Desde el lago del Averno hasta Nauloco
El lago del Averno dista unos 700 metros del lago Lucrino, y este Ćŗltimo estĆ” a escasos metros del mar, en el golfo de NĆ”poles. El Averno era un lugar ideal para la fabricaciĆ³n, reparaciĆ³n y entrenamiento de la nueva flota que estaba poniendo en marcha Agripa. Un buen lugar para permanecer ocultos mientras trabajaban. Aparentemente, el Ćŗnico problema era cĆ³mo transportar los barcos hasta el mar, pero el terreno que separa el lago del golfo no ofrecĆa demasiadas dificultades para excavar un canal por donde saldrĆan las naves a mar abierto en la primavera del aƱo 36 a.C. El lago llegĆ³ a convertirse en parte de un importante puerto al que bautizaron con el nombre de puerto Julio en honor a Octaviano, que, recordemos, en ese tiempo ya utilizaba el nombre heredado de su tĆo Julio CĆ©sar.
A la flamante flota se unirĆa LĆ©pido, que acudirĆa desde Ćfrica con 70 buques mĆ”s y otros mil de carga que transportarĆan diecisĆ©is legiones y un gran destacamento de caballerĆa. Los 120 barcos aportados por Marco Antonio zarparĆan desde Tarento y Octaviano partirĆa desde Puteoli (actual Pozzuoli). En total, entre los barcos existentes, los reparados, los aportados por Marco Antonio y LĆ©pido y los de nueva construcciĆ³n, Octaviano reuniĆ³ una flota de 300 naves, aproximadamente la misma cantidad disponible para Sexto Pompeyo, que se apresurĆ³ a ponerlas todas en alerta.
Las cosas comenzaban bien para Octaviano, pues LĆ©pido conseguĆa desembarcar sus legiones en Sicilia y rodeĆ³ completamente el puerto de Lilibea. Pero el 3 de julio la suerte se volviĆ³ en su contra. Cuando Agripa se dirigĆa a enfrentarse a Sexto, una gran tormenta hizo que Agripa perdiera gran cantidad de barcos mientras Sexto permanecĆa a resguardo. Octaviano, que permanecĆa en la bahĆa, vio cĆ³mo los vientos arremetĆan contra los barcos que chocaban entre sĆ. Hubo muchos destrozos que les iba a llevar mĆ”s de un mes reparar. Neptuno parecĆa ponerse una vez mĆ”s de parte de Sexto Pompeyo, asĆ lo creyĆ³ Ć©l mismo, hasta tal punto que comenzĆ³ a usar una capa azul marino en honor al dios de los ocĆ©anos. Pero Octaviano no estaba dispuesto a darse por vencido y, segĆŗn Suetonio, gritĆ³: «¡GanarĆ© esta guerra aunque Neptuno no quiera que la gane!»
Aquel contratiempo hizo que, al acabar la reparaciĆ³n de la flota, el verano estuviera prĆ³ximo a su fin, y lo mĆ”s sensato hubiera sido dejar las cosas como estaban hasta la prĆ³xima primavera. Pero Octaviano no estaba dispuesto a pasar todo un invierno con su popularidad por los suelos mientras Sexto conspiraba contra Ć©l creyĆ©ndose un protegido de Neptuno. DespuĆ©s de todo, si este dios estaba en su contra, tanto daba la estaciĆ³n del aƱo en que se hicieran a la mar; en pleno verano ya se habĆa ensaƱado con ellos. AsĆ que en cuanto la flota estuvo lista de nuevo, se hicieron a la mar. Mientras tanto, LĆ©pido trasportaba cuatro legiones mĆ”s desde Ćfrica, con tan mala suerte que se toparon con los piratas fieles a Sexto y les hundieron varios barcos, pereciendo dos legiones enteras.
La idea de Octaviano era desembarcar en la isla con sus legiones y atrapar a Sexto mientras Agripa se enfrentaba a su flota en las costas. Las cosas no le salieron tan mal esta vez a Agripa, sin embargo, los de Pompeyo se retiraron ordenadamente sin sufrir grandes daƱos. Agripa podĆa haberlos perseguido, pero no quiso correr riesgos ya que la tarde caĆa y pronto se harĆa de noche. Octaviano sigue sin tener suerte y sus legiones son atosigadas por la flota enemiga mientras desembarcan en Sicilia. No obstante, en la isla hay ya una gran cantidad de legiones y Sexto tiene cada vez menos posibilidades de salir airoso de esta situaciĆ³n. La Ćŗnica opciĆ³n en la que confiaba Sexto era en un gran combate naval, era donde mĆ”s seguro se sentĆa, ya que Neptuno jugaba a su favor.
