Augusto 7


La batalla de Accio 

Comenzando el aƱo 31 a.C. Octaviano fue nombrado cĆ³nsul por tercera vez. El otro cĆ³nsul, en sustituciĆ³n de Marco Antonio serĆ­a un tal Marco Valerio Mesala Corvino. Juntos viajaron a Brindisi, acompaƱados de 700 senadores. Con un ejĆ©rcito de 80.000 hombres saliĆ³ a enfrentarse a los mĆ”s de 100.000 soldados de Antonio, que esperaban en Grecia. El primer golpe lo iba a recibir Antonio 800 kilĆ³metros mĆ”s al sur del golfo de Ambracia. La operaciĆ³n, con Agripa al mando, fue bastante arriesgada, ya que bajaron muy alejados de la costa para no ser vistos, y eso suponĆ­a exponerse a las grandes tormentas, que tanto habĆ­an castigado a las flotas de Octaviano en otras ocasiones, pero esta vez hubo suerte y llegaron a su destino sin ningĆŗn percance. La ciudad de Metone (actual Modona o Methoni) en la penĆ­nsula del Peloponeso, que habĆ­a sido fortificada por Marco Antonio, fue atacada y cayĆ³ en manos de Agripa. 

La via Egnatia comienza en Albania para luego discurrir no muy lejos de la costa griega del mar Egeo, hasta llegar a Bizancio, actual Estambul. Un total de 1.120 kilĆ³metros, construidos por los romanos alrededor del aƱo 146 a.C., a base de losas de piedra y recubierta de arena, de los que todavĆ­a pueden verse muchos tramos en la actualidad. Estas carreteras eran de un gran valor estratĆ©gico y permitĆ­a a las legiones transportar con cierta comodidad sus maquinarias pesadas de guerra y desplazarse con una rapidez extraordinaria para la Ć©poca. Una vez tomada la ciudad de Modona, Agripa subiĆ³ por el mar Egeo hasta alcanzar la costa y desembarcar sus legiones, que a travĆ©s de esta carretera se irĆ­an distribuyendo por el norte de Grecia. Agripa habĆ­a conseguido ponerse a la retaguardia de Antonio sin ser visto y ademĆ”s, ahora los suministros desde Egipto estaban bloqueados; justo la estrategia que habĆ­a planeado hacerle a Octaviano se la habĆ­an hecho a Ć©l. 

Octaviano por su parte desembarcĆ³ y se dirigiĆ³ a la colina de Mikhalitzi, donde montĆ³ su campamento, a unos ocho kilĆ³metros al norte del canal del golfo donde se hallaba la flota de Antonio. No era un mal lugar, pues desde allĆ­ podĆ­an vigilar cada movimiento que los barcos de Antonio hicieran. El Ćŗnico inconveniente era que el agua quedaba demasiado lejos y habĆ­a que traerla desde el rĆ­o Louros que quedaba a algo mĆ”s de un kilĆ³metro de distancia. Aquello no pasĆ³ desapercibido por Antonio, que pronto enviĆ³ tropas que bloquearon el acceso al agua. Pero las noticias que le llegaban a Antonio no eran buenas. Sus fortificaciones situadas en sitios estratĆ©gicos de Grecia iban cayendo. Muchos de sus aliados asiĆ”ticos se rendĆ­an o desertaban con facilidad. HabĆ­a un problema aƱadido: de los casi 500 barcos que Antonio habĆ­a reunido y resguardado en el golfo, solo podrĆ­a utilizar la mitad, pues no habĆ­a conseguido reclutar suficientes remeros, ni marinos con suficiente experiencia para manejar las naves. Y mientras intentaba encontrarlos, el tiempo pasaba y el bloqueo de suministros se hacĆ­a sentir. El golfo que le habĆ­a servido de refugio se habĆ­a convertido en una prisiĆ³n; lo mejor serĆ­a salir de allĆ­; pues ya no eran solo los asiĆ”ticos quienes desertaban. 

