El Cid, entre la historia y la leyenda 6


La batalla de Cuarte
A sus 46 aƱos, Rodrigo, no es que se sienta viejo, pues todavĆ­a a va a dar mucha guerra, como vamos a tener oportunidad de comprobar, pero sĆ­ que siente el deseo que hacerse algo mĆ”s sedentario. De protector de reyezuelos, hora es ya de pasar a ser el protegido; de recaudador de impuestos, hora es ya de pasar a ser el dueƱo del fisco; de vivir en castillos y pasarse la vida recorriendo fronteras, hora es ya de vivir en un palacio y asentarse en la ciudad que solo Ć©l ha sido capaz de conquistar. Rodrigo tiene intenciĆ³n de mudarse con su familia al interior de Valencia, pero antes, debe desalojar de allĆ­ a Ibn Yahhaf, con el que, por cierto, tiene una cuenta pendiente.

Reunido el Cid con los principales seƱores (musulmanes) de la ciudad les hace saber su intenciĆ³n de mudarse al alcĆ”zar de Valencia y de castigar a Ibn Yahhaf por haber ordenado la muerte de al-Qadir, sentado en el trono por el rey Alfonso y protegido suyo. Pero les pide que sean ellos mismos quienes le detengan y le juzguen segĆŗn sus leyes. Ɖl, Rodrigo, se limitarĆ” a hacer cumplir la sentencia. Ibn Yahhaf fue hecho prisionero y llevado a presencia del Cid, que lo sometiĆ³ a un interrogatorio. Preguntado por el tesoro de al-Qadir, Ibn Yahhaf contestĆ³ no saber nada, pero despuĆ©s de un exhaustivo registro fue descubierto, lo cual agravĆ³ mĆ”s todavĆ­a su situaciĆ³n. Finalmente, Ibn Yahhaf fue declarado culpable de apropiaciĆ³n indebida, asesinar a al-Qadir y de provocar el asedio de la ciudad. La sentencia: morir apedreado.

Junto a Ibn Yahhaf fueron apresados todos sus familiares incluidos mujeres y niƱos, que tambiĆ©n debĆ­an morir junto a Ć©l. Rodrigo ordenĆ³ entonces que se cumpliera la sentencia. Y aquĆ­, las crĆ³nicas moras nos cuentan que el Cid cambiĆ³ la lapidaciĆ³n por la hoguera y que “Ibn Yahhaf acercaba a su cuerpo los tizones con sus propias manos con objeto de acelerar su muerte”. El relato parece algo exagerado y solo dirigido a resaltar la crueldad del Cid. Sin embargo, tambiĆ©n cuentan (cosa rara) algo favorable a Ć©l: cuando los niƱos y las mujeres, familiares de Ibn Yahhaf, iban a ser quemados, la gente gritaba y pedĆ­a piedad para ellos; el Cid tuvo compasiĆ³n y ordenĆ³ que fueran perdonados; aunque no sin dejar de resaltar que el Campeador accediĆ³ al perdĆ³n “no sin mucho esfuerzo”.

El Campeador ya es dueƱo y seƱor de Valencia, ahora se propone, que todo el Levante, alborotados como estĆ”n con los almorĆ”vides, sigan fieles a Ć©l. Las fortalezas mĆ”s prĆ³ximas a Valencia no planterĆ”n demasiados problemas. Pero tanto al norte -Murdievro y Almenara-, como al sur -Denia y Alcira-, seguirĆ”n fieles a Yusuf, al cual lanzan un nuevo mensaje de socorro, y Yusuf les escuchĆ³ y se “apiadĆ³” de ellos.

La tranquilidad de Rodrigo, instalado en palacio en Valencia, le iba a durar poco. Por la costa levantina avanzaba una gran flota con la intenciĆ³n de acabar con el Campeador. Si la conquista de Toledo fue el detonante para que Yusuf cruzara el estrecho, la conquista de Valencia hizo que el emperador almorĆ”vide entrara de nuevo en cĆ³lera. A Rodrigo se la tenĆ­a jurada hacĆ­a tiempo, ya era hora de acabar con Ć©l. La elecciĆ³n de viajar por mar dejaba claro que no les interesaba entretenerse por el camino; un camino que en varias ocasiones les habĆ­a ocasionado mĆ”s de un disgusto. En esta ocasiĆ³n querĆ­an ir directos al lugar elegido. A mediados de octubre de 1094 un gran ejĆ©rcito desembarca en las inmediaciones de Valencia y montan el campamento en Cuarte, a siete kilĆ³metros de la ciudad. Las cifras, como siempre, varĆ­an dependiendo de la fuente consultada, pero la que mĆ”s suena y la mĆ”s razonable es la de 30.000 hombres comandados por Yusuf Muhammad Ibn Texufin, sobrino de Yusuf, el emperador. Un ejĆ©rcito muy superior en nĆŗmero al del Campeador, que esta vez estĆ” en un serio aprieto.

Yusuf Muhammad Ibn Texufin tiene Ć³rdenes de su tĆ­o de conquistar Valencia y derrocar al Cid. Sin embargo, para conseguirlo deberĆ”n someter la ciudad a un asedio que puede prolongarse mucho tiempo, demasiado para las tropas musulmanas, que nunca han tenido demasiado Ć©xito con esta tĆ”ctica. Rodrigo lo sabe, y por eso se muestra optimista desde el principio. Un asedio a Valencia acabarĆ” antes con las propias tropas musulmanas que con los habitantes de la ciudad. No obstante, se trata de un nĆŗmero muy superior al ejĆ©rcito que el Cid dispone. Rodrigo conoce bien los mĆ©todos y comportamiento musulmanes. Sabe que son gente reclutada en Ɓfrica, de diferentes etnias, mezclados con guerreros de las taifas andalusĆ­es, y que a la mĆ”s mĆ­nima surgirĆ”n disputas entre ellos. Aun asĆ­, son demasiados y debe poner en marcha un plan. La ciudad debe prepararse para aguantar y es rĆ”pidamente abastecida. 

Se teme que desde dentro les abran las puertas en cualquier momento, asĆ­ que son expulsados todos cuantos han dado muestras de simpatizar con Yusuf. Son sacados de la ciudad, ademĆ”s, a familias enteras, que son conducidas a lugares mĆ”s seguros donde no sufran las penurias del asedio. Algunas familias musulmanas son enviadas al ejĆ©rcito almorĆ”vide. De esta forma, no solo se aliviaba la ciudad, sino que se le enviaba una carga mĆ”s al ejĆ©rcito musulmĆ”n, que no recibiĆ³ de buen grado a los reciĆ©n llegados.

