Augusto 6


Vestales, Jean Raoux


En enero del 32 a.C. son nombrados dos nuevos cĆ³nsules; siendo la costumbre, desde que gobernaban los triunviros, que se hiciera equitativamente, es decir, que una vez fueran partidarios de Octaviano y la siguiente de Antonio. Sus nombres eran Cneo Domicio Ahenobardo y Cayo Sosio; y eran partidarios de Antonio, del cual habĆ­an recibido una carta para que la leyeran en el senado. Pero no lo hicieron. DiĆ³n escribiĆ³: 


«Domicio y Sosio eran extremadamente fieles a Antonio, pero se negaron a dar a conocer la carta a todo el mundo.» 


Eso solo podĆ­a significar que la carta, que pretendĆ­a exponer la causa de Antonio de una forma contundente, solo contenĆ­a bravuconerĆ­as; quizĆ”s hacĆ­a una descripciĆ³n orgullosa de su reciĆ©n anexionada Armenia y de su futura conquista parta, gracias a la incondicional ayuda de Cleopatra. Tales declaraciones hubieran empeorado las cosas contra Ć©l, que por lo visto no estaba al tanto de la mala propaganda que tenĆ­a en aquellos dĆ­as por Roma su amada Cleopatra. 

En vez de eso, Sosio decidiĆ³ que lo mejor era hacer un discurso en el que defenderĆ­a firmemente a Antonio, viniendo a decir que si habĆ­a una verdadera amenaza contra la paz, no era por parte de Antonio, sino de Octaviano, que era el Ćŗnico en dar muestras de agresiĆ³n contra su colega. Por todo ello, los nuevos cĆ³nsules presentaban una mociĆ³n de censura contra Ć©l, que no se encontraba en aquellos momentos en Roma. La mociĆ³n fue vetada por los amigos de Octaviano y no prosperĆ³. El ex triunviro, pues al expirar los acuerdos ya habĆ­a dejado de serlo, se hallaba de aquĆ­ para allĆ” reclutando tropas y haciendo los preparativos para lo que se avecinaba, y cuando llegĆ³ a sus oĆ­dos que los nuevos cĆ³nsules habĆ­an arremetido contra Ć©l en el senado, hizo su particular “cruce del RubicĆ³n” y entrĆ³ en Roma como toro que corre por un tejado. ConvocĆ³ un pleno, donde acudieron los senadores con la sensaciĆ³n de que en el cielo pronto aparecerĆ­an espesos nubarrones; aquello ya se habĆ­a vivido antes en Roma. No faltaron, por supuesto, los dos cĆ³nsules, quizĆ”s maldiciendo el dĆ­a en que fueron nombrados para ese cargo, y arrepintiĆ©ndose de haber cargado contra aquel joven impredecible cuando la mala leche le subĆ­a hasta sus cuotas mĆ”s altas. 

Y Octaviano apareciĆ³, tal como cuenta DiĆ³n «rodeado de un cuerpo de guardaespaldas formado por soldados y amigos, que llevaban dagas escondidas. Sentado en su escaƱo entre los cĆ³nsules, hablĆ³ largamente y en tĆ©rminos moderados en su propia defensa y lanzĆ³ acusaciones contra Sosio y Antonio». Al terminar de hablar, la tensiĆ³n se podĆ­a palpar; y tal como continĆŗa contando DiĆ³n: «los cĆ³nsules no se atrevĆ­an a responder y tampoco podĆ­an seguir en silencio». AsĆ­ que salieron discretamente del senado para escapar de Roma en secreto. De los mil senadores, escaparon junto a ellos entre trescientos o cuatrocientos. Tal como hace aƱos hicieran Pompeyo y sus seguidores. Juntos zarparon rumbo a Asia para reunirse con Antonio. Los huidos no eran mayorĆ­a, pero tampoco estaba claro que todos los que se quedaron fueran partidarios de Octaviano. En cualquier caso, Ć©l dejĆ³ claro que todo el que quisiera marcharse era libre de hacerlo. En ese momento, todos fueron conscientes de que habĆ­a que considerar seriamente quĆ© partido tomar. Una nueva guerra civil se cernĆ­a sobre Roma. SĆ­, desde luego que esta situaciĆ³n ya se habĆ­a vivido, y no hacĆ­a tanto tiempo. 

