Alejandro 8




Los deslumbrantes picos del Himalaya 

Aquellas montaƱas marcarĆ­an el fin del mundo y a partir de ellas comenzarĆ­a el gran ocĆ©ano que lo rodeaba todo, eso pensaba Alejandro, hasta que apareciĆ³ alguien que le dio informes sobre el lugar. MĆ”s allĆ” del Himalaya se extendĆ­an grandes y ricos territorios como los de un rey que poseĆ­a un ejĆ©rcito de 250.000 hombres y miles de elefantes. Solo tenĆ­an que atravesar un caudaloso rĆ­o llamado Ganges, a pocas semanas de allĆ­. Aquellas noticias encendieron en Alejandro el afĆ”n de continuar adelante, mientras en sus hombres se extendĆ­a la desesperaciĆ³n por ver que su rey no se detendrĆ­a jamĆ”s. Alejandro entonces reuniĆ³ a sus generales y les dio un discurso donde les hacĆ­a ver sus intenciones de llegar hasta el gran ocĆ©ano exterior y de demostrarles que tanto el mar Caspio como el golfo PĆ©rsico se unen a Ć©l. Cuando consiguieran llegar a ese gran ocĆ©ano, todo el mundo les pertenecerĆ­a. Alejandro, en esos momentos, dejaba de ser un dios para convertirse, otra vez, en su rey y compaƱero. En otras circunstancias, su oratoria hubiera hecho el efecto que habĆ­a hecho tiempo atrĆ”s, pero en aquellos momentos, viendo el estado de Ć”nimo de los hombres, y sin dejar de mirar aquellas bellas y a la vez misteriosas montaƱas que no les causaba otra cosa que no fuera inquietud y temor, los generales permanecĆ­an callados. 

“Hablad”, les pidiĆ³ Alejandro. Pero sus generales no hablaban. Lloraban. Finalmente, un general llamado Coenius, dio un paso al frente y hablĆ³. Coenius era un hombre noble que habĆ­a ido ascendiendo desde soldado raso, batalla a batalla, demostrando su valĆ­a, hasta llegar a general. Arriano nos describe cĆ³mo tĆ­midamente le fue hablando de todas las batallas y triunfos en los que habĆ­an acompaƱado a su rey, y poco a poco, sus palabras se hicieron mĆ”s fluidas: 

“¡Vuelve, Alejandro! Vuelve a tu paĆ­s natal, visita a tu madre y lleva a la tierra de tus antepasados la historia de tantas y tan grandes victorias. DespuĆ©s, si lo deseas, comienza una nueva y renovada expediciĆ³n… ¡El autocontrol es, Alejandro, en medio de la niebla del Ć©xito, la mĆ”s noble de las virtudes!”. 

Cuando acabĆ³ de decir esto, sus compaƱeros rompieron tambiĆ©n el silencio gritando vĆ­tores. Alejandro girĆ³ sobre sus talones y sin decir nada se encerrĆ³ en su tienda durante tres dĆ­as. 

Al tercer dĆ­a de su encierro, Alejandro llamĆ³ a su tienda a sus adivinos y les pidiĆ³ que averiguaran la opiniĆ³n de los dioses sobre si debĆ­a seguir adelante o no. Los adivinos sabĆ­an de sobra que animar a Alejandro a seguir adelante con un buen presagio podĆ­a desembocar en una deserciĆ³n del ejĆ©rcito, y quisieron evitar tan desagradable situaciĆ³n para que su rey no se sintiera humillado. DespuĆ©s de sus rituales, sus conclusiones fueron: “los dioses no quieren que cruces el Hifasis.” “Muy bien”, contestĆ³ Alejandro, “Volvemos a casa.” 

Alejandro dio su brazo a torcer. VolverĆ­an, sĆ­, pero por la ruta que Ć©l eligiera, los dioses no habĆ­an dicho nada de explorar el sur. Volvieron hasta el Hidaspis, y una vez allĆ­ se embarcaron en una flotilla hasta llegar al Chenab y luego al Indo, para poner rumbo hacia el sur. Era noviembre de 326. Aquello le dio oportunidad de hacer nuevas conquistas. En el asedio de una ciudad sufriĆ³ graves heridas que casi acaban con su vida. Muchos de sus hombres le creyeron muerto y sintieron terror, pues si alguien podĆ­a llevarlos de vuelta a casa, ese era Alejandro, sin su rey se sentĆ­an indefensos e incapaces de hacerlo.

