Alejandro 7


El paso del Indukush

En Bactriana, Bessos habĆ­a sido proclamado rey y ahora se hacĆ­a llamar Artajerjes. AllĆ­ se preparaba sin descanso ante el esperado avance macedonio. AdemĆ”s de las tropas que le acompaƱaban despuĆ©s de asesinar a DarĆ­o, habĆ­a conseguido 7.000 jinetes y algunos miles de infantes mĆ”s. Algunos de los grandes del antiguo imperio todavĆ­a seguĆ­an a su lado y se encargarĆ­an de fomentar insurrecciones en Partia y Aria por lo que, Alejandro se vio obligado a enviar tropas a aquellas provincias. Aquel invierno del aƱo 330 al 329, Alejandro se puso de nuevo en marcha hacia las montaƱas indias de Indokush en el CĆ”ucaso Ć­ndico, cerca del actual Kabul en AfganistĆ”n. Una vez llegaron a sus faldas pudieron comprobar cĆ³mo un espeso manto de nieve las cubrĆ­a por completo haciendo inaccesible cualquiera de sus desfiladeros, asĆ­ que acamparon a la espera de que llegara la primavera.

Pasados los dĆ­as mĆ”s frĆ­os del invierno reanudaron la marcha por profundos desfiladeros que ocultaban el sol casi todo el dĆ­a, a travĆ©s de rocas escarpadas y glaciares que hacĆ­an que el aire aĆŗn fuera muy frĆ­o y la nieve espesa. Los caminos eran intransitables, aunque tuvieron la suerte de encontrar algunas pacĆ­ficas aldeas de pastores que ofrecieron sus ganados. Fue una travesĆ­a infernal que durĆ³ dos semanas, para entrar en una zona de campos arrasados y pueblos incendiados. No habĆ­a nada que comer, solo hierba y hubo que sacrificar mulas de carga. Aquello habĆ­a sido obra de Bessos, que sabiendo que el ejĆ©rcito de Alejandro llegarĆ­a exhausto, quiso prepararle aquella bienvenida, para que no encontraran nada que comer, si una sola casa que pudiera ofrecerles ayuda. Pero aquel ejĆ©rcito no era un ejĆ©rcito cualquiera, y aun habiendo perdido muchos caballos y hombres, el decimoquinto dĆ­a llegaron a Drapsaca (Inderap) la primera ciudad bactriana, donde pudieron por fin darse un respiro. Los macedonios se dieron cuenta enseguida de que se adentraban en un paĆ­s muy distinto a aquellos por los que hasta ahora habĆ­an pasado. Aquella cordillera que todavĆ­a no habĆ­an acabado de atravesar ya era distinta, quizĆ”s la cadena montaƱosa mĆ”s agreste y mortĆ­fera que habĆ­an cruzado. Tras un merecido descanso se pusieron de nuevo en marcha. TodavĆ­a tenĆ­an que cruzar los pasos de la vertiente norte para luego descender a las llanuras de Bactriana.

Bessos creyĆ³ que la montaƱa y finalmente las tierras arrasadas impedirĆ­an que el ejĆ©rcito macedonio llegara a la Bactriana. Pero en vistas de que nada ni nadie los detenĆ­a se cagĆ³ las patas abajo y saliĆ³ echando leches a refugiarse en Nautaca, en la provincia Sogdiana. Con Ć©l salieron algunos miles de soldados, pero los jinetes bactrianos, al ver que su tierra era abandonada a la suerte de Alejandro, dieron media vuelta y se dispersaron. Los que siguieron con Ć©l, no tardaron en darse cuenta de que el nuevo rey Artajerjes no daba la talla. Un rey que no paraba de huir ante la presencia de Alejandro no hacĆ­a mĆ”s que defraudar a quienes lo apoyaban. EspitĆ”menes, Datafernes, Catanes y Oxiartes, informados de la proximidad de Alejandro, creyeron que habĆ­a llegado la hora de ponerse de su parte. Bessos fue encadenado y Alejandro recibiĆ³ la noticia de que estaban dispuestos a entregĆ”rselo. Ptolomeo, al mando de seis mil hombres, se adelantaron y llegaron a hasta las murallas de un pequeƱo pueblo. Ptolomeo hizo saber que si le entregaban al prisionero sus vidas serĆ­an respetadas. Las puertas se abrieron y los macedonios, al entrar, encontraron a Bessos y una pequeƱa tropa que habĆ­an dejado con Ć©l. EspitĆ”menes y los demĆ”s cabecillas se habĆ­an marchado, pues habĆ­an sentido vergĆ¼enza de entregarlo personalmente.

