Marco Ulpio Trajano 1


DespuƩs de CƩsar

«Los asesinos de CĆ©sar creyeron haber acabado con la tiranĆ­a cuando no habĆ­an hecho mĆ”s que multiplicar los tiranos». Esta es la opiniĆ³n de Jean Jacques Barret en su biografĆ­a sobre Nerva y Trajano. Marco Antonio, Octavio y LĆ©pido revivieron los enfrentamientos entre Mario y Sila o los de CĆ©sar y Pompeyo.
El desenlace, en el que, como la vez anterior, solo podĆ­a quedar uno, consolidĆ³ en el poder al joven Octavio. CĆ©sar puede ser considerado como un tirano, un dictador con poder absoluto, pero se hizo querer por el pueblo y consiguiĆ³ acabar con la oligarquĆ­a de las familias poderosas que tenĆ­an sumida Roma en la corrupciĆ³n y el despropĆ³sito. Con Octavio convertido en rey, o emperador, como los romanos prefirieron llamarle, Roma dejaba de ser definitivamente republicana. Se conservaba el senado, pero Ć©ste, como cuenta Barret, «¡No eran mĆ”s que una reuniĆ³n de esclavos atentos siempre a la menor seƱal de su amo!»

«Augusto (Octavio) muriĆ³ y lo deificaron –continĆŗa contando el autor de la biografĆ­a de Trajano-. La casa en que habĆ­a nacido se convirtiĆ³ en lugar santo. He aquĆ­ todos los crĆ­menes santificados.» Barret lleva razĆ³n, pues CĆ©sar Augusto, como terminĆ³ llamĆ”ndose despuĆ©s de ser nombrado emperador, tuvo fama de sanguinario en sus primeros aƱos como mandatario, aunque finalmente acabĆ³ su magistratura de 41 aƱos muy positivamente. Le siguiĆ³ Tiberio que reinĆ³ durante 23 aƱos. Su final fue de los mĆ”s trĆ”gico, pues todos creyeron que estaba muerto cuando todavĆ­a estaba vivo. Pero CalĆ­gula, su sobrino e hijo adoptivo, ya se veĆ­a como emperador mientras uno de los guardias descubrĆ­a que Tiberio aĆŗn vivĆ­a, pero conociendo cĆ³mo se las gastaba CalĆ­gula decidiĆ³ guardar silencio y ahogarlo.

CalĆ­gula fue un monstruo aĆŗn mĆ”s cruel que Tiberio, y por eso decĆ­a Ć©ste que criaba una serpiente para el Imperio y un incendiario para el mundo. «El orgullo, la locura y la torpeza de CalĆ­gula igualaron a su crueldad. BuscĆ³ la muerte de aquellos cuyos despojos pudiesen llenar el vacĆ­o de su tesoro. InventĆ³ aĆŗn otro medio que nadie, sino Ć©l, serĆ­a capaz de imaginar. Hizo de su palacio un lugar de prostituciĆ³n para sacar rentas». AsĆ­ lo cuenta Suetonio. DespuĆ©s de que el pueblo lo hubiera soportado durante cuatro aƱos, fue asesinado. Tras la ejecuciĆ³n, un soldado de la guardia pretoriana se dio cuenta de que alguien los habĆ­a visto tras una cortina, y en efecto, allĆ­ estaba escondido y muerto de miedo Claudio, que pasarĆ­a a ser el nuevo emperador, a pesar de que el senado a punto estuvo de restablecer de nuevo la repĆŗblica.

