El reino de los Visigodos 4

Recaredo abjura de la fe arriana
300 godos
En el aƱo 480, trescientos fueron los espartanos que libraron la batalla de las TermĆ³pilas contra los persas; nueve aƱos mĆ”s tarde, en el 489, trescientos fieles al rey Recaredo iban a enfrentarse y vencer a mĆ”s de 60.000 rebeldes arrianos en la provincia gala de Septimania. En realidad, los espartanos, aunque se enfrentaban a un ejĆ©rcito persa infinitamente superior (se habla de 250.000) no eran solo 300. Su ejĆ©rcito se componĆ­a de aproximadamente 7.500 soldados. Trescientos fueron un pequeƱo destacamento que se propuso evitar el paso de los persas por las TermĆ³pilas, y aĆŗn asĆ­ tuvieron el apoyo de 700 tespios y 400 tebanos. Nadie puede negar su heroĆ­smo, pero los nĆŗmeros son los nĆŗmeros. Lo mismo ocurre con los trescientos godos que acudieron a repeler la rebeliĆ³n arriana en SeptimanĆ­a. Nadie en su sano juĆ­cio creerĆ­a que fueron capaces de enfrentarse a 60.000 guerreros y vencerlos.

Lo que ocurriĆ³ fue que Athaloc, el obispo arriano de Narbona, y los condes Granista y Wildigerno, conspiraron contra Recaredo y solicitaron la ayuda de los francos, que no se lo pensaron e invadieron la Septimania, viendo aquĆ­ una oportunidad de hacerse con aquel territorio definitivamente. El rey burgundio GontrĆ”n consiguiĆ³ reunir a mĆ”s de 60.000 guerreros y llegaron a Carcasona; allĆ­ esperarĆ­an al ejĆ©rcito de Toledo. Y el ejĆ©rcito toledano apareciĆ³: 300 godos al mando del duque Claudio. Cuenta San Isidoro (el hermano pequeƱo de San Leandro) que la intervenciĆ³n divina le dio la Victoria a los de Toledo en tan desigual batalla. ¿QuĆ© ocurriĆ³ realmente? Nunca lo sabremos. Lo lĆ³gico serĆ­a pensar que se exagera al hablar tan solo de 300 guerreros. TambiĆ©n podrĆ­a ser que el duque Claudio, con un pequeƱo destacamento tendiera una emboscada al ejĆ©rcito galo, causandole tantas bajas que les hicieron retroceder. Sea como fuere, se cuenta que fueron 5.000 los caĆ­dos entre los galos y 2.000 los apresados y la Victoria fue completa para los de Toledo.

El III Concilio de Toledo
La conversion de Hispania al catolicismo, como vemos, le trajo mĆ”s de un disgusto a Recaredo. Hubo mĆ”s rebeliones y conspiraciones, pero todas fueron descubiertas y no quedaron sin castigo, como la del duque Argimundo, al cual se le dieron multitud de latigazos, se le cortĆ³ una mano y fue paseado en burro por Toledo. Y como el empeƱo de Recaredo no hubo quien lo parase, el 8 de mayo de 589 se inauguraba el III Concilio de Toledo, considerado como el acto fundacional del reino catĆ³lico visigodo de EspaƱa. Fue allĆ­, donde Recaredo abjurĆ³ oficialmente del arrianismo junto con los nobles y el clero godo. Todo ello bajo la supervisiĆ³n del obispo Leandro y el abad Eutropio y animando a los arrianos a su conversion por las buenas. La conversion porlas malas o la desobediencia llevaba consigo la supresiĆ³n de privilegios y la expropiaciĆ³n de tierras. Todas estas expropiaciones fueron finalmente a parar a las autoridades eclesiĆ”sticas catĆ³licas. Paralelamente, las tierras confiscadas a los catĆ³licos por su padre Leovigildo, fueron finalmente devueltas a sus antiguos propietarios. Ese aƱo de 489, EspaƱa experimentarĆ­a un gran cambio social entre sus 7 millones de habitantes dirigidos por un joven rey de solo 24 aƱos. O mejor habrĆ­a que decir por un veterano obispo de Sevilla.


Liuva, el hijo bastardo y Witerico, el traidor

En el aƱo 601, Liuva, hijo de Recaredo, era elegido rey de EspaƱa, un reino ya consolidado donde las diferencias entre godos e hispanoromanos eran cada vez menores, gracias en buena parte, a la labor de Recaredo y el obispo Leandro, que habĆ­an puesto fin a la division de fes. Recaredo habĆ­a muerto en Toledo a los 36 aƱos de edad. Una enfermedad desconocida habĆ­a acabado con el. Un aƱo antes, con el fin de siglo, habĆ­a muerto Leandro, siendo sustituido por su hermano Isidoro. Leandro hizo mĆ©ritos religiosos suficientes como para ser nombrado santo, y asĆ­ lo hizo la Iglesia CatĆ³lica siglos mĆ”s tarde. No menos mĆ©ritos hizo su pupilo Recaredo que serĆ” recordado en la historia de EspaƱa como un rey conciliador.