Durante las primeras semanas de asedio, las tropas musulmanas hacen incursiones sobre las murallas de Valencia, lanzan flechas e intentan intimidar a sus habitantes con sus gritos y alborotos. Rodrigo, lejos de asustarse, los observa desde arriba; cada movimiento, cada gesto de los atacantes es vital para elaborar un plan defensivo. La guerra psicolĆ³gica se pone en marcha. Rodrigo envĆ­a un mensajero al rey Alfonso pidiendo refuerzos; pero no basta con pedir ayuda, sino que los almorĆ”vides deben saber que se ha pedido; para ello, nada como infiltrar algunos musulmanes fieles a Rodrigo entre las filas de Yusuf para hacer correr la voz de que las tropas de Alfonso vienen desde Toledo a toda marcha. A partir de ese momento, el tiempo pasa de correr en contra del Cid a correr en contra de ellos, que pueden ser sorprendidos en cualquier momento por las temidas fuerzas leonesas.

La inquietud y el descontrol se va apoderando del campamento de Cuarte a medida que pasan los dĆ­as. Algunos contingentes se retiran hasta Denia y Rodrigo, ademĆ”s, se entera a travĆ©s de sus infiltrados, que algunos almorĆ”vides, quizĆ”s debido a una epidemia, comienzan a enfermar. Entre los enfermos se encuentra su lĆ­der Yusuf Muhammad. El Cid ve una buena oportunidad de poner en marcha su plan sin tan siquiera esperar la llegada de Alfonso. Un plan arriesgado, pero Rodrigo estaba convencido de que todo saldrĆ­a bien. Aquella noche de finales de octubre, un nutrido grupo de soldados del Cid salieron de Valencia en direcciĆ³n a Cuarte, dando un gran rodeo al campamento almorĆ”vide. Al dĆ­a siguiente Rodrigo estĆ” al frente de sus hombres y sin pensarlo dos veces se lanzan al ataque. Cuando en el campamento almorĆ”vide dan la alerta ya es demasiado tarde, el ejĆ©rcito cidiano estĆ” encima de ellos y arremete con la fuerza de un ciclĆ³n causando estragos en el campamento, donde nadie esperaba el ataque. Estaban seguros de que Rodrigo no harĆ­a nada hasta la llegada de Alfonso, por eso, cuando las tropas que habĆ­an salido la noche anterior embistieron por la retaguardia, creyeron que los leoneses habĆ­an llegado y estaban atrapados. El miedo y el desconcierto fue total y cada cual huyĆ³ por donde pudo.

El campamento quedĆ³ destrozado y sembrado de cadĆ”veres. El resto, incluido Yusuf Muhammad, que estaba enfermo, logrĆ³ huir. La victoria cidiana fue completa y ahora tocaba saquear el campamento para hacerse con un cuantioso botĆ­n, parte del cual irĆ­a destinado al rey Alfonso que no se hallaba demasiado lejos. Cuando Alfonso se enterĆ³ de la victoria del Cid y de que su presencia ya no era necesaria en Valencia, cambiĆ³ el rumbo y decidiĆ³ no desaprovechar la ocasiĆ³n. El destino de las tropas leonesas era ahora las tierras granadinas, donde pusieron la guinda a la victoria del Cid con una operaciĆ³n de castigo que, ademĆ”s, supuso otro gran botĆ­n con el que financiaron holgadamente la expediciĆ³n.

En Toledo nace un heredero
Estamos a principios del aƱo 1094 y en Toledo nace el heredero de la corona castellano-leonesa. Alfonso pasaba ya de los cincuenta aƱos y solo habĆ­a tenido hijas, ahora por fin le nacĆ­a un varĆ³n, al que pondrĆ­a por nombre Sancho, como su difunta abuela. Pero, ¿quiĆ©n le dio este hijo a Alfonso? No fue, desde luego, su esposa Constanza, que tambiĆ©n pasaba de los cincuenta y no se encontraba en sus mejores momentos matrimoniales, ni de salud. La que dio a luz a Sancho fue su amante, la mora Zaida. Aquel niƱo, vino a traer a Alfonso una gran alegrĆ­a, sin duda, pues los hijos ilegĆ­timos eran, en la Ć©poca, bastante comunes entre los reyes, y no por ilegĆ­timos perdĆ­an el derecho a heredar el trono.

Y despuĆ©s de una alegrĆ­a, un disgusto: el viejo Yusuf conquista Lisboa, que habĆ­a caĆ­do en manos de Alfonso unos aƱos atrĆ”s como pago por la ayuda al rey de Badajoz. Una ayuda que no sirviĆ³ para nada, pues Badajoz, como todas las demĆ”s taifas, terminĆ³ invadida por los almorĆ”vides. Lisboa era un lugar estratĆ©gico para controlar la zona del Tajo, y por eso era tan preciada tanto por Alfonso como por Yusuf, pero el principal disgusto le venĆ­a a Alfonso por el hecho de que allĆ­ habĆ­a colocado a su yerno Raimundo de BorgoƱa. Raimundo era sobrino de su mujer, Constanza y se habĆ­a casado con Urraca, su primogĆ©nita. Por lo tanto, Urraca tambiĆ©n se encontraba en Lisboa cuando Yusuf la sometiĆ³ al asedio. Finalmente, la ciudad cayĆ³ rendida aunque Raimundo y Urraca lograron escapar.
No serĆ­a el Ćŗnico disgusto que se llevarĆ­a Alfonso aquel aƱo de 1094. Sancho RamĆ­rez, el rey de AragĆ³n, aquel que tanto temĆ­a a Rodrigo DĆ­az, se propuso aƱadir la ciudad de Huesca a sus dominios. Huesca era otra de esas plazas clave para el dominio y defensa de algunos territorios, y por eso era tan anhelada por Sancho. El caso es que, Sancho RamĆ­rez no debiĆ³ meter las narices en Huesca, pues tenĆ­a acuerdos con Alfonso, y apoderarse de esta ciudad no entraba en ellos. ¿De quĆ© acuerdos hablamos? Veamos: Zaragoza era una taifa que pagaba tributos a LeĆ³n. Como toda taifa solĆ­a hacer, siempre que podĆ­a, Zaragoza se escabullĆ­a para no pagarlos, como fue el caso mientras Alfonso estaba ocupado conquistando Toledo. MĆ”s tarde, estuvo bajo la protecciĆ³n del Cid y no estĆ” claro cuĆ”ndo volviĆ³ Zaragoza a tributar a LeĆ³n, pero parece ser que en el momento que nos ocupa, Alfonso es responsable de su defensa. Sancho y Alfonso, como decĆ­amos, tenĆ­an acuerdos de colaboraciĆ³n para defenderse de la amenaza almorĆ”vide. Uno de esos acuerdos era que Sancho tenĆ­a vĆ­a libre para hacerse con la zona del MonzĆ³n. De Huesca no se habĆ­a hablado nada, y del resto, ya hemos visto que Alfonso estuvo en las mismas puertas de Zaragoza para conquistarla y solo la invasiĆ³n almorĆ”vide hizo que diera marcha atrĆ”s, aunque no por eso dejaba de estar en su punto de mira.


