TraiciĆ³n al Gran Rey
A la maƱana siguiente es reunido el ejĆ©rcito en asamblea. Nadie sabĆa nada, ni por quĆ© les hacĆan comparecer. Alejandro aparece ante ellos y les pone al tanto de lo ocurrido. Siguiendo la costumbre macedĆ³nica, el ejĆ©rcito debĆa ser quien juzgara los hechos. NicĆ³maco, Cebalino y MetrĆ³n declaran como testigos. Se hace traer el cadĆ”ver de Dimnos y se dan los nombres de los cabecillas. Alejandro saliĆ³ entonces a dar un discurso en el que saldrĆan a relucir cosas que siempre habĆa callado, pues siempre se habĆa negado a darles la importancia que otros le daban, pero que, despuĆ©s de los Ćŗltimos acontecimientos, las veĆa mĆ”s claras. Primeramente, informa a los asistentes sobre el hecho de que Filotas estaba al tanto de la conjura desde hacĆa dos dĆas y no se lo habĆa comunicado a nadie. Luego, sacĆ³ una carta, seguramente encontrada durante el registro de la casa donde se alojaba Filotas, que ParmeniĆ³n le habĆa dirigido a sus hijos. DecĆa lo siguiente: “Velad primero por vosotros, luego por los vuestros y alcanzaremos lo que nos proponemos.”
Alejandro y sus hombres pasaron el invierno del aƱo 331 al 330 en PersĆ©polis. Llegada la primavera salieron de nuevo en busca de DarĆo, del cual tenĆan noticias de que habĆa ido a refugiarse a Ecbatana, donde pretendĆa reclutar un nuevo ejĆ©rcito para enfrentarse, una vez mĆ”s, a Alejandro. Al llegar los macedonios a Ecbatana DarĆo habĆa partido ya hacia la provincia Bactria, sin duda avisado de que Alejandro estaba cerca. No se sabe con seguridad los miles de hombres con que contaba DarĆo, pero se dice que estaba muy confiado en que su suerte estaba a punto de cambiar. Estaba rodeado, segĆŗn Ć©l, por los prĆncipes persas de mĆ”s confianza, entre los que se encontraban su hermano Oxatres y un pariente muy cercano llamado Bessos. Pero en lo que mĆ”s confiaba DarĆo era en sus embajadores enviados a Esparta y Atenas. TenĆan la misiĆ³n de averiguar el impacto causado por los Ć©xitos obtenidos por Alejandro y conspirar junto a los partidarios de abandonar la liga corintia. Muchos ya se habĆan alineado con Esparta, por lo que, si una nueva rebeliĆ³n estallaba en el HĆ©lade, Alejandro se verĆa obligado a regresar. El caso es que, no era la primera vez que DarĆo intentaba que en la HĆ©lade se conspirara contra Alejandro para obligarlo a abandonar Asia, pero cada vez que el macedonio conseguĆa una victoria sobre Ć©l o conquistaba una nueva ciudad persa, en Grecia nadie se atrevĆa a levantar la voz contra Alejandro, por temor a que apareciera, por arte de brujerĆa, delante de ellos, les diera a todos por culo y volviera a Asia tan pancho.
De momento, a DarĆo no le quedaba otra que seguir huyendo y procurar no ser cazado. En su camino hacia la Bactria, apenas le sacaba unos 30 kilĆ³metros de ventaja a las tropas macedonias, que le perseguĆan a toda velocidad. Se dio cuenta que al final le darĆan caza y decidiĆ³ aminorar la marcha para, en caso de enfrentamiento, sus tropas no estuvieran tan cansadas. DarĆo reuniĆ³ entonces a sus hombres de confianza y les comunicĆ³ la intenciĆ³n de esperar a los macedonios y enfrentarse a ellos. La cagalera que aquello produjo entre sus leales prĆncipes no se la habĆa imaginado el hasta entonces Gran Rey. Pocos fueron los que estuvieron de acuerdo, solo los que de verdad estaban dispuestos a dar la vida por su rey, pues todos sabĆan que el enfrentamiento les llevarĆa al desastre total. Entonces, un tal Nabarzanes, quiso pronunciarse: las circunstancias –dijo- no eran las mĆ”s propicias para un enfrentamiento. Lo mĆ”s sensato era seguir hacia el este, donde podrĆan reclutar las tropas suficientes que garantizasen una victoria sobre los macedonios. El problema era, que los pueblos del este ya no tenĆan confianza en su rey. Lo mĆ”s conveniente serĆa, pues, que cediera la tiara a alguien en el que aquella gente todavĆa confiara, (solo hasta que la situaciĆ³n estuviera de nuevo dominada) y ese no era otro que su pariente Bessos. Las palabras cayeron como una bomba entre los presentes. La reaccĆon de Dario fue sacar un puƱal y dirigirse hacia Nabarzanes con intenciĆ³n de rebanarle el cuello, pero este saliĆ³ echando leches y desapareciĆ³ de su vista.
