Augusto 2


La batalla de Mutina

En febrero, Octaviano marchĆ³ con su ejĆ©rcito de veteranos, que ya era un ejĆ©rcito legal, al haber obtenido el cargo de propretor, a reunirse con las fuerzas del cĆ³nsul Hircio. El otro cĆ³nsul, Pansa, se quedarĆ­a para reclutar otras cuatro legiones. Y mientras marchaba, reflexionaba sobre ciertas cuestiones, porque Octaviano era joven, pero no estĆŗpido, y sabĆ­a que lo estaban utilizando. Apiano cuenta que se dio cuenta que lo estaban tratando como a un niƱo. ¿Realmente le convenĆ­a acudir a luchar contra Marco Antonio, el cual no hacĆ­a otra cosa que atosigar a uno de los asesinos de su tĆ­o?
Y si acababan con el ex cĆ³nsul ¿quĆ© sacarĆ­a Ć©l con todo esto? Una vez aniquilado el enemigo del senado ya no les serĆ­a Ćŗtil. ¿De quĆ© forma iba a conseguir hacerse con el legado polĆ­tico de Julio CĆ©sar? QuizĆ”s el verdadero enemigo no era Marco Antonio, Ć©ste solo lo era de la repĆŗblica, igual que lo era Ć©l, Octaviano. Una vez se hubo reunido con Hircio, se dio cuenta de otro detalle. AllĆ­ el que mandaba era el cĆ³nsul. Ɖl solo era un propretor, y por consiguiente solo tenĆ­a bajo su mando a sus propias tropas, nada mĆ”s. Aquello le puso de mal humor. Y mĆ”s aĆŗn cuando le comunicaron que se estaba tratando de llegar a un acuerdo con Marco Antonio, pues esto podĆ­a suponer que Ć©l dejara de ser Ćŗtil al senado mucho antes de lo que habĆ­a previsto. Aunque no quisiera acabar con Marco Antonio, ahora lo que mĆ”s le convenĆ­a era una batalla, una victoria que le congraciara con la facciĆ³n republicana del senado.

Marco Antonio se hallaba acampado a las afueras de Mutina. Le habĆ­an llegado noticias de que a las legiones de Hircio y Octaviano pronto se unirĆ­a Pansa con cuatro legiones mĆ”s. No era mala idea atacarlos ahora antes de que llegaran refuerzos. Y como si el pensamiento de Antonio lo hubiera adivinado Hircio, se dispuso enseguida a hacer un movimiento estratĆ©gico que despistarĆ­a a su rival. Hizo retroceder a una legiĆ³n y 500 pretorianos de la guardia de Octaviano hasta la poblaciĆ³n de Forum Gallorum. La idea era que Antonio los siguiera. Y asĆ­ lo hizo, pensando que caerĆ­an en una emboscada. Pero estas tropas, lo que pretendĆ­an era encontrarse con las cuatro legiones de Pansa. Forum Gallorum era un pequeƱo pueblo al borde de la via Emilia, cuyos terrenos circundantes eran pantanosos. AllĆ­ comenzaron el combate la caballerĆ­a de Antonio y los pretorianos de Octaviano, que por cierto, se habĆ­a quedado en Mutina con su ejĆ©rcito de veteranos. Pronto llegarĆ­a Pansa y sus cuatro legiones, el plan de Hircio parecĆ­a haber funcionado. El combate fue bastante penoso, obligados como se veĆ­an los soldados a moverse en un cenagal. Pansa fue herido en un costado y entonces sus tropas se vieron desbordadas y obligadas a retroceder. HabĆ­an sido varias horas de duro combate, los hombres de Antonio celebraba su victoria mientras marchaban de vuelta a Mutina, era ya avanzada la tarde. Y fue entonces cuando les saliĆ³ al paso Hircio con tropas de refresco. Aquello no lo habĆ­a previsto Antonio y parte de su ejĆ©rcito fue aniquilado antes del anochecer. Los pantanos quedaron repletos de muertos y heridos; estos Ćŗltimos fueron recogidos durante la noche por la caballerĆ­a que habĆ­a conseguido escapar de la masacre. Hircio habĆ­a conseguido su victoria, pero ¿la habĆ­a conseguido Octaviano? DiĆ³n Casio cuenta que se habĆ­a quedado, por orden de Hircio, defendiendo el campamento. Una vez mĆ”s fue tratado como un niƱo al que no se le habĆ­a permitido entrar en batalla. AlgĆŗn tiempo despuĆ©s, Antonio se mofarĆ­a de Ć©l diciendo: No apareciĆ³ hasta el dĆ­a siguiente habiendo perdido su caballo y su capa morada de general. Sin embargo, no podrĆ­a mofarse de lo que aconteciĆ³ a continuaciĆ³n.

