Augusto 3

Augusto, Mecenas y Agripa en la serie televisiva Roma, producida por HBO, BBC y RAI

La locura de Octaviano

HabĆ­a sido una victoria completa, la repĆŗblica estaba demolida y los Ćŗltimos de sus defensores, unos 14.000 soldados, negociaron su rendiciĆ³n. Pero Octaviano no estaba contento, el mĆ”s joven de los triunviros estaba emocionalmente deshecho, trastornado, enfermo, agotado... y es posible que al borde de la locura. Entre los Ćŗltimos defensores de la repĆŗblica habĆ­a personalidades distinguidas que acudieron a negociar, pero Octaviano los insultĆ³ y decidiĆ³ que debĆ­an ser ejecutados. A las historias de terror durante la proscripciĆ³n habrĆ­a que aƱadir estas otras, tan crueles como indignas, de hombres que lucharon por sus ideales y que ya estaban vencidos.

-Un soldado le pidiĆ³ a Octaviano ser enterrado con dignidad despuĆ©s que lo ejecutaran. Eso le corresponde a las aves carroƱeras, fue la respuesta.

-Un hombre pidiĆ³ piedad, pero sobre todo, pedĆ­a clemencia para su hijo, que habĆ­a luchado junto a Ć©l. Pero Octaviano revolviĆ³ todo su interior para sacar su sentimiento mĆ”s cruel y dijo que solo perdonarĆ­a a uno de ellos. Los puso a jugar a mostrar cierto nĆŗmero de dedos a la vez que gritaban un nĆŗmero. Los dos se negaron a jugar. El padre ofreciĆ³ su vida para que perdonaran a su hijo. Su deseo fue aceptado y el padre fue ejecutado. Entonces el hijo se suicidĆ³. Octaviano lo observĆ³ todo impasible, mientras en el resto de prisioneros crecĆ­a el odio hacia Ć©l. Cuando salieron de allĆ­, encadenados, todos saludaron cortĆ©smente a Antonio, mientras a Octaviano le profirieron insultos.

La proscripciĆ³n habĆ­a acabado con gran cantidad de la clase dirigente romana y los supervivientes habĆ­an desaparecido dispersos por todos los rincones del imperio. Ya no habĆ­a nadie que amenazara con marchar sobre Roma con un gran ejĆ©rcito. Ya solo quedaban los triunviros como amos y seƱores. Muchos suspiraban aliviados pensando que los ocho aƱos de guerra llegaban a su fin y se acabarĆ­an los impuestos abusivos que soportaban. Por otro lado, habĆ­a la incertidumbre de cĆ³mo iba a ser gobernada Roma. ¿QuĆ© harĆ­an ahora los triunviros? Tres hombres, tres asesinos sin escrĆŗpulos gobernando no ofrecĆ­an demasiadas garantĆ­as. Dos de ellos habĆ­an sido enemigos mortales y, aunque ahora eran aliados, a nadie se le escapaba que todavĆ­a eran rivales. Nada bueno se presagiaba.

En el trato que tenĆ­an los tres, se habĆ­a asignado una parte del imperio a cada uno para ser gobernada. De momento, Antonio se quedĆ³ en Grecia y Octaviano fue llevado a Italia, todavĆ­a enfermo. Su llegada no suscitĆ³ demasiado entusiasmo, como tampoco nadie se apenĆ³ cuando el joven empeorĆ³. Demasiados enemigos para ser tan joven, seguĆ­an murmurando en Roma. Muchos pensaban que no sobrevivirĆ­a, e incluso circulĆ³ el rumor de que habĆ­a muerto, pero cuando descubrieron que seguĆ­a con vida y se recuperaba, no fueron pocos los que escondieron todos sus bienes y quienes abandonaron Roma por temor a otra proscripciĆ³n. Hubo otros que tambiĆ©n abandonaron Roma, pero con otra intenciĆ³n. Fue el caso del hijo de CicerĆ³n, que marchĆ³ a Sicilia a unirse a un personaje que permanecĆ­a al margen de la derrota del ejĆ©rcito republicano, Sexto Pompeyo.

La muerte de Julio CĆ©sar quedĆ³ por fin vengada, casi todos los asesinos habĆ­an muerto, bien en la batalla de Filipos, o bien en Roma durante el estado de proscripciĆ³n. La repĆŗblica misma habĆ­a muerto y Roma estaba en manos de tres psicĆ³patas. Recordemos que cada uno habĆ­a acordado ocuparse de unas provincias en concreto. LĆ©pido estaba a punto de perder Hispania y la Narbonense, ya que, se sospechaba que habĆ­a mantenido conversaciones con Sexto Pompeyo. Se le estaba acusando de traiciĆ³n, y como castigo, debĆ­a entregar estas provincias, que ahora pasarĆ­an, Hispania a manos de Octaviano y la Narbonense a Antonio. Comenzaban las desavenencias entre los triunviros, aunque se acordĆ³ que, si LĆ©pido resultaba inocente de estas acusaciones, se le volverĆ­a a admitir en el triunvirato y se le asignarĆ­a la provincia africana. Por su parte, Antonio soltĆ³ la Galia Cisalpina, y por mutuo acuerdo con los otros dos triunviros llevaron a cabo algo que ya habĆ­a propuesto en su dĆ­a Julio CĆ©sar, que dejara de ser provincia para formar parte de Italia. Es lo que hoy forma la parte italiana que estĆ” fuera de la penĆ­nsula, al norte, mĆ”s adentrada en el continente, TurĆ­n, MilĆ”n, Verona, entre otras ciudades. Esto no se hizo por simple capricho, sino con la idea de que ningĆŗn gobernador estuviera al mando de un ejĆ©rcito a poca distancia de Roma, y asĆ­ evitar el peligro de que marchara sobre ella, tal como ya habĆ­an hecho otros, entre ellos el propio CĆ©sar.