SegĆŗn la opiniĆ³n de Barret, «el imperio pasĆ³ de las manos de un furioso a las de un imbĆ©cil que se dejĆ³ gobernar por sus mujeres y criados». Cierto es que, al parecer, Claudio era algo retrasado y por eso Agripina, que era su sobrina y despuĆ©s fue su esposa, se aprovechĆ³ de Ć©l para hacer que NerĆ³n, el hijo de ella fuera adoptado y nombrado heredero, quitĆ”ndole ese derecho al suyo propio; hecho que mĆ”s tarde lamentarĆ­a y apresurĆ³ su muerte, pues temiĆ©ndole a las consecuencias prefiriĆ³ envenenarse. El reinado de NerĆ³n estĆ” marcado por el incendio de Roma y por sus crueldades. OrdenĆ³ la muerte de su propia madre y se sospecha que fue Ć©l quien envenenĆ³ al hijo de Claudio. En cuanto al incendio, segĆŗn TĆ”cito, NerĆ³n no se hallaba en Roma cuando Ć©ste se declarĆ³, y al enterarse viajĆ³ hacia allĆ­ rĆ”pidamente, le abriĆ³ la puerta de su palacio a los que habĆ­an perdido sus casas y mĆ”s tarde castigĆ³ a los cristianos, verdaderos culpables, y puso dinero de sus propias arcas para acometer la reconstrucciĆ³n de todo lo que se habĆ­a destruido. Pero segĆŗn Suetonio y Dion Casio, mientras Roma ardĆ­a, el tocaba alegre la lira, siendo el principal sospechoso de haberlo provocado. Dos habrĆ­an sido las razones: acusar a los cristianos para poder condenarlos a las fieras del circo y poder remodelar urbanĆ­sticamente una Roma que no le gustaba. Nunca sabremos la verdad, pero su propio padre, Domicio, dijo de Ć©l al nacer: «de Agripina y de mĆ­ no puede salir mĆ”s que una cosa mala y execrable.» En junio del aƱo 68 el senado lo expulsĆ³ de Roma y poco despuĆ©s se suicidaba con ayuda de un esclavo.

Galba fue el elegido para sucederle. Poco pudo demostrar, pues fue asesinado tras siete escasos meses de gobierno. El complot fue, al parecer, encabezado por OtĆ³n, que estaba decepcionado por no haber sido Ć©l el elegido como emperador. OtĆ³n reinĆ³ y al cabo de tres meses se suicidĆ³. Le sucediĆ³ Vitelio, que serĆ­a asesinado tres meses mĆ”s tarde, en diciembre del aƱo 69. Su cuerpo fue arrojado al Tiber y su cabeza paseada por Roma. A continuaciĆ³n reinarĆ­a Vespasiano. El aƱo 69 se conocerĆ­a desde entonces en Roma como el aƱo de los cuatro emperadores.

Tito Flavio Vespasiano reinĆ³ desde el aƱo 69 hasta su muerte en el 79, siendo el segundo emperador, junto a Augusto, en morir de muerte natural. Sobre su reinado, echamos mano de nuevo de las palabras de Barret: «No hemos visto hasta aquĆ­ mĆ”s que tiranos crueles y despiadados, y viles esclavos que no conservaron el nombre de romanos mĆ”s que para deshonrarlo. El reinado de Vespasiano presenta un cuadro que consuela el espĆ­ritu y el corazĆ³n, igualmente fatigados con el espectĆ”culo de los horrores pasados.» Nos encontramos, pues, ante un monarca que fue justo y trajo tranquilidad y concordia a Roma, sin embargo, paradĆ³jicamente, fue el padre de uno de los mayores monstruos de Imperio.


La columna trajana

A principios del siglo II el emperador Trajano mando construir un foro, tal como ya hicieran sus predecesores Nerva, Augusto o Julio CĆ©sar. Un foro no era mĆ”s que una plaza pĆŗblica con sus respectivos monumentos y edificios institucionales y el de Trajano fue el mĆ”s grande de todos y se construyĆ³ para conmemorar sus victorias sobre la Dacia. Entre un enorme edificio pĆŗblico, llamado la basĆ­lica Ulpia, y dos bibliotecas, se erguĆ­a una columna de 38 metros de alto coronada por una estatua de bronce del propio Trajano. La Dacia recibĆ­a dinero de Roma con tal de tenerlos apaciguados, pero el rey DecĆ©balo incumplĆ­a el acuerdo una y otra vez atacando las aldeas fronterizas, hasta que Trajano perdiĆ³ la paciencia.

