El reino de los Visigodos 6

Ervigio, rey de los Visigodos (Museo del Prado)

Ervigio
Del traidor Ervigio, poco se puede contar, que no sea el paripĆ© que hizo durante su reinado, intentando tener contentos a aquellos que le habĆ­an regalado el trono. HabĆ­a sido el hombre de confianza de Wamba y nada hubiera hecho sospechar que se lo pagarĆ­a de aquella manera. Pero nobles y eclesiĆ”sticos debieron ver que el punto dĆ©bil de Ervigio era la ambiciĆ³n de poder y lo utilizaron para llevar a cabo aquella ruin conjura. Ahora debĆ­a devolverles el favor, si no querĆ­a acabar de la misma manera. El 21 de octubre del 680 era coronado y ungido rey, y el 9 de enero del 681 ya habĆ­a convocado el XII Concilio; Ervigio tenĆ­a prisa por demostrar su agradecimiento. En aquel concilio, el nuevo rey manifestĆ³ sus intenciones de devolver a clero y nobleza sus poderes perdidos. Obispos y nobles no cabĆ­an en sĆ­ mismos de gozo, al oĆ­r aquello. Y para alegrarles mĆ”s el dĆ­a, Ervigio anunciaba una mayor intensidad en la persecuciĆ³n contra la amenaza judĆ­a. El mayor gozo, en esta ocasiĆ³n, lo tuvo el obispo y futuro santo JuliĆ”n de Toledo, de familia judĆ­a pero conversos, que animĆ³ al rey a poner en prĆ”ctica lo prometido. Y asĆ­ fue, ya que la prohibiciĆ³n de ejercer la fe judĆ­a fue tajante durante su reinado.

Se revisaron las leyes y se liberĆ³ a la Iglesia de tener que contribuir con el estado en caso de necesidad tanto econĆ³mica como militarmente, se devolvieron bienes incautados, se perdonĆ³ al traidor Paulo, aquel que Wamba enviĆ³ a sofocar una rebeliĆ³n y se proclamĆ³ rey en la Tarraconense; y se llegĆ³, en fin... a la ruina del estado, ya que Iglesia y nobleza no les importaba otra cosa que sus propios intereses, ahora que por fin recobraban las competencias perdidas. A todo esto, se sumĆ³ una hambruna que azotĆ³ EspaƱa aquel aƱo, debido a unas malas cosechas. Los concilios, eso sĆ­, no faltaron; se celebraron el XIII y el XIV, donde recibieron con gran alegrĆ­a los informes de los concilios que tambiĆ©n, por supuesto, celebraba el papa LeĆ³n II en Constantinopla. Mientras tanto, el pueblo se dejaba abandonado a su suerte.

Poco mĆ”s puede contarse sobre este sujeto, solo que organizĆ³ la boda de su hija Cixilona con el sobrino de Wamba, Ɖgica, para que Ć©ste fuera quien le sucediera en el trono. De esta manera calmaba, en parte, a los seguidores del anterior rey Wamba. Ervigio morĆ­a a los pocos dĆ­as de caer enfermo en noviembre de 687.


Ɖgica, rey de los Visigodos (Museo del Prado)
Ɖgica
El 24 de noviembre de 687, diez dĆ­as despuĆ©s de fallecer Ervigio, su yerno Egica era coronado y ungido rey en la iglesia de los Santos ApĆ³stoles Pedro y Pablo de Toledo. Antes de morir, Ervigio le hizo prometer dos cosas: que impartirĆ­a justicia en el reino y que protegerĆ­a a su familia. Pero poco despuĆ©s, se dio cuenta de que ambos juramentos eran incompatibles. ¿Por quĆ©? Veamos. Ervigio, no solo fue una marioneta de la Iglesia y de un sector de la nobleza, sino que supo aprovecharse del otro sector que no estuvo de su lado. Muchos fueron los desposeĆ­dos de sus bienes para enriquecimiento, no de las arcas del estado, sino del propio rey. No era la primera vez que esto ocurrĆ­a y ya lo hemos visto cĆ³mo era prĆ”ctica comĆŗn en otros reyes anteriores. TambiĆ©n hemos visto cĆ³mo alguno de estos reyes quiso legitimar esos bienes mediante el beneplĆ”cito de los obispos y no lo habĆ­a conseguido. Ervigio sabĆ­a que a su muerte, su familia quedarĆ­a a merced de quienes quisieran recobrar sus bienes si su yerno no los protegĆ­a; pero su yerno ahora no lo tenĆ­a del todo claro. Y cuando las cosas no se tienen claras, nada mejor que convocar un concilio.

El XV Concilio de Toledo se celebrĆ³ el 11 de mayo de 688 donde Ɖgica pidiĆ³ ser liberado de uno de los dos juramentos que habĆ­a hecho a Ervigio, explicando las razones. DespuĆ©s de deliberar entre ellos se llegĆ³ a la conclusiĆ³n de que servir al pueblo era causa mĆ”s noble que hacerlo a una sola familia, aunque no era incompatible con su protecciĆ³n y muchos de los obispos eran favorables a proteger los intereses de la familia de Ervigio. Seguramente, ni el propio Ɖgica entendiĆ³ muy bien cuĆ”l fue la verdadera resoluciĆ³n emitida. Solo le quedĆ³ claro que ahora tenĆ­a las manos libres para hacer lo que Ć©l creyera mĆ”s conveniente. Y lo hizo: devolver los bienes a sus antiguos propietarios. Y asĆ­, mientras los beneficiados quedaban contentos, los perjudicados se reunĆ­an para fraguar una nueva conjura.

