¿QuiĆ©n fue el primer emperador romano?
FĆ”cil. La respuesta es: Augusto. Aunque hay quien cree que fue Julio CĆ©sar; razones no faltan para creerlo. Pero no; fue Augusto. Claro que, esa solamente es la respuesta oficial, segĆŗn la historiografĆa moderna, porque dar una respuesta absoluta a este tema puede ser bastante complejo. PodrĆa incluso afirmarse que, oficialmente, nadie en Roma obtuvo nunca el tĆtulo de emperador. Adjudicar y ostentar ese tĆtulo (o uno equivalente que tuviera el significado actual) era tanto como proclamar que la repĆŗblica romana habĆa vuelto de nuevo a ser monĆ”rquica, y la monarquĆa era algo a lo que los romanos tenĆan pavor. El propio Julio CĆ©sar, ya lo hemos visto, fue asesinado por miedo a que se pudiera proclamar rey.
Para empezar, el tĆtulo de imperator (que no tenĆa ni de lejos el significado que se le da hoy) se le otorgaba a quienes tenĆan el mando del ejĆ©rcito fuera de los lĆmites de Roma, es decir, en los territorios conquistados que pasaban a ser provincias de Ć©sta. Julio CĆ©sar y otros generales romanos ya obtuvieron este tĆtulo, y en el tramo final de su mandato fue acumulando muchos mĆ”s, aunque renunciĆ³ a ser rey. De haberse convertido en monarca, hoy no habrĆa duda de que el primer emperador fue Julio CĆ©sar; rey de reyes, que es lo que en la actualidad significa esta palabra. Pero los romanos, a pesar de haber transcurrido algunos siglos, no guardaban buen recuerdo de sus reyes antepasados. Julio CĆ©sar sabĆa que proclamarse rey era ganarse multitud de enemigos, mĆ”s de los que ya tenĆa. PodĆa gobernar como tal, e incluso designar a un heredero, sin necesidad de ostentar el tĆtulo. Y asĆ fue.
El caso es que, su heredero Octavio y todos los que le sucedieron, siguieron la misma tĆ³nica; a ninguno de ellos se les proclamĆ³ reyes. Roma dejĆ³ atrĆ”s la repĆŗblica sin abrazar oficialmente otra monarquĆa. En la prĆ”ctica, los hoy llamados emperadores eran una especie de jefes de estado permanentes a los que se les habĆa dado todo tipo de poderes y magistraturas. Hoy al nuevo sistema de gobierno se le llama principado, ya que uno de los tĆtulos que le otorgaron a Octavio fue el de princeps (primer ciudadano). Este tĆtulo honorĆfico fue el preferido de Octavio Augusto y se convirtiĆ³ en hereditario, y por esa razĆ³n se le considera el primer emperador. Julio CĆ©sar acumulĆ³ un sin fin de magistraturas y tĆtulos, pero no el de princeps. Este hecho, unido a que la repĆŗblica no habĆa acabado de colapsar durante su mandato, es la razĆ³n por la que a Julio CĆ©sar no se le considera emperador. Sin embargo, fue Ć©l quien estableciĆ³ todas las bases para el nuevo sistema, incluida la sucesiĆ³n hereditaria.
Cayo Octavio
A finales del aƱo 45 a.C. el joven Octavio viajĆ³ a Apolonia de Iliria, en la actual Albania, donde contaban con una cĆ©lebre escuela, comparable con las de Atenas y Rodas. AllĆ aprenderĆa retĆ³rica o el arte de hablar en pĆŗblico, estudiarĆa literatura y lengua griega, a la vez que se preparaba como soldado entre las legiones que se iban acumulando a las afueras de la ciudad a la espera de la llegada de Julio CĆ©sar. Desde allĆ tenĆan previsto emprender la marcha contra el imperio parto. Pero Julio CĆ©sar nunca llegĆ³, y a Ćŗltimos del mes de marzo, quien se presentĆ³ fue un mensajero con la noticia de su asesinato. Octavio, de tan solo dieciocho aƱos, quedĆ³ consternado; su madre le aconsejaba en la carta que actuara con cautela y volviese a Roma de forma discreta. Pronto recibiĆ³ la visita de amigos y generales de las legiones acampadas a las afueras. La mayorĆa de ellos eran fieles seguidores de Julio CĆ©sar que estaban dispuestos a marchar sobre Roma para vengar su muerte. Octavio pidiĆ³ consejo aquella noche a los amigos mĆ”s allegados. ¿DebĆa volver a Roma como le aconsejaba su madre o intentar unirse a las legiones?