Marco Antonio se dedicarĆ­a ahora a organizar el imperio con las miras puestas en llevar a cabo el proyecto que dejĆ³ aparcado el difunto CĆ©sar, es decir, invadir Partia y de paso vengar a Craso. En cuanto a Octaviano, ahora tenĆ­a un gran problema, pues debĆ­a cumplir su palabra de premiar a los veteranos que habĆ­a reclutado, licenciĆ”ndolos y entregĆ”ndoles tierras para que se dedicaran a la agricultura el resto de sus dĆ­as. Pero, ¿de dĆ³nde iba a sacar Octaviano esas tierras? El estado no disponĆ­a de tierras suficientes para todos y comprarlas no iba a ser posible ya que las arcas estaban vacĆ­as, y de haber habido algo lo hubiera rebaƱado Marco Antonio para su futura campaƱa parta. Los veteranos fueron convocados en el Campo de Marte, donde serĆ­an informados de cĆ³mo se iba a llevar a cabo el reparto. Llegaron muy temprano, ansiosos como estaban por obtener sus recompensas. Tan temprano, que la espera de su lĆ­der, Octaviano, se les hizo eterna y hubo discusiones y peleas. Un centuriĆ³n que quiso poner orden fue asesinado. Cuando llegĆ³ Octaviano, todos callaron. el joven triunviro, mientras caminaba, se encontrĆ³ con el cuerpo del centuriĆ³n muerto y se limitĆ³ a esquivarlo. Los soldados abochornados, pidieron que los asesinos fueran castigados. Cuando todos estuvieron mĆ”s tranquilos, procediĆ³ a asignarles a cada uno las tierras prometidas. 

Unos dieciocho pueblos fueron elegidos para la confiscaciĆ³n de sus tierras. Octaviano les anunciĆ³ a sus propietarios que no tenĆ­an elecciĆ³n ante la expropiaciĆ³n. Roma se vio inmediatamente invadida por una avalancha de campesinos que protestaban indignados, algunos de ellos ya desposeĆ­dos de sus tierras, otros amenazados con perderlas. 

AsĆ­ lo cuenta Apiano: 
«La gente venĆ­a en grupos, hombres jĆ³venes y viejos, mujeres con sus hijos, y se reunĆ­an en el foro y en los templos, lamentĆ”ndose y declarando que no habĆ­an hecho nada malo.»

La respuesta de Octaviano a los que reclamaban fue simple: 
«¿De quĆ© otra fuente vamos a pagar el premio a los veteranos?» 

Y asĆ­ era, no habĆ­a otra forma; y ademĆ”s, no habĆ­a suficiente. Y es por eso que muchos veteranos estaban enfadados, hasta el punto de que hubo enfrentamientos entre ellos. Los afectados por las expropiaciones seguĆ­an con sus peregrinaciones a la ciudad para protestar. Se dice que tuvo lugar lo que pudiera ser una de las primeras huelgas generales que se conocen, con piquetes incluĆ­dos, tal como cuenta Apiano. 

«La poblaciĆ³n civil cerrĆ³ los talleres y obligĆ³ a marcharse a los cargos pĆŗblicos, diciendo que no tenĆ­an necesidad de ellos ni de oficios en una ciudad hambrienta y saqueada.»



La reina de Egipto

Octaviano veĆ­a que la situaciĆ³n era insostenible y tuvo que parar las expropiaciones, lo cual aumentĆ³ el malestar entre los veteranos, que pedĆ­an su cabeza. La ciudad se convirtiĆ³ en un caos, aunque las revueltas se sucedĆ­an en toda Italia. Para colmo de males, el grano comenzĆ³ a escasear. En la ciudad de Roma se consumĆ­a alrededor de 150.000 toneladas de trigo anuales. HabĆ­a mĆ”s de 300.000 parados que recibĆ­an provisiones gratuitas del estado. En Italia se cultivaba un porcentaje de ese grano, pero la mayorĆ­a provenĆ­a de Sicilia, CerdeƱa y Ɓfrica. Y fue a ese bien tan preciado, proveniente del exterior, al que Sexto Pompeyo puso bloqueo. Todo se le complicaba a Octaviano.

Mientras tanto, Marco Antonio se habĆ­a propuesto poner orden en Oriente. Octaviano era un divi filius, el hijo de un dios, Julio CĆ©sar, que ya en vida se hizo parar por tal, y Ć©l, que no querĆ­a ser menos importante, reivindicĆ³ para sĆ­ el estatus divino y se presentĆ³ en Asia como el Nuevo Dioniso, dios del vino. Su misiĆ³n principal, aparte de poner en orden lo que segĆŗn Ć©l habĆ­an desordenado Bruto y Casio, era pasarlo bien y recaudar fondos para su nuevo proyecto de invadir Partia. Plutarco es esta vez el encargado de contarnos los atropellos cometidos:

«DespojĆ³ de sus bienes a muchas familias nobles y se los dio a granujas y aduladores. En otros casos, se le daba permiso a alguien para robar fortunas de propietarios que aĆŗn vivĆ­an pretendiendo que habĆ­an muerto.»

Para acelerar la recaudaciĆ³n, mandĆ³ pagar en dos aƱos el equivalente a nueve de impuestos. La provincias orientales habĆ­an sido saqueadas por los llamados Luchadores de la Libertad, Bruto y Casio, para conseguir fondos y financiar la guerra, habĆ­an estado haciendo lo mismo que los triunviros en Italia. Ahora, los reyezuelos que se habĆ­an prestado a ayudar a los republicanos estaban siendo castigados y a pagar grandes sumas de dinero. Y aunque Antonio procuraba favorecer a quienes se habĆ­an opuesto a los republicanos, la poblaciĆ³n no podĆ­a soportar tanta presiĆ³n de unos y otros. Cuando Antonio se dio cuenta de que estaba yendo demasiado lejos, pensĆ³ que quizĆ”s hubiera una soluciĆ³n mĆ”s efectiva. ¿Por quĆ© no buscar un socio? O una socia. Cleopatra.

CorrĆ­a el aƱo 41 a.C. Antonio se encontraba en la ciudad de Tarso, Cilicia, cuando enviĆ³ a uno de sus ayudantes, llamado Quinto Delio, como mensajero para que le hiciera saber a Cleopatra que querĆ­a reunirse con ella. Quinto Delio quedĆ³ impresionado con el encanto de Cleopatra y ademĆ”s supo convencerla para que acudiera a Tarso a reunirse con su jefe. Navegando por el rĆ­o Cydnus, se desplazĆ³ en una esplĆ©ndida barcaza. Plutarco nos cuenta la idĆ­lica escena, quizĆ”s con algunos adornos poĆ©ticos y exagerados:

«Ella estaba en una barcaza con la popa de oro. Las velas moradas ondeaban al viento y los remeros acariciaban el agua con remos de plata que se sumergĆ­an al son de una mĆŗsica de flautas y laĆŗdes. Cleopatra, vestida como Afrodita, la diosa del amor, yacĆ­a reclinada bajo un palo de oro.»

