Urraca y el Batallador 2

Arzobispo Gelmírez
Rebelión en Galicia

Urraca enviudó cuando tenía veintiocho años, y debía ser una mujer valerosa y con carácter, cuando su padre no dudó en ponerla al frente del gobierno de Galicia ejerciendo las mismas funciones que su marido antes de morir. No era pues ninguna principiante en asuntos de gobierno, nuestra Urraca. Sin embargo, León no necesitaba en aquellos momentos a alguien entendido en política, sino a un experto en el arte de la guerra. Los almorávides no tardarían en sitiar Toledo y no pararían los ataques contra el reino. Era imprescindible que Urraca se casara con alguien de confianza y que hiciera frente a los moros con total garantía. 

Urraca había salido inmediatamente de Galicia, al enterarse de la tragedia de su hermano. La acompañaban el arzobispo Gelmírez con sus huestes; Alfonso se encontraba en Segovia y allí se encontraron, aunque no se sabe si fue allí mismo donde le comunicó su decisión de dejarla a ella a cargo del reino, pero parece claro que fue aquel invierno cuando se llevaron a cabo las deliberaciones para dejarlo todo preparado antes de que la deteriorada salud del rey empeorara.

Uno de los candidatos fue el magnate y alférez de Alfonso, Gómez González. Este Gómez, era además, el amante de Urraca. Pero esta elección no debió convencer a la mayoría y buscaron a otro pretendiente. Los requisitos que debía reunir el caballero eran: ser valiente, excelente guerrero, poderoso, de buena familia y de confianza. Y a ser posible, que con su sola presencia hiciera temblar a un ejército moro entero. De esa clase de guerreros solo habían existido dos, recientemente, el Cid y su propio padre, Alfonso VI. ¿Había algún otro en tierras cristianas en aquel preciso momento? Sí, lo había.

Al este de la península un poderoso guerrero se jugaba la vida día tras día luchando contra la amenaza musulmana. Desde el año 1105 en que se plantó en Ejea y Tauste, no había parado de avanzar y luego vinieron El Castellar y Balaguer. Luego, en 1107 caería Tamarite. En definitiva, este guerrero estaba conquistando, paso a paso, el reino de Zaragoza, donde los almorávides ya tenían gran influencia sobre sus habitantes y un pacto con su rey. Y todo al frente de un ejército de reducidas dimensiones pero mucho mejor organizado que los sarracenos y apoyado por cruzados del otro lado de los Pirineos. Era justamente el tipo que los leoneses buscaban, porque además de excelente guerrero, era rey. ¿Quién era este fantástico caballero? Alfonso I de Navarra y Aragón, el rey Cruzado.

Cuentan que durante la conquista de Ejea y Tauste, este rey, junto a otros seis cruzados de Flandes, terminaron rodeados de enemigos. Algunos de ellos acabaron muertos, y Alfonso de Aragón, lejos de acobardarse, se armó de coraje y luchó como nunca, blandiendo su espada como nadie había visto jamás, matando enemigos a diestro y siniestro, como si de un semidiós mitológico se tratara. Alfonso consiguió abrir paso, y finalmente la victoria fue cristiana. Zaragoza estaba cada vez más cerca de ser aragonesa, y esto iba a ser un serio revés para las expectativas de los almorávides. Por eso, si antes había sido el Cid o Alfonso VI de León, ahora era Alfonso I de Aragón el que despertaba terror, nada más escuchar su nombre. Eso fue lo que ocurrió, cuando se corrió la noticia de que Alfonso I venía a Toledo a casarse con la hija del rey de León. La ciudad ya estaba sitiada, y aunque Alfonso no se dejó ver por allí, levantaron el cerco y se marcharon a otra parte, a Madrid, concretamente, aunque allí tampoco no tuvieron éxito y pensaron que lo mejor era volverse al sur, por si acaso.

La boda no podía retrasarse y se celebró inmediatamente después de la muerte de Alfonso VI en el castillo de Monzón de Campos, en Palencia. Como padrino, allí estaba el veterano Pedro Asúrez, uno de los principales magnates del reino y muy allegado al difunto rey. Y ya tenemos unidos en santo matrimonio a doña Urraca I de León y a don Alfonso I de Aragón. La defensa de ambos reinos estaba en buenas manos pero, es que aquella unión significaba mucho más que eso. Aquel matrimonio de conveniencia –una conveniencia extrema-, podía dar un cambio radical a la historia de España. Aquello era más que un matrimonio, aquello era un contrato para unir a todos los reinos cristianos en uno solo. Una superpotencia para hacer frente a la amenaza musulmana.

