El reino de los Visigodos 5

Wamba, rey de los visigodos, rechaza la corona, Juan Antonio Ribera (1779 – 1860)


El legado romano
Después de todo, el Concilio IV de Toledo fue una gran llamada al orden para todos los que debían velar por la seguridad y estabilidad del reino y allí se promulgaron muchas de las leyes que debían servir para tal fin. Se puede afirmar que allí se tomó conciencia, quizás por primera vez, de España como nación. La Iglesia, con todas sus virtudes y defectos, fue la más interesada en este aspecto y no dejaría de celebrar estos concilios con el fin de seguir velando por el reino. Había sido varios siglos vagando en busca de una tierra prometida, y ahora, después de 200 años asentados en aquella tierra, querían seguir allí, cuidándola y sobre todo, conservándola. Isidoro de Sevilla lo puso de manifiesto, España era su tierra, la amaba y la mimaba con sus versos:

«De todas las tierras que hay desde Occidente hasta a India, tú eres la más hermosa, oh sacra España, madre siempre feliz de príncipes y de pueblos. Bien se te puede llamar reina de todas las provincias.
Tú, honor y ornamento del mundo, la más ilustre porción de la tierra en la que la gloriosa fecundidad de la raza goda se recrea y florece. Natura se mostró pródiga en enriquecerte: tú, exuberante en fruta, henchida de vides, alegre en mieses. Tú abundas de todo, asentada deliciosamente en los climas del mundo, ni tostada por los ardores del Sol ni arrecida por glacial inclemencia.»

Fragmento del prólogo de la Historia Gothorum.

Llegados a este punto, cabe reflexionar sobre la analogía que presenta la forma de gobierno godo con la forma de gobierno romano. En ambos casos existen tres pilares: magnates, religión y rey. En el caso romano estaban: el senado, los patricios poderosos que ejercían el poder fáctico y los cónsules o emperadores que ocupaban la jefatura del estado. En el caso godo, los obispos hacían las veces de senadores y los nobles eran los magnates que ejercían el poder fáctico. Los godos, en este momento se asemejaban a la roma republicana, pues con la roma imperial los reyes, llamados emperadores, se hicieron con el poder absoluto, salvo excepciones. El senado era quien daba el visto bueno a las decisiones consulares con los magnates patricios al acecho, buscando algo de qué poder beneficiarse; y ahora eran los obispos quienes controlaban al rey, con los nobles detrás, con el mismo afán de obtener beneficios en cualquier tema de estado. Las analogías, a primera vista, pueden parecer que no lo son tanto, si vemos a los senadores romanos como simples civiles ejerciendo política, mientras los godos eran sacerdotes católicos que ostentaban el más alto cargo religioso con el grado de obispos. Pero no nos engañemos, los romanos también basaban su gobierno sobre la religión. Los senadores tenían cargos religiosos como sacerdotes de este o aquel templo dedicado a alguno de sus muchos dioses. El mismo emperador era el máximo pontífice romano, que bien podía compararse con lo que luego fue el papa. Siguiendo con las analogías vemos cómo los godos también habían heredado la costumbre de deificar, no ya solo a sus reyes, sino a sus obispos (los romanos no deificaban a los senadores), y más tarde a cualquiera que fuera considerado un buen cristiano; con la variante de que estos no podían ser considerados dioses, sino solo santos. La razón es obvia, los romanos eran politeístas, mientras que los cristianos adoraban a un solo dios. Bien es verdad que, contrariamente a lo que hacían los romanos, que deificaban a sus emperadores nada más morir, los obispos Leandro, Isidoro o el rey de la Bética Hermenegildo no fueron santificados hasta siglos más tarde.

La muerte de Isidoro
Nada más comenzar el siguiente reinado, el 4 de abril de 636, moría Isidoro a los 80 años de edad. Seis meses antes, notando ya que le faltaban las fuerzas y cómo su hora se acercaba, decidió gastar su dinero en dar de comer a los necesitados. La voz se corrió de tal manera que se formaron grandes colas a la puerta de su casa. Isidoro de Sevilla se iba de este mundo venerado por todos los pobres de la ciudad, porque  al final de sus días, quiso convertirse él mismo en príncipe y padre de los pobres.