Octaviano no habĆ­a tenido ocasiĆ³n de participar en ninguna batalla seria, ya hemos visto que no habĆ­a podido acompaƱar a su tĆ­o a la campaƱa de Ɓfrica ni a la de Hispania contra los pompeyanos. Tampoco habĆ­a le habĆ­a dado demasiado tiempo a entrenarse entre las legiones en Apolonia, y si a esto aƱadimos que siempre habĆ­a sido un muchacho enfermizo, estamos ante un general que, ni sabe luchar, ni sabe nada de estrategia militar. Pero a veces, la valentĆ­a y el arrojo, y sobre todo, las ganas de hacerse notar a cualquier precio, pueden dar la sorpresa. Hircio habĆ­a sido el vencedor de la anterior contienda y ahora le quedaba la tarea de completar la misiĆ³n por la que habĆ­a venido hasta allĆ­, liberar a DĆ©cimo Bruto que todavĆ­a se encontraba sitiado por las tropas que aĆŗn le quedaban a Marco Antonio. El 21 de abril se dispuso a entrar en Mutina y Antonio se vio obligado a hacerle frente haciendo venir a las tropas que tenĆ­a acampadas no muy lejos de allĆ­. Octaviano no estaba dispuesto a desaprovechar de nuevo la ocasiĆ³n de entrar en combate. Hircio ordenĆ³ atacar el campamento y en una cabalgada fue herido delante de la tienda de Antonio. Octaviano, que habĆ­a presenciado cĆ³mo el cĆ³nsul caĆ­a abatido irrumpiĆ³ con sus hombres y logrĆ³ sacarlo de allĆ­. De pronto se vieron rodeados y corriendo un gran peligro, pero Octaviano dio Ć”nimos a sus hombres, que eran veteranos expertos, para que lucharan como nunca lo habĆ­an hecho. El joven general fue herido, y aĆŗn asĆ­ siguiĆ³ luchando hasta que consiguieron salir de allĆ­. Y segĆŗn Suetonio, todavĆ­a tuvo tiempo para mĆ”s gloria, ya que: a pesar de estar herido y sangrar, tomĆ³ un Ć”guila de manos de un aquilifer muribundo, se la cargĆ³ al hombro y la llevĆ³ hasta el campamento. Marco Antonio fue derrotado una vez mĆ”s. Hircio no logrĆ³ sobrevivir, pero Octaviano saliĆ³ de aquella batalla como un hĆ©roe. Poco mĆ”s tarde fue a visitar al cĆ³nsul Pansa que habĆ­a sido herido en el primer enfrentamiento, su herida no parecĆ­a grave, sin embargo, se infectĆ³ y muriĆ³ a los pocos dĆ­as. La muerte de ambos cĆ³nsules dejaba a Octaviano en una situaciĆ³n privilegiada que ni siquiera habĆ­a imaginado cuando saliĆ³ a unirse a Hircio. Esto hizo que se corriera el rumor de que fue el propio Octaviano quien matĆ³ a Hircio durante la batalla y mĆ”s tarde ordenĆ³ que el mĆ©dico infectara la herida de Pansa para que muriera tambiĆ©n. Pero nada de esto pudo probarse y el propio DĆ©cimo Bruto saliĆ³ en defensa del mĆ©dico asegurando que era un hombre fiel y nadie mĆ”s que Ć©l lamentĆ³ la muerte de Pansa.

Marco Antonio habĆ­a sido completamente derrotado y huyĆ³ con lo que le quedaba de ejĆ©rcito. Con los dos cĆ³nsules muertos, Octaviano quedaba como general de las ocho legiones que ahora se mostraban mĆ”s fiel a Ć©l que a la repĆŗblica. Por eso, cuando una delegaciĆ³n del senado se presentĆ³ ordenando que los ejĆ©rcitos de los dos cĆ³nsules fallecidos se pusieran a la orden de DĆ©cimo Bruto, Octaviano se negĆ³ alegando que aquellos hombres no querĆ­an luchar al mando de uno de los asesinos de CĆ©sar. Y por supuesto, Ć©l tampoco iba a cooperar con DĆ©cimo Bruto: «Mi naturaleza me prohĆ­be mirar y dirigirle la palabra a DĆ©cimo.» TambiĆ©n se negĆ³ a perseguir a Marco Antonio, y cuando un oficial del excĆ³nsul fue capturado ordenĆ³ que se le tratara con respeto y fuera puesto en libertad. Cuando este oficial le preguntĆ³ quĆ© polĆ­tica mantenĆ­a respecto a Antonio, la contestaciĆ³n fue: «he dado muchas pistas a gente que tiene la perspicacia de entenderlas. Por mĆ”s que diese, aĆŗn no serĆ­an suficientes para los estĆŗpidos.» 

En Roma habĆ­a regocijo con la derrota de Antonio, los senadores daban por salvada la repĆŗblica, y por eso no supieron interpretar correctamente lo que suponĆ­a la muerte de los dos cĆ³nsules y que las legiones de hubieran adherido fielmente a Octaviano. En vez de eso, le ofrecieron un triunfo a DĆ©cimo Bruto sin que el joven Octaviano fuera tenido en cuenta para nada. AdemĆ”s, se reducĆ­a drĆ”sticamente la recompensa prometida a los legionario, cuyo dinero se les hizo llegar directamente, sin entregĆ”rselo a su general como era costumbre. El malestar de las legiones fue comunicado a Roma. Y mientras tanto, aquel que daban por derrotado cruzaba los Alpes y ganaba para su causa las legiones de los gobernadores LĆ©pido en la Galia, y Lucio Muciano y Cayo Asinio en Hispania. Un gran ejĆ©rcito que se ponĆ­a a las Ć³rdenes de Marco Antonio y estaba dispuesto a vengarse por la derrota de Mutina. DĆ©cimo Bruto, que con su desaliƱado ejĆ©rcito habĆ­a salido en persecuciĆ³n de Antonio, no consiguiĆ³ otra cosa que ser atrapado por un jefe galo. Cuando su captura fue comunicada a Antonio, Ć©ste ordenĆ³ de inmediato su ejecuciĆ³n. Era el primero de los asesinos de CĆ©sar en morir.


Candidato a cĆ³nsul

Octaviano, por su parte, estaba dispuesto a ocupar una de las plazas vacantes que habĆ­an dejado los cĆ³nsules fallecidos, asĆ­ que mandĆ³ a cuatrocientos centuriones a presentar su candidatura al senado, que por supuesto, no fue aceptada. Las normas eran claras, nadie menor de cuarenta y dos aƱos podĆ­a ser cĆ³nsul. Y a pesar de eso, esas normas habĆ­an sido varias veces pasadas por alto en momentos de crisis. Recientemente, el propio Julio CĆ©sar se habĆ­a pasado las normas por el forro. Sin embargo, el senado no estaba dispuesto a nombrar cĆ³nsul a un joven de diecinueve aƱos. Pero los centuriones habĆ­an venido, demĆ”s, a reclamar la cantidad Ć­ntegra del dinero que se les habĆ­a prometido, cosa que tambiĆ©n se les negĆ³. No habĆ­a mĆ”s que hablar, dieron media vuelta y volvieron a la Galia Cisalpina, donde estaba su comandante. Hay quien cuenta que antes de irse, un tal Cornelio, el que estaba al mando de aquella delegaciĆ³n, apartĆ³ su capa dejando ver su espada a los senadores, como anunciando que volverĆ­an para conseguir por la espada lo que se les habĆ­a negado por las buenas. No hizo falta usarla. 

