El Cid, entre la historia y la leyenda 5

Las cinco esposas de Alfonso VI
Apenas hemos hablado de la esposa de Alfonso VI, o mejor diremos, esposas, porque fueron cinco, si contamos solo las legĆ­timas. Hubo ademĆ”s, amantes y concubinas, aparte de algĆŗn compromiso matrimonial que no se llevĆ³ a cabo. A estas alturas de la historia, Alfonso estĆ” casado con Constanza. Pero dejemos que sea el obispo Pelayo quien nos enumere todas las mujeres que hubo en la vida del rey leonĆ©s:

«Ć‰ste tuvo cinco mujeres legĆ­timas: InĆ©s, la primera; la reina Constanza, la segunda, de la que naciĆ³ la reina Urraca; la tercera, Berta, natural de Toscana; la cuarta, Isabel, en la que engendrĆ³ a Sancha y a Elvira; la quinta, Beatriz, que una vez viuda regresĆ³ a su patria. Tuvo tambiĆ©n dos amantes, sin embargo, nobilĆ­simas: la primera Jimena MuƱoz, en la que engendrĆ³ a Elvira y a Teresa; la Ćŗltima, llamada Zaida, hija de Aben Abeth, rey de Sevilla, la cual, una vez bautizada, recibiĆ³ el nombre de Isabel; en ella engendrĆ³ a Sancho.»

Existe cierta confusiĆ³n con Zaida, que muchos dan como hija del rey de Sevilla, tal como cuenta este obispo, pero realmente, como ya hemos visto, Zaida era su nuera. TambiĆ©n hay quien cree que InĆ©s, la primera esposa de Alfonso, muriĆ³ siendo niƱa y no llegĆ³ a casarse. Pero lo cierto es que hay documentos que demuestran que sĆ­ llegĆ³ a casarse y por lo tanto a ser reina de LeĆ³n. La confusiĆ³n viene por Ɓgata, hija de Guillermo el Conquistador, rey de Inglaterra y conde de NormandĆ­a y de Matilde de Flandes, que fue prometida a Alfonso pero no llegaron a casarse porque justo cuando iban a viajar a EspaƱa muriĆ³ la madre de Ć©sta.

InĆ©s de Aquitania, hija del duque Guido Guillermo VIII de Aquitania y de la duquesa Matilde la Marche, fue prometida a Alfonso cuando ella era solo una niƱa de diez o doce aƱos. En 1074 cuando hubo cumplido los quince se celebrĆ³ el matrimonio, que no durĆ³ mĆ”s de cuatro aƱos, pues InĆ©s falleciĆ³, segĆŗn cuentan, de un mal parto el 6 de junio de 1078.

HabiĆ©ndose quedado viudo con solo 31 aƱos, Alfonso buscĆ³ consuelo en brazos de una joven de la nobleza llamada Jimena MuƱoz. Dos aƱos durĆ³ el romance, durante el cual le dio dos hijas: Elvira y Teresa, la futura reina de Portugal. A finales del aƱo 1079 Alfonso vuelve a casarse con Constanza de BorgoƱa y Jimena vuelve a su tierra, el Bierzo. Constanza es hija del duque de BorgoƱa, Roberto el Viejo y de su segunda esposa la duquesa Helie. AsĆ­ mismo era sobrina del famoso abad de Cluny San Hugo el Grande, pues este abad era hermano de su madre. Constanza tenĆ­a 31 aƱos cuando se casĆ³ con Alfonso y era ya viuda del conde Hugo II de Chalon, que habĆ­a muerto en EspaƱa un aƱo antes. 

Durante los catorce aƱos que durĆ³ el matrimonio, hasta que Constanza muriĆ³ en el aƱo 1093, nacieron seis hijos aunque todos iban muriendo a excepciĆ³n de Urraca, nacida a finales del aƱo 1080 y llegarĆ­a a ser reina. De los cinco que murieron solo uno muriĆ³ despuĆ©s de Constanza, siendo tambiĆ©n un niƱo. Alfonso queda, pues, viudo de nuevo. Y entonces aparece Zaida en su vida, aunque esta reina mora ya habĆ­a aparecido antes, concretamente en el aƱo 1091. Pero, ¿cĆ³mo llegĆ³ Zaida a Toledo? 

Volvamos a ese aƱo, al 1091. Las taifas andalusĆ­es estĆ”n siendo conquistadas por las tropas de Yusuf. El encargado de hacerlo es su primo Abu-Bakr, mientras Yusuf va y viene de Ɓfrica de vez en cuando. Los reyes de Granada y MĆ”laga, ambos eran hermanos, habĆ­an sido capturados y enviados a Ɓfrica de donde nunca mĆ”s volverĆ­an. Otros se doblegan para no correr la misma suerte, pero otros como Al-Mutamid de Sevilla, su hijo Fath de CĆ³rdoba o Al-Muttawakkil de Badajoz, deciden presentar resistencia; precisamente los principales instigadores de la venida de Yusuf.

