Isabel se saliĆ³ con la suya, y Fernando debiĆ³ verla tan ilusionada, que puso el proyecto bajo su supervisiĆ³n. Por otro lado, todo lo referente al trĆ”fico marĆtimo del AtlĆ”ntico, siempre habĆa sido competencia castellana. Por eso hay quien dice que la corona de AragĆ³n fue «marginada» del gran proyecto. (De nuevo falsedades lanzadas por los mismos que acusan a Castilla de quedarse con los beneficios).
Y a todo esto, ¿acaso AragĆ³n y Castilla no quedaban unidas por el matrimonio de Isabel y Fernando? SĆ, pero no del todo. Ambos reinos conservaban todavĆa ciertas competencias y autonomĆas propias. En cualquier caso, todo es falso, o simplemente es de necios pensar que Fernando, hubiera pagado o no el proyecto, se iba a dejar marginar tan fĆ”cilmente. Fernando, simplemente preferĆa concentrarse en el Ć”rea mediterrĆ”nea, que bajo ningĆŗn concepto debĆa quedar desatendida. Y aun asĆ, no es completamente cierto que AragĆ³n no estuviera presente en el proyecto, pues algunos nombres aragoneses aparecerĆ”n a lo largo de esta aventura. Por otra parte, los beneficios futuros, como mĆ”s adelante se demostrĆ³, no iban a ser solo para Castilla. Pero no adelantemos acontecimientos, pues, de momento, el tema no ha hecho mĆ”s que aprobarse, quedan muchos preparativos por hacer. Pero antes de seguir, deberĆamos echar una ojeada a los beneficios que ColĆ³n exigĆa, en el caso de tener Ć©xito. No se quedĆ³ corto, no, y de ahĆ el escĆ”ndalo que provocĆ³ en muchos. AsĆ quedaron escritas las capitulaciones:
«Vuestras Altezas dan y otorgan a don CristĆ³bal ColĆ³n, en satisfacciĆ³n de lo que ha descubierto en las Mares OcĆ©anas y del viaje que ahora, con la ayuda de Dios, ha de hacer por ellas en servicio de Vuestras Altezas, las que se siguen:
1. el oficio de almirante de la Mar OcĆ©ana, vitalicio y hereditario, en todo lo que descubra o gane, y segĆŗn el modelo del almirante mayor de Castilla.
2. los oficios de virrey y gobernador en todo lo que Ć©l descubra o gane.
3. la dƩcima parte de todas las ganancias que se obtengan en su almirantazgo.
4. que todos los pleitos relacionados con las nuevas tierras los pueda resolver Ć©l o sus justicias.
5. el derecho a participar con la octava parte de los gastos de cualquier armada, recibiendo a cambio la octava parte de los beneficios.»
Todo esto y mucho mĆ”s quedĆ³ registrado en lo que hoy se conoce como capitulaciones de Santa Fe, por haberse llegado a estos acuerdos en el mismo campamento donde estaban los reyes, a las afueras de Granada.
En fin, que era mucho lo que pedĆa, pero al final se le concediĆ³, despuĆ©s de todo, era quien mĆ”s riesgo corrĆa con su propia vida, al aventurarse en un viaje del que nadie estaba seguro de que pudiera volver.
FijĆ©monos bien en el punto primero. Dice: «en satisfacciĆ³n de lo que ha descubierto en las Mares OcĆ©anas y del viaje que ahora, con la ayuda de Dios, ha de hacer por ellas». Sorprendente. Cualquiera hubiera esperado que dijera; «en satisfacciĆ³n a lo que pudiera descubrir.» Pero no, dice «lo que ha descubierto.» ¿EstĆ” afirmando ColĆ³n que ya ha realizado un viaje al lugar que ahora quiere ir? ¿Es solo una convicciĆ³n por lo que cuentan los mapas que tiene en su poder? Lo que estĆ” claro es que, tal como escribiĆ³ en su lista de condiciones, afirma que al lugar donde piensa dirigirse ya ha sido descubierto. Y si no era cierto, fue una mentira para que finalmente accedieran a financiar su viaje. Algo que nadie hoy dĆa puede aclarar.
El contrato fue finalmente firmado el dĆa 17 de abril de 1492 y lo hicieron en el mismo campamento de Santa Fe, en Granada, donde todavĆa permanecĆan los reyes. Al navegante se le concedĆa el tĆtulo de «don», que en la Ć©poca era mucho reconocimiento. Se pondrĆan a disposiciĆ³n de ColĆ³n tres barcos que quedarĆa bajo su mando como capitĆ”n mayor. La villa de Palos, por lo visto, tenĆa pendiente una sanciĆ³n por haber hecho alguna incursiĆ³n por aguas portuguesas en Ćfrica, acto que habrĆa comprometido a los reyes y habrĆa tenido alguna consecuencia diplomĆ”tica, asĆ que era la oportunidad de hacĆ©rsela pagar. Se le obligarĆa a aportar dos de los barcos. Osea, que dos de los tres barcos se los ahorraban las arcas reales, o mĆ”s bien, el prestamista real. ¿De verdad es cierto que aquel viaje resultaba tan caro? ¿O quizĆ”s lo que habĆa en juego era el prestigio de un reino y el temor a fracasar y hacer el ridĆculo?