Apenas Octaviano fue informado del rechazo convocĆ³ a sus oficiales para comunicarles su intenciĆ³n de marchar sobre Roma. Todos estuvieron de acuerdo y las ocho legiones tomaron el camino del sur. Puesto el senado sobre aviso, fue enviado un mensaje urgente para que tres legiones vinieran desde Ɓfrica a defenderles. Pero al encontrarse con las ocho legiones de Octaviano, lo Ćŗnico que pudieron hacer fue unirse a ellas. PrĆ³ximos a la ciudad, Octaviano enviĆ³ a varios hombres para que pusieran a salvo a su madre y su hermana, por temer que Ć©stas pudieran ser usadas como rehenes. Una vez estuvo seguro de que sus vidas no corrĆ­an peligro, esperĆ³ veinticuatro horas antes de cruzar el RubicĆ³n. El 19 de agosto del 43 a.C. fue nombrado cĆ³nsul. Era la primera vez que alguien con solo diecinueve aƱos ocupaba este cargo que era ni mĆ”s ni menos que el equivalente a primer ministro o presidente del gobierno. El otro consulado fue para Quinto Pedio, otro sobrino y heredero de Julio CĆ©sar. Informado de su nombramiento, Cayo Julio CĆ©sar (Octaviano) cruzĆ³ el RubicĆ³n al dĆ­a siguiente y entrĆ³ en Roma junto a sus guardaespaldas. En el foro fue recibido por multitud de polĆ­ticos, afines y opositores, que mostraron con diferente entusiasmo su disposiciĆ³n a serle fiel. A continuaciĆ³n, el flamante cĆ³nsul quiso asegurarse de que su madre y su hermana se encontraban bien y fue a visitarlas al templo de las vestales. Su madre tuvo la satisfacciĆ³n de ver a su hijo convertido en cĆ³nsul antes de morir unos meses mĆ”s tarde; no se sabe a causa de quĆ©.

Tras el nombramiento de los nuevos cĆ³nsules, se hicieron sacrificios en el campo de Marte, tal como era costumbre. Las vĆ­sceras de los animales presagiaban un futuro prĆ³spero y feliz. Y para mĆ”s satisfacciĆ³n, cuando Octaviano levantĆ³ la vista vio seis buitres pasar. MĆ”s tarde vio pasar doce, lo mismo que le sucediĆ³ a RĆ³mulo durante la fundaciĆ³n de Roma. Todo eran buenos augurios, lo cual aprovecharon los partidarios de Octaviano como propaganda. El mensaje era que Roma estaba siendo fundada por segunda vez. Luego liquidĆ³ las donaciones que Julio CĆ©sar habĆ­a prometido a los ciudadanos y pagĆ³ a los legionarios la cantidad prometida por el senado por vencer a Marco Antonio y liberar a DĆ©cimo Bruto. TodavĆ­a estaba pendiente legalizar su adopciĆ³n, cosa que no le costĆ³ conseguir de inmediato. Ahora ya era legalmente hijo de Julio CĆ©sar, del cual habĆ­a heredado una fortuna, su nombre, y el poder polĆ­tico; ya estaba, pues, en disposiciĆ³n de vengar la muerte de su padre adoptivo. Aunque antes debĆ­a conseguir que se aprobara una ley en la que se declarara que el asesinato de CĆ©sar habĆ­a sido un crimen que dejaba fuera de la ley a quienes lo perpetraron. Se constituyĆ³ un tribunal especial para declarar culpables a todos los acusados, que por cierto, no estaban presentes; algunos estaban muy lejos de allĆ­ por ser gobernadores de provincias y los que habĆ­a en Roma huyeron despavoridos. Ahora ya podĆ­a salir en su persecuciĆ³n de forma legal, pero aĆŗn habĆ­a algunos problemas. Las arcas del tesoro habĆ­an quedado prĆ”cticamente vacĆ­as en su empeƱo con cumplir con la ciudadanĆ­a y las legiones, no habĆ­a dinero para campaƱas militares. Por otra parte, habĆ­a una amenaza mĆ”s grave que la falta de dinero: Marco Antonio se habĆ­a hecho con un formidable ejĆ©rcito, mucho mĆ”s numeroso que el suyo, al haberse aliado con generales galos e hispanos. No iba a ser fĆ”cil perseguir a los asesinos de CĆ©sar y aguantar la embestida de Antonio al mismo tiempo. 

Y por si fuera poco, habĆ­a aparecido otro personaje en escena que dificultarĆ­a aĆŗn mĆ”s su tarea. ¿QuiĆ©n era este personaje? Sexto Pompeyo, hijo de Pompeyo el Grande, y hermano de Cneo. Sexto habĆ­a sobrevivido a la campaƱa de Julio CĆ©sar en Hispania. HabĆ­a escapado y el general no se molestĆ³ en perseguirlo creyendo que era demasiado joven para considerarlo una amenaza. Sin embargo, Sexto no tardĆ³ en reunir un nuevo ejĆ©rcito que combatiĆ³ a los principales gobernadores provinciales en una eficaz guerra de guerrillas. TenĆ­a dieciocho aƱos, y con la muerte de Julio CĆ©sar pasĆ³ de ser un enemigo del estado a obtener el apoyo del senado, que lo nombrĆ³ prefecto de la flota y los puertos. Todo esto ocurrĆ­a en el aƱo 43 a.C. Como podemos ver, Octaviano, a pesar de haber conseguido una gran Ć©xito ante el senado y ante el pueblo de Roma, no las tenĆ­a todas consigo. ¿QuĆ© hacer ante tales amenazas?


El segundo triunvirato

El reciĆ©n nombrado cĆ³nsul CĆ©sar Octaviano saliĆ³ de Roma con sus once legiones mientras su primo Pedio, el otro cĆ³nsul, se quedaba en la ciudad manteniendo a raya al senado, que en realidad, habĆ­an pasado a ser marionetas de ambos. Octaviano avanzĆ³ por la costa adriĆ”tica buscando encontrarse con Marco Antonio. ¿Se disponĆ­a a enfrentarse a Ć©l? No exactamente. Ambos ejĆ©rcitos habĆ­an marchado hasta Bononia, bordeando el rĆ­o Lavinius. En este rĆ­o habĆ­a una isla, y hasta allĆ­ condujeron cada uno a 5.000 hombres. DespuĆ©s de tender un puente hasta dicha isla, cruzĆ³ LĆ©pido con una tropa para inspeccionarla y asegurarse de que allĆ­ no se ocultaba nadie. Acto seguido cruzaron los lĆ­deres con sus guardaespaldas, y una vez allĆ­ los hicieron alejarse a todos, quedando solos los tres: Octaviano, Marco Antonio y LĆ©pido. La reuniĆ³n iba a durar dos largos dĆ­as en los cuales se iban a discutir y planear los asuntos mĆ”s horribles y tenebrosos que nadie hubiera imaginado jamĆ”s. 