Alfonso, como receptor de las parias de Sevilla y CĆ³rdoba, estaba en la obligaciĆ³n de bajar a socorrerlos y enviĆ³ un contingente comandado por Ɓlvar FƔƱez. Si en el caso de Granada y MĆ”laga fue imposible ayudarles por la rapidez con que se produjeron las tomas de ambas ciudades, casi con toda seguridad ayudados desde el interior, en este caso tampoco habrĆ” Ć©xito con la expediciĆ³n, que solo consigue llegar a AlmodĆ³var, y es allĆ­ donde se encuentra refugiada Zaida y sus hijos. Fath habĆ­a preparado la salida de su esposa, sus hijos y parte del tesoro. Bajo la protecciĆ³n de setenta y siete caballeros son escoltados hasta AlmodĆ³var, donde se refugian en su castillo. No se sabe a ciencia cierta si Zaida enviĆ³ un mensajero a Alfonso o les salieron al paso a Ɓlvar FƔƱez, pero el encuentro se produjo y fueron llevados a Toledo. Ɓlvar FƔƱez pudo hacer poco mĆ”s en el sur, donde los ejĆ©rcitos de Yusuf habĆ­an aumentado considerablemente al unĆ­rseles las taifas que iban siendo invadidas. Al-Mutamid, rey de Sevilla, fue capturado y enviado, como los de Granada y MĆ”laga, a Ɓfrica, donde cuentan que muriĆ³ en la mĆ”s absoluta pobreza. Peor suerte corriĆ³ su hijo en CĆ³rdoba, que fue decapitado y exhibida su cabeza por toda la ciudad pinchada en una pica. En cuanto a Zaida…

Cuentan las crĆ³nicas que Zaida era de una belleza exquisita y que Alfonso, que ya contaba 45 aƱos, quedĆ³ prendado de ella nada mĆ”s verla. Fue recibida, por supuesto, con todos los honores y atenciones del mundo, aunque, no lo olvidemos, Constanza aĆŗn era su esposa. Claro que, si como cuentan, Alfonso siempre le fue infiel, lo mĆ”s probable es que Zaida no tardara en convertirse en su amante, aunque eso, como es normal, no estĆ” registrado en ninguna parte. Pero una vez que Constanza pasĆ³ a mejor vida, Zaida se convierte en concubina, y eso sĆ­ que estĆ” escrito por quienes, como el obispo Pelayo, vivieron el momento. 

Luego vendrĆ­a Berta, hija de Amadeo II, conde de Saboya. FallecerĆ­a cuatro aƱos y medio mĆ”s tarde sin dejar descendencia. Era el aƱo 1.100, Alfonso tenĆ­a ya 53 aƱos cuando contrajo matrimonio con una cuarta esposa: la enigmĆ”tica Isabel. EnigmĆ”tica porque hasta hace relativamente poco tiempo, nadie estaba seguro de dĆ³nde habĆ­a salido ni quiĆ©n era. Ya lo iremos descubriendo; de momento, diremos que Alfonso todavĆ­a tuvo un quinto matrimonio: a los 61 aƱos de edad, contrajo matrimonio con Beatriz, hija de Guillermo IX, duque de Aquitania. Ahora nos situamos de nuevo donde habĆ­amos dejado el hilo de la historia, entre el aƱo 1091 y 1092, cuando Alfonso recibe a la reina mora Zaida y el Cid cierra acuerdos con los lĆ­deres de la zona del Levante, CataluƱa, AragĆ³n y Zaragoza.



Alfonso VI quiere conquistar Valencia
Las siguientes acciones llevadas a cabo por Alfonso VI son, cuando menos, difĆ­ciles de entender y no todo el mundo se pone de acuerdo sobre quĆ© pasaba por la cabeza del rey cuando decidiĆ³ ponerlas en prĆ”ctica. Hay quien piensa que fue por envidia, al verse eclipsado por el poder creciente de Rodrigo –ya nadie acudĆ­a a Ć©l en busca de protecciĆ³n ni para hacer de mediador en los conflictos-, y hay quien cree que fue por necesidades monetarias, ya que, al quedarse sin los cobros de las parias andalusĆ­es querĆ­a ahora hacerse con las del Levante y Zaragoza.

Los historiadores modernos no se mojan demasiado en este tema y se limitan a narrar muy superficialmente lo ocurrido, sin dar demasiados detalles. MenĆ©ndez Pidal (1869 1968) que estudiĆ³ a fondo la vida del Cid, sĆ­ que critica duramente lo que considerĆ³ un acto poco noble por parte de un rey, que hasta ahora llevaba una trayectoria intachable (si exceptuamos la mancha de tener a un hermano encerrado y pudriĆ©ndose en una mazmorra). Ya hemos dicho en otras ocasiones que este historiador y filĆ³sofo, es hoy duramente criticado por su, digamos, “demasiada buena prensa” con el Cid, hacia el cual no ocultaba su admiraciĆ³n. Lo cierto es que esta acciĆ³n puede parecer hoy dĆ­a como un acto poco noble, seamos o no partidistas del Cid. O quizĆ”s es que, como ocurre con otros casos, no deberĆ­an verse los hechos del pasado con ojos del presente, ya que, por lo visto, en cuestiĆ³n de intereses propios, no hay contemplaciĆ³n ni romanticismo que valga. Ya hemos visto a los reyes del pasado cĆ³mo se las gastaban entre hermanos; quĆ© no harĆ­an, pues, contra un simple vasallo. ¿Y quĆ© fue lo que hizo Alfonso? Atacar Valencia. 

El motivo que mĆ”s suena para que Alfonso tomara esta decisiĆ³n, aparte de la necesidad del dinero que proporcionaban las parias, es que Valencia corrĆ­a peligro de acabar en manos zaragozanas, leridanas e incluso catalanas; si no en las mismas manos de Yusuf. Lo cierto es que el panorama andaba bastante revuelto, y aunque el Cid los tenĆ­a a todos a raya, Alfonso pudo temer que tarde o temprano a Rodrigo le ganaran la partida, y mĆ”s ahora que los almorĆ”vides se habĆ­an propuesto conquistarla y desde dentro de la misma ciudad habĆ­a muchos partidarios de Yusuf dispuestos a abrirles las puertas. 