En 690 fallecĆ­a el obispo metropolitano JuliĆ”n de Toledo y le sucedĆ­a Sisberto. Este Sisberto era un gran opositor a la polĆ­tica emprendida por Ɖgica; era el hombre perfecto entre los clĆ©rigos para apoyar la conjura, que pronto estuvo en marcha, encabezada por Liuvigoto, la viuda de Ervigio, y por el aristĆ³crata Sunifredo, como aspirante al trono. Toledo fue tomada por los rebeldes, pero cuando quisieron apresar a Ɖgica, Ć©ste ya habĆ­a desaparecido. Sunifredo se proclamaba nuevo rey, que fue ungido por el obispo Sisberto. Algunos meses despuĆ©s, Ɖgica, que habĆ­a conseguido salir de Toledo poniĆ©ndose a salvo, habĆ­a reunido un imponente ejĆ©rcito y regresaba a la capital. En poco tiempo los rebeldes fueron vencidos y los usurpadores apresados. Ahora, habĆ­a que administrar justicia; y quĆ© mejor que convocar un concilio para tal fin. El XVI Concilio de Toledo fue principalmente un juicio a los traidores. A Sunifredo se le dejĆ³ ciego; a la viuda Liuvigoto se le obligĆ³ a internarse en un convento; el obispo Sisberto perdiĆ³ su cargo y fue condenado a no poder comulgar hasta su muerte. AlgĆŗn implicado mĆ”s hubo, cuyos nombres no se conocen y que perdieron la cabeza. Las riquezas de todos ellos, por supuesto, fueron expropiadas.

Una vez resuelta la sublevaciĆ³n, Ɖgica se dedicĆ³ a intentar gobernar un paĆ­s ingobernable, aunque lo hizo lo mejor que pudo. Hemos visto, a travĆ©s de los gobierno de unos y otros reyes, cĆ³mo los tres pilares que debĆ­an sostener el reino se disputaban los poderers sin demasiados escrĆŗpulos, mirando casi exclusivamente por los intereses propios, sin importarles las consecuencias de una rebeliĆ³n tras otra. ƚnicamente algunos de estos reyes se preocupĆ³ de gobernar mirando los intereses del paĆ­s y de su pueblo a costa de ganarse la animadversiĆ³n del clero y la nobleza, como fue el caso de Ɖgica, que aunque saliĆ³ victorioso de la trampa que intentaron tenderle, se encontraba ahora frente a un reino arruinado. Por si fuera poco, las Ćŗltimas cosechas fueron malas o se habĆ­an perdido; a la hambruna habĆ­a que aƱadir ahora una epidemia de peste lubĆ³nica desatada en la Tarraconense y la Septimania. 

Y cuando los problemas vienen torcidos de tal manera que no hay manera de resolverlos, nada mejor que emprenderla contra alguien. ¿Contra quiĆ©n? Contra los judĆ­os. En esto, Ɖgica no fue ni mejor ni peor que otros monarcas, pero quizĆ”s se le fuera un poco la mano, pues a punto estuvo de acabar con ellos. El motivo, en parte, tambiĆ©n fue el mismo que llevĆ³ a otros a emprenderla contra los judĆ­os, congraciarse con la Iglesia. El caso es que, el intento de desembarco musulmĆ”n durante el reinado de Wamba trajo finalmente consecuencias, pues se corriĆ³ el rumor de que habĆ­a una conspiraciĆ³n mundial de los hebreos para acabar con todas las monarquĆ­as cristianas. Para acabar con el reino de Toledo se contaba ya, supuestamente, con ayuda musulmana. De hecho, ya lo habĆ­an intentado una vez y seguirĆ­an intentĆ”ndolo con los ejĆ©rcitos que ya habĆ­an conquistado el Magreb. Sobre el aƱo 700 hubo un nuevo desembarco en las costas murcianas; supuestamente eran musulmanes, aunque hay quien duda y piensa que pudieron ser bizantinos en un intento de reconquistar el sur de la penĆ­nsula IbĆ©rica, cosa poco probable, pues los bizantinos ya andaban bastante ocupados defendiendo lo que les quedaba de su imperio. Lo mĆ”s probable es que fueran musulmanes. Hubo una batalla en la zona de Orihuela dirigida por el duque Teodomiro y finalmente fueron expulsados. Esta nueva incursiĆ³n, tanto si fueron musulmanes como si fueron bizantinos, no hizo otra cosa que darle la razĆ³n (aunque no la tuviera) a Ɖgica, pues reforzĆ³ la teorĆ­a de la conspiraciĆ³n judĆ­a. Se intensificĆ³ su persecuciĆ³n, se les prohibiĆ³ el comercio, se confiscaron sus bienes y se les ordenaba entregar a sus hijos al cumplir los siete aƱos para ser dados en adopciĆ³n a familias catĆ³licas que les inculcaran las enseƱanzas cristianas. Los judĆ­os fueron relegados a una condiciĆ³n peor que la de esclavos.







