Augusto 4




Desde el lago del Averno hasta Nauloco

El lago del Averno dista unos 700 metros del lago Lucrino, y este Ćŗltimo estĆ” a escasos metros del mar, en el golfo de NĆ”poles. El Averno era un lugar ideal para la fabricaciĆ³n, reparaciĆ³n y entrenamiento de la nueva flota que estaba poniendo en marcha Agripa. Un buen lugar para permanecer ocultos mientras trabajaban. Aparentemente, el Ćŗnico problema era cĆ³mo transportar los barcos hasta el mar, pero el terreno que separa el lago del golfo no ofrecĆ­a demasiadas dificultades para excavar un canal por donde saldrĆ­an las naves a mar abierto en la primavera del aƱo 36 a.C. El lago llegĆ³ a convertirse en parte de un importante puerto al que bautizaron con el nombre de puerto Julio en honor a Octaviano, que, recordemos, en ese tiempo ya utilizaba el nombre heredado de su tĆ­o Julio CĆ©sar.



A la flamante flota se unirĆ­a LĆ©pido, que acudirĆ­a desde Ɓfrica con 70 buques mĆ”s y otros mil de carga que transportarĆ­an diecisĆ©is legiones y un gran destacamento de caballerĆ­a. Los 120 barcos aportados por Marco Antonio zarparĆ­an desde Tarento y Octaviano partirĆ­a desde Puteoli (actual Pozzuoli). En total, entre los barcos existentes, los reparados, los aportados por Marco Antonio y LĆ©pido y los de nueva construcciĆ³n, Octaviano reuniĆ³ una flota de 300 naves, aproximadamente la misma cantidad disponible para Sexto Pompeyo, que se apresurĆ³ a ponerlas todas en alerta. 

Las cosas comenzaban bien para Octaviano, pues LĆ©pido conseguĆ­a desembarcar sus legiones en Sicilia y rodeĆ³ completamente el puerto de Lilibea. Pero el 3 de julio la suerte se volviĆ³ en su contra. Cuando Agripa se dirigĆ­a a enfrentarse a Sexto, una gran tormenta hizo que Agripa perdiera gran cantidad de barcos mientras Sexto permanecĆ­a a resguardo. Octaviano, que permanecĆ­a en la bahĆ­a, vio cĆ³mo los vientos arremetĆ­an contra los barcos que chocaban entre sĆ­. Hubo muchos destrozos que les iba a llevar mĆ”s de un mes reparar. Neptuno parecĆ­a ponerse una vez mĆ”s de parte de Sexto Pompeyo, asĆ­ lo creyĆ³ Ć©l mismo, hasta tal punto que comenzĆ³ a usar una capa azul marino en honor al dios de los ocĆ©anos. Pero Octaviano no estaba dispuesto a darse por vencido y, segĆŗn Suetonio, gritĆ³: «¡GanarĆ© esta guerra aunque Neptuno no quiera que la gane!» 

Aquel contratiempo hizo que, al acabar la reparaciĆ³n de la flota, el verano estuviera prĆ³ximo a su fin, y lo mĆ”s sensato hubiera sido dejar las cosas como estaban hasta la prĆ³xima primavera. Pero Octaviano no estaba dispuesto a pasar todo un invierno con su popularidad por los suelos mientras Sexto conspiraba contra Ć©l creyĆ©ndose un protegido de Neptuno. DespuĆ©s de todo, si este dios estaba en su contra, tanto daba la estaciĆ³n del aƱo en que se hicieran a la mar; en pleno verano ya se habĆ­a ensaƱado con ellos. AsĆ­ que en cuanto la flota estuvo lista de nuevo, se hicieron a la mar. Mientras tanto, LĆ©pido trasportaba cuatro legiones mĆ”s desde Ɓfrica, con tan mala suerte que se toparon con los piratas fieles a Sexto y les hundieron varios barcos, pereciendo dos legiones enteras. 

La idea de Octaviano era desembarcar en la isla con sus legiones y atrapar a Sexto mientras Agripa se enfrentaba a su flota en las costas. Las cosas no le salieron tan mal esta vez a Agripa, sin embargo, los de Pompeyo se retiraron ordenadamente sin sufrir grandes daƱos. Agripa podĆ­a haberlos perseguido, pero no quiso correr riesgos ya que la tarde caĆ­a y pronto se harĆ­a de noche. Octaviano sigue sin tener suerte y sus legiones son atosigadas por la flota enemiga mientras desembarcan en Sicilia. No obstante, en la isla hay ya una gran cantidad de legiones y Sexto tiene cada vez menos posibilidades de salir airoso de esta situaciĆ³n. La Ćŗnica opciĆ³n en la que confiaba Sexto era en un gran combate naval, era donde mĆ”s seguro se sentĆ­a, ya que Neptuno jugaba a su favor. 