Desde la costa se veĆ­an grandes humaredas; eran los barcos que Antonio no podĆ­a usar, que los incendiaban para que no cayeran en manos enemigas. Poco despuĆ©s dio la orden de desplegar velas. Esto era un sinsentido, si lo que se pretendĆ­a era hacer frente a las naves de Octaviano que habĆ­a a la salida de la bahĆ­a, ya que, con velas desplegadas, los remeros lo tenĆ­an mĆ”s difĆ­cil para maniobrar, y ademĆ”s, eran el elemento perfecto para lanzar flechas incendiarias. La explicaciĆ³n dada por Antonio fue que asĆ­ podrĆ­an dar caza fĆ”cilmente a los barcos de Octaviano que pretendieran huir. Tan seguro estaba de derrotarlos. Pero a nadie se le escapaba que quienes querĆ­an huir a todo trapo eran ellos, una vez en alta mar. La reina Cleopatra navegaba en su propio barco, que destacaba sobre los demĆ”s por sus velas moradas. En el interior viajaban con ella su sĆ©quito y un gran tesoro, por lo tanto, navegaba en la retaguardia, junto a una escuadra que tenĆ­a como misiĆ³n protegerla. Los planes de Antonio eran presentar batalla a la flota de Octaviano, que hacĆ­a tiempo que los esperaba, y poco a poco ir tomando rumbo sur, apenas los vientos les fueran favorables; las velas les harĆ­a ser mĆ”s rĆ”pidos y no conseguirĆ­an atraparlos. Pero justo despuĆ©s de cruzar el estrecho, casi a punto de abandonar la bahĆ­a, apareciĆ³, como salido de la nada, Agripa y su flota que le cerraban la salida. Ahora sĆ­ estaba atrapado. 

Una vez hubo vuelto Agripa, Octaviano delegĆ³ toda la operaciĆ³n en Ć©l, confiando en que esto le darĆ­a tan buen resultado como en Nauloco contra Sexto Pompeyo. Ɖste desplegĆ³ las galeras con unos 40.000 hombres a bordo (noventa hombres por barco), a lo largo de un kilĆ³metro y medio en forma de media luna, quedando la salida del estrecho bloqueada. Antonio tendrĆ­a que pelear si querĆ­a a salir. Pero de momento no lo intentarĆ­a y dejĆ³ la flota al ralentĆ­ y en punto muerto. La situaciĆ³n se mantuvo asĆ­ durante una hora, quizĆ” mĆ”s. Frente a frente, nadie atacaba. Agripa y Octaviano sabĆ­an que si atacaban ellos, Antonio retrocederĆ­a hacia el interior del golfo para que le siguieran y fueran atacados por las catapultas apostadas a uno y otro lado del estrecho. AdemĆ”s, en una franja de agua tan estrecha, (solo 600 metros en algunos tramos) perderĆ­an la ventaja de la superioridad numĆ©rica. Antonio tuvo que dar el primer paso. La batalla daba comienzo. Antonio habĆ­a contado desde el principio con aproximadamente 500 barcos, de los cuales solo salĆ­an del golfo unos 230. Octaviano contaba con toda la flota al completo, unos 400. Sin embargo, las galeras de Antonio eran mĆ”s grandes y con mĆ”s remeros, por lo que, probablemente eran tan maniobrables como las de tamaƱo inferior. Antonio por su parte dividiĆ³ su flota en cuatro escuadrones. 20.000 hombres en total. Uno de esos escuadrones estaba formado por sesenta barcos, protegiendo a la reina Cleopatra. Y al tesoro. El resto del ejĆ©rcito, unos 50.000 hombres, quedaba al mando de Publio Canidio Craso, con la orden de que si la flota conseguĆ­a escapar, debĆ­an partir hacia Macedonia. 

Antonio se dirigiĆ³ a atacar el ala derecha, comandada por Octaviano, mientras Sosio se encargarĆ­a del ala izquierda, donde se encontraba Agripa. Plutarco nos cuenta lo siguiente sobre el curso de la batalla: 

“Tres o cuatro barcos de Octaviano se agruparon en torno a cada uno de los de Antonio y la lucha se llevĆ³ a cabo con escudos de mimbre, lanzas, palos y proyectiles incendiarios, mientras que los soldados de Antonio tambiĆ©n disparaban con catapultas desde torres de madera.” 

