El regreso de Yusuf
Yusuf, el emir de los almorĆ”vides acababa de cruzar de nuevo el estrecho de Gibraltar para ayudar a los reyes de las taifas andalusĆes a defenderse de los reyes cristianos, entre los que el Campeador figuraba ya con nombre propio en las listas de agravios de los demandantes.Ya hemos visto cĆ³mo inmediatamente despuĆ©s de la batalla de Sagrajas, en la que los cristianos no salieron bien parados, Alfonso se puso a hacer los deberes reforzando la fortificaciĆ³n de sus fronteras y movilizando a todos sus efectivos. El Cid, que en principio se ocupaba de las siete plazas asignadas en Castilla pasĆ³ a Valencia y los refuerzos llegados desde Francia pasaron a ponerse al servicio de Sancho RamĆrez de AragĆ³n. ¿Por quĆ© marcharon a AragĆ³n? Muchos quieren ver en esto un feo gesto por parte de Alfonso, que los habrĆa despreciado una vez que hubo conseguido poner de nuevo a su servicio al Cid. Pero es un error pensar que esto fue asĆ, porque lo que Alfonso se dedicĆ³ a hacer fue reforzar su alianza con el rey aragonĆ©s, no olvidemos lo que llevamos diciendo desde el principio, Alfonso era un gran diplomĆ”tico y sabĆa que si querĆan repeler con Ć©xito un futuro ataque almorĆ”vide los cristianos debĆan estar unidos.
TambiĆ©n sabĆa que para que esa uniĆ³n funcionara debĆa dejar respirar a los demĆ”s. Castilla y LeĆ³n podĆan expandirse por el sur, AragĆ³n solo podĆa hacerlo a costa de adentrarse en Zaragoza, donde Alfonso tenĆa puestas sus miras despuĆ©s de hacerse con Toledo. EstĆ” claro que uno de los acuerdos de esta alianza era facilitarle a Sancho RamĆrez su empeƱo en hacerse con algunas plazas que venĆa reclamando desde hacĆa aƱos en la frontera zaragozana. Por otra parte, si Yusuf atacaba de nuevo, habĆa el peligro de que Zaragoza tomara partido por los africanos y no estaba demĆ”s reforzar el ejĆ©rcito de AragĆ³n, asĆ que no es descabellado pensar que el paso de los cruzados franceses de LeĆ³n a AragĆ³n fuera parte de los acuerdos entre ambos monarcas. Y ahora que hemos visto que Yusuf acaba de cruzar de nuevo el estrecho, seguramente el aragonĆ©s se alegraba de tenerlos a su servicio, pues toda la cristiandad hispana se puso de nuevo en alerta roja
El castillo de Aledo, en suelo murciano, era una de esas plazas fuertes que Alfonso habĆa reforzado, teniendo la particularidad de que estaba en suelo musulmĆ”n, y es por esto que los reyes taifas comenzaron a sentirse de nuevo molestos y humillados. Y entonces apareciĆ³ Yusuf de nuevo, que no solo se sentĆa abatido por esto, sino por todas las humillaciones que el Cid estaba infligiendo a los musulmanes levantinos. El emir africano, cada vez mĆ”s anciano y seco, llegĆ³, como la vez anterior, vestido con pieles de oveja, comiendo dĆ”tiles y bebiendo leche de cabra, e inmediatamente convocĆ³ a todos los reyes taifas. Alguno de ellos, como el de Badajoz, no acudiĆ³, lo que ya, desde un principio, lo puso de muy mala leche.
Cuando Alfonso se entera de que Yusuf se dirige a Aledo, convoca a sus vasallos para que acudan a reunirse en un punto en concreto. Con Rodrigo habĆa quedado en verse en Villena. Desde allĆ continuarĆan juntos hasta la fortaleza sitiada. Pero los dos ejĆ©rcitos no llegaron a encontrarse y Alfonso no pudo contar con su ayuda. ¿Se habĆa perdido el Cid? ¿Hubo un mal entendido y no acudieron al mismo lugar? Nadie sabĆa quĆ© habĆa ocurrido, pero los que le odiaban –ahora que el Cid estaba consiguiendo grandes hazaƱas en Valencia, quizĆ”s le tenĆan mĆ”s envidia que nunca, - se frotaban las manos al pensar lo que le iba a caer a Rodrigo. Porque Alfonso estaba esta vez muy cabreado.
Aledo, mientras tanto, resistĆa el asedio impuesto por Yusuf, que si en su anterior visita despertĆ³ desconfianza entre las taifas andalusĆes, esta vez despertĆ³ antipatĆa y rechazo, pues una de las primeras medidas que tomĆ³ al llegar a Murcia fue apresar a su rey, por incompetente y haber permitido que los cristianos se instalaran en Aledo. El efecto de esta decisiĆ³n fue la revuelta de algunos jefes que se solidarizaron con su rey. Esto, unido a que entre las filas musulmanas se habĆa corrido la voz de que los cristianos estaban de camino con un enorme ejĆ©rcito entre los cuales se encontraba el Cid, minĆ³ los Ć”nimos de los combatientes, muchos de los cuales comenzaron a desertar. Esto ya nos da una nueva pista de lo acontecido en el anterior encuentro, que a pesar de la victoria musulmana, los cristianos debieron infringirles incalculables daƱos. Para colmo, los reyes taifas comenzaron a no ponerse de acuerdo en nada y Yusuf perdiĆ³ la calma hasta el punto de que levantĆ³ el asedio y volviĆ³ a Marruecos. Por el camino iba jurando y perjurando que la prĆ³xima vez que volviera a Al-Ćndalus no serĆa para socorrerlos, sino para someterlos y anexionar sus taifas a su imperio.
Cuando el Cid fue desterrado a su propia tierra
Cuando llegaron los cristianos, Aledo ya no estaba sitiada. No hubo batalla; sin embargo, Alfonso, aunque no tuvo necesidad de la ayuda de Rodrigo, estaba muy enfadado. No debieron faltar las acusaciones por parte de quienes no tragaban al Cid.