La batalla tuvo lugar el 3 de septiembre frente a las costas de Nauloco, una pequeƱa ciudad siciliana. Agripa iba a tener oportunidad, por fin, de probar su destreza como almirante, y la capacidad de sus naves reciĆ©n construidas, mĆ”s grandes y robustas que las de la flota de Sexto. A su favor, las de Sexto, al ser mĆ”s ligeras eran tambiĆ©n mĆ”s maniobrables. Octaviano, quizĆ”s enfermo, observaba desde tierra. Cuentan que estaba tan exhausto que cayĆ³ en un profundo sueƱo, y hubo que despertarlo para que diera la orden de ataque de la flota comandada por Agripa. QuizĆ”s incluso sea una anĆ©cdota que se ha exagerado para poder asĆ­ ser usada en contra de Octaviano, como hizo Marco Antonio poco despuĆ©s, cuando burlonamente dijo que cayĆ³ preso del terror y no fue capaz de mirar al enemigo y mucho menos luchar contra Ć©l. En cualquier caso, no fue necesaria su presencia, pues Agripa demostrĆ³ ser un buen almirante y pronto tuvo controlada la situaciĆ³n. Las naves de Sexto apenas pudieron causar daƱos a los mĆ”s grandes y pesados barcos que Agripa muy acertadamente habĆ­a construido. Solo pudieron hundir tres, mientras Sexto perdiĆ³ veinticinco. Los demĆ”s barcos fueron apresados y diecisiete consiguieron huir, y en uno de ellos escapaba Sexto Pompeyo.



LƩpido, dueƱo de Sicilia

Ni Marco Antonio ni Octaviano habĆ­an tratado nunca a LĆ©pido como a un verdadero lĆ­der, mĆ”s bien lo veĆ­an como un segundĆ³n, solo Ćŗtil para sus propĆ³sitos y siempre mangoneado por ellos. Sin embargo, ahora habĆ­a sido clave para derrotar a Sexto Pompeyo y el verdadero conquistador de Sicilia y por eso se sentĆ­a tan satisfecho, que reclamĆ³ para sĆ­ la isla. Octaviano se lo tomĆ³ como un inadmisible acto de rebeldĆ­a y montĆ³ en cĆ³lera. Aquello suponĆ­a que iba a tener que renunciar a la persecuciĆ³n de Sexto. Como no se fiaba de Ć©l, tal como nunca se habĆ­a fiado tampoco de Marco Antonio, ya habĆ­a hecho algunas averiguaciones y descubriĆ³, por ejemplo, que sus hombres no le tenĆ­an en demasiado aprecio y estaban temerosos por otra guerra civil, o que nada mĆ”s desembarcar en Sicilia habĆ­a estado tanteando la manera de aliarse con Sexto, por si las cosas no salĆ­an demasiado bien. AsĆ­ que Octaviano no se lo pensĆ³ dos veces y se fue hacia LĆ©pido.

Ya hemos visto en dos ocasiones las exhibiciones de heroĆ­smo personal de Octavio. Desde que Julio CĆ©sar se plantĆ³ ante sus hombres solo y desarmado, unos hombres enfadados y dispuestos a matarle, Ć©l quiso imitarle y por eso hizo lo mismo ante los suyos y repitiĆ³ la hazaƱa ante una muchedumbre furiosa, donde esta vez sĆ­ corriĆ³ serio peligro y solo se salvĆ³ por la actuaciĆ³n de su cuƱado Marco Antonio. Ahora estaba dispuesto a repetir la gesta una vez mĆ”s presentĆ”ndose en el campamento de LĆ©pido con solo unos compaƱeros de confianza, pero desarmados. La tensiĆ³n entre las filas de soldados de LĆ©pido se podĆ­a palpar a medida que Octavio se adentraba entre ellos. Algunos le saludaban. Era curioso ver cĆ³mo a Octavio se le atragantaban aĆŗn las batallas, por lo que sus enemigos lo tachaban de cobarde, y sin embargo, acuciado por las circunstancias, no dudaba en poner su vida en peligro. LĆ©pido saliĆ³ de su tienda al oĆ­r el alboroto que la presencia de Octaviano levantaba. No hubo saludo, sino la orden de que el intruso fuera expulsado del campamento. Obedientes, algunos soldados hicieron cumplir la orden sacando a Octaviano y sus acompaƱantes a la fuerza recibiendo golpes y viendo acercarse las espadas a su piel, aunque sin llegar a herirlos. Sus vidas corrĆ­an peligro y no tuvieron mĆ”s remedio que salir corriendo ante risas y burlas.