En el puerto de Palos
ColĆ³n tiene vĆa libre para intentar realizar su sueƱo. Su tenacidad y capacidad de hacerse oĆr y de rodearse de gente que supiera apreciar la dimensiĆ³n y viabilidad de su proyecto habĆan hecho que ahora estuviera en el puerto de Palos, a punto de iniciar algo grande. Lo primero que hizo fue ponerse en contacto con los frailes de la RĆ”bida. TraĆa una carta que debĆa ser leĆda al pueblo. Nadie mejor que ellos para hacerlo. Esto no iba a gustar a nadie -pensĆ³ enseguida fray Juan PĆ©rez- pero no habĆa mĆ”s remedio que dar a conocer el comunicado. El 23 de mayo de 1492 en la puerta de la iglesia de San Jorge, en Palos, en presencia de fray Juan PĆ©rez y del propio CristĆ³bal ColĆ³n, se leĆa la carta que decĆa asĆ:
«Bien sabĆ©is que por algunas cosas hechas y cometidas por vosotros en deservicio nuestro, fuisteis condenados por nuestro Consejo a que fueseis obligados a servirnos dos meses con dos carabelas armadas a vuestras propias costas y expensas cada una, y ello cuando y donde quiera que nosotros os lo mandĆ”ramos, y bajo ciertas penas, segĆŗn lo que mĆ”s largamente se contiene en esta sentencia contra vosotros. Y ahora, por cuanto hemos mandado a CristĆ³bal ColĆ³n que vaya con tres carabelas de armada, como nuestro capitĆ”n de las dichas tres carabelas, para ciertas partes de la mar ocĆ©ana sobre algunas cosas que cumplen a nuestro servicio, Nos queremos que lleve consigo las dichas dos carabelas con las que nos tenĆ©is que servir.»
Otra de las ordenanzas que pretendĆa facilitarle el proyecto a ColĆ³n era la que se enviĆ³ a todos los Consejos y Justicias de EspaƱa para que diesen o hiciesen dar a ColĆ³n, a precios razonables y sin dilaciĆ³n alguna, cuanto le fuere menester para abastecer las tres carabelas. En otra se daba a cuantos delincuentes se embarcasen en las tres naves la seguridad de que no serĆan perseguidos por sus anteriores delitos hasta dos meses despuĆ©s de su regreso a la PenĆnsula. Con esto se pretendĆa ayudar a superar las grandes dificultades que se presentarĆan a ColĆ³n para encontrar marineros que se atrevieran a seguirle en una empresa tan arriesgada y en cuyo Ć©xito pocos creĆan. Los dos barcos estaban ya a disposiciĆ³n del extranjero desconocido durante dos meses. Esa era la sentencia por la falta cometida. ColĆ³n fue a ver los navĆos al puerto. Eran dos carabelas. Una pertenecĆa a Diego RodrĆguez Prieto y la otra no se sabe a quiĆ©n, pero en cualquier caso estaban muy disgustados. Aunque las naves serĆan, supuestamente devueltas, quiĆ©n sabe en quĆ© condiciones o si no naufragarĆan, dado que se dirigĆan a un destino incierto. Por eso, ademĆ”s de ser entregadas de mala gana, nadie en Palos estaba dispuesto a embarcarse en ellas. Un nuevo contratiempo que ColĆ³n no esperaba, antes bien, habĆa creĆdo que podrĆa encontrar hombres valientes con ilusiĆ³n y ganas de vivir una aventura como no habĆan imaginado jamĆ”s.
Pero el ya “don” CristĆ³bal ColĆ³n no se habĆa rendido durante siete aƱos y no se iba a rendir ahora que habĆa conseguido lo mĆ”s difĆcil. ColĆ³n tiene autorizaciĆ³n, si asĆ lo desea, para reclutar hombres en las cĆ”rceles. Y estĆ” dispuesto a hacerlo. Solo los frailes franciscanos de la RĆ”bida consiguen hacerle ver que embarcarse con criminales era una locura que seguramente darĆa al traste con su proyecto, ahora que, con un poco de paciencia, todo podĆa discurrir por buenos cauces. Hombres que creyeran en su proyecto, no criminales, eso era lo que el almirante necesitaba. Solo un poco de paciencia mĆ”s. Paciencia, sĆ, pero no le quedaba ya mucha. Los frailes franciscanos, una vez mĆ”s, lo iban a poner en contacto con la persona indicada, Pedro VĆ”zquez de la Frontera. Este tal Pedro VĆ”zquez habĆa surcado durante mĆ”s de cincuenta aƱos el ocĆ©ano AtlĆ”ntico y podĆa presumir de conocerlo como pocos. Todo un experimentado marino, sin duda, solo habĆa una pega: aquel hombre tenĆa ya mĆ”s aƱos que el mismĆsimo MatusalĆ©n.