¿Y quiĆ©n era Octavio? Aclaremos, antes que nada, que Octavio era solo uno de los muchos nombres que adoptarĆa desde su nacimiento hasta hacerse con el poder de Roma. Pero en estos momentos era solamente el hijo adoptivo de Julio CĆ©sar y su nombre era Cayo Octavio. NaciĆ³ en el aƱo 63 a.C. en una pequeƱa propiedad en las faldas del monte Palatino, Roma. Su familia, los Octavios, eran respetados y de considerables recursos econĆ³micos. Eran comerciantes pertenecientes a la clase media de los equites, caballeros o clase ecuestre. Los equites eran llamados asĆ porque esta clase social venĆa desde muy antiguo cuando los ricos podĆan permitirse tener dos caballos. Su padre era Cayo Octavio, nombre que heredĆ³ el reciĆ©n nacido, y su madre Atia, de la familia Julia, y por lo tanto, emparentada con Julio CĆ©sar. Atia era su sobrina. A los cuatro aƱos de edad, Octavio quedĆ³ huĆ©rfano de padre y dos aƱos mĆ”s tarde, su madre se casaba de nuevo con Lucio Marcio Filipo. DespuĆ©s de la muerte de su padre, parece ser que Octavio fue criado por su abuela materna, la hermana de Julio CĆ©sar, y con ella permaneciĆ³ hasta su muerte, cuando el niƱo tenĆa doce aƱos. Entre tanto, su tĆo abuelo Julio CĆ©sar andaba conquistando las Galias, por lo que Cayo Octavio apenas lo conocĆa, aunque lo admiraba por todo lo que habĆa oĆdo hablar de Ć©l.
Poco pudo disfrutar Octavio de la presencia de su tĆo en Roma una vez hubo vuelto de las Galias, pues no tardĆ³ en abandonarla al estallar la guerra civil contra Pompeyo, a lo que se aƱadiĆ³ la larga temporada que pasĆ³ en Egipto disfrutando de unas merecidas vacaciones junto a Cleopatra y los meses que tardĆ³ en sofocar una revuelta en Asia Menor. Para octubre del 47 a.C. CĆ©sar ya habĆa vuelto de nuevo a Roma, aunque tampoco esta vez pudo quedarse por mucho tiempo, unos dos meses; en Ćfrica, los leales a Pompeyo todavĆa oponĆan resistencia. No obstante, le dio tiempo a conocer y a tantear quĆ© tal era el muchacho, que ya contaba 16 aƱos, y muy buenas debieron ser las impresiones que le causĆ³, pues no tardĆ³ en ordenar que lo nombraran patricio, o lo que es lo mismo, hizo que el muchacho entrara a pertenecer a la nobleza romana, que si bien su madre, al ser juliana lo era, no lo era su padre. A esto, Julio CĆ©sar aƱadiĆ³ a su sobrino el nombramiento honorĆfico de Prefecto de la Ciudad durante una especie de feria que ellos denominaban feriae latinae en la cual se llevaba a cabo una ceremonia en un templo del monte Albano. De todo esto se deduce que Julio CĆ©sar quedĆ³ encantado con su sobrino nieto, pero sus debilidades por el muchacho no habĆan hecho mĆ”s que empezar.
En diciembre, CĆ©sar se embarcaba rumbo a Ćfrica, y Octavio, que se habĆa encariƱado con tu tĆo, pensĆ³ que era un buen momento para adquirir experiencia militar, asĆ que le pidiĆ³ permiso a su madre para viajar con Ć©l. Pero su madre no estuvo de acuerdo, pues, aunque lo que le pedĆa el muchacho era algo natural en la Ć©poca, Atia posiblemente lo sobreprotegĆa, al ser Ć©ste propenso a enfermar con frecuencia. Su primera aventura al lado del lĆder de Roma debĆa esperar. CĆ©sar volviĆ³ victorioso y decidiĆ³ que ya era hora de celebrar los Ć©xitos de sus recientes campaƱas y se organizaron los tres triunfos pendientes, en uno de los cuales Octavio participĆ³ en el desfile a lomos de su caballo. Su participaciĆ³n fue el regalo que CĆ©sar le hizo, al coincidir estas celebraciones con su diecisiete cumpleaƱos. A los triunfos siguieron todo tipo de actos entre los que no faltaron sacrificios de animales, carreras de aurigas y lucha de gladiadores. A todos ellos acudĆa Octavio al lado de su tĆo, hasta que cayĆ³ enfermo. No se sabe quĆ© tipo de enfermedad padecĆa, pero se cree que en esta ocasiĆ³n se tratĆ³ de una insolaciĆ³n, nada que fuera preocupante, dada su naturaleza enfermiza, sin embargo, la alarma saltĆ³ cuando los mĆ©dicos anunciaron que el muchacho estaba muy grave y su vida corrĆa peligro. La preocupaciĆ³n de CĆ©sar fue tal, que acudĆa a diario a visitar al enfermo y a preguntar a los mĆ©dicos por su estado. Finalmente, la enfermedad remitiĆ³ y comenzĆ³ a recuperarse, aunque quedĆ³ tan dĆ©bil que todavĆa tardarĆa algĆŗn tiempo en estar completamente recuperado. Una vez mĆ”s se frustraban sus planes de emprender viaje con su tĆo; esta vez habĆa decidido ir con Ć©l a Hispania.