En el aƱo 101 cruzĆ³ el Danubio, invadiĆ³ la Dacia (en la actual RumanĆ­a), derrotĆ³ al poderoso ejĆ©rcito de DecĆ©balo y se firmĆ³ un nuevo acuerdo que tambiĆ©n fue incumplido por el rey dacio. Trajano, sin mĆ”s contemplaciones entrĆ³ de nuevo en la Dacia y la borrĆ³ del mapa. El botĆ­n obtenido fue tan enorme que todo cambiĆ³ en Roma. Los cronistas cuentan que los carros vinieron cargados con 250.000 kilos de oro y 500.000 kilo de plata, y ademĆ”s, Dacia se convirtiĆ³ en provincia romana.

El foro, construido tambiĆ©n por Apolodoro, debiĆ³ ser en su momento una obra digna de admiraciĆ³n, con su plaza columnada, la basĆ­lica Ulpia y sus dos bibliotecas, edificios de los que solo quedan sus ruinas. Lo Ćŗnico que queda casi intacto es la columna trajana, aunque ya no estĆ” coronada por la estatua del emperador. En 1588 el papa Sixto V quiso santificar el monumento reemplazĆ”ndola por una de San Pedro. La columna es hueca y en su interior hay una escalera espiral que nos lleva hasta arriba y es uno de los monumentos mĆ”s emblemĆ”ticos que sobrevivieron a la caĆ­da de Roma. Hoy se alza solitaria entre ruinas, sin embargo, choca saber que un dĆ­a estuvo encajonada en una especie de patio entre dos bibliotecas. ¿Por quĆ© tan bello monumento se levantĆ³ ya encerrado? Porque la columna de Trajano es ni mĆ”s menos que un inmenso libro que nos cuenta grĆ”ficamente la historia de las campaƱas dacias.

En efecto, en torno a la columna asciende, como si un lienzo enrollado en espiral se tratara, una serie de escenas esculpidas en bajorrelieve y nos cuenta todo el relato de lo que aconteciĆ³ en aquellas campaƱas. En sus 155 escenas, en un principio policromadas, aunque llegaron a perder todo el color, aparecen 2.662 figuras donde Trajano aparece 58 veces y el total del rollo, si se pudiera extender medirĆ­a 210 metros, a travĆ©s de los cuales vemos marchas, construcciones, batallas, negociaciones, botines e incluso torturas. Todo ello forma una excelente fuente documental que ha dado valiosa informaciĆ³n sobre uniformes, armas, tĆ”cticas y mucho mĆ”s. Sin embargo, el hecho de que haya que mirar hacia arriba y al mismo tiempo caminar dando la vuelta a la columna, ha sido criticado por algunos expertos, que piensan que mĆ”s que un documento, fue creado como un sĆ­mbolo, cosa que no viene a rebelarnos nada sorprendente. La columna es un monumento simbĆ³lico en medio de dos bibliotecas, pero que sin embargo, fuera o no su objetivo principal, ha servido como fuente muy valiosa para los historiadores a travĆ©s de los casi dos mil aƱos que lleva en pie. Es ademĆ”s, el sĆ­mbolo mĆ”s representativo de quien llevĆ³ a Roma a su mĆ”ximo esplendor, y quizĆ”s, uno de los mejores gobernantes de todos los tiempos.


Domiciano
Vespasiano muriĆ³ dejando un buen recuerdo, y su sucesor, su hijo Tito siguiĆ³ sus pasos y se hizo querer por el pueblo. Pero Tito gobernĆ³ durante solo dos aƱos, desde el 79 hasta el 81, cuando muriĆ³ por una extraƱa enfermedad; segĆŗn se cuenta, un insecto se le habĆ­a introducido por la nariz y estuvo martilleando su cerebro durante siete aƱos. Cuando muriĆ³ y le abrieron el crĆ”neo el insecto habĆ­a crecido hasta alcanzar el tamaƱo de un pĆ”jaro. Posiblemente, hoy se le habrĆ­a diagnosticado un tumor. Domiciano le sucediĆ³ y el pueblo esperaba de Ć©l lo mismo que de su padre y su hermano. No les defraudĆ³, al principio. Domiciano era un ser tan pacĆ­fico y sensible, que la sangre le producĆ­a horror, hasta el punto de que estuvo a punto de prohibir los sacrificios de animales en las ceremonias religiosas. Pronto se ganarĆ­a, ademĆ”s, la fama de emperador justiciero, Ć­ntegro y tolerante.