DetrĆ”s de Nabarzanes saliĆ³ Bessos, por lo que, DarĆo se dio cuenta de inmediato que aquel discurso no habĆa sido improvisado, sino detenidamente meditado; habĆa una conjura contra Ć©l. Nabarzanes y Bessos disponĆan de la mayor parte de las tropas. Conscientes de ello, los que permanecĆan fieles a DarĆo le exhortaron para que no perdiera la calma. El rey les enviĆ³ entonces un mensaje en el cual les hacĆa saber que estaba de acuerdo en seguir hacia el este y que perdonaba tanto las palabras de Nabarzanes como la actitud de Bessos. El perdĆ³n les vino que ni pintado, pues ambos, a pesar de que tenĆan ya hechos sus planes, no habĆan logrado convencer a sus huestes de separarse de los fieles al rey por miedo a ser acusados de traiciĆ³n, por lo tanto, Nabarzanes y Bessos volvĆan, aparentemente, a ser fieles a DarĆo.
Al dĆa siguiente se reanudĆ³ la marcha en silencio. La traiciĆ³n se palpaba en el aire y el jefe de los mercenarios griegos se acercĆ³ a DarĆo para pedirle que, si querĆa seguir con vida, se encomendara a su protecciĆ³n. DarĆo, que habĆa confiado siempre en su guardia griega, asĆ lo hizo. Aun asĆ, aquella noche, Nabarzanes, Bessso y su gente, asaltaron la tienda de DarĆo mientras todos dormĆan y el rey fue atado, amordazado y secuestrado. Cuando la voz de lo sucedido se corriĆ³ por el campamento, DarĆo y sus secuestradores ya estaban muy lejos de allĆ.
DespuĆ©s de conceder a sus tropas un descanso, Alejandro reanudĆ³ la marcha y cruzaron las Puertas Caspias, un desfiladero que cruza las montaƱas al sureste del mar Caspio, casi en la frontera con Rusia. Desde aquel momento, el desfiladero se harĆa famoso y a menudo se le confundirĆa con unas murallas, segĆŗn la leyenda contruĆdas por Ć©l, y llamadas las Puertas de Alejandro. Lo cierto es que, a su paso, Alejandro no encontrĆ³ ninguna barrera ni se detuvo a construirla. Mientras tanto, con los macedonios pisĆ”ndoles los talones, pocos fueron los “leales prĆncipes persas” que abogaron por correr en ayuda de DarĆo, por el que ya no podĆan hacer nada, asĆ que decidieron ponerse a salvo huyendo hacia las montaƱas del norte. Otros, sin embargo, pensaban que lo mejor era salir al encuentro de los macedonios y unirse a sus tropas. Fueron estos los que informaron a Alejandro de lo sucedido despuĆ©s de rendirse a Ć©l. Alejandro saliĆ³ en persecuciĆ³n de raptores de DarĆo dejando la mayor parte de las tropas al mando del general CrĆ”tero. DespuĆ©s de dos dĆas de marcha llegaron a Thara, donde encontraron a Melon, el intĆ©rprete de Dario, que habĆa quedado allĆ enfermo, sin poder continuar al lado de su rey. Por Ć©l fueron informados de que Bessos habĆa sido reconocido rey por los bactrianos y los persas y de que su plan era retirarse a las provincias orientales y ofrecer a DarĆo a cambio de que Alejandro le reconociera la posesiĆ³n e independencia de aquellas provincias. En caso de ser rechazada su oferta, Bessos estaba dispuesto a ofrecer resistencia.
Siguiendo su marcha llegaron a una aldea, en la cual pudieron saber que la caravana de Bessos habĆa acampado allĆ la noche anterior, por lo que, no podĆan andar muy lejos. La siguiente pregunta que hizo Alejandro fue, si no habĆa un atajo por el que dar alcance a los fugitivos. La respuesta fue sĆ, pero muy peligroso y ningĆŗn rĆo o fuente para poder repostar agua. La decisiĆ³n fue rĆ”pida. CogerĆan el camino mĆ”s corto por penoso que Ć©ste fuera. EscogiĆ³ 500 de los mejores caballos y a 500 de los mejores y mĆ”s bravos jinetes y se pusieron en marcha a la caĆda de la tarde para cabalgar toda la noche. El resto continuarĆa por el camino mĆ”s largo.
Este tipo de impulsos, mezcla de pasiĆ³n, valentĆa y cĆ³lera, fue lo que llevĆ³ a Alejandro a conseguir mĆ”s de lo que Ć©l mismo hubiese podido esperar. Muchos se habĆan dejado la vida debido a estos impulsos salvajes, propios de un dĆ©spota implacable, y mĆ”s de un reproche habrĆa recibido de sus mĆ”s valientes hombres, de no ser por que Ć©l mismo compartĆa con ellos el esfuerzo y la fatiga poniĆ©ndose siempre a la cabeza. Cuentan que durante aquella larga persecuciĆ³n, que duraba ya muchos kilĆ³metros y muchos dĆas, le acercaron agua, de la poca que quedaba. Cuando fue a beber vio cĆ³mo los demĆ”s, que tambiĆ©n estaban sedientos, le miraban, pero noo habĆa agua para todos. Entonces apartĆ³ el agua y dijo: “si solo bebiese yo, mis hombres se sentirĆan abatidos”. Al ver el gesto de su rey, los macedonios gritaron: “¡LlĆ©vanos donde quieras, no estamos cansados, no tenemos sed, eres nuestro rey y somos inmortales!”