Cneo y Sexto Pompeyo habĆan huido a Hispania, donde eran muchos los seguidores de su padre, y allĆ reunieron un gran ejĆ©rcito de trece legiones. A CĆ©sar no le quedaba otra que acudir si querĆa acabar con la guerra civil de una vez por todas, y para el mes de diciembre dejĆ³ atrĆ”s de nuevo Roma. Mientras tanto, Octavio seguĆa recuperĆ”ndose hasta que estuvo lo suficientemente bien para salir de casa e ir haciendo planes para reunirse con CĆ©sar. Esta vez su madre no pudo impedĆrselo. Octavio reuniĆ³ los suficientes voluntarios para, aproximadamente en el mes de febrero poner rumbo a Hispania. No se sabe si viajĆ³ por mar o por tierra; solo se sabe que naufragĆ³ cerca de las costas de Cartago Nova (actual Cartagena). Esto nos llevarĆa a pensar que viajĆ³ por mar, pero hay quien cree que entraron por las Galias y desde Tarragona navegaron bordeando la costa. Llegaron a su destino en marzo, cuando la guerra ya habĆa terminado, aunque CĆ©sar andaba aĆŗn ocupado en sofocar los Ćŗltimos focos rebeldes. Cuando finalmente se encontraron, el general se llevĆ³ una gran alegrĆa. Daba igual si se habĆa perdido la gran batalla final o la guerra entera, a CĆ©sar le hacĆa ilusiĆ³n que hubiera tenido el detalle de acudir; y mucho mĆ”s teniendo en cuenta que serĆan muchos los dignatarios que saldrĆan de Roma a su encuentro para ponerse a su lado y lo felicitarĆan por su victoria, una vez que ya sabĆan ya el resultado final, era la costumbre; Octavio, sin embargo, habĆa acudido antes de saber el desenlace, lo cual lo convertĆa en un aliado fiel.
Una vez de regreso a Italia, CĆ©sar se fue a descansar unas semanas a una de sus villas en las afueras de Roma, pues era consciente de que su salud se habĆa deteriorado Ćŗltimamente. El mismo dĆa de la batalla de Munda tuvo un ataque epilĆ©ptico y ya habĆa tenido otro en Ćfrica. DespuĆ©s de haber repuesto fuerzas, entrĆ³ en la ciudad y se dedicĆ³ a sus asuntos, como recibir y perdonar a todos aquellos partidarios de los Pompeyos que quisiera acogerse a su clemencia. Hasta el propio Marco Antonio, que Ćŗltimamente no gozaba del favor del general por su desastrosa gestiĆ³n como gobernante de Roma mientras Ć©ste estaba ausente, fue perdonado. El senado por su parte lo colmĆ³ de honores y le fue aƱadido el tĆtulo de imperator con carĆ”cter hereditario. Y Octavio, segĆŗn cuentan los historiadores antiguos, regresĆ³ a su casa para alegrĆa de su madre que siempre andaba preocupada por la inestable salud de su retoƱo. Pero el dictador no descansaba y ya hacĆa planes para futuras conquistas, el imperio parto era su prĆ³ximo objetivo. En esta campaƱa, si nada se torcĆa de nuevo, sĆ le acompaƱarĆa Octavio. Por lo tanto, CĆ©sar lo organizĆ³ todo para que su sobrino pasara unos meses en Apolonia, y desde allĆ, se unirĆa a las legiones que partirĆan hacia oriente.