Entre las cláusulas de dicho contrato había dos que eran las que darían un verdadero vuelco a los reinos cristianos. Una de ellas decía que: El hijo que naciera de dicha unión heredaría todos los reinos. Y la otra que: si uno de ambos cónyuges fallecía, el que quedara vivo heredaría los reinos del otro. En principio no era mala idea, pero como nunca llueve a gusto de todos, pronto habría reacciones en contra. ¿Quiénes se oponían? Vayamos por partes. Tenemos en primer lugar a una parte de la nobleza, que teme que con el nuevo super reino mermen sus poderes, sobre todo en Galicia, que con Urraca y Raimundo habían conseguido muchas competencias. Luego estaba la Iglesia, con la mayor parte de los clérigos leoneses de origen francés, traídos por la reina Constanza, cuya forma de organizarse no cuadraba demasiado con Alfonso de Aragón, con unas ideas demasiado “cruzadas” para ellos. Y por otra parte tenemos en Portugal a Enrique y Teresa, que no ven con buenos ojos ni el matrimonio ni la fusión de los reinos. Todos recelan y temen por sus propios intereses.

La rebelión estalló en Galicia, porque, además, había un asunto que había quedado pendiente de resolver, quizás Alfonso, muy delicado de salud en aquel momento, no lo tuvo en cuenta. ¿De qué asunto estamos hablando? De los hijos de Urraca, Alfonso y Sancha, nacidos de su matrimonio con Raimundo. Alfonsito Raimundez tenía en ese momento cuatro años, y según unos acuerdos firmados por su abuelo Alfonso VI, si Urraca volvía a casarse, él heredaría Galicia. Pues bien, Urraca ya estaba casada de nuevo, luego Galicia era suya, y los aristócratas gallegos reclamaban ese derecho. Nadie cree que lo hicieran reclamando los derechos del niño, sino por sus propios intereses, ya que, puesto Alfonsito en el trono -con su respectivo regente-, los nobles podían manejar los hilos de Galicia a su antojo.

Pero con el nuevo contrato, todos los reinos estaban unidos y sus pretensiones quedaban anuladas, así que un tal Pedro Froiláz, conde de Traba, se puso a la cabeza de la revuelta. ¿Quién era este Pedro Froiláz? En aquellos momentos era el hombre más poderoso de Galicia, cuyo poder había crecido a la sombra de Urraca y Raimundo, que habían confiado en él y hasta le habían encargado la crianza de su hijo Alfonso. Casada Urraca de nuevo, se apresuró a proclamar al pequeño Alfonso rey de Galicia. No fueron pocos los condes gallegos que apoyaron el golpe de estado, pero aún había una persona a la que era necesario convencer para que actuara en su favor, un sabio e influyente clérigo, respetado por todos los gallegos, el arzobispo Gelmírez. Este clérigo, siempre había sido fiel a Urraca y hasta se hacía cargo de la educación del pequeño Alfonso. A Gelmírez acudieron para que apoyara la coronación del niño; pero precisamente, y a pesar de que él era quien mostraba su más firme rechazo al matrimonio entre Urraca y el aragonés, era su fidelidad hacia ella lo que le impedía actuar. Gelmírez se mantendría neutral en aquel espinoso asunto.

Pero no todo el mundo se oponía a aquel matrimonio de conveniencia ni todos estaban en contra de la unión de reinos. Pedro Ansúrez, su padrino de bodas, era uno de los principales defensores de la unión, y eso le costó más de un disgusto en la corte de Toledo hasta el punto de que el nuevo rey Alfonso tuvo que intervenir en su favor. En Galicia, a pesar de la revuelta, Urraca y Alfonso también tenía sus defensores. En aquella parte de la península, no solo había grandes condes, sino, pequeños condes también, no tan poderosos ni influyentes; y lo que temían estos era precisamente que los grandes se hicieran más grandes y ellos siguieran menguando. Cada cual, arrimando el ascua a su sardina. Estos pequeños nobles no solo dieron la espalda a Pedro Froiláz, sino que constituyeron una hermandad para proteger los derechos de la única que ellos consideraban su reina, Urraca. El orgulloso conde, no obstante, pensó que no los necesitaba y siguió adelante con su desafío. La cosa se caldeaba por momentos. 