Alejandro habĆ­a ordenado, que cuando Ć©l lo encontrase, Bessos debĆ­a estar desnudo y encadenado a la derecha del camino y Ptolomeo asĆ­ se lo presentĆ³. Cuando llegĆ³ hasta Ć©l, Alejandro parĆ³ su carro y le preguntĆ³ por quĆ© habĆ­a traicionado a DarĆ­o. Bessos le contestĆ³ que lo que habĆ­a hecho, lo hizo de acuerdo a lo que pensaban los demĆ”s y con la esperanza de congraciarse con Ć©l, con Alejando. Acto seguido ordenĆ³ que fuera azotado para luego ser enviado a Bactra, donde serĆ­a juzgado de acuerdo a las costumbres del lugar. Alejandro no quiso entrometerse a la hora de juzgar el asesinato del rey persa y por eso no impuso la justicia macedĆ³nica. Las costumbres del lugar, osea, las persas, no es que fueran unas costumbres muy cariƱosas en estos casos. Una vez declarado culpable, la costumbre era cortarle la nariz y las orejas, para luego amarrarlo a dos ramas de Ć”rboles flexibles que una vez eran soltadas partĆ­an el cuerpo del reo en dos. Una costumbre que era una guarrerĆ­a, pues lo ponĆ­an todo perdido de sangre y cachos de carne. Esos sĆ­, los perros se ponĆ­an las botas.

Y ahora, ¿quĆ© pensaba hacer Alejandro? Pues ni mĆ”s ni menos que ir mĆ”s allĆ”. Hasta los confines del imperio. Fue cuando se rebelaron las unidades de caballerĆ­a que habĆ­an servido con ParmeniĆ³n. No estaban dispuestos a alejarse mĆ”s del mundo conocido por ellos. Alejandro pensĆ³ que quizĆ”s tenĆ­an razĆ³n y por un momento se planteĆ³ dar por terminado el viaje, pero fue solo por un momento; Alejandro los dejĆ³ marchar, ya reclutarĆ­a tropas entre los persas. Ɖl partiĆ³ desde el rĆ­o Oxus hasta Maracanda (actual Samarcanda) en UzbekistĆ”n. MĆ”s al noreste llegaron al rĆ­o Jaxartes (Syr Darya) frontera nororiental del imperio. Sospechaban que este rĆ­o desembocaba en el gran ocĆ©ano que entonces se pensaba que rodeaba la tierra. Pero el rĆ­o, cuya corriente va hacia el norte y luego gira hacia el noroeste desemboca en un gran lago, el mar de Aral.

Alejandro se sorprendiĆ³ cuando llegaron a recibirles embajadores de pueblos que habitaban al norte, mĆ”s allĆ” de lo que Ć©l pensaba que ya era ocĆ©ano. PedĆ­an su alianza en las guerras que libraban entre ellos. Pero Ć©l ya tenĆ­a bastante con sus propias guerras como para inmiscuirse otros conflictos. Su viaje por las actuales AfganistĆ”n, UzbekistĆ”n y TurkmenistĆ”n le estaban dando demasiados quebraderos de cabeza. Pueblos demasiado rebeldes donde los baƱos de sangre no servĆ­an para nada. Cuando lograba apaciguar un lugar, inmediatamente habĆ­a otro que se rebelaba. Para intentar controlar la situaciĆ³n, Alejandro fue nombrando sĆ”trapas de confianza. Uno de ellos fue Clito, al cual nombrĆ³ sĆ”trapa de Bactria y Sogdiana. Fue en el otoƱo del aƱo 328, cuando decidiĆ³ marchar a Maracanda (Samarcanda), para pasar un tiempo antes de retirarse a invernar en Nautaca. AllĆ­ se produjo el nombramiento de Clio, hombre de confianza que habĆ­a luchado a su lado desde el principio y que incluso llegĆ³ a salvar la vida de Alejandro durante la batalla del GrĆ”nico.

De los relatos de Plutarco, Arriano, Curcio y Justino, se desprende que quizĆ”s Clito no estuviera demasiado entusiasmado con aquel nombramiento. Posiblemente, era el lugar donde mejor servicio le harĆ­a a Alejandro en aquel momento, cuando aquellas provincias eran mĆ”s conflictivas. Pero Clito siempre habĆ­a luchado al lado de Alejandro y despuĆ©s de la muerte de Filotas compartĆ­a el mando de la caballerĆ­a con HefestiĆ³n, por lo que, aquel nombramiento puede que se lo tomara como una degradaciĆ³n mĆ”s que como un privilegio.