Para la primavera de 325 Alejandro estaba ya completamente recuperado de sus heridas. Continuando por el Indo llegaron a su desembocadura aquel verano; Alejandro no pudo contener su alegrĆ­a al divisar por fin el gran ocĆ©ano. HabĆ­a alcanzado el lĆ­mite sur del mundo. HabĆ­an llegado al mar de Arabia, el ocĆ©ano ƍndico. El viaje de vuelta duraba ya un aƱo y aĆŗn no habĆ­an puesto rumbo oeste. Estaban igual de lejos de casa, por eso los hombres no compartĆ­an la alegrĆ­a de Alejandro, y por otra parte, el ocĆ©ano, que para ellos significaba el fin del mundo, les producĆ­a miedo, por lo que, pidieron a Alejandro reanudar el viaje cuanto antes. Su rey estuvo de acuerdo y puso por fin rumbo oeste. El grueso del ejĆ©rcito viajarĆ­a algo mĆ”s al norte, bordeando el desierto. Otra parte navegarĆ­a por mar con buena parte del bagaje, Alejandro y los demĆ”s, junto a las mujeres y niƱos que les acompaƱaban, irĆ­an por tierra bordeando la costa.

Cada cierto tiempo se encontrarĆ­a la expediciĆ³n de mar con la de tierra, que le proporcionarĆ­a vĆ­veres y agua. Pero el viaje se fue haciendo cada dĆ­a mĆ”s penoso debido a lo escarpado de la costa y tuvieron que cambiar la ruta hacia tierra adentro. Pero tierra adentro no habĆ­a mĆ”s que desierto y padecieron la escasez de agua. Muchos fueron los que, ante la desesperaciĆ³n se apartaron del camino buscando agua y no aparecieron nunca mĆ”s. Plutarco dice que solo una cuarta parte de la expediciĆ³n sobreviviĆ³. Hasta que por fin, despuĆ©s de sesenta dĆ­as de marcha llegaron a Pura, donde los supervivientes pudieron reponerse.

DespuĆ©s de recuperarse de tan penoso viaje y cargar con abundante comida y agua se pusieron en marcha de nuevo hasta llegar a Susa. Alejandro llegĆ³ en un momento oportuno, pues, aprovechando su ausencia, la corrupciĆ³n se estaba extendiendo en el imperio. El tesorero real Harpalo, en quien Alejandro habĆ­a depositado su confianza, habĆ­a gastado grandes cantidades de dinero en vivir la vida y conspirar contra Alejandro. HabĆ­a mantenido comunicaciĆ³n con los ateniense y con el mismo DemĆ³stenes para organizar una sublevaciĆ³n. Ante la llegada de Alejandro, Harpalo habĆ­a huido llevĆ”ndose toda la parte del tesoro que pudo cargar. Las noticias que le llegaban de Macedonia tampoco eran muy halagĆ¼eƱas, pues las cosas estaban cada vez mĆ”s tirantes entre AntĆ­patro y Olimpia. Y lo peor de todo era que muchos sĆ”trapas se habĆ­an sublevado y los propios macedonios campaban por el imperio como bandidos y saqueadores. HabĆ­a que poner orden cuanto antes.

Fue necesaria una exhibiciĆ³n de fuerza y dar algunos escarmientos. Los sĆ”trapas rebeldes fueron ejecutados para que los demĆ”s tuvieran claro que Alejandro habĆ­a vuelto y no estaba dispuesto a tolerar las malas conductas. Restablecido el orden y con algo mĆ”s de sosiego, Alejandro visitĆ³ a la familia de DarĆ­o. Y entonces, se dio cuenta de que Estatira, que aƱos atrĆ”s la dejĆ³ hecha una niƱa, era ya toda una mujer, con unos 20 aƱos, tan bella o mĆ”s que su madre, a la cual tuvo que hacer grandes esfuerzos por respetar. Estatira fue elegida para ser su esposa y reina. Pero, por quĆ© conformarse con una, cuando podĆ­a elegir las que Ć©l quisiera. Alejandro celebrarĆ­a una boda doble, eligiendo tambiĆ©n como esposa a Parisatis, hija de Artajerjes III que estaba en la adolescencia. Estas uniones, y con esta y la anterior Roxana ya serĆ­an tres las esposas. PodrĆ­a ser perfectamente una manera de unirse a la anterior familia real, cosa que sin duda estarĆ­a bien visto por los persas. ¿Y quĆ© pensaban de todo esto sus generales y soldados? Pues, contrariamente al rechazo esperado, miles de ellos escogieron esposas entre las asiĆ”ticas, incluido el mejor amigo de Alejandro, HefestiĆ³n, que escogiĆ³ a Dripetis, la hermana pequeƱa de Estatira. SegĆŗn Arriano, Alejandro y ochenta oficiales se casaron a la vez con mujeres de origen noble, y lo hicieron al estilo persa. Fue una gran ceremonia que se celebrĆ³ en Susa la primavera del 324.