Ruinas de un templo en Apolonia, Albania |
La decisiĆ³n de Octavio
A la carta donde se le informaba de la muerte de su tĆo abuelo le siguiĆ³ otra donde su padrastro Filipo le daba algunos detalles mĆ”s de cĆ³mo estaban las cosas por Roma. El senado, siguiendo los consejos de CicerĆ³n habĆa aprobado una amnistĆa para los asesinos y no serĆan perseguidos. Sin embargo, durante el funeral, la gente pareciĆ³ enloquecer y pidiĆ³ venganza. Las propias legiones tuvieron que intervenir para calmar los Ć”nimos. Pero, ¿quĆ© estaba ocurriendo en Roma despuĆ©s del asesinato? Lo que ocurrĆa era que habĆa miedo, pues rara vez se cometĆa un asesinato en el que ademĆ”s no murieran seguidores o familiares del asesinado. El propio Marco Antonio se ocultĆ³ varios dĆas por temor a ser la siguiente vĆctima, pues el consulado, entre otros favores, se los debĆa a CĆ©sar. Pero esta vez serĆa distinto. Los asesinos creĆan haber librado a la repĆŗblica de un tirano y que el pueblo se lo agradecerĆa, asĆ que, con la vĆctima principal bastaba. Pero el pueblo reaccionĆ³ de forma frĆa al principio y pidiendo venganza a medida que asumĆan lo ocurrido. Entre el senado hubo quienes dieron por buena la muerte del dictador, incluso salieron a felicitar a los asesinos por el servicio prestado a la repĆŗblica. Entre estos senadores se encontraba CicerĆ³n, que fue el que sugiriĆ³ la amnistĆa. Una amnistĆa que indignĆ³ a la mayorĆa de los ciudadanos, para los que Julio CĆ©sar fue un buen gobernante antes que un tirano. Sin embargo, CicerĆ³n no hizo la propuesta por favorecer a los que mataron a CĆ©sar. Iniciar una persecuciĆ³n contra ellos podĆa suponer dividir al senado entre los que estaban a favor y en contra y eso podĆa llevarlos a una nueva guerra civil, y Roma no podĆa permitirse otra guerra despuĆ©s de las anteriormente sufridas. Por otra parte, concederles el perdĆ³n era tanto como reconocer que Julio CĆ©sar habĆa sido un tirano, y eso iba a sentar muy mal a la ciudadanĆa. Pero ahĆ no quedaba la cosa. Si CĆ©sar habĆa sido un tirano, todo lo que habĆa hecho y concedido durante su mandato era ilegal y debĆa ser deshecho. Las leyes promulgadas no tendrĆan validez, las tierras concedidas a los legionarios licenciados debĆan ser devueltas. Las magistraturas concedidas serĆan invalidadas, y cualquier gobernador de cualquiera provincia, por ejemplo, dejarĆa automĆ”ticamente de serlo. En definitiva, Roma se sumirĆa en un caos. AsĆ que la propuesta de CicerĆ³n fue sensata y acertada. Los asesinos serĆan amnistiados, para contentar a los detractores de CĆ©sar, y a cambio, se ratificaban todos los actos del dictador; no solo para contentar a sus seguidores, sino para mantener a Roma en pie. La propuesta de CicerĆ³n fue aprobada, pero los Ć”nimos seguĆan estando revueltos por la ciudad, todo el mundo sabĆa ya que Octavio era el heredero, y por eso sus padres temĆan nuevas e inesperadas reacciones a su llegada a Roma, o que alguien pudiera atentar contra su vida allĆ” donde lo encontrasen. Por eso, muchos fueron los amigos y generales que le aconsejaron a Octavio que no volviera a Roma de momento y que se refugiara entre las legiones.
Pero Ć©l ya habĆa tomado una decisiĆ³n, viajar a Italia, y reuniendo un buen grupo atravesaron el AdriĆ”tico hasta llegar a Brindisi, donde fue informado con todo detalle cĆ³mo fue asesinado de su tĆo. Entre los asesinos se encontraba Bruto, al cual tanto habĆa favorecido, hasta el punto de incluirlo en su testamento. Mientras lo escuchaba todo, Octavio no pudo evitar llorar. Fue estando allĆ, cuando recibiĆ³ otra carta de su madre y su padrastro, en ella se le comunicaba que el gran favorecido era Ć©l, Octavio, al cual reconocĆa como hijo adoptivo y le dejaba las tres cuartas partes de su fortuna, ademĆ”s de su nombre, y todo el legado polĆtico. Las adopciones en Roma podĆan hacerse aunque el padre del adoptado viviera. No estĆ” claro en quĆ© momento adoptĆ³ Julio CĆ©sar a Octavio, pero todo indica que nadie sabĆa nada sobre esta adopciĆ³n , ni del testamento que con fecha del 15 de septiembre del 45 a.C. justo despuĆ©s de regresar de Hispania tras la batalla de Munda, habĆa entregado a las vestales para su custodia. Hoy se discute la legalidad de aquella adopciĆ³n, pues debĆa hacerse en vida y no podĆa ser pĆ³stuma. Sea como fuere, Octavio era el gran heredero, pues aunque tenĆa otros dos sobrinos, fue en Ć©ste en el que vio mejores cualidades, y no se equivocĆ³. Marco Antonio, no obstante, llegarĆa a acusarlo de haber ganado la herencia a cambio de favores sexuales. Una acusaciĆ³n que NicolĆ”s de Damasco desmentirĆa, alegando que era fruto del odio a su oponente.