Al despuntar el alba pudieron ver la caravana de Bessos. No sabemos cuĆ”ntos eran, pero sĆ que iban dispersos y posiblemente muy cansados. No menos cansados estaban los 500 jinetes de Alejandro, que habĆan hecho un esfuerzo sobrehumano por alcanzarlos durante toda la noche. De hecho, muchos no tuvieron fuerzas suficientes para lanzarse contra la caravana cuando Alejandro dio la orden de ataque y cayeron exhaustos al intentarlo. El resto siguiĆ³ a Alejandro, que se lanzaron por sorpresa sembrando el terror y el desconcierto. A un primer intento de resistencia le siguiĆ³ la desbandada general, huyendo despavoridos. Alejandro estaba ya muy cerca del carro donde viajaba DarĆo atado de pies y manos. Paradojas de la vida, esta vez no intentaba llegar hasta Ć©l para matarlo, sino para salvarlo. No lo consiguiĆ³. Bessos y sus compinches le habĆan atravesado con sus espadas antes de salir huyendo.
DarĆo III no muriĆ³ a manos de quien vino a apoderarse de su imperio y de su propia familia, quien lo venciĆ³ por dos veces en ambas sangrientas batallas y le hizo perder la confianza de su pueblo. HabĆa muerto como un fugitivo a mano de unos vulgares traidores. Ćnicamente se llevĆ³ la gloria de no haber comprado su vida a cambio de ceder su corona a unos criminales. MuriĆ³ como un rey, y asĆ lo reconociĆ³ el propio Alejandro, que al encontrarlo lo cubriĆ³ con su capa color pĆŗrpura y enviĆ³ el cadĆ”ver a PersĆ©polis, donde se le dio sepultura con todos los honores.
Los hombres de Alejandro estaban cansados, por lo que, no tenĆan mĆ”s remedio que dejar escapar, de momento, a los asesinos de DarĆo. AdemĆ”s, todo el ejĆ©rcito y el bagaje de Alejandro estaba disperso y debĆan hacer un alto para reunirse de nuevo. Mientras tanto, fueron acudiendo a Alejandro muchos de los sĆ”trapas y prĆncipes que, o bien habĆan sido fieles a DarĆo, o se habĆan arrepentido de haberlo traicionado. Entre ellos el bravo Ariobarzanes, el defensor de las Puertas de Persia. Todos fueron perdonados, aunque solo los que se mantuvieron hasta el final fieles a DarĆo se ganaron la confianza de Alejandro y fueron confirmados de nuevo como sĆ”trapas en sus respectivos territorios.
En cuanto hubieron descansado lo suficiente marcharon hacia Bactra, donde se habĆa retirado Bessos con los suyos. Al llegar a la ciudad de Susia les saliĆ³ al paso SatibĆ”rzanes, el sĆ”trapa de la provincia Aria, para someterse a Alejandro e informarle del paradero de Bessos. Alejandro confirmĆ³ en su puesto a SatibĆ”rzanes, dejĆ³ algunas tropas de vigilancia y continuĆ³ su marcha, pero poco despuĆ©s le alcanzĆ³ un mensajero informĆ”ndole de que SatibĆ”rzanes le habĆa traicionado y habĆa matado a todos los que habĆa dejado en el puesto de vigilancia. El sĆ”trapa de Aria se habĆa puesto de acuerdo con Bessos y otros sĆ”trapas para tenderle una trampa. Seguir adelante era una temeridad y Alejandro dio media vuelta y se llevĆ³ consigo a la mitad del ejĆ©rcito, dejando la otra mitad al mando de CrĆ”tero. SatibĆ”rzanes, que no se esperaba la rĆ”pida vuelta de Alejandro huyĆ³ despavorido con sus hombres a refugiarse en las montaƱas. Alejandro los persiguiĆ³ y dio muerte a gran nĆŗmero de ellos. Otros muchos fueron hechos prisioneros y vendidos mĆ”s tarde como esclavos.
En cuanto las tropas de Alejandro y de CrĆ”tero se reunieron de nuevo tomaron rumbo sur, con la intenciĆ³n de someter a todos aquellos territorios antes de internarse por la provincia bactriana, evitando asĆ el peligro de insurrecciones como la ocurrida en la Aria. De camino fundarĆa alguna que otra ciudad, todas llamadas AlejandrĆas. Todo esto en los Ćŗltimos meses del aƱo 330, hasta llegar a los confines de las faldas del CĆ”ucaso Ćndico. Durante estos viajes y entre una aventura y otra, ocurrieron cosas que no estĆ”n suficientemente documentadas o incluso pasan por leyendas. Algunas son bastante curiosas como la vez que le robaron el caballo a Alejandro. Ya hemos visto cĆ³mo llegĆ³ a hasta Ć©l y lo encariƱado que estaba con el animal, asĆ que no nos puede extraƱar que montara en cĆ³lera y etuviera dispuesto a hacer locuras por recuperarlo. Fueron los mardos quienes lo robaron; Alejandro pareciĆ³ enloquecer y ordenĆ³ talar los bosques y lanzar un aviso por todo el territorio amenazando con aniqular a toda la poblaciĆ³n si el caballo no aparecĆa. Los mardos se aterrorizaron y le devolvieron a BucĆ©falo acompaƱado de abundantes regalos. Pero hay otra leyenda mĆ”s desconcertante aĆŗn.