Cierto es que Alfonso no tenĆ­a por quĆ© dar explicaciones a nadie de cĆ³mo actuar sobre un territorio vasallo de LeĆ³n y Castilla. Cierto es tambiĆ©n que Rodrigo actuaba como dueƱo y seƱor de Valencia porque Ć©l, Alfonso, lo toleraba, aunque legalmente Rodrigo no era mĆ”s que un desterrado acusado de traiciĆ³n y, por lo tanto, ni siquiera deberĆ­a poder pasearse por tierras de dominio castellano-leonĆ©s. Pero todo eso no justificaba, lo que, segĆŗn Menendez Pidal, era un golpe bajo contra Rodrigo. A no ser que todo aquello viniera por la discusiĆ³n reciente, en la cual la cosa pudo llegar incluso a las manos, lo cual dejaba claro que las relaciones entre rey y vasallo habĆ­an quedado seriamente daƱadas, quizĆ”s ya, irrecuperables para siempre. 

La acciĆ³n de Alfonso, al margen de la extorsiĆ³n que esto causaba al Cid, puede tener poca o mucha lĆ³gica, segĆŗn se mire. Puede tener poca si pensamos que debiĆ³ avisar al Cid y unir fuerzas, si lo que realmente querĆ­a era dar un golpe de efecto en Valencia y anexionarla definitivamente a LeĆ³n; o puede que sĆ­ la tenga, teniendo en cuenta que la amenaza almorĆ”vide era cada vez mĆ”s seria y con Rodrigo no habĆ­a manera de entenderse. Veamos pues, lo que ocurriĆ³.

Alfonso pone a sus ejĆ©rcitos en marcha y se dirige a Valencia. Una vez allĆ­ pone cerco a la ciudad y espera refuerzos. ¿Refuerzos de quiĆ©n? Del rey de AragĆ³n y de los condes catalanes. AdemĆ”s, se esperaba el ataque por mar de las flotas de GĆ©nova y Pisa. Alfonso querĆ­a un asalto combinado por tierra y por mar. EstĆ” claro que no querĆ­a perder tiempo en asedios que podĆ­an durar meses o aƱos hasta que las ciudades cayeran rendidas por el hambre y la enfermedad. QuerĆ­a conquistar la ciudad en muy poco tiempo. Y he aquĆ­ la primera pregunta: ¿no tenĆ­a Alfonso autoridad sobre al-Qadir, al cual puso personalmente en el trono de Valencia? Puede ser que el rey valenciano se negara a abrirle las puertas o que los pro-almorĆ”vides no le dejaran hacerlo. DebiĆ³ ser un trauma para un rey que ya tenĆ­a grandes acuerdos con el Cid. Segunda, pregunta: ¿por quĆ© inmiscuyĆ³ Alfonso a los italianos en problemas internos? La respuesta estĆ” en el lugar estratĆ©gico en que Valencia se encuentra. Alfonso quizĆ”s no tuviera que pagar nada a los italianos, simplemente convencerlos de que Valencia, uno de los mejores puertos comerciales del MediterrĆ”neo estaba a punto de caer en manos moras, algo muy perjudicial para sus intereses.

Ahora, dependiendo de la fuente consultada, hay quien cuenta que esas flotas nunca llegaron a las costas valencianas, y quien dice que sĆ­ llegaron pero que se entretuvieron demasiado atacando otros puntos de la costa levantina. Se habla de fallo de coordinaciĆ³n. ¿O quizĆ”s el desembarco italiano era un farol? Sea lo que fuere, Alfonso ordenĆ³ levantar el cerco y volver a Toledo. DespuĆ©s de todo este jaleo, ¡vuelven a Toledo! Pues sĆ­, porque permanecer mĆ”s tiempo del planeado en Valencia no solo le salĆ­a muy caro a LeĆ³n, sino que dejaba desprotegida Toledo. 

Son muchos los que piensan que todo esto no tiene demasiado sentido, o quizĆ”s es que no nos ha llegado toda la informaciĆ³n necesaria para entenderlo, aunque tambiĆ©n cabe la teorĆ­a del calentĆ³n personal o del calentamiento de cabeza por parte de individuos como el eterno enemigo de Rodrigo, el conde GarcĆ­a OrdĆ³Ć±ez, que iba a pagar los platos rotos de todo este sinsentido. Porque, a todo esto, ¿cuĆ”l fue la reacciĆ³n del Cid? Lo veremos.


La reacciĆ³n de Rodrigo
Rodrigo siempre habĆ­a tenido una excelente amistad con el rey de Zaragoza, una amistad reforzada tras haber hecho de mediador entre Ć©ste y Sancho RamĆ­rez, y por eso habĆ­a decidido pasar una temporada en sus tierras, disfrutando de un buen ambiente y recordando tiempos pasados, cuando estuvo al servicio de su padre y de su abuelo, el buen rey al-Mutamid. Fue allĆ­ donde se le informĆ³ de que Alfonso estaba asediando Valencia. Rodrigo no daba crĆ©dito a lo que le contaban y despuĆ©s de asimilar la noticia entrĆ³ en cĆ³lera. Pero todavĆ­a no habĆ­a escuchado la noticia completa. Alfonso habĆ­a hecho correr la voz por todo el territorio levantino de que todas las fortalezas y poblaciones debĆ­an satisfacer las parias de los aƱos anteriores y ponerse al corriente, es decir, debĆ­an pagar al rey de LeĆ³n una cantidad similar a todo lo que ya habĆ­an pagado a Rodrigo.