Chintila, el rey más anciano
Tenía 83 años cuando fue elegido rey en sustitución de Sisenando y fue el monarca más anciano entre los godos. El apoyo de la nobleza y la Iglesia fue unánime, por lo que, se presume que contaba con buenas cualidades. Buenas cualidades, sí, para ser manipulado; porque, si hay algo en lo que coinciden los historiadores es en que Chintila, quizás debido a su edad, fue una mera marioneta en manos de clérigos y duques. Durante los tres años que estuvo en el trono, la monarquía volvió a perder poder mientras la Iglesia se reforzaba y la nobleza caminaba hacia un sistema feudal que debilitaría todavía más en el futuro la figura del rey. Chintila convocó dos concilios más, en los cuales no se hizo otra cosa que reforzar los cánones que ya se habían aprobado en el Concilio IV. De hecho, sorprende que se haga tanto hincapié en el tema de las condenas a aquellos que levanten la mano contra el rey; lo cual ha dado lugar a sospechar que durante el reinado de Chintila, se diera alguna que otra conjura. Y no es descabelladlo pensar que la hubo, teniendo en cuenta que a los 83 años, más de uno estaría impaciente esperando que la espichaba para ver quién ocupaba su lugar. Se cree incluso, que hubo quienes fueron a consultar adivinos para saber cuándo moriría Chintila. ¿Y por qué se cree esto? Pues porque si no, no se entiende la curiosa ley que salió de aquellos concilios. Una ley donde se podía excomulgar a cualquiera que visitara a un adivino para interesarse por el futuro del monarca. Esto nos da una idea de lo arraigadas que aún tenían los godos las creencias en magos, hechiceros y adivinos, a pesar de haberse cristianizado y haber recibido las enseñanzas de Jesucristo, (lo cual no significa que las hubieran entendido) que aborrecía y condenaba todas estas supersticiones. Pero en fin, más sorprendente resulta que estas creencias y supercherías perduren hasta nuestros días.

Como ya se ha dicho, la mayoría de cánones que se trataron en estos concilios, no eran más que un refrito de cánones anteriores en los que se volvía a insistir o reforzar las mismas normas y leyes, el tema de los judíos, por ejemplo, estaba ya más que tratado, pero he aquí que llegó una carta de Roma enviada por el mismísimo papa Honorio I. ¿Qué quería Honorio? Pues simplemente quería recordarles a los obispos españoles que no se durmieran en su campaña contra los judíos y los animaba a seguir firmes en su persecución, o mejor habría que decir en hacerles la vida imposible. La reacción de los obispos tuvo que ser, forzosamente, realizar una acción que diera satisfacción al papa, y entonces, en contra de lo que había aconsejado Isidoro en el Concilio IV, se convocó para el 1 de diciembre del año 638 a una gran cantidad de judíos para obligarlos a convertirse al catolicismo por la fuerza. Las artimañas para convencerlos eran las de costumbre, leyes más estrictas contra ellos, penas de destierros y amenazas varias. El propio Chintila, para hacer ver que él también pintaba algo, se sacó una nueva ley de la manga por la que todos los futuros reyes debían jurar que perseguirían y destruirían a todos los enemigos de la fe católica, señalando a los judíos como máximo exponente de estos enemigos. No podía sospechar Chintila que dentro de muy pocos años (aunque él no llegaría a verlo) los judíos les iban a parecer angelitos del cielo comparado con lo que se les venía encima.

El 20 de diciembre del año 639, Chintila abandonaba este mundo y lo hacía con la tranquilidad de haber dejado a su hijo como sustituto en el trono. ¿No habíamos quedado en que la monarquía era electiva y no hereditaria? Sí, pero eso no quitaba que el propio rey pudiera dejar tras de sí a un recomendado, y Chintila había recomendado a su hijo Tulga a los nobles del reino, a los cuales había conseguido convencer de sus virtudes.

Tulga
La polémica sucesión de Chintila
Tulga fue elegido rey por nobles y eclesiásticos, pero esta elección no fue unánime y consiguió dividir, sobre todo a la nobleza, que no podía dejar de ver en esta elección una vuelta a la monarquía hereditaria. Por lo tanto, no tardaron en aparecer conjuras. Porque, ¿acaso alguien cree que las leyes que amenazaban con castigos y excomuniones lograron atemorizar a los conjurados? Pues sí, según algunos y no, según otros. Veamos.

Tulga, según las crónicas, no tenía una personalidad muy… de rey. Tenía poco carácter y era muy cándido. Por lo tanto tenía todos los números necesarios para ser destronado. El encargado de hacerlo fue otro noble de avanzada que antes de morir quería tener la experiencia de ser rey. El noble en cuestión era Chindasvinto. Pero claro, ahí está la ley que castigaba a los usurpadores. ¿Qué hizo entonces Chindasvinto? Pues no está del todo claro. Como ya sabemos, Isidoro había muerto; e incluso había dejado de escribir sobre los reyes godos años antes de fallecer, por lo tanto, aunque hay otros cronistas, las cosas no están del todo claras e incluso llegan a contradecirse. Por ejemplo, hay una crónica que dice que Chindasvinto logró el apoyo de muchos otros nobles y se presentó en Toledo, logrando que Tulga fuera incapacitado para ser rey, alegando que no estaba gobernando según exigían los cánones. Logrado el objetivo, Chindasvinto pasó a ocupar su puesto. Otras fuentes como las escritas por San Ildefonso, cuentan que la rebelión de Chindasvinto tuvo apoyo entre la nobleza, pero no entre la Iglesia, por lo que, el conjuro no triunfó y Tulga conservó el trono. Chindasvinto tuvo que esperar hasta que Tulga murió, según la crónica, a causa de una efermedad no determinada. Entonces sí, Chindasvinto fue elegido nuevo rey.