Cleopatra estaba furiosa. Todos los planes de invadir Partia se habĆ­an ido al traste por culpa de Octaviano, que ya se habĆ­a comportado impertinentemente enviando a su hermana a Egipto; y ahora la ponĆ­a de vuelta y media hablando pestes de ella en todo el Imperio. Su rabia era tal, que habĆ­a tomado la determinaciĆ³n de acompaƱar a Antonio en la guerra contra su colega, y por mĆ”s que Ć©ste la quiso convencer de que desistiera de semejante idea, al final tuvo que ceder y nombrarla co-generala de sus legiones y demĆ”s tropas que se iban uniendo al ejĆ©rcito. Aquello fue tomado como un insulto y todos aconsejaron a Antonio de que la devolviera a AlejandrĆ­a. El mĆ”s despiadado fue Herodes, rey de Judea, que tambiĆ©n fue convocado por Antonio. Herodes, que odiaba a muerte a Cleopatra por asuntos que se remontaban muchos aƱos atrĆ”s, aconsejĆ³ a Antonio que la ejecutarla y se adueƱara de Egipto. Antonio hizo como que no habĆ­a oĆ­do el consejo, pero se dio cuenta de que Cleopatra estaba demĆ”s en aquel lugar y se planteĆ³ la idea de mandarla de vuelta a casa. Pero Cleopatra era dura de roer y tuvo que aguantarse con su presencia, por lo que no tardaron en circular rumores de que se dejaba dominar por ella y que incluso le temĆ­a. 

Mientras tanto Octaviano, lo tenĆ­a todo listo, pero decidiĆ³ no hacer nada. QuerĆ­a que Antonio diera el primer paso para que nadie pudiera decir que fue Ć©l el agresor. Algo poco convincente, cuando todo el mundo sabĆ­a que le habĆ­a provocado hasta la saciedad. Esta actitud, en realidad era una pĆ©rdida de tiempo que le podĆ­a costar cara, pues sabiendo el lugar donde Antonio estaba acumulando las tropas, hubiera sido importante que Ć©l se le adelantara y ocupara posiciones. Pero a Octaviano le saliĆ³ un nuevo problema, el nĆŗmero de soldados y barcos que, segĆŗn sus informadores, podrĆ­a llegar a acumular. Necesitaba aumentar el nĆŗmero de legiones y barcos, y para eso necesitaba dinero urgentemente; todo el dinero que se habĆ­a gastado en reformar la ciudad; recaudar impuestos era la Ćŗnica manera de conseguirlo. Esta decisiĆ³n harĆ­a que los esfuerzos por ganarse la simpatĆ­a de los ciudadanos cayeran en saco roto. Hubo protestas y disturbios. La gente estaba cansada de ser exprimida para costear una guerra tras otra. Pero una serie de acontecimientos iba a ponerlo todo a favor de Octaviano. Para empezar, la noticia de que Cleopatra en persona iba a estar al frente del ejĆ©rcito compuesto tanto por asiĆ”ticos como por romanos, hizo que la gente se lo tomara como un intento de invasiĆ³n extranjera, ademĆ”s de un insulto. Seguidamente llegĆ³ otra noticia mucho mĆ”s escandalosa: Antonio se divorciaba de Octavia en favor de una reina extranjera; toda una ofensa imperdonable. La gente comenzaba a dar por bien empleado el dinero que Octaviano les pedĆ­a. Pero lo mejor estaba por llegar. 

Lucio Munacio Planco habĆ­a sido gobernador de la Galia, nombrado por Julio CĆ©sar. TambiĆ©n llegĆ³ a ser cĆ³nsul por dos veces y nombrado por Antonio gobernador de Asia y desde entonces fue un fiel asesor de Ć©ste. Y como no podĆ­a ser de otra manera, Planco se uniĆ³ a Antonio en la guerra que se avecinaba. Pero cuentan que lo recibiĆ³ frĆ­amente, seƱal de que habĆ­a tirantez entre ambos por alguna causa que desconocemos. No se sabe si fue esta actitud de Antonio o la certeza de que no ganarĆ­a esta guerra, o puede que incluso no viera con buenos ojos el tema de que Cleopatra estuviera tan implicada en el conflicto, lo que hizo que Planco se escabullera en secreto y pusiera rumbo a Roma. Nada mĆ”s llegar se presentĆ³ ante Octaviano. ¿QuĆ© pretendĆ­a Planco? El desertor puso a Octaviano al corriente de todo lo que acontecĆ­a en el golfo de Ambracia y toda la costa que lo rodea; una informaciĆ³n que le vendrĆ­a muy bien para organizar su estrategia. Pero aquella informaciĆ³n, aunque muy valiosa, no era nada comparado con lo que aĆŗn tenĆ­a que contarle. Por lo visto, siendo asesor de Antonio, conocĆ­a algunos secretos de sus mĆ”s preciados secretos. Uno en especial, que se convertirĆ­a en un gran revĆ©s para Antonio. 