Witiza
En el aƱo 698 Ɖgica, sintiĆ©ndose ya viejo, habĆ­a nombrado a su hijo Witiza, con solo 18 aƱos, duque de la Gallaecia (Galicia). Ahora, cuatro aƱos mĆ”s tarde, en 702, Ɖgica morĆ­a, no sin antes dejar el mando del reino en manos de Witiza, con el consiguiente malestar que los tronos heredados provocaban siempre entre la nobleza. A todo ello habĆ­a que aƱadir que Witiza no estaba en absoluto de acuerdo con el trato dispensado a los judĆ­os. ¿QuĆ© hizo Witiza? Hacer que cesaran las persecuciones e invitar a volver a todos los exiliados. Con esto, Witiza se garantizĆ³ el odio del clero que no reparĆ³ en calificativos al tratarlo de lujurioso, perverso y malvado. Nada, comparado a cĆ³mo debieron calificarlo cuando Witiza les animĆ³ a que se casaran, en lugar de seguir adelante con el celibato, cosa que no hacĆ­a sino tenerlos a todos de constante mal humor. Todos estos enfrentamientos, de los que se tienen escaso conocimiento, debieron llevarse a cabo durante el XVIII Concilio del cual no se conservan las actas. Y se sospecha que fueron destruidas precisamente por la irritaciĆ³n que dicho concilio provocĆ³ en los obispos ante las impertinencias del rey. Debido a estos enfrentamientos, la imagen de Witiza quedĆ³, quizĆ”s injustamente, deformada, y es por eso que los historiadores no se ponen de acuerdo sobre si fue un rey imprudente, como opinan algunos, o por el contrario fue justo e inteligente, como opinan otros.

Y como no podĆ­a ser de otra manera, Witiza tuvo que enfrentarse a alguna que otra revuelta, como la que tuvo lugar en la provincia BĆ©tica, en CĆ³rdoba, protagonizada por el duque Teodofredo, supuesto hijo de Chindasvinto que reclamaba el trono. Todo lo que consiguiĆ³ fue perder los ojos, castigo que se le aplicaba a los traidores y usurpadores de tronos. Pero, ¿por quĆ© quiso Teodofredo destronar a Witiza? Hemos visto ya a lo largo de la historia de los godos que para conspirar y revelarse contra el rey no hacen falta demasiadas razones, basta con no estar de acuerdo con la polĆ­tica del monarca y tener un poco de ambiciĆ³n de poder. Pero en el caso de Teodofredo habĆ­a una razĆ³n aƱadida: Witiza habĆ­a asesinado a su hermano Favila aƱos atrĆ”s, cuando el rey, entonces duque, vivĆ­a en Tuy. Las crĆ³nicas hablan de un lĆ­o de faldas. Y este Favila era el padre de Pelayo, personaje que determinante en el curso que en breve tomarĆ” la historia. Por lo tanto, el ahora ciego Teodofredo era tĆ­o de Pelayo y padre de otro importante personaje que no tardarĆ” en entrar en escena: Rodrigo.

En febrero de 710, Witiza morĆ­a a la muy temprana edad de aproximadamente treinta aƱos. Dicen que de muerte natural, pero hay quien sospecha que fue envenenado. Antes de morir, Witiza nombrĆ³ heredero a Agila, el mayor de sus tres hijos. El problema era, que Witiza se muriĆ³ demasiado pronto, por lo que, Agila, solo tenĆ­a diez aƱos. Los adeptos a Witiza no vieron en la edad ningĆŗn problema y le nombraron rey con el nombre de Agila II. No estuvieron muy de acuerdo los bĆ©ticos que no tardaron en nombrar a su propio rey. El elegido fue Rodrigo, hijo de Teodofredo. La guerra civil estaba servida. Una guerra que vino a destruir lo poco que quedaba del reino visigodo. Hay quien ve en este conflicto una lucha entre familias, y razĆ³n no les falta, pues en un bando estaban los descendientes y partidarios de Chindasvinto, con Rodrigo al frente; en el otro, los descendientes y partidarios de Wamba, ¿comandados por Agila? Recordemos que tenĆ­a solo diez aƱos.




La leyenda del Ćŗltimo rey godo
Cuenta Juan MenĆ©ndez Pidal en su libro “Leyendas del Ćŗltimo rey godo”, ediciĆ³n de 1904, «que para todo acontecimiento tiene la leyenda un misterioso anuncio», refiriĆ©ndose a la historia sobre Rodrigo que se extendiĆ³ en aquella Ć©poca. Y continĆŗa contando que «a la vez que en las tradiciones orientales, los sueƱos, magos y estrellas predecĆ­an a Muza y Tarik conquistando EspaƱa, el orgullo godo humillado buscaba vaticinios a la fuerza incontrastable de lo sobrenatural, que disculpando de algĆŗn modo la derrota, no significase Ć©sta solamente el predominio de los invasores». Tal leyenda cuenta que Rodrigo, el Ćŗltimo rey godo, corroĆ­do por la curiosidad, no pudo resistir la tentaciĆ³n de profanar un palacio cerrado por mĆ”s de veinte candados y custodiado por doce guardianes elegidos para tal fin por el mismĆ­simo HĆ©rcules. De esta leyenda se hicieron eco (seguramente les llamĆ³ la atenciĆ³n la originalidad de la misma) varios cronistas Ć”rabes del siglo IX, como Aben Habib, Aben Jordadhbeh, o Aben Abdelhacam, entre otros, que no dudaron en divulgarla incluyĆ©ndola en sus crĆ³nicas. Cada autor la contĆ³ de un modo diferente aunque lo esencial permanece en cada relato. Cogiendo extractos de unos y otros vamos a intentar contar la historia completa, pues no todos cuentan los mismos detalles.