Durante su estancia en Hicarnia Alejandro habrĆa recibido la visita de Talestris, la reina de las Amazonas, y permaneciĆ³ con Ć©l trece dĆas con el objeto de engendrar un hijo con Ć©l. Algunos autores dieron por buenos estos relatos, otros sin embargo, creen que este relato se funde con otro, donde Alejandro, en una carta dirigida a AntĆpatro, le cuenta que un rey excita le entregĆ³ a su hija para que la hiciera su esposa. A este relato se le irĆa dando colorido hasta convertir a la princesa excita en la reina de las Amazonas. Pero nadie estĆ” seguro de quĆ© es leyenda y quĆ© es realidad. Lo que sĆ parece cierto, es que Alejandro llevaba un ritmo de vida desenfrenado.
Este desenfrenado ritmo estaba haciendo mella entre el ejĆ©rcito macedĆ³nico. Asia era inmensa, parecĆa no tener fin. Su conquista no se acababa nunca y Alejandro no estaba dispuesto a parar hasta llegar al Ćŗltimo rincĆ³n de cada montana, de cada valle. Su rey era todo energĆa, no desfallecĆa, realmente parecĆa ser un dios, y por eso lo seguĆan. Pero todo tiene un lĆmite, ellos no eran dioses, y aunque seguĆan adorĆ”ndolo, muchos ya no se sentĆan con las mismas energĆas que el dĆa que salieron con Ć©l de Pela. Muchos aƱoraban su tierra natal, sus familias, sus esposas e hijos, sus madres. No tenĆan ganas de seguir atravesando desfiladeros y rĆos, de seguir jugĆ”ndose la vida en cada batalla. HabĆan encontrado tesoros suficientes para hacerse ricos todos ellos; mĆ”s de lo que habĆan imaginado. No necesitaban mĆ”s. QuerĆan volver. Sin embargo, Alejandro no querĆa dejar ningĆŗn cabo suelto; no querĆa dejar inacabada su obra.
No habĆa venido a Asia para expoliar sus tierras, destruir sus ciudades y llevarse sus tesoros. Alejandro habĆa venido a conquistar un imperio y sostenerlo en pie; hacerlo incluso mĆ”s grande. Y era esto lo que los macedonios no acababan de entender. No veĆan con buenos ojos que su rey se vistiera con ropajes a la usanza oriental, ropajes que los macedonios consideraban afeminados, o que ensillara los caballos con arneses persas; que reuniese en torno suyo a los grandes prĆncipes, los colmase de honores, los honrara con distinciones o les confiara misiones importantes a la vez que los nombraba sĆ”trapas de esta o aquella otra provincia. Muchos de sus hombres de confianza comenzaban a verse humillados y traicionados. ¿Era a esto a lo que habĆan venido a Asia? ¿A regalarles el fruto de sus victorias a los vencidos? ¿Por quĆ© Alejandro elevaba a los persas al mismo rango que los macedonios?
El caso es que, muchos de los autores antiguos tampoco acababan de entender por quĆ© Alejandro llegĆ³ a “orientalizarse” y lo ponen de vuelta y media. Diodoro dice que «empezĆ³ a imitar el lujo persa y las extravagancias de los reyes de Asia». Curcio es mĆ”s crĆtico aĆŗn y dice que: «dio rienda pĆŗblicamente a todas sus pasiones, y la continencia y moderaciĆ³n, bienes sobresalientes en la mĆ”s elevada fortuna de cada cual, se convirtiĆ³ en soberbia e impudicia.» Diodoro tambiĆ©n cuenta que llegĆ³ a tener un harĆ©n con tantas mujeres como dĆas tiene el aƱo, tal como tenĆan los reyes persas, aunque viendo la desaprobaciĆ³n de sus hombres, pronto se deshizo de Ć©l. Acostumbrados como estaban a que su rey fuera un compaƱero mĆ”s, muy cercano a ellos, con estos nuevos hĆ”bitos quizĆ”s veĆan con desilusiĆ³n cĆ³mo se alejaba de ellos.
Alejandro no ignoraba el malestar de los suyos. Su madre ya le habĆa advertido en repetidas ocasiones que fuera cauteloso y se abstuviera del exceso de confianza para sus mĆ”s allegados, y sobre todo con los provenientes de la antigua nobleza macedonia. Alejandro sabĆa que, incluso entre aquellos mĆ”s cercanos que le mostraban apoyo, los habĆa que seguĆan sus pasos con recelo. ParmeniĆ³n, por ejemplo, lo censuraba a menudo, pero el viejo general era, en el fondo, un buen consejero. Su hijo Filotas, sin embargo, se tomaba demasiadas confianzas a la hora de hacer sus crĆticas, sin embargo, no se lo tenĆa nunca en cuenta, debido, en parte, al cariƱo que le tenĆa a su padre y a que era un gran guerrero, no en vano Filotas era uno de sus mejores comandantes en la caballerĆa de los Hetairoi (CompaƱeros). Le dolĆa mucho mĆ”s que CrĆ”tero, al que apreciaba y tenĆa en alta estima, no estuviera casi nunca de acuerdo con Ć©l. Los Ćŗnicos que parecĆan entenderle eran su gran amigo HefestiĆ³n y pocos mĆ”s. Solo ellos sabĆan, como Ć©l, que para que aquella obra se mantuviera en pie, el vencido no debĆa ser humillado, sino hacerlo partĆcipe de ella, de lo contrario se derrumbarĆa irremediablemente.