De haberse llevado a cabo esta exigencia, hubiera supuesto un serio revĆ©s, no solo para el territorio de Levante, que habrĆ­a quebrado econĆ³micamente, sino para el propio Cid, que se hubiera quedado sin cobrar en mucho tiempo, y por tanto su ejĆ©rcito posiblemente se hubiera desintegrado al no poder garantizar su mantenimiento. Esto Ćŗltimo fue lo que acabĆ³ por sacarlo de sus casillas completamente.¿QuĆ© hacer? ¿Enfrentarse a Alfonso? ¿Lo estaba provocando para eso? Si querĆ­a guerra, Alfonso tendrĆ­a guerra. Ante la situaciĆ³n generada, al-Mustain se ofrece a reforzar sus mesnadas y le proporciona caballos nuevos. Rodrigo agradece el gesto, pero todavĆ­a no ha decidido quĆ© hacer, pues le acaban de llegar nuevas noticias. Alfonso ha puesto en su contra tanto a Sancho RamĆ­rez de AragĆ³n como a los condes catalanes y al propio tĆ­o de al-Mustain, el siempre correoso al-Mundir. AdemĆ”s, se espera el desembarco de dos flotas italianas. Demasiados aliados contra Ć©l y su ejĆ©rcito. Aunque esto, mĆ”s que un contratiempo, es un alivio para Rodrigo, que evita asĆ­ tener que enfrentarse a su rey. No obstante, la ofensa no quedarĆ” impune. Rodrigo dirige a sus mesnadas hacia la Rioja.

¿Y por quĆ© a la Rioja? Por tres razones, porque era territorio leonĆ©s, porque eran tierras gobernadas por su terrible enemigo GarcĆ­a OrdĆ³nez y porque pensaba dar rienda suelta a su rabia… ¡saqueĆ”ndolas! Y asĆ­, NĆ”jera, LogroƱo, Calahorra, Alberite y Alfaro, entre otras poblaciones, quedaron devastadas. Muchos han visto en este ataque indiscriminado la cara menos amable del Cid y han aprovechado para ponerlo de vuelta y media, queriendo desmitificar la nobleza y el heroĆ­smo de tan admirado caballero. QuizĆ”s sus actos –no solo este- no fueran justificables, pero, ¿alguien sabrĆ­a medir la paciencia y la templanza de quien estĆ” constantemente sometido a la presiĆ³n de la guerra, la devastaciĆ³n y la muerte? El autor de la Historia Roderici lo tiene claro y no oculta su admiraciĆ³n a la hora de relatar su andadura por la Rioja, en la que, ademĆ”s de conseguir grandes botines, humillĆ³ y dejĆ³ en ridĆ­culo a su eterno enemigo.

La Historia Roderici, por si no se ha dicho ya, es una crĆ³nica, cuyo original se escribiĆ³ en latĆ­n, que cuenta las andanzas del Cid. Es su biografĆ­a, probablemente escrita por alguno de sus acompaƱantes, que se habrĆ­a dedicado a tomar nota de todo cuanto acontecĆ­a a su alrededor. Y es aquĆ­, en estos relatos, donde encontramos los detalles de la campaƱa emprendida por Rodrigo contra los territorios gobernados por GarcĆ­a OrdĆ³Ć±ez. Cuenta que cuando Ć©ste fue informado de que el Cid atacaba sus tierras, enviĆ³ a unos mensajeros a retarlo en combate. Rodrigo aceptĆ³ y lo esperĆ³ para luchar con Ć©l. OrdĆ³Ć±ez movilizĆ³ a sus hombres y pidiĆ³ ayuda a todos sus familiares, pero una vez frente al enorme ejercito del Cid, el conde quedĆ³ aterrado y se retirĆ³ sin entrar en combate. ¿Tan grande era el ejĆ©rcito del Cid? Se cuenta que estaba compuesto de 2.500 caballeros y 7.000 infantes. Suficiente para moverse con soltura o para encarar cualquier batalla, aunque nada que ver con los enormes ejĆ©rcitos como los que se enfrentaron en Sagrajas. Pero posiblemente no era el nĆŗmero de soldados lo que preocupaba al conde, sino la gran preparaciĆ³n de Ć©stos que nunca habĆ­an sido vencidos.

De todo esto se desprende que Rodrigo, no solo sentĆ­a una gran animadversiĆ³n contra GarcĆ­a OrdĆ³Ć±ez, sino que sospechaba e incluso estaba seguro de que habĆ­a sido el mĆ”ximo instigador para que Alfonso se volviera de nuevo contra Ć©l. Y es que, OrdoƱez no acababa de digerir que el destierro de Rodrigo, mĆ”s que un castigo, le hubiera supuesto tanta gloria. Ahora, hay que ver cĆ³mo se tomĆ³ Alfonso lo que era un desafĆ­o del Cid en toda regla.


La resoluciĆ³n del rey
Alfonso estaba nervioso. No era para menos. Su ataque fallido a Valencia habĆ­a sido un claro error que nunca debiĆ³ llevar a cabo. Ahora, para colmo de males, tenĆ­a a Rodrigo como enemigo, un enemigo tanto o mĆ”s peligroso que los almorĆ”vides. Estos eran, posiblemente, los pensamientos de Alfonso a su regreso a Toledo. No hay detalles, como casi nunca los hay, de los hechos que siguieron a los acontecimientos que ya hemos relatado. Pero sĆ­ sabemos la resoluciĆ³n que Alfonso tomĆ³. Y a partir de esa resoluciĆ³n, podrĆ­amos reconstruir los hechos, como si de un drama cinematogrĆ”fico se tratara.