Era hora de actuar y Alfonso y Urraca en persona se plantaron en Galicia con sus ejércitos. Fue en el mismo centro de Galicia, en Monterroso, donde tuvo lugar el enfrentamiento. Alfonso había venido hasta Galicia muy cabreado. Precisamente venía de Toledo de organizar tropas para la defensa de la capital y no le hacía ninguna gracia estar perdiendo el tiempo con aquellos condes de tres al cuarto, cuando podía estar combatiendo a los moros que eran el verdadero peligro en común de todos los cristianos. Así que, cuando los tuvo enfrente, embistió contra ellos y los barrió literalmente. Y aquí vendría la primera pelea del recién casado matrimonio. A Alfonso, parece ser que se le fue la mano, cosa que no fue del agrado de Urraca. Así que, Alfonso tendría que aguantar el mal humor de su mujer durante algún tiempo. 

Pero rey cruzado no estaba ni para pérdidas de tiempo ni para aguantar caras largas. Allá, en Zaragoza, un lugar de vital interés para Alfonso, acaba de ocurrir algo que acaparaba de momento todo su interés, el rey al-Mustaín acababa de morir. No murió de enfermedad, sino a manos de los aragoneses. ¿Cómo ocurrió? En Zaragoza, los partidarios de los almorávides cada vez presionaban más a su rey para que se uniera a ellos definitivamente, ya que, de momento, solo había pactos. Al-Mustaín decidió entonces hacer una exhibición de poder para demostrar que no necesitaban a los almorávides para defenderse de los cristianos, a pesar de que su reino se iba quedando cada vez más pequeño. El caso es que decidió hacer algunas incursiones por el sur de Pamplona, donde arrasó con todo lo que se le puse delante e hizo un gran botín. Y a su regreso, cuando todo parecía haber salido a pedir de boca, se encontraron con unas tropas aragonesas que los andaban buscando. En el enfrentamiento, los zaragozanos fueron derrotados y su rey murió allí mismo.

Mientras tanto, Alfonso estaba muy lejos de allí, por culpa de unos condes avariciosos. El asunto era bastante serio, pues tal como Alfonso se temía, los almorávides no tardaron en entrar en Zaragoza, una plaza estratégica que él ambicionaba y que andaba tras ella hacía tiempo, ahora ocupada por los almorávides. Un contratiempo más, en la conquista de Zaragoza, donde subiría al trono Abd al-Malik, hijo del difunto al-Mustaín, al cual no le quedaría más remedio que abrirle las puerta a los almorávides de par en par.


Parientes lejanos

Después de un año de casados, los problemas del super reino, y por consiguiente, del matrimonio, lejos de arreglarse, van empeorando, Veamos por qué. Para empezar, Urraca no se queda embarazada, no llegaba el heredero que en un futuro debía hacerse cargo de todo, y eso estaba dando mucho que hablar, pues Urraca había parido dos veces y él, un hombretón tan bravo… cómo es que no… en fin. Luego estaban los que traían y llevaban chismes de un lado para otro, pues según esas afiladas lenguas, Urraca no dejaba de verse con su amante Gómez González.

Por si fuera poco, el arzobispo de Toledo, Bernardo de Sauvetat, se presenta a hacerle una visita a Urraca para darle una mala noticia: el papa Pascual II les comunica que la pareja ha cometido “concubitus illicitus”. O sea, que se han casado siendo parientes, y por tal cosa pueden ser excomulgados. Lo cierto es que, el casamiento entre parientes era de lo más común entre reyes y dependiendo del grado de parentesco era relativamente fácil obtener la dispensa papal, y Urraca y Alfonso tenían un grado de consanguinidad muy lejano: ambos tenían en común a su bisabuelo Sancho el Mayor. Pero la Iglesia tenía demasiados intereses en juego y querían deshacer aquel matrimonio agarrándose a lo que tuvieran a mano por pequeño que fuera. Con la Iglesia hemos topado.

Ya hemos dicho con anterioridad que la Iglesia castellano-leonesa estaba muy influenciada por los borgoñones franceses que había traído hasta aquí la reina Constanza. Sus costumbres, muy al estilo europeo, les permitía disfrutar de grandes poderes y señoríos, sobre todo a lo largo del Camino de Santiago. Y he aquí que la política navarro-aragonesa era que a lo largo de este camino fluyeran abundantes villas a las que inmediatamente se les reconocían sus fueros y derechos ajenos al poder señorial y eclesiástico. O lo que es lo mismo, los pueblos que nacían al margen del Camino no pagarían un céntimo a la Iglesia, y esa entrada de ingresos era demasiado suculenta para dejarla escapar. De momento, el matrimonio haría caso omiso a la advertencia y seguirían adelante con sus proyectos.

