Los deslumbrantes picos del Himalaya
Aquellas montaƱas marcarĆan el fin del mundo y a partir de ellas comenzarĆa el gran ocĆ©ano que lo rodeaba todo, eso pensaba Alejandro, hasta que apareciĆ³ alguien que le dio informes sobre el lugar. MĆ”s allĆ” del Himalaya se extendĆan grandes y ricos territorios como los de un rey que poseĆa un ejĆ©rcito de 250.000 hombres y miles de elefantes. Solo tenĆan que atravesar un caudaloso rĆo llamado Ganges, a pocas semanas de allĆ. Aquellas noticias encendieron en Alejandro el afĆ”n de continuar adelante, mientras en sus hombres se extendĆa la desesperaciĆ³n por ver que su rey no se detendrĆa jamĆ”s. Alejandro entonces reuniĆ³ a sus generales y les dio un discurso donde les hacĆa ver sus intenciones de llegar hasta el gran ocĆ©ano exterior y de demostrarles que tanto el mar Caspio como el golfo PĆ©rsico se unen a Ć©l. Cuando consiguieran llegar a ese gran ocĆ©ano, todo el mundo les pertenecerĆa. Alejandro, en esos momentos, dejaba de ser un dios para convertirse, otra vez, en su rey y compaƱero. En otras circunstancias, su oratoria hubiera hecho el efecto que habĆa hecho tiempo atrĆ”s, pero en aquellos momentos, viendo el estado de Ć”nimo de los hombres, y sin dejar de mirar aquellas bellas y a la vez misteriosas montaƱas que no les causaba otra cosa que no fuera inquietud y temor, los generales permanecĆan callados.
“Hablad”, les pidiĆ³ Alejandro. Pero sus generales no hablaban. Lloraban. Finalmente, un general llamado Coenius, dio un paso al frente y hablĆ³. Coenius era un hombre noble que habĆa ido ascendiendo desde soldado raso, batalla a batalla, demostrando su valĆa, hasta llegar a general. Arriano nos describe cĆ³mo tĆmidamente le fue hablando de todas las batallas y triunfos en los que habĆan acompaƱado a su rey, y poco a poco, sus palabras se hicieron mĆ”s fluidas:
“¡Vuelve, Alejandro! Vuelve a tu paĆs natal, visita a tu madre y lleva a la tierra de tus antepasados la historia de tantas y tan grandes victorias. DespuĆ©s, si lo deseas, comienza una nueva y renovada expediciĆ³n… ¡El autocontrol es, Alejandro, en medio de la niebla del Ć©xito, la mĆ”s noble de las virtudes!”.
Cuando acabĆ³ de decir esto, sus compaƱeros rompieron tambiĆ©n el silencio gritando vĆtores. Alejandro girĆ³ sobre sus talones y sin decir nada se encerrĆ³ en su tienda durante tres dĆas.
Al tercer dĆa de su encierro, Alejandro llamĆ³ a su tienda a sus adivinos y les pidiĆ³ que averiguaran la opiniĆ³n de los dioses sobre si debĆa seguir adelante o no. Los adivinos sabĆan de sobra que animar a Alejandro a seguir adelante con un buen presagio podĆa desembocar en una deserciĆ³n del ejĆ©rcito, y quisieron evitar tan desagradable situaciĆ³n para que su rey no se sintiera humillado. DespuĆ©s de sus rituales, sus conclusiones fueron: “los dioses no quieren que cruces el Hifasis.” “Muy bien”, contestĆ³ Alejandro, “Volvemos a casa.”
Alejandro dio su brazo a torcer. VolverĆan, sĆ, pero por la ruta que Ć©l eligiera, los dioses no habĆan dicho nada de explorar el sur. Volvieron hasta el Hidaspis, y una vez allĆ se embarcaron en una flotilla hasta llegar al Chenab y luego al Indo, para poner rumbo hacia el sur. Era noviembre de 326. Aquello le dio oportunidad de hacer nuevas conquistas. En el asedio de una ciudad sufriĆ³ graves heridas que casi acaban con su vida. Muchos de sus hombres le creyeron muerto y sintieron terror, pues si alguien podĆa llevarlos de vuelta a casa, ese era Alejandro, sin su rey se sentĆan indefensos e incapaces de hacerlo.