Cuando llegĆ³ GarcĆ­a OrdĆ³Ć±ez a presentar sus quejas, Alfonso ya estaba al tanto de todo, y mientras el conde farfullaba irritado, el rey hacĆ­a volar sus pensamientos de nuevo hasta Valencia. AllĆ­, Rodrigo habĆ­a estado haciendo un trabajo impecable, de eso no le cabĆ­a ninguna duda y debĆ­a reconocerlo, por mucho que a Ć©l y a sus consejeros les pesara. Rodrigo DĆ­az habĆ­a conseguido lo que muy pocos podĆ­an presumir de poder hacer: tener bajo control una zona demasiado conflictiva y hacer de barrera para ponĆ©rselo muy difĆ­cil a los almorĆ”vides cuando finalmente se decidieran a subir hacia el norte por la zona mediterrĆ”nea. Aquel convencimiento le hacĆ­a ver, cada vez con mĆ”s claridad, que aquel conde que tenĆ­a delante enrabietado y maldiciendo, no habĆ­a actuado contra el Cid mĆ”s que por odio y envidia. ¡Ay, si Rodrigo no se hubiera empeƱado siempre en estropearlo todo! Siempre con su carĆ”cter altanero y prepotente. Aquel maldito castellano, amigo desde casi la infancia, al que sin embargo no podĆ­a dejar de tener un gran cariƱo y aprecio. Maldito Rodrigo, ¡quĆ© ganas de darle un buen puƱetazo se habĆ­a aguantado tantas veces!

Pero, ¿y Ć©l? ¿Acaso Ć©l mismo no tenĆ­a un carĆ”cter insoportable a veces? Un carĆ”cter que muchos le soportaban solo por ser quien era, el rey. Como aquel mentecato que hablaba y protestaba sin parar. GarcĆ­a OrdĆ³Ć±ez, ¡menudo elemento! Gran guerrero, gran alfĆ©rez que siempre le habĆ­a hecho un gran servicio. Pero envidioso y mezquino, eso lo tenĆ­a cada vez mĆ”s claro. ¡La de veces que le habĆ­a envenenado la sangre contra Rodrigo! De hecho, en las decisiones tomadas en su contra siempre habĆ­a pesado el hecho de querer alejarlos a uno del otro, para no tener que soportar sus eternas disputas. ¿Por quĆ© no se habrĆ­a atrevido una de esas veces a hacer lo contrario? Alejar de la corte al envidioso de GarcĆ­a OrdĆ³Ć±ez. 

OrdĆ³Ć±ez hizo una pausa en su larga lista de quejas contra Rodrigo, como esperando respuesta, o mĆ”s bien una sentencia condenatoria por parte de su rey. No estaban solos. Todos habĆ­an oĆ­do a OrdĆ³Ć±ez detallar la larga lista de daƱos causados por aquel traidor, que habĆ­a irrumpido en sus tierras de forma irresponsable. Todos menos Alfonso, que habĆ­a estado todo el tiempo ausente. No supo quĆ© decir, quĆ© responder. AsĆ­ que se levantĆ³ de su sillĆ³n, como para desentumecer las piernas, mientras paseaba la vista por cada uno de los presentes. Todos esperaban el veredicto del rey que no podĆ­a ser otro que un castigo ejemplar a unos hechos del todo inadmisibles. Sin embargo, Alfonso pidiĆ³ que lo dejaran solo. TenĆ­a que redactar una carta y solo la soledad podĆ­a ayudar a poner en orden su mente.

Tras las andadas por la Rioja, Rodrigo volviĆ³ a Zaragoza, donde recibiĆ³ la carta de Alfonso. Era una carta esperada, tal como esperĆ³ la vez anterior, una carta condenatoria. ¿QuĆ© le pedirĆ­a esta vez Alfonso? ¿DebĆ­a abandonar Valencia? Seguramente serĆ­a eso. AbriĆ³ la carta y la leyĆ³ con atenciĆ³n. Aquello que leyĆ³ no lo hubiera esperado nunca. Alfonso no solo le levantaba el destierro por delito de traiciĆ³n, sino que le devolvĆ­a todas las propiedades confiscadas en Castilla. Y ademĆ”s de todo eso, le presentaba sus disculpas por su acciĆ³n contra Valencia, a la vez que lo invitaba a volver a Castilla cuando Ć©l tuviera a bien hacerlo. Aquella carta tuvo respuesta. Rodrigo agradecĆ­a a su rey aquel generoso gesto y aceptaba el perdĆ³n, a la vez que le hacĆ­a saber que contaba con su lealtad, sin dejar de hacerle una pequeƱa recomendaciĆ³n: que la prĆ³xima vez que tuviera que dictar sentencias como la que a Ć©l le habĆ­a tocado sufrir, se buscara mejores consejeros. 