La batalla tuvo lugar el 3 de septiembre frente a las costas de Nauloco, una pequeƱa ciudad siciliana. Agripa iba a tener oportunidad, por fin, de probar su destreza como almirante, y la capacidad de sus naves reciĆ©n construidas, mĆ”s grandes y robustas que las de la flota de Sexto. A su favor, las de Sexto, al ser mĆ”s ligeras eran tambiĆ©n mĆ”s maniobrables. Octaviano, quizĆ”s enfermo, observaba desde tierra. Cuentan que estaba tan exhausto que cayĆ³ en un profundo sueƱo, y hubo que despertarlo para que diera la orden de ataque de la flota comandada por Agripa. QuizĆ”s incluso sea una anĆ©cdota que se ha exagerado para poder asĆ ser usada en contra de Octaviano, como hizo Marco Antonio poco despuĆ©s, cuando burlonamente dijo que cayĆ³ preso del terror y no fue capaz de mirar al enemigo y mucho menos luchar contra Ć©l. En cualquier caso, no fue necesaria su presencia, pues Agripa demostrĆ³ ser un buen almirante y pronto tuvo controlada la situaciĆ³n. Las naves de Sexto apenas pudieron causar daƱos a los mĆ”s grandes y pesados barcos que Agripa muy acertadamente habĆa construido. Solo pudieron hundir tres, mientras Sexto perdiĆ³ veinticinco. Los demĆ”s barcos fueron apresados y diecisiete consiguieron huir, y en uno de ellos escapaba Sexto Pompeyo.
LƩpido, dueƱo de Sicilia
Ni Marco Antonio ni Octaviano habĆan tratado nunca a LĆ©pido como a un verdadero lĆder, mĆ”s bien lo veĆan como un segundĆ³n, solo Ćŗtil para sus propĆ³sitos y siempre mangoneado por ellos. Sin embargo, ahora habĆa sido clave para derrotar a Sexto Pompeyo y el verdadero conquistador de Sicilia y por eso se sentĆa tan satisfecho, que reclamĆ³ para sĆ la isla. Octaviano se lo tomĆ³ como un inadmisible acto de rebeldĆa y montĆ³ en cĆ³lera. Aquello suponĆa que iba a tener que renunciar a la persecuciĆ³n de Sexto. Como no se fiaba de Ć©l, tal como nunca se habĆa fiado tampoco de Marco Antonio, ya habĆa hecho algunas averiguaciones y descubriĆ³, por ejemplo, que sus hombres no le tenĆan en demasiado aprecio y estaban temerosos por otra guerra civil, o que nada mĆ”s desembarcar en Sicilia habĆa estado tanteando la manera de aliarse con Sexto, por si las cosas no salĆan demasiado bien. AsĆ que Octaviano no se lo pensĆ³ dos veces y se fue hacia LĆ©pido.
Ya hemos visto en dos ocasiones las exhibiciones de heroĆsmo personal de Octavio. Desde que Julio CĆ©sar se plantĆ³ ante sus hombres solo y desarmado, unos hombres enfadados y dispuestos a matarle, Ć©l quiso imitarle y por eso hizo lo mismo ante los suyos y repitiĆ³ la hazaƱa ante una muchedumbre furiosa, donde esta vez sĆ corriĆ³ serio peligro y solo se salvĆ³ por la actuaciĆ³n de su cuƱado Marco Antonio. Ahora estaba dispuesto a repetir la gesta una vez mĆ”s presentĆ”ndose en el campamento de LĆ©pido con solo unos compaƱeros de confianza, pero desarmados. La tensiĆ³n entre las filas de soldados de LĆ©pido se podĆa palpar a medida que Octavio se adentraba entre ellos. Algunos le saludaban. Era curioso ver cĆ³mo a Octavio se le atragantaban aĆŗn las batallas, por lo que sus enemigos lo tachaban de cobarde, y sin embargo, acuciado por las circunstancias, no dudaba en poner su vida en peligro. LĆ©pido saliĆ³ de su tienda al oĆr el alboroto que la presencia de Octaviano levantaba. No hubo saludo, sino la orden de que el intruso fuera expulsado del campamento. Obedientes, algunos soldados hicieron cumplir la orden sacando a Octaviano y sus acompaƱantes a la fuerza recibiendo golpes y viendo acercarse las espadas a su piel, aunque sin llegar a herirlos. Sus vidas corrĆan peligro y no tuvieron mĆ”s remedio que salir corriendo ante risas y burlas.