Pedro I de AragĆ³n
Pedro I de AragĆ³n entra en escena
El cerco a Huesca venĆ­a a poner en un gran compromiso a Alfonso, que se veĆ­a en la obligaciĆ³n de defender al rey zaragozano y al mismo tiempo tenĆ­a que enfrentarse a su aliado aragonĆ©s. Pero otro fatal acontecimiento librĆ³ a Alfonso de aquel compromiso, de momento. Sancho RamĆ­rez morĆ­a en el asedio de Huesca cuando una flecha vino a clavarse es su pecho.

Pedro I, hijo primogĆ©nito de Sancho RamĆ­rez, con menos de treinta aƱos, heredaba la corona de Navarra y de AragĆ³n -recordemos que ambas coronas habĆ­an quedado unidas desde 1076 tras el asesinato en PeƱalĆ©n de Sancho GarcĆ©s IV. Pedro era un tipo bravo que llevaba en las venas el espĆ­ritu guerrero de su abuelo. No menos bravo, o aĆŗn mĆ”s, era Alfonso, su hermano, que pasarĆ­a a la historia como… Pero no nos desviemos, tiempo habrĆ” de hablar de este Alfonso. Pedro era un tipo de armas tomar, y decidiĆ³ finalizar lo que habĆ­a empezado su padre: conquistar Huesca. Pero, ¿por quĆ© esa obstinaciĆ³n con esta ciudad que iba a acarrear problemas diplomĆ”ticos con LeĆ³n? Como hemos dicho, Huesca era una fortaleza clave para la defensa de AragĆ³n, y puesto que los almorĆ”vides eran una amenaza, los aragoneses no podĆ­an renunciar a hacerse con ella. Cierto es que LeĆ³n se interponĆ­a entre los almorĆ”vides y AragĆ³n, pero no menos cierto era que Zaragoza hacĆ­a frontera con ellos y… Zaragoza era una taifa mora que en cualquier momento podĆ­a tomar partido por Yusuf.

Y fue a esto a lo que se agarrĆ³ Pedro para conseguir legitimar la conquista de Huesca. ¿CĆ³mo? Acudiendo al Papa para declarar la guerra santa. Huesca era lugar clave para defender la cristiandad del acoso almorĆ”vide, y el Papa no pudo negarse. Pedro se habĆ­a salido con la suya, con el aƱadido de que al declarar una guerra santa suelen acudir caballeros de toda Europa. Y asĆ­ fue.

Aun asĆ­, Alfonso seguĆ­a teniendo el compromiso de ayudar a defender esta ciudad y decidiĆ³ cumplir con Ć©l enviando un contingente bajo el mando de GarcĆ­a OrdĆ³Ć±ez y el conde Gonzalo NĆŗƱez de Lara, que se unieron al ejĆ©rcito de al-MustaĆ­n de Zaragoza. Cuentan que lo hizo de mala gana, pero era su honor el que estaba en juego. Nada pudieron hacer frente a los Aragoneses que venĆ­an reforzados por los voluntarios cruzados que habĆ­an acudido a la llamada de la guerra santa. Zaragozanos y Castellano-Leoneses volvieron por donde habĆ­an venido, pero derrotados. Huesca se unĆ­a a Toledo en la lista de ciudades que volvĆ­an a ser cristianas. Todo eso ocurriĆ³ el 19 de noviembre del aƱo 1096. Y mientras Pedro I de AragĆ³n disfrutaba del Ć©xito, recibiĆ³ un wasap con un mensaje de socorro. ¿De quiĆ©n? De Rodrigo DĆ­az, que le pedĆ­a ayuda desde Valencia.


La batalla de BairƩn
Cuando el Cid se hizo dueƱo y seƱor de Valencia decidiĆ³ ser benĆ©volo con la poblaciĆ³n musulmana intentando que nadie se sintiera discriminado y respetando la libertad de culto, unas condiciones muy parecidas a las propuestas por Alfonso en Toledo tras su conquista. Pero las simpatĆ­as despertadas por los almorĆ”vides y alguna que otra revuelta hacen que Rodrigo se replantee las condiciones. Se acabaron las contemplaciones. Para empezar, a la poblaciĆ³n musulmana le va a caer una multa colectiva de setecientos mil dinares, aunque esta cantidad fue finalmente rebajada hasta los doscientos mil. Y tal como se hizo tambiĆ©n en Toledo, la mezquita mayor fue dedicada al culto cristiano. De esta manera, con mano firme, el Cid consigue que la calma vuelva a Valencia. Pero a finales del aƱo 1096 la calma toca a su fin. Los almorĆ”vides vuelven a la carga y planean de nuevo atacar Valencia. 

Yusuf Muhammad ibn Tasufin, el sobrino del viejo emperador Yusuf no se da por vencido. Rodrigo pide ayuda a Pedro I de AragĆ³n. ¿Por quĆ© a Pedro y no a Alfonso? QuizĆ”s porque Rodrigo querĆ­a probar a ver quĆ© tal se comportaba el reciĆ©n estrenado rey de AragĆ³n, con el cual hizo pactos de amistad y cooperaciĆ³n nada mĆ”s ser nombrado rey. Y por otra parte, Pedro era el mĆ”s interesado en parar el avance almorĆ”vide por el Levante con la idea de que nunca llegaran a Zaragoza. Pedro y su hermano Alfonso acudieron con su ejĆ©rcito en ayuda del Cid. El primer objetivo serĆ­a socorrer la fortaleza de PeƱa Candiella para abastecerla y dejar allĆ­ soldados suficientes para defenderla en caso de asedio. Ya de camino hacia esta poblaciĆ³n iban siendo molestados por alguna escaramuza almorĆ”vide que les lanzaban flechas desde los promontorios o intentaban intimidarlos con gritos y alaridos que hacĆ­an eco por los valles por donde pasaban. Una vez cumplida la misiĆ³n decidieron regresar cuanto antes a Valencia, pero esta vez eligieron la ruta por la playa, para evitar asĆ­ desfiladeros y otros lugares propicios para una emboscada. 