Lo anteriormente relatado no es mĆ”s que fruto de la imaginaciĆ³n de quien esto escribe, teniendo como base histĆ³rica Ćŗnicamente lo esencial de los hechos. Es decir, es cierto que Alfonso enviĆ³ una carta en la que pedĆ­a disculpas y perdonaba a Rodrigo, e incluso tambiĆ©n es cierto que Ć©ste le respondiĆ³ reprochĆ”ndole tener tan malos consejeros. Pero nadie puede asegurar lo que pasaba por la cabeza de Alfonso cuando decidiĆ³ perdonar al Cid, aunque tampoco es difĆ­cil de imaginar sus sentimientos, cuando, en medio de una avalancha de crĆ­ticas y acusaciones contra Rodrigo decidiĆ³ hacer lo contrario a lo que todos esperaban que hiciera. 

Rodrigo no volviĆ³, no tenĆ­a ninguna prisa, si es que alguna vez decidĆ­a hacerlo. De momento seguirĆ­a una buena temporada junto a su buen amigo al-Mustain de Zaragoza, donde gozaba de buena compaƱƭa y buenos alimentos. Ɖl y sus hombres se merecĆ­an, sin duda, unos dĆ­as de descanso. Un descanso mucho mĆ”s relajado, despuĆ©s de haberse desprendido de una losa que en el fondo le pesaba, les pesaba a todos, incluso al que se la habĆ­a puesto encima: la condena por traiciĆ³n. Por otra parte, aquel buen ambiente creado funcionarĆ­a como una inyecciĆ³n de fuerza ante la amenaza almorĆ”vide que cada vez estaba mĆ”s prĆ³xima al Levante.


Los almorƔvides llegan a Valencia
Rodrigo y su ejĆ©rcito estuvieron un total de nueve meses en Zaragoza, aunque no todo este tiempo pudieron dedicarlo al ocio y al descanso. La invasiĆ³n almorĆ”vide en el sur tuvo su repercusiĆ³n en Levante y Zaragoza, donde los mĆ”s radicales se sublevaron contra sus gobernantes en apoyo de los invasores. Rodrigo se vio en la obligaciĆ³n de echar una mano a su amigo y protegido al-MustaĆ­n, y antes de regresar a Valencia quiso dejarle la zona libre de problemas. Pero el tiempo empleado en Zaragoza actuaba a favor de los almorĆ”vides que llegaron hasta Denia, mientras en el interior de Valencia le allanaban el terreno derrocando a al-Qadir, un lĆ­der demasiado endeble que nunca fue totalmente aceptado por los valencianos. 

Cuando el Cid estĆ” cerca de Valencia se confirman los peores temores, unos emisarios le dan la noticia de que la ciudad ha sido tomada por los almorĆ”vides a los cuales le han facilitado la entrada los mismos valencianos que se han rebelado contra al-Qadir. El infeliz, cuando se vio acorralado no se le ocurriĆ³ otra cosa que disfrazarse de pordiosera y huir. ¿A quiĆ©n habĆ­amos visto hacer esto anteriormente? Debajo de los harapos intentĆ³ guardar lo que pudo de su tesoro. Pero al salir de la ciudad fue atracado y asesinado. Lo encontraron tirado en un estercolero. 

La rebeliĆ³n contra al-Qadir y la toma de Valencia por los almorĆ”vides tuvo como consecuencia que la mayorĆ­a de poblaciones y fortalezas prĆ³ximas se envalentonaran y se declararan contrarias a seguir pagando tributos al Cid; y por eso, cuando Rodrigo quiso entrar en la fortaleza de Juballa, tambiĆ©n llamada Cebolla o Capuya, en la actual poblaciĆ³n de Puig de Santa MarĆ­a, Ć©ste se encontrĆ³ con que no le abrĆ­an las puertas. Estamos a principios de noviembre del aƱo 1092. Al Campeador se le presentaba un fin de aƱo movidito. Los soldados del Cid ponen cerco a la fortaleza de Juballa y muy pronto los almorĆ”vides estuvieron informados de este hecho. ¿Acudieron en ayuda de la fortaleza? 

MĆ”s bien, al saber que el Cid estaba acampado tan cerca de ellos renunciaron a seguir avanzando hacia el norte. Esto permite a los soldados de Rodrigo moverse con mayor comodidad, y al tiempo que hacen presiĆ³n sobre Juballa se dedican a visitar a los jefecillos de la zona haciĆ©ndoles saber que el Cid estĆ” de vuelta y de quĆ© parte les conviene estar. A su vez, Rodrigo intentarĆ” ser diplomĆ”tico con el nuevo gobernante de Valencia, el antiguo cadĆ­ Ibn Yahhaf., el cual se niega a negociar con Ć©l. MĆ”s amigable se muestra el rey de AlbarracĆ­n, que no duda en renovar sus pactos con Ć©l y se compromete a abastecerlos de vĆ­veres. 

Ibn Yahhaf se niega a negociar y Rodrigo pone en marcha su maquinaria “diplomĆ”tica”, la que tiene dentro de la ciudad, que se encargarĆ” de ir desestabilizando al nuevo rey. Los anti-almorĆ”vides comienzan a hacer presiĆ³n, y el nuevo rey, para contentarlos, libera al antiguo visir, amigo de Rodrigo. Ante este gesto, los almorĆ”vides llegarĆ”n a creer que a Ibn Yahhaf solo le interesa el trono de Valencia y que para consolidarse en Ć©l estĆ” negociando el apoyo del Cid. Para acabar de liar el embrollo, por la ciudad se corre la noticia de que el nuevo rey valenciano estĆ” a punto de entregar el tesoro a los almorĆ”vides. La cizaƱa desestabilizadora introducida por los espĆ­as de Rodrigo empieza a dar resultados. El caso es que la noticia era cierta. Los almorĆ”vides reclaman a Valencia el tesoro que al-Qadir intentĆ³ camuflar en casa de algunos amigos, pero finalmente fue descubierto por Ibn Yahhlaf. Los valencianos se niegan a que sea entregado a los almorĆ”vides, pero ante la insistencia y las amenazas de los africanos, a Ibn Yahhaf no le queda mĆ”s remedio que ceder, al menos, enviĆ”ndoles una parte. 