Pero aquella valiente acciĆ³n y la humillaciĆ³n momentĆ”nea no serĆan en vano. DetrĆ”s de Octaviano salieron algunos hombres de LĆ©pido, y detrĆ”s de ellos otros, hasta provocar una desbandada. LĆ©pido no salĆa de su asombro. Sus hombres desertaban para unirse a Octaviano. Ahora le tocaba a Ć©l humillarse suplicando que no lo abandonasen. Desesperado, se agarrĆ³ a algunos estandartes para que no se los llevaran, y por respuesta, sus hombres le pidieron que los soltara, que ante su negativa le dijeron que lo harĆa cuando estuviera muerto. Viendo que no le quedaba nada que hacer accediĆ³ a soltarlos y quedĆ³ solo. Ahora le tocaba humillarse ante el mismo Octaviano, al que acudiĆ³ a reconocer que se encontraba en sus manos. Aquello se transformĆ³ en un circo, donde todo el que pudo acudiĆ³ para no perderse el desenlace. Si algo caracterizaba a Octaviano era que habĆa imitado los arranques de heroĆsmo y valor de su tĆo Julio CĆ©sar, pero no su generosa clemencia. LĆ©pido estaba en peligro de muerte, su cabeza podĆa rodar por los suelos en cualquier momento. Pero no fue asĆ.
Octaviano se habĆa librado de Sexto Pompeyo, un enemigo incĆ³modo, y LĆ©pido ya no era un rival. SabĆa, ademĆ”s, que las legiones que tenĆa ante sĆ ansiaban un tiempo de paz. ConvenĆa pues, dar ejemplo de piedad y generosidad. Octaviano se levantĆ³ al ver llegar a LĆ©pido y le impidiĆ³ postrarse ante Ć©l, que era lo que tenĆa pensado hacer. Le privĆ³ de su condiciĆ³n de triunviro y le mantuvo el tĆtulo de mĆ”ximo pontĆfice para luego enviarlo a Roma. Sus prĆ³ximos veinte aƱos los pasarĆa en un confortable retiro en Circeii, a unos noventa kilĆ³metros de Roma.
El destino de Sexto Pompeyo
Sexto Pompeyo no perdiĆ³ el tiempo, y despuĆ©s de cargar con todo lo necesario, incluida una cantidad importante de dinero, se dirigiĆ³, curiosamente, a Mitilene; es decir, acabĆ³ en el mismo lugar que su padre tras ser derrotado por Julio CĆ©sar. AllĆ hizo sus planes, recorriĆ³ la provincia de Asia y reclutĆ³ hasta tres legiones. Marco Antonio, ocupado en su guerra contra los partos, no le prestĆ³ demasiada atenciĆ³n, al principio. No obstante, tampoco le perdiĆ³ ojo, y cuando se enterĆ³ de que se habĆa puesto al servicio de del rey parto, lo declarĆ³ enemigo. Fue el gobernador de Asia, Cayo Furnio, quien se encargĆ³ de Ć©l. Sexto Pompeyo no tenĆa demasiadas posibilidades de salir victorioso. Se le ofreciĆ³ un trato honorable si se rendĆa; pero Sexto prefiriĆ³ estrellarse contra las tropas de Cayo Furnio. No muriĆ³ en la batalla, pero fue capturado y ejecutado. TenĆa veintisĆ©is aƱos. A esa edad, muchos no han comenzado su carrera, Sexto Pompeyo, sin embargo, la concluĆa, pues la comenzĆ³ demasiado temprano. MĆ”s de diez aƱos habĆa estado luchando y esquivando la muerte, que le llegĆ³ en el aƱo 35 a.C.