Durante la festividad del dios del vino Dioniso, Alejandro, en vez de hacer sacrificios en honor a este dios, los hizo en honor a Castor y Polux, sin que quede muy claro por quĆ© hizo esto. Durante la fiesta se bebiĆ³ hasta la extenuaciĆ³n. Entre los temas de conversaciĆ³n se hablaba de los grandes hĆ©roes como HĆ©rcules, hijo de Zeus, pero, segĆŗn decĆ­an, ninguna hazaƱa fue tan grande como la conseguida por su rey Alejandro. No se sabe si el mismo Alejandro intervino en el debate, pero sĆ­ lo hizo Clito.

Con anterioridad se ha contado cĆ³mo a Alejandro le inculcaron desde niƱo que era hijo del dios Zeus-AmĆ³n y cĆ³mo una vez en Egipto visitĆ³ su templo. Nadie puede asegurar si Alejandro alguna vez se creyĆ³ verdaderamente ser un dios, pero segĆŗn sus hombres, del templo de AmĆ³n saliĆ³ distinto y comportĆ”ndose como tal. Esto, unido a que en los Ćŗltimos aƱos habĆ­a comenzado a orientalizarse, fueron las causas por las que algunos de sus generales hubieran conspirado contra Ć©l, o no le miraran como antes. Clito seguĆ­a leal a Alejandro, pero en el fondo reprobaba la conducta de Alejandro, y el vino hizo que aquel sentimiento aflorara. Clito criticĆ³ las comparaciones entre Alejandro y los antiguos hĆ©roes, argumentando que las hazaƱas de Alejandro no eran solo mĆ©rito suyo, sino de todos los macedonios que habĆ­an luchado junto a Ć©l. Pero los aduladores de Alejandro, no solo se reafirmaban en que Alejandro era mĆ”s grande, sino que incluso habĆ­a hecho mĆ”s mĆ©ritos que el rey Filipo. Clito, que habĆ­a servido junto a Filipo, se sintiĆ³ ofendido por las declaraciones. Parece ser que todo aquello era cosa de los mĆ”s jĆ³venes, que para ellos no habĆ­a mĆ”s hĆ©roe que Alejandro, sin embargo, a los que tenĆ­an cierta edad y habĆ­an servido junto a Filipo, no les hacĆ­a ninguna gracia.

La conversaciĆ³n fue subiendo de tono y estallĆ³ cuando Clito le reprochĆ³ a Alejandro que lo habĆ­a nombrado sĆ”trapa para degradarlo, se riĆ³ de Ć©l por creerse un dios y le echĆ³ en cara, que para ser un dios Ć©l habĆ­a tenido que salvarle la vida. Alejandro no pudo contenerse mĆ”s y se lanzĆ³ hacia Ć©l con la intenciĆ³n de golpearle, aunque fue sujetado y no pudo llegar hasta Clito, que seguĆ­a profiriendo insultos. Alejandro echĆ³ mano a su cuchillo, pero alguien se lo habĆ­a quitado para que no hiciera ninguna locura. Ciertamente, Alejandro estaba fuera de sĆ­, cogiĆ³ una lanza de uno de los miembros de su guardia y con ella atravesĆ³ a Clito.

La fiesta acabĆ³ en tragedia. Todos quedaron atĆ³nitos, Alejandro mĆ”s que ninguno, al darse cuenta de lo que habĆ­a hecho. Plutarco nos cuenta que el arrepentimiento de Alejandro fue inmediato y tan grande, que intentĆ³ clavarse la misma lanza en su propio pecho y lo hubiera hecho si los guardias no le hubieran sujetado y llevado a la fuerza hasta su tienda, donde pasĆ³ llorando amargamente toda la noche y el dĆ­a siguiente, sin encontrar otro consuelo que el alcohol; y en Ć©l se refugiĆ³ un dĆ­a tras otro. Se volviĆ³ huraƱo e intratable y respondĆ­a con violencia.

Sus oficiales decidieron hacer algo por Ć©l enviĆ”ndole un filĆ³sofo para que hiciera las funciones de psicĆ³logo. Era un hombre de suaves y educadas maneras, segĆŗn Plutarco. Se llamaba CalĆ­stenes y era sobrino de AristĆ³teles. Toda palabra que saliĆ³ por su boca fue rechazada por Alejandro y CalĆ­stenes saliĆ³ de su tienda sin saber quĆ© mĆ”s podĆ­a hacer. Los oficiales, entonces, decidieron poner en marcha una estrategia contraria a la anterior y enviaron a Anaxarco. Su entrada a la tienda de Alejandro fue gritando “¿Es este el Alejandro del que todo el mundo estĆ” pendiente, el que estĆ” tumbado llorando como un esclavo por miedo a la censura y al reproche de los demĆ”s?” Luego, con mĆ”s calma le dijo que un rey nunca se equivoca, que se habĆ­a comportado de acuerdo a la voluntad de los dioses y que, probablemente, todo habĆ­a ocurrido porque Dioniso se estaba vengando por no haber recibido ningĆŗn sacrificio en honor suyo. Las palabras de Anaxarco hicieron su efecto y decidiĆ³ ofrecer sacrificios al dios Dioniso para calmar su enfado. DespuĆ©s de esto se propuso olvidar el desgraciado incidente que acabĆ³ en la muerte de Clito.