Entre el cansancio, el deseo de volver a casa y el descontento por ver cĆ³mo los persas pasaban a tener los mismos privilegios que ellos, comenzĆ³ a haber una brecha entre los generales macedonios, visible cada vez mĆ”s en los consejos de guerra, donde se hicieron habituales las explosiones de cĆ³lera, irritaciones y discusiones estĆ©riles. Fue el caldo de cultivo perfecto para ir alimentando una conjura contra el rey.
ConspiraciĆ³n contra Alejandro
Alejandro pasĆ³ el otoƱo del 330 en Frada, la capital de la satrapĆa Drangiana. Nicanor, hijo de ParmeniĆ³n, hermano de Filotas, habĆa muerto hacĆa poco debido a una enfermedad; su muerte habĆa sido dolorosa para sus familiares, pero tambiĆ©n para Alejandro. Se acababan de reunir las tropas de CrĆ”tero, de Filotas y otros generales que andaban dispersos. ParmeniĆ³n se habĆa quedado en la Media custodiando los caminos que conducĆan al HĆ©lade y los tesoros acumulados hasta el momento. No se reunirĆa con Alejandro hasta la prĆ³xima primavera. HabĆa un gran movimiento de tropas en torno a la ciudad.
El ejĆ©rcito de Alejandro se calcula en unos 40.000 efectivos, aunque no se sabe con seguridad cuĆ”ntos de ellos eran aptos para el combate en aquellos momentos. Estos efectivos aumentaban dependiendo de los mercenarios que se iban incorporando allĆ” por donde pasaban, o con tropas de refresco llegadas desde Grecia, o disminuĆan por los contingentes que quedaban en algunas plazas conquistadas para garantizar su seguridad. Su composiciĆ³n era la siguiente:
- Hipaspistas (InfanterĆa ligera y semipesada)
- Falange (InfanterĆa pesada)
- Hetairoi o CompaƱeros (CaballerĆa pesada y ligera, comandada por los hombres de confianza, con Alejandro al frente).
- CaballerĆa ligera.
- CaballerĆa aliada.
- Arqueros y lanzadores de jabalina.
Con ellos viajaban todo tipo de bagaje y maquinaria de guerra, que a veces tomaban caminos diferentes para su facilidad de transporte. Alimentos y agua, cocineros, tiendas de campaƱa, carpinteros, constructores de puentes, mĆ©dicos, sacerdotes, adivinos, prostitutas, esposas y hasta hijos de soldados. Una gran caravana que se habĆa movido ya por casi toda Asia. Casi con seguridad podrĆamos afirmar que los mĆ”s ansiosos por volver a sus casas eran esas esposas y esos niƱos, que ya tenĆan asegurado un futuro con lo que sus padres habĆan obtenido en los enormes botines que Alejandro repartĆa.
Y entre todo este ajetreo de ir y venir de tropas, de pronto, es descubierta una conspiraciĆ³n contra Alejandro. Arriano, Diodoro, Curcio y Plutarco nos cuentan cada uno su versiĆ³n de los hechos, y en ellos estĆ” basada la siguiente narraciĆ³n:
A las puertas del palacio de la ciudad de Frada, donde se hospedaba Alejandro aquellos dĆas, esperaba un tal Cebalino intentando contactar con alguien prĆ³ximo al rey. En esto vio llegar a Filotas y se acercĆ³ a Ć©l pidiĆ©ndole ser escuchado, pues lo que tenĆa que contarle era de mĆ”xima importancia y querĆa que alguien se lo transmitiera al rey con urgencia. Filotas le escuchĆ³ y le asegurĆ³ que asĆ lo harĆa. Aquella noche, Cebalino vio de nuevo a Filotas, e interesĆ”ndose por lo que habĆan hablado aquella maƱana le preguntĆ³ si el rey habĆa recibido el mensaje. Pero a pesar de que estuvo en palacio y habĆan tratado algunos asuntos, Filotas no le contĆ³ nada sobre aquel tema, asĆ que, poniendo algunas excusas, le contestĆ³ que lo harĆa al dĆa siguiente, que habĆa tiempo de sobra y no tenĆa por quĆ© preocuparse.
Pero al dĆa siguiente, Filotas sigue callando. Cebalino le pregunta de nuevo, y ante las constantes excusas de Ć©ste, empieza a sospechar que, por alguna razĆ³n que Ć©l desconoce, Filotas no quiere transmitirle el mensaje al rey. Entonces decide actuar por su cuenta y contacta con MetrĆ³n, paje del rey. Cuando Cebalino le cuenta lo que sabe, MetrĆ³n no duda en conducirlo ante la presencia de Alejandro. Una vez ante el rey Cebalino le cuenta que hay una conjura para asesinarlo, le da todos los detalles y los nombres de los implicados y le pide disculpas por no habĆ©rselo podido comunicar antes. ¿CuĆ”nto hace que lo sabes? –le pregunta Alejandro-, y al responderle que hacĆa dos dĆas que tenĆa la informaciĆ³n, Alejandro le amenaza con arrestarlo si no le da una buena explicaciĆ³n de por quĆ© no habĆa ido a contĆ”rselo antes. A Cebalino no le quedĆ³ mĆ”s remedio que contarle que Filotas estaba al tanto desde el primer momento. Alejandro agradece a Cebalino su lealtad y ordena que Dimnos sea arrestado inmediatamente. Cuando Dimnos ve que van a por Ć©l se suicida antes de ser detenido.