La comitiva que portaba el tesoro hacia el sur partiĆ³ de incĆ³gnito en direcciĆ³n a Murcia. Al-Faray, el visir recientemente liberado, amigo de Rodrigo, enviĆ³ a Ć©ste un mensajero comunicĆ”ndole los planes del envĆ­o. Antes de llegar a Murcia, un destacamento de Rodrigo se apoderaba del tesoro. Cuando Ć©ste llegĆ³ a manos de Rodrigo y lo contabilizĆ³, se dio cuenta enseguida de que no podĆ­a tratarse de todo cuanto al-Qadir poseĆ­a, pero ya habrĆ­a tiempo de recuperar todo lo demĆ”s. Ahora solo habĆ­a que procurar que Ibn Yahhaf no sospechara que lo que habĆ­a enviado a los almorĆ”vides habĆ­a caĆ­do en sus manos. 

En julio del aƱo 1093, tras ocho meses de asedio, la fortaleza de Juballa se rinde. Hasta allĆ­ acuden muchos de los refugiados que tuvieron que huir de Valencia u otros lugares, acosados por los almorĆ”vides. La recuperaciĆ³n de esta fortaleza permite a Rodrigo tener un lugar donde refugiarse, en caso de necesidad, mientras monta un campamento a las puertas de la ciudad de Valencia. Rodrigo toma un control total sobre los alrededores, mientras en el interior, la presiĆ³n sigue contra el reciĆ©n estrenado rey Ibn Yahhaf. Valencia queda cada vez mĆ”s aislada y el asedio resulta cada dĆ­a mĆ”s duro. Al cabo de un tiempo, Rodrigo decide apretar las tuercas un poco mĆ”s al rey y le pide que expulse a los almorĆ”vides que hay dentro. A las peticiones de Rodrigo se unen las de los propios almorĆ”vides, que desean salir de Valencia ante tan insostenible situaciĆ³n. Ibn Yahhaf no tiene mĆ”s remedio que dejarlos marchar. Por su parte, la poblaciĆ³n tampoco puede mĆ”s al llegar las reservas de abastecimiento a un nivel alarmante. El hambre no tardarĆ­a en hacerse sentir. La poblaciĆ³n no aguanta mĆ”s y comienzan a hacer comparaciones sobre lo bien que les va a la gente que se puso de parte del Cid y se instalĆ³ en Juballa, mientras ellos no tardarĆ”n en morir de hambre. 

Unirse al Cid era lo que mĆ”s deseaban en aquellos penosos momentos. Llevaban ya dos meses de asedio estricto, aunque Rodrigo hacĆ­a ya ocho meses que hacĆ­a presiĆ³n sobre la ciudad. Ibn Yahhaf decide rendirse. Las condiciones que Rodrigo puso fueron las siguientes: deberĆ­a restablecerse el statu quo anterior, es decir, Valencia seguirĆ­a pagando parias a cambio de su protecciĆ³n. DebĆ­an pagar los meses de atrasos desde que ocuparon Valencia y se le debĆ­an devolver todas sus pertenencias, las que el Cid tenĆ­a en el interior de la ciudad. Y como el nuevo rey no era de fiar, los puestos en la administraciĆ³n tributaria debĆ­an ocuparlos hombres de total confianza del Cid. AdemĆ”s, se le debĆ­a permitir hospedarse en la fortaleza de Juballa sin ser molestado. AllĆ­ esperarĆ­a la llegada de los almorĆ”vides, pues sabĆ­a que ya venĆ­an de camino en ayuda de Valencia. 

Pero he aquĆ­ que ante el anuncio de la llegada de los almorĆ”vides, los valencianos musulmanes comienzan a presionar de nuevo sobre el rey Ibn Yahhaf, que ahora critican por haber cedido demasiado pronto ante el Cid. Ibn Yahhaf, por otra parte, estĆ” en un sinvivir al pensar que los almorĆ”vides le reclamarĆ”n el tesoro que ya le reclamaron hace tiempo y que nunca llegĆ³ al sur. Y ante una situaciĆ³n tan drĆ”stica llega el rey de AlbarracĆ­n ofreciĆ©ndoles su ayuda. Este rey, que solo unos meses antes se habĆ­a mostrado sumiso y amable con Rodrigo, ve la ocasiĆ³n de aliarse con el de Valencia, pues cree que los almorĆ”vides podrĆ”n acabar de una vez con el poderĆ­o del Cid. Pero antes de que estos lleguen… Rodrigo no dejarĆ” pasar al rey de AlbarracĆ­n su osadĆ­a y emprende una operaciĆ³n de castigo. Los soldados de AlbarracĆ­n, envalentonados por la cercanĆ­a de los almorĆ”vides, no dudarĆ”n en enfrentarse a los del Cid. Rodrigo es alcanzado en el cuello por una lanza y cae al suelo herido. 