La superioridad numĆ©rica de la flota de Agripa, permitiĆ³ a Ć©ste ir avanzando y envolviendo peligrosamente a la flota enemiga. La reacciĆ³n fue que los barcos de Antonio viraron en una direcciĆ³n diferente para no quedar rodeados. La maniobra impidiĆ³ que los rodearan, pero al mismo tiempo quedĆ³ debilitado el centro. DespuĆ©s de dos horas de dura batalla, Agripa habĆ­a destrozado gran parte de la flota de Antonio; y sin embargo, habĆ­an conseguido traspasar el bloqueo a que los tenĆ­a sometidos. Y entonces, comenzĆ³ a soplar un fuerte viento; era lo que Antonio y Cleopatra estaban esperando. El escuadrĆ³n de Cleopatra, que habĆ­a estado situado en un segundo plano sin entrar en batalla, se dirigiĆ³ rĆ”pidamente hacia el punto central de la batalla, donde habĆ­a quedado espacio suficiente para pasar sin ser molestados. Todos vieron cĆ³mo el escuadrĆ³n de la reina escapaba, las velas moradas de su buque insignia la delataba, pero nadie pudo detenerla. Por su parte, el buque donde luchaba Antonio, envuelto en una encarnizada lucha, tampoco podĆ­a seguirla, por lo que, Antonio pasĆ³ a otro barco que saliĆ³ de allĆ­ echando leches. Todo habĆ­a sido perfectamente planeado. 

Mientras Cleopatra y Antonio escapaban con sus barcos escolta, la mayor parte de la flota seguĆ­a luchando, pero si las velas y el viento eran una gran ayuda para escapar, no lo eran en absoluto para maniobrar en una gran batalla, y al cabo de una hora, algunos terminaron rindiĆ©ndose a Octaviano, mientras otros se retiraron hacia el interior del golfo. NingĆŗn barco intentĆ³ la persecuciĆ³n de Antonio, era inĆŗtil darles alcance sin velas. SĆ­ podrĆ­an capturar a los que se habĆ­an adentrado en el golfo; pero de momento habrĆ­a que esperar; el viento arreciaba, las olas se encrespaban, y caĆ­a la tarde; era mejor poner los barcos a buen resguardo y atender a los heridos. A la maƱana siguiente, se pudo evaluar el resultado de la batalla. Octaviano habĆ­a perdido 35 barcos y unos 2.500 hombres. Sobre los destrozos causados a Antonio no hay fuentes que den una cifra fiable y es de suponer que, para ellos mismo, en aquel momento, era muy difĆ­cil de contabilizarlos. Plutarco nos dice que fueron 5.000 muertos. SegĆŗn Paulo Osorio, los muertos fueron 12.000 y otros mil heridos fallecerĆ­an mĆ”s tarde. En cuanto a los barcos, Antonio perdiĆ³ unos 350 barcos, entre 40 o 50 hundidos y el resto capturados. En las cifras de barcos hundidos, puede parecer que no son tan dispares entre uno y otro bando, y mĆ”s teniendo en cuenta la diferencia de muertos; pero hay que tener en cuenta que los barcos de Antonio eran mĆ”s grandes y robustos, con mĆ”s tripulantes y mĆ”s difĆ­cil de hundir. Demasiados muertos, en todo caso, muchos de ellos seguramente habĆ­an luchado en alguna ocasiĆ³n en el mismo bando, pues eran igualmente legionarios romanos. 

Los 140 barcos supervivientes de Antonio se rindieron a Octaviano, pero habĆ­a todavĆ­a un ejĆ©rcito de 50.000 hombres que habrĆ­an marchado a Macedonia para encontrarse de nuevo con su comandante. No fue asĆ­. Canidio Craso, en principio, quiso cumplir con su palabra, pero sus hombres insistieron en saber cuĆ”l habĆ­a sido el resultado de la batalla y ver a Marco Antonio. Cuando la verdad fue saliendo a la luz, se corriĆ³ la voz de que los habĆ­a abandonado por ir detrĆ”s de la reina egipcia, como siempre. Canidio se dio cuenta de que sus hombres no querĆ­an estar de parte del perdedor y negociĆ³ la rendiciĆ³n con Octaviano, que accediĆ³ a no tomar ninguna medida de represiĆ³n contra ellos. No obstante, hubo algunos oficiales que desertaron antes de la rendiciĆ³n, por seguir fieles a Antonio. 