Antonio esperaba en la plaza del pueblo donde darĆ­a la bienvenida formal a la reina. Cuando se corriĆ³ la voz de que una flota de barcazas majestuosas y coloridas se acercaba por el rĆ­o, la gente corriĆ³ a ver el espectĆ”culo y pudo observar cĆ³mo atracaban en el muelle. Al ver a la reina, todos decĆ­an que era la diosa Isis, que habĆ­a venido a reunirse con el dios Dioniso, algo que solo podĆ­a augurar felicidad para los pueblos asiĆ”ticos. Eso era lo que creĆ­an, aunque no serĆ­a asĆ­.

El hecho de que Cleopatra se presentara como la Diosa Afrodita o Isis es interpretado por los historiadores como una provocaciĆ³n sexual, como una peticiĆ³n directa a ser la pareja divina del dios Dioniso. En todo caso, era corriente que los gobernantes de la Ć©poca jugaran a ser dioses, sin otro propĆ³sito que impresionar a la plebe. Pero lo cierto es que Marco Antonio y Cleopatra congeniaron bastante bien desde el principio, y la primera cita se concretĆ³ de inmediato, al aceptar ella la invitaciĆ³n de cenar juntos. Y a esta cena siguiĆ³ otra, esta vez, a instancias de Cleopatra que lo invitĆ³ a su lujosa barcaza. Y entre delicias gastronĆ³micas y buenos vinos, le lanzĆ³ la propuesta de un gran negocio, que ella debĆ­a financiar en parte, a cambio de grandes beneficios, claro estĆ”. La invasiĆ³n de Partia podrĆ­a suponer la obtenciĆ³n de grandes riquezas para ambos, asĆ­ que Cleopatra estuvo de acuerdo. Conquistar el imperio parto no iba a ser tarea fĆ”cil, ella lo sabĆ­a despuĆ©s del descalabro sufrido por Craso, pero Antonio habĆ­a calado hondo en Claopatra y estaba segura de que era un buen general, que habrĆ­a tomado nota de los errores cometidas por desdichado Craso. Para cerrar el trato, la reina de Egipto le puso una condiciĆ³n: debĆ­a acabar con su odiada hermanastra ArsĆ­noe, refugiada en el templo de Artemisa despuĆ©s de haber intentado arrebatarle el trono. Antonio no tuvo que pensarlo demasiado para aceptar la condiciĆ³n. Ambos cerraron el trato y partieron para AlejandrĆ­a donde se entregaron al placer y la diversiĆ³n. 

Pero volvamos de nuevo a Roma, donde a Octaviano no paran de torcĆ©rsele las cosas. Ahora es . Lucio Antonio, uno de los cĆ³nsules del aƱo 41 a.C. quien aprovechando el caos reinante en la ciudad ha decidido desafiarle. Este Lucio Antonio es hermano de Marco Antonio, y naturalmente, cuƱado de la cruel y despiadada Fulvia. Y es precisamente Ć©sta, la esposa de Marco Antonio, la instigadora del desafĆ­o. Se decĆ­a que era ella la que verdaderamente ejercĆ­a de cĆ³nsul. El carĆ”cter despiadado de Fulvia le impedĆ­a sentir lĆ”stima por los granjeros desposeĆ­dos de sus tierras, pero era una buena ocasiĆ³n para ponerlos de su parte haciĆ©ndoles creer que luchaban por su causa. La idea era derrocar a Octaviano. Lucio estaba difundiendo entre las legiones la idea de que el mĆ”s joven de los triunviros se estaba comportando con deslealtad y pronto tuvo bajo su mando a ocho de ellas y marcharon al norte para reunirse con dos generales partidarios de Antonio. Pero estos generales no tenĆ­an Ć³rdenes directas de Antonio de unirse a ninguna revuelta contra Octaviano y prefirieron no actuar. Fulvia misma reclutĆ³ personalmente algunas tropas y les dio Ć³rdenes directamente, algo poco usual para la Ć©poca. DiĆ³n Casio dijo que no deberĆ­amos sorprendernos de ello, Fulvia era de armas tomar y solĆ­a llevar una espada a la cintura.

Octaviano se enfrentĆ³ a las ocho legiones de Lucio, donde se batieron valientemente sus dos inseparables Agripa y Salvidieno y terminaron poniendo en fuga a los rebeldes, que se refugiaron en una fortificaciĆ³n de Perusia. Lucio pidiĆ³ socorro a los dos generales que no quisieron unirse a Ć©l, pero estos no respondieron a su llamada. Fulvia montĆ³ en cĆ³lera y se presentĆ³ ante ellos fuera de sĆ­, gritando y exigiendo que salieran en ayuda de Lucio. A regaƱadientes, los generales se pusieron en marcha, pero Octaviano se les habĆ­a adelantado y habĆ­a puesto cerco a Perusia. Finalmente, los generales se dieron la vuelta y Lucio quedĆ³ solo y tuvo que rendirse. Las condiciones de la rendiciĆ³n fueron que todas las legiones eran perdonadas. Lucio y los demĆ”s cabecillas eran arrestados aunque no tardaron en ser puestos en libertad. Lucio fue enviado a Hispania como gobernador Octaviano sabĆ­a que no era el momento de enemistarse con su socio y suegro Marco Antonio. No obstante, Octaviano estaba muy enfadado, furioso, y con alguien debĆ­a descargar su furia. La parte mĆ”s malvada volviĆ³ a salir de un neurĆ³tico y trastornado Octaviano. Dio vĆ­a libre a sus tropas para saquear Perusia, provocando un incendio que la destruyĆ³ por completo. De los prisioneros que prometiĆ³ perdonar, escogiĆ³ a 300 que fueron llevados a Roma para ser ofrecidos como sacrificios humanos en el altar del dios Julio durante los idus de marzo, ya que estos incidentes tuvieron lugar sobre el mes de febrero del aƱo 40 a.C. poco antes del aniversario del asesinato de Julio CĆ©sar. Para todo el que le pidiĆ³ clemencia, la respuesta fue la misma: debes morir.


Insultos y obscenidades

Como curiosidad y a modo de anĆ©cdota, en los campos de batalla, despuĆ©s de mĆ”s de dos mil aƱos, siguen encontrĆ”ndose vestigios de que, efectivamente, en ciertos lugares tuvo lugar una trifulca. En el cerro del Ɓguila, entre Osuna y Ɖcija, por ejemplo, donde se cree que tuvo lugar la batalla de Munda, pueden encontrarse proyectiles de plomo del tamaƱo y forma de una almendra. Dichos proyectiles eran lanzados por hondas y su impacto podĆ­a ser tan mortal como una bala disparada desde un fusil. A menudo, quienes los fabricaban, grababan una inscripciĆ³n que podĆ­a ser el nombre del enemigo a quien iba dirigido y no es extraƱo encontrar proyectiles con el nombre de Julio CĆ©sar u otros generales. En otras ocasiones simplemente escribĆ­an insultos u obscenidades. Es el caso de los proyectiles de plomo encontrados en el campo donde tuvo lugar la batalla entre Octaviano y Lucio Antonio y que se reproducen a continuaciĆ³n:

-Hola Octavio mamĆ³n.