Pero aquella valiente acciĆ³n y la humillaciĆ³n momentĆ”nea no serĆ­an en vano. DetrĆ”s de Octaviano salieron algunos hombres de LĆ©pido, y detrĆ”s de ellos otros, hasta provocar una desbandada. LĆ©pido no salĆ­a de su asombro. Sus hombres desertaban para unirse a Octaviano. Ahora le tocaba a Ć©l humillarse suplicando que no lo abandonasen. Desesperado, se agarrĆ³ a algunos estandartes para que no se los llevaran, y por respuesta, sus hombres le pidieron que los soltara, que ante su negativa le dijeron que lo harĆ­a cuando estuviera muerto. Viendo que no le quedaba nada que hacer accediĆ³ a soltarlos y quedĆ³ solo. Ahora le tocaba humillarse ante el mismo Octaviano, al que acudiĆ³ a reconocer que se encontraba en sus manos. Aquello se transformĆ³ en un circo, donde todo el que pudo acudiĆ³ para no perderse el desenlace. Si algo caracterizaba a Octaviano era que habĆ­a imitado los arranques de heroĆ­smo y valor de su tĆ­o Julio CĆ©sar, pero no su generosa clemencia. LĆ©pido estaba en peligro de muerte, su cabeza podĆ­a rodar por los suelos en cualquier momento. Pero no fue asĆ­.

Octaviano se habĆ­a librado de Sexto Pompeyo, un enemigo incĆ³modo, y LĆ©pido ya no era un rival. SabĆ­a, ademĆ”s, que las legiones que tenĆ­a ante sĆ­ ansiaban un tiempo de paz. ConvenĆ­a pues, dar ejemplo de piedad y generosidad. Octaviano se levantĆ³ al ver llegar a LĆ©pido y le impidiĆ³ postrarse ante Ć©l, que era lo que tenĆ­a pensado hacer. Le privĆ³ de su condiciĆ³n de triunviro y le mantuvo el tĆ­tulo de mĆ”ximo pontĆ­fice para luego enviarlo a Roma. Sus prĆ³ximos veinte aƱos los pasarĆ­a en un confortable retiro en Circeii, a unos noventa kilĆ³metros de Roma.


El destino de Sexto Pompeyo

Sexto Pompeyo no perdiĆ³ el tiempo, y despuĆ©s de cargar con todo lo necesario, incluida una cantidad importante de dinero, se dirigiĆ³, curiosamente, a Mitilene; es decir, acabĆ³ en el mismo lugar que su padre tras ser derrotado por Julio CĆ©sar. AllĆ­ hizo sus planes, recorriĆ³ la provincia de Asia y reclutĆ³ hasta tres legiones. Marco Antonio, ocupado en su guerra contra los partos, no le prestĆ³ demasiada atenciĆ³n, al principio. No obstante, tampoco le perdiĆ³ ojo, y cuando se enterĆ³ de que se habĆ­a puesto al servicio de del rey parto, lo declarĆ³ enemigo. Fue el gobernador de Asia, Cayo Furnio, quien se encargĆ³ de Ć©l. Sexto Pompeyo no tenĆ­a demasiadas posibilidades de salir victorioso. Se le ofreciĆ³ un trato honorable si se rendĆ­a; pero Sexto prefiriĆ³ estrellarse contra las tropas de Cayo Furnio. No muriĆ³ en la batalla, pero fue capturado y ejecutado. TenĆ­a veintisĆ©is aƱos. A esa edad, muchos no han comenzado su carrera, Sexto Pompeyo, sin embargo, la concluĆ­a, pues la comenzĆ³ demasiado temprano. MĆ”s de diez aƱos habĆ­a estado luchando y esquivando la muerte, que le llegĆ³ en el aƱo 35 a.C.


