OtoƱo 333 a.C.
DarĆo partiĆ³ de Babilonia y cruzĆ³ el Ćufrates con un enorme ejĆ©rcito, cuyo nĆŗmero de soldados nunca sabremos, aunque algunos historiadores antiguos como Arriano, Justino, Plutarco o Diodoro hablan de cifras de entre 300.000 y 600.000. Hoy se cree que estas cifras son exageradas y posiblemente fueran bastantes menos. En cualquier caso, eran muchos, demasiados, para los 30.000 o 40.000 macedonios que componĆan el ejĆ©rcito de Alejandro. Cuentan que a DarĆo le acompaƱaba toda su corte y su harĆ©n, sĆ”trapas y prĆncipes persas, tambiĆ©n con sus harenes, eunucos, sirvientes y una interminable caravana de carros lujosamente adornados con todo tipo de bagaje; DarĆo se habĆa llevado consigo hasta su enorme tesoro. La gran masa se detuvo en los vastos llanos de Sojoi, que pronto se llenaron de miles de tiendas; era un lugar esplĆ©ndido para enfrentarse al enemigo, y allĆ lo esperarĆan.
DarĆo partiĆ³ de Babilonia y cruzĆ³ el Ćufrates con un enorme ejĆ©rcito, cuyo nĆŗmero de soldados nunca sabremos, aunque algunos historiadores antiguos como Arriano, Justino, Plutarco o Diodoro hablan de cifras de entre 300.000 y 600.000. Hoy se cree que estas cifras son exageradas y posiblemente fueran bastantes menos. En cualquier caso, eran muchos, demasiados, para los 30.000 o 40.000 macedonios que componĆan el ejĆ©rcito de Alejandro. Cuentan que a DarĆo le acompaƱaba toda su corte y su harĆ©n, sĆ”trapas y prĆncipes persas, tambiĆ©n con sus harenes, eunucos, sirvientes y una interminable caravana de carros lujosamente adornados con todo tipo de bagaje; DarĆo se habĆa llevado consigo hasta su enorme tesoro. La gran masa se detuvo en los vastos llanos de Sojoi, que pronto se llenaron de miles de tiendas; era un lugar esplĆ©ndido para enfrentarse al enemigo, y allĆ lo esperarĆan.
Alejandro, una vez recobrada la salud, se desplazĆ³ hasta Issos. En aquella ciudad quedaron los enfermos y heridos, donde podrĆan recuperarse mejor que en las duras jornadas de marcha. Ya habĆa sido informado del enorme ejĆ©rcito que DarĆo habĆa desplegado y de que estaba acampado en Sojoi, a dos dĆas de marcha, si cruzaban los desfiladeros de los montes Amanos. Inmediatamente convocĆ³ un consejo de guerra con sus generales, donde quedĆ³ decidido que habĆa que ponerse en marcha y atacar a los persas allĆ” donde los encontraran.
Desde Issos, Alejandro tuvo que elegir entre cruzar la montaƱa por los desfiladeros o seguir hacia el sur bordeando la costa. El cruce de la montaƱa quedĆ³ descartado, por ser peligroso y por tratarse de la ruta mĆ”s dura; los soldados llegarĆan muy fatigados para hacer frente al enemigo. Al dĆa siguiente se pusieron en marcha por la franja que hay entre la costa y las montaƱas, rumbo sur. Eran los primeros dĆas de noviembre, y aquella noche, estando acampados cerca de la ciudad de Miriandro, muy cerca ya de territorio sirio, se desatĆ³ una gran tormenta. Al dĆa siguiente, el viento y la lluvia impidieron reanudar la marcha.
Los espĆas de DarĆo no tardaron en comunicarle que los macedonios no andaban muy lejos de allĆ; el rey persa ansiaba el momento de que Alejandro cruzara los desfiladeros y apareciera ante Ć©l. Alrededor suyo tenĆa toda una pompa de aduladores que lo habĆan convencido de que, con su enorme poderĆo, era invencible y harĆa pedazos a Alejandro y sus macedonios. Por si fuera poco, DarĆo habĆa tenido un sueƱo en el que habĆa visto cĆ³mo un enorme incendio devoraba el campamento macedonio. Del campamento saliĆ³ Alejandro a lomos de su caballo, vestido de prĆncipe persa, hasta desaparecer en las sombras. El rey no tenĆa dudas de que aquello era un buen presagio.