Pero cuando parecĆ­a que Domiciano iba a convertirse en uno los prĆ­ncipes mĆ”s dignos de recordar en la historia del Imperio, Ć©ste dio muestras de intolerancia y cometiĆ³ sus primeros crĆ­menes. El historiador HormĆ³genes de Tarso fue ejecutado por ciertas alusiones en su contra. Fueron crucificados, ademĆ”s, los copistas que le habĆ­an transcrito; asĆ­ nos lo cuenta Suetonio. Fueron las primeras muestras de lo que pronto se convertirĆ­a en una enfermiza obsesiĆ³n: las conspiraciones contra su persona. Por otra parte, quizĆ”s esto hubiera quedado en simple anĆ©cdota, si en verdad no hubiera habido una conjura en su contra, que la hubo.

Suetonio, DiĆ³n Casio, Plinio el Joven y el poeta Juvenal, todos ellos denunciaron el rĆ©gimen despĆ³tico y sanguinario en que se convirtiĆ³ el reinado del que con tan buen pie comenzĆ³. Fue a raĆ­z de lo que aconteciĆ³ muy lejos de Roma, en la frontera del Danuvio, entre los aƱos 85 y 87. Los dacios hostigaban la frontera y saqueaban las poblaciones cercanas y Domiciano quiso acabar con sus correrĆ­as. Pero la Dacia es un territorio montaƱoso, propicio para las encerronas, y dos legiones fueron vĆ­ctimas de ellas y masacradas.

El desastre sufrido por Domiciano quiso ser aprovechado por alguien; por uno de esos que nunca duermen y siempre estĆ”n al acecho. Fue Saturnino, gobernador de Germania Superior, que creyendo que el golpe de los dacios lo habĆ­a debilitado se puso al frente de sus legiones y se levantĆ³ en armas contra Domiciano. La situaciĆ³n se le puso difĆ­cil, pero Domiciano iba a tener suerte, pues los germanos que acudĆ­an en apoyo de Saturnino cayeron al Rin al romperse el hielo de sus aguas congeladas. Saturnino fue aniquilado, pero a partir de ese momento, Domiciano se convertirĆ­a en un enfermo que sospecharĆ­a hasta de su propia sombra y comenzarĆ­a a ver conspiraciones por todas partes.

Para prevenir futuras conjuras, comenzĆ³ a tomar medidas. Los soldados debĆ­an estar contentos, por lo tanto, les aumentĆ³ la paga. Las crĆ­ticas o la mĆ”s mĆ­nima prueba de animadversiĆ³n hacia su persona eran suficiente para dictar una sentencia de muerte. Las vĆ­ctimas fueron sucediĆ©ndose una tras otra. Manio Acilio GabriĆ³n, cĆ³nsul que habĆ­a adquirido gran popularidad fue condenado a luchar contra las fieras del circo. Cualquier magistrado que sobresaliera sobre los demĆ”s, era un potencial enemigo que debĆ­a ser eliminado, asĆ­ como los generales que hacĆ­an grandes conquistas y se hacĆ­an amar por sus soldados eran automĆ”ticamente sospechosos de querer marchar sobre Roma y dar un golpe de estado.

Domiciano pasĆ³ de ser una persona sensible a quien horrorizaba la sangre a un ser un sĆ”dico despiadado que disfrutaba con ella. Los detenidos, incluso eran obligados a denunciar a sus cĆ³mplices mediante un nuevo mĆ©todo de tortura donde se les quemaban sus partes. Se ejecutĆ³ a un gran nĆŗmero de senadores, sus peores enemigos, se confiscaban bienes y se volviĆ³ contra su propia familia matando a sus sobrinos nietos, evitando a asĆ­ que Ć©stos sintieran la tentaciĆ³n de asesinarlo para convertirse en sus sucesores. TambiĆ©n se mostraba obsesionado por las predicciones astrolĆ³gicas que parecĆ­an anunciar el dĆ­a de su muerte y el modo en que se producirĆ­a. Suetonio dice lo siguiente sobre lo que ya era una inmundicia poseĆ­do por la paranoia: «Cada vez mĆ”s angustiado hizo revestir de reluciente fengita las paredes de los pĆ³rticos por los que acostumbraba a pasear para poder observar, mediante las imĆ”genes reflejadas en su brillante superficie, lo que sucedĆ­a a sus espaldas». La fengita es un mineral de color plateado y un brillo nacarado. Domiciano, tal como sugieren hoy algunos historiadores, sufrĆ­a un trastorno psicolĆ³gico, una verdadera locura.