-Busco el clĆ­toris de Fulvia.

-Busco el culo de Octaviano.

-Lucio es calvo. (insulto que puede parecer suave, pero es muy ofensivo.)

-Flojo Octavio, siƩntate encima.

-Octaviano tiene una picha floja.

Recordemos que Ʃl nunca se hizo llamar Octaviano, sino que usaba el nombre heredado de Cayo Julio CƩsar, pero sus enemigos se empeƱaban en recordarle quiƩn era realmente.

Y ya que hablamos de obscenidades aprovecharemos para hablar de unos versos bastante fuertes, que se atribuyen al propio Octaviano. En ellos trataba de explicar el motivo por el cual, la malvada Fulvia habĆ­a tratado de acabar con Ć©l. SegĆŗn estos versos, Fulvia sufrĆ­a ataques de celos, ya que Marco Antonio era un mujeriego empedernido. Ahora que sabĆ­a que estaba pasando unas excelentes vacaciones junto a Cleopatra, Fulvia no solo estaba celosa, sino histĆ©rica, y como venganza habrĆ­a supuestamente provocado al joven y bien parecido Octaviano para que se acostara con ella. Pero Octaviano dice no estar tan desesperado y le da largas. Al verse rechazada, montĆ³ en cĆ³lera y puso a su cuƱado en su contra para acabar con Ć©l. No se sabe quĆ© habrĆ” de cierto en todo esto; lo que sĆ­ parece muy probable, es que Fulvia quisiera favorecer a Marco Antonio quitando de enmedio a quien ella consideraba un estorbo. De esta forma, al enterarse de lo que ocurrĆ­a en Roma, volverĆ­a, y una vez de vuelta, se darĆ­a cuenta de lo mucho que valĆ­a su esposa y se olvidarĆ­a de una pelandrusca como Cleopatra. Pero fuera cierto o no que le tirara los tejos a Octaviano, vamos a reproducir aquellos obscenos versos, que seguramente sirvieron para provocar carcajadas entre los soldados:

«Como Antonio fornica con GlĆ”fira*,
Fulvia me quiere castigar obligƔndome a fornicar con ella.
¿QuĆ© hago? ¿Y si Manius** aprovecha y me viola?
Todavƭa estoy en mis cabales. No lo harƩ.
O me f.... o te mato, dice Fulvia.
CorrerƩ el riesgo, ya que, quiero a mi pene mƔs que a mi vida.
Que suenen las trompetas.»

*GlƔfira era una amante de Marco Antonio.
** Manius era un esclavo liberado de Fulvia.


Los partos se adelantan

Para febrero del aƱo 40 a.C. llegaron malas noticias a AlejandrĆ­a, donde Marco Antonio gozaba de unas estupendas vacaciones junto a Cleopatra, Los partos se habĆ­an enterado de los planes de Antonio y decidieron actuar primero invadiendo Siria. En la primavera del aƱo 40 a.C. Se puso en marcha. No sabemos si estaba ajeno o no a lo que habĆ­an planeado su esposa y su hermano contra su socio Octaviano; aunque mĆ”s tarde afirmarĆ­a que Ć©l nada sabĆ­a y que se enterĆ³ en Atenas, justo donde se encontrĆ³ con Fulvia, que habĆ­a tenido que huir de Italia. Antonio le dio una gran reprimenda por haber tomado las riendas de una rebeliĆ³n contra Octaviano. Ella le contestĆ³ que todo lo habĆ­a hecho por favorecerle a Ć©l, y asĆ­ se lo pagaba. Luego viajaron juntos hasta SiciĆ³n, un puerto en el golfo de Corinto, donde Fulvia cayĆ³ enferma. No se sabe cuĆ”l era su enfermedad, pero al cabo de los dĆ­as estuvo peor. SegĆŗn Apiano, Fulvia agravĆ³ su enfermedad deliberadamente, lo cual significa que se hizo daƱo a propĆ³sito intentando algĆŗn tipo de suicidio. MĆ”s tarde, Antonio se encontrĆ³ con su madre, que tambiĆ©n se habĆ­a ido de Italia al no encontrarse allĆ­ segura. HabĆ­a estado refugiada en Sicilia y traĆ­a un mensaje de Sexto Pompeyo, que le proponĆ­a una alianza contra Octaviano.

Entre tanto, morĆ­a Quinto Fufio Galeno, gobernador de la Galia, y Octaviano, que no se fiaba de nadie, y de alguna manera sospechaba de que entre su socio y Sexto tramaban algo, se apresurĆ³ a tomar el control de las once legiones que quedaban huĆ©rfanas. O no tan huĆ©rfanas, pues al mando ya estaba el hijo del reciĆ©n fallecido gobernador, pero no tuvo valor de enfrentarse a Octaviano. Cuando Antonio se enterĆ³ de esto, lo tomĆ³ como una provocaciĆ³n y ya no tuvo ninguna duda de que debĆ­a aliarse con Sexto, asĆ­ que se embarcĆ³ hacia Brindisi con 200 barcos. AtrĆ”s quedĆ³ una enferma Fulvia que morirĆ­a poco despuĆ©s de la partida de Antonio. Su enfermedad no la sabemos, igual muriĆ³ de un ataque de mala leche, pero Antonio no pudo menos que sentirse culpable de su muerte, por no haber podido quedarse con ella en momentos tan difĆ­ciles. Por el camino se le uniĆ³ la poderosa flota republicana de Ahenobarbo. Sexto Pompeyo y muchas personalidades que habĆ­an huĆ­do de la proscripciĆ³n tenĆ­an de nuevo las esperanzas puestas en Marco Antonio. Fue curiosa la paradoja de que el vencedor y principal hostigador de la repĆŗblica, ahora era considerado como el Ćŗnico capaz de salvarla.