Pero los dĆas pasaban y los macedonios no aparecĆan, y su pompa de aduladores le animaban a ponerse en marcha e ir a buscarlos, ya que, seguramente se habĆan acobardado ante el poderĆo del ejĆ©rcito persa. Sin embargo, entre los mercenarios griegos habĆa un macedonio llamado Amintas, que habĆa desertado de las filas de Alejandro, y avisĆ³ a los generales de DarĆo de que aquella demora no era seƱal de cobardĆa y no debĆan confiarse; que no debĆan aventurarse a entrar en aquellos estrechos valles, pues tratĆ”ndose de un ejĆ©rcito tan grande, aquellas amplias llanuras eran el lugar mĆ”s adecuado para presentar batalla. Sus sugerencias fueron objeto de risas y DarĆo desconfiĆ³ de Ć©l, al tratarse de alguien que habĆa traicionado a su propio rey, y a punto estuvo de correr la misma suerte que Arsames cuando le pidiĆ³ entregarle cien mil hombres para enfrentarse a Alejandro.
Todo cuanto no era Ćŗtil para la batalla o pudiera entorpecer la marcha fue enviado a Damasco, incluido el tesoro. DarĆo, hinchado de orgullo y seducido por los aduladores no quiso esperar mĆ”s y ordenĆ³ levantar el campamento para cruzar las montaƱas a travĆ©s de los desfiladeros. PodĆa haber marchado hacia Miriandros para evitar el penoso viaje, en cuyo caso se habrĆa encontrado con Alejandro, pero tanta prisa tenĆa por atrapar al enemigo que no quiso perder el tiempo en dar un rodeo. El caso es que, casi sin pretenderlo, a DarĆo le saliĆ³ muy bien su jugada, pues nada mĆ”s cruzar las montaƱas se habĆa colocado en una posiciĆ³n en la cual le cortaba a Alejandro toda comunicaciĆ³n con las ciudades que podĆan prestarle ayuda. Los macedonios tenĆan ahora la retaguardia bloqueada.
Desfiladeros de los montes Amanos |
Cuando los persas entraron en Issos y encontraron a los enfermos y heridos que Alejandro habĆa dejado allĆ, no les cupo duda de que los macedonios los habĆan abandonado a su suerte para huir con mĆ”s facilidad. Las torturas que los enfermos sufrieron fueron espantosas y finalmente todos fueron degollados. Los persas, ademĆ”s, pronto se dieron cuenta que les habĆan cortado todas las comunicaciones con las ciudades de Asia Menor y con Macedonia, por lo que, su jĆŗbilo aumentĆ³, a la vez que su impaciencia por darles caza y acabar con ellos.
En este punto, hay quien ve una gran imprudencia en Alejandro. Un fallo que le pudo costar la aniquilaciĆ³n de su ejĆ©rcito y el final de su aventura asiĆ”tica. Incluso hay quien le acusa de haber dejado desamparados a los enfermos. Pero, lo cierto es que, la decisiĆ³n de dejarlos en la retaguardia, el lugar mĆ”s seguro, fue la mĆ”s acertada, cargar con ellos en una marcha forzada en busca del enemigo y una posterior batalla no solo suponĆa un entorpecimiento, sino un peligro para los propios enfermos. Dar un rodeo por Miriandros en lugar de atravesar los desfiladeros tambiĆ©n parece una decisiĆ³n razonable. Pero, ¿QuĆ© hubiera ocurrido si la flota persa ataca por la costa? En este caso, Alejandro parecĆa estar muy seguro de que no serĆa asĆ, al haber sido desprovista de hombres por el propio DarĆo para aumentar su ejĆ©rcito de tierra. Si en algo habĆa fallado Alejandro, fue en no prever que los persas cruzaran los desfiladeros y le cortaran la retaguardia; pero, ¿cĆ³mo podĆa imaginar que DarĆo abandonarĆa un lugar tan favorable para Ć©l?
Una vez dada la vuelta, Alejandro tenĆa a su izquierda el mar, a su derecha las montaƱas y al frente un pasillo de entre dos y cuatro kilĆ³metros de ancho para avanzar hacia una enorme masa de soldados persas. Entre ambos ejĆ©rcitos, nuevamente un rĆo, aunque no demasiado caudaloso y fĆ”cil de cruzar; un obstĆ”culo, en cualquier caso. La superioridad numĆ©rica hacĆa pensar a DarĆo que su ejĆ©rcito arrollarĆa fĆ”cilmente a los macedonios a travĆ©s de la costa. Alejandro, sin embargo, con su singular sentido de la observaciĆ³n, pronto se dio cuenta de que la superioridad numĆ©rica, en un paso tan “estrecho” no le iba a servir de mucho, pues la anchura no darĆa para extenderse lo suficiente y realizar una maniobra envolvente. Por lo tanto, haber sido sorprendidos por la retaguardia, ya no le parecĆa a Alejandro un contratiempo, sino una ventaja.