La pareja llegĆ³ sana y salva al puerto de Paretonio, a unos 300 kilĆ³metros de AlejandrĆ­a. Desde allĆ­ mandĆ³ patrullas que debĆ­an contactar con las legiones de Canidio, pero no hubo tal contacto y pronto Antonio se dio cuenta de la traiciĆ³n, por lo que entrĆ³ en una profunda tristeza. Cleopatra fue enviada a AlejandrĆ­a y Antonio quedĆ³ solo. Tal como escribiĆ³ Plutarco, “disfrutĆ³ de toda la soledad que pudo desear”. Los barcos de la reina llegaron adornados de tal manera que pareciera que volvĆ­an de ganar la gran batalla. Y para que no se supiese la verdad, todo aquel que Cleopatra creĆ­a que no era de fiar fue asesinado. 

Octaviano disponĆ­a ahora de mĆ”s soldados de los que necesitaba (y de los que podĆ­a pagar) y algunos miles, los de mayor edad, fueron licenciados y enviados a sus casas. De momento no recibirĆ­an tierras ni dinero, como era la costumbre, pues las arcas estaban vacĆ­as. Esto hizo que en Roma pronto hubiera disturbios, por lo que Agripa fue enviado a controlar la situaciĆ³n. Mientras tanto Octaviano ponĆ­a orden en Asia confirmando en sus tronos a aquellos reyezuelos que habĆ­an visto peligrar su puesto tras el anuncio de Marco Antonio, cuando repartiĆ³ los territorios entre sus hijos; ganĆ”ndose asĆ­ su fidelidad. 

Octaviano fue requerido en Roma, pues las revueltas que provocaron los licenciados amenazaban con Ć­rseles de las manos a Agripa. Posiblemente habĆ­a alguien mĆ”s detrĆ”s de aquellas revueltas y lo que pretendĆ­an era precisamente que Octaviano volviera para atentar contra Ć©l, pues poco antes de su llegada, Mecenas descubriĆ³ un complot para asesinarlo. DetrĆ”s del plan estaba el hijo del ex triunviro LĆ©pido y sobrino de Marco Bruto, que fue sentenciado a muerte. Posiblemente este complot estĆ© relacionado con el que menciona DiĆ³n, cuando habla de que Antonio y Cleopatra conspiraron para asesinar a traiciĆ³n a Octaviano. ¿Llegaron a contactar con el joven LĆ©pido? Nunca lo sabremos. 

Mientras tanto, Antonio llegĆ³ a AlejandrĆ­a, pero ya no era feliz, ni siquiera junto a Cleopatra, y cayĆ³ en una tristeza tal, que decidiĆ³ irse a vivir solo a la isla de Faros, junto al gran Faro de AlejandrĆ­a. Pero Cleopatra no quiso abandonarlo en su tristeza y el 14 de enero del aƱo 30 a.C. para su cuarenta y cuatro cumpleaƱos, le preparĆ³ una esplĆ©ndida fiesta. Se le unieron muchos amigos, y a partir de entonces, las fiestas y cenas se sucedieron sin parar. Pero el invierno pasĆ³, y la pareja sabĆ­a que con la llegada de la primavera Octaviano marcharĆ­a contra ellos. SabĆ­an que estaban solos. Sus ejĆ©rcitos les habĆ­an abandonado y los reyezuelos asiĆ”ticos ahora apoyaban a su enemigo. No tenĆ­an ninguna posibilidad. QuizĆ”s, si escapaban a otra parte. Hispania era una posibilidad. TambiĆ©n Arabia. Pero eso significaba abandonarlo todo y renunciar a su mundo; mejor negociar; y si eso fallaba, se prepararĆ­an para resistir hasta las Ćŗltimas consecuencias. HabĆ­an salvado el tesoro y con eso podĆ­an reclutar un nuevo ejĆ©rcito y construir en unos meses una nueva flota. AsĆ­ se lo propuso Cleopatra y asĆ­ lo harĆ­a. Y para levantar el Ć”nimo de los egipcios, se celebrĆ³ una gran ceremonia donde CesariĆ³n de 16 aƱos y Antilo, el hijo mayor de Antonio y su anterior esposa Fulvia (la malvada), fueron declarados mayores de edad. 