Aún hay otras fuentes que dicen que Chindasvinto, desoyendo todas las advertencias de ser excomulgado y sufrir eternamente en el infierno, se lanzó con todos los nobles que le apoyaban sobre Toledo y derrocó por la fuerza a Tulga, que debido a su candidez no tuvo carácter suficiente para salir a hacerle frente. Hay algunas cosas que no cuadran demasiado en estas historias, y aun así todas son más que posibles, conociendo cómo se las gastaban nuestros amigos godos. Hemos asistido ya a varias muertes, digamos, demasiado “naturales”, que si bien es cierto que en aquellos años la mortandad en gente joven era muy alta, no por ello se hacen menos sospechosas. Está claro que el veneno corría por los palacios de los reyes con demasiada frecuencia. Muriera o no Tulga de muerte natural, el caso es que Chindasvinto era un usurpador, y tanto si el derrocamiento de Tulga se hizo por las buenas como si se hizo por las malas, ya que a Chindasvinto, debido a su elevada edad, seguramente le importaba un pimiento el canon que amenazaba con excomulgarlo, el caso es que la Iglesia no estuvo muy conforme con darle el trono al usurpador. Chindasvinto era un rebelde, y muchos eran los que pensaban que había infringido la ley del canon establecido. Aún así, Chindesvinto se hizo con el trono a la edad de 79 años. Algo más joven de Chintila, pero muy mayor ya para ocupar el puesto, y por eso los clérigos se consolaban pensando que pronto pasaría a mejor vida. No imaginaban los obispos que Chindasvinto enterraría a muchos de ellos.

Chindasvinto

Chindasvinto
Los clérigos no andaban equivocados al desconfiar de Chidasvinto, porque, al menos para ellos, este no sería el rey más adecuado. A sus setenta y muchos años, este rey estaba más vigoroso que nunca y estaba dispuesto a dar mucha guerra. Y la dio. Los historiadores cuentan de él que saneó las arcas del estado, persiguió a los corruptos y sofocó las revueltas que hubo en su contra, poniendo orden en el reino. También cuentan cual fue su forma de conseguirlo, que no fue de las más amables, por cierto. Cuentan que comenzó su reinado desterrando o ejecutando a los nobles que no estaban de su parte y reprimiendo con dureza las revueltas que enseguida aparecieron por varios frentes. La provincia Narbonense (Septimania) era el lugar de escape de todos los que huían por problemas políticos. Allí recibían ayuda de los reyes francos y es por ese motivo por el que allí se fraguaban todas las conjuras, aunque también se rebelaron vascones y lusitanos. Pero Chindasvinto fue implacable con todas ellas y no tardó en tener apaciguado el reino. 200 miembros de la alta nobleza y 500 de la baja fueron ejecutados como escarmiento. Las fortunas de estos nobles, por supuesto, fueron embargadas y pasaron a formar parte del tesoro del estado. Para el año 643, España era una balsa de aceite, las ruinosas cuentas del estado estaban saneadas y la corrupción bajó a niveles mínimos. ¿Y la Iglesia qué decía de todo esto? La Iglesia estaba acojonada, cagaíta.

La Iglesia no podía decir nada porque quien mandaba ahora en el reino era Chindasvinto, a ellos también les fueron embargados bienes y tierras. Lo que no pudo llevar a cabo Suintila, lo terminó consiguiendo él. Tanto la Iglesia como la nobleza perdieron poder y riqueza. Con esto, Chindasvinto se ganó una leyenda negra entre ellos, y no es de extrañar que algunos obispos, como un tal Eugenio, escribieran sobre él que era «amigo de los hechos malvados, responsable de crímenes, impío, infame, repulsivo y malvado, que no procuraba lo mejor y valoraba lo peor». Pero lo cierto es que, aunque sus métodos fueran realmente duros y sanguinarios, a partir de ese momento se impartió justicia en el reino. Chindasvinto se preocupó de que así fuera y mandó revisar el código de leyes de Leovigildo para que se recogiera lo mejor de él y se añadieran otras 99 leyes. Y sobre todo, se aseguró de que en ellas no se hallara discriminación alguna entre godos e hispano-romanos.