Más problemas. Alfonso renueva su gobierno, cosa por otra parte normal. El rey quería tener cerca de él a su gente de confianza, aunque no tuvo problema en mantener a veteranos castellano-leoneses como Alvar Fáñez o Pedro Ansúrez. Pero muchos otros que fueron destituidos se sintieron heridos en su orgullo y no tardaron en trasladar sus quejas a Urraca, con la que, por cierto, Alfonso no había contado a la hora de hacer los arreglos. Y ya tenemos a la reina de nuevo con un humor de perros.

Y ante tanta contrariedad, nuestra querida pareja decide hacer un acto de conciliación con todo el mundo. Alfonso se va a Toledo a gobernar y Urraca se da una vuelta por Aragón y Navarra, para que vayan conociéndola y vean lo buena moza y lo simpática que es. Pero en su afán de hacer un gesto de buena voluntad se pasó de la raya. Al pasar por Olite, supo que había en aquella localidad unos presos moros. Hombres de al-Mustaín que habían sido hechos prisioneros durante el combate en el que su rey murió. Urraca decidió que de nada servían estando encerrados y los dejó libres previo pago de un rescate. El caso es que Alfonso seguramente tenía otros planes para aquellos prisioneros, usarlos como rehenes o moneda de cambio en determinado momento, o Dios sabe qué, el caso es que montó en cólera. Alfonso debía ser más áspero que el esparto y más terco que una mula porque apenas se hubo enterado de la puesta en libertad de los prisioneros mandó en la torre del castillo de El Castellar.

Al cuarto día de hallarse Urraca encerrada, sus fieles Pedro Ansúrez y Pedro González, además de su amante Gómez González, se dispusieron a rescatarla. Y lo hicieron al más puro estilo de cuento de hadas medieval, escalando la torre en medio de la noche para luego meterla a ella en una cesta y deslizarla con una cuerda. Junto a sus tres libertadores, Urraca escapa hacia Burgos. Esta me la vas a pagar –debió pensar Urraca-, así que reúne unas tropas y se va en busca de Alfonso, que no necesitaba que se lo dijeran dos veces para liarse a dar tortas. Las tropas de Alfonso arrasaron y fueron tomando ciudades; aquello fue una invasión de tierras castellanas en toda regla. Pero, detengámonos un momento. ¿Por qué encerró Alfonso realmente a Urraca y a qué venía este enfrentamiento tan aparentemente absurdo?

La tradición cuenta que fue por la metedura de pata con la puesta en libertad de los moros, crónicas que vienen de la parte gallega, donde menos tragaban a Alfonso, y cuentan incluso que le dio una paliza. Pero si profundizamos un poco más en el tema vemos que la cosa fue calentándose, como hemos visto, poco a poco. Los nobles gallegos, a pesar de la derrota que habían sufrido, seguían en pie de guerra. La Iglesia los atosigaba amenazando con anular su matrimonio. Alfonso quería arreglarlo todo a base de palos y Urraca intentaba poner un poco de orden escuchando a cuantos venían a calentarle la cabeza; y los nobles castellanos estaban cada vez más insoportables. Hubo hasta una conspiración donde se hizo correr la voz de que la reina había ordenado que en todas las fortalezas de Castilla no se obedecieran las órdenes de Alfonso Quizás aquel desliz de la reina poniendo en libertad a los moros fue únicamente la gota que colmó el vaso para que su marido enfureciera. La guerra civil ya estaba servida, y fue cuando el aragonés ordenó que la encerraran en El Castellar, declarándola incapaz para gobernar.

Los reinos cristianos al completo están divididos entre partidarios y detractores de Alfonso, todos, como ya se ha visto, dependiendo de los intereses que les convenía defender. Los nobles gallegos, por ejemplo, no cejan en su empeño y vuelven a la carga, esta vez contra los pequeños condes, que defienden al aragonés. Al frente de los grandes, está de nuevo Pedro Froilaz, al cual había derrotado y hecho prisionero Alfonso. Pero seguramente fue Urraca, la que suplicó por su vida y su libertad, y el ambicioso conde estaba libre y con ganas de dar porculo otra vez. Sabe que solo no puede seguir adelante con éxito, así que busca aliados en Portugal: pide ayuda a Enrique de Borgoña y a Teresa, la hermana de Urraca. Pero en Castilla, a Alfonso le salen unos simpatizantes que se hacen llamar los “caballeros pardos”. ¿Y quiénes son estos pardos? Pues, al igual que en Galicia, son los pequeños nobles, que ven cómo la política de Alfonso de Aragón les favorece, al reconocerles sus fueros y no tener que depender de los grandes condes, los cuales, por supuesto, están furiosos. Y la que va a enfurecer más todavía va a ser la Iglesia que ve cómo Alfonso destituye al abad de Sahagún y al arzobispo de Toledo, Bernardo de Sauvetat, aquel que vino a comunicarles que el papa quería anular su matrimonio, o en su defecto, excomulgarles.