La leyenda dice que cuando Musa entrĆ³ en EspaƱa, fue conquistando ciudades a izquierda y derecha hasta llegar a Toledo, capital del reino. AllĆ­ encontrĆ³ una casa donde habĆ­a veinticuatro coronas adornadas con perlas y jacintos. Una por cada rey godo, pues cada vez que morĆ­a un rey se llevaba allĆ­ su corona y se escribĆ­a su nombre, la edad que tenĆ­a cuando muriĆ³, y cuĆ”nto tiempo reinĆ³. AllĆ­ se encontrĆ³ tambiĆ©n la mesa del rey SalomĆ³n, hecha de oro puro, incrustada de perlas, esmeraldas y rubĆ­es. Al lado de aquella casa, habĆ­a otra, cuya puerta estaba cerrada por veinticinco candados, uno por cada rey, pues al llegar al trono, cada uno de ellos fue colocando un candado; mĆ”s otro que que ya habĆ­a colocado quien la construyĆ³. Aquella casa estaba, ademĆ”s, custodiada por doce guardianes, que vigilaban que nadie rompiera los candados y pudiera entrar. Se contaba tambiĆ©n, que dicha casa fue construida por HĆ©rcules. que en ella se guardaba un gran secreto, y que estaba encantada. Pero el caso es que, cuando Muza llegĆ³ a Toledo, dicha casa ya habĆ­a sido profanada. ¿QuiĆ©n habĆ­a sido?

Al subir al trono Rodrigo, los doce guardianes fueron a visitarlo para invitarle a colocar su candado. Ante tan extraƱa invitaciĆ³n, Rodrigo les interroga acerca de la casa y de la razĆ³n por la que ha de aƱadir un candado; entonces se entera por ellos, que cuando HĆ©rcules vino a EspaƱa edificĆ³ una casa en Toledo cimentada sobre cuatro leones de metal. Un palacio maravilloso a cuya puerta HĆ©rcules colocĆ³ un candado entregando la llave a doce guardianes. Antes de marcharse ordenĆ³ que cuando un guardiĆ”n muriera, fuera inmediatamente sustituido por otro, y que se ocuparan de comunicar a todos los reyes que vinieran detrĆ”s de Ć©l que debĆ­an colocar un candado y no se atrevieran nunca a entrar. El rey Rodrigo, corroĆ­do por la curiosidad dijo:
-Por Dios que no he de morir con el disgusto de no haber sabido lo que dentro de ella se esconde y sin remedio la abrirƩ.
Al enterarse del despropĆ³sito que Rodrigo pretendĆ­a hacer, los obispos de Toledo intentaron disuadir al rey de hacer tal locura y le propusieron lo siguiente:
-Dinos quƩ pretendes, cuƔnto oro esperas encontrar en esta casa y nosotros te lo daremos, pero no hagas lo que no hicieron ninguno de tus predecesores, que eran gente sabia y prudente.
Pero Rodrigo, decidido a acabar con aquel misterio, ordenĆ³ que rompieran los candados y abrieran la puerta.

La casa era un palacio claro y transparente como el cristal, -asĆ­ la define la crĆ³nica de Ar-Razi-, hecho cual si fuese de una pieza, sin madero ni clavo, dividido en cuatro galerĆ­as, una de ellas blanca como la nieve, otra de ellas muy negra, verde como el limĆ³n la tercera y roja como la sangre la cuarta. Recorrieron su Ć”mbitos y acertaron a ver una pilastra con una portezuela donde habĆ­a un escrito que decĆ­a: “Quando Ɖrcoles fizo esta casa andava la era de AdĆ”n en quatro mill e seis aƱos.”Abrieron, y dentro vieron otro letrero que decĆ­a: “Esta casa es vna de las maravillas de Ɖrcoles.” No tardaron en divisar un arca de plata guarnecida en oro y piedras preciosas cerrada con un candado. Tentado por la curiosidad y tambiĆ©n por la codicia, Rodrigo ordenĆ³ abrir el arca. El rey, y cuantos le acompaƱaban, quedaron perplejos cuando vieron lo que en el interior habĆ­a.

No habĆ­a joyas, ni piedras preciosas. En el interior solo habĆ­a unas figuras representando unos guerreros a caballo con turbantes y espadas Ć”rabes; eran guerreros musulmanes. Rodrigo sacĆ³ las figuras, su extraƱeza aumentaba, y entonces encontrĆ³ en el fondo del arca una tela que tambiĆ©n sacĆ³, la entendiĆ³ y leyĆ³ lo que en ella habĆ­a escrito:

“Cuando esta arca sea abierta y se saquen estas figuras, la gente en ellas representada invadirĆ” EspaƱa, derribarĆ”n del trono a sus reyes y serĆ”n de ella seƱores.”