Entre las leyes del nuevo código había una que castigaba a los traidores al rey. El traidor, en caso de serle perdonada la vida, era desposeído de un 80% de su fortuna y se le dejaba ciego. Fue entonces cuando muchos nobles se aprovecharon de esta ley para resolver disputas personales o rencillas y las denuncias aumentaron con una frecuencia que hicieron sospechar al rey de que la mayoría eran falsas. Ya ocurrió algunos siglos atrás en Roma y Trajano puso remedio castigando a los falsos delatores. Chindasvinto también estaba dispuesto a acabar con ellos y por eso introdujo al año siguiente otra ley en la que se preveía la misma pena para el acusador que para el acusado, si se demostraba que las acusaciones eran falsas. Las demandas disminuyeron a mínimos apenas entró en vigor la nueva ley.

Sobre el tema de los judíos, que tan preocupados traían a clérigos, nobles y reyes por igual, parece ser que Chindasvinto no los veía como un peligro y fue tolerante con ellos. El viejo monarca sabía muy bien, por experiencia propia, quiénes eran los verdaderamente peligrosos para el reino y por eso se había empleado a fondo con ellos. Pero que Chindasvinto no fuera el mejor amigo de los obispos no quiere decir que no fuera religioso, y por eso también se preocupó de convocar sus concilios. El 18 de noviembre del año 646 convocó el Concilio VII en la capital. El descontento de los obispos con este rey se reflejó en la asistencia. Solo 46 obispos acudieron al Concilio. A sus 85 años ya estaba curado de espanto, por lo que sus preocupaciones eran otras, como dejarlo todo arreglado para que su hijo Recesvinto le sustituyera en el trono. De hecho, en el año 649 ya era quien se ocupaba de los asuntos del reino. Recesvinto era el mayor de los tres hijos del rey, nacido de su matrimonio con Riceberga, de la que nada se sabe, salvo que tenía 17 años cuando se casó con él. Tampoco se sabe la edad de Recesvinto, solo que ayudó y demostró su valía en las revueltas que hubo que sofocar recién entronizado su padre. Aunque ya se sabe la poca popularidad que tenía entre los nobles el tema de la sucesión hereditaria, nadie se atrevió a oponerse en aquel momento.

Sin embargo, al ver que el viejo monarca estaba a punto de desaparecer, pues parece que se corrieron rumores de que esta vez estaba enfermo de verdad y la cosa iba en serio, quisieron echársele encima a Recesvinto. De la Septimanía, como siempre, surgió un noble llamado Froya que se puso a la cabeza de los insurrectos, donde se incluían refugiados de reinados anteriores, ayudados por vascones que vivían en constante rebeldía. Entraron en la Tarraconense devastándolo todo. Pueblos y aldeas quedaron arrasadas. Y así hasta llegar a Caesar Augusta (Zaragoza) que quedó sitiada. Cuando a Recesvinto le llegaron noticias de lo sucedido comprendió enseguida que aquello no era una revuelta cualquiera, reunió a su ejército y él mismo se puso al frente. Había que pararlos antes de que llegaran a Toledo. Cuando llegaron a Zaragoza encontraron a Froya intentando rendir la ciudad, y allí mismo, frente a sus murallas, plantaron batalla. Los rebeldes de Froya no fueron rival para Recesvinto, que terminó masacrándolos y su líder fue decapitado. Los que consiguieron escapar con vida, huyeron de nuevo hacia las provincias galas.

En los últimos años de su vida, Chindasvinto debió sentirse ya viejo de verdad, y siendo consciente de que su hora llegaría en cualquier momento, le sobrevino un miedo que no había sentido hasta ahora. Si antes le importaba un pimiento que los obispos le excomulgaran, a estas alturas quizás le daban horror las llamas del infierno y por eso comenzó a devolver bienes y tierras que antes había expropiado a la Iglesia, hizo generosas donaciones benéficas y mandó construir el monasterio de San Román de la Hornija, en la ribera del Duero. Ya podía morir en paz. Y lo hizo el 30 de septiembre de 653 a los 90 años.

Plano de Bizancio

Qué ocurría en el mundo en el siglo VII
Estamos ya a la mitad del siglo VII. El imperio romano occidental había desaparecido dejando paso a los godos que fueron los que se adueñaron de buena parte de él. Las Galias, Hispania y la península Itálica son godas. La parte oriental del Imperio había quedado escindida definitivamente en 395 tras la muerte de Teodosio I. En el siglo VII el Imperio Romano (ellos todavía lo seguían llamando así) se concentraba principalmente en la actual Turquía y su capital se ubicaba en Bizancio rebautizada como Nueva Roma, más tarde refundada y renombrada Constantinopla y actualmente Estambul. Siempre se consideraron la continuación de Roma, y realmente lo eran, aunque fue inevitable una transformación cultural diferente en la que incluso el latín dejó de ser la lengua oficial para adoptar el griego.