Sus conquistas en Levante, sus nuevas tierras que quedaban en propiedad, segĆŗn le habĆa dado por escrito Alfonso, le elevaban a una posiciĆ³n de casi soberano, y tanto poder le hacĆa muy peligroso, en caso de que decidiera hacerse independiente, o incluso revelarse contra su rey. QuiĆ©n sabe si aquella negativa a acudir cuando mĆ”s lo necesitaba no era ya una muestra de esa sublevaciĆ³n. AdemĆ”s, era ya la segunda vez que no acudĆa a la llamada de su seƱor, lo que, lo convertĆa en reincidente.
¿Por quĆ© Rodrigo no acudiĆ³? -Se preguntaba Alfonso. Era evidente que le habĆa traicionado –le contestaban sus consejeros, entre los que seguramente figuraba GarcĆa OrdĆ³Ć±ez, que serĆa su mĆ”s firme enemigo hasta la muerte. El rey estaba contrariado, enfadado, decepcionado… y las palabras de sus mĆ”s allegados le terminaron por envenenar la sangre. Rodrigo no podĆa quedar sin su correspondiente castigo. SerĆa nuevamente desterrado, y esta vez en su versiĆ³n mĆ”s severa: sus bienes serĆan confiscados y su familia encarcelada. Sentencia dura y cruel, sin duda, pero perfectamente aplicable en la Ć©poca, teniendo en cuenta que la acusaciĆ³n era de traiciĆ³n y reincidencia.
Alfonso solucionaba de esta manera un problema que le daba mĆ”s de un quebradero de cabeza. Ya hemos visto lo hĆ”bil que siempre habĆa sido para solucionar conflictos y salir ganando en ellos. AquĆ tambiĆ©n ganaba. Por una parte, dejaba un territorio conflictivo en manos de alguien capaz de controlarlo, nadie mejor que Rodrigo que conocĆa como nadie la zona. En eso quedaba tranquilo. Y por otra, acababa con los tiras y aflojas entre los que no podĆan ver al Cid ni en pintura. Seguramente, los enemigos que el Cid dejaba atrĆ”s estarĆan ahora carcomidos por la envidia, al ver que el castigo consistĆa en hacerlo dueƱo de todo un reino, pero nada podĆan reprocharle al rey, que habĆa cumplido poniĆ©ndolo de patitas en la calle, que era lo que ellos querĆan. Porque Rodrigo estaba fuera de LeĆ³n y de Castilla, ¿o no?
Casi un rey
A partir de este momento, Rodrigo DĆaz, llamado el Campeador entre los cristianos y Cid entre los moros, no volverĆa a servir a ningĆŗn seƱor. Ćl habĆa sido quien habĆa sometido a los reinos levantinos de cuyos tributos podĆa vivir, y asĆ seguirĆa siendo tambiĆ©n a partir de ahora. La pregunta era: ¿seguirĆan sometidos al Cid ahora que no estaba bajo el amparo del rey de LeĆ³n? ¿O pedirĆan ayuda a Ć©ste para que los protegiera del Cid? ¿IntervendrĆa Alfonso para arrebatarle las parias y echarĆa a Rodrigo de Levante? Todo era cuestiĆ³n de probar y esperar resultados.
Cuando llegaron los cristianos, Aledo ya no estaba sitiada. No hubo batalla; sin embargo, Alfonso, aunque no tuvo necesidad de la ayuda de Rodrigo, estaba muy enfadado. No debieron faltar las acusaciones por parte de quienes no tragaban al Cid.
Sus conquistas en Levante, sus nuevas tierras que quedaban en propiedad, segĆŗn le habĆa dado por escrito Alfonso, le elevaban a una posiciĆ³n de casi soberano, y tanto poder le hacĆa muy peligroso, en caso de que decidiera hacerse independiente, o incluso revelarse contra su rey. QuiĆ©n sabe si aquella negativa a acudir cuando mĆ”s lo necesitaba no era ya una muestra de esa sublevaciĆ³n. AdemĆ”s, era ya la segunda vez que no acudĆa a la llamada de su seƱor, lo que, lo convertĆa en reincidente.
¿Por quĆ© Rodrigo no acudiĆ³? -Se preguntaba Alfonso. Era evidente que le habĆa traicionado –le contestaban sus consejeros, entre los que seguramente figuraba GarcĆa OrdĆ³Ć±ez, que serĆa su mĆ”s firme enemigo hasta la muerte. El rey estaba contrariado, enfadado, decepcionado… y las palabras de sus mĆ”s allegados le terminaron por envenenar la sangre. Rodrigo no podĆa quedar sin su correspondiente castigo. SerĆa nuevamente desterrado, y esta vez en su versiĆ³n mĆ”s severa: sus bienes serĆan confiscados y su familia encarcelada. Sentencia dura y cruel, sin duda, pero perfectamente aplicable en la Ć©poca, teniendo en cuenta que la acusaciĆ³n era de traiciĆ³n y reincidencia.
Rodrigo y muchos de sus acompaƱantes ya eran conscientes del enojo del rey y tarde o temprano su ira caerĆa sobre ellos. Y sobre todo, Rodrigo temĆa por Jimena y sus hijos, que podĆan acabar en una frĆa mazmorra. ¿Se atreverĆa Alfonso a llegar a ese extremo? No olvidemos que, en el momento en que se producĆan estos hechos, su propio hermano GarcĆa se pudrĆa en una de ellas. Pero no hay que caer en el error de observar los hechos pasados desde el punto de vista del presente. Las leyes de la Ć©poca eran las que eran y sus mĆ”ximos representantes se veĆan obligados a aplicarlas ante la presiĆ³n de los cortesanos, que, al fin y al cabo, eran quienes le mantenĆan en el poder. Sin embargo, en aquella ocasiĆ³n, Alfonso, enfrentĆ”ndose a quienes acusaban sin piedad al mĆ”s valeroso de sus vasallos, pasĆ³ por alto las normas y las leyes. Jimena y sus hijos no serĆan encarcelados.
El Cid tendrĆa su destierro, pero un destierro un tanto peculiar, que quizĆ”s dejĆ³ con dos palmos de narices a sus mĆ”s fieros enemigos, en los cuales debiĆ³ aumentar la envidia hasta lĆmites insospechados. El Cid se reuniĆ³ con los suyos en Elche para darles cuenta de la situaciĆ³n y ofrecerles la posibilidad de permanecer con Ć©l o volver libremente a Castilla, opciĆ³n Ć©sta que a alguno de sus jinetes les pareciĆ³ la mĆ”s prudente, sobre todo los que habĆan venido como refuerzo. Y, en segundo tĆ©rmino, se dispuso a preparar su defensa ante el rey redactando una larga serie de alegatos para intentar probar su inocencia y fidelidad. Alfonso por su parte ya habĆa enviado a Rodrigo la noticia de su condena, que redactĆ³ nada mĆ”s regresar a Toledo tras el largo viaje desde Aledo. La noticia, aunque esperada, cayĆ³ como un jarro de agua frĆa sobre Rodrigo, que quedĆ³ abatido y desolado al verse injustamente acusado de traiciĆ³n.