El poder de Roma estaba a punto de repartirse entre tres. NacĆ­a en aquella diminuta isla un nuevo triunvirato, pero contrariamente al pacto secreto que supuso el primero, esta vez no habrĆ­a secretismo. Se creaba de nuevo el cargo de dictador, cargo que el mismo Antonio habĆ­a abolido unos meses antes y que ahora serĆ­a compartido entre tres. TendrĆ­an poder para promulgar y revocar leyes de forma inapelable. Octaviano renunciaba a su cargo de cĆ³nsul en favor de un general de Antonio. Y por supuesto, habĆ­a que buscar la forma de financiar la guerra contra los asesinos de CĆ©sar. Las arcas del tesoro estaban vacĆ­as, no asĆ­ los bolsillos de los senadores y otros ciudadanos ricos, muchos de ellos enemigos del bando cesariano. Era necesario poner en marcha la proscripciĆ³n, un mecanismo que ya habĆ­a utilizado Sila en el aƱo 81 a.C. por el que liquidaban enemigos polĆ­ticos y se confiscaban sus bienes. Era la soluciĆ³n mĆ”s macabra, la mĆ”s mezquina, pero era la soluciĆ³n perfecta para el plan que querĆ­an llevar a cabo. Ahora solo quedaba elaborar la lista de los que iban a morir.

Cuentan algunos historiadores que Octaviano, al ser tan joven, se dejĆ³ enredar por los otros dos, mucho mĆ”s curtidos en la guerra y en la muerte. Marco Antonio, por ejemplo, ya habĆ­a demostrado que a la hora de cometer asesinatos, los de sus propios hombres, no le temblaba la mano. LĆ©pido tambiĆ©n llevaba muchos muertos a sus espaldas, pero Octaviano era un crĆ­o. Y sin embargo, el historiador Apiano escribiĆ³ que aunque estaba indeciso sobre la propuesta, aunque una vez que la proscripciĆ³n fue acordada la llevĆ³ a cabo mĆ”s implacablemente que los otros. Lo cual nos viene a decir que el heredero de CĆ©sar fue bastante precoz tanto a la hora de convertirse en lĆ­der como a la de convertirse en un matarife despiadado. Pero, parĆ©monos a revisar un poco la lista de sentenciados, porque no tiene desperdicio. Cada uno podĆ­a dar la lista de nombres que creyera conveniente y luego se discutĆ­a sobre si era necesario ejecutar a tal uno o tal otro. En principio se hablĆ³ de oponentes polĆ­ticos, pero poco a poco fueron aƱadiĆ©ndose a los adversarios personales; todos tenemos a alguien que alguna vez nos ofendiĆ³, nos perjudicĆ³, o simplemente no nos cae bien. AdemĆ”s, cuantas mĆ”s vĆ­ctimas, mĆ”s recaudaciĆ³n de bienes. El propio hermano de LĆ©pido entrĆ³ en la lista y Ć©ste lo consintiĆ³. Octaviano temblĆ³ cuando mencionaron a Cayo Toranio, su antiguo maestro, pero Marco Antonio exigĆ­a su muerte, como tambiĆ©n la de CicerĆ³n, por haberlo ofendido pĆŗblicamente con aquellos discursos conocidos como las filĆ­pidas; y el joven tuvo que ceder, si no querĆ­a ver fracasar sus planes.

Una vez que todo estuvo acordado, los triunviros llegaron a Roma, y ante el asombro de unos y el horror de otros, expusieron en el foro las tablas con los nombres de los proscritos. Todos cuantos aparecĆ­an en la lista perdĆ­an inmediatamente la ciudadanĆ­a y estaba fuera de la ley. Para todo el que delatara a un proscrito habrĆ­a recompensas. Y cualquiera que diera muerte a alguno de ellos tenĆ­a derecho a quedarse con una parte de sus bienes. Lo que estaba a punto de empezar era ni mĆ”s ni menos que uno de los episodios mĆ”s vergonzosos y criminales de la historia de Roma. Leer lo que escribiĆ³ Apiano es la mejor forma de hacerse una idea del horror que allĆ­ se viviĆ³:

«Mucha gente fue asesinada de todas las maneras posibles y decapitada como prueba para cobrar la recompensa. Muchos huyeron de forma poco digna, cambiando sus ropas por disfraces extraƱos. Algunos se escondieron en pozos o bajaron a las cloacas y otros se sentaban en silencio entre los trastos de los desvanes. Para algunos, lo mĆ”s aterrador fue que sus verdugos eran sus propios familiares con los cuales no tenĆ­an buena relaciĆ³n, esclavos, acreedores o vecinos terratenientes que codiciaban sus bienes.»

El propio tĆ­o de Marco Antonio, Lucio CĆ©sar, fue incluĆ­do en la lista. Plutarco cuenta que acudiĆ³ a su hermana Julia, la madre de Marco Antonio, y esta lo protegiĆ³. Cuando llegaron los soldados a matarlo, Ć©sta se encarĆ³ a ellos diciendo: «¡No matarĆ©is a Lucio CĆ©sar sin matarme antes a mĆ­, la madre de vuestro comandante!». Los legionarios no tuvieron mĆ”s remedio que retirarse y Antonio, recriminado por su madre acabĆ³ por indultarlo. Otro que consiguiĆ³ salvarse fue el hermano de LĆ©pido, que huyĆ³ a Mileto y allĆ­ viviĆ³ exiliado. No corriĆ³ la misma suerte CicerĆ³n, que fue capturado y ejecutado. Antonio expuso su cabeza en el foro y cuentan que su esposa se acercĆ³, le sacĆ³ la lengua y le clavĆ³ un alfiler mientras decĆ­a: asĆ­ aprenderĆ”s a no hablar mal de mi esposo. La lista de proscritos fue ampliĆ”ndose segĆŗn las necesidades monetarias. SegĆŗn Apiano murieron alrededor de trescientos senadores y unos dos mil equites, clase social muy adinerada en Roma. El caso es que, a pesar del dinero recaudado con la apropiaciĆ³n de bienes de los ejecutados, todavĆ­a no les bastaba para la guerra que estaba por venir, habĆ­a que financiar nada menos que cuarenta y tres legiones. Se habĆ­an librado ya de todos sus oponentes y ya no sabĆ­an a quiĆ©n aƱadir a la larga lista. Por otra parte, no creĆ­an conveniente seguir asesinando a mĆ”s ciudadanos, pues cada vez era peor la mala imagen que estaban mostrando al pueblo. La soluciĆ³n la encontraron aƱadiendo a la lista a cualquiera que fuera rico, con cualquier excusa, aunque fuera una falsedad, con la variante de que solo serĆ­a desposeĆ­do de sus bienes pero no lo matarĆ­an. Llegaron incluso a robarle el dinero a las vĆ­rgenes vestales y a inventar nuevos impuestos con el fin de aumentar las arcas destinadas a la guerra.