Muchos fueron los reveses que recibió este imperio, sus fronteras cambiaban constantemente en sus muchos intentos por recuperar territorios perdidos. Habían intentado recuperar el sur de la península Ibérica, incluso se había conseguido recuperar Italia, pero estos reinos ya consolidados, se perderían definitivamente, porque ahora, bien avanzado el siglo VII al Imperio de Bizancio le ha salido un nuevo enemigo: el Islam.

Los godos y los hunos vinieron del norte, los árabes son ahora el verdadero peligro y vienen del sureste. En la península Arábiga Mahoma había logrado unificar a buena parte de sus habitantes bajo la fe del Islam y los dirige a conquistar el mundo. Las recientes guerras entre bizantinos y sasánidas habían dejado a ambos imperios muy debilitados y los árabes aprovechan para conquistar algunas provincias. En el año 629 tuvo lugar el primer encuentro entre el ejército de Mahoma y los bizantinos al este del rio Jordan, en la ciudad de Al Karak, sin resultado positivo para ninguno de los bandos.

En el año 634 los musulmanes invaden Siria. Según las fuentes árabes, los sirios los recibieron dándoles la bienvenida, pues no estaban contentos con el gobierno imperial. El emperador romano Heraclio se encontraba enfermo en aquellos momentos y no pudo ponerse al mando de su ejército, que sufrió una derrota aquel verano en la batalla de Adjnadayn. Palestina y Damasco también eran conquistadas aquel año.

Para el año 636, esta vez con Heraclio al frente y movilizados los mejores generales y el máximo de tropas disponibles, los imperiales se disponen a recuperar los territorios recién invadidos. Los musulmanes, sin embargo, habían estudiado el terreno al detalle y atrajeron a los bizantinos hacia una batalla campal y a una serie de emboscadas que terminaron con la retirada de Heraclio. Las crónicas hablan de la decepción del emperador durante su retirada cuando exclamó: «¡Paz sobre ellos, oh Siria, y qué excelente país para el enemigo!» A partir de ese momento, tal como relata el historiador bizantino del siglo XII Juan Zonaras «la carrera de los ismaelitas no cesó en invadir y saquear todo el territorio de los romanos.» Y así fue, porque en abril del año 637, tras un largo asedio, se hicieron con Jerusalén. En el verano del 637, conquistaron Gaza. Luego vino el norte de Siria y Armenia, Palestina, y para el 640 se propusieron la conquista de Egipto. Heraclio murió en el 641 con la pena de ver cómo buena parte de Egipto estaba ya perdida.

En el 647 llegarían a conquistar Tripolitania, actual Libia, y desde ahí ya no pararían hasta conquistar toda la parte bizantina de África hasta situarse en el año 698 en las costas del estrecho, mirando fijamente y con atención las costas españolas, que en alguna ocasión ya habían pisado. Porque entre el año 644 y 656, durante el reinado de Chindasvinto, las costas de Al-Andalus fueron asoladas por escuadras piratas musulmanas. Lo contaba el historiador Edward Gibbon en su Historia de la decandencia y caída del Imperio Romano. No habían llegado todavía al Magreb, pero los musulmanes, por lo visto, ya se habían dado algunos paseos por las costas de la Península Ibérica, a la cual miraban con lujuria.

Corona de Recesvinto

Recesvinto
Al poco tiempo de comenzar a reinar en solitario, Recesvinto quiso limar asperezas tanto con el clero como con la nobleza. Para ello, nada mejor que convocar el VIII Concilio que tuvo lugar el 16 de diciembre de 653 en la iglesia de los Santos Apóstoles de Toledo. La asistencia fue de 62 obispos, muchos más que en el convocado por su padre, y esto da una idea de que los obispos esperaban más de él, aunque también influyeron las generosas donaciones del viejo en sus últimos días. También acudieron y opinaron por primera vez algunos condes y otras personalidades ilustres. ¿Qué propuso Recesvinto? Pues propuso su idea de que perdonar era más efectivo que castigar y quiso que todos los nobles exiliados durante reinados anteriores volvieran sin temor a represalias. Era una manera efectiva de acabar con el nido de refugiados y conspiradores de la provincia Narbonense. Al enemigo, mejor tenerlo cerca y vigilado. Sin embargo, había una ley que no le autorizaba a hacer tal cosa. Se trataba de aquel canon aprobado en el IV Concilio donde los traidores a la monarquía debían ser perseguidos bajo el castigo de anatema. Los clérigos entendieron que, después de todo lo que había liado su padre, la idea no era mala para poner un poco de orden y le liberaron de aquella ley. Los exiliados podían volver.