La guerra partia de Marco Antonio
Julio CĆ©sar Octaviano tambiĆ©n habĆa comenzado su carrera muy precozmente y tenĆa la misma edad que Sexto Pompeyo. Sin embargo, Octaviano no concluirĆa su carrera hasta muchos aƱos despuĆ©s, y ahora estaba a punto de subir a lo mĆ”s alto de ella. DespuĆ©s de quitarse de encima a Sexto Pompeyo y jubilar anticipadamente a LĆ©pido, Octaviano era un elemento muy a tener en cuenta, pues a pesar de no poder ser considerado un gran general, sĆ que era cierto que contaba con el apoyo y fidelidad de muchos veteranos que ya habĆan sido fieles a su padre adoptivo Julio CĆ©sar, y sobre todo, tenĆa a su lado un gran lugarteniente como Agripa. En estos momentos, lejos como estaba Marco Antonio, era el hombre mĆ”s poderoso de Roma. Y fue por eso que, a su llegada a la capital, los senadores se habĆan apresurado a prepararle un gran recibimiento, haciĆ©ndole muy mucho la pelota con regalos y honores. No todos ellos tenĆan por quĆ© ser aceptados, y de hecho no lo fueron. En concreto, Octaviano aceptĆ³ tres. Una estatua recubierta en oro que serĆa expuesta en el foro, un festival anual para conmemorar su victoria sobre Sexto Pompeyo en Nauloco y la tribunicia sacrosanctitas. Este Ćŗltimo honor era sin duda el mĆ”s importante, pues lo convertĆa en intocable. Mucho mĆ”s que un aforado en la actualidad. Alguien sagrado e inviolable bajo pena de proscripciĆ³n. Un honor solo concedido a los Tribunos del Pueblo, solo que Ć©l no tendrĆa que ejercer de Tribuno, aunque podrĆa asistir a las reuniones de Ć©stos. A cambio, Octaviano quiso tener algunos detalles con la ciudadanĆa, estaba necesitado de dar muestras de gran generosidad si querĆa ir adquiriendo algĆŗn prestigio despuĆ©s de unos pasados aƱos en los que actuĆ³ como el mĆ”s cruel de los tiranos. PerdonĆ³ impuestos; anunciĆ³ la quema de documentos anteriores a las guerras civiles, con lo cual hacĆa un borrĆ³n y cuenta nueva con antiguos enemigos; y la devoluciĆ³n, cuando volviera Marco Antonio, de los poderes especiales que se habĆan atribuido durante el triunvirato. A todo esto, hora es ya de ver cĆ³mo le van las cosas a Marco Antonio en su guerra contra los partos.
La guerra contra los partos llevaba, como hemos ido viendo, muchos aƱos planeĆ”ndose. Cada vez que Marco Antonio volvĆa a Italia a negociar con Octaviano, no era sino un contratiempo y un retraso mĆ”s. Sin embargo, Antonio no querĆa cabos sueltos. PreferĆa que todo estuviera lo mĆ”s ordenado posible a la hora de lanzar su ataque a gran escala sobre Partia. Muchos eran los que creĆan que Antonio estaba en buena disposiciĆ³n de vengar la humillaciĆ³n que Roma habĆa sufrido aƱos atrĆ”s, cuando Marco Licinio Craso y sus legiones fueron masacradas en Carrae. Y a pesar de que la invasiĆ³n no habĆa dado comienzo, unos aƱos antes ya habĆa habido bastantes enfrentamientos. Los partos, informados de las intenciones de los romanos, tomaron la iniciativa invadiendo Macedonia. Antonio no tuvo demasiados problemas con ellos al enviarles once legiones a hacerles frente. Pero eso no desanimĆ³ a los partos, y durante el verano del aƱo 40 a.C. invadieron esta vez Siria, con Pacorus, el hijo del rey Orodes al frente, y mataron al gobernador de la provincia. Antonio enviĆ³ esta vez a Ventidio, uno de sus mejores generales. Ventidio no decepcionĆ³ a Antonio y no solo venciĆ³, sino que logrĆ³ matar a Pacorus en junio del 38 a.C. Luego enviĆ³ su cabeza para ser exhibida por varias ciudades e intentar asĆ intimidar a sus habitantes. DespuĆ©s de haber vencido al prĆncipe Pacorus, Ventidio marchĆ³ al este y sitiĆ³ la ciudad de Samosata (actual Samsat en TurquĆa). Y aquĆ fue donde Ventidio pasĆ³ de ser un buen general para convertirse en un sospechoso traidor. El tiempo pasaba y la ciudad no caĆa. Hubo quien informĆ³ a Marco Antonio que Ventidio aceptaba sobornos de los Partos para que la ciudad no cayera en manos romanas, asĆ que Antonio decidiĆ³ acudir para poner fin al asedio personalmente. Al llegar, ordenĆ³ que Ventidio desapareciera de su vista. Sin embargo, Samosata era un hueso duro de roer y ni Ć©l mismo consiguiĆ³ rendirla. Ahora iba a ser Ć©l el sobornado. Los partos ofrecieron a Marco Antonio una gran suma de dinero, 300 talentos, toda una fortuna, con lo cual, Antonio negociĆ³ una paz bastante favorable a la ciudad. Hay quien cree que, realmente, a Antonio no le molestĆ³ que Ventidio admitiera sobornos, sino que tuvo celos de que su general consiguiera una gran victoria que querĆa para Ć©l. Hubiera sido como ponerse a la altura de Octaviano, que permitiĆ³ que Agripa venciera a Sexto Pompeyo mientras Ć©l miraba desde la costa.