ColĆ³n pensĆ³ que los frailes quizĆ”s, en su afĆ”n de ayudarle, no habĆan reparado en el detalle de que aquel hombre ya no estaba en condiciones de embarcarse en tales aventuras, a pesar de que decĆa haber llegado hasta el mĆtico mar de los Sargazos. Aquello, sin embargo, le causĆ³ cierta curiosidad y fascinaciĆ³n. No todo el mundo creĆa que existiera aquella enorme extensiĆ³n de algas que flotaban frente a las costas de las supuestas islas a las que ColĆ³n querĆa llegar. Aquel anciano iba a serle a ColĆ³n mĆ”s Ćŗtil de lo que en un principio imaginĆ³, puesto que era de los pocos en el pueblo que creĆan en su proyecto. Nadie como Ć©l para convencer a la familia PinzĆ³n, que pronto se unirĆan a la aventura.
La familia PinzĆ³n
La familia PinzĆ³n se habĆa cubierto de gloria en la guerra contra los portugueses y contra los piratas africanos. Pero los pinzones no se dedicaban al negocio de la guerra con sus barcos, sino al comercio. Eran una familia con una larga tradiciĆ³n marinera tanto por el MediterrĆ”neo como por el AtlĆ”ntico desde las costas peninsulares hasta las africanas y las Canarias. ¿QuĆ© mejor que meter a esta familia en el proyecto colombino? Eran buenos navegantes y buenos empresarios, ademĆ”s de patrones generosos, y por eso todos los marinos de la comarca estaban dispuestos a navegar con los tres hermanos PinzĆ³n. MartĆn Alonso, el mayor de los hermanos, era un autĆ©ntico lĆder natural: si el viaje de ColĆ³n tenĆa que salir adelante, serĆa imprescindible contar con Ć©l.
Los frailes de la RĆ”bida habĆan estado ahĆ, desde el principio, logrando que ColĆ³n contactara con la gente decisiva en el proceso de llevar a cabo el proyecto. Y tambiĆ©n iban a ser ellos los que lo pusieran en contacto con MartĆn Alonso PinzĆ³n, que acababa de llegar de Roma. Y asĆ le hablĆ³ ColĆ³n al mayor de los hermanos.
«SeƱor MartĆn Alonso PinzĆ³n, vamos a este viaje que, si salimos con Ć©l y Dios nos descubre tierras, yo os prometo por la corona real de partir con vos como un hermano»
A estas palabras, siguieron, como no podĆa ser de otra manera, los demĆ”s detalles del proyecto. ¿Fue suficientemente convincente esta vez? Seguro que sĆ, pero es que esta vez, contaba, ademĆ”s, con el aval de los reyes, nada menos. AsĆ que MartĆn Alonso PinzĆ³n no solo aceptĆ³ participar en la aventura, sino que fue mĆ”s allĆ” y puso de su bolsillo medio millĆ³n de maravedĆes, la tercera parte del coste de la empresa. Para ello, MartĆn pondrĆ” algunas condiciones, como no admitir presos en la expediciĆ³n, a excepciĆ³n de tres vecinos amigos suyos que cumplen condena, segĆŗn Ć©l, injustamente. En cuanto a las carabelas que hay en el puerto, MartĆn se echĆ³ a reĆr. ¿Con semejantes barcos destartalados pensaba ColĆ³n llegar tan lejos? ¿CĆ³mo un marino experimentado como Ć©l no se habĆa dado cuenta de que aquello eran dos barcos viejos que naufragarĆan en la primera tormenta? SĆ, ya se habĆa dado cuenta de eso, pero quizĆ”s las ganas de llevar a cabo el viaje le habĆan cegado y hubiera zarpado con cualquier balsa que le hubieran proporcionado.
Era preciso contar con buenas naves y, sobre todo, con buenos capitanes y MartĆn Alonso conoce a los mejores de la zona. En Palos busca a los hermanos Quintero, CristĆ³bal y Juan, que se agregarĆ”n al proyecto con su propia carabela: la Pinta. MĆ”s tarde se pondrĆ” en contacto con Pedro Alonso, Francisco y Juan, los hermanos NiƱo, que tambiĆ©n entrarĆ”n en el proyecto poniendo otra carabela, la NiƱa. Con semejantes barcos, que MartĆn Alonso ha arrendado en numerosas ocasiones, y unos capitanes como aquellos, que conoce muy bien, se da por satisfecho. Todos son excelentes marineros. Ahora estĆ” dispuesto a llegar al fin del mundo. Solo les faltaba un tercer barco, y lo tendrĆ”n. Barco que les serĆ” proporcionado por Juan de la Cosa.