Y la cosa irá a más aún. Cuentan que al llegar a Sahagún, le recibieron los vecinos con una especie de manifestación callejera lanzándole objetos y vociferando insultos. ¿Qué hizo Alfonso? Acojonarlos a todos diciendo: «si no desaparecen inmediatamente comenzaré a cortar los colgajos de varón a los hombres y las tetas a las mujeres». Y para que vieran que la cosa iba en serio ordenó saquear el monasterio de la ciudad. Esta vez es Urraca la que monta en cólera y reúne a sus hombres, ella también iba en serio.



La absurda batalla de Candespina

En el ejército reunido por Urraca destacan el veterano y antiguo alférez del rey Alfonso VI Pedro Ansúrez, el cual acompaña a la reina por lealtad, aunque ya hemos visto cómo nunca se había opuesto al matrimonio, así que no es difícil imaginar que no acudía a pelear contra Alfonso de Aragón con demasiado entusiasmo. El que sí marchaba todo entusiasmado era don Gómez González Salvadórez, antiguo amante de doña Urraca, de la cual todavía andaba enamorado, a pesar de que ya se había casado con otra Urraca –Urraca Muñoz-; y allí marchaba, dispuesto a hacer de amante despechado y novio despreciado, y cargarse al marido, si era posible.

Marchaban, además, de parte de Urraca, otros personajes como Fruela Díaz, conde de Astorga, Diego López de Haro, de Vizcaya, Rodrigo Muñoz, conde de Cantabria y Pedro González de Lara. Y atención a este último, porque no puede ver ni en pintura a Gómez González, ya que él también anda enamoriscado de Urraca.

Por su parte, Alfonso de Aragón también se había buscado sus aliados. Con él viene ni más ni menos que Enrique de Borgoña, aquel que una vez aceptó el plan de su primo Raimundo para derrocar a quien se atreviera a suceder a Alfonso VI en el trono. Por lo visto, Enrique había rechazado unirse al rebelde conde gallego Pedro Froilaz. ¿Fue porque se vio influenciado por su mujer, Teresa, que era medio hermana de Urraca? ¿O fue porque la sensatez le hizo ver que un simple conde rebelde nada tenía que hacer contra un rey que estaba demostrando día tras día su imbatibilidad en el campo de batalla? Nada de eso. Fue porque Enrique estaba jugando varias bandas. Ya veremos cómo el astuto conde de Portugal se cambia la camisa según le conviene.

Fue en el campo de Candespina, en Segovia. Allí, en el camino que va de Sepúlveda a Gormaz, Alfonso les salió al paso a las tropas de su esposa. Y allí se libró la batalla, donde las sorprendidas tropas de Urraca, que no los esperaban, se llevaron un buen varapalo en el primer choque. Y en los siguientes no salieron mejor paradas, y Pedro González de Lara viendo el asunto muy feo, decidió retirarse. Las tropas de la reina quedaron entonces en inferioridad, y a partir de ahí todo fue de mal en peor hasta quedar finalmente vencidos. En la refriega perdió la vida el conde Gómez González. Y es por eso que las malas lenguas cuentan que Pedro González no abandonó el combate por miedo, sino porque vio la gran oportunidad de deshacerse de su rival; ahora Urraca quedaba como amante para él solo. Ya fuera por lo que cuentan o por cualquier otra causa, Urraca ordenó que Pedro González fuera encarcelado. Con Gómez González, sin embargo, tuvo un último gesto de reconocimiento, nombrándolo su mejor vasallo.

Mientras tenía lugar la batalla de Candespina, en Galicia la cosa se ponía de nuevo caliente. El castillo del conde Froiláz es sitiado por la hermandad de los pequeños condes afines a Urraca. Dentro del castillo se encuentra el pequeño Alfonso Raimúndez, no olvidemos que el niño está bajo la tutela de este conde. El motivo del cerco es conseguir secuestrar al pequeño para que no sea nombrado rey de Galicia. El arzobispo Gelmírez, que hasta ese momento se ha mostrado neutral en el conflicto, acude al castillo para negociar, ya que no ve razonable las pretensiones de los pequeños nobles. La reacción de estos fue desproporcionada, y viéndose traicionados por Gelmírez atacaron su campamento y a su hueste que hasta allí lo había acompañado. El campamento quedó destrozado y el pequeño Alfonso fue secuestrado.