Pero, ¿quiĆ©n era Liuva? Liuva era hijo de Recaredo y la hija de un conde del que no sabemos su nombre. En cuanto a ella, el obispo Isidoro cuenta que era oscuramente desconocida pero no exenta de virtudes. En resumidas cuentas, Liuva era fruto de un lio que Recaredo tuvo con una condesita. ¿Pero es que Recaredo no estuvo casado? SĆ­, lo estuvo. A los 24 aƱos, ya para el aƱo del III Concilio de Toledo del que hemos hablado, Recaredo estaba casado con una noble Goda llamada Baddo, con la que tuvo dos hijos: Suintila y Geila. Anteriormente, su padre Leovigildo le habĆ­a preparado un matrimonio con la princesa franca Clodosinda. Ɖl era un crĆ­o y todo sucediĆ³ aquella vez que su hermano Hermenegildo se casĆ³ con la desgraciada Isgunda, pero el acuerdo de casarlo a Ć©l no llegĆ³ a cerrarse. Ahora, muerto Recaredo, le sucedĆ­a un hijo no legĆ­timo, aunque hay que recordar, que la corona goda no era hereditaria de padres a hijos, sino por elecciĆ³n entre los nobles del reino. Se cuenta que la elecciĆ³n de Liuva, fue un acto de agradecimiento de los nobles hacia el que consideraron un buen rey. Sin embargo, hay quien opina que fue utilizado como un simple tĆ­tere.

Liuva, siendo aĆŗn un crĆ­o, con unos 14 o 15 aƱos, fue utilizado en una conjura contra su padre. Como todas las conjuras anteriores, esta fracasĆ³. Recaredo perdonĆ³ al joven Liuva, ya que, entendiĆ³ que no era mĆ”s que un crĆ­o al que habĆ­an lavado el cerebro. Ahora Liuva estĆ” en el trono como sucesor del rey y eso no es del agrado de algunos. ¿Por quĆ©? Porque la tradiciĆ³n goda-germana no permite que el trono sea hereditario. PodĆ­an aceptarse excepciones, pero eran ya cuatro miembros de una misma dinastĆ­a los que habĆ­an ocupado el trono. Leovigildo, Hermenegildo en Sevilla, Recaredo y ahora Liuva. No tardaron en aparecer conjuros. Los nobles contrarios a la entronizaciĆ³n de Liuva se reunieron en secreto para planificar la conjura. A la cabeza de estos nobles estaba Witerico, el mismo que habĆ­a traicionado a los arrianos que conspiraron contra su padre Recaredo.

Esta vez no hubo quien pagara a Witerico con la mismo moneda, el plan no fue descubierto por nadie y la traiciĆ³n se consumĆ³ en Toledo. Era el verano de 603. Liuva fue apresado y encerrado en un calabozo de la ciudad para mĆ”s tarde serle amputada la mano derecha. El traidor Witerico quiso simbolizar con este castigo, que Liuva era un usurpador que habĆ­a robado un trono que no le correspondĆ­a. Liuva habĆ­a durado en el trono 18 meses. Todo lo conseguido con el esfuerzo de su padre y su abuelo estĆ” a punto de venirse abajo.

No estĆ” claro si primero le cortaron la mano y despues lo mataron o viceversa, pero al joven Liuva lo quitĆ³ de enmedio Witerico que inmediatamente se alzĆ³ como rey. Fue un autentico golpe de estado. Todo se desarrollĆ³ sin demasiada oposiciĆ³n, hasta que el golpista comenzĆ³ a comportarse como un autentico tirano. Witerico querĆ­a volver a ponerlo todo patas arriba y volver al arrianismo.

El doblemente traidor Witerico no solo fue un tirano durante su reinado, sino un absoluto inepto, ademĆ”s de loco. Nada mĆ”s hacerse con el mando del reino, quiso dar marcha atrĆ”s en el proceso del catolicismo que tan buenos resultados le habĆ­a dado a Recaredo. Witerico querĆ­a volver al arrianismo. Sin embargo, el catolicismo estaba ya muy avanzado y habĆ­a arraigado mĆ”s de lo que Witerico habĆ­a pensado. Enfrentarse a una cada vez mĆ”s poderosa Iglesia CatĆ³lica hubiera sido poco prudente, por lo tanto, y a pesar de que fueron muchos los que sufrieron persecuciĆ³n y tuvieron que exiliarse, no le quedĆ³ mĆ”s remedio que resignarse y dejarlos seguir adelante, mientras Ć©l seguĆ­a aferrĆ”ndose a los arrianos. QuizĆ”s fue lo mĆ”s sensato que Witerico hizo en su reinado, junto a la lucha que mantuvo contra los bizantinos, en la cual pudo arrebatarles algunos territorios; en todo lo demĆ”s fue ineficaz. Por ejemplo, quiso emparentar con los francos borgoƱeses casando a su hija Ermemberga con el prĆ­ncipe burgundio Teodorico, pero enseguida apareciĆ³ la abuela Brunequilda echando sapos y culebras para espantarle la novia al nieto, debido a la mala fama del rey toledano de perseguidor de catĆ³licos.