Cada formaciĆ³n falangista parecĆa un enorme erizo |
«Los hombres alineados mĆ”s allĆ” de la quinta fila no pueden utilizar sus sarissas para golpear al enemigo. Esto es porque, en lugar de bajarlas a la horizontal, las tienen con la punta en el aire, pero inclinĆ”ndolas hacia los hombros de los soldados que tienen delante de ellos, para proteger a toda la tropa contra las saetas que llegan sobre ella, pues todas estas astas puestas unas al lado de las otras paran los proyectiles.»
Falange en formaciĆ³n de ataque |
Alejandro a punto de alcanzar el carro de DarĆo en la batalla de Issos. Mosaico que decoraba el suelo de una casa en Pompeya |
5 de noviembre
En principio, la caballerĆa persa se repartiĆ³ entre el ala izquierda y derecha, pero, en vista de que su ala izquierda era impracticable por lo accidentado del terreno prĆ³ximo a la montaƱa, todos fueron desplazados hasta la orilla de la playa. Por allĆ vendrĆa la embestida mĆ”s fuerte hacia los macedonios Alejandro, que no tardĆ³ en darse cuenta del movimiento hecho por DarĆo, mandĆ³ enseguida reforzar su ala izquierda, pero ordenando que los desplazamientos se hicieran por la parte trasera del frente, para que los persas no se percataran del movimiento de tropas. HabĆa que parar la embestida para que los persas no los superasen y lograran colocarse en la retaguardia; cosa que DarĆo tambiĆ©n intentarĆa con 20.000 soldados enviados a la parte montaƱosa sustituyendo a la caballerĆa.
En principio, la caballerĆa persa se repartiĆ³ entre el ala izquierda y derecha, pero, en vista de que su ala izquierda era impracticable por lo accidentado del terreno prĆ³ximo a la montaƱa, todos fueron desplazados hasta la orilla de la playa. Por allĆ vendrĆa la embestida mĆ”s fuerte hacia los macedonios Alejandro, que no tardĆ³ en darse cuenta del movimiento hecho por DarĆo, mandĆ³ enseguida reforzar su ala izquierda, pero ordenando que los desplazamientos se hicieran por la parte trasera del frente, para que los persas no se percataran del movimiento de tropas. HabĆa que parar la embestida para que los persas no los superasen y lograran colocarse en la retaguardia; cosa que DarĆo tambiĆ©n intentarĆa con 20.000 soldados enviados a la parte montaƱosa sustituyendo a la caballerĆa.
La caballerĆa persa asestĆ³ un duro golpe por la playa, pero se encontraron con que el ala izquierda macedonia estaba fuertemente cubierta y superarla le iba a costar mĆ”s trabajo del previsto. Al mismo tiempo una gran masa de soldados persas se desplazaba montaƱa abajo atacando el ala izquierda de Alejandro, pero los arqueros les enviaban nubes de flechas, frenando su descenso, y los que bajaban, se iban incrustando sobre las largas lanzas de las falanges macedonias. Mientras tanto las otras falanges avanzaban por el centro, Alejandro, al frente de la caballerĆa, se lanzĆ³ sobre las escarpadas orillas del PĆnaro, y despuĆ©s de cruzarlo, intentar romper el centro del enemigo, justamente donde se encontraba el carro de DarĆo.
La caballerĆa persa estaba sufriendo una feroz resistencia en la playa. Por su parte, los persas de la montaƱa fueron puestos en fuga y la mayorĆa tuvo que refugiarse en los desfiladeros. Pero el mĆ”s feroz de los combates se estaba librando en el centro, pues la prioridad ahora era la protecciĆ³n del rey DarĆo, a muy poca distancia ya de Alejandro. En su defensa salieron generales y sĆ”trapas como Reomitres, AticĆes o Sabaces; todos ellos murieron. Alejandro habĆa sido herido en una pierna, y aun asĆ parecĆa no encontrar rival que lo detuviera; hasta que el rey persa se dio cuenta de que quien avanzaba hacia Ć©l no era un hombre, sino un lobo rabioso, arreĆ³ sus caballos y saliĆ³ a toda prisa de entre el tumulto. Su huida fue acompaƱada por su guardia real y por parte de las tropas que llegaban montaƱa abajo huyendo tambiĆ©n, ante su infructuoso intento de rodear el flanco derecho macedonio.