Rodrigo envĆa un mensajero a Toledo con un escrito en el que, ademĆ”s de proclamar su fidelidad al rey, solicita audiencia en su palacio para "exonerarse y exculparse de la acusaciĆ³n con la que sus enemigos falsamente lo culparon". Solicitaba ademĆ”s batirse en duelo, Ć©l y uno de sus caballeros, con sendos caballeros de Alfonso con sus mismos rangos. Era una manera –en aquella Ć©poca- de demostrar inocencia ante cualquier acusaciĆ³n, en cuyo acto, Dios era el juez. Si el acusado era el ganador, era seƱal de que Dios proclamaba su inocencia. De lo contrario… Alfonso se limitĆ³ a enviar a Jimena, a su hijo y dos hijas junto a Rodrigo, que quedaba definitivamente desterrado. No se sabe si la sentencia dejĆ³ satisfechos a los acusadores del Cid, pero al menos se lo quitaban de encima.
El Cid desaparecĆa de nuevo de la corte leonesa y no tendrĆan que cruzarse nunca mĆ”s con un prepotente y presumido vasallo que ni siquiera llegaba a la categorĆa de noble, y sin embargo… Y sin embargo, cuĆ”ntas envidias despertaban sus hazaƱas y conquistas, que atemorizaban al enemigo con solo oĆr su nombre, y deleitaban a su rey al llegarle las noticias de que el Campeador nunca fallaba. Rodrigo DĆaz y su familia desaparecĆan para siempre, pues sus bienes y seƱorĆos eran confiscados, y ni siquiera le quedaba ya casa donde volver a vivir. ¿A dĆ³nde irĆa a hora el Cid? ¡Pues… a ninguna parte!
Rodrigo no tuvo mĆ”s remedio que asumir su sentencia, aunque su pesar vino a ser mĆ”s llevadero con la llegada de su aƱorada familia, con la que pudo disfrutar de los Ćŗltimos dĆas del aƱo 1088 en su base de Elche. Y la pregunta que sigue es: si la sentencia era el destierro, ¿a dĆ³nde irĆa Rodrigo en esta ocasiĆ³n? Se supone que el reino de Valencia estaba bajo la tutela de LeĆ³n. Teniendo en cuenta que Alfonso hacĆa y deshacĆa en Valencia lo que le venĆa en gana y que al-Qadir era una simple marioneta puesta allĆ por Ć©l, es lo mismo que decir que Valencia era parte del reino castellano-leonĆ©s, aunque lo propio serĆa decir que era un reino vasallo de LeĆ³n. Sin embargo, Alfonso habĆa firmado un contrato con Rodrigo donde se le adjudicaban todas las tierras que pudiera conquistar en suelo musulmĆ”n; y Valencia, incluida su capital, era suelo musulmĆ”n. A estas alturas la prĆ”ctica totalidad del reino valenciano estaba bajo la autoridad del Cid, por lo tanto, segĆŗn habĆa firmado Alfonso, Valencia era propiedad de Rodrigo DĆaz, que no se moverĆa ya de allĆ hasta su muerte.
La cosa da para reflexionar bastante. Rodrigo, por lo visto, se quedaba con todo cuanto recaudaba para poder mantener asĆ a todos los miembros de su numeroso ejĆ©rcito. AsĆ lo habĆa pedido y asĆ se lo habĆa concedido Alfonso. Pero, ¿quĆ© pasarĆa ahora que lo habĆa desterrado? Si Valencia era vasalla de LeĆ³n, pero no parte del mismo, Rodrigo estaba fuera del reino de donde habĆa sido desterrado, o sea que, podĆa quedarse. De igual manera que antes estuvo en Zaragoza siendo esta taifa vasalla de Alfonso. Claro que, las condiciones en que llegĆ³ a uno y otro lugar no fueron las mismas, y si en Zaragoza estaba al servicio del rey, ahora era Valencia quien estaba al servicio suyo, incluido el rey simulado, al-Qadir. Todo esto hace pensar que Alfonso podrĆa haber anulado los privilegios que antes le habĆa concedido por muy firmados que Ć©stos estuvieran; pues, es de suponer, que todo contrato tiene unas clausulas, que en este caso debĆan ser, que todo cuanto se le concedĆa estarĆa sujeto a la lealtad hacia su rey. En el momento que es acusado de traiciĆ³n, esta lealtad dejaba de existir y el contrato dejaba de ser vĆ”lido; el rey podrĆa desposeerlo de todo cuanto antes le habĆa dado, de igual manera que lo desposeyĆ³ de todo cuanto le habĆa dado en Castilla, ademĆ”s de los seƱorĆos que ya poseĆa anteriormente. Entonces, ¿por quĆ© no lo hizo?
En ninguna parte se habla en profundidad sobre este segundo destierro. Todo historiador pasa muy por encima del tema, limitĆ”ndose a repetir lo que todos dicen, que el Cid fue desterrado a Valencia. A un lugar donde ya se hallaba y donde vivĆa como un rey, nunca mejor dicho. Porque si en Castilla le faltĆ³ el tĆtulo de conde, aquĆ le faltĆ³ el de rey, porque realmente era el dueƱo y seƱor de Valencia, y pronto lo serĆa aĆŗn mĆ”s. Entonces, ¿fue esto un verdadero destierro? ¿Es posible que ningĆŗn historiador vea aquĆ algo mĆ”s? Todo parece indicar que lo que Alfonso le proporcionĆ³ al Cid fue un premio mĆ”s que un castigo, pues Rodrigo quedĆ³ a sus anchas en un amplio territorio de su entera propiedad, donde nunca mĆ”s tuvo que rendir cuentas a nadie, pues a partir de entonces no fue vasallo de ningĆŗn rey, antes bien, todos cuantos le rodeaban fueron vasallos suyos.