El mensaje enviado a las VĆ­rgenes Vestales tuvo como respuesta una negativa a entregar lo que a ellas habĆ­a sido confiado. No podĆ­a esperarse otra cosa de una mujeres que habĆ­an consagrado a la diosa Vesta. Lo que a ellas se confiaba, se consideraba seguro, pues nadie osarĆ­a nunca profanar su templo para robĆ”rselo. ¿Nadie? Octaviano se presentĆ³ ante ellas y les exigiĆ³ el documento. Nadie estĆ” seguro del modo en que lo consiguiĆ³. Pudo ser saqueando el templo o pudo ser amenazando a las vestales, pero Octaviano saliĆ³ de allĆ­ con lo que habĆ­a ido a buscar. Primero leyĆ³ el documento a solas y luego se presentĆ³ ante el senado dispuesto a leerlo en pĆŗblico. Era el testamento de Marco Antonio, solamente Ć©l y Planco sabĆ­an dĆ³nde se encontraba. Ahora se habĆ­a convertido en un arma letal contra Antonio. El senado, al enterarse de la forma en que lo habĆ­a conseguido, montĆ³ en cĆ³lera contra Octaviano, pero nada mĆ”s comenzar a leerlo, se fueron aplacando. La humillaciĆ³n sufrida por las vestales, bien podĆ­a ser soportada a cambio una informaciĆ³n que toda Roma estaba en su derecho de conocer. ¿QuĆ© era aquello tan importante que contenĆ­a el testamento de Antonio? Pues allĆ­ venĆ­a a confirmarse ni mĆ”s ni menos que todo lo que se sospechaba de Ć©l, firmado por su puƱo y letra. Antonio repartĆ­a su herencia, no solo entre los hijos que tuvo con Octavia y con su anterior esposa, sino tambiĆ©n entre los hijos que tuvo con Cleopatra. AdemĆ”s, dejĆ³ escrito que CesariĆ³n era hijo legĆ­timo de Julio CĆ©sar. La guinda la puso con su deseo de ser enterrado en AlejandrĆ­a. El revuelo que armĆ³ la lectura del testamento fue descomunal. Aquello era un escĆ”ndalo intolerable, Antonio habĆ­a ido cambiando a lo largo del tiempo hasta convertirse en un oriental; Cleopatra lo habĆ­a hechizado. La mayorĆ­a de seguidores de Antonio se volvieron ahora en su contra y votaron para que no fuera elegido para el consulado que se habĆ­a acordado concederle al aƱo siguiente. 

Octaviano tenƭa vƭa libre para declarar la guerra, pero no contra Antonio, no contra otro romano por muy asiƔtico que se hubiera vuelto; no podƭa declararse otra guerra civil. Cleopatra se lo habƭa puesto en bandeja al ponerse al frente de sus tropas y al ser Ʃstas en buena parte asiƔticas. La guerra debƭa declararse contra ella. Habƭa una ceremonia para estos menesteres. Frente al Campo de Marte, dios de la guerra, habƭa unos terrenos declarados oficialmente extranjeros. En ellos se alzaba la columna bellica (columna de la guerra). Unos sacerdotes sacrificaban un cerdo y con su sangre manchaban unas lanzas que luego arrojaban a este terreno. Finalizada la ceremonia la guerra ya estuvo declarada oficialmente contra Egipto.

Marco Antonio tenĆ­a resguardada sus naves en el golfo de Ambracia, situado en el mar JĆ³nico, en el suroeste de Grecia. El promontorio de Accio es una lengua de tierra arenosa que se extiende justo en el estrecho que da entrada al golfo, y es frente a estas costas donde se va a dar la batalla. Durante el verano y otoƱo del aƱo 32 a.C. Antonio habĆ­a estado transportando tropas, distribuyendolas por los territorios que circundan este golfo. AdemĆ”s, tambiĆ©n habĆ­a llevado algunas legiones a la isla de Creta y a la provincia de Cirenaica, cerca de Egipto. SegĆŗn la distribuciĆ³n de la flota y las tropas, hoy se intenta dar una explicaciĆ³n a la estrategia que querĆ­a seguir Marco Antonio. Al dejar el norte de Grecia libre, parece como si quisiera dejar deliberadamente que Octaviano entrara sin ninguna oposiciĆ³n. Seguidamente, podrĆ­a subir con su gran flota, mucho mĆ”s numerosa, hacia el norte y lograr un bloqueo que impidiera entrar grano procedente de Egipto en Italia, mientras el ejĆ©rcito de Octaviano quedaba atrapado y siendo hostigado en Grecia. Antonio disponĆ­a de tiempo y dinero para ir desgastando lentamente a Octaviano, ya que sabĆ­a que no disponĆ­a de muchos recursos. Atrapado en Grecia le iba a ser muy difĆ­cil reclutar tropas, y en Roma, sin grano, lo iban a pasar muy mal. ¿Le saldrĆ­a bien su estrategia a Antonio?

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