El efecto que produjo le huida de DarĆo fue desastroso, pues, al ver que su rey abandonaba el combate, la fuga fue generalizada. Los miles (o cientos de miles) de soldados que aguardaban tras el frente, para entrar de refresco cuando se los generales lo estimaran oportuno, al no permitir la estrecha franja de terreno desplegar un frente mĆ”s amplio, al contemplar la desbandada, salieron huyendo tambiĆ©n. La victoria en este sector fue completa, pero la lĆnea izquierda no lo estaba pasando demasiado bien en la playa. Si la caballerĆa persa acababa con el flanco macedonio, la batalla todavĆa podĆa decidirse a favor de DarĆo, aun sin estar presente.
DarĆo no hizo nada por replegar sus filas, entre las cuales se podrĆa haber refugiado, sino que, rodeado por su mĆ”s allegados, emprendiĆ³ una huida veloz sin mirar atrĆ”s. Alejandro no quiso perseguirlo, pues entendiĆ³ que su presencia era importante en un momento en que su ala izquierda lo estaba pasando mal. AsĆ que dejĆ³ a un lado la idea de capturar a DarĆo y ordenĆ³ cargar contra la caballerĆa persa que atosigaba a su ejĆ©rcito en la playa. El grito de “el rey huye” se iba esparciendo y la llegada de Alejandro puso en fuga a la caballerĆa persa. El ejĆ©rcito de DarĆo fue perseguido y fueron dispersĆ”ndose por entre las montaƱas intentando librarse del acoso macedonio. La victoria del ejĆ©rcito de Alejandro fue completa.
Una vez acabada la batalla, Alejandro saliĆ³ en busca de DarĆo, por si habĆa alguna posibilidad de atraparlo, pero la noche caĆa y el rey persa habĆa desaparecido. Solo pudieron encontrar su carro, su manto, su arco y su escudo, de los cuales se habĆa deshecho (o habĆa perdido) para seguir a caballo y que nada le entorpeciera en su huida a travĆ©s de la montaƱa. Alejandro los recogiĆ³ y regresĆ³ con ellos como trofeos. En cuanto al botĆn, poca cosa, pues todo lo de valor habĆa sido enviado a Damasco antes de la batalla. Sin embargo, aĆŗn quedaban otros trofeos por descubrir.
El campamento persa fue ocupado y saqueado por los macedonios, y en este campamento se encontraban la reina madre, la esposa de DarĆo y sus hijos. Aquella noche, mientras Alejandro cenaba, llegaron hasta Ć©l los gritos y los lamentos de las mujeres que daban por muerto a DarĆo, al ver que por el campamento eran paseados su carro, su manto y sus armas. Alejandro enviĆ³ a uno de sus soldados de confianza a tranquilizarlas, haciĆ©ndoles saber que DarĆo estaba vivo y que nada tenĆan que temer, pues serĆan resetadas y recibirĆan toda clase de atenciones, como princesas que eran.
Al dĆa siguiente, Alejandro y HefestiĆ³n se acercaron hasta la tienda de las damas, y a continuaciĆ³n, tendrĆa lugar una famosa anĆ©cdota. Poco se ha hablado hasta ahora de HefestiĆ³n, salvo que era gran amigos de Alejandro y saliĆ³ de Pela junto a Ć©l para emprender la campaƱa asiĆ”tica. Los historiadores creen que es posible que ambos compartieran las enseƱanzas de AristĆ³teles, y que a partir de aquĆ los uniĆ³ una gran amistad, tan grande, que no falta quien les atribuye una relaciĆ³n sentimental, sobre todo, despuĆ©s de la anĆ©cdota siguiente.
HefestiĆ³n tenĆa aproximadamente la misma edad que Alejandro, y si hacemos caso a las crĆ³nicas antiguas, los dos eran guapos, de la misma estatura y se vestĆan de la misma manera, con idĆ©nticas armaduras y yelmos. Otros cuentan que HefestiĆ³n era algo mĆ”s alto que Alejandro, y que fue por ese motivo por el que Sisigambis, la reina madre, creyĆ³ que HefestiĆ³n era el rey de Macedonia. El caso es que, los dos entraron en la tienda y Sisigambis se postrĆ³ ante los pies de HefestiĆ³n, que de inmediato dio un paso atrĆ”s. La reina, al darse cuenta del error cometido, temiĆ³ por su vida, sin embargo, Alejandro se dirigiĆ³ a ella sonriendo mientras le decĆa: “No has de temer nada, no has cometido ningĆŗn error, pues HefestiĆ³n es como yo mismo.”