Todo el mundo alrededor de Domiciano temĆ­a por su vida pues el emperador anotaba cada vez mĆ”s nombres de sospechosos en la tablilla de tilo que utilizaba al efecto. Y fue entonces, cuando comenzĆ³ a tramarse una verdadera conspiraciĆ³n para acabar con aquel monstruo. Sus instigadores fueron tres viejos servidores de palacio: EstĆ©fano, Partenio, MĆ”ximo, algunos senadores y posiblemente su propia esposa, Domicia Longina, la cual tambiĆ©n estaba amenazada de muerte. Acabar con Ć©l no iba a ser tarea fĆ”cil, pues el tirano contaba con la fidelidad absoluta de su guardia pretoriana, a la que habĆ­a triplicado el sueldo, lo que hacĆ­a imposible recurrir al soborno. Suetonio nos cuenta cĆ³mo lo hicieron, los conjurados contrataron a varios miembros de la escuela de gladiadores. Era el el 18 de septiembre del aƱo 96. EstĆ©fano andaba paseĆ”ndose por palacio con un brazo vendado, fingiendo haber sufrido un accidente. Llegado el dĆ­a, se presentĆ³ ante el emperador asegurando que tenĆ­a pruebas de una conspiraciĆ³n en su contra. TenĆ­a varios nombres apuntados en una lista, y mientras Domiciano la leĆ­a, EstĆ©fano sacĆ³ una daga de entre los vendajes y se la clavĆ³ en la ingle. Domiciano pudo reaccionar arrebatĆ”ndole la daga y pudo incluso sacarle los ojos a EstĆ©fano, pero los demĆ”s conjurados se abalanzaron contra Ć©l y lo remataron. Nadie pudo ayudarlo, pues las puertas habĆ­an sido cerradas a conciencia.

Tras conocerse su muerte, la guardia pretoriana, que veĆ­a cĆ³mo su excelente sueldo corrĆ­a peligro, se declararon dispuestos a vengarle. Sin embargo, el pueblo de Roma respirĆ³ aliviado, sobre todo los patricios, que habĆ­an estado amenazados durante los largos quince aƱos en que habĆ­a reinado el tirano. El senado por su parte decretĆ³ que fuera borrado todo rastro del fallecido. Las estatuas de mĆ”rmol del emperador fueron destruidas y las de bronce se fundieron y se borrĆ³ su efigie de todas las monedas. Se han encontrado monedas con las efigies de Domiciano y de su esposa Domicia Longina en las que sĆ³lo se ha borrado la imagen del primero.


Nerva
La carrera polĆ­tica de Nerva es bastante desconocida y tenĆ­a escasas posibilidades de llegar a emperador, por lo que, hay quien afirma que Ć©ste estuvo implicado en la conjura contra Domiciano. Nerva figuraba en su lista negra; si era descubierto, poco o nada tenĆ­a que perder. DiĆ³n Casio escribe que antes de llevar a cabo su plan, los conspiradores debatieron el asunto de la sucesiĆ³n con varios candidatos y que Nerva fue el elegido para sustituir al sanguinario Domiciano. Por lo tanto, si esto es cierto, aunque no tomara parte en la conjura, sĆ­ que estaba informado de ella. Nerva tenĆ­a ya una edad avanzada y su salud era delicada, sin embargo, en vista del estado en que habĆ­a quedado el Imperio, sintiĆ³ la responsabilidad de aceptar el cargo. El nuevo emperador se instalĆ³ en la antigua residencia de Vespasiano.