Era el mes de enero de 1097. Llegados a BairĆ©n deciden acampar para pasar la noche. Los almorĆ”vides, que los habĆ­an venido siguiendo, tomaron un lugar elevado desde donde controlaban a los cristianos perfectamente. A su vez, vino acercĆ”ndose a la playa una flota de naves andalusĆ­es; todo habĆ­a sido perfectamente planeado y los cristianos habĆ­an quedado ahora entre dos fuegos; solo cabe preguntarse por quĆ© Rodrigo y Pedro cometieron el error de acampar en aquel lugar, que se habĆ­a convertido de repente en una trampa mortal. El campamento cristiano no tardĆ³ en ser hostigado y desde ambos lados comenzĆ³ una lluvia de flechas que los cristianos se afanaban en parar con sus escudos o resguardĆ”ndose donde buenamente podĆ­an. La intenciĆ³n de Muhammad no era entrar en combate, de momento, sino convertir el campamento cristiano en un infierno. No se sabe cuĆ”nto durĆ³ esta situaciĆ³n, en realidad se sabe bastante poco sobre este episodio, y por eso nos preguntamos: ¿Por quĆ© no salieron cuanto antes de allĆ­? Probablemente, porque, aunque solo se cuenta que eran atosigados desde el promontorio y desde los barcos, estaban rodeados, teniendo en cuenta que los ejĆ©rcitos almorĆ”vides eran numerosĆ­simos, abasteciĆ©ndose de la inagotable cantera africana. 

La situaciĆ³n, tal como pretendĆ­a Muhammad, llegĆ³ a ser infernal y habĆ­a que tomar una decisiĆ³n. Y fue Rodrigo quien la tomĆ³. Como siempre, brillante, pero muy arriesgada, y poniĆ©ndose Ć©l a la cabeza, para infundir Ć”nimos. Muy cerca de Ć©l habĆ­a una persona muy joven -veintitrĆ©s aƱos- que tomarĆ­a buena nota y repetirĆ­a esta acciĆ³n aƱos mĆ”s tarde en la batalla del castillo Anzur, en Puente Genil; hablamos de un futuro rey, otro Alfonso, el hermano de Pedro. Rodrigo estĆ” confiado y contagia el Ć”nimo a sus hombres, los hermanos aragoneses le secundan, y los suyos no quieren ser menos. EstĆ”n rodeados y los almorĆ”vides les superan en nĆŗmero, son como la marabunta, imposibles de contar. Por muy animados que estĆ©n los cristianos, la cosa pinta mal. ¿Le saldrĆ” al Cid bien la jugada esta vez? 

No hay escritos que nos aseguren si el grueso del ejĆ©rcito almorĆ”vide se encontraba en el terreno elevado desde donde atosigaban a los cristianos con flechas, o al sur en direcciĆ³n a Denia, o al norte en direcciĆ³n a Valencia. Solo se cuenta que la caballerĆ­a pesada atacĆ³ con todas sus fuerzas contra el centro del ejĆ©rcito. MĆ”s recientemente tenemos un ejemplo de cĆ³mo la caballerĆ­a irrumpe en forma de flecha contra el centro de un ejĆ©rcito y literalmente lo destroza. Fue el general Wellington en la batalla de los Arapiles durante la guerra de la independencia contra los franceses. Tampoco sabemos cĆ³mo se dispuso la formaciĆ³n de los ejĆ©rcitos de Rodrigo y Pedro de AragĆ³n, solo sabemos que embistieron con toda su fuerza, y tal como llegaban iban arrasando, para llegar luego la infanterĆ­a y acabar rematando la faena. El destrozo de los cristianos terminĆ³ por causar terror hasta provocar una huĆ­da desesperada entre las filas compuestas por almorĆ”vides y andalusĆ­es. Dicen que la huĆ­da fue tan desordenada y desastrosa, que muchos murieron a manos de los cristianos que los perseguĆ­an, otros se ahogaron al intentar cruzar un rĆ­o, y otros lo hicieron en el mar en su intento de llegar hasta los barcos. Y mĆ”s tarde, el saqueo de los campamentos, donde nuevamente se hacen con un enorme botĆ­n. Fue la mayor derrota causada a los ejĆ©rcitos del emperador almorĆ”vide Yusuf.

A su regreso a Valencia, Rodrigo lo tiene bien claro: Valencia serĆ”, a partir de ya, solamente cristiana. En aƱos anteriores se habĆ­a dedicado a construir algunas iglesias, pero ahora, el cristianismo valenciano se iba a hacer oficial. Para ello, Rodrigo se pone en contacto con el papa, y Ć©ste, encantado, restableciĆ³ la sede episcopal de Valencia y nombrĆ³ obispo a un tal JerĆ³nimo de PĆ©rigord.

Por su parte, Pedro de AragĆ³n, que aĆŗn tenĆ­a que concretar su conquista de Huesca y terminar de hacerse con algunos territorios colindantes, se encontrĆ³ a su vuelta con que el de Zaragoza todavĆ­a no se daba por vencido y habĆ­a solicitado de nuevo ayuda a Alfonso de LeĆ³n. Las opiniones sobre la ayuda de Alfonso a Zaragoza varĆ­an. Hay quien piensa que solo lo hacĆ­a por compromiso, y hay quien cree que, despuĆ©s de todo, a Alfonso tampoco le hacĆ­a gracia que los aragoneses se adentraran en Zaragoza. Alfonso sabĆ­a que el objetivo final de AragĆ³n era apoderarse de Zaragoza, y eso le privarĆ­a del dinero fĆ”cil que suponen las parias. Por otra parte, el hecho de tener que enfrentarse a su aliado –ya tuvo que hacerlo unos meses atrĆ”s- era un asunto peliagudo. JosĆ© Javier Esparza dice lo siguiente sobre este espinoso asunto: “Es un tanto complicado: en polĆ­tica exterior, es decir, frente a invasiones extranjeras, LeĆ³n y AragĆ³n eran aliados, sĆ­; pero en polĆ­tica interior no tenĆ­an por quĆ© serlo si sus intereses chocaban, y la taifa de Zaragoza era cuestiĆ³n de polĆ­tica interior.” 