Octavio partiĆ³ para Roma con su grupo, que ya lo llamaban CĆ©sar. Cayo Julio CĆ©sar era ahora su nombre, y si bien era tradiciĆ³n conservar un rastro familiar, en este caso se hubiera aƱadido Octaviano, pero parece ser que no lo hizo, aunque sus enemigos se encargarĆan de recordĆ”rselo para que no olvidara que provenĆa de una familia de poco lustre. Los historiadores modernos lo llaman CĆ©sar Octaviano al hablar de Ć©l, para distinguirlo de su tĆo abuelo. Y bien, el joven CĆ©sar llegĆ³ a Roma dispuesto a entrevistarse con el cĆ³nsul Marco Antonio. CicerĆ³n, que se encontraba fuera, se enterĆ³ de su llegada y quiso estar informado de cuanto ocurriera en torno a Octaviano, que por su juventud, no lo consideraba peligroso. Marco Antonio pensaba tres cuartos de lo mismo y decidiĆ³ recibirlo, no sin antes putearlo haciĆ©ndolo esperar una eternidad. Delante de Ć©l habĆa otros peticionarios y el cĆ³nsul no consideraba al joven mĆ”s importante como para hacerlo pasar antes que a nadie. Cuando por fin lo hizo pasar, lo recibiĆ³ de la forma mĆ”s frĆa y distante, para enseguida pasar a una actitud paternalista, tratĆ”ndolo como a cualquier inexperto muchacho. Pero el muchacho pronto se le puso insolente y le reclamĆ³, sin preĆ”mbulos, el dinero que CĆ©sar le habĆa dejado en herencia y del que Antonio se habĆa hecho cargo, como de todos los documentos que el difunto dictador tenĆa en su casa. Antonio siguiĆ³ con su aire paternal diciĆ©ndole: jovencito, ese dinero no puedo dĆ”rtelo, pues todas las arcas del estado las hallĆ© vacĆas y lo necesito para gestionar asuntos pĆŗblicos. El caso es que, Octaviano no podĆa reclamar legalmente su herencia, pues su adopciĆ³n todavĆa no era oficial. Por eso, le pidiĆ³ que al menos cumpliera con la voluntad de Julio CĆ©sar de repartir el dinero prometido entre los habitantes de Roma; pero Antonio volviĆ³ a esgrimir los mismos argumentos: los fondos disponibles eran necesarios para otros menesteres mĆ”s importantes.
La campaƱa contra Marco Antonio
El joven CĆ©sar Octaviano no pensaba rendirse y puso en marcha un plan de desgaste contra Antonio. Las legiones que habĆa dispuestas para la campaƱa contra los partos habĆan sido casi todas creadas por el propio Julio CĆ©sar durante su conquista de las Galias, el cual habĆa sido siempre generoso con sus hombres a la hora de repartir botines de guerra. Tanto generales como soldados le habĆan sido fieles y le hubieran seguido hasta donde Ć©l hubiera querido, por lo tanto, estaban dolidos con su muerte y se mostraban simpatizantes del joven heredero. Por eso no le fue difĆcil hacerse con parte del dinero que su tĆo tenĆa dispuesto para la guerra parta. En Brindisi, donde tambiĆ©n habĆa muchos seguidores del muchacho, tambiĆ©n pudo haber interceptado impuestos provenientes de Asia. MĆ”s tarde tendrĆa algunos problemas con el senado por esta causa, aunque saliĆ³ airoso al considerarse que el dinero fue utilizado en favor de la repĆŗblica. En todo caso, Ć©l afirmarĆa que entregĆ³ todo el dinero Ćntegro a las arcas del tesoro y que todos los fondos los consiguiĆ³ al poner en venta las posesiones de su tĆo y gracias al apoyo de sus padres y de los otros sobrinos de Julio CĆ©sar que le entregaron su parte de la herencia. Sea como fuere la forma de conseguir el dinero, asĆ fue como comenzĆ³ una campaƱa donde anunciĆ³ que pagarĆa de su propio bolsillo el dinero prometido a los ciudadanos de Roma, ya que Marco Antonio no le entregaba el dinero. RecorriĆ³ el centro de la ciudad protegido por un grupo de seguidores pronunciando discursos que dejaban en muy mal lugar al cĆ³nsul:
“CĆ³lmame con todos los insultos que quieras, Antonio, pero deja de saquear los bienes de CĆ©sar hasta que los ciudadanos hayan recibido su legado. Entonces podrĆ”s quedarte con todo el resto.”