Los oficiales y soldados griegos no tuvieron problema a la hora de casarse con mujeres persas. Pero una vez pasada la calentura dejaron claro que no estaban dispuestos a hacer como Alejandro, es decir, adoptar las costumbres persas. En Grecia, estos matrimonios no fueron bien vistos, sobre todo en Macedonia. Y en Asia las cosas, despuĆ©s de la fiesta se le ponĆ­an bastante feas entre su ejĆ©rcito. Diez mil veteranos podĆ­an volver a su tierra, si asĆ­ lo deseaban. Probablemente, una medida para que, de forma escalonada, todos tuvieran ocasiĆ³n de hacerlo. Obviamente, las tropas que se marcharan debĆ­an ser sustituidas con tropas persas, lo cual tambiĆ©n despertaba recelos entre sus oficiales. Alejandro estaba buscando la fĆ³rmula adecuada para que todos pudieran volver a Grecia sin poner en peligro la estabilidad de un imperio que tanto habĆ­a costado conquistar. Pero las cosas estaban en un punto en que, hiciera lo que hiciera, Alejandro era duramente criticado y cuestionado.

Cuando Alejandro anunciĆ³ que diez mil veteranos podĆ­an volver a Grecia hubo un gran abucheo, casi un motĆ­n, reclamando que, o volvĆ­an todos o no volverĆ­a ninguno. Aquello fue la gota que colmĆ³ la paciencia de Alejandro. TenĆ­a que demostrar quiĆ©n tenĆ­a mĆ”s cojones o aquello se le iba de las manos. Se adentrĆ³ entre sus hombres y se lio a hostias con unos y otros hasta que los puƱos le dolieron. DespuĆ©s ordenĆ³ que detuvieran a los cabecillas. No hay muchos detalles sobre lo que hizo con ellos, pero hay quien asegura que fueron ejecutados como escarmiento. 

-Los que querĆ”is marchar, sois libres de hacerlo. Pero cuando lleguĆ©is a casa, no olvidad contar a los vuestros que habĆ©is desertado y habĆ©is dejado solo a vuestro rey, quien os llevĆ³ a la victoria a lo largo de todo el mundo y os hizo ricos. Decid que dejasteis a vuestro rey al amparo de los extranjeros conquistados. Seguro que en Grecia os alabarĆ”n por ello y recibirĆ©is las bendiciones del cielo. Y ahora: ¡¡¡Fuera!!! Fuera de mi vista, desagradecidos, no os quiero volver a ver a ninguno.

Nadie osĆ³ decir palabra, todos permanecieron inmĆ³viles. Alejandro se retirĆ³ a sus habitaciones y allĆ­ permaneciĆ³ tres dĆ­as. Aislado. Sin recibir a nadie. Cuando saliĆ³ lo hizo para comenzar a nombrar generales persas que le proporcionarĆ­an un nuevo ejĆ©rcito. O eso era lo que andaban diciendo. Por si acaso era verdad, los oficiales corrieron a presencia de Alejandro, y entre lĆ”grimas suplicaron perdĆ³n. A modo de excusa, uno de los oficiales le dijo: “has convertido a los persas en tu familia,” a lo que Alejandro respondiĆ³: “Pero a todos vosotros os considero mis hermanos.” Todos estallaron en vĆ­tores. Alejandro llorĆ³ con ellos y los perdonĆ³.

Una nueva rebeliĆ³n habĆ­a sido sofocada, esta vez sin necesidad de violencia. Pero ahora iba a ser una tragedia personal la que iba a golpear a Alejandro. HefestiĆ³n, su mejor amigo, casi un hermano, caĆ­a enfermo y morĆ­a en Ecbana. Eran finales del aƱo 324. Fue un duro golpe del que no se repondrĆ­a durante meses. Como expresiĆ³n de su dolor, mandĆ³ construirle un enorme sepulcro en Babilonia. Hay quien cree que despuĆ©s de la muerte de su amigo, Alejandro perdiĆ³ la ilusiĆ³n por hacer nuevas conquistas. Por ejemplo, dejĆ³ aparcada la idea de conquistar Arabia o de hacer una expediciĆ³n que rodeara Ɓfrica. Pero lo cierto es que, Alejandro, a su regreso a Babilonia en 323, con solo 33 aƱos, estaba hecho un guiƱapo, y no solo por la depresiĆ³n que le habĆ­a causado la muerte de su amigo, sino por la mella hecha en su cuerpo por tantos kilĆ³metros a sus espaldas, tantas batallas y tantas heridas recibidas. Y tambiĆ©n, cĆ³mo no, tanto alcohol ingerido. 