La extraƱeza de Rodrigo se convirtiĆ³ en inquietud, y luego en miedo. ¿QuĆ© significaba aquello? ¿Acaso una broma de mal gusto? Rodrigo ordenĆ³ cerrar de nuevo el arca e hizo jurar a quienes le acompaƱaban que no hablarĆ­an con nadie de aquello. Acto seguido salieron todos de allĆ­ y la casa quedĆ³ cerrada de nuevo. Pero la respuesta que nadie pudo dar a la pregunta que se hizo Rodrigo, la encontramos en una de las muchas variantes que esta leyenda tiene. Se dice que, en tiempos remotos, cuando los reyes griegos dominaban la penĆ­nsula IbĆ©rica, hubo un miedo terrible a que los piratas berberiscos establecidos en el norte de Ɓfrica invadieran sus tierras. HabĆ­a sido un sabio rey quien habĆ­a pronosticado que la penĆ­nsula serĆ­a invadida por pueblos procedentes de Ɓfrica, y para prevenirse de esta profecĆ­a hicieron talismanes que guardaron en un arca y la colocaron en un palacio de Toledo. Luego vendrĆ­an quienes mezclarĆ­an esta leyenda con la construcciĆ³n de la casa de HĆ©rcules, o quizĆ”s fuera HĆ©rcules quien encontrĆ³ el arca y mandĆ³ custodiarla. El caso es que, los talismanes hicieron su efecto y EspaƱa nunca fue invadida por los pueblos del norte de Ɓfrica, mientras el arca estuvo cerrada. Pero ahora, el Ćŗltimo rey godo se habĆ­a atrevido a profanarla.

¿Y quĆ© hay de verdad y de fantasĆ­a en esta leyenda? Porque, detrĆ”s de toda leyenda hay algo (o mucho) de realidad. Veamos. Lo primero que hay que tener en cuenta es que aquellos relatos fueron escritos en tiempos muy cercanos a la elecciĆ³n de Rodrigo como rey. Juan MenĆ©ndez Pidal lo examina de esta manera: «Si de todo ello eliminamos cuanto salta a la vista como florecimiento poĆ©tico, resulta que, custodiada con tradicional veneraciĆ³n por los sacerdotes y magnates de la Corte Visigoda, hubo en Toledo cierta basĆ­lica donde en un arca preciosa se guardaban los Santos Evangelios sobre los que prestaban juramento los reyes, y donde despuĆ©s de su muerte se colgaban sus coronas. Esta iglesia, que estaba al lado del Palacio Real y que parece haber sido panteĆ³n de los reyes, solo se abrĆ­a al ocurrir la muerte de cada soberano, sin duda para sepultarle y otorgar allĆ­ los debidos juramentos el sucesor.» Ya tenemos, pues, dos de los elementos principales en los que pudo basarse la leyenda: la iglesia donde efectivamente parece ser que se guardaba la corona de cada rey, y el palacio que nunca era abierto salvo para enterrar a los reyes que morĆ­an y tomar juramento a los que ascendĆ­an al trono. Pero, la leyenda habla de una profanaciĆ³n, ¿que fue lo que realmente se profanĆ³ y por quĆ©? Sigamos leyendo a Pidal: «a Rodrigo hubo de preocuparle la intervenciĆ³n de Musa y la sublevaciĆ³n de los vascones.» Hablamos de que Rodrigo ya sabĆ­a que, por un lado, los musulmanes ya habĆ­an cruzado o estaban a punto de cruzar el estrecho, y por otro, como no podĆ­a ser de otra manera, los vascones que se apuntaban a todas las refriegas habidas y por haber. El caso es que, Rodrigo, reciĆ©n llegado al trono, se encuentra con unas arcas vacĆ­as y no puede costear las guerras que se le avecinan. AsĆ­ que... «acaso pensĆ³ en alguna de las riquezas acumuladas por sus antecesores en el tesoro de la regia basĆ­lica.» De haber sido asĆ­, los obispos hubieran considerado aquella acciĆ³n como sacrilegio y habrĆ­an instado al monarca a imitar a sus antecesores. Y por supuesto, los contrarios a Rodrigo no tardaron en divulgarlo entre la muchedumbre, que mĆ”s tarde verĆ­an en este hecho una maldiciĆ³n que condujo al reino al desastre. Pero de todo esto, lo Ćŗnico que parece cierto es que la iglesia y el palacio existieron y que las coronas allĆ­ guardadas desaparecieron en su mayorĆ­a con la llegada de los musulmanes a Toledo. Pero todo eso estĆ” por ocurrir todavĆ­a, ahora, tenemos a un Agila niƱo nombrado por los seguidores de su padre Witiza, y a un Rodrigo rey en la BĆ©tica preocupado por una inminente invasiĆ³n musulmana por el estrecho y una sublevaciĆ³n vascona por el norte.