Al llegar a Brindisi, Antonio no pudo atracar en el puerto, pues estaba defendido por varias cohortes de Octaviano. Antonio pidiĆ³ inmediatamente refuerzos a Macedonia mientras pedĆ­a a Sexto que atacara Italia para obligar a Octaviano a que no acudiera a Brindisi. Pero Octaviano, informado al detalle de cuanto pasaba, ya estaba en marcha, y como solĆ­a ocurrirle cada vez que estaba prĆ³ximo a una gran batalla, enfermĆ³ de nuevo. Una nueva guerra civil se cernĆ­a sobre Roma. Pero no comenzarĆ­a precisamente con una batalla en Brindisi, pues pudo llegarse a un acuerdo. Los principales generales de uno y otro bando estaban hartos de que las legiones romanas lucharan entre sĆ­ y acordaron intentar a sus lĆ­deres para pactar un nuevo triunvirato. Antonio tuvo que ceder al ver que sus generales eran contrarios a seguir luchando. Por otra parte, Octaviano disponĆ­a de mĆ”s legiones que Ć©l. Por su parte, Octaviano, enfermo como estaba, no querĆ­a enfrascarse en otra batalla. De aquella negociaciĆ³n saliĆ³ un acuerdo por el que el triunvirato de renovaba por cinco aƱos y el imperio se dividĆ­a en dos; la parte oeste incluĆ­da la Galia la administrarĆ­a Octaviano y la parte este, a partir de Macedonia, le correspondĆ­a a Antonio. Italia la compartirĆ­an entre ambos. ¿Y quĆ© hay de LĆ©pido? Cada vez pintaba menos en el triunvirato; acusado de traiciĆ³n y no habiendo pruebas suficientes para inculparlo, decidieron dar por concluido el asunto y le asignaron la provincia africana. En realidad fue Octaviano quien insistiĆ³ en concedĆ©rsela, para, en caso de que Antonio se revolviera nuevamente contra Ć©l, tenerlo de su parte.


RebeliĆ³n contra Octaviano

Finalmente hubo negociaciĆ³n. Para sellar acuerdos, era frecuente emparentar entre socios, ya habĆ­a habido una boda entre Octaviano y la hija de Fulvia, de poca edad y que fue disuelta antes de que la niƱa cumpliera los doce aƱos. Por lo tanto, era necesaria una nueva boda. Esta vez el novio serĆ­a Marco Antonio, que acababa de quedarse viudo. La novia serĆ­a Octavia, la hermana de Octaviano, mayor que Ć©l, que tambiĆ©n habĆ­a enviudado hacĆ­a poco tiempo y contaba unos treinta aƱos. Todo se solucionĆ³ satisfactoriamente. Todo menos una sombra que cubriĆ³ la negociaciĆ³n. Hasta Octaviano llegĆ³ la noticia de que Quinto Saldivieno Rufo, uno de sus amigos y hombre de confianza, le habĆ­a traicionado. Saldivieno habĆ­a quedado al mando de las legiones de la Galia. Por lo visto habĆ­a tenido correspondencia privada con Antonio, insinuando a Ć©ste que estaba dispuesto a cambiar de bando. Octaviano le enviĆ³ inmediatamente una citaciĆ³n para que se presentara en Roma ante Ć©l. Saldivieno obedeciĆ³ y al llegar a Roma fue procesado ante el senado y condenado a muerte por traiciĆ³n. Marco Antonio no quedĆ³ en muy buen lugar. La tensiĆ³n entre triunviros no habĆ­a desaparecido, sino que aumentaba.

Se cuenta sobre Marco Antonio, que era afable y campechano. Dado a las juergas y borracheras y sobre todo mujeriego. Le gustaban las bromas, a las cuales reaccionaba con carcajadas vulgares. A Cleopatra, mucho mĆ”s refinada, le habĆ­a costado acostumbrarse a tales vulgaridades, aunque fingĆ­a divertirse ante ellas. Tal vez fue por este tipo de familiaridad y afabilidad por lo fue seducido Saldivieno a que se pasara a sus filas, ya que, al ser mucho mayor que Octaviano, transmitĆ­a mĆ”s temperamento y seguridad. Esto fue, como ya hemos visto, lo Ćŗnico que manchĆ³ el nuevo acuerdo de los triunviros, que sin embargo, habĆ­an conseguido que en Roma se respirara, por primera vez en mucho tiempo, algo de paz y tranquilidad. Ya no habĆ­a proscritos y nadie era perseguido. No habĆ­a guerra civil, por lo que no habĆ­a necesidad de recaudar fondos o expropiar tierras. La pesadilla habĆ­a terminado. ¿CuĆ”nto durarĆ­a esta calma?

Sexto Pompeyo se sintiĆ³ traicionado, pero no le quedĆ³ mĆ”s remedio que cancelar sus planes de ayudar a Antonio contra Octaviano ante el acuerdo entre ambos de no pelear y renovar en triunvirato. Su plan ahora era el de seguir dominando los mares y mantener el bloqueo de grano a Italia. Los precios se dispararon y la opiniĆ³n pĆŗblica se volviĆ³ de nuevo contra Octaviano que le exigĆ­a una soluciĆ³n; enfrentarse y derrotar a la flota de Sexto, o llegar a un acuerdo con Ć©l, pero Octaviano rechazĆ³ las dos posibilidades. No habĆ­a dinero para una guerra naval y no estaba dispuesto a rebajarse a Sexto. Lo mĆ”s que estaba dispuesto a hacer era ponerse a recaudar dinero. Impuso un nuevo impuesto a los propietarios de tierras y otro de sucesiones (como los impuestos de sucesiones en AndalucĆ­a). Aquello fue la gota que colmĆ³ el vaso para que la gente armara una revoluciĆ³n. Los disturbios se sucedĆ­an dĆ­a tras dĆ­a hasta que Octaviano decidiĆ³ dar la cara. Porque malo era el chaval, pero huevos tambiĆ©n tenĆ­a. Anteriormente ya habĆ­a aparecido entre los soldados amotinados que pedĆ­an su cabeza, ahora estaba dispuesto a hacerlo entre la multitud indignada que tambiĆ©n querĆ­an matarlo. Y a punto estuvieron de conseguirlo. SaliĆ³ hacia el foro sin una patrulla que lo protegiera, solo con sus amigos de siempre y algunos guardaespaldas. Una vez allĆ­ quiso introducirse entre ellos para explicarles la situaciĆ³n y por quĆ© no habĆ­a mĆ”s remedio que actuar como lo estaba haciendo. Pero nada mĆ”s verlo, el gentĆ­o comenzĆ³ a lanzarle objetos y a abuchearlo. Octaviano no tardĆ³ en sangrar, lo habĆ­a herido, pero Ć©l no dio marcha atrĆ”s intentando hacerse oĆ­r. Alguien avisĆ³ a Antonio de la locura que su socio estaba cometiendo y pronto apareciĆ³ en el foro con una patrulla de legionarios.