Y si la vez anterior enviĆ³ a dos de sus condes para que cumplieran el trĆ”mite, esta vez, Alfonso se puso a la cabeza de su ejĆ©rcito, con lo que, podemos hacernos una idea de la importancia que el rey de LeĆ³n le daba a este asunto. Un asunto que se hubiera podido volver mucho mĆ”s espinoso todavĆ­a. Imaginemos por un momento quĆ© hubiera ocurrido si Pedro de AragĆ³n, en vista de sus buenas relaciones con el Cid, decide pedirle ayuda a Ć©ste para defenderse de Alfonso. Afortunadamente, y por muy paradĆ³jico que se antoje, fue el viejo Yusuf el que evitĆ³ que algo tan desagradable pudiera ocurrir. ¿QuĆ© hizo Yusuf? ¡Cabrearse!


Yusuf ataca de nuevo
Yusuf, con mĆ”s de noventa aƱos a sus espaldas, no pudo digerir la mala noticia de la derrota de su ejĆ©rcito en BairĆ©n. Estaba visto que no podĆ­a dejar las cosas importantes –acabar con el Cid lo era- en manos de nadie. TendrĆ­a que ser Ć©l, en persona, quien lo hiciera. AsĆ­ que se vistiĆ³ con sus pieles de oveja, y despuĆ©s de su raciĆ³n de dĆ”tiles y su jarro de leche de cabra, se dispuso a embarcar rumbo a la penĆ­nsula IbĆ©rica. El plan era subir hacia Toledo con un gran ejĆ©rcito para conquistar la capital. Esta vez estaba decidido hacerlo y no abandonarĆ­an el intento como la vez anterior. A su vez, otro ejĆ©rcito se dirigirĆ­a a Cuenca para controlar la zona y dejar aislada Valencia, para mĆ”s tarde dirigirse allĆ­. Rodrigo, que sabĆ­a del peligro de abandonar Valencia en aquel momento, prefiriĆ³ no hacerlo y se limitĆ³ a enviar refuerzos a Alfonso, tal como hizo el rey aragonĆ©s, que pasĆ³ en unos dĆ­as de ser enemigo a ser aliado de LeĆ³n, ya que ambos reyes abandonaron el pleito que tenĆ­an por la conquista de Huesca para concentrarse en rechazar el ataque almorĆ”vide.

Si Yusuf se hacĆ­a con el control de Toledo, nada podrĆ­a entonces detener un ataque a gran escala sobre Valencia, y el viejo estaba decidido a hacerlo. Conquistar Toledo no iba a ser tarea fĆ”cil, pero un gran ejĆ©rcito como el que habĆ­a llegado de Ɓfrica podrĆ­a someter la ciudad un asedio que podrĆ­a ponerla en un serio aprieto. Alfonso, tal como hizo la primera vez, no esperĆ³ a verlos llegar, sino que les saliĆ³ al paso. El 15 de agosto del aƱo 1097, Alfonso esperaba a los almorĆ”vides desde el castillo de Consuegra, al sur de Toledo, y desde sus murallas quedĆ³ asombrado al observar el enorme ejĆ©rcito que habĆ­a llegado desde Ɓfrica. Desde muy lejos ya se hacĆ­an oĆ­r por el estruendo de sus tambores de piel de hipopĆ³tamo. Pero el rey no habĆ­a salido de una ciudad para encerrarse en un castillo, asĆ­ que saliĆ³ a plantar cara.

Mientras tanto, desde Valencia venĆ­an en su ayuda las huestes del Cid, cuando se encontraron con el segundo ejĆ©rcito de Yusuf en los alrededores de Cuenca. VenĆ­an comandados por Alvar FƔƱez, que habĆ­a sido enviado por Alfonso a pedir ayuda a Rodrigo. No se tienen demasiados datos sobre este combate y algunos son contradictorios, pues cuentan que Alvar FƔƱez no pudo llegar a Consuegra, mientras otros dicen que, despuĆ©s de una dura pelea, una parte del ellos siguiĆ³ adelante mientras otros regresaron a Valencia.

No sabemos, pues, si el bravo Alvar FƔƱez consiguiĆ³ llegar a Consuegra, aunque Alfonso contaba con refuerzos aragoneses y con buenos guerreros, entre los que se encontraba un joven de unos veintidĆ³s aƱos del que aĆŗn no hemos hablado: Diego RodrĆ­guez, el hijo del Cid. En cualquier caso, los cristianos eran muy inferiores en nĆŗmero ante la marabunta africana que se aproximaba. Pero Alfonso no se acobarda y se dispone a sacar a su ejĆ©rcito del castillo. En Extremadura, Yusuf estuvo a punto de acabar con Ć©l. QuiĆ©n sabe si esta vez el viejo lo consiga, pero desde luego, el rey cristiano estĆ” dispuesto a vender muy cara su vida y la de los suyos.


La batalla de Consuegra
Sobre Diego RodrĆ­guez, el hijo del Cid, no nos ha llegado gran informaciĆ³n y apenas sabemos que su aƱo de nacimiento fue en 1075, y poco mĆ”s. Hay quien cree que acompaĆ±Ć³ a su padre en el primer destierro y que colaborĆ³ con Ć©l en la toma de Valencia, ya que no consta en ningĆŗn escrito que se quedara en Castilla, pero nada de eso tiene demasiado fundamento. En el primer caso, Diego solo tenĆ­a seis aƱos y lo mĆ”s lĆ³gico es pensar que se quedĆ³ junto a su madre y sus hermanas. Es cierto que solo constan sus hermanas, pero eso es culpa del Poema, que solo habla de las hijas del Cid y ni siquiera las menciona por su verdadero nombre. En el segundo caso, durante la conquista de Valencia, Diego ya estaba sobre los diecisiete aƱos. Rodrigo a esa edad ya cabalgaba junto a su rey Sancho, es posible que Diego lo hiciera junto a padre. Pero lo mĆ”s lĆ³gico es pensar que a esa edad ya se entrenaba como guerrero en la corte de Alfonso. Nada de eso se sabe con seguridad, pero hay quien se inclina por creer que Diego estaba ya al servicio del rey cuando tuvo lugar la batalla de Consuegra, mientras otros cuentan que en realidad servĆ­a con su padre en Valencia y que fue el Cid quien lo enviĆ³, al frente de un importante contingente de soldados, para ayudar a Alfonso en la batalla que se avecinaba.