¿Y quiĆ©n era Juan de la Cosa? Un espĆa de los reyes de Isabel y Fernando. LlegĆ³ de repente, y por lo visto venĆa de Portugal, de donde saliĆ³ a la carrera y no lo pillaron de milagro. Pero Juan era, ademĆ”s, un excelente marino y cartĆ³grafo, y los reyes lo enviaron para que proporcionara a ColĆ³n el tercer barco y ya de paso supervisara la expediciĆ³n. El barco que aportaba Juan era el suyo propio, de nombre La Gallega. Pero para aquella ocasiĆ³n fue rebautizado como la Santa MarĆa y actuarĆ” como nave capitana. Juan de la Cosa irĆ” a bordo como maestre (segundo de a bordo) bajo el mando de ColĆ³n.
Partida desde el puerto de Palos |
La direcciĆ³n y mando de cada barco quedĆ³ distribuida de la siguiente manera:
SANTA MARĆA
• CapitĆ”n: CristĆ³bal ColĆ³n. 41 aƱos
• Maestre: Juan de la Cosa. 32 aƱos
• Piloto: Pedro Alonso NiƱo. 24 aƱos
NIĆA
• CapitĆ”n: Vicente YaƱez PinzĆ³n. 30 aƱos
• Maestre: Juan NiƱo. ¿? aƱos
• Piloto: Sancho Ruiz de Gama. ¿? aƱos
PINTA
• CapitĆ”n: MartĆn Alonso PinzĆ³n. 51 aƱos
• Maestre: Francisco MartĆn PinzĆ³n. 47 aƱos
• Piloto: CristĆ³bal GarcĆa Xarmiento. ¿? aƱos
Solo faltaba reclutar la tripulaciĆ³n. Pinzones, NiƱos y Quinteros tenĆan buena reputaciĆ³n, por lo que no les costarĆa mucho encontrar en los principales puertos de la zona a los 90 marineros que buscaban. Contrataron ademĆ”s a mĆ©dicos y cirujanos, notarios, escribanos, cocineros, carpinteros y demĆ”s. HabĆa hasta un intĆ©rprete, Juan de Torres, pues estaban convencidos de que los barcos llegarĆan a Asia, juntĆ”ndose entre las tres carabelas a unos 120 hombres. El sueldo que se les habĆa prometido no era escaso: 4.000 maravedĆes por el viaje, unos 15.000 euros al cambio actual. Los tripulantes de la Santa MarĆa, habĆan venido con Juan de la Cosa y eran principalmente cĆ”ntabros y vascos, los de la Pinta y la NiƱa eran andaluces. Ninguno de ellos imaginaba que aquel viaje se convertirĆa en la mayor aventura que un marino hubiera vivido antes.
El viernes 3 de Agosto de 1492, media hora antes de salir el sol, ColĆ³n dio la orden de partida, gritando con aire de triunfo:
«¡En nombre de Jesucristo, partamos! »
Y la pequeƱa flota fue a situarse en la barra de Saltes, isla formada por dos brazos del Odiel frente a Huelva. A las ocho de la misma maƱana emprendieron desde allĆ rumbo a las islas Canarias, y muchos de los que con pena les vieron hacerse a la vela, creĆan que no volverĆan a verlos de nuevo.
El puerto de La Gomera.
No todos los que se han embarcado en la aventura estĆ”n contentos, ni navegan con ilusiĆ³n. Algunos, como GĆ³mez RascĆ³n o CristĆ³bal Quintero, propietarios de la Pinta, eran contrarios a lo que consideraban una locura, y solo aceptaron porque fueron presionados y coaccionados a hacerlo. (No estĆ” muy claro cĆ³mo ni por quĆ©) Por eso, cuando antes de llegar a las islas Canarias, el timĆ³n de este barco se rompiĆ³, ColĆ³n sospechaba que habĆa sido un sabotaje para que los dejaran allĆ. MartĆn Alonso, autentico lobo de mar, consiguiĆ³ darle un apaƱo amarrando unas cuerdas, intentando asĆ que pudieran llegar a las islas. DĆas despuĆ©s vuelve a romperse, pero ya estĆ”n cerca. Tenerife estĆ” ya a la vista, y los hombres se estremecen al ver cĆ³mo el Teide lanza gran cantidad de humo.
MartĆn Alonso llega a Gran Canaria y allĆ se aprovisiona de vĆveres para dar el salto definitivo y adentrarse en el AtlĆ”ntico. ColĆ³n marcha a la Gomera donde conseguir un nuevo barco para sustituir a la Pinta, pero la cosa estĆ” difĆcil, y mientras sigue buscando, unos hombres le cuentan algo inquietante. SegĆŗn aquellos hombres, unos barcos portugueses han sido avistados alrededor de las islas para luego seguir rumbo al oeste. ¿Les hacĆan los portugueses la competencia a ColĆ³n? ¿Lo habĆan estado espiando? Pero no serĆa esa la Ćŗnica historia que ColĆ³n oirĆa a los isleƱos:
«Juraban muchos hombres honrados espaƱoles que cada aƱo veĆan tierra al Oeste de las Canarias, que es al Poniente; y otros de la Gomera afirmaban otro tanto con juramento.»