Charlton Heston Fotograma de El Cid, 1961 |
A partir de este momento, Rodrigo DĆaz, llamado el Campeador entre los cristianos y Cid entre los moros, no volverĆa a servir a ningĆŗn seƱor. Ćl habĆa sido quien habĆa sometido a los reinos levantinos de cuyos tributos podĆa vivir, y asĆ seguirĆa siendo tambiĆ©n a partir de ahora. La pregunta era: ¿seguirĆan sometidos al Cid ahora que no estaba bajo el amparo del rey de LeĆ³n? ¿O pedirĆan ayuda a Ć©ste para que los protegiera del Cid? ¿IntervendrĆa Alfonso para arrebatarle las parias y echarĆa a Rodrigo de Levante? Todo era cuestiĆ³n de probar y esperar resultados.
Hasta Rodrigo llegaron rumores de que en Polop, en la taifa de Denia, se guardaba un fabuloso tesoro, propiedad del leridano al-Mundir. Rodrigo no se lo pensĆ³ dos veces y mandĆ³ prepararse a sus mesnadas para ponerse inmediatamente en camino. Lo del tesoro era cierto: oro, plata y un sinnĆŗmero de telas de seda, segĆŗn la "Historia Roderici", y todo cayĆ³ en manos del Cid. DespuĆ©s de conseguido el botĆn, prosiguen su marcha y acampan en los alrededores de Ondara. Pronto llegĆ³ a oĆdos de al-Mundir que el Campeador merodeaba por sus tierras y enviĆ³ unos mensajeros a negociar con Ć©l. El leridano le propone una retirada pacĆfica y en agradecimiento le paga una buena suma de dinero. El Cid, agradecido, levanta el campamento y abandona Denia. No le habĆa salido mal la expediciĆ³n, donde ademĆ”s del tesoro, al-Mundir le habĆa recompensado por retirarse y se habĆa mostrado sumiso. El gesto de Rodrigo, aceptando el pago por retirarse, da confianza a al-Mundir, que cree haber hecho un buen trato recibiendo su favor, y se instala de nuevo en el castillo de Murviedro. Con este movimiento, el rey de Valencia se siente amenazado de nuevo. Justo lo que querĆa provocar Rodrigo, para que cuando Ć©l llegara, al-Qadir se rindiera a sus pies pidiĆ©ndole renovar sus acuerdos y seguir contando con su protecciĆ³n.
Rodrigo recibiĆ³ de al-Qadir numerosos regalos y no se negĆ³ al pacto. A partir de ese momento quedaban renovados los acuerdos, en los que se comprometĆa a la protecciĆ³n de Valencia y gran parte de las fortalezas del reino, entre las que se encontraba Murviedro, el castillo que habĆa tomado por su cuenta al-Mundir, que al saber del pacto del Cid con el valenciano, recogiĆ³ los trastos y saliĆ³ huyendo. Quedaba pues, patente, que el poder y el respeto hacia el Cid estaban intactos a pesar de no tener tras de sĆ la figura del rey Alfonso. Es hora, pues, de ponerse manos a la obra y cumplir con lo pactado, dirigiĆ©ndose a la frontera norte de Valencia, donde patrullarĆan durante el invierno, asegurando la integridad de la misma.
Llegados a Burriana, a pocos kilĆ³metros de donde comienza el reino de Tortosa, se instalan allĆ, cosa que hizo que al-Mundir se pusiera en guardia y no dejara de vigilar sus movimientos. Pero fue mĆ”s entrado el invierno cuando el Cid se adentra en sus dominios, concretamente en los montes de Morella, donde, segĆŗn la Historia Roderici, “habĆa abundancia y cantidad grande de alimentos y tambiĆ©n muchos e innumerables ganados". Al-Mundir se pone en contacto inmediatamente con sus vecinos, el conde de Barcelona Berenguer RamĆ³n II, Sancho RamĆrez de AragĆ³n, Armengol IV de Urgel, y hasta con su mismo sobrino, al-Mustain de Zaragoza, pretendiendo organizar una coaliciĆ³n que hiciera frente a la amenaza del Cid. Al-Mundir fue mĆ”s allĆ”, y llegĆ³ incluso a proponer al rey Alfonso que se uniera a ellos. Alfonso, por supuesto, no quiso saber nada de aquel asunto, Sancho RamĆrez de AragĆ³n tampoco; y descolgados estos dos, al-Mustain no solo no se aliĆ³ con su tĆo, sino que avisĆ³ a Rodrigo de lo que se estaba tramando. Estaba claro que a los reyes cristianos no les interesaba en este momento entrar en disputas entre ellos, con la amenaza almorĆ”vide que podĆa ponerlos en jaque en cualquier momento.
Al-Mundir debiĆ³ pensar que a Alfonso podrĆa interesarle dar un escarmiento a su reciĆ©n desterrado vasallo, pero se equivocĆ³. En cuanto a Sancho RamĆrez, no hubiera sido la primera vez que se aliaba con Ć©l, solo que en este momento tenĆa negociaciones con Alfonso y sabĆa que entre el Cid y su rey habĆa una relaciĆ³n de amor-odio en la cual no le convenĆa entrar. Tan solo el de Barcelona estuvo interesado en la contienda, y despuĆ©s de cobrarle un buen dinero al de LĆ©rida se lanzĆ³ en solitario en busca del Cid nada mĆ”s comenzar la primavera de 1090.
Rodrigo y sus hombres se encontraban entre Tevar y Morella, en la falda de una montaƱa. Resulta curioso el preĆ”mbulo de los contendientes cada vez que estaban prĆ³ximos a guerrear entre sĆ. Se guardan algunas cartas que se enviaban desde un campamento a otro donde intentaban intimidarse mutuamente de la siguiente manera, que podemos ver en un resumen de los mensajes que cruzaron el Cid y el conde de Barcelona, previos a la batalla que estĆ” a punto de celebrarse. Los reproches y las burlas no tienen desperdicio.