Hay quien ve una similitud en los tres dĆ­as apartado de todos llorando a Clito, con la retirada de tres dĆ­as que protagonizĆ³ Aquiles en Troya mientras lloraba la muerte de Patroclo. Nadie duda de que el pesar de Alejandro era sincero, sin embargo, parece como si hubiera querido emular al que consideraba antepasado suyo. Recuperado ya del todo y pasados diez dĆ­as ordena iniciar los preparativos para pasar el invierno del 328 al 327 en la regiĆ³n de Nautaca. Los generales de Alejandro tenĆ­an bajo control la zona, pero aĆŗn habĆ­a una plaza fuerte que le preocupaba dejar tras de sĆ­ sin haber sido controlada por completo: la Roca Sogdiana, una fortaleza encima de una peƱa de difĆ­cil acceso. Pero si habĆ­a dos palabras que Alejandro desconocĆ­a eran difĆ­cil e imposible, y la Roca cayĆ³. Y si habĆ­a algo que Alejandro admirara era la valentĆ­a de sus oponentes. Oxiartes habĆ­a defendido la Roca con valentĆ­a, aunque al final, viĆ©ndose perdido tuvo que negociar la rendiciĆ³n. Oxiartes fue confirmado en su cargo, el cual ofreciĆ³ un banquete a los macedonios en agradecimiento. En la fiesta habĆ­a un grupo de jĆ³venes mujeres entre las que se encontraba la hija de Oxiartes. SegĆŗn cuentan los cronistas de la Ć©poca, Roxana, asĆ­ se llamaba la chica, era la mujer mĆ”s bella de Asia, solo comparable a Estatira, la difunta reina y esposa de DarĆ­o. Cuando la vio Alejandro, quedĆ³ prendado de ella y de inmediato le pidiĆ³ a su padre matrimonio. PodrĆ­a haberla hecho su esposa por derecho de conquista, pero prefiriĆ³ ser cortĆ©s. 

QuizĆ”s esta cortesĆ­a iba dirigida a contentar a su suegro, con el fin de poder dejar el territorio apaciguado antes de partir hacia la india. Los autores antiguos no dudan de que Alejandro se enamorĆ³ de Roxana, pero estĆ” claro que el matrimonio le beneficiaba polĆ­ticamente. AsĆ­ y todo, no le beneficiaba en nada con respecto a sus hombres, que segĆŗn nos cuenta Curcio, se sentĆ­an avergonzados con esta decisiĆ³n: 

“De este modo, el rey de Asia y Europa, se uniĆ³ en matrimonio a quien habĆ­a sido introducida en medio de las atracciones del banquete y de la cautiva habrĆ­a de nacer el que gobernara a los vencedores. Les avergonzaba a sus amigos que hubiera elegido a su suegro de entre los vencidos en medio del vino y el banquete.” 

Poco despuĆ©s de su boda con Roxana nacerĆ­a el primer hijo de Alejandro, pero no de ella, sino de su concubina Barsine, la cual le acompaƱaba desde el aƱo 333. El nombre del niƱo fue HĆ©rcules o Heracles, que serĆ­a el equivalente en Griego. 

En los meses siguientes comenzaron los preparativos para marchar a la India. Parece que durante esos preparativos Alejandro tomĆ³ la decisiĆ³n de que al dirigirse a Ć©l, tanto persas como macedonios, se prosternaran en seƱal de adoraciĆ³n. Fue la llamada proskynesis, gesto que formaba parte del ritual persa cuando se dirigĆ­an a sus reyes. Un ritual que en Grecia estaba reservado solo al dirigirse a los dioses. Una medida que aumentĆ³ mĆ”s los recelos que los macedonios tenĆ­an con su rey. Por eso Curcio continĆŗa contĆ”ndonos las murmuraciones de sus hombres: 

“DespuĆ©s de la muerte de Clito, desaparecida la libertad, a todo decĆ­an que sĆ­, que es lo que mĆ”s les convertĆ­a en esclavos”. 