Por lo visto, en las islas abundan las historias de barcos que se adentran en el ocĆ©ano y avistan tierra, o de expediciones que intentan llegar a ella. CuĆ”nto habĆa de verdad o de fantasĆa en aquellas historias era imposible saberlo.
La bahĆa de La Gomera estaba considerada la mejor de todas las islas y, ademĆ”s, era el puerto mĆ”s seguro. ColĆ³n era conocedor de estas cualidades y por eso lo eligiĆ³ para su avituallamiento. AdemĆ”s, conocĆa a Beatriz de Bobadilla, seƱora y gobernadora de La Gomera y El Hierro, quien lo recibiĆ³ encantada y le facilitĆ³ cuanto avituallamiento necesitaba. Seguramente se habĆan conocido en Castilla, lugar de donde ella procedĆa. La Pinta es finalmente arreglada y a la NiƱa se le consigue nuevas velas, mĆ”s eficaces y seguras que las que venĆan montadas desde Palos. El 6 de septiembre las tres carabelas zarpan desde el puerto de La Gomera y se adentran hacia lo desconocido, buscando los vientos alisios, que encuentran dos dĆas mĆ”s tarde. ColĆ³n marca el rumbo: hacia el oeste.
La Ćŗltima isla, El Hierro, se pierde de vista definitivamente, y es cuando el Ć”nimo de los marineros comienza a flaquear. Poco a poco, va apareciendo el miedo, pues los barcos se adentran mĆ”s y mĆ”s, hacia un ocĆ©ano inmenso, hacia un destino que nadie conoce. Comienzan a hablar entre ellos. Todas las historias sobre tierras avistadas, son solo producto de fantasĆas, despuĆ©s de varios dĆas nadie avista nada. El mar terminarĆ” devorĆ”ndolos. ColĆ³n comienza a ser consciente del Ć”nimo de su tripulaciĆ³n e intenta darles Ć”nimos. Para ello, nada mejor que prometerles riquezas una vez descubiertas las tierras que van buscando y que Ć©l les asegura que existen.
«AĆŗn tendremos que navegar algunas millas mĆ”s, de momento solo hemos recorrido 15.»
No era cierto, los vientos alisios les habĆan facilitado recorrer muchas millas mĆ”s, pero ColĆ³n preferĆa ocultarles ese dato. Esta doble contabilidad la mantendrĆa durante todo el viaje. La tripulaciĆ³n nunca debĆa saber la enorme distancia que cada vez los iba separando de la Ćŗnica tierra conocida por ellos. Pero la tripulaciĆ³n no es la Ćŗnica preocupada. El mismo ColĆ³n hace un descubrimiento que lo deja atĆ³nito. En medio del ocĆ©ano, donde solo hay cielo y agua, en la mĆ”s absoluta soledad, todo parece comportarse de forma diferente, hasta la aguja de la brĆŗjula, que parece haberse vuelto loca. La brĆŗjula no los dirige hacia la estrella Polar, sino hacia un rumbo desconocido. JamĆ”s le habĆa ocurrido nada parecido. ¿QuĆ© estaba pasando?
Los misterios del ocƩano
En resumidas cuentas, para la latitud tenemos dos puntos fijos en la tierra: el polo norte y el polo sur. Pero para la longitud no tenemos nada. Tanto CristĆ³bal ColĆ³n como los cosmĆ³grafos de la Ć©poca pensaban resignadamente que aquello era un “lĆmite al conocimiento humano puesto por la Providencia”. Con el tiempo, esa resignaciĆ³n dejĆ³ de existir y hubo quien se enfrascĆ³ en la difĆcil tarea de encontrar ese punto fijo que sirviera como referencia para medir la longitud. Y aunque paĆses como EspaƱa, Francia, Portugal o Inglaterra ofrecieron recompensas para quien lo encontrara, nunca nadie dio con Ć©l. Solo el paso de los aƱos y los descubrimientos dio lugar a las nuevas tecnologĆas que consiguieron dividir la tierra en paralelos y poder por fin geolocalizarnos de este a oeste.
El mar de los Sargazos
Llevaban diez dĆas de viaje y gracias a los vientos favorables ya habĆan recorrido 300 leguas, unos 1.500 kilĆ³metros. Fue cuando se encontraron con aquella inmensa extensiĆ³n de hierba en medio del mar. LĆ³pez de GĆ³mara contaba: «TopĆ³ tanta yerba que parecĆa prado y les puso gran temor». Era el mar de los Sargazos, donde una gran parte del ocĆ©ano se cubre de algas. Nadie de los que en aquellos barcos viajaban se habĆan encontrado en su vida con algo semejante. Y todos temĆan lo mismo, estar navegando por aguas poco profundas y que sus naves embarrancaran. El almirante, capitĆ”n y jefe superior de aquella expediciĆ³n, don CristĆ³bal ColĆ³n, estaba sin embargo tranquilo. Y mĆ”s aĆŗn, una gran alegrĆa le embargaba todo su cuerpo. Aquella era la zona donde el mar estaba repleto de algas, que mĆ”s que mar parecĆa una extensa pradera sobre tierra firme. El mar misterioso del que le habĆan hablado. ¿O quizĆ”s ColĆ³n habĆa estado ya allĆ?