Recesvinto quiso ir más allá, y al contrario de lo que hizo su padre, no darle demasiada importancia al tema de los judíos, fue y anunció a los clérigos su intención de endurecer su persecución. Está claro que Recesvinto no quiso reinar con el carácter áspero y provocativo que reinó su padre y quería ganarse el favor del clero, consciente como era, de que el trono lo había ganado de forma ilegal, ya que la ley, que su padre ignoró por completo, decía claramente que los reyes debían ser elegidos por los nobles con la aprobación de la Iglesia.

Al año siguiente Recesvinto vio plasmado en 12 volúmenes la obra legislativa comenzada por su padre y acabada y perfeccionada por él mismo, el Leber Iudiciorum o Lex Visigothorum. Un código de leyes donde se dejaban atrás definitivamente las leyes romanas. A partir de ahora, godos e hispano-romanos se regirían por unas mismas leyes culminándose así el proceso de unificación de todos los pueblos que componían el reino. Aunque, no del todo. Los hispano-romanos no podían acceder a cargos públicos ni mucho menos a ser reyes. Ese tema se había pasado por alto; ya tenían bastante los hispano-romanos con ser sacerdotes y poder llegar a obispos. Después de dos siglos, los godos, que suponían menos de un 5% de la población hispana (entre 200.000 y 250.000 godos llegados a la península que tenía aproximadamente 5 millones de habitantes) no se habían integrado entre la población autóctona. Y esto se puede afirmar si hacemos caso a algunos historiadores que cuentan que durante el reinado de Recesvinto, los dos pueblos se distanciaron aún más, a pesar de las nuevas leyes que favorecían su fusión. Atrás quedaban las leyes que regulaban el matrimonio mixto y muchas otras que discriminaban a una población que no habían tenido apenas tiempo de asimilar completamente la dominación y las leyes romanas, cuando llegaron del norte más de 200.000 bárbaros haciendo suyo y dominando un reino que se cobraron como moneda de cambio, por los favores que les debía Roma.

El nuevo monarca no quería acabar aquel concilio, que le brindaba la oportunidad de exponer ante todos cuantas ideas se le ocurrieran, sin proponer algunas cosas más. Quiso llevar a cabo una política transparente y separar algunos poderes entre Iglesia y monarquía. Para impedir que los reyes se pudieran enriquecer injustamente a costa de los ciudadanos, se debían diferenciar los bienes recibidos del patrimonio de sus padres. También había que diferenciar los bienes adquiridos a cargo propio. Pero he aquí que los obispos, muy avispados, se dieron cuenta de que lo que el rey se proponía era legalizar muchos de los bienes que su padre había obtenido de forma ilegal. Según Recesvinto, estos bienes eran propios y no asociados a la corona, cosa en la que los obispos no estuvieron de acuerdo y así lo hicieron constar en el acta, aunque Recesvinto no les hizo ningún caso. No obstante, todo salió medianamente bien en aquel concilio, donde Recesvinto también había conseguido que fuera el rey quien hiciera cumplir las leyes entre ciudadanos y en todas las cuestiones políticas. Hubo dos concilios más durante su reinado. En todos ellos, a pesar del acercamiento entre rey e Iglesia, la monarquía salió reforzada y el reino estuvo relativamente tranquilo.

En el año 672, Recesvinto se sintió enfermo y decidió cambiar de aires con la intención de recuperarse. El lugar elegido fue Gerticos, donde tenía algunas posesiones. Pero el 1 de septiembre de ese mismo año fallecía de una enfermedad desconocida. Fue enterrado en el monasterio de Santa María de aquella localidad, que seguramente era el lugar donde había nacido. Había reinado durante 23 años, durante los cuales consiguió que en todo el territorio peninsular reinara la paz y dar un gran impulso hacia el acercamiento y definitiva fusión entre el pueblo godo e hispano-romano.