Dos dĆas antes, NicĆ³maco, el hermano de Cebalino, llegĆ³ a Ć©l muy alterado y le contĆ³ los motivos de su nerviosismo. Dimnos de Calestra era Ćntimo amigo suyo, se dice que eran amantes y acababa de estar con Ć©l. Dimnos lo habĆa puesto al corriente de lo que se estaba tramando entre algunos altos cargos del ejĆ©rcito macedonio. Ćl mismo, Dimnos, estaba implicado. Todo estaba ya bien planificado y en tres dĆas darĆan muerte a Alejandro. Todo esto se lo habĆa contado a NicĆ³maco con la intenciĆ³n de que se uniera a ellos. Pero NicĆ³maco tuvo pĆ”nico y dijo no querer formar parte de la conjura. Dimnos confiĆ³ en que al menos no contarĆa nada, pero apenas se habĆan despedido saliĆ³ corriendo hasta su hermano a pedirle consejo sobre lo que debĆa hacer. Cebalino tenĆa claro que habĆa que avisar al rey, pues su vida estaba en peligro, Ć©l mismo se encargarĆa de hacerlo, pues vio el estado de nerviosismo en que estaba su hermano y temiĆ³ que cometiera algĆŗn error y alguien descubriera su intenciĆ³n de delatar a los conjurados. QuizĆ”s ya le seguĆan los pasos y lo estaban vigilando.
Tras el suicidio de Dimnos, Alejandro ordenĆ³ que buscaran a Filotas y lo trajeran para pedirle explicaciones. ¿QuĆ© tenĆa que decir al respecto el hijo de ParmeniĆ³n? Pues que creĆa que era una bravuconerĆa de Dimnos y no le dio importancia, y que se sintiĆ³ muy sorprendido por el suicidio del susodicho. En cualquiera caso -dijo-, el rey sabĆa de sobra cuĆ”les eran sus sentimientos de lealtad. Alejandro, sin exteriorizar ninguna duda, le agradece sus explicaciones y le dice que puede retirarse, pidiĆ©ndole que siga sentĆ”ndose a su mesa como siempre lo habĆa hecho antes.
Nada mĆ”s salir Filotas de la estancia, Alejandro convoca en secreto a sus hombres de confianza y fieles amigos como HefestiĆ³n, CrĆ”tero, Coino, Erigio, PĆ©rdicas y Leonato. Nadie se fĆa de Filotas, el rey pide consejos y opiniones. Filotas no tenĆa ninguna posibilidad de salir bien librado, pues sus antecedentes no le favorecĆan en absoluto. Todos los allĆ presentes sabĆan lo arrogante y grosero que era Filotas y a ninguno de ellos le caĆa bien. Ya en Egipto se habĆa mofado de Alejandro por haberse vestido con las ropas del dios AmmĆ³n. MĆ”s tarde, alguien le denunciĆ³ acusĆ”ndolo de estar tramando un complot contra el rey. Alejandro se negĆ³ a creer que tal cosa era cierta, cegado quizĆ” por la estima hacia su padre. Otra de las perlas de las que todos estaban al corriente era que Filotas se jactaba ante su concubina, una tal AntĆgota, de que todas las victorias obtenidas en Asia se habĆan conseguido gracias a su padre y a Ć©l mismo, ridiculizando a Alejandro cuanto podĆa. Y junto a estas, muchas fanfarronadas mĆ”s, que mĆ”s tarde la concubina iba difundiendo entre los amigos de Alejandro que se acostaban con ella, para finalmente llegar hasta los oĆdos del mismo Alejandro.
Nada a lo que hubieran dado demasiada importancia, hasta el momento. Pero todo comenzaba a tener sentido ahora. Alejandro ya habĆa tenido entre sus mejores generales a aquel Alejandro de Lincestia, que quiso atentar contra Ć©l aƱos atrĆ”s. Su madre le habĆa aconsejado que no confiara en Ć©l y no le hizo caso. Ahora, no dejaba de pensar que, Filotas no habĆa sido partidario suyo cuando fue coronado rey. Pero ni siquiera esto, y siempre gracias a la amistad hacia su padre, se lo habĆa tenido en cuenta. El tema no era como para seguir negĆ”ndole importancia, pues todos sabĆan, y mĆ”s que nadie Alejandro, que su padre, Filipo, habĆa sido asesinado como resultado de una conjura que todavĆa no habĆa sido resuelta del todo.
Alejandro pidiĆ³ llevar el asunto con mucha cautela y que a la hora de la comida todos se comportasen con normalidad, pero mĆ”s tarde debĆan reunirse para tomar decisiones. Durante la cena, Filotas se sentĆ³, como de costumbre, a la mesa de Alejandro, junto a los mĆ”s Ćntimos. Todo discurriĆ³ como si no hubiera ocurrido nada, pero llegada la media noche, tal como pidiĆ³ Alejandro, y sin que Filotas supiera nada, se volvieron a reunir. Se refuerza la vigilancia en palacio y en las puertas de la ciudad. AdemĆ”s, todos los implicados en la conjura serĆan detenidos sin llamar la atenciĆ³n. Por Ćŗltimo, se detiene a Filotas y se registra su casa. Fue una noche muy ajetreada.