Aquel desprecio sentĆ³ tan mal a Witerico, que de buena gana hubiera lanzado sus ejĆ©rcitos contra los franceses, sin embargo, sus ejĆ©rcitos estaban haciendo algo mĆ”s coherente como era expulsar a los bizantinos del sur de EspaƱa. No obstante, quiso aliarse con Austrasianos y Lombardos y ponerlos en contra de los borgoƱeses, alianza que tampoco llegĆ³ a cuajar. Todo el mundo ignoraba al monarca hispano, ya que solo acudĆ­a a establecer alianzas por su propio interĆ©s. Hasta los nobles hispanos estaban hartos de Ć©l. No tardĆ³ en surgir una conspiraciĆ³n en su contra; fue en Septimania, encabezada por el conde Bulgar, aunque fue descubierta, Bulgar fue arrestado y torturado, para mĆ”s tarde quedar en libertad y ser rehabilitado en su cargo. ¿Por quĆ© fue este conde perdonado? Por lo visto, Witerico tuvo una visiĆ³n en la cual se le pedĆ­a que no actuara contra Ć©l. Esto nos da una idea del mundo irreal en el que vivĆ­a el monarca. 

¿Y quĆ© hizo Bulgar? Volver a conspirar contra el rey. Tan vulgar era Bulgar, que no dudĆ³ en aliarse hasta con sus propios enemigos con tal de derrocar a Witerico, el cual ya no tenĆ­a amigos por ninguna parte. No obstante, los nobles quisieron tener un detalle con su rey cuando llevaba siete aƱos en el trono. En abril del aƱo 610 se organizĆ³ un banquete en su honor. Witerico acudiĆ³ encantado al verse colmado de tantos honores. Porque todos, ademĆ”s, quisieron tener el honor de ir pasando de uno en uno clavĆ”ndole su puƱal. Era lo mejor para el reino de Toledo, asĆ­ lo habĆ­an acordado todos, incluĆ­da la Iglesia CatĆ³lica, que apoyĆ³ la conjura. No hubo funeral. Su cuerpo fue paseado por las calles de la capital. No hubo lĆ”pida ni epitafio. Fue enterrado en una fosa comĆŗn para que nadie le recordara jamĆ”s. Esto nos da una idea del odio que se ganĆ³ durante su reinado, tanto del pueblo como de los nobles.

Gundemaro
Gundemaro
El duke de la Septimania Gundemaro, amigo del conde Bulgar, fue el elegido como nuevo rey con el apoyo de toda la Iglesia CatĆ³lica, que veĆ­a en Ć©l buenas cualidades. Durante el reinado de Witerico, Gundemaro se habĆ­a dedicado a recoger a tantos exiliados como le llegaban a la Septimania desde el sur, que no fueron pocos. Nada mĆ”s subir al trono tuvo que hacer frente a la peticiĆ³n de los quince obispos de la provincia Cartaginense y el obispo de la BĆ©tica Isidoro. Los eclesiĆ”sticos pedĆ­an una reuniĆ³n para aprobar el traslado de la capitalidad religiosa del reino a Toledo. En 554 Cartago Nova habĆ­a sido invadida por Bizancio y en Toledo se sentĆ­an mĆ”s protegidos. AsĆ­ pues, Toledo se convertĆ­a en capital religiosa del reino. No se tiene demasiada informaciĆ³n sobre el gobierno de este rey. Pocas cosas pudo hacer en los dos aƱos que estuvo en el trono, pues en 612 morĆ­a de muerte natural. Solo se sabe que durante este breve tiempo fue querido y llorado al morir.


Sisebuto 
Precisamente en aquellos aƱos el duque Suintila habĆ­a infringido a los bizantinos varias derrotas que obligaron al gobernador imperial Carsarius a firmar la paz para evitar mĆ”s derramamiento de sangre. Lo cierto es que a Sisebuto, el nuevo rey godo, le pareciĆ³ bien una tregua, para reponer a su desgastado ejĆ©rcito que tenĆ­a otro frente que atender en el norte, contra los astures. Bizancio quedarĆ­a, de momento, en poder del Algarbe y las Baleares. Pero Sisebuto no pasarĆ­a a la historia por ser quien recobrĆ³ una gran extensiĆ³n de territorio en el sur, sino por su intolerancia con los judĆ­os. 

Los conflictos con los judĆ­os no eran nada nuevo, pero habĆ­an llevado una vida paralela a los cristianos y habĆ­an compartido con ellos el destino de la Hispania goda. Cuando comenzaron las guerras entre catĆ³licos y arrianos, los judĆ­os quedaron en un segundo plano pasando casi desapercibidos, pero ahora que los problemas entre unos y otros eran cada vez menores, los judĆ­os volvĆ­an a estar de nuevo en el punto de mira. Sisebuto, catĆ³lico aferrado y amigo de Isidoro de Sevilla, estaba dispuesto a apretarle las tuercas a aquellos que solo creĆ­an en las antiguas Escrituras y nada querĆ­an saber de Jesucristo. Para ello, promulgĆ³ una ley que entrĆ³ en vigor el 1 de julio del 612 donde se prohibĆ­a a todo judĆ­o la posesiĆ³n de esclavos. Aquellos que los poseyeran debĆ­an venderlos. La esclavitud era una prĆ”ctica habitual en aquella Ć©poca, pero a partir de ese momento, solo los cristianos podĆ­an tenerlos, por lo que, los judĆ­os quedaron en clara desventaja para sacar adelante sus cultivos. 