Wamba rechaza la corona

Wamba
Parece ser que tras la muerte de Recesvinto, la nobleza no lo tuvo fácil a la hora de elegir nuevo monarca. Los adeptos a Recesvinto vieron en el lugarteniente del fallecido rey al sustituto ideal. Wamba había sido fiel a su rey y veían en él a un líder continuista de las ideas de Recesvinto. Sin embargo, Wamba no quería ser rey. Se consideraba ya demasiado viejo para hacerse cargo del reino. Pero las cosas andaban revueltas tanto entre la nobleza como en el clero, donde había facciones que no terminaban de ponerse de acuerdo. Así que los asistente al funeral de Recesvinto no querían dilatar ni un instante el nombramiento del nuevo rey y obligaron a Wamba a aceptar el cargo. Se cuenta que un impulsivo conde sacó su espada y amenazó a Wamba con estas palabras: De la sala mortuoria solo saldras convertido en rey o muerto. Evidentemente, Wamba eligió seguir vivo y los nobles lo nombraron rey aquel mismo día, el 1 de septiembre de 672, pero éste pidió ser ratificado como tal en Toledo mediante la unción, para que nadie pudiera decir que había usurpado el puesto. El día 19 de septiembre, el obispo metropolitano Quirico daba lugar al acto. Con ello, Wamba conseguía la aprobación del clero y cumplía con el requisito de la ley goda. Wamba había nacido en el año 600, por lo tanto, tenía en aquellos momentos 72. No era ya una edad para muchos ajetreos, pero complió bien su función como rey, tal como esperaban los que habían apostado por él. De hecho, se le considera como él último de los reyes godos que dieron esplendor al reino.

Pero el reinado de Wamba iba a ser cualquier cosa menos tranquilo. Los continuos concilios donde se aprobaba y endurecían los castigos contra el delito de traición o levantamiento contra los reyes estaban demostrando que no servían contra los desacuerdos ni contra la simple ambición de poder. O las simples ganas de dar por culo, como hacían los vascones, que aprovechaban la más mínima para salir ladrando como los perros chicos; y mira que les daban palos. Viendo el panorama revuelto, como solían hacer, lanzaron un ataque contra el valle del Ebro y Cantabria y la cosa excedió de lo normal, porque el propio rey, a pesar de su edad, se puso al frente de sus tropas y corrió a frenar aquella oleada de muerte y destrucción.

El ataque vascón, como otras veces, no era más que una maniobra de distracción, mientras en la Septimanía, que seguía siendo un nido de revoltosos a pesar de que el anterior rey los hizo volver y los perdonó, se fraguaba otra conjura. En su afán de detener a los vascones estaba Wamba en lo que hoy es La Rioja cuando recibió las malas noticias: en la Septimanía se habían sublevado algunos nobles. Nada nuevo bajo el sol. Nada nuevo que el veterano Wamba no hubiera vivido ya, ni que no hayamos leido por enésima vez en estos relatos sobre el reino de los visigodos. Pero a estas alturas, es penoso ver cómo un reino que tanto había anhelado este pueblo desde que salieran hace siglos de las heladas tierras del norte, consolidado ya desde hacía más de dos siglos, no eran capaces de pasar de un rey a otro sin provocar una guerra civil. Y esto, como es natural, comenzaba a pasar factura a un reino que iba derecho a la decadencia, Sin embargo, Wamba estaba dispuesto a luchar duro para que eso, al menos mientras él reinara, no ocurriera.

El lider de la nueva rebelión se llamaba Hilderico, conde de Nimes, y estaba apoyado por buena parte de la iglesia narbonesa. Tambien le apoyaban buena parte de los judíos exiliados durante reinados anteriores. La rebelión pronto cruzó los Pirineos y se extendió por la Tarraconense. Wamba, que no podía desatender la revuelta vascona, envió entonces a uno de sus hombres de confianza, el duque Paulo. Cuando este duque llegó con su ejército hasta los sublevados, pidió negociar con ellos antes de pelear. Paulo era un hombre culto, posiblemente griego, y entre pactos y negociaciones no tardó en ganarse la admiración de gran parte de los nobles sublevados. Paulo vio la oportunidad de su vida al ver que todos acataban su mando y le proclamaban rey. Aquí el que no corre vuela. España quedaba dividida en dos mientras Wamba quedaba perplejo con la jugada sucia que le había hecho su "hombre de confianza".

Wamba se empleó a fondo con los vascones y en una semana los redujo a sus montañas, de donde no saldrían de nuevo, hasta saber de una nueva fiesta. Mientras tanto, el rey había pedido refuerzos hasta reunir un ejército de 70.000 hombre, que lanzó contra la provincia tarraconense, Barcelona y Gerona fueron duramente atacadas y tuvieron que rendirse, en tres semanas, la Tarraconense entera estaba de nuevo en poder de Wamba. Solo quedaban reductos de la rebelión en la Narbonense, donde no estaban dispuestos a rendirse. Wamba se adentró con su ejército en la Septimania, y una vez en Narbona, recibieron el apoyo de la flota naval. Los rebeldes presentaron una dura batalla, pero Narbona no tardaría en caer. Ya solo quedaba Nimes, que no presentó especial resistencia. Allí fue apresado Paulo, dando por finalizada la revuelta. Solo quedaba celebrar la victoria y se hizo al más puro estilo romano. El rey y todo su ejército desfilaron victoriosos por las calles de Toledo, vestidos impecablemente entre el entusiasmo de sus gentes que los recibió como héroes, mientras los prisioneros eran exhibidos como trofeos. Y como estrella de la exhibición el fracasado rey Paulo, al cual vistieron como un rey de comedia, colocándole como corona una raspa de pescado.