Nada mĆ”s ser nombrado emperador, Nerva jurĆ³ pĆŗblicamente que se ponĆ­a fin a las persecuciones de senadores sospechosos de conspiraciĆ³n. A partir de aquel momento, los senadores respiraron aliviados, despuĆ©s del terror que habĆ­an sufrido bajo el yugo de Domiciano. Los que se encontraban encarcelados fueron puestos en libertad y los que habĆ­a en el exilio pudieron volver a Roma; a la vez que cesaron los juicios por traiciĆ³n y se restituyeron las propiedades confiscadas a sus respectivas familias. Y a pesar de todo, Nerva quiso mantener amistad con los senadores que todavĆ­a eran partidarios de Domiciano.

Pero Nerva era un desconocido para el pueblo romano, asĆ­ que iniciĆ³ una serie de medidas y reformas con el fin de obtener su apoyo. RegalĆ³ 75 denarios por cabeza y aliviĆ³ de cargas de impuestos a los mĆ”s necesitados. TambiĆ©n concediĆ³ crĆ©ditos a los campesinos mĆ”s pobres con el fin de incentivar las producciones agrĆ­colas, y destinĆ³ 60 millones de sestercios para la compra de terrenos para los pobres; ademĆ”s de una serie de reformas que iban a tener continuidad en los reinados siguientes. Sin embargo, todo ello supuso una gran carga para el tesoro del estado y habĆ­a que hacer recortes. Se suprimieron los gastos superfluos como los sacrificios religiosos, los juegos y carreras de caballos; mientras se recaudaba cuanto se podĆ­a subastando las propiedades de Domiciano y se obtenĆ­a dinero procedente de la fundiciĆ³n de las estatuas de oro y plata del tirano. Y para dar ejemplo, prohibiĆ³ que se realizaran estatuas de su persona de esos materiales.

A pesar de todo la guardia pretoriana se mantenĆ­a fiel a Domiciano y pedĆ­a su deificaciĆ³n. Para calmar los Ć”nimos, Nerva hizo que Tito Petronio Segundo, uno de los principales conspiradores contra Domiciano, desapareciera de la vista de los pretorianos, a la vez que les hacĆ­a un generoso donativo a Ć©stos. Aun asĆ­, los pretorianos exigieron la ejecuciĆ³n de los asesinos de Domiciano. Nerva se negĆ³ y esto lo condujo a una grave crisis. Su benevolencia se habĆ­a convertido en una dificultad para hacer valer su autoridad. Un tal Calpurnio Craso encabezĆ³ a principios del 97 una conspiraciĆ³n para asesinarle, pero fracasĆ³, y una vez mĆ”s Nerva se negĆ³ a que aquellos que quisieron matarlo fueran ejecutados. 

La situaciĆ³n llegĆ³ a agravarse cuando, viendo el senado que Nerva estaba entrado en aƱos y enfermo, no habĆ­a un sucesor. Nerva no tenĆ­a hijos y estaba considerando en aquellos dĆ­as la adopciĆ³n de Marco Cornelio Nigrino, gobernador de Siria. Pero el senado era partidario del general mĆ”s popular del Imperio, Marco Ulpio Trajano, general de los ejĆ©rcitos de Germania. Lo peor estaba por llegar, en octubre de aquel mismo aƱo la guardia pretoriana rodea el palacio imperial y toma como rehĆ©n a Nerva, que no tuvo mĆ”s remedio que someterse a sus exigencias. Tito Petronio y Partenio, artĆ­fices de la muerte de Domiciano, fueron capturados y ejecutados. Nerva saliĆ³ ileso de aquella situaciĆ³n, pero su prestigio como emperador quedĆ³ muy tocado. Para hacer sostenible la situaciĆ³n, necesitaba el apoyo de un hombre que pudiera restaurar su reputaciĆ³n y por eso vio conveniente decidirse de una vez por adoptar a Trajano como sucesor, al que se le otorgĆ³ oficialmente el tĆ­tulo de CĆ©sar.

«AsĆ­ Trajano se convirtiĆ³ en CĆ©sar. Pues Nerva no estimaba la relaciĆ³n familiar por encima de la seguridad del Estado, ni estaba menos dispuesto a adoptar Trajano, por la condiciĆ³n de este Ćŗltimo de espaƱol en lugar de italiano o itĆ”lico, debido a que ningĆŗn extranjero habĆ­a ostentado jamĆ”s la soberanĆ­a romana; pero Nerva buscaba un hombre por su capacidad, y no por su nacionalidad.»