Sisebuto
El matrimonio entre cristianos y judĆ­os quedaba prohibido asĆ­ como la conversiĆ³n de cristianos a judĆ­o. Para los matrimonios ya contraĆ­dos se obligaba al cĆ³nyuge judĆ­o a convertirse al cristianismo y al bautismo de los hijos ya nacidos entre ambos. Si un cristiano era captado por un judĆ­o para convertirse a su fe, el judĆ­o serĆ­a condenado a muerte y el cristiano castigado con varios latigazos, y si aĆŗn asĆ­ seguĆ­a con la idea de renunciar a su fe serĆ­a convertido en esclavo y puesto a disposiciĆ³n del rey. La no obediencia de esta ley se castigaba con el exilio y la confiscaciĆ³n de los bienes. AsĆ­ pues, si con Witerico fueron muchos los catĆ³licos que huyeron a Francia. El reguero que llegaba ahora era de exiliados judĆ­os. Sin embargo, la mayorĆ­a acatĆ³ la ley, a la espera de que el temporal amainara, como asĆ­ fue. No hay mal que cien aƱos dure, y pronto pasarĆ­an de nuevo a un segundo plano. Los judĆ­os nunca llegaron a integrarse por completo y acabarĆ­an por ser expulsados siglos mĆ”s tarde, pero el tiempo que estuvieron en EspaƱa, supieron adaptarse a las circunstancias. 

Y de todo esto, ¿quĆ© pensaba su amigo Isidoro de Sevilla? Por lo visto, Isidoro no estaba de acuerdo con las medidas adoptadas por el rey, pero hacĆ­a la vista gorda y mantenĆ­a su amistad con Ć©l, pues parece ser que compartĆ­an aficiones al arte y a la escritura. Sisebuto demostrĆ³ su talento como escritor en su libro dedicado a la vida de San Desiderio, mientras el futuro santo demostrĆ³ su afecto al rey dedicĆ”ndole sus escritos sobre fĆ­sica y cosmografĆ­a De Rerum Natura. Y ya que hablamos de cosmografĆ­a, en los aƱos 611 y 612 tuvieron lugar sendos eclipses visibles desde la penĆ­nsula IbĆ©rica que llegaron a preocupar a la Iglesia, pues muchos vieron en aquellos fenĆ³menos seƱales de otros dioses y se hicieron paganos. 

Sisebuto reinĆ³ por nueve aƱos, desde la muerte de Gundemaro hasta febrero del 621. No se sabe a ciencia cierta si muriĆ³ de muerte natural, pues hay quien cree que hubo una conspiraciĆ³n y fue envenenado a manos del general Suintila, aspirante al trono.

Pero Sisebuto tenƭa un hijo, posiblemente era un muchacho muy joven, nadie sabe la edad que podƭa tener. Los nobles encargados de deliberar quiƩn serƭa el sucesor del difunto Sisebuto no lo tenƭan claro a la hora de elegir. Por una parte, el joven Recaredo era casi un niƱo, por otra estaba el general Suintila, del que todos sabƭan sus ansias de subir al trono y era el principal sospechoso de haber envenenado al rey. Por lo tanto, entre el dilema de tener que elegir entre un niƱo y un poderoso militar, posible implicado en el asesinato, eligieron al niƱo y lo hicieron rey con el nombre de Recaredo II.

La desconfianza de los nobles en quien habĆ­a hecho mĆ©ritos suficientes para subir al trono enojĆ³ a Suintila; y bien sea casualidad o bien alguien estuvo detrĆ”s de todo, el caso es que el pequeƱo Recaredo no tardĆ³ en aparecer muerto. Las circunstancias no estĆ”n claras ni el tiempo que reinĆ³ tampoco. Hay quien cree que solo fue rey durante unos dĆ­as y quien apunta dos meses. El caso es que Recaredo II solo subiĆ³ al trono para aƱadir un nombre mĆ”s a la lista de los reyes godos. Esto ocurrĆ­a aproximadamente sobre el mes de marzo del aƱo 621. Y ahora sĆ­, Suintila, el bravo general que puso contra las cuerdas al gobernador bizantino, se presentĆ³ ante los nobles dispuesto a que nadie le discutiera su derecho a hacerse con el trono de la EspaƱa goda. Respaldado por su ejĆ©rcito, los nobles, en efecto no pudieron seguir negĆ”ndole ese derecho, y Suintila llegĆ³ a ser rey.


Isidoro de Sevilla, Murillo 

Isidoro de Sevilla, un sabio hispano-godo
Ya hemos visto la influencia de Leandro, obispo de Sevilla, sobre Hermenegildo, y ahora vemos la amistad reforzada por sus mismas aficiones de su hermano Isidoro con Sisebuto. Hora es ya de hablar de esta familia donde todos los hermanos llegaron a ser santos, porque Leandro e Isidoro tenĆ­an otro hermano, Fulgencio, y una hermana, Florentina, que tambiĆ©n fueron canonizados. Los padres, Severiano y Teodora, eran originarios de Cartagena, y desde allĆ­ vinieron a Sevilla, posiblemente debido a la invasiĆ³n bizantina. Severiano, de origen hispano-romano, pertenecĆ­a a una familia de alto rango social y Teodora, de origen godo, parece ser que estaba emparentada con la realeza. Leandro, Fulgencio y Florentina habĆ­an nacido en Cartagena, pero Isidoro, el menor de los hermanos, nadie estĆ” seguro de dĆ³nde naciĆ³, aunque hay quien estĆ” convencido (y es lĆ³gico pensarlo) que fue en Sevilla y en su casa se levantĆ³ una iglesia.