La causa republicana

Tenemos a Sexto Pompeyo como almirante de la flota romana, cargo que fue revocado tras el establecimiento del triunvirato. Sin embargo, Sexto se negĆ³ a entregar la flota y se estableciĆ³ en Sicilia tras obligar al gobernador a entregarle el mando. En esta ventajosa situaciĆ³n, Sexto podĆ­a controlar el abastecimiento de grano a Roma proveniente de Egipto. Hasta allĆ­ acudieron muchos de los proscritos a refugiarse, tal como escribiĆ³ Apiano:

«Sus botes y barcos recogĆ­an a los que llegaban por mar. Se ponĆ­an seƱales para ayudar a los que se hubiesen perdido y recogĆ­an a todo el que encontraban. Sexto acudĆ­a en persona a darles la bienvenida a los reciĆ©n llegados.»

La intenciĆ³n de Sexto no era otra que ganar adeptos. Octaviano pronto se dio cuenta de que con este sujeto en Sicilia controlando el grano y Casio y Bruto en oriente, era cuestiĆ³n de tiempo que se pusieran de acuerdo para caer sobre Roma y aplastarlos a Ć©l y a Marco Antonio. Como primera medida enviĆ³ una flota para acabar con Sexto, pero no tuvo Ć©xito y acabaron derrotados, pero al menos sirviĆ³ para tantear su fuerza. ¿Y quĆ© habĆ­a sido de Casio y de Bruto? Recordemos que Antonio les habĆ­a concedido el gobierno de unas poco importantes provincias, todo para que se sintieran humillados y quitĆ”rselos de encima. ¿Y hacia dĆ³nde fueron los asesinos de CĆ©sar? Casio se dirigiĆ³ a Siria, donde tenĆ­a sus conocidos, y no le costĆ³ demasiado conseguir que siete legiones se pusieran bajo su mando, y en Egipto consiguiĆ³ cuatro mĆ”s. Por su parte, Marco Bruto se hacĆ­a pasar por estudiante en Atenas, pero lo que realmente hacĆ­a era pasar desapercibido mientras contactaba y se ganaba el favor de gente importante y sus hombres se hacĆ­an con el control de Macedonia. Las legiones de la vecina Illyricun terminaron uniĆ©ndose a Ć©l, y el gobernador, Cayo, hermano de Marco Antonio, fue asesinado. Todo esto se fraguaba mientras Octaviano y Marco Antonio tenĆ­an sus desavenencias hasta formar alianza. Casio y Bruto se limitaban a observar, y ahora que veĆ­an cĆ³mo Roma se sumĆ­a en el caos del triunvirato y cientos de senadores republicanos eran asesinados creyeron que era el momento de unir sus fuerzas y actuar.

El 1 de enero del 42 a.C, bajo la histeria y el terror que se vivĆ­a en la ciudad de Roma, los triunviros se propusieron celebrar una ceremonia en la cual serĆ­a dificado Julio CĆ©sar. Los tres juraron que CĆ©sar se habĆ­a convertido en dios y que todos sus actos eran sagrados. El senado al completo fue obligado a jurar en los mismos tĆ©rminos. AdemĆ”s, pusieron la primera piedra en el foro, en el lugar exacto donde fue incinerado y donde mĆ”s tarde se construirĆ­a un pequeƱo templo. Pudiera ser que esta fuera una de las condiciones que puso Octaviano a la hora de negociar el establecimiento del triunvirato, pues era Ć©l el principal beneficiado por la deificaciĆ³n de su tĆ­o. Ahora podĆ­a distinguirse entre todos como un divi filius, hijo de un dios, y eso daba su prestigio.



Historias de terror

Las proscripciones causaron muchas vĆ­ctimas y proporcionaron multitud de historias dramĆ”ticas, de heroicidad y traiciĆ³n, de deslealtad familiar, de amigos que delataron a amigos, esclavos que asesinaron a sus amos, y muchas atrocidades mĆ”s; autĆ©nticas historias de terror que darĆ­an para llenar muchos libros. Vamos a recoger aquĆ­, muy resumidamente, algunas de ellas.

-Se cuenta que un niƱo fue asesinado camino del colegio. Otro muriĆ³ el dia de la ceremonia que lo convertirĆ­a en hombre. Eran niƱos que habĆ­an heredado fortunas. Un joven llamado Atilio habĆ­a heredado una gran fortuna al morir su padre. No tardĆ³ en ver su nombre aƱadido a la lista de proscritos. Los esclavos le abandonaron y entonces acudiĆ³ a su madre que tampoco quiso cobijarle por miedo. DespuĆ©s de esto, no quiso pedirle ayuda a nadie mĆ”s y huyĆ³ a las montaƱas, pero fue hecho prisionero por unos traficantes de esclavos. Vendido y obligado a trabajar duro, despuĆ©s de haber crecido rodeado de comodidades, decidiĆ³ huir, pero lo encontrĆ³ una patrulla de soldados que rĆ”pidamente lo identificĆ³, le dio muerte allĆ­ mismo y le cortaron la cabeza para llevarla a Roma y cobrar la recompensa. 

-Una mujer que habĆ­a tenido escondido a su marido durante un tiempo y fue finalmente descubierto, pidiĆ³ morir con Ć©l. Sobre cualquiera que diera cobijo a un proscrito pesaba la amenaza de muerte; sin embargo, esto no se llevĆ³ a cabo de forma sistemĆ”tica y la mujer no fue ejecutada. No obstante, ella dejĆ³ de comer y finalmente muriĆ³ tambiĆ©n.

-Muy distinta es esta otra historia de una mujer que pidiĆ³ y consiguiĆ³ que proscribieran a su marido. Cuando llegaron los soldados a detenerlo, lo encontraron encerrado en una habitaciĆ³n donde ella lo habĆ­a llevado engaƱado. A las pocas horas de la ejecuciĆ³n de su esposo, la mujer se casaba con su amante.