La guerra partia de Marco Antonio

Julio CĆ©sar Octaviano tambiĆ©n habĆ­a comenzado su carrera muy precozmente y tenĆ­a la misma edad que Sexto Pompeyo. Sin embargo, Octaviano no concluirĆ­a su carrera hasta muchos aƱos despuĆ©s, y ahora estaba a punto de subir a lo mĆ”s alto de ella. DespuĆ©s de quitarse de encima a Sexto Pompeyo y jubilar anticipadamente a LĆ©pido, Octaviano era un elemento muy a tener en cuenta, pues a pesar de no poder ser considerado un gran general, sĆ­ que era cierto que contaba con el apoyo y fidelidad de muchos veteranos que ya habĆ­an sido fieles a su padre adoptivo Julio CĆ©sar, y sobre todo, tenĆ­a a su lado un gran lugarteniente como Agripa. En estos momentos, lejos como estaba Marco Antonio, era el hombre mĆ”s poderoso de Roma. Y fue por eso que, a su llegada a la capital, los senadores se habĆ­an apresurado a prepararle un gran recibimiento, haciĆ©ndole muy mucho la pelota con regalos y honores. No todos ellos tenĆ­an por quĆ© ser aceptados, y de hecho no lo fueron. En concreto, Octaviano aceptĆ³ tres. Una estatua recubierta en oro que serĆ­a expuesta en el foro, un festival anual para conmemorar su victoria sobre Sexto Pompeyo en Nauloco y la tribunicia sacrosanctitas. Este Ćŗltimo honor era sin duda el mĆ”s importante, pues lo convertĆ­a en intocable. Mucho mĆ”s que un aforado en la actualidad. Alguien sagrado e inviolable bajo pena de proscripciĆ³n. Un honor solo concedido a los Tribunos del Pueblo, solo que Ć©l no tendrĆ­a que ejercer de Tribuno, aunque podrĆ­a asistir a las reuniones de Ć©stos. A cambio, Octaviano quiso tener algunos detalles con la ciudadanĆ­a, estaba necesitado de dar muestras de gran generosidad si querĆ­a ir adquiriendo algĆŗn prestigio despuĆ©s de unos pasados aƱos en los que actuĆ³ como el mĆ”s cruel de los tiranos. PerdonĆ³ impuestos; anunciĆ³ la quema de documentos anteriores a las guerras civiles, con lo cual hacĆ­a un borrĆ³n y cuenta nueva con antiguos enemigos; y la devoluciĆ³n, cuando volviera Marco Antonio, de los poderes especiales que se habĆ­an atribuido durante el triunvirato. A todo esto, hora es ya de ver cĆ³mo le van las cosas a Marco Antonio en su guerra contra los partos.

La guerra contra los partos llevaba, como hemos ido viendo, muchos aƱos planeĆ”ndose. Cada vez que Marco Antonio volvĆ­a a Italia a negociar con Octaviano, no era sino un contratiempo y un retraso mĆ”s. Sin embargo, Antonio no querĆ­a cabos sueltos. PreferĆ­a que todo estuviera lo mĆ”s ordenado posible a la hora de lanzar su ataque a gran escala sobre Partia. Muchos eran los que creĆ­an que Antonio estaba en buena disposiciĆ³n de vengar la humillaciĆ³n que Roma habĆ­a sufrido aƱos atrĆ”s, cuando Marco Licinio Craso y sus legiones fueron masacradas en Carrae. Y a pesar de que la invasiĆ³n no habĆ­a dado comienzo, unos aƱos antes ya habĆ­a habido bastantes enfrentamientos. Los partos, informados de las intenciones de los romanos, tomaron la iniciativa invadiendo Macedonia. Antonio no tuvo demasiados problemas con ellos al enviarles once legiones a hacerles frente. Pero eso no desanimĆ³ a los partos, y durante el verano del aƱo 40 a.C. invadieron esta vez Siria, con Pacorus, el hijo del rey Orodes al frente, y mataron al gobernador de la provincia. Antonio enviĆ³ esta vez a Ventidio, uno de sus mejores generales. Ventidio no decepcionĆ³ a Antonio y no solo venciĆ³, sino que logrĆ³ matar a Pacorus en junio del 38 a.C. Luego enviĆ³ su cabeza para ser exhibida por varias ciudades e intentar asĆ­ intimidar a sus habitantes. DespuĆ©s de haber vencido al prĆ­ncipe Pacorus, Ventidio marchĆ³ al este y sitiĆ³ la ciudad de Samosata (actual Samsat en TurquĆ­a). Y aquĆ­ fue donde Ventidio pasĆ³ de ser un buen general para convertirse en un sospechoso traidor. El tiempo pasaba y la ciudad no caĆ­a. Hubo quien informĆ³ a Marco Antonio que Ventidio aceptaba sobornos de los Partos para que la ciudad no cayera en manos romanas, asĆ­ que Antonio decidiĆ³ acudir para poner fin al asedio personalmente. Al llegar, ordenĆ³ que Ventidio desapareciera de su vista. Sin embargo, Samosata era un hueso duro de roer y ni Ć©l mismo consiguiĆ³ rendirla. Ahora iba a ser Ć©l el sobornado. Los partos ofrecieron a Marco Antonio una gran suma de dinero, 300 talentos, toda una fortuna, con lo cual, Antonio negociĆ³ una paz bastante favorable a la ciudad. Hay quien cree que, realmente, a Antonio no le molestĆ³ que Ventidio admitiera sobornos, sino que tuvo celos de que su general consiguiera una gran victoria que querĆ­a para Ć©l. Hubiera sido como ponerse a la altura de Octaviano, que permitiĆ³ que Agripa venciera a Sexto Pompeyo mientras Ć©l miraba desde la costa.