“Yo, Berenguer, conde de los barceloneses, digo a ti, Rodrigo, que vimos tu carta, la que enviaste a al-Mustain, la cual nos hizo objeto de risa. Antes nos habĆas hecho muchas injurias, por las que deberĆamos ser tus enemigos y estar muy airados. Pero Dios, que es poderoso, nos vengarĆ” de tantas injurias que nos has hecho. La otra peor injuria y mofa que nos hiciste fue que nos asemejaste a nuestras esposas. No queremos burlamos de ti ni de tus hombres con tan nefanda mofa, pero rogamos y pedimos al Dios del cielo que Ć©l te entregue en nuestras manos y en nuestro poder, para que podamos mostrarte cuĆ”nto mĆ”s valemos que nuestras mujeres. Nosotros creemos y adoramos a un solo Dios, que nos vengarĆ” de ti y te entregarĆ” en nuestras manos."
"Yo, Rodrigo, junto con mis compaƱeros, a ti, el conde Berenguer, y a tus hombres, salud. Dijiste que escribĆ a al-Mustain mi carta en la que blasfemĆ© y me burlĆ© de ti y de tus hombres. Dijiste ciertamente verdad, pues blasfemĆ© de ti y de tus hombres y todavĆa blasfemo. TĆŗ mismo tambiĆ©n dijiste que habĆas luchado conmigo y que me habĆas vencido. A causa de los improperios a mĆ hechos con tal burla, me mofĆ© y me mofarĆ© de ti y de los tuyos y os equipararĆ© y asemejarĆ© a vuestras esposas a causa de vuestras femĆneas fuerzas. Ven y no te retardes. RecibirĆ”s de mĆ tu paga, la que suelo darte”.
Sabiendo Berenguer que acampaban a las faldas de la montaƱa, ideĆ³ una estratagema para sorprenderlos, enviando hombres a la cima y atacĆ”ndolos por sorpresa por la retaguardia, mientras el grueso de su ejĆ©rcito atacaba de frente. Hubiera sido una buena tĆ”ctica y hubiera funcionado bien contra cualquier tropa. El caso es que, la del Cid no era una tropa cualquiera, y ni siquiera pillĆ”ndolos por sorpresa pudieron evitar la rĆ”pida reacciĆ³n que neutralizĆ³ su ataque. Los que embistieron de frente tampoco lograron gran cosa, siendo el primer encuentro favorable a los cidianos. Una vez recompuestos unos y otros se produjo un segundo enfrentamiento que serĆ” mucho mĆ”s duro, pues los catalanes vienen a por todas, el propio Rodrigo cae de su caballo y queda magullado y herido en el suelo. RĆ”pidamente sus hombres acuden en su ayuda y se emplean a fondo. Finalmente, Berenguer es apresado junto a otros muchos de sus hombres y la batalla se da por finalizada.
La victoria del ejĆ©rcito cidiano fue contundente y el campamento catalĆ”n saqueado, obteniendo un cuantioso botĆn. “Muchos vasos de oro y plata, -cuenta la Historia Roderici-, vestidos de seda, caballos, lanzas, lorigas, escudos, y todos estos bienes que cogieron los llevaron y presentaron a Rodrigo". A saber para quĆ© llevaban vasos de oro y plata o vestidos de seda en una batalla -se preguntarĆ”n algunos. Pero eso es lo que cuenta el cronista. Lo mĆ”s probable es que todo fuera el fruto de los saqueos de pueblos o aldeas que quedaran en su camino.
Rodrigo aĆŗn se sentĆa dolorido de sus heridas cuando fue a visitar a los prisioneros y a negociar su liberaciĆ³n. Bereguer RamĆ³n y otros nobles deberĆan pagar 80.000 marcos de oro. Una cantidad que debĆa ser una fortuna en aquella Ć©poca. Luego, a cada prisionero se le fijĆ³ una cantidad. Los que no pudieron pagar dejaron en custodia a hijos y familiares. Cuando Rodrigo contemplĆ³ el drama, sintiĆ³ pena por aquellas familias inocentes que nada tuvieron que ver con la batalla y decidiĆ³ de inmediato dejarlos a todos en libertad y perdonarles la deuda.
Yusuf y los almorƔvides, otra vez
“Alfonso VI hizo un tratado con el seƱor de Zaragoza y con los demĆ”s prĆncipes de Levante, que se pusieron a cubierto de su maldad mediante el pago de los tributos que le debĆan”.
Yusuf y los almorƔvides, otra vez
“Alfonso VI hizo un tratado con el seƱor de Zaragoza y con los demĆ”s prĆncipes de Levante, que se pusieron a cubierto de su maldad mediante el pago de los tributos que le debĆan”.
CrĆ³nica de Abd Allah de Granada.
Con esas palabras describe Abd Allah la desgracia en que cayeron de nuevo las taifas moras, pues Alfonso se habĆa propuesto desquitarse a base de bien, no solo sometiendo a los reyes rebeldes, obligĆ”ndolos a pagar parias de nuevo, sino que les iba a hacer pagar los atrasos. Los aƱos que, envalentonados por la aparente derrota de Alfonso en Sagrajas, dejaron de pagar tributos, ahora tendrĆan que desembolsarlos con intereses. Fue un duro golpe para las taifas. Ćlvar FƔƱez, el sobrino del Cid fue el encargado de cobrarlas.
El primero en ser visitado fue Abd Allah, que tratĆ³ de sobornarlo entregĆ”ndole una pequeƱa cantidad a cambio de que pasara de largo. Pero el enviado del rey se mostrĆ³ impasible y le comunicĆ³ que debĆa pagar 30.000 dinares, 10.000 por cada aƱo que habĆa dejado de pagar. Abd Allah se declarĆ³ en bancarrota y dijo no tener dinero para pagar. Ahora sĆ, Ćlvar FƔƱez se retirĆ³, pero pronto recibirĆa el rey de granada un aviso de Alfonso en el que le amenazaba con perder su reino. Abd Allah tuvo que pagar la multa cogiendo el dinero de su fortuna personal.
Con el rey de Sevilla, el que mĆ”s cizaƱa metiĆ³ para que Yusuf acudiera en su ayuda, Alfonso no tuvo contemplaciones. Sevilla fue directamente atacada y devastada. Con esto Alfonso conseguĆa dos cosas, vengarse del rey sevillano que lo tenĆa hasta los mismĆsimos, y hacer que pareciera que el culpable de todo fue el granadino. Y efectivamente, al-Mutamid de Sevilla culpĆ³ a Abd Allah de Granada de haber firmado un pacto con Alfonso para atacar Sevilla. ¿Por quĆ©, si no, Granada no habĆa corrido la misma suerte? Las tĆ”cticas para que los reyes taifas se pelearan entre ellos siempre habĆan divertido a Alfonso, al tiempo que los tenĆa entretenidos, y por consiguiente, debilitĆ”ndolos cada vez mĆ”s.
