubiera esperado Germana, la cual quedĆ³ profundamente ofendida: «Digno ejemplo me dio el rey, pues habiendo estado antes casado con una gran reina, se enlazo despuĆ©s con una particular… digna tambiĆ©n de serlo, por supuesto.» Germana odiĆ³ desde ese momento tanto a Bernardino como a Gonzalo. Odio que puede adivinarse transmitiĆ³ al rey, ya que su relaciĆ³n con Gonzalo fue de mal en peor.

Fernando llegĆ³ a creer que en efecto, como le habĆ­an advertido tantas veces, Gonzalo no era de fiar y tramaba hacerse fuerte y viajar a Flandes para traer al heredero y nombrar un nuevo regente. Fue un rumor que se extendiĆ³ rĆ”pidamente devolviendo la esperanza a la nobleza felipista. El fuego se avivĆ³ cuando le llegĆ³ la noticia de que en AndalucĆ­a habĆ­a revueltas y uno de los sublevados era ni mĆ”s ni menos que sobrino de Gonzalo, hijo de su hermano mayor y que siempre habĆ­a sido fiel a Isabel y Fernando. El rey que enviĆ³ un juez pesquisidor para restablecer el orden y al marquĆ©s de Priego, miembro de la casa de Aguilar, no se le ocurriĆ³ otra cosa que apresarlo y encerrarlo en el castillo de Montilla. Gonzalo FernĆ”ndez de CĆ³rdoba ya le habĆ­a advertido de la imprudencia de enemistarse con el rey. El ejĆ©rcito de Fernando arrasĆ³ la fortaleza de Montilla y al marquĆ©s no le quedĆ³ otra opciĆ³n que someterse. Fue castigado con una multa de 20 millones de maravedĆ­s, la pĆ©rdida del gobierno de Antequera y condenado al destierro. Fernando actuĆ³ con la mayor de las durezas con el marquĆ©s y no menos con el propio Gonzalo: el castillo de Montilla habĆ­a sido la casa donde Gonzalo pasĆ³ su niƱez, era el premio que todo buen vasallo merecĆ­a a toda una vida de servicio, y Fernando, en vez de concedĆ©rselo ordenĆ³ derruirlo con la excusa de que allĆ­ habĆ­an encerrado a su enviado, y debĆ­a servir de escarmiento a la ciudad de Montilla.

No se sabe si por arrepentimiento o por aplacar la ira de Gonzalo (que se enojĆ³, y mucho), le concediĆ³ la ciudad de Loja en propiedad. Gonzalo se fue a vivir allĆ­. Loja se convirtiĆ³ en centro del peregrinaje de los principales de EspaƱa y embajadores de otros reinos, que acudĆ­an a pedir consejo o simplemente por conocer y dialogar con el Gran CapitĆ”n. Hubo intercambio de cartas entre Gonzalo y el rey, donde las buenas palabras se alternaban con los reproches y las reclamaciones: Gonzalo le recordaba una y otra vez la promesa que el rey nunca cumpliĆ³, de nombrarlo Maestre de la Orden de Santiago, y Fernando se disculpaba con las excusas mĆ”s absurdas.

Mientras tanto, Gonzalo padecĆ­a fiebres cuartanas, contraĆ­das durante sus servicios en Italia. Unas fiebres que poco a poco fueron deteriorando su salud. Pensando que los cambios de aires le beneficiarĆ­an, sus Ćŗltimos aƱos los pasĆ³ en Granada, donde muriĆ³ el 2 de diciembre de 1515. Al enterarse Fernando de su muerte, sintiĆ³ gran pesar y se vistiĆ³ de luto Ć©l y toda la corte y ordenĆ³ que se rindieran honores en toda EspaƱa. Su viuda recibiĆ³ una avalancha de cartas mostrando su pesar, una de ellas, del rey Fernando:

«Duquesa prima: vi la letra en que me hicisteis saber el fallecimiento del Gran CapitĆ”n; y no solamente tenis vos razĆ³n en sentir mucho su muerte porque perdisteis el marido; pero tĆ©ngola yo de haber perdido tan grande y seƱalado servidor, y a quien yo tenĆ­a tanto amor, por cuyo medio, con ayuda de nuestro SeƱor, se acrecentĆ³ a nuestra corona Real el nuevo reyno de NĆ”poles; y por todas estas causas, que son grandes y principalmente por lo que toca a vos, me ha pesado mucho su muerte, y con razĆ³n. Pero pues a Dios nuestro SeƱor ansĆ­ le plugo, debĆ©is conformaros con su voluntad, y darle gracias por ello, y no fatiguĆ©is el espĆ­ritu por aquello en que no hay otro remedio, porque daƱa a vuestra salud. Y tener por cierto que en lo que a vos y a la duquesa vuestra hija y vuestra casa tocare, tendrĆ© siempre presente la memoria de los servicios seƱalados que el Gran CapitĆ”n nos hizo: por ello y por el amor que yo vos tengo, mirarĆ© y favorecerĆ© siempre mucho vuestras cosas en todo lo que pudiere, como verĆ©is por experiencia, placiendo a Dios nuestro SeƱor, segĆŗn mĆ”s largamente vos dirĆ” de mi parte la persona que envĆ­o a visitaros.

De Truxillo a tres de Enero de mil quinientos y seis aƱos. -Yo el Rey.»

Solo un mes mas tarde, el rey Fernando morƭa tambiƩn.