Sobre la vida de esta santa familia se cuenta multitud de anĆ©cdotas, como que Leandro era muy severo con la disciplina de sus hermanos. Parece ser que Isidoro era mĆ”s bien travieso y que Leandro se extralimitaba con sus castigos, hasta el punto de que Isidoro huyĆ³ de casa. Al volver y por recomendaciĆ³n de Leandro, fue internado en un monasterio para ver si allĆ­ conseguĆ­an que mejorase su comportamiento. Y fue allĆ­, sacando agua de un pozo, donde Isidoro se dio cuenta de algo curioso. La piedra del brocal estaba desgastada por la parte donde rozaba la soga que servĆ­a para tirar del cubo. Entonces llegĆ³ a la conclusiĆ³n de que, si una soga que es infinitamente mĆ”s blanda que la piedra, puede a base de tiempo horadarla como si de un cincel se tratase, los libros podrĆ­an cincelar su pĆ©trea mente hasta hacer de Ć©l un hombre sabio y un buen cristiano. Otras versiones cuentan que fue en un momento de gran duda espiritual sobre si los hombres se apartarĆ­an alguna vez del mal; y al ver la roca horadada por la cuerda, se fue inmediatamente a devorar libros que le enseƱasen a cincelar la pĆ©trea mente humana y hacerles ver el camino del bien.

Leandro de Sevilla, Murillo
Y muy bien debiĆ³ aplicarse Isidorito porque llegĆ³ a ser arzobispo de Sevilla sustituyendo a su hermano Leandro. Pero Isidoro no solo llegĆ³ a ser clĆ©rigo ni un arzobispo mĆ”s, sino que se le considera un autĆ©ntico sabio de su Ć©poca. Y despuĆ©s de su canonizaciĆ³n se le nombrĆ³ doctor. No en vano, detrĆ”s de sĆ­ dejaba una gran obra escrita en la que se adentra en campos muy diversos como la astronomĆ­a y la historia natural (De natura rerum), la historia universal (Chronica majora), y por supuesto tratados teolĆ³gicos donde da su visiĆ³n sobre la trinidad (De differentiis verborum). Pero su obra mĆ”s importante fue EtimologĆ­as, una extensa enciclopedia donde Isidoro recoge todo el saber de su tiempo. No pasĆ³ por alto la mĆŗsica, las matemĆ”ticas y la geometrĆ­a, ni quiso tampoco dejar pasar la oportunidad de escribir sobre todo lo que pasaba a su alrededor, y gracias a Ć©l nos llegĆ³ la Historia de regibus Gothorum, Vandalorum et Suevorum (Historia de los Reyes de los Godos, VĆ”ndalos y Suevos). Es a travĆ©s de esta esta obra que nos ha llegado la mayor parte de lo que hoy conocemos sobre nuestros antepasados godos.

Isidoro fue arzobispo durante 37.  Casi 1.000 aƱos despuĆ©s de su muerte, en 1598, fue canonizado por la Iglesia CatĆ³lica y en 1.722 el papa Inocencio XIII lo declarĆ³ Doctor de la Iglesia por haber sido un autĆ©ntico sabio de su tiempo. Sobre su hermano Fulgencio, poco se sabe; Isidoro lo menciona como un simple ciudadano, sin embargo tambiĆ©n llegĆ³ a ser obispo y mĆ”s tarde canonizado, llegando a ser conocido como San Fulgencio de Cartagena. En cuanto a su hermana Florentina, abadesa y fundadora de varios monasterios, tambiĆ©n fue santificada tras su muerte. Es por eso que los hermanos son conocidos como los cuatro santos de Cartagena.

Suintila, Manuel Miranda
Suintila, prĆ­ncipe de los pobres
Nunca se llegĆ³ a probar que Suintila fuera el asesino de Sisebuto o de su hijo Recaredo, sin embargo, parece ser que no fue un mal rey… para algunos; pero fue un tirano para otros. Veamos cĆ³mo fue el reinado de este controvertido monarca, cuyo carĆ”cter no ha llegado a poner de acuerdo a los historiadores modernos. Para empezar, aclararemos que Suintila era hijo de Recaredo I, aquel joven al que tanto cariƱo cogiĆ³ Leandro de Sevilla, ya que fue su tutor por encargo de Leovigildo, consiguiendo de su pupilo que hiciera del catolicismo la religiĆ³n oficial en EspaƱa. Suintila era, ademĆ”s, yerno del reciĆ©n fallecido Sisebuto. Es de suponer, que por el solo hecho de ser hijo de Recaredo I, Suintila ya gozaba de la simpatĆ­a del obispo Isidoro; simpatĆ­a que no dudĆ³ en mostrar en sus escritos sobre los reyes godos. Pero toda esta simpatĆ­a se irĆ­a al traste aƱos mĆ”s tarde, veamos quĆ© ocurriĆ³.