-Esta otra cuenta que un hombre dedicĆ³ unos versos a su esposa. Este hombre fue un proscrito al que su mujer ayudĆ³ a escapar. Pero al cabo de un tiempo, ella lo echaba de menos y tuvo la valentĆ­a de acudir a Octaviano a pedir su perdĆ³n para que regresara. Octaviano se apiadĆ³ de ella y lo perdonĆ³, pero LĆ©pido se negĆ³ a reconocer la decisiĆ³n de su joven colega y la acusĆ³ de haber ayudado a un proscrito. La mujer entonces se presentĆ³ ante LĆ©pido a suplicarle, pero el triunviro ordenĆ³ que la sacaran de allĆ­ y la apalearan. No estĆ” claro si muriĆ³ en aquel momento, pero Octaviano enfureciĆ³ con la decisiĆ³n de LĆ©pido, y a partir de ese momento las relaciones entre los dos comenzaron a ir de mal en peor. El marido tardĆ³ en volver y se cuenta que en el funeral de su esposa leyĆ³ lo siguiente: “TĆŗ proveĆ­ste abundantemente para mis necesidades durante mi huida y me diste los medios para llevar una vida digna al enviarme todo el oro y las joyas que llevabas.”

-Un esclavo delatĆ³ el escondite de su amo y fue recompensado por ello ademĆ”s de obtener la libertad. No contento con ello, continuĆ³ extorsionando a la familia de su antiguo amo. Cuando los triunviros tuvieron conocimiento de esto, ordenaron detenerle y fue condenado a muerte.

-Se afirma que Marco Antonio tenĆ­a una vena de locura y siempre inspeccionaba detenidamente las cabezas de las vĆ­ctimas que le llevaban, incluso si estaba sentado a la mesa comiendo. Tampoco su esposa tenĆ­a escrĆŗpulos y era igualmente despiadada.

-TambiĆ©n hubo historias que no acabaron en tragedia, fue el caso de la madre de Marco Antonio que tuvo el valor de proteger a su hermano sin importarle las consecuencias, ya lo hemos contado. En este caso se trataba de su propia madre, pero el cruel triunviro tambiĆ©n concediĆ³ otros indultos en su propio beneficio. Fue, una vez mĆ”s, una valiente mujer que acudiĆ³ a Ć©l a suplicarle clemencia en favor de su esposo, que habĆ­a sido detenido y estaba a punto de ser ejecutado. Marco Antonio se fijĆ³ inmediatamente en que aquella mujer era muy bella y no dudĆ³ en conceder el perdĆ³n; a cambio, claro estĆ”, de sus favores sexuales.

-Por Ćŗltimo, una historia que acabĆ³ bien. Una mujer que daba protecciĆ³n a su esposo, tuvo la osadĆ­a de llevarlo a presencia de Octaviano. ¿CĆ³mo lo hizo? Lo encerrĆ³ en un arcĆ³n y lo llevĆ³ a presencia de Ć©ste, que se encontraba presidiendo unos juegos en el anfiteatro. Una vez allĆ­ abriĆ³ el arcĆ³n, hizo salir a su marido y le implorĆ³ clemencia. La muchedumbre quedĆ³ tan impresionada por la lealtad y valentĆ­a de la mujer, y comenzaron a gritar pidiendo clemencia, tal como se pedĆ­a el indulto de un gladiador. Octaviano no pudo ignorar la peticiĆ³n del pĆŗblico y concediĆ³ el perdĆ³n.

Todas estas atrocidades ya las habĆ­an vivido los romanos en tiempos de Sila, que tambiĆ©n se habĆ­a deshecho de los “enemigos de la repĆŗblica” de igual manera. Sin embargo, tal como comentaban por Roma, Sila tenĆ­a una edad muy avanzada cuando cometiĆ³ sus crĆ­menes, pero Octaviano era demasiado joven para tener ya tantos enemigos.


La batalla de Filipos

Tracia era un territorio al este de Grecia que los romanos convirtieron en provincia hacia el aƱo 46 a.C. Como en todos los territorios que conquistaban, no tardaron en construir una carretera que iba desde el mar AdriƔtico hasta Bizancio y las provincias de Asia Menor. A esta gran carretera la llamaron Vƭa Egnatia. Entre esta vƭa y el AdriƔtico hay unos pantanos o marismas, muy cerca de la ciudad de Filipos. Es en estas marismas donde se van a enfrentar los dos enormes ejƩrcitos, Marco Antonio y Octaviano contra Bruto y Casio al frente de los llamados Luchadores por la Libertad. Los triunviros disponƭan de cuarenta y tres legiones, habiendo desplazado hasta allƭ aproximadamente la mitad, unos 100.000 soldados y 13.000 jinetes. Por su parte, Bruto y Casio controlaban diecinueve legiones, unos 70.000 soldados y 20.000 jinetes.

Era el verano del aƱo 43 a.C. cuando Antonio y Octaviano se pusieron en marcha, mientras LĆ©pido se quedaba en Roma encargado de gobernar la ciudad. Marco Antonio quiso evitar que los republicanos se apoderasen de Grecia y enviaran su flota sobre el AdriĆ”tico antes de que Ć©l pudiera llegar con sus ejĆ©rcitos. Para ello enviĆ³ una avanzadilla que fue derrotada. Bruto y Casio marcharon hacia Filipos donde pensaban atrincherarse. El terreno escarpado y boscoso con un pantano al sur era un buen lugar para montar el campamento fortificado. Los triunviros lo tendrĆ­an difĆ­cil a la hora de atacar y mientra tanto, la flota republicana bloquearĆ­a todos los suministros que desde Roma enviaran a Antonio. A pesar del control del AdriĆ”tico por parte de los republicanos, los triunviros pudieron desembarcar en Dyrrachium. Durante el viaje, Octaviano comenzĆ³ a no sentirse bien, y una vez que desembarcĆ³, se puso enfermo. AtrĆ”s quedĆ³ el joven triunviro, Ć©l y su ejĆ©rcito, mientras Antonio siguiĆ³ adelante, a toda prisa, hacia Filipos, donde acampĆ³ a escasa distancia de donde se encontraban Bruto y Casio. Se encontraban aproximadamente a un kilĆ³metro y medio de distancia, en un terreno bajo y por lo tanto desfavorable, y sin embargo, allĆ­ plantĆ³ Antonio su campamento, rodeĆ”ndolo de zanjas y empalizadas. DespuĆ©s de algunos enfrentamientos y una emboscada que preparĆ³, y en la cual fracasĆ³, las cosas comenzaron a no ir bien para Antonio. 