El final del reino visigodo
Los seguidores de Rodrigo consiguieron varias victorias sobre los de Agila, que fueron empujados hacia el norte y finalmente repreglados en la provincia Tarraconense y la Septimania, y allĆ­, en aquellas tierras se estableciĆ³ el pequeƱo Agila resistiendo las embestidas de Rodrigo. El 1 de marzo del aƱo 710, Rodrigo era por fin ungido y proclamado rey. Muchos de los seguidores de Agila, viendo que todo estaba perdido abandonaron la penĆ­nsula y huyeron a la SeptimanĆ­a o zonas de los reinos galos. Otros, sin embargo, no acabaron de resignarse, fue el caso de un tĆ­o del pequeƱo, un tal Oppas, obispo de Sevilla, que fue a refugiarse a Septem (Ceuta). AllĆ­ se puso en contacto con el conde JuliĆ”n, posiblemente pariente suyo, quien ademĆ”s era el gobernador de la ciudad. Sobre este conde JuliĆ”n nos han llegado pocas noticias y sĆ­ alguna leyenda de la que hablaremos enseguida. No estĆ” claro si era godo, bereber o bizantino; hay quien cree que la ciudad estaba todavĆ­a bajo el reino visigodo y otros creen que habĆ­a sido reconquistada por Bizancio y era el Ćŗltimo reducto norteafricano del Imperio. Entre Oppas y JuliĆ”n fueron dĆ”ndole forma a la confabulaciĆ³n que deberĆ­a acabar con Rodrigo y rehabilitar en el trono a Agila. Para ello, no dudaron en pedir ayuda a los musulmanes.




La leyenda de Florinda la cava
Y es aquĆ­ donde cobra fuerza la leyenda de la que hablĆ”bamos antes, pues se dice que este conde JuliĆ”n estuvo muy diligente a la hora de negociar con los musulmanes, no porque fuera un posible pariente del obispo Oppas, sino porque vio la gran oportunidad de vengarse por la ofensa de la que fue objeto su hija Florinda. La leyenda de la casa de HĆ©rcules no es la Ćŗnica que se creĆ³ en torno al Ćŗltimo rey godo, estĆ” tambiĆ©n la conocida como “Leyenda de Florinda la cava.” Cava, en Ć”rabe, vendrĆ­a a significar algo asĆ­ como prostituta de lujo, aunque Florinda era una muchacha honrada que su padre habĆ­a enviado a Toledo para adquirir una buena educaciĆ³n. A orillas del Tajo bajaba Florinda de cuando en cuando, acompaƱada de sus doncellas, para darse un baƱo, y uno de esos dĆ­as no se percatĆ³ de que alguien la observaba. Era el rey Rodrigo, que quedĆ³ prendado de su belleza al verla desnuda. A partir de ese dĆ­a, Rodrigo tratarĆ­a por todos los medios conquistar a la muchacha, que finalmente accediĆ³ a casarse con Ć©l. Pero pronto se darĆ­a cuenta Florinda que no era casamiento lo que el rey querĆ­a. Hay quien cuenta que la violĆ³, otros cuentan que la engaĆ±Ć³ prometiĆ©ndole que llegarĆ­a a ser la reina aunque Rodrigo solo pretendĆ­a gozar de ella. Sea como fuere, Florinda se sintiĆ³ engaƱada y escribiĆ³ a su padre contĆ”ndole su desdicha. Una leyenda mĆ”s, (aunque nada hay en ella de especial para que no sea cierta), que intenta buscar explicaciĆ³n a lo inexplicable, de cĆ³mo fueron los mismos godos quienes introdujeron en EspaƱa a los musulmanes.

La batalla de Guadalete
Musa fue designado gobernador del norte de Ɓfrica por el mismo califa de Damasco, donde el creciente imperio musulmĆ”n habĆ­a establecido su capital, y a Ć©l acudieron Oppas y JuliĆ”n, prometiĆ©ndole cuantiosos tesoros si ayudaban a derrocar a Rodrigo. Este tipo de alianzas era algo comĆŗn en la Ć©poca; ya hemos visto cĆ³mo se habĆ­a negociado con los francos o con los bizantinos. Los musulmanes eran una gran potencia en aquellos momentos y podrĆ­an servir para tal fin. Se les pagaba lo que pidieran por el servicio y luego cada uno a su casa. Los francos, aunque habĆ­an cobrado caro, habĆ­an cumplido hasta el final con Sisenando. Los bizantinos traicionaron a Hermenegildo y en el Ćŗltimo momento se aliaron con su padre. Las alianzas con extranjeros siempre conllevaban este pequeƱo riesgo. ¿CumplirĆ­an los musulmanes con su trato de derrocar a Rodrigo, cobrar y volverse por donde habĆ­an venido?

La alianza se concretĆ³ a principios del 711 cuando se enviĆ³ una expediciĆ³n de 500 bereberes a tierras bĆ©ticas para tantear el terreno y encontrar el lugar adecuado para el desembarco definitivo. El lugar elegido fue la actual Tarifa, cuyo nombre viene precisamente de Tarif Ibn Malluk, quien dirigiĆ³ la operaciĆ³n. AdemĆ”s del tanteo del terreno, Tarif arrasĆ³ cuantas aldeas encontraron en la costa para volver con un cuantioso botĆ­n, que animĆ³, mĆ”s si cabe, a la invasiĆ³n.

Rodrigo habĆ­a movilizado a su ejĆ©rcito hasta Pamplona, ante la sublevaciĆ³n de los vascones. Todo indica que los fieles a Agila se habĆ­an compinchado con ellos (con oro de por medio) para sublevarse en aquel preciso momento, para que la invasiĆ³n lo sorprendiera lejos del sur. En abril del aƱo 711 comenzaron a transitar por aguas del estrecho cuatro barcos propiedad del conde JuliĆ”n, su misiĆ³n era trasladar desde Ɓfrica a Tarifa un total de aproximadamente 7.000 hombres. La operaciĆ³n durĆ³ varios dĆ­as, al frente de ellos, Tariq Ibn Ziyad, el lugarteniente de Musa. A partir de entonces, la gran roca que todos conocemos pasarĆ­a a llamarse Gibraltar, que significa la montaƱa de Tariq. De momento, las Ć³rdenes eran fortificarse y esperar refuerzos, pero los desembarcos no tardaron en ser descubiertos y pronto se corriĆ³ la voz por toda la BĆ©tica. Un tal Sancho, supuestamente sobrino de Rodrigo, pronto reuniĆ³ un ejĆ©rcito y se lanzĆ³ contra ellos con el resultado de una estrepitosa derrota.