Suintila, ya lo hemos visto, habĆ­a puesto contra las cuerdas a los bizantinos, que en su intento de reconquistar Hispania hacĆ­a siete dĆ©cadas que se habĆ­an convertido en unos molestos vecinos instalados en una franja (cada vez mĆ”s estrecha) que iba desde el Levante hasta CĆ”diz. Fue su rey y suegro Sisebuto quien evitĆ³ que los expulsara completamente al necesitar todos los ejĆ©rcitos para aplastar una rebeliĆ³n en el norte. Para Suintila, aquel era un asunto que quedĆ³ pendiente, pero al igual que le habĆ­a ocurrido a su suegro, los vascones estaban de nuevo en rebeldĆ­a. Estando Ć©stos saqueando la provincia Tarraconense, Suintila se lanzĆ³ contra ellos consiguiendo una victoria total. Los prisioneros fueron obligados a construir una fortaleza que llamarĆ­an Oligicus (Olite) que junto a Vitoria y RecĆ³polis serĆ­an las tres Ćŗnicas ciudades fundadas por los godos en EspaƱa. Precisamente, estas tres ciudades formarĆ­an una lĆ­nea defensiva contra futuras incursiones. Y una vez solucionado el problema de los vascones, ahora sĆ­, Suintila fue a por los de Bizancio, luchando contra ellos hasta expulsarlos definitivamente. Por primera vez, la penĆ­nsula IbĆ©rica al completo quedaba unificada bajo un mismo reino. Se daba la circunstancia, ademĆ”s, de que este rey convirtiĆ³ el reino de Toledo en el de mĆ”s amplio territorio en la historia de EspaƱa, (exceptuando los imperios que vendrĆ­an siglos mĆ”s tarde) pues, en aquellos momentos el reino ocupaba las actuales EspaƱa, Portugal y la provincia francesa de Narbona (la Septimania). HabĆ­a sido el sueƱo de los monarcas anteriores, y Suintila por fin lo habĆ­a conseguido.

Hasta aquĆ­, todo perfecto, los nobles del reino y la propia Iglesia CatĆ³lica no podĆ­an mĆ”s que admirar las hazaƱas conseguidas por su rey. El propio Isidoro escribirĆ­a sobre Ć©l que «fue el primer monarca que reinĆ³ sobre toda la Hispania peninsular al completo». Y escribiĆ³ algo mĆ”s, alabando las cualidades humanas de este rey, pero luego vendrĆ­an otros temas mĆ”s espinosos e Isidoro cambiĆ³ de parecer. Suintila estaba empeƱado en establecer de una vez por todas la monarquĆ­a hereditaria, algo que los nobles no veĆ­an con buenos ojos. Ya habĆ­an tolerado que Recaredo I subiera al trono despuĆ©s de su padre. Ɖl mismo, Suintila, era el tercero de la misma dinastĆ­a, pero hasta aquĆ­ estaban dispuestos a tolerar. Pero aĆŗn habĆ­a mĆ”s. Suintila era de la opiniĆ³n de que la nobleza y la Iglesia habĆ­an acumulado demasiado poder, por lo que, quiso reforzar la autoridad monĆ”rquica frente a ellos. ¡Con la Iglesia hemos topado!

Suintila, no obstante y a pesar de ser consciente de lo impopular de su medida entre la nobleza y la religiĆ³n, puso en marcha algunas leyes que favorecĆ­an a la plebe. Los mĆ”s pobres no tendrĆ­an que pagar, o pagarĆ­an menos impuestos, por el contrario, los terratenientes, y en general todos los magnates del reino, verĆ­an gravados sus cargas fiscales para hacer frente a los gastos del paĆ­s. Que pagaran mĆ”s quienes mĆ”s tenĆ­an. AdemĆ”s, Suintila acosĆ³ y despojĆ³ de gran parte de su fortuna a aquellos nobles y clĆ©rigos que se habĆ­an enriquecido ilegalmente mientras los reyes anteriores hacĆ­an la vista gorda. Era lo justo, pero no lo mĆ”s sensato para seguir en el trono. Con estas medidas, el rey se ganĆ³ el apoyo de las clases mĆ”s bajas al tiempo que comenzaron a salirle enemigos y conjuras entre las mĆ”s altas. El caso es que, los nobles no se veĆ­an capacitados por sĆ­ solos para derrocar a Suintila, dada la gran popularidad adquirida entre el pueblo y la fidelidad hacia su antiguo general, ahora rey, de todos sus jefes militares. A todo esto habĆ­a que aƱadir la poca unanimidad entre los conjurados, que no se ponĆ­an de acuerdo a la hora de actuar.

Fue en la provincia Narbonense o Septimania, como otras tantas veces, donde se fraguĆ³ la conjura definitiva. La ayuda tendrĆ­a que venir de fuera, una prĆ”ctica a la que se acostumbrarĆ­an los visigodos y que acabarĆ­a por destruir su reino. Para derrocar a Suintila se pedirĆ­a ayuda a los francos, concretamente a Dagoberto, rey de Neustria. El encargado de la negociaciĆ³n serĆ­a Sisenando, duque de la Septimania. Y esa ayuda, por supuesto, no les iba a salir gratis. Al presente ofrecido por Sisenando, una bandeja de oro de 110 kilos que el general romano Aecio habĆ­a regalado a Turismundo en el aƱo 451 por su actuaciĆ³n decisiva en la batalla contra los hunos, hubo que aƱadir 200.000 sueldos, monedas de plata por un peso aproximado de unos 22.000 kilos. Expolio de valiosas reliquias pertenecientes al tesoro visigodo y derroche de dinero para conseguir el poder.