Palabras muy duras que no sentaron nada bien a Marco Antonio y ordenĆ³ a sus oficiales que actuaran echĆ”ndolo de la ciudad. Pero Ć©stos le aconsejaron no ponerse en contra del hijo de CĆ©sar. La gente andaba muy dolida con la muerte del dictador como para atacar ahora a su hijo adoptivo. Antonio debĆa reconsiderar su postura. En realidad, el muchacho no era mĆ”s que un contratiempo sin importancia -eso pensaba Ć©l-, pero lo cierto era que habĆa puesto a buena parte de los ciudadanos en su contra, y eso, aƱadido a que Antonio no se llevaba nada bien con el senado, y a que CicerĆ³n lo consideraba un borracho informal, comenzaba a ser bastante grave. Pero no harĆa nada. En vez de eso esperarĆa paciente a finalizar su consulado. Lo normal era que todo cĆ³nsul, al acabar su magistratura, accediera a un puesto de gobernador de cualquier provincia. En este caso Antonio tenĆa reservada Macedonia. Pero esta provincia le quedaba algo lejos de Roma, y entonces decidiĆ³ cambiarla por la Galia Cisalpina durante cinco aƱos. Era sin duda una posiciĆ³n mĆ”s ventajosa desde donde poder controlar todo cuanto ocurriera en la ciudad de Roma, e intervenir rĆ”pidamente en caso de necesidad. El Ćŗnico inconveniente era que en esa provincia ya gobernaba DĆ©cimo Junio Bruto Albino, no confundir con Marco Junio Bruto, aunque ambos participaron en el asesinato de Julio CĆ©sar. Recordemos que los asesinos estaban amnistiados y por lo tanto seguĆan, como era el caso de DĆ©cimo, en su cargo de gobernador. Pero eso no iba a ser un impedimento para que Antonio se hiciera con el control de la provincia. DĆ©cimo serĆa relevado del mando y asunto resuelto.
Marco Bruto y Casio no se atrevĆan a volver a Roma por temor a represalias, pero seguĆan siendo incĆ³modos para Antonio que querĆa tenerlos en un lugar localizado y alejados. Les propuso puestos que para ellos eran insultantes, como encargarse de la recogida de las cosechas de maĆz en Asia. CicerĆ³n escribirĆa: ¿PodĆa haber algo mĆ”s humillante? AsĆ que Antonio mejorĆ³ la oferta y quiso nombrarlos gobernadores militares de Creta y Cirene. Ninguno aceptĆ³ su nuevo puesto, pues eran provincias inofensivas y sin apenas ejĆ©rcito. Y para no ser humillados de nuevo, desaparecieron del mapa, aunque estuvieron vigilantes de los acontecimientos. Mientras tanto, CicerĆ³n se daba cuenta de que Antonio hacĆa y deshacĆa a su antojo mientras se quitaba de enmedio a posibles enemigos y adeptos a la repĆŗblica. Cada vez se fiaba menos de Ć©l, y pensĆ³ que, quizĆ”s el joven Octaviano podĆa serle Ćŗtil: «A Octaviano no le falta inteligencia ni carĆ”cter... Es cuestionable hasta quĆ© punto se puede confiar en su edad, herencia y educaciĆ³n, pero aun asĆ se le deberĆa animar y, al menos, mantenerlo apartado de Antonio.» En el mes de julio Octaviano organizĆ³ los Juegos de la Victoria anuales de CĆ©sar, un acontecimiento donde se dejĆ³ notar su presencia en Roma. Y entonces ocurriĆ³ algo que para los romanos era un mal augurio, se dejĆ³ ver un cometa. Sin embargo, Octaviano convenciĆ³ a todos de que aquello era el alma de Julio CĆ©sar ascendiendo a los cielos para convertirse en dios.
Mientras tanto, Antonio seguĆa con su plan de mudarse a las Galias y de tener legiones a su disposiciĆ³n, haciĆ©ndolas venir de lugares como Macedonia. Se cree que Octaviano introdujo espĆas entre estas tropas que habĆa servido con Julio CĆ©sar, para convencerlas de que no fueran leales a Marco Antonio. Sea o no cierto, el caso es que muchos de ellos desertaron y Antonio responsabilizĆ³ a Octaviano y lo acusĆ³ de haber planeado matarle. Debido a la difusiĆ³n de esas acusaciones, muchos comenzaron a ver con malos ojos a Octaviano, que al enterarse entrĆ³ en cĆ³lera y se fue corriendo a la casa de Antonio para insultarle y desafiarlo a que lo denunciara. Acepto ser juzgado por tus amigos, le dijo. Pero nadie saliĆ³ de la casa, y los que guardaban las puertas le impidieron entrar. Apiano escribirĆa mĆ”s tarde que las acusaciones eran una invenciĆ³n para desacreditar al muchacho, pues no podĆa ser que a Octaviano le interesara la muerte de Antonio, ya que los asesinos de CĆ©sar le temĆan, por tanto, si Ć©ste morĆa, los beneficiados eran los asesinos.