Octaviano recibiĆ³ a los enviados egipcios que traĆ­an varias propuestas de paz, y las escuchĆ³ todas, pero no aceptĆ³ ninguna. Y tal como estaba previsto, para la primavera, todo estaba listo para atacar de nuevo a Antonio, o mejor dicho, a la reina de Egipto, pues contra ella se habĆ­a declarado oficialmente la guerra. Agripa quedĆ³ esta vez atrĆ”s, pues Octaviano habĆ­a previsto no encontrar demasiada resistencia. Cuando Antonio fue informado de que Octaviano marchaba a travĆ©s de Siria y se acercaba a la frontera egipcia, reaccionĆ³ poniĆ©ndose al frente de la flota que de nuevo habĆ­a aumentado con los barcos de nueva construcciĆ³n y se dirigiĆ³ a Paretonio, donde pensaba hacerse de nuevo con las legiones de uno de sus antiguos generales. Pero no hubo suerte y su flota fue incendiada mientras estaba atracada en el puerto. Todo habĆ­a salido mal. A continuaciĆ³n, tal como habĆ­a previsto, Octaviano marchĆ³ sobre Egipto sin encontrar demasiada resistencia, hasta entrar en AlejandrĆ­a. Sin embargo, Antonio estaba dispuesto a verder cara su piel y se dirigiĆ³ apresuradamente a AlejandrĆ­a con sus tropas. En las afueras de la ciudad aniquilĆ³ a un destacamento de caballerĆ­a. Eso lo animĆ³ de tal manera que creyĆ³ que podrĆ­a enfrentarse de nuevo a Octaviano. EntrĆ³ al palacio y abrazĆ³ a Cleopatra, luego le hizo saber que al dĆ­a siguiente pensaba lanzar un gran ataque contra el enemigo. Pero en el fondo, Ć©l sabĆ­a que no conseguirĆ­a vencer. Mientras cenaba aquella noche, les hizo saber a cuantos le rodeaban, que no esperaba sobrevivir a la batalla. 

Si hacemos caso a la leyenda, aquella noche muchos alejandrinos fueron testigos de cĆ³mo el dios Dioniso, con el que se identificaba Antonio, abandonaba la ciudad entre mĆŗsica y un gran jolgorio. Era lo que le sucedĆ­a a toda ciudad asediada, que sus dioses la abandonaban y se pasaban al enemigo. De ello debĆ­an estar convencidos los soldados de Antonio, pues a la maƱana siguiente, nada mĆ”s comenzar la batalla naval todos los barcos se rindieron y se pusieron de parte de Octaviano. Entre las legiones de tierra pasĆ³ algo parecido y las que no se pasaron a las filas de Octaviano desertaron y huyeron. Antonio quedĆ³ desolado. Luego montĆ³ en cĆ³lera. Se cuenta que gritĆ³ y que acusĆ³ a Cleopatra de haberle traicionado, y que ella, horrorizada corriĆ³ a esconderse y ordenĆ³ que se corriera la voz de que estaba muerta. A Antonio solo le quedaba una salida; se fue al palacio, entrĆ³ en su habitaciĆ³n y se quitĆ³ la armadura; luego pidiĆ³ su ayudante que lo apuƱalase. Pero su ayudante se negĆ³, se dio la vuelta y se apuƱalĆ³ a sĆ­ mismo. Lo intentĆ³ con los esclavos, pero todos rehusaron; nadie querĆ­a complacerle, dĆ”ndole una muerte honrosa. TendrĆ­a que hacerlo Ć©l mismo. CogiĆ³ su espada y se la clavĆ³ en el estĆ³mago. 