A comienzos del verano de 1090 el emir de los almorĆ”vides, Yusuf, desembarca de nuevo en la penĆnsula, era la tercera vez que lo hacĆa y estaba ya mĆ”s prĆ³ximo a los 80 que los 70 aƱos. Pero allĆ estaba, cada vez mĆ”s seco, vestido con pieles de oveja, comiendo dĆ”tiles y bebiendo leche de cabra. Dependiendo de las fuentes consultadas, unas cuentan que los prĆncipes andalusĆes lo llamaron de nuevo y otras que vino Ć©l por su cuenta. En cualquier caso, Yusuf no toleraba mĆ”s el comportamiento de los andaluces, que volvĆan a caer una y otra vez bajo el yugo de Alfonso, aprovechĆ”ndose Ć©ste de sus desacuerdos y discordias. Su propĆ³sito, esta vez, es el de integrar en su imperio los reinos taifas y someterlos a su soberanĆa. El pago de las parias a los cristianos, el modo de vida de los reyes taifas, en lujosos palacios, rodeados de intelectuales y artistas aduladores, mientras sus poblaciones sufrĆan un aumento despiadado de los impuestos para hacer frente al pago de las parias. Todo ello era contrario a los estrictos principios de la ley corĆ”nica y Yusuf estaba firmemente decidido a terminar con tales prĆ”cticas.
Yusuf, por lo tanto, entra en la penĆnsula dispuesto a atacar a los musulmanes andalusĆes. Pero antes de meterles mano a los reyes taifas, Yusuf quiso neutralizar a Alfonso, pues sabĆa que tenĆa pactos de protecciĆ³n con ellos y acudirĆa a socorrerlos, asĆ que se lanzĆ³ directamente contra Toledo, nada menos, una fortaleza casi imposible de asaltar; aunque las intenciones del africano quizĆ”s fuera sitiarla y rendirla por hambre. Los reyes andalusĆes, confundidos, no entendĆan muy bien las intenciones de Yusuf, que no les pidiĆ³ ayuda esta vez –no quiso hacerlo despuĆ©s de la Ćŗltima experiencia-, y se temĆan lo peor. Pero el asedio no dio el resultado esperado, pues a Toledo iban llegando provisiones sin ningĆŗn problema, mientras sus habitantes miraban desde sus murallas cĆ³mo llegaba el invierno y eran los propios moros quienes comenzaban a pasarlo muy mal y terminaron levantando el asedio.
El soberano cabreo de Yusuf lo iban a pagar los andalusĆes. Tal como bajaban hacia el sur atacaron Granada y luego MĆ”laga. Todo fue tan rĆ”pido que a Alfonso casi no le dio tiempo a reaccionar y salir en su ayuda. De hecho, cuando llegaron, tanto el rey de Granada como el de MĆ”laga ya habĆan sido hechos prisioneros y estaban camino de Marruecos, de donde no volverĆan jamĆ”s. ¿CĆ³mo es posible que Yusuf pudiera rendir tan pronto dos ciudades bien fortificadas? EstĆ” claro que hubo ayuda en el interior por una parte musulmana que veĆa con buenos ojos la llegada almorĆ”vide. Todo esto redundarĆ” en beneficio del Cid, que afianzarĆ” mĆ”s todavĆa su alianza con los musulmanes de Levante, al sentirse protegidos frente al avance del africano. Una vez arregladas las cuentas en Granada y MĆ”laga, Yusuf da instrucciones a su primo Abu Backr para que haga lo mismo con todos y cada uno de los muchos reyezuelos de poca monta que hay en Al-Ćndalus; Ć©l se vuelve de nuevo a Marruecos. Acto seguido caen CĆ³rdoba, Sevilla, Coria, AlmerĆa y Murcia. El sur estĆ” ya dominado por completo por los almorĆ”vides. La siguiente etapa consistirĆ” en conquistar Levante. Pero allĆ… ¡allĆ estĆ” el Cid!
El poder y la influencia del Cid
Los alfaquĆes, los doctores del islam, fueron los primero en ver con buenos ojos la llegada de Yusuf, considerĆ”ndolo como la Ćŗltima esperanza para conservar la ortodoxia religiosa, y tras la elaboraciĆ³n de una nueva ley se daba el visto bueno para la ocupaciĆ³n de al-Ćndalus, por lo que, el derribo de los reyes taifas se convertĆa de esta forma en legal. Todo esto, por supuesto, va a perjudicar los intereses de Alfonso VI. Los almorĆ”vides no pretenden pelear contra Ć©l, sino quedarse con Al-Ćndalus, y por lo tanto, bloquear los ingresos que las parias suponen. Por su parte, los reyes taifas van cayendo uno a uno. Ellos abrieron las puertas a los almorĆ”vides y ahora no saben cĆ³mo cerrarla.
A algunos no les da tiempo ni siquiera a pedir socorro a Alfonso, quien les debe protecciĆ³n. Y quienes pudieron pedirla no les sirviĆ³ de mucho. Fue el caso de AbdalĆ” de Granada; todo ocurriĆ³ tan rĆ”pido que cuando Alfonso llegĆ³ ya era demasiado tarde.
Los alfaquĆes, los doctores del islam, fueron los primero en ver con buenos ojos la llegada de Yusuf, considerĆ”ndolo como la Ćŗltima esperanza para conservar la ortodoxia religiosa, y tras la elaboraciĆ³n de una nueva ley se daba el visto bueno para la ocupaciĆ³n de al-Ćndalus, por lo que, el derribo de los reyes taifas se convertĆa de esta forma en legal. Todo esto, por supuesto, va a perjudicar los intereses de Alfonso VI. Los almorĆ”vides no pretenden pelear contra Ć©l, sino quedarse con Al-Ćndalus, y por lo tanto, bloquear los ingresos que las parias suponen. Por su parte, los reyes taifas van cayendo uno a uno. Ellos abrieron las puertas a los almorĆ”vides y ahora no saben cĆ³mo cerrarla.