Alejandro ingerĆ­a grandes cantidades de vino dĆ­a tras dĆ­a. Dedicaba su tiempo a ofrecer sacrificios a los dioses, a beber, y a las orgĆ­as. Un dĆ­a se sintiĆ³ mal. ParecĆ­a un simple resfriado, luego tuvo fiebre que fue aumentando debido al sofocante calor del verano. Nadie sabĆ­a cĆ³mo bajĆ”rsela. Hay quien cree que estaba incubando malaria o fue una infecciĆ³n del hĆ­gado. Al cabo de una semana Alejandro casi no podĆ­a moverse en la cama y al noveno dĆ­a no podĆ­a hablar. Todos hablaban ya de una muerte segura. El dĆ©cimo dĆ­a se extendiĆ³ el rumor de que ya habĆ­a muerto y que su muerte se mantenĆ­a en secreto, por lo que, muchos de sus lĆ­deres entraron a palacio pidiendo verlo. Todos pasaron ante Ć©l, y segĆŗn Arriano, Alejandro no dijo nada, pero saludĆ³ a cada uno de ellos levantando con dificultad la cabeza.

TodavĆ­a estaba vivo, pero todos pensaban que estaba tan mal que no sobrevivirĆ­a muchos dĆ­as mĆ”s. El temor que se cernĆ­a sobre ellos era: ¿QuĆ© pasarĆ­a con el imperio? Al dĆ­a siguiente se acercaron a verlo de nuevo y uno de ellos se inclinĆ³ sobre Ć©l y le preguntĆ³: “¿En manos de quiĆ©n dejarĆ”s tu imperio?” A lo que Alejandro, con mucha dificultad respondiĆ³: “Al mejor.” Esa misma tarde morĆ­a. Era junio del aƱo 323, entre el dĆ­a 10 y el 13, le faltaba algo mĆ”s de un mes para cumplir los 33 aƱos.

HabĆ­a reinado durante doce aƱos y ocho meses y durante ese tiempo habĆ­a conseguido mĆ”s que ningĆŗn otro rey en la historia y puso el listĆ³n tan alto, que todos los gobernantes venideros lo tendrĆ­an como referencia y envidiarĆ­an sus hazaƱas. Muchos quisieron imitarle, igualar o superar sus conquistas. Nadie lo consiguiĆ³. ConquistĆ³ un mundo, pero con su prematura muerte nos quedamos sin saber quĆ© hubiera hecho con Ć©l. ¿Y ahora, quĆ© pasarĆ­a con ese mundo?

No se sabe si Alejandro tenĆ­a en mente algĆŗn sucesor. Ɖl querĆ­a que fuera el mejor, pero ninguno estuvo a la altura, a pesar de que siempre se habĆ­a rodeado de hombres excelentes. A su muerte estallaron las luchas por el poder y el imperio se dividiĆ³ en cinco partes. Tracia para LisĆ­maco, Babilonia para Seleuco, Asia Menor para AntĆ­gona, Egipto y Libia para Ptolomeo y AntĆ­patro continuarĆ­a con Macedonia y Grecia. 

Los griegos aprovecharon la muerte de Alejandro para levantarse contra los macedonios y AntĆ­patro respondiĆ³ con brutalidad, tomĆ³ Atenas y DemĆ³stenes, principal agitador de las revueltas se suicidĆ³ tomando veneno antes de ser capturado. Por aquellos dĆ­as morĆ­a tambiĆ©n AristĆ³teles, maestro de Alejandro, y en Babilonia, Roxana asesinaba a Estatira y huĆ­a con su hijo al lado de Olimpia. Pero Olimpia, que se habĆ­a exiliado, tenĆ­a una lucha encarnizada contra AntĆ­patro, que terminĆ³ venciendo a las tropas de Ć©sta. Olimpia y la hermana de Alejandro fueron asesinadas y Roxana y el hijo de Alejandro llevados a presencia de AntĆ­patro, para terminar ajusticiados tambiĆ©n.


SegĆŗn nos cuenta Diodoro, dos aƱos mĆ”s tarde, en el 321, Los restos de Alejandro iban a ser trasladados a Macedonia, para ello, se construyĆ³ un gran catafalco sobre ruedas que serĆ­a arrastrado hasta allĆ­. Pero la marcha fĆŗnebre fue desviada hasta Egipto, seguramente debido a los conflictos que se vivĆ­an en Grecia. Ptolomeo, uno de los mejores amigos del difunto, se implicĆ³ personalmente en ello y debiĆ³ pensar que no era buena idea entregar los restos de Alejandro a AntĆ­patro. Sus restos descansaron al fin en AlejandrĆ­a. Con la ocupaciĆ³n romana la tumba fue profanada y algunos objetos como su coraza fueron robados. DespuĆ©s, nadie sabe lo que ocurriĆ³ con la tumba.

Publicar un comentario

0 Comentarios