En cualquier caso, Diego se encontraba allĆ­, entre los ejĆ©rcitos del rey Alfonso, que por lo visto, lo tenĆ­a en gran estima, y por eso ordenĆ³ que alguien se encargara de su protecciĆ³n. ¿A quiĆ©n le fue hecho el encargo? Al conde de NĆ”jera GarcĆ­a OrdĆ³Ć±ez, el eterno enemigo del Cid. Hay cosas que se nos escapan por absurdas, y esta es una de ellas. ¿CĆ³mo se le ocurriĆ³ a Alfonso semejante encargo a un tipo como OrdĆ³Ć±ez? No serĆ­a lĆ³gico pensar que Alfonso era un insensato, mĆ”s bien, todo esto puede que sea una interpretaciĆ³n errĆ³nea y que tal encargo nunca se le hizo al conde. Pero veamos el planteamiento de la batalla que estaba a punto de empezar y quĆ© posiciĆ³n ocupaba Diego RodrĆ­guez.

La caballerĆ­a pesada comenzarĆ­a con una carga por el centro que harĆ­a el mayor destrozo posible, a la cual seguirĆ­a la infanterĆ­a para rematar todo lo que se mantuviera de pie. Acto seguido todo el mundo se replegarĆ­a bajo las murallas del castillo y los perseguidores enemigos serĆ­an hostigados desde arriba con flechas. AsĆ­, una vez tras otra. Los flancos tampoco debĆ­an descuidarse, pues los africanos eran expertos en envolver al enemigo con la caballerĆ­a ligera. Por lo tanto, el ala izquierda estarĆ­a defendida por la caballerĆ­a de Pedro AnsĆŗrez y Alvar FƔƱez; y el ala derecha por las fuerzas enviadas por el Cid al mando de Diego RodrĆ­guez. QuizĆ”s, una de las instrucciones del rey fueran que, en caso de necesidad, OrdĆ³Ć±ez se encargara de ayudar a una de estas alas del ejĆ©rcito; ya que, conseguir que los sarracenos no rompiera ninguno de los flancos era vital para el buen rumbo de la batalla; y por esto, las malas lenguas hablan de que el peor enemigo del Cid recibiĆ³ el encargo de defender nada menos que a su hijo.

El primer ataque de la caballerĆ­a cristiana fue, como de costumbre, demoledor. Pero hacĆ­an falta muchas cargas como aquella para acabar con el numerosĆ­simo ejĆ©rcito moro que siempre tenĆ­a guerreros de refresco para aguantar las embestidas que fueran necesarias. Fue durante una de esas embestidas cuando la caballerĆ­a almorĆ”vide intentĆ³ romper los flancos izquierdo y derecho; todo estaba previsto y Alfonso ordenĆ³ cerrarles el paso. Alvar FƔƱez intentaba hacer su trabajo por la izquierda, mientras Diego RodrĆ­guez hacĆ­a lo propio por la derecha. Las cosas comenzaban a no pintar bien. Los soldados cristianos daban muestras de fatiga, mientras los almorĆ”vides parecĆ­an salir de todas partes y por cada uno al que daban muerte aparecĆ­an varios mĆ”s. Alfonso ordenĆ³ la retirada al interior del castillo. Y en esta retirada, Diego RodrĆ­guez y varios de sus hombres se vio rodeado de enemigos por todas partes. Dispuestos a vender caras sus vidas, se ensalzaron una dura lucha intentando aguantar hasta la supuesta llegada de los hombres de GarcĆ­a OrdĆ³Ć±ez, pero OrdĆ³Ć±ez ya se habĆ­a retirado a un lugar seguro. Los soldados del Cid hicieron todo lo posible por defender la vida de su comandante, pero fueron cayendo uno a uno, hasta que el propio Diego muriĆ³ bajo las espadas almorĆ”vides.


La caĆ­da del gran guerrero
Rodrigo DĆ­az de Vivar, el Cid Campeador, se irĆ­a a la tumba sin haber sido derrotado nunca en el campo de Batalla. Ni siquiera pudieron derrotarlo en su vida personal, convirtiendo sus desdichas en catapultas para hacer de su nombre una leyenda. Sin embargo, a sus mĆ”s de cincuenta aƱos, cuando saboreaba la gloria de todo lo que a lo largo de su vida habĆ­a conseguido, le llegaba el golpe mĆ”s duro, del cual nunca llegarĆ­a a reponerse. Su hijo primogĆ©nito, destinado a heredar lo que ya era un seƱorĆ­o propio, dejaba la vida en el campo de batalla. ¿QuiĆ©n ocuparĆ­a su lugar cuando Ć©l muriera? Nadie. Aunque tenĆ­a a sus hijas, Cristina, a la cual casarĆ­a con el infante Ramiro SĆ”nchez, de Pamplona, y a MarĆ­a, que casarĆ­a con RamĆ³n Berenguer III de Barcelona, el sobrino del cabeza de estopa. Del casamiento de Cristina saldrĆ­a un futuro rey: GarcĆ­a RamĆ­rez, quien restaurarĆ­a la corona de Navarra. Y en Castilla tambiĆ©n habrĆ­a un rey descendiente del Cid, Alfonso VIII, su tataranieto.

Alfonso VI habĆ­a ordenado retirada y todos se habĆ­an refugiado en el castillo de Consuegra. Yusuf sometiĆ³ la fortaleza a un asedio que solo durarĆ­a una semana. Los musulmanes nunca habĆ­an sido capaces de mantener el cerco a una fortaleza por demasiado tiempo. La escasez de medios para intentar el asalto de las murallas o el problema de abastecimiento estando en territorio enemigo, a lo que habĆ­a que sumar las disputas que pronto surgĆ­an entre las muchas etnias que componĆ­an sus ejĆ©rcitos, hicieron que Yusuf levantara el campamento al octavo dĆ­a.

Las tropas musulmanas volvieron al sur sin haber conseguido su objetivo de conquistar Toledo y Valencia. Muchos historiadores ni siquiera estĆ”n seguros de que el objetivo de Yusuf fuera ese y que simplemente quisiera asestar un duro golpe a los cristianos, en cuyo caso, sĆ­ que lo habĆ­a conseguido, pues mucha sangre cristiana habĆ­a corrido en Consuegra y mucho dolor habĆ­a causado al Cid, aunque esto Ćŗltimo, quizĆ”s, ni siquiera llegĆ³ a saberlo en viejo almorĆ”vide. En cualquier caso, Alfonso y los suyos, estuvieron mĆ”s bravos que nunca, consiguiendo que, hasta el momento, los almorĆ”vides no hubieran conquistado ni un solo palmo de terreno cristiano.