En el invierno del aƱo 44 a.C. habĆa nuevos cĆ³nsules, Aulo Hircio y Cayo Vibio Pansa que observaban cĆ³mo Marco Antonio hacĆa todo tipo de maniobras para afianzarse en el poder. El ex cĆ³nsul se dirigiĆ³ a Brindisi donde le esperaban las legiones procedentes de Macedonia. El encuentro tuvo lugar en el centro de la ciudad. No llegaron muy contentos, como tampoco lo estaba Marco Antonio. No hubo un cĆ”lido recibimiento, la tensiĆ³n se palpaba en el ambiente. Antonio sabĆa la razĆ³n: las tropas le criticaban no haber vengado todavĆa el asesinato de CĆ©sar, asĆ que Antonio subiĆ³ a una tribuna a dar explicaciones, o eso pensaban ellos, porque lo que hizo Antonio de forma enĆ©rgica fue contraatacar pidiĆ©ndoles explicaciones a ellos por no haber descubierto y traerle prisioneros a los espĆas y agitadores infiltrados por Octaviano. Y a pesar de eso, ofreciĆ³ a cada soldado un obsequio de 400 sestercios (no es fĆ”cil calcular el equivalente actual en euros, pero unos 700 aproximadamente). Eran soldados que lamentaban la muerte de CĆ©sar, al cual habĆan sido fieles; habĆa que ganĆ”rselos para que le fueran fiel a Ć©l. Pero eso no iba a ser tarea fĆ”cil. Ante la bajeza de su ofrecimiento y sus reproches antes que dar explicaciones de por quĆ© no se habĆa vengado la muerte de su difunto general hubo risas sarcĆ”sticas y abucheos y muchos comenzaron a dispersarse entre un gran alboroto. Ante lo que tenĆa pinta de ser un motĆn pidiĆ³ a sus oficiales localizaran a los que solĆan ser agitadores. Un grupo de ellos fue escogido al azar y fueron golpeados hasta morir. AsĆ aprenderĆ©is a obedecer-, dijo Antonio, todo ello ante la mirada de Fulvia, su esposa, que le acompaƱaba.
Octaviano por su parte ponĆa en marcha la siguiente fase de su plan y viajĆ³ a Campania, donde encontrarĆa a numerosos veteranos que habĆan servido a su tĆo y que no les fue difĆcil reclutar. En total se hizo con el servicio de tres mil veteranos a los que pagĆ³ dos mil sestercios, mĆ”s del doble de su paga anual, y les prometiĆ³ mucho mĆ”s si le seguĆan fielmente. El caso es que la ilusiĆ³n de aquellos soldados se vino pronto abajo cuando se enteraron que iba a luchar contra Marco Antonio y no contra los asesinos de su antiguo general. No obstante, le siguieron, ya que la paga merecĆa la pena. ¿QuĆ© hizo Octaviano con este ejĆ©rcito privado e ilegal? Marchar sobre Roma y ocupar el foro. El joven CĆ©sar habĆa avisado a Ciceron esperando consejo y el apoyo del senado. Pero CicerĆ³n se limitĆ³ a exclamar: «¡Es tan joven!» Y el senado prefiriĆ³ ausentarse. Marco Antonio, al enterarse de la osadĆa del muchacho se puso en marcha para expulsarlo de Roma y entonces, muchos de los hombres de Octaviano se preguntaron quĆ© hacĆan allĆ, a punto de enfrentarse a un cĆ³nsul legĆtimo. Aquello podĆa acarrearles problemas, por lo que decidieron abandonar. Octaviano, triste y abatido se retirĆ³ con el resto de los que sĆ estaban dispuestos a seguirlo hasta la ciudad de Arretium. Y sin embargo, la suerte estaba de su parte, pues a Marco Antonio, las cosas tampoco le estaban saliendo demasiado bien.