La incorporaciĆ³n de Navarra

Recordemos que los reyes de Navarra, Juan de Albret y Catalina de Foix tenĆ­an una alianza con Felipe el Hermoso. Pues bien, aquella alianza fue aprovechada para acercarse a Francia, y Fernando pudo descubrir que habĆ­a un proyecto para que todo el patrimonio de los Foix (Catalina era sobrina del Luis XI, el rey araƱa de Francia) fuera a parar a los franceses. En ese patrimonio se incluĆ­a Navarra. Sin darse cuenta, Juan y Catalina se habĆ­an metido en un atrampa en la que Francia no tardarĆ­a en reclamarle algunos territorios. DejĆ³ pasar Fernando dos aƱos, ocupado como estaba con los problemas de Castilla, sometiendo a los Ćŗltimos felipistas. Pero para 1509 le llegaron requerimientos de algunos nobles navarros, preocupados por la creciente influencia francesa, recordĆ”ndole sus derechos sobre Navarra, al ser hijo de Juan II. En definitiva, le estaban invitando a tomar la corona de Navarra.

En 1512 Francia chantajeaba a los reyes de Navarra para que declarase la guerra a Castilla y AragĆ³n. Muchos en Navarra la consideraron decisiĆ³n equivocada, y a todas luces lo fue. El 19 de julio el duque de Alba marchaba sobre Navarra sin encontrar demasiada resistencia. El dĆ­a 23 Juan de Albret abandonĆ³ Pamplona refugiĆ”ndose en Lumbier. Las autoridades de la ciudad reconocĆ­an a Fernando como rey de Navarra. Solo hubo dos condiciones: que Fernando jurara los Fueros y que Navarra no perdiera las condiciones de reino. Fernando, no obstante, hizo gala una vez mĆ”s de su prudencia; y tal como habĆ­an venido haciendo siempre Ć©l y su esposa Isabel, se asegurĆ³ de que su nombramiento como rey de Navarra se ajustarĆ­a a la legalidad. Quiso darle una nueva oportunidad a Juan y Catalina. ConservarĆ­an sus derechos si le entregaban al heredero como rehĆ©n y permitĆ­an la presencia de soldados castellanos que velaran por la seguridad del reino en prevenciĆ³n de una invasiĆ³n francesa. Pero era demasiado tarde, los reyes estaban atrapados en Francia y solo podĆ­an obedecer Ć³rdenes francesas. Navarra fue incorporada a Castilla, no fue fruto de una invasiĆ³n militar por ambiciĆ³n del rey Fernando, como se suele contar; fue fruto de acuerdos diplomĆ”ticos despuĆ©s de una mala gestiĆ³n de sus reyes.

Un heredero desconocido

A sus 60 aƱos, a Fernando ya le quedaban pocas cosas que hacer como rey y como hombre. HabĆ­a tenido un hijo de Germana al que llamaron Juan, pero muriĆ³ apenas unas horas despuĆ©s de nacer. La pregunta es ¿QuĆ© hubiera decidido Fernando de haber sobrevivido el niƱo? ¿Lo hubiera nombrado heredero? El pequeƱo Fernando estaba siendo educado en EspaƱa. Carlos seguĆ­a en Flandes, al cuidado de su tĆ­a Margarita, todo un desconocido para Fernando, y sin embargo, destinado a heredarlo todo: Castilla, AragĆ³n, Granada, Navarra, mĆ”s los reinos italianos y los territorios del Nuevo Mundo. EspaƱa, a falta de Portugal, estaba unificada, como no lo habĆ­a estado desde hacĆ­a 800 aƱos, cuando el Ćŗltimo rey godo fue engaƱado por los musulmanes procedentes del norte de Ɓfrica.

Era necesario dejarlo todo bien documentado (atado y bien atado). Le gustase mĆ”s o le gustase menos, Carlos, al que nunca conociĆ³ ni llegarĆ­a a conocer, era el legĆ­timo heredero. Las Cortes reconocieron y juraron a su nieto. Luego viajĆ³ a Tordesillas, donde estaba recluida Juana. En el documento que le presentĆ³ su padre debĆ­a firmar que, cuando Ć©l muriera, Carlos debĆ­a hacerse cargo de todos los reinos de EspaƱa. Siempre habĆ­a confiado en su padre, esta vez tambiĆ©n lo hizo y firmĆ³. Juana nunca fue desposeĆ­da del tĆ­tulo de reina, pero nunca llegarĆ­a a gobernar. Finalmente, Pedro de Quintana viaja a la Corte de Maximiliano certificando a Ć©ste de la decisiĆ³n tomada. El 22 de enero de 1516, el rey Fernando redactaba su Ćŗltimo testamento y al dĆ­a siguiente morĆ­a. Carlos, a quien la casualidad le habĆ­a hecho nacer en un retrete, el destino le tenĆ­a reservado hacerse cargo de un gran imperio.

En Valladolid, un jovencĆ­simo rey de apenas 17 aƱos y que lleva pocos meses ejerciendo como tal, y que apenas sabĆ­a hablar espaƱol, recibe a dos personajes Ć”vidos de aventuras. Uno dice ser navegante, el otro, con cara de loco, se presenta a sĆ­ mismo como un experto cartĆ³grafo. Son Magallanes y su socio Faleiro. A Carlos I de EspaƱa le habĆ­an contado la historia de ColĆ³n, y a Ć©l le tocaba ahora continuar la aventura del Nuevo Mundo. Pero al joven rey le entusiasma la idea de ir mĆ”s allĆ”, plus ultra, y por eso usarĆ” este lema y apoyarĆ” la idea de aquellos intrĆ©pidos, de ir hasta oriente por occidente, sin ser ni siquiera consciente de que conseguirĆ­an no solo eso, sino ser los primeros en dar la vuelta completa al mundo.

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