En tierras valencianas, en este momento, corre grave peligro, es mejor salir de allĆ­. Algunos musulmanes creen que el Cid ha muerto. Dos meses estuvo convaleciente el Cid. Para diciembre de 1093 ya estaba de vuelta en la fortaleza de Juballa. ¿DĆ³nde estuvo Rodrigo durante este tiempo? No lo sabemos. QuizĆ”s en Zaragoza, aunque todo habrĆ­a dependido de la gravedad de la herida para hacer un camino tan largo. Los almorĆ”vides no han llegado todavĆ­a a la ciudad, pero sus habitantes, como la vez anterior, al ver al Cid desaparecido, se mostraron otra vez favorables a ellos. Rodrigo asedia de nuevo Valencia, pero esta vez se prepara para resistir la llegada inminente de los africanos que avanzan desde Murcia. Mientras llegan, los soldados de Rodrigo se afanan en derribar puentes y obstruir pasos para dificultar el avance almorĆ”vide. En medio de la noche los valencianos ven con euforia las antorchas almorĆ”vides que acampaban en Almusafes, a solo veinte kilĆ³metros de donde se encontraban los soldados de Rodrigo. Los pro-almorĆ”vides de la ciudad creĆ­an, esta vez sĆ­, que acabarĆ­a el dominio de Rodrigo sobre Valencia. Pero en una noche pueden pasar muchas cosas. Como  que, por ejemplo, se desate una gran tormenta.

 Al dĆ­a siguiente no quedaba nadie en el campamento almorĆ”vide, todos habĆ­an vuelto atrĆ”s, hacia Murcia de nuevo. ¿Por quĆ©? ¿No pudieron esperar a que parara de llover? ¿SupersticiĆ³n porque la tormenta no auguraba nada bueno? ¿O es que creĆ­an que el Cid estaba gravemente herido, quizĆ”s muerto, y cuando supieron que estaba al frente de sus tropas se acobardaron? ¿Se basa la leyenda en este hecho, cuando cuentan que el Cid ganĆ³ una batalla despuĆ©s de muerto? Es posible. Los valencianos, al darse cuenta de que su situaciĆ³n volvĆ­a a ser la de meses atrĆ”s quedaron desolados. Los almorĆ”vides los dejaban de nuevo a merced del Cid. Nuevo asedio, nuevas presiones y nuevas revueltas en el interior de la ciudad. Los almorĆ”vides no acuden en su ayuda. 

Hasta que por fin, el 15 de junio de 1094 el Cid se hace dueƱo de Valencia. Su entrada es celebrada por unos –los cristianos y musulmanes menos radicales que creen en su protecciĆ³n y no se fĆ­an de los almorĆ”vides-, y despreciada por otros –los musulmanes mĆ”s radicales o que ven al Cid como enemigo del islam. Pero Rodrigo intentarĆ” contentar a todos y redacta un documento en el cual proclama unas normas que recuerdan a las del rey Alfonso cuando tomĆ³ Toledo. Ibn Yahhaf seguirĆ” como gobernante de Valencia y Ć©l se instalarĆ” en Alcudia,mientras vela porque las leyes se cumplan y todos, tanto cristianos como musulmanes, sean respetados y puedan practicar libremente sus religiones. AquĆ­ se reproduce lo mĆ”s fielmente posible el documento del Cid: 

 "Yo soy un hombre que nunca he reinado, ni tampoco nadie de mi linaje, pero desde el dĆ­a que contemplĆ© esta ciudad me agradĆ³ tanto y deseĆ© tanto hacerla mĆ­a, que comencĆ© a rogar a Dios Nuestro SeƱor que me la pusiere en mis manos; y ved cuĆ”n grande es el poder de Dios, que el dĆ­a que yo lleguĆ© a Juballa sĆ³lo tenĆ­a cuatro panes, y ahora Dios me ha dado Valencia y soy Ć©l dueƱo de ella. Y en adelante, si yo fuere justo en su gobierno, el SeƱor me la conservarĆ”; pero si yo obrare mal por injusticia o soberbia, sĆ© que el mismo SeƱor me la arrebatarĆ”. A partir de hoy cada uno de vosotros vaya a sus heredades y vuelva a poseerlas como antes. Si hallare su huerta o su viƱa sin cultivar, puede ocuparla en el acto; y si la encontrare cultivada, abone al que la labrĆ³ todo su trabajo y todos los gastos que hizo y recupĆ©rela, como manda vuestra ley. AdemĆ”s, he ordenado a los que deben recaudar los impuestos en la ciudad que no tomen mĆ”s del diezmo, conforme a la ley corĆ”nica. TambiĆ©n he dispuesto destinar dos dĆ­as a la semana: lunes y jueves, para oĆ­r vuestros pleitos, y si surgiere algĆŗn litigio, que no admita demora, podĆ©is acudir a mĆ­ cualquier dĆ­a, porque yo no pierdo el tiempo con mujeres, con canciones, ni bebiendo, como lo hacĆ­an vuestros seƱores, que no tenĆ­an tiempo para recibiros. Porque yo quiero resolver personalmente todos vuestros problemas y ser para vosotros un compaƱero mĆ”s, como un amigo para su amigo o un pariente para su pariente; yo quiero ser vuestro alcalde y vuestro alguacil y cada vez que tengĆ”is alguna diferencia, uno con otro, yo la solucionarĆ©”. Primera CrĆ³nica General. VersiĆ³n de G. MartĆ­nez Diez 

Este documento fue leĆ­do por Rodrigo a los principales seƱores de Valencia, sin embargo, dejĆ³ claro que todo lo hacĆ­a en nombre de su rey, Alfonso. Con ello, el dominio del Cid sobre Valencia quedaba consolidado, aunque su defensor sometiĆ³ la ciudad a la suprema autoridad de Alfonso VI



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