¿Se habĆ­a vuelto Alejandro un tirano o verdaderamente se creĆ­a un dios? ¿DespuĆ©s de aƱos al frente de sus hombres como un compaƱero mĆ”s, ahora les pide reverencias? Si se creĆ­a o no un dios nunca lo sabremos, pero en lo de pedir reverencias en seƱal de respeto quizĆ” tuvieron mucho que ver los filĆ³sofos y poetas que le circundaban, pues ellos fueron los que constantemente le adulaban como hijo de Zeus AmĆ³n. En cualquier caso, el malestar entre los macedonios estaba servido, pues si para los persas era algo normal inclinarse ante el rey, para los macedonios era algo humillante y esperpĆ©ntico, pues se les estaba pidiendo que se inclinasen ante su lĆ­der, que ahora se creĆ­a un dios. 



Los filĆ³sofos que influyeron en Alejandro 

La vinculaciĆ³n de AristĆ³teles a los reyes de Macedonia vino a travĆ©s de su padre NicĆ³maco, que fue mĆ©dico de la corte de Amintas III, padre de Filipo II. Iniciado desde muy niƱo en la medicina, AristĆ³teles pronto se encaminĆ³ hacia la filosofĆ­a y con 17 aƱos fue enviado a Atenas a estudiar en la academia de PlatĆ³n, donde fue un discĆ­pulo destacado. Cuando la academia pasĆ³ a manos de Espeusipo, sobrino de PlatĆ³n, muchos han querido ver que entre PlatĆ³n y AristĆ³teles no habĆ­a muy buena relaciĆ³n, pero esto no tuvo por quĆ© ser asĆ­, pues nada hay de raro que la direcciĆ³n de la academia pasara a manos de un sobrino, por muy destacado que fuera el macedonio. Y aquĆ­ es donde otros ven el motivo principal, pues los polĆ­ticos atenienses no hubieran aceptado a un “bĆ”rbaro” al frente de la mejor academia de Atenas. En cualquier caso, parece ser que aquello fue una humillaciĆ³n para AristĆ³teles. 

La revancha de AristĆ³teles vendrĆ­a cuando Filipo lo llamĆ³ para hacerse cargo de la educaciĆ³n de Alejandro. Ni Ć©l mismo hubiera imaginado que se convertirĆ­a en el tutor del que llegarĆ­a a ser el conquistador mĆ”s grande de todos los tiempos, una referencia incluso para otros grandes como Julio CĆ©sar en el futuro. Las enseƱanzas de AristĆ³teles despertaron en Alejandro su pasiĆ³n por la geografĆ­a y su afĆ”n por descubrir lugares como el gran desierto o llegar hasta donde acababa el mundo y comenzaba un gran ocĆ©ano. Pero tambiĆ©n le enseƱo justicia, retĆ³rica, y en general, moldeĆ³ la personalidad de Alejandro, para que los logros del futuro rey no solo giraran en torno a la disciplina militar. 

DiĆ³genes de SĆ­nope naciĆ³ hacia el 412, el mismo dĆ­a que muriĆ³ SĆ³crates, o al menos eso es lo que afirma Plutarco. SegĆŗn cuenta la tradiciĆ³n, Alejandro, a su paso por Corinto, aprovechando su visita a Atenas, (seguramente cuando lo enviĆ³ Filipo a negociar despuĆ©s de la batalla de Queronea, con poco mĆ”s de 16 aƱos), preguntĆ³ dĆ³nde podĆ­a ver a DiĆ³genes. AllĆ­, en Corinto, lo encontrĆ³ tomando el sol al lado de una gran tinaja. La tinaja era su casa, y la desplazaba rodando de un lado a otro, acompaƱado de unos cuantos perros. DiĆ³genes, llamado el cĆ­nico, fue pupilo de AntĆ­stenes, que a su vez fue discĆ­pulo de SĆ³crates, para mĆ”s tarde convertirse en un indigente que vagabundeaba por las calles de Atenas. SegĆŗn Ć©l, la extrema pobreza era una virtud y sus Ćŗnicas pertenencias eran una manta, un cuenco para beber y poco mĆ”s. Un dĆ­a vio a un niƱo beber recogiendo el agua con sus propias manos; entonces tirĆ³ el cuenco. 