Las tres carabelas - Gustav Adolf |
En medio de un mundo rodeado de agua con el cielo como techo, en la soledad mĆ”s absoluta, ColĆ³n miraba hacia arriba y contemplaba las estrellas. Era extraƱo, pues habĆa navegado infinidad de millas a travĆ©s de muchos mares, y sin embargo nunca habĆa sentido aquella sensaciĆ³n. Era como si de pronto se encontrara en un mundo diferente, donde la lĆ³gica habĆa dejado de existir, un mundo de misterio. Una mezcla de miedo y fascinaciĆ³n lo embargaban. Contemplaba la osa menor, allĆ estaba la estrella Alfa, la que todos llamaban Polar, marcando el norte y sirviendo de referencia como el rumbo a seguir. Y sin embargo, la brĆŗjula parecĆa no reconocerla. DebĆa ser la media noche, pasadas las doce. Esa era la hora que marcaba la osa menor, ese reloj natural que el Todopoderoso habĆa colocado en el firmamento y que ademĆ”s servĆa como ayuda para navegar. Dios habĆa creado la osa menor con su estrella que marcaba el norte, el hombre habĆa creado la brĆŗjula, complemento ideal, pero que en medio de aquel misterioso ocĆ©ano habĆa dejado de serlo.
La osa menor da un giro completo cada 24 horas, por lo tanto, los navegantes sabĆan interpretar muy bien aquel giro, debido a la rotaciĆ³n de la tierra, cuya cola de la osa servĆa como si fuera la aguja corta de un reloj. SĆ³lo hay una diferencia, la cola de la osa gira en direcciĆ³n opuesta a las agujas y solo da un giro cada 24 horas, mientras que la aguja corta del reloj da dos. Pero los marinos averiguaban casi a la perfecciĆ³n las horas durante la noche. La estrella Alfa, que ya en tiempos de ColĆ³n marcaba el norte celeste (a travĆ©s de los tiempos han sido otras), se desvĆa varios grados con respecto al polo norte magnĆ©tico. Actualmente se desvĆa un grado, pero en el aƱo 1492 se desviaba unos 3 grados. Esto lo sabĆan muy bien los navegantes que preparaban las brĆŗjulas para que les marcara el norte exacto. Por lo tanto, aunque la estrella Polar girara durante la noche y el dĆa, sus brĆŗjulas no se equivocaban. ¿No se equivocaban? Hasta ahora. ColĆ³n tomaba nota de todos los errores, pero no entendĆa quĆ© era lo que pasaba.
En aquella Ć©poca, no habĆa forma de determinar la longitud geogrĆ”fica y tampoco se sabĆa de quĆ© forma se comportaba la aguja de la brĆŗjula, dependiendo de esa longitud. Es decir, los navegantes sabĆan en todo momento en quĆ© latitud se encontraban tomando como referencia el ecuador de la tierra, los polos y la altitud de las estrellas. Por lo tanto, navegar de norte a sur o viceversa no era un problema. Pero navegar de este a oeste era mĆ”s complicado. Para la latitud tenĆan el cielo como referencia, si te mueves de arriba abajo, la polar y demĆ”s estrellas se ven mĆ”s bajas. Si vas hacia arriba, se ven mĆ”s altas. Utilizando aparatos como el astrolabio averiguabas con precisiĆ³n la latitud. Pero viajando en “horizontal”, segĆŗn gira la tierra, no tenemos nada que nos indique dĆ³nde estamos, las estrellas y el sol estarĆ”n siempre a la misma altitud, el astrolabio no sirve para posicionarnos y medir la longitud. ¿Entonces, cĆ³mo viajaban los marinos de este a oeste o de oeste a este sin perderse? Muy fĆ”cil, aunque dando algunos rodeos:
Imaginemos que queremos viajar desde el punto A al punto C. El punto donde nos encontramos, el A, se encuentra en latitud mĆ”s alta que el punto C. Pero se encuentra mĆ”s al oeste, en una longitud diferente, a una distancia indeterminada, sea la que sea, pero como es imposible medir las coordenadas nos vamos a perder. SoluciĆ³n: buscamos un punto B que estĆ© en la misma latitud que nuestro destino final. AsĆ que primero bajamos al punto B y luego cogemos una lĆnea recta hasta llegar a nuestro destino, porque conociendo los vientos y las corrientes era la forma mĆ”s efectiva de encontrarlo.