A pesar de lo que cuenta DiĆ³n Casio, lo cierto es que Nerva no tenĆ­a demasiado donde elegir y se decidiĆ³ por el general mĆ”s popular del momento, que contaba con el apoyo de la mayorĆ­a de senadores, a pesar de no ser italiano. El 1 de enero del 98 Nerva sufriĆ³ una embolia cerebral y como consecuencia morĆ­a el dĆ­a 27. Su sucesiĆ³n se produjo sin incidentes; Nerva fue deificado por el senado y Trajano proclamado emperador y recibido con entusiasmo por el pueblo romano. 

Marco Ulpio Trajano naciĆ³ el 18 de septiembre del 53 d. C. en ItĆ”lica (Santiponce) a escasos kilĆ³metros de HĆ­spalis (Sevilla). Hijo del senador y general Marco Ulpio Trajano y de Marcia. Durante mucho tiempo se ha creĆ­do que era descendiente de familia italiana que se habrĆ­a asentado en la provincia BĆ©tica a finales del siglo III a. C. Pero estudios recientes aseguran de forma muy convincente que sus antepasados eran nativos de origen turdetano, es decir, de la desaparecida Tartessos. Trajano el Viejo, es decir, su padre era un Traius que fue adoptado por los Ulpios (una familia bien conocida en la BĆ©tica). Por lo tanto, Trajano era andaluz de pura cepa. 

Su padre fue un destacado general que llegĆ³ a ser gobernador de Siria y allĆ­ fue donde el joven Trajano, con solo veinticuatro aƱos obtuvo el mando de su primera legiĆ³n. Con el tiempo fue ascendiendo y nombrado cuestor, pretor, legado… Fue tribuno militar destacado en tiempo de Domiciano y legado de la VII LegiĆ³n Gemina en Hispania, con la que derrotĆ³ la revuelta de Antonio Saturnino en el 89. Fue cĆ³nsul en el 91 junto a Manio Acilio GlabriĆ³n. NĆ³tese que a estas alturas del regreso de la monarquĆ­a, todavĆ­a existe el senado y la costumbre de nombrar, no uno, sino dos cĆ³nsules, a pesar de que el poder absoluto lo obstenta ahora el emperador. En el 96 Trajano se encontraba ya como gobernador en la frontera de Germania Inferior, una de las mĆ”s problemĆ”ticas del imperio, a lo largo del Rin. Para aquellos entonces, Trajano era ya el mejor general de Roma y segĆŗn se dice, es mĆ”s que probable que Domiciano lo tuviera en su lista negra. Por suerte para Ć©l, Domiciano pasĆ³ a mejor vida y ahora era Ć©l quien marchaba sobre Roma para ser proclamado emperador.



A orillas del Rin
El deber de la guardia pretoriana era el de velar en todo momento por la seguridad del emperador. Sin embargo, Casperio Eliano, jefe de los pretorianos, fue en contra de las normas sublevƔndose contra Nerva y pretendiendo obligarle a dictar sentencia de muerte contra los asesinos de Domiciano.

Ante la negativa de Nerva actuaron por su cuenta y despuĆ©s de apresarlos los ejecutaron en el mismo palacio, ante su presencia. Aquel acto, mĆ”s propio de una banda de delincuentes que de un cuerpo de seguridad, dejĆ³ en muy mal lugar a Nerva, que solo era un anciano enfermo y sin mĆ”s apoyo que los senadores que lo habĆ­an llevado hasta el trono. Casperio habĆ­a sido fiel a Domiciano, pero no es menos cierto que el difunto emperador se habĆ­a ganado esta fidelidad a base de unos desorbitados sueldos.