Pero tanta revuelta y tanto esfuerzo para sofocarlas no habían hecho sino debilitar el país. Wamba pensó que la única solución era fortalecer la monarquía. Mientras tanto, clero y nobleza, hartos de que el rey pidiera recursos y colaboración, se distanciaban cada vez más. Y con las posturas encontradas Wamba vio peligrar la estabilidad del reino, por lo que, en 673 promulgó una ley mediante la cual se obligaba tanto al clero como a los nobles a movilizar sus recursos (económicos o militares) en caso de que el estado los necesitase. Una ley que no gustó nada a unos y a otros, pero que tuvieron que acatar.

Wamba utilizó los recursos económicos en mejorar unas infraestructuras que apenas se mantenían desde la época romana, tales como edificios administrativos, acueductos o carreteras. Wamba poníar fin un poco de orden en España, ahora que en el norte, al otro lado de los Pirineos, estaban algo tranquilos; sin embargo, en el sur, al otro lado del estrecho, algo gordo se estaba fraguando, a Wamba le duraría poco la tranquilidad.

La antigua Cartago, en el norte de África, hasta entonces en manos bizantinas, terminó cayendo bajo dominio musulmán. Ceuta, ciudad hispana, también fue invadida. El reino visigodo comienza a sentir la amenaza. Hay quien duda de la veracidad de un intento de desembarco en Algeciras ya en el año 675, como también se duda del anterior ataque de piratas musulmanes durante los años 644 y 656, durante el reinado de Chindasvinto; sin embargo, las Crónicas Alfonsinas relatan lo siguiente:

En tiempos de Wamba, 270 barcos de sarracenos atacaron la costa de España y allí todos ellos fueron quemados.

Que los musulmanes ya navegaban por el estrecho y por todo el Mediterráneo es un hecho que nadie pone en duda, por lo tanto, se hace difícil entender el motivo de tanto escepticismo entre los historiadores modernos a la hora de aceptar la veracidad de estos intentos de desembarco en las costas españolas. No hay detalles de lo ocurrido. Quizás no fuera un auténtico intento de invasión y solo se tratara de una avanzadilla para tantear el terreno. Es posible que fueran menos barcos de los que cuenta la Crónica, pero algo hubo, como hay muchos indicios de que ya para esos años había planes de invasión. Lo que sí es cierto es que todo el reinado de Wamba fue un continuo batallar.

La tonsura del rey Wamba, Joan Brull

El guerrear con vascones, sublevados narbonenses e invasores musulmanes no se le había dado mal a un rey que en principio no tuvo ánimos para querer aceptar la corona. Sin embargo su última batalla la tendría que librar ante una Iglesia y una nobleza del todo descontentas con el poder adquirido por la monarquía. En el último concilio celebrado, el monarca no cedió en su política de gobierno y los ánimos se crisparon al límite. Esta vez no sería la nobleza la que llevara la voz cantante, sino ambos poderes a la vez, que se conjuraron para derrocar al rey. El 14 de octubre del año 680 el conde Ervigio, que siempre se había mostrado fiel a Wamba, dio de beber una infusión, de las que siempre gustaba beber al rey, a base de hierbas aromáticas. Wamba cayó en un profundo sueño. Los conjurados, que esperaban el momento, llamaron de inmediato al obispo Julián haciéndole creer que el rey estaba muy enfermo, a punto de morir. El plan era suministrarle el Ordo Poenitentiae, un ritual religioso por el cual se le tonsuraba y se le suministraban los hábitos a fin de facilitar el paso a los cielos. Cuando el rey despertó era ya demasiado tarde; la ley de los godos impedía reinar a cualquiera que vistiera hábitos. Wamba sabía que había sido vilmente engañado e intentó recuperar el trono, pero ni la Iglesia ni los nobles se lo permitieron amparándose hipócritamente en la ley.

Demasiado viejo para seguir luchando, así que Wamba aceptó su destino y acabó retirado en un monasterio de Burgos. Allí falleció siete años más tarde. A los nobles y a la Iglesia les había salido impecablemente bien su jugada y ahora tenían en el trono a Ervigio, una nueva marioneta que les permitía recuperar su poder. El reino visigodo caminaba inexorable hacia su destrucción.

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