A algunos no les da tiempo ni siquiera a pedir socorro a Alfonso, quien les debe protecciĆ³n. Y quienes pudieron pedirla no les sirviĆ³ de mucho. Fue el caso de AbdalĆ” de Granada; todo ocurriĆ³ tan rĆ”pido que cuando Alfonso llegĆ³ ya era demasiado tarde.
OcurriĆ³ en la primavera de 1091. Alfonso, al tener noticias de que Yusuf atacaba Granada, organizĆ³ una expediciĆ³n para socorrer esta taifa, y al parecer, por mediaciĆ³n de Constanza, su esposa, se le hace llegar una carta a Rodrigo en la cual se le invita a unirse a los ejĆ©rcitos del rey. Alfonso no quiso hacerlo en nombre propio. El llamamiento obtuvo respuesta: el Cid acudirĆa y se pondrĆa a las Ć³rdenes del que nunca dejĆ³ de ser su rey, con quien, esta vez sĆ, se encuentra en Martos. Estamos pues, ante una nueva reconciliaciĆ³n.
Sin embargo, Rodrigo, ya sea porque se habĆa acostumbrado a no obedecer Ć³rdenes de nadie, o bien porque guardaba algĆŗn tipo de rencor a Alfonso –no hay que olvidar que Rodrigo estaba formalmente acusado de traidor-, sea por lo que fuere, no tuvo un buen reencuentro con el rey. QuizĆ”s habrĆa que dar crĆ©dito a los que cuentan que Alfonso y Rodrigo nunca se llevaron del todo bien por ser de caracteres incompatibles. El historiador PeƱa PĆ©rez cuenta lo siguiente:
“Apenas se han saludado, comienzan los desaires: si Alfonso se enfada y da rienda suelta a su enojo, Rodrigo responde con el mismo talante y, si cabe, con mayor insolencia. No se celebrĆ³ la batalla ni se produjo la reconciliaciĆ³n y sus relaciones quedaron muy deterioradas por los insultos e improperios mutuamente lanzados.”
Muy pronto, este rifirrafe, iba a tener consecuencias para ambos. Una vez comprobado que Yusuf ya estaba muy lejos de Granada, el Cid volviĆ³ a Valencia. Las cosas seguĆan igual de tensas entre Alfonso y Ć©l.
Las taifas andalusĆes iban siendo ocupadas por los almorĆ”vides. Algunos reyes, para no correr el riesgo de perder la cabeza, iban sometiĆ©ndose por voluntad propia, otros, como los de Valencia, Zaragoza, Badajoz, Sevilla y CĆ³rdoba estaban dispuestos a presentar resistencia. Los dos primeros, muy al norte y bajo la protecciĆ³n del Cid se veĆan relativamente seguros, pero Sevilla, CĆ³rdoba y Badajoz pagarĆan las consecuencias. Yusuf volviĆ³ a Ćfrica, no sin antes dar instrucciones precisas a su primo Abu Bakr: las taifas rebeldes deben caer y en especial Sevilla, donde reina al-Mutamid, y CĆ³rdoba, donde gobierna su hijo Fath.
Al-Mutamid, principal promotor para que Yusuf acudiera a socorrerlos, seguramente maldecirĆa el dĆa en que se le ocurriĆ³ hacerlo. Ahora que el rey sevillano se habĆa vuelto contra el africano sabĆa que estaba en el principal punto de mira y de nada servirĆa rendirse, Yusuf querĆa su cabeza. En CĆ³rdoba, su hijo Fath, tambiĆ©n era consciente de lo que le esperaba, y en un acto desesperado hizo salir a su joven esposa y sus hijos de la ciudad para que salvaran sus vidas. Iba escoltada por setenta y siete caballeros y con ellos salĆa tambiĆ©n buena parte del tesoro cordobĆ©s.
Alfonso volvĆa a perder de nuevo el suculento y fĆ”cil suministro de parias que engrosaban las arcas de su reino. SabĆa que lo Ćŗnico que podĆa hacer, de momento, era contener el avance hacia sus territorios protegiendo sus fronteras. Pero eso no le impedĆa hacer alguna incursiĆ³n a tierras andalusĆes, como la que hizo Ćlvar FƔƱez, que intentĆ³ socorrer la taifa de Sevilla; no pasĆ³ de AlmodĆ³var del RĆo, desde donde volviĆ³ sin haber tenido demasiado Ć©xito. Aunque de allĆ, Ćlbar FƔƱez le trajo a Alfonso algo que lo puso muy contento.
Aquel mismo aƱo se perdĆa tambiĆ©n Aledo, al no poder ser atendida aquella fortaleza en suelo murciano. Y mientras tanto, muchos eran los que veĆan la salvaciĆ³n en Rodrigo. A Ć©l acudieron para firmar pactos tanto amigos como enemigos: el rey de Zaragoza, bien conocido por el Cid, habiendo estado al servicio de su padre y de su abuelo; el rey de LĆ©rida, siempre buscando alianzas contra su mĆ”s firme enemigo, y que ahora buscaba en Ć©l protecciĆ³n contra el demonio africano; el rey de AragĆ³n, que sabĆa bien cĆ³mo se las gastaba Rodrigo, al que solo osĆ³ enfrentarse una vez (y nunca mĆ”s), y que ahora veĆa en Ć©l una sĆ³lida barrera para que los almorĆ”vides jamĆ”s alcanzaran su reino; Berenguer RamĆ³n de Barcelona tambiĆ©n se suma a los pactos con Rodrigo; y hasta el propio Alfonso recurriĆ³ a Ć©l, como ya hemos visto, para reforzar sus ejĆ©rcitos, aunque al final acabaran de nuevo como el perro y el gato.
A todo esto, al-Mustain de Zaragoza se siente abrumado por los ataques fronterizos del monarca aragonĆ©s. Ante las quejas del zaragozano, Rodrigo decide dar una vuelta por la zona a comienzos del aƱo 1092. AllĆ se entrevista con al-MustaĆn y nuevamente se producen sellados de pactos y de buenas intenciones. Todo esto llega a oĆdos de Sancho RamĆrez que se siente seriamente amenazado y se pone en guardia movilizando a todo su ejĆ©rcito. No obstante, Sancho RamĆrez decide ser prudente y envĆa a Rodrigo emisarios en son de paz, que los recibe en un tono cordial y amistoso.