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A pesar de que pudiera parecer que fue muy generoso con la ciudad de Samosata, lo cierto es que, a Antonio no le convenĆa en esos momentos entretenerse conquistando una ciudad. Sin ir mĆ”s lejos, Octaviano reclamaba su presencia en Italia y aquĆ fue cuando ambos renovaron sus acuerdos de triunviros. Antonio le prestaba 120 barcos a Octaviano, mientras Ć©ste le prometĆa varias legiones que nunca llegarĆa a enviarle. El invierno del aƱo 37 al 36 a.C. Antonio lo pasarĆa en AntioquĆa haciendo los preparativos para lanzar un ataque a gran escala sobre Partia en la primavera siguiente. Todos creĆan que era un buen momento, pues los partos andaban revueltos unos contra otros y eran mĆ”s vulnerables. ¿Por quĆ© andaban ahora los partos envueltos en reyertas? En parte, Antonio habĆa sido el que las provocĆ³, aunque lo hiciera sin proponĆ©rselo. Su general Ventidio, habĆa matado y paseado la cabeza del prĆncipe heredero Pacorus. El rey Orodes II llorĆ³ su pĆ©rdida y quedĆ³ desolado e incapaz de seguir gobernando, por lo que abdicĆ³ en favor de su otro hijo, Fraates IV. Pero Orodes II no tenĆa solo dos hijos, ni tres, ni cuatro; tenĆa al menos treinta, y no fueron pocos los que se rebelaron contra Fraates. La respuesta del nuevo rey fue la de masacrar a buena parte de sus hermanos, y las consecuencias fueron unas revueltas que los ponĆa a todos al borde de una guerra civil. Antes de que acabara el invierno, Cleopatra y sus gemelos se presentaron ante Antonio. La habĆa llamado Ć©l; habĆa algunos asuntos que tratar, pues Egipto era esencial para el abastecimiento de grano de sus soldados. Resuelto el asunto, Antonio reconociĆ³ como hijos suyos a los gemelos y Cleopatra volvĆa a ser su amante.
En la primavera del aƱo 36 a.C. Antonio puso en marcha su invasiĆ³n. Hay que recordar, que Julio CĆ©sar no solo tenĆa en mente la invasiĆ³n de Partia, sino que tenĆa todos los preparativos hechos cuando muriĆ³. Los planes los conocĆa Antonio y quiso llevarlos a cabo tal como CĆ©sar tenĆa previsto; al principio, parece que aquellos planes funcionaban a la perfecciĆ³n. MarcharĆan por el centro de Armenia, un territorio amigo; algo que Craso rechazĆ³ a pesar de que el mismo rey armenio se lo habĆa ofrecido; y habĆa que evitar luchar a campo abierto en las grandes llanuras, donde los arqueros a caballo partos eran como enjambres de avispas letales. Pero Antonio tenĆa una preocupaciĆ³n: que el invierno le cogiera en plena campaƱa, asĆ que, no podĆa permitirse ni un dĆa de retraso en sus planes, y al lanzar su primer ataque en junio dejĆ³ atrĆ”s las tropas que transportaban todo lo necesario para el asedio de la ciudad de Fraata. Los partos pronto supieron que las torres de asalto y demĆ”s maquinaria romana habĆan quedado atrĆ”s. Unos 50.000 jinetes con arcos se presentaron por sorpresa y lo arrasaron todo. La maquinaria fue incendiada y destruida y todo lo demĆ”s saqueado, mientras que los hombres que custodiaban el equipamiento fueron masacrados. Marco Antonio, a pesar de querer evitar los errores de Craso, tropezĆ³ en el primero de ellos: confiar en el guĆa, que no era sino un espĆa parto. Fraata, donde pensaban pasar el invierno, ya no pudo ser conquistada. Antonio se vio obligado a volver a Armenia, pero el camino de regreso no iba a ser nada fĆ”cil. Las duras tormentas de nieve que las legiones tuvieron que soportar y los constantes ataques partos infringieron a las legiones romanas mĆ”s de 20.000 bajas, hasta conseguir ponerse a salvo de nuevo en Armenia.