Después de la batalla, y como todo matrimonio suele hacer después de una buena y reparadora bronca, Urraca y Alfonso se reconciliaron. Aunque, ironías aparte, el motivo obedecía más a la conveniencia de llevar su proyecto a buen puerto. Alfonso, y por lo tanto todos los que le apoyaban a él y a su proyecto político, habían vencido, por lo tanto había que seguir adelante, y puestos a elegir, a Urraca le convenía más estar dentro que fuera de aquel proyecto que había ideado su propio padre, pues algunos “cuervos” comenzaron a merodear por el horizonte. Esta decisión de apoyar a Alfonso vino después de que el conde Pedro Froilaz, e inmediatamente después, su cuñado Enbrique, le hicieran una visita.

Froilaz, aprovechando y creyendo que después del enfrentamiento las cosas estaban definitivamente rotas entre Urraca y Alfonso, vino a informarla de lo acontecido con el pequeño Alfonso, su hijo, que afortunadamente pudo ser rescatado sano y salvo después del secuestro. Después de lo acontecido, el arzobispo Gelmírez decidió apoyar la coronación del niño. Gelmírez no podía permanecer más tiempo ajeno al conflicto. El papa tiene entre manos la anulación del matrimonio de Urraca con Alfonso, por lo que, ella tendría que hacer frente en solitario a los problemas que se presentasen. Lo mejor era que el niño fuera declarado rey de Galicia para más tarde ser también rey de León y Castilla. Era lo mejor para todos, y así quiso hacérselo saber a Urraca, pues no querían que la coronación del pequeño Alfonso se hiciera a espaldas de su madre. El conde Froilaz viene a pedirle que apoye a su hijo, pero Urraca no lo ve tan claro; cree que el papa dará marcha atrás en el asunto de la anulación de su matrimonio, ya que los lazo de sangre son mínimos. Si eso sucede, el matrimonio seguirá vigente y nadie será capaz de frenar a Alfonso.

Froilaz por un lado, y ahora su cuñado Enrique la cita en Monzón de Campos, en la actual provincia de Palencia. ¿Qué quería ahora Enrique? Este energúmeno ambicioso está dispuesto ayudarla, o lo que es lo mismo, a traicionar a Alfonso después de haber luchado a su lado y contra ella. Antes de venir a verlo ya había ido a ver a Froilaz. Recordemos que Froilaz le había pedido unirse a él y no solo no lo hizo, sino que luchó en su contra. Ahora sin embargo, dice estar de su lado apoyando la coronación de su sobrino. Y luego va y le brinda ayuda a su cuñada, siempre y cuando pueda sacar tajada. Y esa tajada son unos territorios al sur de León. Entre unos y otros, a Urraca la van a volver loca. Y mientras decide qué contestar a Froilaz respecto a su hijo, y a Enrique respecto a su propuesta de ayuda, recibe la noticia de que su marido está sitiado en un castillo en Peñafiel.

Pedro Ansúres consiguió replegarse en la batalla de Candespina y reunió inmediatamente todos sus hombres de nuevo. Luego mandó pedir ayuda a Alvar Fáñez, y juntos, decidieron dar batalla de nuevo a Alfonso, o al menos esperar el momento oportuno de contraatacar. Y el momento se presentó cuando Alfonso y los suyos patrullaban por la frontera intentando dejar claro quién mandaba allí. Como el ataque fue repentino y no lo esperaban, decidieron guarnecerse en el castillo más próximo, y allí los tenían, sitiados y sin poder salir. A Urraca le estaban poniendo en bandeja acabar con su marido y proclamar rey a su hijo. Solo tenía que aliarse con su cuñado, que se dirigiría inmediatamente a Peñafiel y acabaría con él, ahora que estaba atrapado. Pero Urraca podía ser cualquier cosa menos tonta.

Froilaz era un ambicioso que lo único que pretendía era ser dueño y señor de Galicia. Gobernaría en sombre de su hijo hasta la mayoría de edad, y para entonces, Dios sabe qué otras ambiciones se le ocurrirían al conde. Y Enrique era un mezquino traidor del que, por supuesto, no pensaba fiarse. ¿Y qué hay de Alfonso? Después de todo, él era el rey. Y lo era porque lo habían llamado para serlo; no había engañado a nadie. Y tal como iba con su espada por delante, también era claro y mostraba a todo el mundo lo que hacía y lo que quería. Urraca lo tenía claro: no traicionaría al que, después de todo, era su marido.