Antonio se desplomĆ³ encima de la cama, pero no consiguiĆ³ su propĆ³sito de quitarse la vida. El dolor de la herida lo atormentaba y suplicĆ³ a los que le miraban para que acabaran con su sufrimiento, pero todos abandonaron la habitaciĆ³n. Cleopatra fue informada de inmediato de lo sucedido y ordenĆ³ que lo trajeran hasta su escondite. TenĆ­a miedo de ser encontrada, no solo por Antonio despuĆ©s de sus amenazas (en caso de ser ciertas) sino por las tropas de Octaviano que ya campaban por la ciudad. Se habĆ­a escondido en un mausoleo en los jardines del palacio. No quiso ni siquiera abrir la puerta, y esto fue lo que probablemente terminĆ³ de matar a Antonio, pues, segĆŗn Plutarco, fue subido hasta una ventana con ayuda de cuerdas. Cuando estuvo entre sus brazos, la reina escenificĆ³ una tradiciĆ³n entre las mujeres viudas, consistente en golpearse la cara, araƱarse los senos y mancharse la cara con sangre de la herida. TodavĆ­a le dio tiempo a Antonio a pedir que le sirvieran una copa de vino; y mientras bebĆ­a le pidiĆ³ tranquilidad a Cleopatra. Luego expirĆ³. Uno de los guardaespaldas de Antonio le llevĆ³ a Octaviano la espada manchada de sangre. Cuentan que se retirĆ³ a su tienda y llorĆ³. TambiĆ©n cuentan que siempre reprimĆ­a sus sentimientos, y que la Ćŗnica vez que le vieron llorar, hasta ahora, fue siendo muy joven, al recibir la noticia de que su tĆ­o, Julio CĆ©sar, habĆ­a sido asesinado. Es sabido que a su tĆ­o le tenĆ­a gran cariƱo. Pero, ¿por quĆ© llorĆ³ Octaviano por Marco Antonio? PodrĆ­a deberse a la liberaciĆ³n de una tensiĆ³n acumulada durante aƱos. Otros podrĆ­an encontrar otra explicaciĆ³n, como la admiraciĆ³n mutua entre oponentes, a pesar de ser enemigos. Julio CĆ©sar llorĆ³ por Pompeyo; sin embargo, es difĆ­cil, despuĆ©s de todo lo que hemos visto, pensar que Octaviano sintiera un mĆ­nimo de admiraciĆ³n por su oponente. 

No tardaron en encontrar a la reina que quedĆ³ presa en el interior del mausoleo y donde llegĆ³ a enfermar. Mientras tanto, Octaviano paseaba por AlejandrĆ­a, que en aquella Ć©poca tenĆ­a casi un millĆ³n de habitantes, aproximadamente los mismo que Roma. Pero AlejandrĆ­a era mucho mĆ”s hermosa y Octaviano admiraba y envidiaba una belleza que querĆ­a para la capital del imperio, mucho mĆ”s destartalada y caĆ³tica, a pesar de las Ćŗltimas reformas que encargĆ³ realizar. No dejĆ³ de visitar la tumba de Alejandro Magno, muerto a los 33 aƱos, la misma edad que tenĆ­a ahora Ć©l. Y mĆ”s tarde fue a ver a la reina, a la cual habĆ­a conocido quince aƱos antes, cuando fue a Roma a visitar a Julio CĆ©sar, su tĆ­o. Desde entonces, quizĆ”s habĆ­a cambiado bastante, y mucho mĆ”s en los Ćŗltimos dĆ­as, si consideramos las palabras de Plutarco: 

“Ella habĆ­a abandonado su lujoso estilo de vida y yacĆ­a en un jergĆ³n, vestida solo con una tĆŗnica. Cuando Ć©l entrĆ³, ella se levantĆ³ de un salto y se echĆ³ a sus pies. Estaba despeinada y tenĆ­a cara de loca, con los ojos entrecerrados y la voz temblĆ”ndole incontroladamente.” 

Cleopatra estaba desesperada por salvar su vida y contĆ³ a Octaviano que ella nada tuvo que ver con la guerra, que solo fue una vĆ­ctima de Antonio que la obligĆ³ a darle dinero. Pero Ć©l dijo no creerla y entonces ella le pidiĆ³ clemencia. Octaviano se marchĆ³. DĆ­as despuĆ©s, Cleopatra, de 39 aƱos de edad, fue encontrada muerta, segĆŗn Plutarco, sobre un divĆ”n dorado, vestida con sus atuendos reales, mientras sus dos damas yacĆ­an moribundas cerca de ella. 