Al ver a Antonio, le gritaron que se marchase, que contra Ć©l no tenĆ­an nada, pero Antonio dio orden de que se dispersaran y entonces comenzaron a lanzarle piedras. Pronto el foro estuvo rodeado de soldados y la gente comenzĆ³ a escapar por los callejones. AĆŗn asĆ­, a Antonio le costĆ³ llegar hasta donde estaba Octaviano y sus amigos para finalmente ponerlos a salvo. Su actual cuƱado le habĆ­a salvado la vida.


El pacto con Sexto Pompeyo

Finalmente, Octavio, despuĆ©s de salvar el pellejo, se dejĆ³ convencer por Marco Antonio y aceptĆ³ enviar una solicitud de negociaciĆ³n a Sexto Pompeyo. Alrededor de Sexto hubo quien le aconsejĆ³ no hacerlo, pero terminĆ³ aceptando. Era el verano del aƱo 38 a.C. El encuentro iba a tener lugar en Miseno, un cabo en el extremo norte de la bahĆ­a de NĆ”poles, donde abundaban las villas de la gente rica. A Sexto le vino a la mente la angustiosa escena de la que fue testigo, junto a su madre, siendo un niƱo, en la costa egipcia, cuando su padre desembarcĆ³ confiado en que se dirigĆ­a a negociar y fue brutalmente asesinado. Ɖl no se arriesgarĆ­a a correr el mismo peligro. HabrĆ­a diĆ”logo, pero no habrĆ­a contacto con sus interlocutores. Para tal fin exigiĆ³ construir dos plataformas sobre el agua a una distancia prudente de la costa. En la mĆ”s cercana a la playa vendrĆ­an a parlamentar los triunviros, a la mĆ”s alejada, entre los triunviros y su barco, subirĆ­a Sexto. Desde allĆ­, unos y otros conversaron en voz alta para poder ser oĆ­dos, aunque estaban lo suficiente alejados como para que nadie escuchara la conversaciĆ³n desde tierra. La negociaciĆ³n iba a ser intensa.

Sexto Pompeyo abriĆ³ el debate en favor de los que habĆ­an sufrido la proscripciĆ³n, pidiendo que las propiedades fueran devueltas a sus legĆ­timos dueƱos, o a sus herederos, pues los que no habĆ­an conseguido escapar estaban muertos. Recordemos que una gran cantidad de proscritos habĆ­an huido a Sicilia y se pusieron al amparo de Sexto. Se supone que era para estos para los que pedĆ­a la restituciĆ³n de sus propiedades, pues iba a ser imposible devolverlas a todos, ya que, habĆ­an sido subastadas para recaudar fondos. AĆŗn asĆ­, Antonio y Octaviano se comprometieron a recomprar, de momento, una cuarta parte de las tierras. AdemĆ”s, Sexto fue oficialmente nombrado gobernador de Sicilia, CĆ³rcega y CerdeƱa y nominado para el consulado del aƱo 38 a.C. . El bloqueo de grano se levantarĆ­a y los acuerdos, razonablemente buenos para Sexto, fueron cerrados. El menor de los Pompeyos pasaba ademĆ”s, de ser un fuera de la ley, para convertirse en gobernador de tres grandes islas. A los triunviros, por otra parte, no les habĆ­a supuesto ninguna extorsiĆ³n darle el gobierno de tres islas carentes de interĆ©s para ellos. ¿Todos contentos de nuevo? No del todo. Nada mĆ”s firmar el acuerdo, Sexto se arrepentĆ­a de no haberle hecho caso a quienes le aconsejaron no dialogar y atacar directamente para hacerse, no solo con tres islas, sino con toda Italia, y por consiguiente, con todo el Imperio. Ahora sin embargo, lo iba a tener mucho mĆ”s difĆ­cil, pues los principales de Roma a los cuales habĆ­a dado cobijo, se marchaban de vuelta para recuperar sus propiedades y se ponĆ­an de parte de Marco Antonio. 

El pacto fue celebrado con banquetes, cada jefe celebrĆ³ el suyo, y cuando le tocĆ³ el turno a Sexto, dijo que se celebrarĆ­a en su barco, lo cual puso en guardia a Octaviano y a Antonio, pues no se fiaban de Ć©l, y con razĆ³n. No obstante, despuĆ©s de tomar precauciones y aprovisionarse de dagas debajo de la ropa, la fiesta se celebrĆ³ en el lugar indicado. Plutarco nos cuenta que Menodoro, uno de sus almirantes, se acercĆ³ a Sexto cuando todos habĆ­an bebido y estaban lo bastante alegres, y le dijo en privado: «¿DeberĆ­a cortar los cabos y hacerte el amo, no solo de Sicilia y CerdeƱa, sino de todo el Imperio?» Sexto se lo pensĆ³ por unos instantes, pero finalmente constestĆ³: «DeberĆ­as haber actuado en lugar de preguntarmelo, ahora tenemos que conformarnos, No romperĆ© mi palabra.»


Octaviano se enamora

DespuĆ©s de las negociaciones con Sexto, cada uno volviĆ³ a su lugar. Nada mĆ”s llegar a Roma, Octaviano se encontrĆ³ con Livia Drusila, de 19 aƱos de edad, Ć©l ya tenĆ­a 24. Nada mĆ”s verla, quedĆ³ perdidamente enamorado de ella. Pero, un momento, ¿Octaviano no estaba casado? SĆ­, lo estaba. Recordemos que primeramente se comprometiĆ³ con la hijastra de Marco Antonio, que tenĆ­a menos de doce aƱos, la edad mĆ­nima para poder tener relaciones con ella, pero que antes de cumpirlos se la devolviĆ³ a su madre y se casĆ³ por intereses polĆ­ticos con Escribonia, mayor que Ć©l. Fue precisamente Escribonia quien le presentĆ³ a Livia, que por cierto, tambiĆ©n estaba casada, con un hijo y embarazada en aquellos momentos. ¿Y quiĆ©n era Livia? Digamos que estaba casada con un tal Tiberio, un oficial que se habĆ­a puesto de parte de Lucio Antonio y habĆ­a luchado contra Octaviano en Perusia. Livia, fiel a su marido, le habĆ­a acompaƱado en su locura y junto a su hijo sufrieron las penurias del asedio de la ciudad. Tiberio fue de los mĆ”s obstinados y fue el Ćŗltimo en aceptar la capitulaciĆ³n.