En resumidas cuentas, para la latitud tenemos dos puntos fijos en la tierra: el polo norte y el polo sur. Pero para la longitud no tenemos nada. Tanto CristĆ³bal ColĆ³n como los cosmĆ³grafos de la Ć©poca pensaban resignadamente que aquello era un “lĆmite al conocimiento humano puesto por la Providencia”. Con el tiempo, esa resignaciĆ³n dejĆ³ de existir y hubo quien se enfrascĆ³ en la difĆcil tarea de encontrar ese punto fijo que sirviera como referencia para medir la longitud. Y aunque paĆses como EspaƱa, Francia, Portugal o Inglaterra ofrecieron recompensas para quien lo encontrara, nunca nadie dio con Ć©l. Solo el paso de los aƱos y los descubrimientos dio lugar a las nuevas tecnologĆas que consiguieron dividir la tierra en paralelos y poder por fin geolocalizarnos de este a oeste.
Este desconocimiento de las longitudes, sin embargo, no tenĆa nada que ver, con que la brĆŗjula estuviera descontrolada. Lo que estaba ocurriendo, es que ColĆ³n habĆa cruzado una lĆnea, hasta ahora desconocida, en la que el magnetismo terrestre no se comportaba de la misma manera, algo de lo que ColĆ³n estaba siendo su descubridor, aunque no pudiera comprender por quĆ© ocurrĆa.
Diario de a bordo de ColĆ³n:
13 de septiembre
«Al comienzo de la noche las agujas noroesteaban, y a la maƱana nordesteaban algĆŗn tanto».
17 de septiembre:
«Tomaron los pilotos el Norte, marcĆ”ndolo, y hallaron que las agujas noroesteaban una gran cuarta, y temĆan los marineros y no decĆan de quĆ©. ConociĆ³lo el Almirante; mandĆ³ que tornasen a marcar el Norte en amaneciendo, y hallaron que estaban buenas las agujas. La causa fue porque la estrella parece que hace movimiento y no las agujas».
Estas son las anotaciones de ColĆ³n, que comprobaba noche y dĆa las anomalĆas de las brĆŗjulas con respecto a las estrellas. La explicaciĆ³n estĆ” en el magnetismo terrestre. El nĆŗcleo de la tierra es una gran bola de hierro del tamaƱo de la luna, un imĆ”n gigante, donde sus polos positivos y negativos no se encuentran exactamente en los polos geogrĆ”ficos, sino desviados algunos grados. En la actualidad, el polo norte magnĆ©tico se encuentra desviado unos 1.600 kilĆ³metros de distancia del polo geogrĆ”fico. Pero eso no es todo. El magnetismo terrestre es increĆblemente activo. Baste decir que los polos llegan a invertirse, algo que, eso sĆ, sucede en periodos de unos 300.000 aƱos. En la actualidad, el verdadero polo norte magnĆ©tico se encuentra en el sur y viceversa, por lo tanto, el polo que realmente seƱalan las brĆŗjulas, es el polo sur.
Tanta actividad, hace, ademĆ”s, que la intensidad magnĆ©tica no sea uniforme por todo el planeta. Existen las llamadas lĆneas agĆ³nicas, en las que la brĆŗjula seƱala exactamente el polo geogrĆ”fico. Una de esas lĆneas fue la que cruzaron las carabelas el dĆa 13 de septiembre. Las brĆŗjulas de los tres barcos seƱalaban el norte geogrĆ”fico con exactitud y por eso creĆan que la marcaciĆ³n no era correcta. Nadie podĆa plantearse la posibilidad de que todas las brĆŗjulas se hubieran estropeado a la vez. Hubo otras observaciones y descubrimientos, producto de la fina observaciĆ³n de los cielos que ColĆ³n hacĆa. Por ejemplo, que la estrella polar no estĆ” exactamente en el centro de lo que aparentemente es el eje del cielo, por lo tanto, segĆŗn se mueve la tierra, la estrella tambiĆ©n se desvĆa. Sin embargo, nada de lo que manda sobre las leyes fĆsicas y el magnetismo terrestre podĆa entenderse hace 500 aƱos. Era como si ColĆ³n hubiera hecho sus descubrimientos demasiado pronto, adelantĆ”ndose a su tiempo.
A todas estas inquietudes viene a sumarse el encuentro de los restos de un naufragio. De repente encuentran flotando en las aguas el palo de la vela de un navĆo. ¿Restos de los barcos portugueses que les habĆan mencionado en La Gomera? Imposible saberlo, pero no presagiaba nada bueno. Por la noche, un nuevo susto: «CayĆ³ del cielo —cuenta Hernando ColĆ³n— una maravillosa llama de fuego» a pesar de que el tiempo estaba en calma. Un meteorito o estrella fugaz, quizĆ”s como no habĆan visto nunca. Nada que debiera alarmarlos en condiciones normales, pero que allĆ, en medio del ocĆ©ano les causaba terror. No acabarĆan aquĆ las sorpresas y las cosas extraƱas. El 16 de septiembre, las aguas aparecen, segĆŗn Hernando ColĆ³n, llenas de «manadas de hierba muy verde».