SegĆŗn la leyenda, Cleopatra hizo que le trajeran un Ć”spid, una cobra egipcia. Se la llevaron en una canasta, luego ella extendiĆ³ su brazo y se dejĆ³ morder. Este es el final que la literatura y el cine romĆ”ntico nos ha mostrado, despuĆ©s de que Marco Antonio perdiera la vida entre sus brazos. Pero, ¿cuĆ”nto hay de cierto en este trĆ”gico final? DiĆ³n Casio nos dice que: “nadie sabe con certeza cĆ³mo muriĆ³”. ¿Tuvo algo que ver Octaviano con su muerte? SegĆŗn nos cuenta el acadĆ©mico britĆ”nico Anthony Everitt, probablemente sĆ­ tuvo algo que ver. Las fuentes antiguas dan a entender que Octaviano estaba interesado en que la reina viviera para llevarla como trofeo en su paseo triunfal por Roma. Otros sin embargo piensan que la preferĆ­a muerta, pues llevarla a Roma a desfilar como trofeo le hubiera aportado mala fama. Por otra parte, ejecutar a una mujer no estaba bien visto, asĆ­ que habĆ­a que buscar la manera de que se quitara la vida ella sola. Octaviano le habĆ­a prometido que la dejarĆ­a vivir, pero no le aclarĆ³ quĆ© calidad de vida llevarĆ­a a partir de ahora. Un guardiĆ”n llamado Dolabela le darĆ­a los detalles. El tal Dolabela, mucho mĆ”s jĆ³ven que ella, supuestamente se habĆ­a enamorado nada mĆ”s verla y le informĆ³ de los planes que Octaviano tenĆ­a para ella: llevarla a Roma y exhibirla como trofeo para luego encerrarla de por vida en una celda. La reina prefiriĆ³ quitarse la vida. Sin embargo, Dolabela solo era un infiltrado que cumplĆ­a Ć³rdenes de su jefe supremo, Octaviano, que conseguĆ­a asĆ­ quitarse un mochuelo de encima sin que nadie pudiera culparlo de su muerte. Todo son, por supuesto, suposiciones, que no tienen nada de descabelladas, teniendo en cuenta que no le convenĆ­a dejar cabos sueltos, como podemos comprobar en las sentencias de muerte de CesariĆ³n y el hijo mayor de Antonio. Ambos eran muy jĆ³venes, apenas 17 aƱos. Ejecutar menores de edad estaba aĆŗn peor visto que ejecutar mujeres, pero el mismo Antonio se habĆ­a encargado de sentenciarlos al nombrarlos mayores de edad oficialmente. 

«No es conveniente la policesarie», le dijo a Octaviano un consejero. Es una frase de Homero que realmente decĆ­a que no era conveniente la policoiranĆ­a, es decir, que no hubiera mĆ”s de un caudillo, o traducido a nuestros dĆ­as, que no haya dos gallos en el mismo corral. El consejero, dada la circunstancia, aunque parafraseaba a Homero, convirtiĆ³ la palabra policoiranĆ­a en policesarie, para advertirle de que no le convenĆ­a la concurrencia de dos cĆ©sares. La advertencia del consejero fue tenida en cuenta, por lo tanto… CesariĆ³n y el hijo de Antonio fueron enviados a reencontrarse con sus padres, allĆ” por la morada de JĆŗpiter 



Imperator Caesar Augustus 

Octaviano regresĆ³ a Roma a finales de agosto del aƱo 30 a.C. El nombre de Marco Antonio fue borrado de todos los registros estatales y sus estatuas retiradas. QuerĆ­an que pareciera que nunca habĆ­a existido. Sin embargo, Octaviano quiso dar ejemplo de ser misericordioso y perdonĆ³ a muchos de sus enemigos, tal como hizo su tĆ­o. Aunque no a todos, a pesar de que Ć©l mismo, en su autobiografĆ­a diga que perdonĆ³ a todos cuantos pidieron clemencia. El senado acogiĆ³ con elogios al que ahora era un hĆ©roe, y en general, toda Roma estaba contenta de que por fin la guerra acabara. Los poetas adornaron la victoria y se volcaron con Octaviano, en especial, su amigo Mecenas. En la actualidad, algunos historiadores ven desmesurada y hasta caricaturesca aquella corriente de adulaciones hacia Octaviano, pues no ven su victoria sobre Antonio como una hazaƱa heroica, sino mĆ”s bien una serie de acontecimientos que le favorecieron. Antonio no pudo organizar debidamente su flota y por tanto a Octaviano le fue muy fĆ”cil enfrentarse a Ć©l. Ni siquiera hubo una batalla completa sino una huida. Y para colmo, sus ejĆ©rcitos de abandonaron. AsĆ­ es como lo ven. 