Frederick Arthur Bridgman - Cleopatra on the Terraces of Philae
A pesar de que pudiera parecer que fue muy generoso con la ciudad de Samosata, lo cierto es que, a Antonio no le convenĆ­a en esos momentos entretenerse conquistando una ciudad. Sin ir mĆ”s lejos, Octaviano reclamaba su presencia en Italia y aquĆ­ fue cuando ambos renovaron sus acuerdos de triunviros. Antonio le prestaba 120 barcos a Octaviano, mientras Ć©ste le prometĆ­a varias legiones que nunca llegarĆ­a a enviarle. El invierno del aƱo 37 al 36 a.C. Antonio lo pasarĆ­a en AntioquĆ­a haciendo los preparativos para lanzar un ataque a gran escala sobre Partia en la primavera siguiente. Todos creĆ­an que era un buen momento, pues los partos andaban revueltos unos contra otros y eran mĆ”s vulnerables. ¿Por quĆ© andaban ahora los partos envueltos en reyertas? En parte, Antonio habĆ­a sido el que las provocĆ³, aunque lo hiciera sin proponĆ©rselo. Su general Ventidio, habĆ­a matado y paseado la cabeza del prĆ­ncipe heredero Pacorus. El rey Orodes II llorĆ³ su pĆ©rdida y quedĆ³ desolado e incapaz de seguir gobernando, por lo que abdicĆ³ en favor de su otro hijo, Fraates IV. Pero Orodes II no tenĆ­a solo dos hijos, ni tres, ni cuatro; tenĆ­a al menos treinta, y no fueron pocos los que se rebelaron contra Fraates. La respuesta del nuevo rey fue la de masacrar a buena parte de sus hermanos, y las consecuencias fueron unas revueltas que los ponĆ­a a todos al borde de una guerra civil. Antes de que acabara el invierno, Cleopatra y sus gemelos se presentaron ante Antonio. La habĆ­a llamado Ć©l; habĆ­a algunos asuntos que tratar, pues Egipto era esencial para el abastecimiento de grano de sus soldados. Resuelto el asunto, Antonio reconociĆ³ como hijos suyos a los gemelos y Cleopatra volvĆ­a a ser su amante.

En la primavera del aƱo 36 a.C. Antonio puso en marcha su invasiĆ³n. Hay que recordar, que Julio CĆ©sar no solo tenĆ­a en mente la invasiĆ³n de Partia, sino que tenĆ­a todos los preparativos hechos cuando muriĆ³. Los planes los conocĆ­a Antonio y quiso llevarlos a cabo tal como CĆ©sar tenĆ­a previsto; al principio, parece que aquellos planes funcionaban a la perfecciĆ³n. MarcharĆ­an por el centro de Armenia, un territorio amigo; algo que Craso rechazĆ³ a pesar de que el mismo rey armenio se lo habĆ­a ofrecido; y habĆ­a que evitar luchar a campo abierto en las grandes llanuras, donde los arqueros a caballo partos eran como enjambres de avispas letales. Pero Antonio tenĆ­a una preocupaciĆ³n: que el invierno le cogiera en plena campaƱa, asĆ­ que, no podĆ­a permitirse ni un dĆ­a de retraso en sus planes, y al lanzar su primer ataque en junio dejĆ³ atrĆ”s las tropas que transportaban todo lo necesario para el asedio de la ciudad de Fraata. Los partos pronto supieron que las torres de asalto y demĆ”s maquinaria romana habĆ­an quedado atrĆ”s. Unos 50.000 jinetes con arcos se presentaron por sorpresa y lo arrasaron todo. La maquinaria fue incendiada y destruida y todo lo demĆ”s saqueado, mientras que los hombres que custodiaban el equipamiento fueron masacrados. Marco Antonio, a pesar de querer evitar los errores de Craso, tropezĆ³ en el primero de ellos: confiar en el guĆ­a, que no era sino un espĆ­a parto. Fraata, donde pensaban pasar el invierno, ya no pudo ser conquistada. Antonio se vio obligado a volver a Armenia, pero el camino de regreso no iba a ser nada fĆ”cil. Las duras tormentas de nieve que las legiones tuvieron que soportar y los constantes ataques partos infringieron a las legiones romanas mĆ”s de 20.000 bajas, hasta conseguir ponerse a salvo de nuevo en Armenia.