En marzo de 631, los ejĆ©rcitos de Dagoberto se reunieron en Tolosa y desde allĆ­ marcharon a Zaragoza, ciudad que conquistaron con poco esfuerzo. La rebeliĆ³n ya no tenĆ­a vuelta atrĆ”s y los nobles indecisos se unieron a ella. El propio hermano del rey, Geila, se uniĆ³ a los rebeldes, y Suintila, que todo aquello le cogiĆ³ desprevenido, tuvo que huir despuĆ©s de que su ejĆ©rcito fuera derrotado. Los rebeldes se dirigieron entonces a Toledo, donde proclamaron rey a Sisenando el 26 de marzo. Poco despuĆ©s, Suintila era capturado y encarcelado durante mĆ”s de dos aƱos. Sisenando no lo tuvo fĆ”cil y tuvo que enfrentarse a nuevas rebeliones que apoyaban a Suintila. Fue en la BĆ©tica, donde mĆ”s resistencia hubo, y donde un noble llamado Iudila llegĆ³ a acuƱar moneda propia con la inscripciĆ³n “Iudila Rex”, lo cual significa, que se habĆ­a proclamado rey. TambiĆ©n hubo otra revuelta, esta vez protagonizada por Geila, que si antes lo veĆ­amos unido a los rebeldes contra su hermano, ahora habĆ­a cambiado de parecer y se ponĆ­a en contra de Sisenando. Y esto da que pensar: ¿acaso Geila habĆ­a pretendido desde el principio ser elegido nuevo rey? Pero la ayuda de Dagoberto se mantuvo hasta el final, buen dinero le habĆ­an pagado para ello, y Sisenando controlĆ³ las revueltas.


El IV Concilio de Toledo
Al cabo de casi tres aƱos, casi finalizando el 633 tuvo lugar el IV Concilio de Toledo presidido por el arzobispo de Sevilla Isidoro, ocasiĆ³n que fue aprovechada para juzgar a Suintila y legitimar como rey a Sisenando. Pero este concilio no fue un concilio cualquiera, y si el tercero ya fue de vital importancia donde la Iglesia CatĆ³lica recibiĆ³ un gran impulso entre los godos, el cuarto, del cual nos ocupamos ahora se convocĆ³ en un periodo especialmente frĆ”gil con potencial peligro de abrir fisuras en el reino. Se temĆ­a un gran enfrentamiento civil e incluso habĆ­a sospechas de una probable invasiĆ³n extranjera. El 5 de diciembre de 633, en la basĆ­lica de Santa Leocadia de Toledo tuvo lugar su apertura. La asistencia fue de nada menos que 69 obispos, lo cual ya nos da una idea de su importancia. Comienza el acto dando gracias a Dios Omnipotente y al rey de EspaƱa y la Galia, Sisenando, que entra a continuaciĆ³n y se postra en tierra delante de todos los obispos, con lĆ”grimas en los ojos, pidiendo entre sollozos que intercedan por Ć©l ante el SeƱor. Y acto seguido comienza el debate sobre los 75 cĆ”nones que se van a tratar.

El primero de todos viene a establecer que la fe catĆ³lica se basa en el principio de la Trinidad: «Decimos que el Padre no ha sido hecho ni engendrado por nadie. Afirmamos que el Hijo no ha sido hecho sino engendrado. Y confesamos que el EspĆ­ritu Santo no ha sido creado ni engendrado sino que procede del Padre y del Hijo.» A continuaciĆ³n se tratan una serie de cĆ”nones, donde se muestra la intenciĆ³n de configurar una “iglesia nacional”, que se rija por unas mismas formas y principios: «GuĆ”rdese, pues, el mismo modo de orar y cantar en toda EspaƱa y Galia.» Vienen luego los cĆ”nones donde se trata de liturgias, bautismos, elecciĆ³n de obispos, monjes, penitentes, y la espinosa cuestiĆ³n judĆ­a: «Que los judĆ­os no tengan esclavos cristianos… que no les estĆ© permitido a los judĆ­os tener esposas ni concubinas cristianas, ni comprar esclavos cristianos para uso propio ... que no se les otorgue cargo pĆŗblico.»

Y asĆ­, hasta 75, donde no todos trataban sobre religiĆ³n, sino tambiĆ©n cuestiones de estado. El Ćŗltimo de todos, el 75 es una AmonestaciĆ³n al pueblo para que no peque contra los reyes: «la Ćŗltima decisiĆ³n de todos nosotros, los obispos, ha sido redactar en la presencia de Dios el Ćŗltimo decreto conciliar, que fortalezca la situaciĆ³n de nuestros reyes y dĆ© estabilidad al pueblo de los godos.» Como dejan claro los obispos, la Iglesia estaba ciertamente preocupada por la poca estabilidad del reino, con una constante sucesiĆ³n de reyes que rara vez morĆ­an en su lecho de forma natural. Se pretendĆ­a mediante este canon fortalecer los tres pilares del reino: La iglesia, la nobleza y el rey. En este canos se incluĆ­a ademĆ”s la regulaciĆ³n del proceso electivo de sucesiĆ³n al trono (los nobles con la aprobaciĆ³n de la Iglesia serĆ­an los encargados, como hasta ahora venĆ­a siendo habitual, de elegir al rey) quedando definitivamente descartada la monarquĆ­a hereditaria: «Que nadie entre nosotros arrebate atrevidamente el trono. Que nadie excite las discordias civiles entre los ciudadanos. Que nadie prepare la muerte de los reyes, sino que muera pacĆ­ficamente el rey, la nobleza de todo el pueblo, en uniĆ³n de los obispos, designarĆ”n de comĆŗn acuerdo al sucesor en el trono, para que se conserve por nosotros la concordia de la unidad, y no se origine alguna divisiĆ³n de la patria y del pueblo a causa de la violencia y la ambiciĆ³n»