Su estilo de vida y sus enseƱanzas propiciaron que fuera detenido varias veces y fuera considerado un loco. HacĆ­a sus necesidades en publico y a veces iba por la calle con un farol encendido en pleno dĆ­a gritando: “¡Busco hombres honrados! Ni con el farol encendido puedo encontrarlos.” No es de extraƱar, que habiendo oĆ­do hablar de Ć©l, Alejandro quisiera conocerle. Cuando lo encontrĆ³ estaba tumbado al sol y absorto en sus pensamientos, segĆŗn las crĆ³nicas de Plutarco. 

-Soy Alejandro-, le dijo. 
-Y yo DiĆ³genes, el perro- le contestĆ³. 
-¿Por quĆ© te llaman DiĆ³genes el perro? 
-Porque alabo a los que me dan, ladro a los que no me dan y a los malos les muerdo. 

La escolta de Alejandro y los curiosos que se habĆ­an congregado alrededor murmuraban y reĆ­an. A continuaciĆ³n, y en vista de que DiĆ³genes vivĆ­a en la mĆ”s absoluta pobreza, Alejandro quiso ser generoso con el filĆ³sofo. 

-¿En quĆ© puedo ayudarte? PĆ­deme lo que quieras. 

A lo que DiĆ³genes le respondiĆ³: 

-PodrĆ­as apartarte, me tapas el sol. 

Aquello causĆ³ tanto asombro, que los curiosos temieron la ira de Alejandro ante tal impertinencia. Pero Alejandro no reaccionĆ³ y continuĆ³ la conversaciĆ³n con normalidad. 

-¿No me temes? 

DiĆ³genes contestĆ³ con otra pregunta: 

-¿Te consideras un buen o un mal hombre? 
-Soy un hombre bueno-, contestĆ³ Alejandro. 
-Entonces... ¿por quĆ© habrĆ­a de temerte? 

MĆ”s asombro, mĆ”s murmuraciones entre sus hombres y entre los curiosos. ¿QuĆ© tenia Alejandro que decir a esto? Todos salieron de dudas cuando, dirigiĆ©ndose a los presentes, sentenciĆ³: 

-Si no fuera Alejandro, me gustarĆ­a ser DiĆ³genes. 

No fue el Ćŗnico encuentro entre Alejandro y el filĆ³sofo; por lo que cuenta DiĆ³n de Prusa, tuvieron ocasiĆ³n de hablar mĆ”s pausadamente, cuya conversaciĆ³n influyĆ³ profundamente en la forma de pensar del rey macedonio. SegĆŗn DiĆ³n, DiĆ³genes, al saber de los propĆ³sitos de conquista del joven rey, le habrĆ­a dicho lo siguiente: 

“Si conquistas toda Europa pero no beneficias al pueblo de esta regiĆ³n, entonces no eres Ćŗtil. Si conquistas Ɓfrica y Asia enteras pero no beneficias a los pueblos de estas regiones, de nuevo no estĆ”s resultando beneficioso ni Ćŗtil.” 

¿Pudiera ser que Alejandro hubiera aplicado los consejos de DiĆ³genes y fue por eso que quiso beneficiar a los persas haciĆ©ndoles partĆ­cipes de su conquista? Nadie estĆ” seguro de la autenticidad de estas crĆ³nicas, pero lo cierto es que, las enseƱanzas de DiĆ³genes y AristĆ³teles eran muy diferentes. Tan diferentes como los filĆ³sofos que acompaƱaban a Alejandro a travĆ©s de Asia en el momento en que se descubre una nueva conjura para asesinarlo. 

CalĆ­stenes era sobrino segundo de AristĆ³teles y se alistĆ³ a la gran aventura de Alejandro por recomendaciĆ³n de su tĆ­o, con la finalidad de ir escribiendo todos los acontecimientos que el rey estaba por protagonizar. Anaxarco habĆ­a sido pupilo de otro DiĆ³genes, el de Esmirna, y tambiĆ©n lo fue de Metrodoro de Quios. ConocĆ­a a Alejandro y tambiĆ©n decidiĆ³ embarcarse con el a la conquista de Asia. DebĆ­an tener cierta amistad y le hablaba siempre con franqueza, quizĆ”s con demasiado peloteo, a veces, cosa que le criticaba CalĆ­stenes, pues, mientras Anaxarco ponderaba sus hazaƱas y no tenĆ­a reparos en compararlas con las hazaƱas de los dioses, CalĆ­stenes era mĆ”s comedido, haciĆ©ndole ver que solo era un hombre que debĆ­a tener los pies en el suelo. Y sobre todo, le recordaba que era griego y debĆ­a seguir comportĆ”ndose como tal, allĆ” donde estuviera. 