Cuando la noticia le llegĆ³ a Rodrigo no le quedĆ³ mĆ”s remedio que abandonar las operaciones contra los vascones y bajar a toda prisa hasta la BĆ©tica. Por el camino fue reclutando cuantos efectivos pudo, y poco mĆ”s se sabe de los preparativos para la gran batalla que se avecinaba. Ni siquiera sabemos el nĆŗmero exacto de soldados con los que contaba Rodrigo. Las crĆ³nicas, no siempre fiables, hablan de 100.000. Un nĆŗmero poco creĆ­ble, otras fuentes sitĆŗan la cifra en 30.000 o como mucho 40.000, algo que parece mĆ”s razonable. Y aquĆ­ es donde es de suponer que Rodrigo negociĆ³ con los seguidores de Agila. Nada se sabe tampoco de esta negociaciĆ³n, pero puede adivinarse que asĆ­ fue, por los acontecimientos que ocurrirĆ”n mĆ”s tarde. La negociaciĆ³n no serĆ­a otra que la de aparcar diferencias para hacerse fuertes ante un enemigo comĆŗn. Porque Rodrigo no imaginaba que para los de Agila, aquellos bereberes no eran sus enemigos, sino sus aliados, aquĆ­ el Ćŗnico enemigo por combatir era Ć©l, Rodrigo.

Tariq, por su parte, habĆ­a recibido otros 5.000 bereberes, con lo cual ya contaba con 12.000 soldados a los que todavĆ­a se les unirĆ­an otros 8.000 entre partidarios de Agila y judĆ­os. 20.000 africanos contra 40.000 godos, son los nĆŗmeros aproximados que manejan los expertos. El lugar de la batalla mĆ”s probable fue Wadi Lakkah, en la actual CĆ”diz en la rivera del rĆ­o Guadalete. Hay que piensa que fue en Barbate, pero el rĆ­o Guadalete serĆ­a quien darĆ­a nombre a tan seƱalada batalla. Sin saber la fecha exacta, se cree que fue la Ćŗltima semana de Julio. Rodrigo, con su superioridad numĆ©rica, seguramente creyĆ³ que barrerĆ­a del mapa a los moros sin demasiados problemas. El ejĆ©rcito real y su guardia personal se situarĆ”n en el centro, mientras los flancos quedarĆ­an cubiertos por los soldados de Agila, enviados por el mismĆ­simo obispo Oppas. Es de suponer que Agila no se hallaba entre ellos, sino que habrĆ­a quedado en tierras tarraconenses o narbonenses. Posiblemente ni sabĆ­a lo que estaba ocurriendo en aquellos precisos momentos en la BĆ©tica. Y lo que ocurriĆ³ fue que Rodrigo atacĆ³ barriendo a un buen nĆŗmero de bereberes. En principio, todo estaba saliendo bien y con varias embestidas como aquella pronto tendrĆ­an a los africanos dominados. Pero el curso de la batalla comenzĆ³ a tomar otro rumbo, pues los de Rodrigo comenzaron a verse rodeados por todas partes. ¿QuĆ© habĆ­a ocurrido? Que los flancos habĆ­an quedado desprotegidos, permitiendo a los africanos realizar una maniobra envolvente. O dicho de otra forma, los de Agila habĆ­an habĆ­an abandonado el campo de batalla. La jugada le habĆ­a salido redonda a Oppas y a don JuliĆ”n. De momento.




Tras resistir cuanto pudieron, la derrota fue inevitable. No se sabe el balance de caĆ­dos por parte de Rodrigo, pero debieron ser muchas, por parte de los musulmanes se calculan unas tres mil bajas. Los que consiguieron retirarse a tiempo huyeron y llegaron a Ɖcija y allĆ­ se refugiaron. Otros continuaron camino hacia el norte, hasta diferentes destinos. ¿Y que que fue de Rodrigo? Nadie lo sabe. Su cuerpo nunca fue hallado, pero al aparecer su caballo flotando en el rĆ­o, se creyĆ³ que habĆ­a muerto y arrastrado aguas abajo. Pero algunos aƱos despuĆ©s apareciĆ³ una tumba en la provincia Lusitana (Portugal), con una lĆ”pida donde podĆ­a leerse “Rodericus Rex”. Este descubrimiento vendrĆ­a a demostrar que consiguiĆ³ huir, y aunque nunca sabremos quĆ© camino tomĆ³, podrĆ­amos elucubrar que posiblemente llegĆ³ a Ɖcija con sus soldados, y de allĆ­ pasĆ³ a Lusitania, donde intentarĆ­a reorganizarse y contraatacar, cosa que nunca pudo hacer. Terminaba de esta manera, no solo el reinado de Rodrigo, sino que se ponĆ­a fin al reino visigodo de EspaƱa. Pero, ¿acaso una vez vencidos Rodrigo y sus seguidores, el pequeƱo Agila no ocupĆ³ su lugar? Pues va a ser que no.