Para la primavera de 325 Alejandro estaba ya completamente recuperado de sus heridas. Continuando por el Indo llegaron a su desembocadura aquel verano; Alejandro no pudo contener su alegrĆa al divisar por fin el gran ocĆ©ano. HabĆa alcanzado el lĆmite sur del mundo. HabĆan llegado al mar de Arabia, el ocĆ©ano Ćndico. El viaje de vuelta duraba ya un aƱo y aĆŗn no habĆan puesto rumbo oeste. Estaban igual de lejos de casa, por eso los hombres no compartĆan la alegrĆa de Alejandro, y por otra parte, el ocĆ©ano, que para ellos significaba el fin del mundo, les producĆa miedo, por lo que, pidieron a Alejandro reanudar el viaje cuanto antes. Su rey estuvo de acuerdo y puso por fin rumbo oeste. El grueso del ejĆ©rcito viajarĆa algo mĆ”s al norte, bordeando el desierto. Otra parte navegarĆa por mar con buena parte del bagaje, Alejandro y los demĆ”s, junto a las mujeres y niƱos que les acompaƱaban, irĆan por tierra bordeando la costa.
Cada cierto tiempo se encontrarĆa la expediciĆ³n de mar con la de tierra, que le proporcionarĆa vĆveres y agua. Pero el viaje se fue haciendo cada dĆa mĆ”s penoso debido a lo escarpado de la costa y tuvieron que cambiar la ruta hacia tierra adentro. Pero tierra adentro no habĆa mĆ”s que desierto y padecieron la escasez de agua. Muchos fueron los que, ante la desesperaciĆ³n se apartaron del camino buscando agua y no aparecieron nunca mĆ”s. Plutarco dice que solo una cuarta parte de la expediciĆ³n sobreviviĆ³. Hasta que por fin, despuĆ©s de sesenta dĆas de marcha llegaron a Pura, donde los supervivientes pudieron reponerse.
DespuĆ©s de recuperarse de tan penoso viaje y cargar con abundante comida y agua se pusieron en marcha de nuevo hasta llegar a Susa. Alejandro llegĆ³ en un momento oportuno, pues, aprovechando su ausencia, la corrupciĆ³n se estaba extendiendo en el imperio. El tesorero real Harpalo, en quien Alejandro habĆa depositado su confianza, habĆa gastado grandes cantidades de dinero en vivir la vida y conspirar contra Alejandro. HabĆa mantenido comunicaciĆ³n con los ateniense y con el mismo DemĆ³stenes para organizar una sublevaciĆ³n. Ante la llegada de Alejandro, Harpalo habĆa huido llevĆ”ndose toda la parte del tesoro que pudo cargar. Las noticias que le llegaban de Macedonia tampoco eran muy halagĆ¼eƱas, pues las cosas estaban cada vez mĆ”s tirantes entre AntĆpatro y Olimpia. Y lo peor de todo era que muchos sĆ”trapas se habĆan sublevado y los propios macedonios campaban por el imperio como bandidos y saqueadores. HabĆa que poner orden cuanto antes.
Fue necesaria una exhibiciĆ³n de fuerza y dar algunos escarmientos. Los sĆ”trapas rebeldes fueron ejecutados para que los demĆ”s tuvieran claro que Alejandro habĆa vuelto y no estaba dispuesto a tolerar las malas conductas. Restablecido el orden y con algo mĆ”s de sosiego, Alejandro visitĆ³ a la familia de DarĆo. Y entonces, se dio cuenta de que Estatira, que aƱos atrĆ”s la dejĆ³ hecha una niƱa, era ya toda una mujer, con unos 20 aƱos, tan bella o mĆ”s que su madre, a la cual tuvo que hacer grandes esfuerzos por respetar. Estatira fue elegida para ser su esposa y reina. Pero, por quĆ© conformarse con una, cuando podĆa elegir las que Ć©l quisiera. Alejandro celebrarĆa una boda doble, eligiendo tambiĆ©n como esposa a Parisatis, hija de Artajerjes III que estaba en la adolescencia. Estas uniones, y con esta y la anterior Roxana ya serĆan tres las esposas. PodrĆa ser perfectamente una manera de unirse a la anterior familia real, cosa que sin duda estarĆa bien visto por los persas. ¿Y quĆ© pensaban de todo esto sus generales y soldados? Pues, contrariamente al rechazo esperado, miles de ellos escogieron esposas entre las asiĆ”ticas, incluido el mejor amigo de Alejandro, HefestiĆ³n, que escogiĆ³ a Dripetis, la hermana pequeƱa de Estatira. SegĆŗn Arriano, Alejandro y ochenta oficiales se casaron a la vez con mujeres de origen noble, y lo hicieron al estilo persa. Fue una gran ceremonia que se celebrĆ³ en Susa la primavera del 324.