Nadie estĆ” seguro de si CalĆ­stenes estuvo implicado en la nueva conjura, pero hay quien cree que la proskynesis fue la gota que colmĆ³ el vaso, y al ver el malestar de los macedonios fue Ć©l quien los incitĆ³ a asesinar a Alejandro. CalĆ­stenes fue detenido y no se sabe con seguridad si fue ejecutado o solo encarcelado, pero cuando allĆ” en Macedonia, a AristĆ³teles le llegĆ³ la noticia de lo sucedido a su sobrino, se dio a la fuga por si a alguien le diera por pensar que Ć©l podĆ­a estar implicado en la conjura, o simplemente porque era habitual en la Ć©poca extender las ejecuciones a los familiares de los sentenciados a muerte.


Hidaspes,la Ćŗltima gran batalla de Alejandro

El ejĆ©rcito macedonio seguĆ­a su marcha siguiendo la orilla del rĆ­o Indo. HabĆ­an llegado a la frontera mĆ”s oriental del imperio. Se encontraban en la actual PakistĆ”n, cuando recibieron la visita de Taxila para pedir ayuda contra el rey Poro, gobernante de un territorio al este del Hidaspes. A Alejandro le entusiasmĆ³ la idea de adentrarse en la India a conquistar nuevos territorios y aceptĆ³. El mundo era mĆ”s grande aĆŗn de lo que le habĆ­a contado AristĆ³teles y Ć©l querĆ­a llegar hasta el final. Era el verano de 327 estando cerca de la actĆŗal Kabul cuando emprendieron la marcha. Eran aproximadamente 40.000 hombres. Alejandro dividiĆ³ el ejĆ©rcito en dos. HefestiĆ³n cruzarĆ­a el paso de Khiber y Ć©l avanzarĆ­a por otra ruta mĆ”s al norte. Casi un aƱo mĆ”s tarde, para la primavera del 326, Alejandro y HefestiĆ³n volvieron a juntarse. Sorprende hoy dĆ­a que se hable de estas divisiones que van por rutas diferentes y vuelven a juntarse despuĆ©s de cientos de kilĆ³metro, a veces miles, cuando ni siquiera existĆ­an las brĆŗjulas ni mĆ”s tipo de comunicaciones que mensajeros a caballo. Para llevar a cabo semejantes aventuras no cabe otra explicaciĆ³n que proveerse de los mejores guĆ­as locales que conocieran a la perfecciĆ³n el territorio. 

Cuentan que el rey Poro era el general mĆ”s capaz y valiente al que Alejandro se habĆ­a enfrentado jamĆ”s. Su ejĆ©rcito se componĆ­a de 30.000 infantes y 40.000 jinetes, ademĆ”s de contar con 200 elefantes. Poro les esperaba al otro lado del rĆ­o Hidaspes, donde habĆ­an construido un fuerte. Los elefantes eran perfectamente visibles; era lo que Poro querĆ­a, para que los hombres de Alejandro se sintieran intimidados. Alejandro sabĆ­a que no era buena idea cruzar el rĆ­o en ese momento, y aĆŗn asĆ­ ordenĆ³ que hicieran intentos en diferentes puntos, a la vista de Poro. Y mientras los hombres de Poro permanecĆ­an entretenidos rechazando los intentos de cruce, Alejandro se habĆ­a llevado a 5000 jinetes y 6000 infantes rĆ­o arriba. Cuando Poro se dio cuenta del engaƱo, los macedonios ya habĆ­an cruzado el rĆ­o. 

Poro enviĆ³ fuerzas al encuentro de Alejandro, pero los macedonios acabaron rĆ”pidamente con ellos y siguieron avanzando. Dejando una paqueƱa guarniciĆ³n en el fuerte, Poro reuniĆ³ la mayor parte de su ejĆ©rcito y se encaminĆ³ a hacer frente a Alejandro. Los elefantes suponĆ­an el mayor escollo, los caballos se asustaban nada mĆ”s verlos, por lo que, Alejandro no podĆ­a arriesgarse a ordenar un ataque frontal. DebĆ­a ser la infanterĆ­a la encargada de derribar a los que conducĆ­an los elefantes. Pero si ordenaba cargar a la infanterĆ­a, la caballerĆ­a india acabarĆ­a con ellos. Alejandro enviĆ³ a sus arqueros a fustigar el ala derecha de Poro, y Ć©ste entonces enviĆ³ a su caballerĆ­a a ayudarles, era lo que Alejandro esperaba para atacar por el centro con la infanterĆ­a mientras Ć©l acudĆ­a con sus jinetes a enfrentarse a los de Poro. El rey indio desplazĆ³ sus elefantes hacia su izquierda dejando el centro descubierto. Era otro de los movimientos previstos por Alejandro, que aprovechĆ³ la ocasiĆ³n para entrar por ahĆ­ y provocar el descontrol total sobre los indios. SegĆŗn cuenta arriano, la infanterĆ­a india se replegĆ³ contra los elefantes “como si fueran un muro amigo en el que refugiarse”. Los arqueros de Alejandro fueron derribando uno a uno a los conductores de elefantes, que al verse sin nadie que los guiara salieron huyendo. Libre de estos animales, los macedonios cruzaron el campo de batalla arrollando a los indios y obteniendo una victoria total. 