Marco Antonio estaba amargado y varias veces quiso suicidarse. Pero por mĆ”s que lo ordenĆ³, sus esclavos no quisieron hacer de verdugos. Se tuvo que conformar con vivir con su sufrimiento y dedicarse a visitar una a una las tiendas de sus soldados, sobre todo de aquellos que estaban heridos. Seguramente estaban enojados con Ć©l, pero tenĆ­a que hacer lo que todo buen general hace con sus soldados y preocuparse por ellos. Pero he aquĆ­ que Plutarco nos cuenta que «lo recibĆ­an con caras alegres y le daban la mano cuando pasaba, le suplicaban que no dejase que sus sufrimientos le pesasen, sino que se cuidara mucho», dĆ”ndose cuenta que era Ć©l el necesitado de Ć”nimos. Luego, una vez repuestos todos, se pusieron en marcha de vuelta a Siria, adelantĆ”ndose unos mensajeros para pedir a Cleopatra dinero y ropa para los soldados. Una vez en Siria la espera se hizo eterna y Antonio se dio a la bebida. Hasta que un dĆ­a, por fin divisaron a lo lejos las velas egipcias. Cleopatra en persona vino a hasta ellos, trayendo con ella todo lo necesario para abastecerlos. Desde allĆ­, Antonio regresĆ³ con Cleopatra a AlejandrĆ­a, estaba necesitado de un buen descanso y, sobre todo, poner en orden su cabeza y pensar cuĆ”l iba a ser su siguiente paso.

Octaviano recibĆ­a las noticias en Roma, donde llegaban maquilladas, aunque Ć©l sabĆ­a muy bien cĆ³mo interpretarlas, pues tenĆ­a sus propios espĆ­as que le informaban al detalle de cuanto ocurrĆ­a en oriente. Cuando se enterĆ³ del desastre, pensĆ³ que habĆ­a que hacer pĆŗblico solamente lo que Antonio hizo oficial: que habĆ­an conseguido grandes victorias sobre los partos y que despuĆ©s de una buena campaƱa veraniega se habĆ­an retirado a Siria para pasar el invierno. No obstante, la campaƱa habĆ­a sido muy dura y habĆ­a habido serias pĆ©rdidas. Antonio necesitaba soldados. HabĆ­a llegado el momento de cumplir con su parte del trato, donde se comprometiĆ³ a enviarle algunas legiones, cuando Antonio le prestĆ³ sus ciento veinte barcos. Pero en vez de eso, le enviĆ³ a su hermana Octavia, la esposa de Antonio. Octavia estarĆ­a ansiosa de reunirse con Ć©l, despuĆ©s de tanto tiempo. Y Ć©l estarĆ­a encantado de recibir a su esposa en compaƱƭa de Cleopatra. Seguro que era lo que mĆ”s le apetecĆ­a en aquel complicado momento en que intentaba ponerlo todo en orden. Pero Octavia no viajarĆ­a sola, sino con dos mil pretorianos que la protegerĆ­an durante el largo camino; y ademĆ”s le enviaba setenta barcos, los que habĆ­an quedado enteros durante la batalla de Nauloco, los mismos que Antonio le habĆ­a prestado. Todo esto, por supuesto, no era mĆ”s que una provocaciĆ³n por parte de Octaviano. Que Antonio y Cleopatra eran amantes era la comidilla de toda Roma, y darle una gran sorpresa enviĆ”ndole a su hermana era una forma de vengar estas infidelidades. Aunque a decir verdad, tanto Octaviano como Antonio no necesitaban de excusas para humillarse el uno al otro.

Publicar un comentario

0 Comentarios