Tres siglos de historia quedaban atrĆ”s, se iniciaba una nueva pĆ”gina, un nuevo capĆ­tulo que iba a durar esta vez ocho siglos. ¿QuĆ© pasĆ³ despuĆ©s de la batalla de Guadalete? ¿Por quĆ© no subiĆ³ al trono Agila o cualquier otro de sus partidarios? Los musulmanes, despuĆ©s de vencer al ejĆ©rcito de Rodrigo, no se volvieron a embarcar rumbo a Ɓfrica de nuevo, sino que siguieron conquistando ciudades hasta llegar a Toledo. Cosa lĆ³gica, por otra parte, pues habĆ­a que asegurarse de que el territorio quedara estabilizado y no hubiera revueltas en contra de los vencedores. AllĆ­, en la capital, debĆ­a ser reconocido como rey el pequeƱo Agila y se nombrarĆ­an uno o varios regentes hasta que tuviera edad suficiente para coger las riendas del paĆ­s; luego se les pagarĆ­a lo acordado a los africanos y asunto resuelto. Pero los africanos ya se estaban cobrando su recompensa por su cuenta; a los cuantiosos botines conseguidos en su avance hacia Toledo, habĆ­a que aƱadir ahora el saqueo de la capital, incluĆ­do el tesoro visigodo y aquellas valiosas coronas de las que hablaba la leyenda, pero que eran reales, nunca mejor dicho. Por fortuna, parte de aquel tesoro y aquellas coronas consiguieron salvarse. Alguien, no se sabe quiĆ©n, pudo poner el tesoro a salvo antes de que Tariq y los suyos llegaran. En 1858 fueron halladas unas coronas y cruces en Guarrazar, y en 1926 se encontraron mĆ”s en Torredonjimeno. El caso es que. aquel comportamiento de los aliados no estaba contemplado en el trato. Pero no habĆ­a otra que tragar y aguantarse. Las extralimitaciones tambiĆ©n formaban parte de aquellas alianzas. No habĆ­a de quĆ© preocuparse; Toledo quedarĆ­a saqueada, pero una vez que reunieran un buen botĆ­n se marcharĆ­an y todo volverĆ­a a la normalidad. Pero los dĆ­as y los meses pasaban, y los musulmanes no se marchaban; y ver cĆ³mo la mesa del rey SalomĆ³n, robada por Alarico a los romanos, caĆ­a en manos musulmanas, seguro que ya no hizo tanta gracia. Una mesa, que por cierto, los expertos dudan que fuera la autĆ©ntica. Pero si era de plata y oro con incrustaciones de piedras preciosas, como cuentan, tenĆ­a igualmente un gran valor.

Cuando a oĆ­dos de Musa llegĆ³ que su lugarteniente habĆ­a conseguido un Ć©xito rotundo se llenĆ³ de alegrĆ­a; cuando, ademĆ”s fue informado de que cuantiosos tesoros habĆ­an caĆ­do en su poder, ya no le hizo tanta gracia. AsĆ­ que cogiĆ³ un ejĆ©rcito de 18.000 hombres y cruzĆ³ el estrecho para plantarse en EspaƱa para asumir el Ć©xito y que en Damasco no pudieran decir que no habĆ­a estado presente en tan importantes momentos. La cosa acabĆ³ en disputa entre Musa y Tariq por el reparto del botĆ­n y llegaron a denunciarse mutuamente ante el califa de Damasco, que se vio obligado a intervenir. Y viendo cĆ³mo Ć”rabes y bereberes se acomodaban en Toledo y por todas partes, los visigodos decidieron acudir a ellos hacerles saber que ya no era necesaria su ayuda ni su presencia. En este punto hay varias versiones. Una de ellas cuenta que los Ć”rabes, a la vez que le daban a entender que no pensaban marcharse, ofrecieron a Agila la gobernaciĆ³n de un mĆ­sero territorio, no se sabe muy bien dĆ³nde, a lo cual el pequeƱo rey sin tierra contestĆ³ enojado que no estaba dispuesto a aceptar limosnas y que querĆ­a tomar posesiĆ³n de todo su reino; y otra que dice que Musa le enviĆ³ a pedirle cuentas al califa de Damasco. AllĆ­ serĆ­a muy bien recibido por el califa, que seguramente quedarĆ­a sorprendido, y hasta enternecido por la visita de un niƱo que decĆ­a ser rey de un reino que le habĆ­an arrebatado por dos veces. DespuĆ©s de unos aƱos volviĆ³ a EspaƱa cargado de riquezas y le fue adjudicada parte de la provincia Tarraconense y la Septimania donde fue respetado como rey por los suyos. A la temprana edad de 16 aƱos morĆ­a, seguramente guerreando, pues ya con esa edad se subĆ­an a su caballo y blandĆ­an la espada los reyes. Le sucediĆ³ su hermano Ardabasto o ArdĆ³n, que tambiĆ©n fue reconocido rey por los suyos y gobernĆ³ entre la Tarraconense y Septimania hasta el aƱo 720, muriendo tambiĆ©n en batalla. Nadie mĆ”s le sucediĆ³.

La historia continĆŗa en La conquista de al-Ɓndalus

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