Desde la cama donde intentaba recuperarse les llegaron las noticias a Octaviano, el cual intentĆ³ levantarse pero no pudo tenerse en pie. No obstante, el joven no querĆ­a que su ejĆ©rcito permaneciera ni un dĆ­a mĆ”s inactivo y ordenĆ³ ponerse en marcha aunque Ć©l tuviera que ser transportado en litera. Las razones para no retrasarse mĆ”s no eran solo el afĆ”n por ayudar a Marco Antonio, como relata Dion Casio:

«Octaviano se enterĆ³ de la situaciĆ³n y temiĆ³ el resultado de las dos posibilidades, tanto si Antonio, actuando solo, era derrotado como si vencĆ­a. PensĆ³ que, en el primer caso, Bruto y Casio estarĆ­an en una posiciĆ³n privilegiada para oponerse a Ć©l, mientras que en el segundo caso serĆ­a Antonio el que estarĆ­a en esa posiciĆ³n.»

Como vemos, Octaviano no se fiaba lo mĆ”s mĆ­nimo de su socio, y temĆ­a que si salĆ­a victorioso sin estar Ć©l presente, aprovechara su enfermedad para atacarle por sorpresa. 

Octaviano llegĆ³ por fin a Filipos y compartiĆ³ campamento con Antonio. Luego, pasaron los dĆ­as sin que nada ocurriera, hasta que el 30 de septiembre, y siguiendo las tradicionales supersticiones romanas, los hombres de Bruto y Casio pensaron habĆ­an visto una seƱal que no les favorecĆ­a. ¿QuĆ© habĆ­an visto los Luchadores por la Libertad? Nada menos que dos Ć”guilas salir volando. Unas Ć”guilas que habĆ­a llegado dĆ­as antes y se habĆ­an posado en sus estandartes, una buena seƱal. Pero ahora que los abandonaban, la seƱal se volvĆ­a en su contra y no presagiaba nada bueno. Mientras tanto, Antonio no habĆ­a perdido el tiempo y estuvo ideando un plan consistente en abrirse paso a travĆ©s del pantano y atacar por sorpresa por donde menos lo esperasen. Los altos caƱaverales impedĆ­a al enemigo ver lo que los triunviros planeaban. Durante diez dĆ­as, los soldados estuvieron abriendo una pista por donde poder cruzar y sorprender el ala izquierda republicana. Esta maniobra fue finalmente descubierta y los republicanos hicieron retroceder a los triunviros, ademĆ”s de construir un dique para impedirles el paso. Pero una noche, los triunviros consiguieron sobrepasar el dique para mĆ”s tarde estar encaramados a sus fortificaciones con escaleras y palancas para destruirlas. Antonio consiguiĆ³ penetrar en el campamento de Casio y arrasarlo. Pero a su vez, Bruto estaba teniendo una feroz pelea contra las legiones de Octaviano, que llevaron las de perder y fue su propio campamento el arrasado. Las cosas no fueron bien para ninguno de los dos bandos, pero parece ser que los triunviros tuvieron el doble de bajas que los republicanos. 9.000 contra 18.000. Muchos muertos, pero ningĆŗn golpe que fuera definitivo ante unos ejĆ©rcitos que sobrepasaban los 100.000 en ambos lados. Sin embargo, ocurriĆ³ algo inesperado: Casio se suicidĆ³. ¿Por quĆ© razĆ³n?


El suicidio de Casio

Casio habĆ­a sufrido una derrota aplastante. Con el campamento arrasado, quedĆ³ desolado y no le quedaba mĆ”s esperanza que una buena noticia desde el lado donde se encontraba Bruto. Desesperado, subiĆ³ a una colina, pero desde allĆ­ solo se veĆ­a una inmensa polvareda, la que levantaba la gran batalla que libraban Bruto y Octaviano, pues hacĆ­a tiempo que no llovĆ­a y el terreno estaba excesivamente seco. Algo mĆ”s tarde, le pareciĆ³ ver que un destacamento de caballerĆ­a cabalgaba hacia ellos. Nadie podĆ­a reconocer si eran hombres de Bruto o por el contrario eran enemigos. A la polvareda se aƱadĆ­a la escasez de luz, pues la tarde estaba ya muy avanzada. Casio resolviĆ³ enviar a un mensajero, un tal Titinio. Mientras tanto seguĆ­a observando. Cuando titinio llegĆ³ hasta la caballerĆ­a, Ć©sta se detuvo y algunos hombres, al reconocer a Titino, bajaron de sus caballos para abrazarle, a continuaciĆ³n chocaron sus espadas, una especie de saludo entre colegas. Desde la colina, aquellas muestras de afecto fueron confundidas y Casio creyĆ³ que Titinio fue hecho prisionero. Por lo tanto, los que avanzaban eran enemigos, Bruto tambiĆ©n habĆ­a sido vencido. Ante tal contrariedad, Casio, mĆ”s triste y abatido si cabe, se retirĆ³ a una tienda vacĆ­a, de las pocas que quedaban intactas, acompaƱado por un esclavo liberado llamado PĆ­ndaro, que portaba su armadura. Y entonces, llegĆ³ un mensajero anunciando que los que se acercaban no eran enemigos, sino un destacamento que Bruto habĆ­a enviado para anunciar la noticia de su victoria. Sin embargo, aquello no hizo sino aumentar la vergĆ¼enza de Casio, que, segĆŗn Apiano contestĆ³: 

«Dile que le deseo la victoria total».

Luego, volviƩndose hacia Pƭndaro le dijo:

«Date prisa. ¿Por quĆ© no me liberas de mi vergĆ¼enza?

Se quitĆ³ la capa y dejĆ³ libre su cuello para que le decapitara. DespuĆ©s de hacer lo que Casio le habĆ­a pedido, PĆ­ndaro desapareciĆ³ por miedo a las consecuencias. La muerte de Casio suele presentarse como la consecuencia de un mal entendido; de la desesperaciĆ³n al saber que todo estaba perdido. Sin embargo, si lo que cuenta Apiano es cierto, fue consecuencia de la vergĆ¼enza al saber que su compaƱero habĆ­a tenido Ć©xito mientras Ć©l habĆ­a fracasado. Sea como fuere, habĆ­a muerto el segundo de los principales asesinos de CĆ©sar.