Los halagos de CicerĆ³n
Marco Antonio habĆa enviado un mensaje al senado convocando un pleno en el que denunciarĆa a Octaviano por la creaciĆ³n ilegal de un ejĆ©rcito privado. Pero los senadores sufrieron plantĆ³n, porque el ex cĆ³nsul no se presentĆ³. ¿QuĆ© le ocurriĆ³ a Marco Antonio? CicerĆ³n, con mucho sarcasmo comentĆ³ que seguramente, por el camino, se habĆa emborrachado en alguna taberna. Pero el problema de Marco Antonio era mĆ”s grave que el de una simple borrachera. La ejecuciĆ³n al azar de aquellos soldados le pasĆ³ factura inmediatamente. Una de las legiones macedonias se habĆa declarado partidaria de Octaviano. Cuando Antonio se enterĆ³ dio media vuelta y corriĆ³ a hablar con ellos. Los amotinados se habĆan atrincherado en un pueblo cercano a Roma y recibieron hostilmente a Marco Antonio, que no le quedĆ³ mĆ”s remedio que volver por donde habĆa venido dando por perdida la legiĆ³n. No fue la Ćŗnica. A los pocos dĆas una segunda legiĆ³n tambiĆ©n se declarĆ³ en rebeldĆa apoyando a Octaviano. Los soldados no se sentĆan representados por Antonio y echaban de menos a Julio CĆ©sar, y en su ausencia, preferĆan estar liderados por su heredero, que ademĆ”s, llevaba su nombre; con el atractivo aƱadido de los 3500 euros que ofrecĆa, frente a los 700 del ex cĆ³nsul. Lo Ćŗnico que le quedaba que hacer a Marco Antonio era aprovechar las legiones que aĆŗn no se habĆan rebelado contra Ć©l y ponerlas a luchar contra DĆ©cimo Bruto, al cual habĆa decidido arrebatar la Galia Cisalpina, ¿no exigĆan luchar contra los asesinos de CĆ©sar? Pues ahora tenĆan la oportunidad de hacerlo.
CicerĆ³n cada vez confiaba menos en Marco Antonio, tenĆa en aquellos momentos 63 aƱos y aunque habĆa llegado a ser cĆ³nsul en el 63 a.C. no tuvo una carrera polĆtica brillante; no obstante, tenĆa fama de gran orador y era uno de los hombres mĆ”s influyentes del senado. Por eso, no le fue difĆcil conseguir lo que se habĆa propuesto. En primer lugar, desprestigiar en lo posible a Marco Antonio, y para eso, pronunciĆ³ allĆ mismo en el senado el primero de una serie de discursos en su contra. Estos discursos se conocen hoy como las filĆpicas, al ser comparados con los discursos que el ateniense DemĆ³stenes pronunciĆ³ contra el rey Filipo de Macedonia.
El discurso contra marco Antonio puede leerse Ćntegro aquĆ
En segundo lugar, CicerĆ³n querĆa convencer a todos de la conveniencia de ganarse al joven Cayo CĆ©sar, como llamĆ³ por primera vez a Octaviano. Fue el 20 de diciembre en una nueva reuniĆ³n del senado, donde pronunciĆ³ su tercera filĆpica.
Cayo Julio CĆ©sar en muy joven, casi un chiquillo, pero posee una inteligencia y un coraje como los de un dios. Ha reclutado una fuerza poderosa de veteranos invencibles y ha sido generoso; no, generoso no es la palabra adecuada, porque ha invertido su herencia en la supervivencia de la RepĆŗblica.
Hasta ahora se habĆa negado a llamarlo CĆ©sar, se resistĆa a reconocerlo como hijo adoptivo del dictador, pero ahora estaba incluso dando por bueno el reclutamiento de un ejĆ©rcito ilegal. Poderosa fuerza, -decĆa. Esto era precisamente lo que le convenĆa al senado, tener una fuerza que los protegiera de una posible marcha golpista sobre Roma por parte de Marco Antonio. Por eso, lo mĆ”s conveniente era legalizar esa fuerza. En un nuevo discurso en el senado pronunciado el 1 de enero del 43 a.C. volviĆ³ a sacar el tema y esta vez dijo que era un joven enviado del cielo y a continuaciĆ³n lo propuso para el cargo de propretor, algo que solo podĆa dĆ”rsele a alguien que anteriormente hubiese sido pretor y miembro del senado. Y para terminar de convencer a todos prometiĆ³ y se comprometiĆ³ a que: Cayo Julio CĆ©sar sea siempre la clase de ciudadano que es en la actualidad. En definitiva, Ć©l se responsabilizaba de guiar al muchacho por el camino conveniente.
A Marco Antonio no le habĆa sido muy difĆcil derrotar a DĆ©cimo Bruto y lo habĆa puesto a buen recaudo en Mutina (actual MĆ³dena) en el norte de Italia. Al senado no le agradĆ³ la noticia y los nuevos cĆ³nsules, Hircio y Pansa pensaron que, ahora que habĆan reunido nuevas legiones y con el apoyo de las fuerzas aƱadidas por Octaviano podĆan acudir en su ayuda y liberar a DĆ©cimo Bruto. No olvidemos que Se habĆan confirmado todos los actos de Julio CĆ©sar y uno de ellos habĆa sido el nombramiento de DĆ©cimo Bruto como gobernador en la Galia Cisalpina. AdemĆ”s, habĆa que respetar la amnistĆa. Con esta acciĆ³n, Marco Antonio ponĆa en peligro la estabilidad de la repĆŗblica.
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