Sin embargo, nadie debe quitarle sus mĆ©ritos a Octaviano. Se enfrentĆ³ a Antonio con un ejĆ©rcito inferior y con unas galeras, si no inferiores en nĆŗmero, sĆ­ en tamaƱo. Que Antonio no consiguiera suficiente tripulaciĆ³n para su flota solo pone de relieve su ineptitud para organizarse, a pesar de que Octaviano le dio mĆ”s tiempo del que Ć©l esperaba. QuizĆ”s llevaba razĆ³n el difunto CicerĆ³n, a quien Ć©l mismo asesinĆ³. De haber vivido, quizĆ”s hubiera hecho algĆŗn comentario Ć”cido, como que no tuvo tiempo de organizar su flota por estar muy ocupado en cualquier taberna. Y quizĆ”s por esa misma razĆ³n no supo ganarse a sus tropas para que le fueran fieles, cosa que sĆ­ supo hacer desde muy joven su rival. 

Es posible que todos estos detalles no preocuparan lo mĆ”s mĆ­nimo a los habitantes de Roma; para los ciudadanos romanos, lo que mĆ”s importante era lo que por fin parecĆ­a haber conseguido Octaviano, el final de las guerras civiles, la paz de fronteras para adentro. Y ese sĆ­ que es un mĆ©rito que nadie le negĆ³ en aquel entonces, ni ahora. En Roma todos sentĆ­an una gran alegrĆ­a, mucho mĆ”s intensa cuando se dio a conocer el tesoro que trajeron de Egipto, un inmenso botĆ­n que aliviarĆ­a de una vez por todas las penurias de las arcas del estado. Paz y alivio para el fisco romano, era para estar contentos. Y por eso Octaviano se vio adulado y recompensado con todo tipo de agasajos y detalles en forma de cĆ”nticos y poemas por parte de la plebe y honores por parte del senado. CelebrĆ³, por supuesto, sus correspondientes desfiles triunfales, un triunfo por la victoria de Accio, otro por Egipto y un tercero por su exitosa campaƱa sobre Dalmacia unos aƱos atrĆ”s. Durante estos desfiles, estuvieron a su lado dos adolescentes, Cayo Claudio Marcelo, de catorce aƱos, hijo de su hermana Octavia, y Tiberio Claudio NerĆ³n, hijo mayor de su esposa Livia, de trece aƱos. Ɖl no habĆ­a tenĆ­do hasta el momento ningĆŗn hijo con ella, por lo que, era hora de pensar en un sucesor y por eso tenĆ­a especial interĆ©s en la formaciĆ³n de los muchachos. Es lo que habĆ­a hecho con Ć©l Julio CĆ©sar. 

El 1 de enero del aƱo 27 a.C. Octaviano inauguraba su sĆ©ptimo consulado y Agripa su tercero. TenĆ­a 36 aƱos. Durante los idus (dĆ­a trece de enero) pronunciĆ³ en el senado el que se cree fue el discurso mĆ”s importante de su vida. SabĆ­a que su tĆ­o habĆ­a sido amado por muchos, pero tambiĆ©n odiado por otros; odio que le llevĆ³ a la muerte. Por eso Ć©l querĆ­a ir por otro camino diferente al de la dictadura o consulado vitalicio. Y por eso, una vez cumplido su propĆ³sito de vengar su muerte, acabar con los enfrentamientos civiles y restituir la repĆŗblica, creĆ­a que era conveniente devolver todos los poderes al Pueblo y al Senado. Y asĆ­ lo anunciĆ³ aquel dĆ­a. Algunos senadores gritaban vĆ­tores a Octaviano y otros callaban incrĆ©dulos ante lo que estaban oyendo, para mĆ”s tarde suplicarle que permaneciera a la cabeza del Estado. Y despuĆ©s de hacerse mucho de rogar, terminĆ³ aceptando. En agradecimiento, le fueron concedidos nuevos honores y un cognomen especial. Se barajĆ³ el nombre de RĆ³mulo, pero nadie olvidaba que, segĆŗn la leyenda, se habĆ­a autoproclamado rey y por este motivo habĆ­a sido asesinado. Augusto, que significa “venerado”, fue el nombre elegido. TambiĆ©n se le autorizaba a utilizar el tĆ­tulo Imperator como nombre de pila permanente. Por lo tanto, a partir de ahora su nombre pasaba a ser Imperator Caesar Augustus. Emperador CĆ©sar Augusto.

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