Mientras las tropas de Octaviano entraban en Perusia y la saqueaban, Tiberio y su esposa, consiguieron escapar viajando por caminos secundarios hasta ponerse a salvo. Tuvieron suerte y pudieron coger un barco para llegar a Sicilia, donde todos los exiliados viajaban a pedir asilo, ya que a Roma no podĆ­an volver por temor a las represalias de Octaviano. Pero Sexto Pompeyo no los recibiĆ³ con agrado, al considerar a Tiberio como un traidor. A partir de aquĆ­, Tiberio y su familia iban a experimentar un autĆ©ntico Ć©xodo, pues al no verse bien recibidos por Sexto marcharon a Grecia, donde Marco Antonio tampoco los quiso acoger y los mandĆ³ Esparta. Pero al poco de estar allĆ­, algo debiĆ³ ocurrirles (no sabemos quĆ©) y tuvieron que salir huyendo a toda prisa. En su huĆ­da, Livia y su pequeƱo Tiberio casi pierden la vida en un incendio. Se supone que volvieron de nuevo a Sicilia donde Sexto, esta vez sĆ­ los acogiĆ³. Sus nombres estuvieron incluidos en la lista de exiliados que debĆ­an volver a Roma y ser perdonados. Y una vez de vuelta, la misma esposa de Octaviano los recibiĆ³. Se supone que Octaviano nada quiso saber de Ć©l, pero estuvo encantado de que Livia le fuera presentada.

Sin detalles de cĆ³mo Octaviano conquistĆ³ a Livia, solo sabemos que fue un flechazo mutuo, pues poco despuĆ©s ambos se divorciaban de sus respectivas parejas y se comprometĆ­an. SegĆŗn parece, Livia no le perdonaba a Tiberio su locura de haberse aliado con Lucio Antonio, con los consiguientes peligros que les hizo correr a ella y a su hijo. Por otra parte, el matrimonio entre Escribonia y Octaviano nunca habĆ­a terminado de funcionar. Tardaron algĆŗn tiempo en casarse, el problema era el ambarazo de Livia. ¿PodĆ­an casarse estando ella embarazada? Octaviano fue a consultarlo al Colegio de PontĆ­fices, que dieron su aprobaciĆ³n. Sin embargo, Livia se fue a vivir con Ć©l, pero no se casaron hasta que dio a luz a su segundo hijo, que llamaron Druso. Las malas lenguas comenzaron a difundir que el niƱo era fruto del adulterio cometido por Livia con Octaviano, pero aquello era falso, pues Livia se quedĆ³ embarazada mientras vivĆ­a con su marido en Sicilia y Octaviano ni siquiera la conocĆ­a. Pero las habladurĆ­as se esparcen rĆ”pidamente y el propio Suetonio escribiĆ³ sobre el dicho que circulaba aquellos dĆ­as: 

«Afortunados son los padres cuyo hijo estĆ” solo tres meses en el vientre.»

La ley le otorgaba la potestad de los hijos al padre, asĆ­ que, fiel a esa ley, Octaviano entregĆ³ el reciĆ©n nacido a Tiberio. Los dos niƱos volverĆ­an con ella cinco aƱos mĆ”s tarde, tras la muerte de Tiberio, por causas desconocidas.

La uniĆ³n de Livia y Octaviano tenĆ­a su importancia polĆ­tica. Tengamos en cuenta que ella habĆ­a sido una exiliada; el hecho de que ambos se aceptaran en matrimonio era un indicio importante de la reconciliaciĆ³n entre la plebe y los gobernantes.


Nuevo enfrentamiento con Sexto Pompeyo

AƱo 38 a.C. Octaviano seguĆ­a sin fiarse de nadie, y mucho menos de Sexto Pompeyo, por eso, no dudĆ³ en aceptar como aliado al almirante Menodoro, cuando se presentĆ³ hasta Ć©l para ofrecerle tres legiones y su apoyo en CĆ³rcega y CerdeƱa. Menodoro habĆ­a sido esclavo y pirata antes de ponerse el servicio de Sexto y ahora se ponĆ­a al servicio de Octaviano. ¿Por quĆ© lo hacĆ­a? Simplemente por ambiciĆ³n. Menodoro querĆ­a estar del lado del mĆ”s poderoso y por eso le propuso a Sexto cortar los cabos el dĆ­a del banquete en el barco y salir huyendo llevĆ”ndose consigo a los dos triunviros, que hubieran acabado asesinados para dejar a Roma en poder de Sexto, que ya era muy popular y seguramente hubiera contado con muchos apoyos. La negativa de Sexto acabĆ³ con la paciencia de Menodoro que decidiĆ³ en aquel momento que no seguirĆ­a a su lado. Ahora, a Octaviano se le presentaba la oportunidad de deshacerse por fin de Sexto. Pero no querĆ­a cometer el error de actuar sin consultar con Antonio, para ganarse su enemistad, una vez mĆ”s. No obstante, hasta recibir respuesta, comenzĆ³ a hacer toda clase de preparativos para la guerra.

Marco Antonio no estuvo de acuerdo y pidiĆ³ encontrarse con Octaviano en Brindisi, pero cuando Antonio llegĆ³ no lo encontrĆ³, y harto de esperar, se marchĆ³ dejĆ”ndole un mensaje donde le desaconsejaba en enfrentamiento contra Sexto. No estĆ” muy claro el porquĆ© de la incomparecencia de Octaviano; tal vez los preparativos militares lo retrasaron, o tal vez, sospechĆ³, o se enterĆ³ de que Antonio se negarĆ­a y por eso le ignorĆ³, ya que, Menodoro se lo estaba poniendo todo en bandeja y no querĆ­a desaprovechar esta oportunidad. El plan era derrotar a Sexto en el mar para luego ocupar Sicilia. Una flota navegarĆ­a hacia el sur desde Puteoli comandada por Cayo Calvisio, antiguo oficial de Julio CĆ©sar y uno de los senadores que habĆ­a intentado protegerle cuando lo asesinaron. La otra flota se dirigirĆ­a hacia Sicilia por el este, donde viajarĆ­a Octaviano convertido asĆ­ mismo en almirante.