Juicio a Filotas |
Para Alejandro, aquellas palabras venĆan a corroborar el propĆ³sito de llevar a cabo el mĆ”s infame de los crĆmenes. ParmeniĆ³n, por mucho que le doliera, estaba implicado en la conjura. No le tuvo en cuenta -siguiĆ³ hablando Alejandro-, que despuĆ©s de la muerte de Filipo, Filotas se mostrĆ³ partidario de que fuera coronado Amintas. Estando en Asia, enviado por Filipo para ir preparando la campaƱa, no se le ocurriĆ³ otra cosa que sublevarse al frente de sus tropas cuando supo que el rey fue asesinado. PodrĆa haberlo perseguido y dado muerte -decĆa Alejandro-. Ćl, sin embargo, se lo habĆa dejado pasar, siempre gracias a la lealtad mostrada por ParmeniĆ³n. Como tambiĆ©n dejĆ³ pasar el hecho de que Atalo (yerno de ParmeniĆ³n), los persiguiera a Ć©l (Alejandro) y a su madre Olimpia. Nada de eso fue obstĆ”culo para que Ć©l honrara a esa familia con toda clase de distinciones y pruebas de confianza. En reiteradas ocasiones habĆa podido comprobar su carĆ”cter violento e impulsivo y su insensata soberbia. Su mismo padre lo habĆa tenido que amonestar frecuentemente, ahora entendĆa perfectamente que lo hacĆa por miedo a que la insensatez de su hijo dejara el complot al descubierto antes de tiempo. HacĆa ya mucho tiempo -ahora estaba convencido-, de que esa familia no le servĆa lealmente.
Alejandro llegĆ³ incluso a decir que la batalla de Gaugamela estuvo a punto de perderse por culpa de ParmeniĆ³n. Algo que siempre habĆa pensado y de lo que ahora no dudaba. Esto Ćŗltimo, se intuye que es mĆ”s una rabieta que un hecho demostrable, pues ParmeniĆ³n se empleĆ³ a fondo contra la caballerĆa de DarĆo. El descontento de Alejandro viene porque lo hizo llamar justo cuando emprendĆa la persecuciĆ³n del rey persa.
Los soldados habĆan escuchado las palabras de Alejandro conmovidos, con muestras de profunda indignaciĆ³n. Sin embargo, cuando vieron cĆ³mo era llevado ante ellos Filotas, con las manos atadas, muchos de ellos no pudieron evitar sentir pena por Ć©l. A continuaciĆ³n toma la palabra Amintas, que lo acusa de haber querido destruir con su plan las esperanzas de todos de volver a Grecia. Luego intervino Coino, cuƱado de Filotas, en tĆ©rminos mĆ”s duros aĆŗn, y dispuesto a emitir sentencia. Pero Alejandro le detuvo, pues antes, el reo tenĆa derecho a defenderse. Y para que el acusado pudiera hablar sin sentirse cohibido, Alejandro se retira.
Filotas niega la veracidad de todas las acusaciones que se han hecho contra Ć©l y les recuerda a todos los servicios prestados por su familia y por Ć©l mismo. Reconoce que silenciĆ³ la denuncia de Cebalino, pero explica que lo hizo convencido de que todo era falso. No querĆa resultar molesto al rey, para que no ocurriera como el dĆa que su padre le advirtiĆ³ contra el brebaje de aquel mĆ©dico que lo curĆ³ de las fiebres sufridas en Tarso.
Los macedonios no le creen y declaran a Filotas y a todos los implicados en la trama culpables de alta traiciĆ³n y los condenan a la pena de muerte. Alejandro suspende el juicio, pues quiere que Filotas confiese su culpabilidad y a ver quĆ© puede averiguar sobre la implicaciĆ³n de su padre en aquel asunto. De nuevo se reĆŗne en secreto con sus hombres de confianza. HefestiĆ³n, CrĆ”tero y Coino aconsejan torturar al reo y todos estĆ”n de acuerdo. Alejandro les pide a los tres que estĆ©n presentes durante la tortura y sean testigos de la confesiĆ³n.
Bajo el suplicio de la tortura, Filotas confiesa que su padre y Ć©l hablaron de atentar contra el rey, pero que no quisieron llevar a cabo ningĆŗn plan mientras DarĆo siguiera vivo, pues de lo contrario, los Ćŗnicos beneficiados hubieran sido los persas. Unos argumentos que tenĆan bastante sentido. Sin embargo, Filotas declara que esta conjura habĆa sido tramada por Ć©l sin el conocimiento de su padre, al cual deja al margen de todo. A la maƱana siguiente, Filotas es llevado ante el ejĆ©rcito y ejecutado; atravesado por las lanzas de sus propios compaƱeros.
¿QuĆ© serĆa ahora de ParmeniĆ³n? El veterano general gozaba de gran prestigio entre sus hombres y en esos momentos se encontraba custodiando los tesoros que se le habĆan confiado. ParmeniĆ³n podĆa convertirse ahora en un gran problema para Alejandro, por lo que, la decisiĆ³n que se tomara respecto a Ć©l, debĆa tomarse con la mayor brevedad posible, antes de que alguien se les adelantara con la noticia de que su hijo habĆa sido ejecutado. El general no estaba implicado en aquella conjura, pero era culpable de llevar aƱos incitando a su hijo a conspirar. PodrĆa enviar a detenerlo, pero nadie podĆa aventurar cuĆ”l serĆa la reacciĆ³n de sus tropas, tan afectas a Ć©l. En tales circunstancias, Alejandro no tenĆa elecciĆ³n. ParmeniĆ³n debĆa morir.