La reconciliación final

Urraca tenía ahora la sartén por el mango y podía poner sus condiciones, si Alfonso quería reconciliación. Una de ellas era que todos los tenentes de castillos y mandamases de todas las plazas fuertes de Castilla y de León tenían que ser castellano y leoneses. Podían ser elegidos por él, pero siempre consultándola a ella. Es de suponer que hubo más condiciones, pero no han llegado hasta nosotros, o no hemos investigado lo suficiente, y Alfonso tuvo que acatarlas una a una. Hecho el trato, Urraca ordenó levantar el sitio y Alfonso quedó libre. Después de todo, la vencedora en esta guerra había sido ella. Cuando Enrique se enteró de la reconciliación entre sus cuñados se sintió burlado y se sintió tentado a lanzar un ataque contra León. Pero la noticia de que los almorávides estaban en Lisboa le hizo recapacitar y decidió no salir de su condado, que probablemente sería atacado en breve.

En cualquier caso, Urraca había aprendido que, a veces, aunque sea por precaución, no estaba demás jugar a dos bandas. Por eso, a la vez que se reconciliaba con su marido, dio su consentimiento para que su hijo fuera coronado. ¿Cometió un grave error la reina? Posiblemente, ya lo veremos. El 17 de septiembre de 1111, el obispo de Santiago, Diego Gelmírez coronaba al pequeño Alfonso, de solo seis años, como rey de Galicia. Pedro Froilaz se había salido finalmente con la suya y ahora era el hombre más poderoso de Galicia.

Poco después, las milicias de Pedro Froiláz y el Obispo Gelmírez se afanan en sofocar las rebeliones gallegas que se muestran a favor del rey de Aragón, y una vez controlado el tema, se dirigen a León para coronar allí al niño Alfonso Raimúndez como rey de León y Castilla. Pero a la altura de Vidangos Alfonso de Aragón los esperaba. Una vez más, Alfonso les dio a los gallegos un revolcón. Algunos condes murieron en el combate, Pedro Froilaz fue de nuevo hecho prisionero de Alfonso. El obispo Gelmírez escapó por los pelos y con él se llevó al pequeño, cogiendo dirección al castillo de Orcellón, en Castilla, que allí se encontraba su madre, Urraca.

Nuevamente una batalla entre partidarios de Alfonso de Aragón y partidarios del pequeño Alfonso Raimúndez y su madre. Nuevamente marido y mujer enemistados. Y la pregunta surge de nuevo: ¿cometió Urraca un grave error al dar su consentimiento para coronar a su pequeño? A estas alturas casi es ridículo hacerse esa pregunta, pues todo cuanto hemos visto son errores y despropósitos. Pero en vista de que en su última reconciliación, gallegos y portugueses solo perseguían utilizar al pequeño para sus propios intereses, parece que Urraca sí cometió un error de bulto. ¿Por qué no se plantó en Galicia, cogió a su hijo y se lo llevó a León y los mandó a todos a paseo? ¿No era llevar a cabo el proyecto de unificación que había planificado su padre lo que quería Urraca? ¿Acaso no tenía a su lado al guerrero más valeroso de toda Castilla, León y Aragón para conseguirlo? Está claro que jugar a dos bandas, como había aprendido de su cuñado, le había salido mal. A no ser que realmente no quisiera reconciliarse con Alfonso y pretendiera que con la coronación de su hijo los castellano-leoneses se animaran a rebelarse contra el de Aragón. Si era esto último lo que perseguía, quizás la jugada no le había salido tan mal. De momento, Alfonso de Aragón había vuelto a vencerles, tenía preso a Froiláz, y ella, allí estaba, escondida con su hijo en un castillo, con un obispo que había estado a punto de morir en la reyerta, cuando podía estar luchando junto a su marido, poniendo en su sitio a cuanto conde avaricioso se les pusiera delante, al lado de los menos poderosos que apoyaban la política de Alfonso precisamente por eso, porque no favorecía a los grandes que cada vez se enriquecían más en detrimento de los más débiles.

Lejos de amilanarse, Urraca se llena de coraje y decide plantar cara, pues no piensa rendirse. ¿Qué va a ocurrir? Que aquello es ya una guerra civil en toda regla. Las batallas, saqueos, ocupación de poblaciones por uno y otra cónyuge van a estar a la orden del día. Y mientras tanto, en Roma, el papa no da crédito a lo que sucede en la España cristiana.