Los oficiales y soldados griegos no tuvieron problema a la hora de casarse con mujeres persas. Pero una vez pasada la calentura dejaron claro que no estaban dispuestos a hacer como Alejandro, es decir, adoptar las costumbres persas. En Grecia, estos matrimonios no fueron bien vistos, sobre todo en Macedonia. Y en Asia las cosas, despuĆ©s de la fiesta se le ponĆan bastante feas entre su ejĆ©rcito. Diez mil veteranos podĆan volver a su tierra, si asĆ lo deseaban. Probablemente, una medida para que, de forma escalonada, todos tuvieran ocasiĆ³n de hacerlo. Obviamente, las tropas que se marcharan debĆan ser sustituidas con tropas persas, lo cual tambiĆ©n despertaba recelos entre sus oficiales. Alejandro estaba buscando la fĆ³rmula adecuada para que todos pudieran volver a Grecia sin poner en peligro la estabilidad de un imperio que tanto habĆa costado conquistar. Pero las cosas estaban en un punto en que, hiciera lo que hiciera, Alejandro era duramente criticado y cuestionado.
Cuando Alejandro anunciĆ³ que diez mil veteranos podĆan volver a Grecia hubo un gran abucheo, casi un motĆn, reclamando que, o volvĆan todos o no volverĆa ninguno. Aquello fue la gota que colmĆ³ la paciencia de Alejandro. TenĆa que demostrar quiĆ©n tenĆa mĆ”s cojones o aquello se le iba de las manos. Se adentrĆ³ entre sus hombres y se lio a hostias con unos y otros hasta que los puƱos le dolieron. DespuĆ©s ordenĆ³ que detuvieran a los cabecillas. No hay muchos detalles sobre lo que hizo con ellos, pero hay quien asegura que fueron ejecutados como escarmiento.
-Los que querĆ”is marchar, sois libres de hacerlo. Pero cuando lleguĆ©is a casa, no olvidad contar a los vuestros que habĆ©is desertado y habĆ©is dejado solo a vuestro rey, quien os llevĆ³ a la victoria a lo largo de todo el mundo y os hizo ricos. Decid que dejasteis a vuestro rey al amparo de los extranjeros conquistados. Seguro que en Grecia os alabarĆ”n por ello y recibirĆ©is las bendiciones del cielo. Y ahora: ¡¡¡Fuera!!! Fuera de mi vista, desagradecidos, no os quiero volver a ver a ninguno.
Nadie osĆ³ decir palabra, todos permanecieron inmĆ³viles. Alejandro se retirĆ³ a sus habitaciones y allĆ permaneciĆ³ tres dĆas. Aislado. Sin recibir a nadie. Cuando saliĆ³ lo hizo para comenzar a nombrar generales persas que le proporcionarĆan un nuevo ejĆ©rcito. O eso era lo que andaban diciendo. Por si acaso era verdad, los oficiales corrieron a presencia de Alejandro, y entre lĆ”grimas suplicaron perdĆ³n. A modo de excusa, uno de los oficiales le dijo: “has convertido a los persas en tu familia,” a lo que Alejandro respondiĆ³: “Pero a todos vosotros os considero mis hermanos.” Todos estallaron en vĆtores. Alejandro llorĆ³ con ellos y los perdonĆ³.
Una nueva rebeliĆ³n habĆa sido sofocada, esta vez sin necesidad de violencia. Pero ahora iba a ser una tragedia personal la que iba a golpear a Alejandro. HefestiĆ³n, su mejor amigo, casi un hermano, caĆa enfermo y morĆa en Ecbana. Eran finales del aƱo 324. Fue un duro golpe del que no se repondrĆa durante meses. Como expresiĆ³n de su dolor, mandĆ³ construirle un enorme sepulcro en Babilonia. Hay quien cree que despuĆ©s de la muerte de su amigo, Alejandro perdiĆ³ la ilusiĆ³n por hacer nuevas conquistas. Por ejemplo, dejĆ³ aparcada la idea de conquistar Arabia o de hacer una expediciĆ³n que rodeara Ćfrica. Pero lo cierto es que, Alejandro, a su regreso a Babilonia en 323, con solo 33 aƱos, estaba hecho un guiƱapo, y no solo por la depresiĆ³n que le habĆa causado la muerte de su amigo, sino por la mella hecha en su cuerpo por tantos kilĆ³metros a sus espaldas, tantas batallas y tantas heridas recibidas. Y tambiĆ©n, cĆ³mo no, tanto alcohol ingerido.