Tras la muerte de Nerva, Casperio recibiĆ³ Ć³rdenes en nombre del nuevo emperador Trajano de unirse con sus cohortes a un destacamento acampado en las afueras de Roma. Apenas hubieron llegado al campamento fueron embestidos por una legiĆ³n bien armada con las Ć³rdenes precisas de castigar a los pretorianos corruptos, que por supuesto, Trajano no querĆ­a tener como guardias personales. No se tienen demasiados detalles sobre este hecho, ni si fueron todos eliminados o simplemente castigaron a Casperio. DiĆ³n Casio simplemente escribiĆ³ que Trajano "EnvĆ­o Ć³rdenes de eliminar la amenaza que representaba Casperio Eliano y los pretorianos.” De esta manera, su difunto padre adoptivo era vengado por la vejaciĆ³n a que fue sometido y a la vez se libraba de una guardia corrompida. Fue el primer acto de limpieza y justicia que llevĆ³ a cabo el reciĆ©n nombrado emperador, que por cierto, no harĆ­a acto de presencia en Roma hasta algĆŗn tiempo despuĆ©s.

A orillas del Rin habĆ­a recibido la noticia de su adopciĆ³n por parte de Nerva y en el mismo lugar supo de su muerte. Adriano, su sobrino, fue el encargado de darle la noticia, lo cual tambiĆ©n significaba que acababa de convertirse en el nuevo emperador. La noticia fue confirmada inmediatamente a travĆ©s de un mensaje enviado por el senado. Pero Trajano permanecerĆ­a en Germania hasta octubre del 99, hasta dejar la situaciĆ³n controlada en las provincias del Rin y del Danuvio. Ahora sĆ­, el nuevo emperador se dirigiĆ³ a Roma para ponerse al frente de su gobierno.

La entrada de Trajano a Roma como emperador fue de lo mĆ”s peculiar -segĆŗn cuenta Jean Jacques Barret-, ya que la buena fama le precediĆ³. Trajano estaba reconocido como un general excelente. DespuĆ©s de haber sufrido el desgobierno de un loco paranoico como Domiciano, cualquier gobernante era bienvenido, sin embargo, Trajano, ya antes de gobernar, levantĆ³ buenas expectativas; y todo, a pesar de ser el primer provinciano en llegar al trono. Nada mĆ”s llegar a la ciudad se introdujo entre la multitud. 

«AtravesĆ³ la ciudad sin mĆ”s guardia que sus sĆŗbditos, y estaba bien seguro porque el amor era su escolta. La naturaleza le habĆ­a dado una presencia y aire de majestad que anunciaba lo que era su alma. No se distinguĆ­a mĆ”s que por la multitud que le rodeaba.» 

Luego se fue al senado, donde le esperaban para confirmarlo como emperador. 

«No entrĆ³ como seƱor imperioso exigiendo homenajes, sino como ciudadano saludando al primer cuerpo del estado.» 

Luego se dirigiĆ³ al capitolio. 

«Durante el curso de esta marcha sus labios expresaban la afabilidad que estaba pintada en su rostro. Si veĆ­a a un amigo le daba la mano o le echaba una mirada afectuosa llamĆ”ndolo por su nombre. Tras Ć©l iban sus soldados confundidos con los ciudadanos disfrutando todos del regocijo pĆŗblico. Todos formaban una familia reunidos alrededor de un padre que amaban. Quiso darle este tĆ­tulo un grito general que lo pronunciĆ³ – el de padre de la patria-. Trajano no quiso admitirlo diciendo que aĆŗn no lo merecĆ­a. Ɖl no querĆ­a que se lo diesen, querĆ­a ganĆ”rselo.»

Luego de los actos religiosos, coronaciĆ³n y demĆ”s ceremonias en el templo de JĆŗpiter, se dirigiĆ³ Trajano, junto a su esposa Plotina y su hermana Marciana, hacia palacio, siempre rodeados de una multitud de ciudadanos. Plotina, con suma modestia, pronunciĆ³ las siguientes palabras al entrar: «Cual yo entro aquĆ­ saldrĆ© yo siempre.» Sencilla y sin dejarse deslumbrar por la pompa cortesana. Y como prueba de ello, cuando poco despuĆ©s el senado solicitĆ³ darles a ella y su cuƱada el sobrenombre de augustas, lo rehusaron, tal como Trajano no quiso admitir el de padre de la patria.

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