En el primer trimestre del año 1112, Urraca consigue reunir un impresionante ejército en el que participa su cuñado Enrique, que seguramente había pillado cacho de lo que fuera por prestarle su ayuda. Alfonso y los suyos se hallaban en Astorga, sitiando la ciudad. Cuando le notifican que su esposa se acerca con un ejército muy superior en número pidió refuerzos a Aragón. En el enfrentamiento salió herido Enrique de Borgoña, que moriría poco después. Como el ejército de Urraca sigue siendo superior en número, Alfonso se retira y se hace fuerte en Carrión, hasta donde fueron perseguidos.

Entre tanto, van a ocurrir varias cosas. En Galicia se recrudece la revuelta a favor de Alfonso de Aragón y Gelmírez decide volver para ver si los aplaca. Urraca, por su parte, cree tener a su presa cogida y estrecha el cerco a Carrión, pero entonces le llega un mensaje del papa. Llega un tal Hermengaud, abad de La Chiusa, legado del papa. El mensaje que trae es que el matrimonio debe disolverse y que cada cual tire para su lado. Deben además declararse una tregua inmediatamente, pues el papa ha convocado un concilio en Roma al que deben acudir los obispos españoles. Urraca y Alfonso obedecen la orden y dan por concluida la pelea. Y una vez leído el wasap, el legado Armengaud se dirige a Galicia donde mantendrá una entrevista con Gelmírez. Ambos coinciden en que la extraña pareja deben separarse.

Pero mientras los clérigos acuerdan una cosa, lejos de allí, se está acordando precisamente lo contrario. Urraca ha convocado una junta con sus hombres de confianza para deliberar sobre el futuro del reino. ¿Y qué deciden? ¡Que se reconcilie con Alfonso! La burguesía a la que pertenecían aquellos hombres de confianza de la reina estaban a favor de la política del aragonés. Urraca tiene que pensárselo. Ahora sí que la van a volver loca. Y al final, hubo reconciliación, otra vez.

Que haya reconciliación entre el matrimonio no quiere decir que la haya entre partidarios de Urraca y partidarios de Alfonso. Las revueltas continúan y los nobles más poderosos la emprenden contra los nobles más pequeños. En Segovia, Alvar Fáñez muere intentando aplacar una de estas revueltas. Tenía ya sesenta y siete años. Toda una vida guerreando contra los musulmanes, y ahora, tristemente, encuentra la muerte entre los suyos. Con él se fue uno de los grandes de la generación del Cid. Y mientras tanto, los almorávides no dejan de atacar las fronteras del reino. Unos almorávides, que por cierto, no han aprovechado los problemas cristianos para asestar grandes golpes; y es que, allá abajo, en el sur, también comienzan a tener sus propios problemas. Quienes sí habían aprovechado bien todo este jaleo habían sido los condes de Portugal, que poco a poco se habían creado un condado casi independiente, si bien algunas fuentes hablan de independencia ya desde la muerte de Enrique; aunque eso no es del todo cierto, como veremos, pero sí que marcaría ya el camino por el que el condado de Portugal se convertiría en reino. Todos estos revuelos propiciaron el nerviosismo de los reyes, que rompen entre ellos y están dispuestos a tirarse, una vez más, los trastos a la cabeza.

A finales de 1112 ocurrió un nuevo y gravísimo incidente. Las cosas estaban demasiado tirantes entre el matrimonio, y en un momento en que el pequeño Alfonso Raimúndez viajó para visitar a su madre, al de Aragón no se le ocurre otra cosa que salir a su encuentro y perseguirlo, es decir, a las tropas que lo traían a León. Urraca escribe una carta al obispo Gelmírez en unos términos en los que califica a su marido de “impío tirano aragonés”. Está desesperada. Aun así, todavía hubo otra petición de reconciliación, esta vez por parte de Alfonso, pero no se llevaría a cabo. Los clérigos españoles se ponen de acuerdo en que aquello hay que pararlo definitivamente. Alfonso era un cruzado, religioso y creyente. Urraca también lo era. Ninguno de los dos quería arder en el infierno, la solución era amenazar con excomulgarlos, de hecho, el papa hacía tiempo que los había advertido, pero esta vez la cosa iba en serio. O se separaban, o serían excomulgados inmediatamente.

Fue remedio santo. Urraca y el Batallador dieron por terminado su “compromiso”. Definitivamente, el proyecto de Alfonso VI no se llevaría a cabo, la unidad de los reinos cristianos debía esperar.

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Ver también La gran aventura de Alfonso el Batallador

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