La batalla, aquĆ­ contada en breves lĆ­neas, durĆ³ ocho horas y Poro perdiĆ³ unos doce mil hombres, mientras Alejandro perdiĆ³ solo un millar. QuizĆ”s, lo mĆ”s doloroso para Alejandro fue que su caballo BucĆ©falo, tan querido por Ć©l, muriĆ³ durante esta batalla. EstĆ©n o no manipuladas las cifras, Alejandro obtuvo una gran victoria en los remotos confines de la India, donde el rey Poro resultĆ³ herido. La batalla habĆ­a sido, posiblemente la mĆ”s dura librada por Alejandro, encontrando una resistencia sin igual. Poro seguĆ­a aguantando, herido, sin querer rendirse, arrojando lanzas desde encima de su elefante, hasta que la pĆ©rdida de sangre lo debilitĆ³ y cayĆ³ al suelo. Alejandro cabalgĆ³ hasta Ć©l, y a travĆ©s de un intĆ©rprete le pregunto cĆ³mo esperaba ser tratado. Poro, haciendo un gran esfuerzo, se levantĆ³. Era un tipo de una gran estatura, y le contestĆ³ que esperaba ser tratado como un rey. Alejandro, admirado por su coraje y valentĆ­a, lo convirtiĆ³ en aliado y amigo. AdemĆ”s, para disgusto de los soldados macedonios, prohibiĆ³ que el reino de Poro fuera saqueado. 

A sus hombres no les hizo gracia la decisiĆ³n de Alejandro. ¿QuĆ© le pasaba? ¿Se habĆ­a vuelto su rey un “alipollao” que dejaba a sus enemigos en el poder despuĆ©s de vencerlos y ademĆ”s renunciaba a su derecho al saqueo y hacerse con los ricos botines del lugar? Pero a Alejandro parecĆ­a ya no estar interesado en aumentar sus tesoros arrasando aldeas. Su interĆ©s se centraba mĆ”s en llegar hasta el fin del mundo, dejando tras de sĆ­ aliados que no fueran para Ć©l un peligro al volver. Si es que alguna vez decidĆ­a dar la vuelta. 


Las ciudades de Alejandro 

Cada ciudad que Alejandro fundaba era nombraba como AlejandrĆ­a. Otras, ya existentes, tambiĆ©n eran renombradas con el mismo nombre. A la AlejandrĆ­a egĆ­pcia habrĆ­a que aƱadir AlejandĆ­a de Cilicia (Actual Alejandreta) en TurquĆ­a, AlejandrĆ­a de Aracosia, AlejandrĆ­a de Aria y AlejandrĆ­a de Bactriana en AfganistĆ”n, AlejandrĆ­a de Carmania en IrĆ”n, AlejandrĆ­a de Margiana en TurkmenistĆ”n, y muchas mĆ”s. AlejandrĆ­a de BucĆ©fala fue fundada en honor a su caballo, cerca de donde fue enterrado. BucĆ©falo tenĆ­a ya al menos 30 aƱos, casi la misma edad que Alejandro. Nadie estĆ” seguro de las causas de su muerte. Pudo ser por las heridas causadas durante la batalla o por cansancio, debido a la edad. 

Estas ciudades no perdurarĆ­an en el tiempo debido a que los hombres de Alejandro acabarĆ­an abandonĆ”ndolas. La India era un lugar demasiado lejano, estaban completamente incomunicados con el resto del imperio. AparecĆ­an tribus hostiles por todas partes y el clima tropical era asfixiante. Durante sesenta dĆ­as, segĆŗn Diodoro, caminaron bajo una incesante lluvia. Aparecieron las fiebres y las enfermedades extraƱas. Las ropas se convirtieron en harapos y las armaduras se oxidaron. Y al final del verano cuando llegaron al rĆ­o Hifasis, actual rĆ­o Beas, cuyas aguas bajaban del Himalaya. Las lluvias cesaron y el cielo se aclarĆ³ para dejar ante su vista la impresionante silueta de los picos del Himalaya, cubiertos de nieve y brillando bajo el sol.

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