Cuando Sexto se enterĆ³ de que Menodoro habĆ­a desertado para pasarse al enemigo la flota de Octaviano ya estaba en camino. El tambiĆ©n pirata MenĆ©crates serĆ­a el encargado de hacerles frente mientras Ć©l los esperarĆ­a en Mesina, el estrecho que separa a Sicilia de Italia. MenĆ©crates se enfrentĆ³ a la flota de Menodoro y Calvisio frente a las costas de Cumas. La batalla naval fue muy igualada aunque cayĆ³ herido de muerte el almirante MenĆ©crates y la flota se retirĆ³. Al dĆ­a siguiente llegĆ³ la hora de Octaviano que decidiĆ³ desplazarse hasta donde le esperaba Calvisio, pero al pasar por el estrecho le abordĆ³ Sexto. La batalla pronto se convirtiĆ³ en un desastre para la flota de Octaviano, y una vez mĆ”s Sexto le estaba dando hostias hasta debajo de la lengua. Viendo las de perder, los barcos se retiraron tomando rumbo hacia las costas italianas, llegando muchos de ellos muy daƱados o incendiados hasta embarrancar contra las rocas. Calvisio llegĆ³ a tiempo para rescatar a gran cantidad de hombres y luego se retirĆ³ a Mesina para poner la flota asalvo, tal como harĆ­a tambiĆ©n Menodoro, pues se avecinaba una gran tormenta. Octaviano tuvo que retirarse a las montaƱas para luego volver a Roma. Una vez mĆ”s habĆ­a fracasado contra Sexto Pompeyo, que le habĆ­a destrozado la mitad de la flota.

El dilema que tenĆ­a ahora Octaviano era quĆ© hacer. ¿CĆ³mo dar soluciĆ³n a un problema que Ć©l habĆ­a creado? Porque Sexto habĆ­a pasado nuevamente de a ser un enemigo y ahora podĆ­a crecerse e invadir Italia. HabĆ­a que dejar a un lado el orgullo y ponerse rĆ”pidamente a pedir ayuda tanto a LĆ©pido, casi marginado en Ɓfrica, como a Marco Antonio, que estaba en Grecia, a riesgo de que se cabrease muy mucho con Ć©l. TambiĆ©n harĆ­a venir a su gran amigo Agripa, que tenĆ­a la misma edad que Ć©l, 24 aƱos, y era el nuevo gobernador de la Galia, en sustituciĆ³n de Saldivieno, y fue este Ćŗltimo quien le infundiĆ³ Ć”nimos para construir una nueva flota, porque ya que no habĆ­a dinero, habĆ­a Ć”rboles con que construirlos. Finalmente, hasta Marco Antonio contestĆ³ que vendrĆ­a en su ayuda.

HabĆ­a poco dinero, pero algo habĆ­a traĆ­do Agripa despuĆ©s de importantes victorias defendiendo la frontera del Rin y haber fundado una nueva ciudad, Colonia. Algunos pueblos partidarios de Octaviano tambiĆ©n colaboraron de buena voluntad, sin necesidad de usar la violencia esta vez. Y que Antonio respondiera positivamente, en principio, parecĆ­a una buena noticia, que sin embargo no agradĆ³ a Octaviano. Lo Ćŗnico agradable que sacĆ³ del mensaje fue que su socio no estaba enfadado; por lo demĆ”s, en el fondo Octaviano no deseaba que Antonio se inmiscuyera en su guerra contra Sexto. Si antes lo habĆ­a llamado era porque estaba en una situaciĆ³n comprometida, pero habĆ­a demostrado que por sĆ­ solo podĆ­a recomponerse, y ya era hora de ganar sus propias batallas sin depender de Antonio. Realmente no sabemos si Antonio estaba o no enfadado, pero sus razones tenĆ­a para estarlo, pues no le convenĆ­a un nuevo conflicto justo ahora que lo tenĆ­a todo preparado para atacar a los partos. Pero no le quedaba mĆ”s remedio que volver a Italia para dejarlo todo apaciguado antes de iniciar su campaƱa; y ya de paso reclutarĆ­a algunas legiones mĆ”s. 

Antonio saliĆ³ con una gran flota para Brindisi, pero al llegar, tal como pasĆ³ con la vez anterior, se encontrĆ³ con que no le dejaron atracar en el puerto. Esta vez sĆ­ estaba enfadado de verdad y se preguntaba a quĆ© estaba jugando aquel niƱato que tenĆ­a como socio. Su esposa Octavia, que viajaba con Ć©l, temiendo un conflicto entre ambos, lo calmĆ³ diciendo que ella misma le enviarĆ­a una carta a su hermano:

«Si pasa lo peor y estalla la guerra entre vosotros, nadie sabe a quiĆ©n de los dos depararĆ” el destino la victoria sobre el otro, pero lo que sĆ­ es seguro es que mi destino serĆ” miserable.»

Antonio puso rumbo a Tarento y allĆ­ le esperĆ³. Octaviano aceptĆ³ verse con Ć©l, pues entendiĆ³ que quizĆ”s estuviera preparado para enfrentarse a Sexto, pero no a Antonio, todavĆ­a no.

Octaviano y Marco Antonio llegaron casi a la vez a la desembocadura del rĆ­o Taras, en un punto entre Tarento y Metaponto. Antonio cogiĆ³ sin pensarselo un bote y comenzĆ³ a cruzar el rĆ­o en solitario para encontrarse con su socio en la otra orilla. Octaviano, que lo estaba observando, cogiĆ³ inmediatamente otro bote y lo imitĆ³, pues si Antonio mostraba confianza, Ć©l no querĆ­a ser menos. En mitad del rĆ­o comenzĆ³ la discusiĆ³n entre ambos sobre dĆ³nde tenĆ­a que celebrarse el encuentro y ninguno de los dos querĆ­a dar su brazo a torcer. Octaviano decĆ­a estar tan confiado que querĆ­a que fuera en el campamento de su contrincante, y Antonio se empeƱaba en que fuera en el campamento de Octaviano, y entonces Ć©ste le dijo que de esa forma podrĆ­a ver a su hermana, a la cual aƱoraba. Antonio no tenĆ­a ganas de seguir discutiendo con un niƱo malcriado y accediĆ³.

Sin escolta ni ningĆŗn tipo de acompaƱamiento, Octaviano llegĆ³ con Antonio a su campamento y pudo por fin abrazar a su hermana, y allĆ­ pasĆ³ la noche. Al dĆ­a siguiente, los triunviros renovaron de nuevo su pacto. Antonio dejarĆ­a gran parte de la flota para ayudar a Octaviano en su empeƱo de derrocar a Sexto Pompeyo. A Cambio, Octaviano le prometiĆ³ cuatro legiones que le vendrĆ­an muy bien a para su proyecto contra los partos. Todo arreglado de nuevo, aunque esta vez no hubo celebraciones de ningĆŗn tipo. Octaviano estaba de nuevo preparado para luchar contra Sexto, la flota de Antonio serĆ­a de gran ayuda, sin embargo, el joven triunviro no estaba actuando de buena fe y no tenĆ­a ninguna intenciĆ³n de darle las cuatro legiones a Antonio.

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