El mar de los Sargazos
Llevaban diez dĆas de viaje y gracias a los vientos favorables ya habĆan recorrido 300 leguas, unos 1.500 kilĆ³metros. Fue cuando se encontraron con aquella inmensa extensiĆ³n de hierba en medio del mar. LĆ³pez de GĆ³mara contaba: «TopĆ³ tanta yerba que parecĆa prado y les puso gran temor». Era el mar de los Sargazos, donde una gran parte del ocĆ©ano se cubre de algas. Nadie de los que en aquellos barcos viajaban se habĆan encontrado en su vida con algo semejante. Y todos temĆan lo mismo, estar navegando por aguas poco profundas y que sus naves embarrancaran. El almirante, capitĆ”n y jefe superior de aquella expediciĆ³n, don CristĆ³bal ColĆ³n, estaba sin embargo tranquilo. Y mĆ”s aĆŗn, una gran alegrĆa le embargaba todo su cuerpo. Aquella era la zona donde el mar estaba repleto de algas, que mĆ”s que mar parecĆa una extensa pradera sobre tierra firme. El mar misterioso del que le habĆan hablado. ¿O quizĆ”s ColĆ³n habĆa estado ya allĆ?
El mar de los Sargazos solo decĆan haberlo visto unos pocos, y uno o varios de ellos se lo habĆa contado a ColĆ³n. QuizĆ”s Ć©l mismo -quiĆ©n sabe- ya habĆa estado allĆ en alguna ocasiĆ³n. El caso es que, mientras la tripulaciĆ³n estaba horrorizada, Ć©l estaba muy tranquilo. Y para hacer desaparecer el horror de sus hombres, mandĆ³ arrojar una sonda que comprobara la profundidad de las aguas. Y efectivamente, habĆa mucha profundidad y no habĆa peligro de encallar. Los hombres se calman. Al dĆa siguiente las algas han desaparecido. El agua, segĆŗn comprobaban al probarla, era menos salada, quizĆ”s estaban cerca de tierra. Entonces hacen un nuevo descubrimiento. Una bandada de pĆ”jaros.
El 18 de septiembre, en la Pinta creen ver tierra, pero no pueden confirmarlo. Al final, solo eran unas nubes. Llevan ya once dĆas de viaje, cualquier cosa que signifique que puede haber tierra cerca los alegra, como unos pequeƱos pĆ”jaros que se han posado en un mĆ”stil. Pero cualquier seƱal que haga pensar que todo va mal los inquieta y el nerviosismo corre como la pĆ³lvora, como ver que el viento siempre sopla hacia un lado. ¿QuĆ© ocurrirĆ” si no cambia y no podemos volver? Pero los pajarillos solo pueden significar que la tierra estĆ” muy cerca y una gran alegrĆa se apodera de los tres barcos. Era el dĆa 20 de septiembre. Pero al dĆa siguiente, en vez de tierra, se encontraron nuevamente con las algas, esta vez mĆ”s espesas con peligro de quedar atrapados. Los pĆ”jaros siguen llegando a los mĆ”stiles, pero la tierra no aparece por ninguna parte, y la navegaciĆ³n se hace cada vez mĆ”s difĆcil debido a las algas. La tripulaciĆ³n murmura y los Ć”nimos estĆ”n ya por los suelos.
La mayorĆa cree que ColĆ³n es un loco que los lleva a una muerte segura y muchos proponen arrojarlo por la borda y dar media vuelta. El motĆn es inminente. Pero aquella tarde, la voz de PinzĆ³n sonĆ³ como mĆŗsica celestial en los oĆdos de todos gritando «¡tierra, tierra!». Era el 25 de septiembre. ColĆ³n se salva del motĆn, de momento. Aquel mismo dĆa se habĆa reunido con PinzĆ³n para examinar un mapa. Los dos coincidĆan en que debĆan hallarse en un punto en concreto, justo donde habĆa dibujadas unas islas, a unas 470 leguas de las Canarias (unos 2.300 kilĆ³metros). Ya deberĆan haberse topado con ellas. ColĆ³n estaba seguro de haberse desviado del rumbo, quizĆ”s por las anomalĆas en las brĆŗjulas los dĆas pasados. Y al atardecer escuchaba cĆ³mo todos gritaban de jĆŗbilo mientras miraban a lo lejos lo que efectivamente parecĆa una masa de tierra.
«PĆŗsose el Almirante de rodillas, entonando el Gloria in excelsis Deo, y le imitaron PinzĆ³n y su gente, asĆ como la tripulaciĆ³n de la Santa MarĆa, mientras los marineros de la NiƱa, subidos al mĆ”stil de su buque, repetĆan que se veĆa tierra en lontananza.»
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