Alejandro ingerĆa grandes cantidades de vino dĆa tras dĆa. Dedicaba su tiempo a ofrecer sacrificios a los dioses, a beber, y a las orgĆas. Un dĆa se sintiĆ³ mal. ParecĆa un simple resfriado, luego tuvo fiebre que fue aumentando debido al sofocante calor del verano. Nadie sabĆa cĆ³mo bajĆ”rsela. Hay quien cree que estaba incubando malaria o fue una infecciĆ³n del hĆgado. Al cabo de una semana Alejandro casi no podĆa moverse en la cama y al noveno dĆa no podĆa hablar. Todos hablaban ya de una muerte segura. El dĆ©cimo dĆa se extendiĆ³ el rumor de que ya habĆa muerto y que su muerte se mantenĆa en secreto, por lo que, muchos de sus lĆderes entraron a palacio pidiendo verlo. Todos pasaron ante Ć©l, y segĆŗn Arriano, Alejandro no dijo nada, pero saludĆ³ a cada uno de ellos levantando con dificultad la cabeza.
TodavĆa estaba vivo, pero todos pensaban que estaba tan mal que no sobrevivirĆa muchos dĆas mĆ”s. El temor que se cernĆa sobre ellos era: ¿QuĆ© pasarĆa con el imperio? Al dĆa siguiente se acercaron a verlo de nuevo y uno de ellos se inclinĆ³ sobre Ć©l y le preguntĆ³: “¿En manos de quiĆ©n dejarĆ”s tu imperio?” A lo que Alejandro, con mucha dificultad respondiĆ³: “Al mejor.” Esa misma tarde morĆa. Era junio del aƱo 323, entre el dĆa 10 y el 13, le faltaba algo mĆ”s de un mes para cumplir los 33 aƱos.
HabĆa reinado durante doce aƱos y ocho meses y durante ese tiempo habĆa conseguido mĆ”s que ningĆŗn otro rey en la historia y puso el listĆ³n tan alto, que todos los gobernantes venideros lo tendrĆan como referencia y envidiarĆan sus hazaƱas. Muchos quisieron imitarle, igualar o superar sus conquistas. Nadie lo consiguiĆ³. ConquistĆ³ un mundo, pero con su prematura muerte nos quedamos sin saber quĆ© hubiera hecho con Ć©l. ¿Y ahora, quĆ© pasarĆa con ese mundo?
No se sabe si Alejandro tenĆa en mente algĆŗn sucesor. Ćl querĆa que fuera el mejor, pero ninguno estuvo a la altura, a pesar de que siempre se habĆa rodeado de hombres excelentes. A su muerte estallaron las luchas por el poder y el imperio se dividiĆ³ en cinco partes. Tracia para LisĆmaco, Babilonia para Seleuco, Asia Menor para AntĆgona, Egipto y Libia para Ptolomeo y AntĆpatro continuarĆa con Macedonia y Grecia.
Los griegos aprovecharon la muerte de Alejandro para levantarse contra los macedonios y AntĆpatro respondiĆ³ con brutalidad, tomĆ³ Atenas y DemĆ³stenes, principal agitador de las revueltas se suicidĆ³ tomando veneno antes de ser capturado. Por aquellos dĆas morĆa tambiĆ©n AristĆ³teles, maestro de Alejandro, y en Babilonia, Roxana asesinaba a Estatira y huĆa con su hijo al lado de Olimpia. Pero Olimpia, que se habĆa exiliado, tenĆa una lucha encarnizada contra AntĆpatro, que terminĆ³ venciendo a las tropas de Ć©sta. Olimpia y la hermana de Alejandro fueron asesinadas y Roxana y el hijo de Alejandro llevados a presencia de AntĆpatro, para terminar ajusticiados tambiĆ©n.
SegĆŗn nos cuenta Diodoro, dos aƱos mĆ”s tarde, en el 321, Los restos de Alejandro iban a ser trasladados a Macedonia, para ello, se construyĆ³ un gran catafalco sobre ruedas que serĆa arrastrado hasta allĆ. Pero la marcha fĆŗnebre fue desviada hasta Egipto, seguramente debido a los conflictos que se vivĆan en Grecia. Ptolomeo, uno de los mejores amigos del difunto, se implicĆ³ personalmente en ello y debiĆ³ pensar que no era buena idea entregar los restos de Alejandro a AntĆpatro. Sus restos descansaron al fin en AlejandrĆa. Con la ocupaciĆ³n romana la tumba fue profanada y algunos objetos como su coraza fueron robados. DespuĆ©s, nadie sabe lo que ocurriĆ³ con la tumba.
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