A pesar de todo, Yusuf volviĆ³ a Marraket, orgulloso y presumiendo de sus numerosas conquistas en la penĆ­nsula IbĆ©rica. Toledo y Valencia fueron las dos Ćŗltimas capitales perdidas por los reyes musulmanes y muy probablemente fueron dos espinitas que le quedaron clavadas al viejo, pero aun asĆ­ habĆ­a conquistado las taifas andalusĆ­es. Casi todas con ayuda desde el interior, desde donde le abrĆ­an las puertas, pero conquistas, al fin y al cabo. Y es ahora, cercano ya al siglo de vida, cuando Yusuf se siente demasiado viejo y por fin decide dejar de dar por culo. El viejo seguirĆ” comiendo dĆ”tiles y bebiendo leche de cabra, pero esta vez reposarĆ­a para hacer la digestiĆ³n tranquilamente. Ya no lucharĆ­a mĆ”s. HabĆ­a decidido dejarle el mando a su hijo AlĆ­.

Y mientras tanto, Rodrigo sigue lamentando la muerte de Diego. EstĆ” cada vez mĆ”s decaĆ­do y no se siente con fuerzas para nada. Muchos aƱos han pasado desde que llegĆ³ a la corte de Fernando I. Muchos aƱos desde que comenzĆ³ a cabalgar al lado de Sancho. Muchas peleas, muchas batallas, quizĆ”s demasiadas. Muchos golpes bajos, que siempre se las apaƱaba para esquivar. Pero aquel golpe, el Ćŗltimo que le habĆ­an dado, aquel le habĆ­a dado de lleno. Y asĆ­, entre el dolor y la resignaciĆ³n, pasaron los dĆ­as, los meses, hasta que, en el verano de 1099, el gran guerrero no pudo mĆ”s. Se sintiĆ³ abatido, sin fuerzas. Rodrigo se metiĆ³ en la cama de la cual nunca mĆ”s se levantĆ³. DespuĆ©s de un mes, muriĆ³.


Entrando en la leyenda
Cuenta una leyenda musulmana, que cuando el Cid tuvo noticia de la derrota de sus hombres, enfermĆ³ del disgusto y muriĆ³. Tal leyenda no tiene ningĆŗn fundamento, pues el Cid tardarĆ­a en morir aĆŗn casi dos aƱos, y en ese lapso de tiempo, hay noticias de que, subido a su caballo, todavĆ­a dio algĆŗn que otro vapuleo a los almorĆ”vides en las fronteras de los territorios valencianos que Ć©l controlaba. Pero la leyenda mĆ”s conocida sobre su muerte es sin duda la que habla de la batalla ganada despuĆ©s de muerto. Y de ella, hay varias versiones. SegĆŗn una de esas versiones, el Cid habrĆ­a muerto en batalla cuando una flecha se le clavĆ³ en el pecho. Los moros, envalentonados con su muerte, estaban ahora convencidos de que nada les detendrĆ­a en su afĆ”n de conquistar Valencia. Pero sus hombres, previo permiso de Jimena, lo subieron al caballo, y sujetĆ”ndolo a su silla hicieron que saliera al frente de ellos. Al ver cĆ³mo el Cid se acercaba de nuevo hacia ellos, los musulmanes fueron presa del terror y huyeron.

Una variante de esta leyenda es la que cuenta que el Cid no muriĆ³ en el campo de batalla, sino que cayĆ³ herido y estuvo un tiempo convaleciente en la cama. Fuera, nadie sabĆ­a si estaba vivo o muerto. Temerosos de que su muerte disminuyera los Ć”nimos de los soldados, los mĆ”s allegados al Cid, una vez hubo muerto Ć©ste, decidieron subirlo a su caballo y hacer ver que habĆ­a salido con vida del trance. Y aĆŗn una tercera versiĆ³n cuenta que muriĆ³ de muerte natural y que Jimena mandĆ³ embalsamarlo. Los moros, aprovechando que el Cid habĆ­a muerto hacĆ­a varios meses, decidieron conquistar Valencia. Pero una vez a las puertas de la ciudad, Jimena mando subir a su esposo al caballo y ponerlo al frente de sus hombres. Cuando los almorĆ”vides contemplaron la escena del Cid galopando hacia ellos, creyeron ver un fantasma, y aterrados, huyeron a toda velocidad.

Estas leyendas, probablemente tengan su origen en lo ocurrido durante los meses en que el Cid intentaba rendir Valencia y cayĆ³ herido en AlbarracĆ­n por una herida de lanza en el cuello. Muchos pensaban que el Cid habĆ­a muerto por los meses que estuvo desaparecido. Por eso, quizĆ”s, cuando los almorĆ”vides supieron que estaba vivo y dispuesto a plantarles batalla, desaparecieron durante la noche, y esto, sĆ­ ocurriĆ³ de verdad; ya lo hemos contado en un capĆ­tulo anterior.

Las verdaderas causas de la muerte de Rodrigo no las sabemos, aunque existen indicios de que ya padecĆ­a algĆŗn mal desde hacĆ­a al menos cinco aƱos. ¿Por quĆ© tenemos estos indicios? Por unas palabras que escribiĆ³ un tal Ben Abduz, un moro de Valencia. Durante la ejecuciĆ³n de Ibn Yahhaf, aquel que propiciĆ³ la muerte de al-Qadir y que Rodrigo mandĆ³ que juzgaran los propios musulmanes, dijo lo siguiente:
“En fin, las cosas de este mundo se pasan muy presto, y el corazĆ³n me dice que no durarĆ” mucho la premia en que nos tienen los cristianos, porque el Cid anda ya hacia el cabo de sus dĆ­as, y despuĆ©s de su muerte, los que quedemos con vida, seremos seƱores de nuestra ciudad.”
Estas palabras nos llevan a pensar que Rodrigo padecĆ­a algĆŗn tipo de enfermedad, que si bien no le obligaba a estar postrado en una cama ni le impedĆ­a ponerse al frente de sus hombres y pelear como un jabato, sĆ­ que era lo suficientemente evidente como para que alguien –quizĆ”s mĆ”s avispado que los demĆ”s en temas de salud- se diera cuenta de que estaba al cabo de sus dĆ­as.

De ser cierto que padecĆ­a una enfermedad, sus dĆ­as estaban contados, pero es mĆ”s que probable que esos dĆ­as se acortaran tras el disgusto por la muerte de Diego. Y quizĆ”s de ahĆ­ la leyenda de que muriĆ³ al saber de la derrota de sus hombres. Y si no mencionan a Diego, es porque ni siquiera ellos sabĆ­an que lo habĆ­an matado.