Bruto estaba considerado peor general que Casio, pero habĆ­a vencido al ejĆ©rcito de Octaviano. Pero no hay que olvidar que este ejĆ©rcito ni siquiera contaba con su principal general, pues se encontraba convaleciente, y en cualquier caso, era un joven con una casi nula experiencia militar. DespuĆ©s de que su campamento fuera atacado, se creyĆ³ que Octaviano habĆ­a muerto, pues habĆ­a quedado en su tienda y Ć©sta estaba destrozada, aunque nadie hallĆ³ el cuerpo. ¿DĆ³nde estaba Octaviano? Si hacemos caso a lo que cuentan algunas fuentes, al saber que sus tropas estaban siendo vencidas, ordenĆ³ que lo llevaran en camilla al campo de batalla. Agripa y Mecenas, dos de sus mejores amigos de la infancia que lo seguĆ­an a todas partes, le hicieron caso y lo llevaron donde les habĆ­a pedido. Pero ante el peligro que corrĆ­an al ponerse la batalla de parte de Bruto, parece ser que corrieron a refugiarse al pantano. Sin embargo, hay quien piensa que lo mĆ”s probable es que antes del comienzo de la batalla fue aconsejado por su mĆ©dico para que se retirara a un lugar seguro, ya que estaba tan dĆ©bil que ni siquiera tenĆ­a fuerzas para andar y mucho menos para correr en caso de peligro. Cualquiera de las dos versiones puede ser vĆ”lida, pero el hecho de que Octaviano estuviera desaparecido durante el combate fue usado por su enemigos para tacharlo de cobarde.


La lluvia otoƱal

LlegĆ³ el mes de octubre, y con Ć©l llegaron las lluvias. El polvo se convirtiĆ³ en barro y las tiendas se vieron inundadas. Se pasĆ³ de un sofocante calor a un intenso frĆ­o. La vida en el campamento de la llanura se hizo insoportable. Y para colmo de males, les llegĆ³ la peor noticia que podĆ­an recibir. La flota que transportaba dos legiones que venĆ­an como refuerzos, ademĆ”s de traer suministros, habĆ­a sido atacada por los republicanos, que, como ya se ha dicho, dominaban el AdriĆ”tico, ademĆ”s de que Sexto Pompeyo hacĆ­a de las suyas en el MediterrĆ”neo. El desastre para los barcos triunviros fue total. Nuevamente Apiano nos lo relata con toda su crudeza.

«Algunos se suicidaron cuando las llamas llegaron hasta ellos, otros saltaron a bordo de los barcos enemigos para no perecer. Varios barcos medio quemados siguieron navegando mucho tiempo con hombres a bordo, incapacitados por quemaduras o por hambre y sed. Algunos se agarraron a palos o maderos y las olas los arrastraron hasta playas y acantilados desiertos.»

La cosa pintaba bastante mal si la flota republicana seguĆ­a dominando los mares, los triunviros que podĆ­an quedar atrapados en Grecia. Y sin poder salir de allĆ­, Bruto se harĆ­an de forma fĆ”cil con el poder y obtendrĆ­a por fin su recompensa por haber acabado con la vida de CĆ©sar. HabĆ­a que evitarlo a toda costa. Para empezar, habĆ­a que levantar el Ć”nimo de los soldados prometiendo mĆ”s dinero y conseguiendo suministros. Para ello, enviaron una legiĆ³n a la ciudad mĆ”s cercana en la cual no consiguieron demasiados alimentos, pero lo suficiente para aguantar un tiempo mĆ”s. Aprovechando el estado de Ć”nimo momentĆ”neo, Marco Antonio decidiĆ³ atacar. Sobre la colina donde se asentaba el campamento republicano, los Ć”nimos no estaban mucho mejor que en la llanura. AllĆ­, sus tiendas no se encharcaban tan fĆ”cilmente, pero el frio era igualmente intenso y presentĆ­an que el tiempo pasaba y no jugaba precisamente a su favor. Octaviano estaba recuperado, pero todavĆ­a dĆ©bil. AĆŗn asĆ­, no hizo caso a quienes le sugirieron que se quedara guardando el campamento. Esta vez no, esta vez estarĆ­a a la cabeza de su ejĆ©rcito. No hubo preĆ”mbulos. Ambos ejĆ©rcitos se enzarzaron en un feroz combate Las empalizadas republicanas fueron fĆ”cilmente superadas y los hombres de Bruto se vieron desbordados. El empuje de los triunviros fue tan brutal que fueron desplazando al enemigo hasta provocar una desbandada desesperada hacia los bosques. Las legiones de Octaviano estaban saboreando la venganza por su anterior derrota. Los republicanos fueron perseguidos provocando la aniquilaciĆ³n de legiones enteras. Bruto consiguiĆ³ escapar con cuatro de ellas, aunque no completas. Pero Marco Antonio no desistiĆ³ en la persecuciĆ³n y consiguiĆ³ averiguar su paradero. Pronto estuvieron rodeados, y asĆ­ pasaron la noche.

Todos pasaron la noche en vela. Por la cabeza de Bruto no pasaba otra idea que el suicidio, y entonces, quiso dejar frases cƩlebres para la posteridad, recitando a Eurƭpides:

Oh, funesto valor, no eras mƔs que un nombre,
y sin embargo yo te adorƩ como si fueras real.
Ahora parece que no eras mƔs que el esclavo de la fortuna.

Y mientras Bruto se consumĆ­a en su amargura, lo que le quedaba de ejĆ©rcito pactaba la rendiciĆ³n ante Marco Antonio. Bruto asistiĆ³ a la deslealtad de sus legiones y se quedĆ³ solo con unos cuantos amigos que quisieron estar con Ć©l hasta el final. Al amanecer le avisaron para escapar; Bruto se puso en pie y caminĆ³ unos pasos, se parĆ³, se puso la punta de la espada en el pecho, y se tirĆ³ contra ella. AsĆ­ morĆ­a el tercero de los principales asesinos de CĆ©sar. Su presunto hijo, por el que el dictador habĆ­a sentido especial predilecciĆ³n, le favoreciĆ³, le protegiĆ³ y hasta le incluyĆ³ en su testamento.

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