Marco Antonio estaba amargado y varias veces quiso suicidarse. Pero por mĆ”s que lo ordenĆ³, sus esclavos no quisieron hacer de verdugos. Se tuvo que conformar con vivir con su sufrimiento y dedicarse a visitar una a una las tiendas de sus soldados, sobre todo de aquellos que estaban heridos. Seguramente estaban enojados con Ć©l, pero tenĆa que hacer lo que todo buen general hace con sus soldados y preocuparse por ellos. Pero he aquĆ que Plutarco nos cuenta que «lo recibĆan con caras alegres y le daban la mano cuando pasaba, le suplicaban que no dejase que sus sufrimientos le pesasen, sino que se cuidara mucho», dĆ”ndose cuenta que era Ć©l el necesitado de Ć”nimos. Luego, una vez repuestos todos, se pusieron en marcha de vuelta a Siria, adelantĆ”ndose unos mensajeros para pedir a Cleopatra dinero y ropa para los soldados. Una vez en Siria la espera se hizo eterna y Antonio se dio a la bebida. Hasta que un dĆa, por fin divisaron a lo lejos las velas egipcias. Cleopatra en persona vino a hasta ellos, trayendo con ella todo lo necesario para abastecerlos. Desde allĆ, Antonio regresĆ³ con Cleopatra a AlejandrĆa, estaba necesitado de un buen descanso y, sobre todo, poner en orden su cabeza y pensar cuĆ”l iba a ser su siguiente paso.
Octaviano recibĆa las noticias en Roma, donde llegaban maquilladas, aunque Ć©l sabĆa muy bien cĆ³mo interpretarlas, pues tenĆa sus propios espĆas que le informaban al detalle de cuanto ocurrĆa en oriente. Cuando se enterĆ³ del desastre, pensĆ³ que habĆa que hacer pĆŗblico solamente lo que Antonio hizo oficial: que habĆan conseguido grandes victorias sobre los partos y que despuĆ©s de una buena campaƱa veraniega se habĆan retirado a Siria para pasar el invierno. No obstante, la campaƱa habĆa sido muy dura y habĆa habido serias pĆ©rdidas. Antonio necesitaba soldados. HabĆa llegado el momento de cumplir con su parte del trato, donde se comprometiĆ³ a enviarle algunas legiones, cuando Antonio le prestĆ³ sus ciento veinte barcos. Pero en vez de eso, le enviĆ³ a su hermana Octavia, la esposa de Antonio. Octavia estarĆa ansiosa de reunirse con Ć©l, despuĆ©s de tanto tiempo. Y Ć©l estarĆa encantado de recibir a su esposa en compaƱĆa de Cleopatra. Seguro que era lo que mĆ”s le apetecĆa en aquel complicado momento en que intentaba ponerlo todo en orden. Pero Octavia no viajarĆa sola, sino con dos mil pretorianos que la protegerĆan durante el largo camino; y ademĆ”s le enviaba setenta barcos, los que habĆan quedado enteros durante la batalla de Nauloco, los mismos que Antonio le habĆa prestado. Todo esto, por supuesto, no era mĆ”s que una provocaciĆ³n por parte de Octaviano. Que Antonio y Cleopatra eran amantes era la comidilla de toda Roma, y darle una gran sorpresa enviĆ”ndole a su hermana era una forma de vengar estas infidelidades. Aunque a decir verdad, tanto Octaviano como Antonio no necesitaban de excusas para humillarse el uno al otro.
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