Todo ello acabĆ³ con el establecimiento de un tratado de paz entre el rey aragonĆ©s y el zaragozano; pudiĆ©ndose aquĆ comprobar todo el poder e influencia de Rodrigo. El Cid les hizo ver que el verdadero peligro venĆa del sur, donde habĆa que concentrar toda la atenciĆ³n y toda la fuerza, por lo que ambos reyes acordaron una paz que acababa por fin con una larga discordia en la frontera entre los reinos de AragĆ³n y Zaragoza.
Sin embargo, Rodrigo, ya sea porque se habĆa acostumbrado a no obedecer Ć³rdenes de nadie, o bien porque guardaba algĆŗn tipo de rencor a Alfonso –no hay que olvidar que Rodrigo estaba formalmente acusado de traidor-, sea por lo que fuere, no tuvo un buen reencuentro con el rey. QuizĆ”s habrĆa que dar crĆ©dito a los que cuentan que Alfonso y Rodrigo nunca se llevaron del todo bien por ser de caracteres incompatibles. El historiador PeƱa PĆ©rez cuenta lo siguiente:
“Apenas se han saludado, comienzan los desaires: si Alfonso se enfada y da rienda suelta a su enojo, Rodrigo responde con el mismo talante y, si cabe, con mayor insolencia. No se celebrĆ³ la batalla ni se produjo la reconciliaciĆ³n y sus relaciones quedaron muy deterioradas por los insultos e improperios mutuamente lanzados.”
Muy pronto, este rifirrafe, iba a tener consecuencias para ambos. Una vez comprobado que Yusuf ya estaba muy lejos de Granada, el Cid volviĆ³ a Valencia. Las cosas seguĆan igual de tensas entre Alfonso y Ć©l.
Las taifas andalusĆes iban siendo ocupadas por los almorĆ”vides. Algunos reyes, para no correr el riesgo de perder la cabeza, iban sometiĆ©ndose por voluntad propia, otros, como los de Valencia, Zaragoza, Badajoz, Sevilla y CĆ³rdoba estaban dispuestos a presentar resistencia. Los dos primeros, muy al norte y bajo la protecciĆ³n del Cid se veĆan relativamente seguros, pero Sevilla, CĆ³rdoba y Badajoz pagarĆan las consecuencias. Yusuf volviĆ³ a Ćfrica, no sin antes dar instrucciones precisas a su primo Abu Bakr: las taifas rebeldes deben caer y en especial Sevilla, donde reina al-Mutamid, y CĆ³rdoba, donde gobierna su hijo Fath.
Al-Mutamid, principal promotor para que Yusuf acudiera a socorrerlos, seguramente maldecirĆa el dĆa en que se le ocurriĆ³ hacerlo. Ahora que el rey sevillano se habĆa vuelto contra el africano sabĆa que estaba en el principal punto de mira y de nada servirĆa rendirse, Yusuf querĆa su cabeza. En CĆ³rdoba, su hijo Fath, tambiĆ©n era consciente de lo que le esperaba, y en un acto desesperado hizo salir a su joven esposa y sus hijos de la ciudad para que salvaran sus vidas. Iba escoltada por setenta y siete caballeros y con ellos salĆa tambiĆ©n buena parte del tesoro cordobĆ©s.
Alfonso volvĆa a perder de nuevo el suculento y fĆ”cil suministro de parias que engrosaban las arcas de su reino. SabĆa que lo Ćŗnico que podĆa hacer, de momento, era contener el avance hacia sus territorios protegiendo sus fronteras. Pero eso no le impedĆa hacer alguna incursiĆ³n a tierras andalusĆes, como la que hizo Ćlvar FƔƱez, que intentĆ³ socorrer la taifa de Sevilla; no pasĆ³ de AlmodĆ³var del RĆo, desde donde volviĆ³ sin haber tenido demasiado Ć©xito. Aunque de allĆ, Ćlbar FƔƱez le trajo a Alfonso algo que lo puso muy contento.
Aquel mismo aƱo se perdĆa tambiĆ©n Aledo, al no poder ser atendida aquella fortaleza en suelo murciano. Y mientras tanto, muchos eran los que veĆan la salvaciĆ³n en Rodrigo. A Ć©l acudieron para firmar pactos tanto amigos como enemigos: el rey de Zaragoza, bien conocido por el Cid, habiendo estado al servicio de su padre y de su abuelo; el rey de LĆ©rida, siempre buscando alianzas contra su mĆ”s firme enemigo, y que ahora buscaba en Ć©l protecciĆ³n contra el demonio africano; el rey de AragĆ³n, que sabĆa bien cĆ³mo se las gastaba Rodrigo, al que solo osĆ³ enfrentarse una vez (y nunca mĆ”s), y que ahora veĆa en Ć©l una sĆ³lida barrera para que los almorĆ”vides jamĆ”s alcanzaran su reino; Berenguer RamĆ³n de Barcelona tambiĆ©n se suma a los pactos con Rodrigo; y hasta el propio Alfonso recurriĆ³ a Ć©l, como ya hemos visto, para reforzar sus ejĆ©rcitos, aunque al final acabaran de nuevo como el perro y el gato.
A todo esto, al-Mustain de Zaragoza se siente abrumado por los ataques fronterizos del monarca aragonĆ©s. Ante las quejas del zaragozano, Rodrigo decide dar una vuelta por la zona a comienzos del aƱo 1092. AllĆ se entrevista con al-MustaĆn y nuevamente se producen sellados de pactos y de buenas intenciones. Todo esto llega a oĆdos de Sancho RamĆrez que se siente seriamente amenazado y se pone en guardia movilizando a todo su ejĆ©rcito. No obstante, Sancho RamĆrez decide ser prudente y envĆa a Rodrigo emisarios en son de paz, que los recibe en un tono cordial y amistoso.
Todo ello acabĆ³ con el establecimiento de un tratado de paz entre el rey aragonĆ©s y el zaragozano; pudiĆ©ndose aquĆ comprobar todo el poder e influencia de Rodrigo. El Cid les hizo ver que el verdadero peligro venĆa del sur, donde habĆa que concentrar toda la atenciĆ³n y toda la fuerza, por lo que ambos reyes acordaron una paz que acababa por fin con una larga discordia en la frontera entre los reinos de AragĆ³n y Zaragoza.
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