Una vez vista y apartada la leyenda viene la cruda realidad, y esta realidad es que Jimena estĆ” sola en Valencia, arropada por un ejĆ©rcito que no por la muerte de su comandante abandonan la lucha. Sin embargo, hasta el Cid necesitĆ³ ayuda en los momentos clave de la defensa de Valencia. La pregunta es: ¿quiĆ©n acudirĆ” ahora a socorrer la ciudad cuando nuevamente se sienta amenazada?

¿Hemos dicho ya que Yusuf se habĆ­a jubilado cercano al siglo de edad? SĆ­, lo hemos dicho. ¿Y que lo habĆ­a dejado todo en manos de su hijo AlĆ­? TambiĆ©n se ha dicho. Pero Yusuf era un viejo correoso que no iba a dejar de dar porculo hasta su muerte, y parece que los dĆ”tiles y la leche de cabra le daban cuerda para rato. TambiĆ©n era uno de esos viejos insoportables que despuĆ©s de la jubilaciĆ³n no dejan de querer seguir controlando cuanto hay alrededor suyo, porque piensan que si Ć©l no estĆ” pendiente de todo, nada funciona. AsĆ­ que, cuando se enterĆ³ de que el Cid habĆ­a muerto, no se fue corriendo a ver quĆ© decidĆ­a hacer su retoƱo respecto al tema, sino que Ć©l mismo lo dispuso todo para que un primo suyo se pusiera en marcha e iniciara una nueva correrĆ­a por el Levante. Los temores de Jimena se hicieron realidad: sobre Valencia se cernĆ­a una nueva amenaza, y esta vez, el Cid no estaba para protegerla. Jimena envĆ­a entonces un mensajero en busca de socorro.

El plan venƭa a ser parecido al anterior, un ataque a Toledo para neutralizar las tropas de Alfonso y que no pudieran acudir en ayuda de Valencia. Los ataques se produjeron entre los aƱos 1099 y 1100 sin resultado positivo, pues los almorƔvides eran rechazados una y otra vez. No obstante, esos ataques mantenƭan ocupado a Alfonso mientras por el Levante avanzaba el moro Mazdalƭ, que asƭ se llamaba el primo de Yusuf.

MazdalĆ­ no tardĆ³ en dominar JĆ”tiva y Alcira, para mĆ”s tarde coger camino hacia su objetivo final, Valencia. Era agosto de 1101 cuando se plantaron a las puertas de la ciudad e iniciaron el cerco. Los soldados del Cid resistirĆ”n al otro lado de las murallas, y asĆ­ llegĆ³ el invierno; pero las salidas para enfrentamientos a campo abierto quedan descartadas. Las cosas no pintaban bien y Jimena se desespera. AllĆ­ no aparece nadie para ayudar. ¿No estaban casadas sus hijas con un infante navarro y un conde barcelonĆ©s? ¿No iban sus maridos a enviar tropas de socorro a su suegra? Tampoco sabemos si fue a ellos a quien Jimena pidiĆ³ socorro. Lo que sĆ­ sabemos es que de pronto apareciĆ³ Alfonso en persona, al frente de sus tropas, y que su sola presencia puso en fuga a los moros sin ni siquiera plantar batalla.

AquĆ­ hay que reflexionar sobre un hecho: que los moros huyeran nada mĆ”s ver aparecer a Alfonso. ¿Por quĆ© ese miedo a Alfonso? ¿Por quĆ© ese miedo al ejĆ©rcito castellano-leonĆ©s? ¿No hablan todas las crĆ³nicas de contundentes derrotas sobre los cristianos como la de Extremadura o Consuegra? El pavor ante la presencia de Alfonso y su ejĆ©rcito mĆ”s bien indica lo contrario. El rey de LeĆ³n no habĆ­a conseguido en aquellas ocasiones claras victorias sobre los almorĆ”vides, pues de nada servĆ­a dar muerte a un almorĆ”vide tras otro, ya que parecĆ­an multiplicarse y aparecĆ­an otro nuevos por todas partes. Sin embargo, los cristianos, ejĆ©rcitos mucho mejor preparados que los provenientes de Ɓfrica, causaban grandes destrozos cada vez que embestĆ­an contra las filas musulmanas. Muchos de los presentes ahora a las puertas de Valencia quizĆ”s ya se habĆ­an visto envueltos en alguno de esos temibles ataques, y nada mĆ”s ver acercarse la caballerĆ­a cristiana, el terror se apoderĆ³ de ellos y se contagiĆ³ entre todos los demĆ”s, provocando la retirada en estampida. Pero las crĆ³nicas moras jamĆ”s (o rara vez) reconocen una derrota, y las crĆ³nicas cristianas son escasas sobre estos hechos concretos. Luego vienen los historiadores dando por bueno lo que contaban los antiguos escribas musulmanes, y ahora nos encontramos con que los ejĆ©rcitos moros se comportan como perro apaleado. Algo no nos cuadra.

Alfonso emprendiĆ³ la persecuciĆ³n de los almorĆ”vides hasta Cullera, donde tuvo lugar un combate que finalmente acabĆ³ por con una nueva huida sarracena. De vuelta a Valencia, Alfonso decide pasar lo que queda de invierno estudiando con Jimena la puesta en marcha de una defensa eficaz, pues de sobra sabĆ­an que los almorĆ”vides aparecerĆ­an de nuevo en cualquier momento. Alfonso mira a su alrededor: he aquĆ­ un gran reino que en otras circunstancias le brindaba la oportunidad Ćŗnica de pasar a ser parte de sus dominios. Sin embargo, por mĆ”s vueltas que le da al tema, no hay otra soluciĆ³n que abandonar. La defensa de Valencia no es posible sin dejar Toledo expuesta a su suerte. A principios de mayo se pone en marcha la evacuaciĆ³n de la ciudad y el traslado de todas las pertenencias del Cid hacia Castilla, incluido su cuerpo. Con Alfonso y Jimena se trasladan los religiosos y todo cuanto cristiano quiso acompaƱarles. Y como punto final, los soldados del Cid, en compaƱƭa de los de Alfonso, prenden fuego a la ciudad, para que los almorĆ”vides, al acecho de todo cuanto ocurrĆ­a, no encontraran nada de provecho cuando por fin vieran cumplida su obsesiĆ³n de apoderarse de Valencia.


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