La enorme distancia (mĆ”s de 1000 kilĆ³metros) que separa la capital de Drangiana de Ecbatana, donde se encontraba ParmeniĆ³n, fue recorrida por Polidamas, del cĆrculo de los hetairos, junto a dos Ć”rabes, en solo 12 dĆas a lomos de camellos. Llegaron y encontraron a ParmeniĆ³n en su jardĆn. Le dijeron que traĆan una carta de parte de Alejandro, ParmeniĆ³n, confiado, cogiĆ³ la carta, y mientras se disponĆa a leerla, Polidamas le clavĆ³ la espada en el corazĆ³n. Luego le cortĆ³ la cabeza para llevĆ”rsela a Alejandro y saliĆ³ huyendo antes de que los soldados pudieran encontrarle. Pero ahĆ no acabarĆa todo; en los dĆas siguientes saldrĆan los nombres de algunos traidores mĆ”s, que fueron igualmente ejecutados. Amintas, otro de los mejores generales de Alejandro, tambiĆ©n fue acusado, pero supo exponer una buena defensa y demostrar su lealtad, hasta el punto de que Alejandro siguiĆ³ confiando en Ć©l y le compensĆ³ con honores.
Dos conjuras en una
Y ahora vienen algunas preguntas. ¿De verdad Filotas y ParmeniĆ³n estuvieron implicados en una conjura contra Alejandro? Filotas era un arrogante y no gozaba de mucha popularidad entre sus compaƱeros, eso parece bastante claro. El hecho de no denunciar la conjura ya le delata y hace pensar que estaba implicado, pero, ¿y su padre? Hay quien piensa, con bastante fundamento ademĆ”s, que ParmeniĆ³n siempre habĆa sido un hombre leal, pero que sin embargo no veĆa con buenos ojos el rumbo que habĆa tomado la conquista de Asia. Ćl siempre habĆa intentado aconsejar bien a Alejandro, pero al final hacĆa lo que le venĆa en gana. Hoy nos puede parecer un crimen aberrante el hecho de asesinar a un rey por no manejar bien los asuntos de estado, pero las cosas se arreglaban de esta manera en aquellos tiempos. Y sĆ, parece ser que, si no fue Parmenio el que promoviĆ³ la conjura, estaba al tanto de que su hijo tramaba algo y que Ć©l intentaba retenerlo para que no fuera un insensato y esperara el momento adecuado. Pero todo indica que esta no fue la conjura de Filotas. Paralelamente hubo otra conjura. No se sabe si Filotas lo sabĆa ya o se enterĆ³ en el momento en que fue a contĆ”rselo Cebalino, pero sea como fuere, a Filotas le venĆa bien que otros hicieran el trabajo por Ć©l. Y Alejandro, sin saberlo, aplastĆ³ dos conjuras a la vez. Pero, ¿quiĆ©n promoviĆ³ esta otra conjura?
Hay ademĆ”s otra pregunta: ¿A quiĆ©n pensaban nombrar rey una vez muerto Alejandro? Al hermanastro de Alejandro, Arridaio, nadie lo consideraba como para ser rey, a pesar de que estaba a cargo de un ejĆ©rcito. Impensable se hace tambiĆ©n que a nadie se le hubiera ocurrido sentar en el trono a Filotas, entre otras cosas que ya sabemos, porque esta no era su conjura, y lo mismo podemos decir de ParmeniĆ³n. Pero habĆa un personaje que llevaba tres aƱos encerrado, cuyo suegro no paraba de infiltrar espĆas en Asia y hasta el mismo corazĆ³n del ejĆ©rcito macedonio. El preso era Alejandro, el lincestio, aquel que se puso al servicio de DarĆo y se disponĆa a preparar el asesinato de Alejandro. Ya sabemos quiĆ©n era su suegro, AntĆpatro, el regente de Macedonia, Alejandro mismo lo habĆa dejado ocupando este cargo. Pero, ¿quĆ© habĆa estado haciendo AntĆpatro todo este tiempo? SegĆŗn las cartas enviadas por Olimpia a su hijo, el general se habĆa vuelto desleal y ella se habĆa tenido que exiliar a Ćpiro en el aƱo 331. Aunque no son mĆ”s que teorĆas, no serĆa descabellado pensar que Alejandro el lincestio podrĆa haber sido el elegido para nombrarlo rey una vez hubieran acabado con la vida de Alejandro. De esta manera podrĆan ganarse el apoyo del que en esos momentos era el personaje mĆ”s poderoso de Macedonia, en ausencia de Alejandro. Pero por desgracia, la conjura fue abortada y ahora el lincestio estaba en boca de todos los soldados. Si Filotas habĆa sido condenado a muerte, el lincestio debĆa morir tambiĆ©n. Alejandro no podĆa negarse y no lo hizo, el lincestio fue ejecutado esos dĆas, mientras en la lejanĆa AntĆpatro tomaba buena nota.
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