La familia de DarĆo a los pies de Alejandro, Charles Le Brun |
Pero estas palabras, quizĆ”s mal traducidas o cuya expresiĆ³n puede que no muestre su verdadero significado, han sido interpretadas como una muestra de que entre Alejandro y HefestiĆ³n existiĆ³ algo mĆ”s que amistad. Y todo ello, a pesar de que sobre la relaciĆ³n entre ambos existe muy poca informaciĆ³n. Pero el hecho de que los escritores antiguos adornaran la amistad con poesĆa y algunas florituras, y de que Alejandro creciera en un hogar donde no recibiĆ³ todo el cariƱo y comprensiĆ³n necesarios, lleva hoy dĆa a algunos estudiosos de su biografĆa a la conclusiĆ³n de que Ć©l y su gran amigo eran amantes.
La batalla de Issos debiĆ³ ser una verdadera carnicerĆa, aunque las cifras de muertos, casi con toda seguridad estĆ”n adulteradas, pues se habla de que los macedonios solo perdieron unos 450 hombres, frente a las cien mil bajas que causaron a los persas. En cualquier caso, el golpe al ejĆ©rcito persa fue brutal. Muchos huyeron a travĆ©s de las montaƱas hacia el Ćufrates, otros hacia Cilicia. Ocho mil mercenarios griegos, comandados por Amintas, escaparon a Siria y llegaron hasta las playas de TrĆpoli, donde embarcaron en las mismas naves que les habĆan traĆdo hasta allĆ, quemaron las que no les servĆan y cruzaron el mar hasta Chipre, luego llegaron a PelusiĆ³n, con la intenciĆ³n de apoderarse del puesto del sĆ”trapa Sabaces, caĆdo en batalla. Y estando a las puertas de Menfis fueron interceptados por los egĆpcios, que odiaban a los mercenarios griegos por sus insolentes saqueos. Todos fueron pasados a cuchillo, incluido Amintas.
Aparte de las bajas sufridas, el ejĆ©rcito persa se dispersĆ³ de tal manera que DarĆo lo tenĆa francamente difĆcil para reorganizarlo de nuevo. En cualquier caso, en su huida se hacĆa escoltar por un pequeƱo ejĆ©rcito de 4.000 hombres. Una vez a salvo, al otro lado del Ćufrates, se dio cuenta de la infamia que habĆa cometido. No solo habĆa expuesto a un gran peligro a su familia, sino que los habĆa abandonado a su suerte. Aquello le doliĆ³ enormemente y le hizo sentir vergĆ¼enza, asĆ que se puso a escribir una carta a su enemigo, la cual le harĆa llegar a travĆ©s de una embajada.
La carta comenzaba reprochĆ”ndole a Alejandro el no haberse dignado enviar embajadores hasta Ć©l, hasta DarĆo, una vez nombrado rey, para renovar la antigua amistad que unĆa a Macedonia con Persia. Y que en vez de eso, habĆa venido hasta Asia con su ejĆ©rcito, para desencadenar tremendas desgracias; por lo cual, a Ć©l, el rey de los persas, no le habĆa quedado mĆ”s remedio que reunir a su ejĆ©rcito para lanzarlo contra el invasor. Pero ya que la suerte le habĆa sido adversa, le pedĆa que le devolviese a su madre, a su mujer y a sus hijos, ofreciĆ©ndose a sellar con Ć©l la amistad y una alianza.
La contestaciĆ³n de Alejandro fue, que los antepasados de DarĆo fueron a Macedonia y al resto del HĆ©lade, acarreando toda suerte de infortunios, sin que los griegos hubieran dado motivo para ello. Su padre, Filipo, habĆa sido asesinado por conspiraciones venidas de Asia. Constantemente DarĆo habĆa estado apoyando conspiraciones en Tracia y otras regiones del norte para atacar Macedonia. TambiĆ©n habĆa intentado asesinarlo a Ć©l mismo, a travĆ©s de infiltrados que habĆan conseguido seducir a algunos de sus hombres. Finalmente, invitaba a DarĆo a venir a buscar a su familia, pero debĆa tener presente, que de ahora en adelante, no debĆa dirigirse a Ć©l como a un igual, sino como a su seƱor, pues el rey de Asia ahora era Ć©l, Alejandro.
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