Pero no solo al pueblo se le prohibĆ­a pecar contra sus reyes; para ellos, los reyes, tambiĆ©n habĆ­a estas “recomendaciones”: «Y ninguno de vosotros [los reyes], darĆ” sentencia como juez Ćŗnico en las causas capitales y civiles, sino que se ponga de manifiesto la culpa de los delincuentes en juicio pĆŗblico. Y acerca de los futuros reyes, promulgamos esta determinaciĆ³n: que si alguno de ellos en contra de la reverencia debida a las leyes, ejerciere sobre el pueblo un poder despĆ³tico con autoridad, soberbia y regia altanerĆ­a, entre delitos crĆ­menes y ambiciones, sea condenado con sentencia de anatema». Se ataba, de esta manera, corto y bien corto a los reyes, limitando su poder y quedando, prĆ”cticamente a expensas de los nobles y de la iglesia, que finalmente era quien partĆ­a el bacalao.

No estaban mal, despuĆ©s de todo, las leyes aprobadas sobre este tema, para que a ningĆŗn rey dĆ©spota se le fuera la mano, pero a la vez, quedaba el poder del monarca limitado y en manos de unos nobles cada vez mĆ”s ambiciosos y una iglesia que no estaba dispuesta a que se tocaran sus intereses, que eran, por supuesto, los intereses de Dios. Y esto se va a ver claramente en el juicio emitido sobre el derrocado Suintila. SegĆŗn el acta conciliar, Suintila, arrepentido de sus crĆ­menes, renuncia voluntariamente al trono y desvincula a Sisenando del proceso de sublevaciĆ³n. Confiesa, ademĆ”s, que se enriqueciĆ³ a costa de los pobres. Contrasta todo esto con los encarecidos elogios que Isidoro habĆ­a dedicado a quien llegĆ³ a calificar de ¡prĆ­ncipe de su pueblo y padre de los pobres! Primero hay que aclarar algo: la palabra usada es miserorum, por lo tanto muchos dan por hecho que cuando el acta habla de enriquecerse a costa de los miserables se refiere a los pobres entre la plebe. Sin embargo, lo mĆ”s probable es que haga referencia a la miseria en la que habĆ­an quedado los nobles a los que habĆ­a hecho devolver las fortunas hechas ilegalmente durante los reinados anteriores. Lo que estĆ” claro es que este Concilio fue la reacciĆ³n a la intenciĆ³n de Suintila de recortar el poder de la Iglesia. Pero tambiĆ©n fue, ya de paso, un intento de consolidar el reino visigodo de EspaƱa.

Sisenando fue reafirmado rey y a Suintila se le confiscaron la mayor parte de sus bienes. Por la infinita misericordia de los representantes de Dios en la tierra, se le perdonaba la vida, pero se le excomulgaba y era desterrado, pues se habĆ­a llegado a la conclusiĆ³n de que su reinado perjudicĆ³ seriamente los intereses de la Iglesia y por consiguiente los intereses de Dios. ¿Y quĆ© opinarĆ­a Isidoro de todo esto? Isidoro era el presidente de aquella asamblea, el mĆ”ximo responsable de cuanto allĆ­ se dictaminara. ¿Por quĆ© este cambio desde que escribiĆ³ con admiraciĆ³n que Suintila, ademĆ”s del monarca que reinaba sobre la totalidad de la penĆ­nsula IbĆ©rica, «era el prĆ­ncipe del pueblo y padre de los pobres»? Nadie lo sabe, pero podemos especular que, o bien, ciertamente Suintila habĆ­a cambiado su personalidad y se habĆ­a convertido en un criminal, o bien Isidoro y demĆ”s obispos le calificaron de esta manera por haber atacado sus intereses, que no los del pueblo llano, que al parecer simpatizaba con su rey.

¿QuĆ© harĆ­a ahora Isidoro con sus palabras? Muy sencillo: ¡comĆ©rselas! Porque eso fue lo que hizo. Los elogios a Suintila ya estaban escritos y publicados, pero ahora que Isidoro habĆ­a tenido que ponerse de parte de la Iglesia, por el propio interĆ©s de Ć©sta (y de Dios, por supuesto), aquellos elogios debĆ­an desaparecer, y los borrĆ³ para que no volvieran a aparecer en futuras ediciones. Pero otros cronistas que le siguieron, tambiĆ©n hablaron favorablemente sobre Suintila y de cĆ³mo se ganĆ³ el odio de los magnates, por lo que, a pesar de que los historiadores modernos no se pongan de acuerdo, queda medianamente claro que a quien llegĆ³ a fastidiar de verdad Suintila no eran otros que a la intocable Iglesia y a la siempre ambiciosa nobleza.

AquĆ­ en la Tierra, pero no el el Cielo
Suintila, segĆŗn el acta del Concilio, siguiĆ³ vivo, cosa rara despuĆ©s de una revuelta de aquella Ć­ndole, pero los clĆ©rigos habĆ­an decidido que ya estaba bien de tanto derramamiento de sangre. A Suintila se le perdonaba la vida… aquĆ­ en la Tierra, pero solo aquĆ­, pues la excomuniĆ³n significaba la condena al infierno. QuizĆ”s, debido a la tristeza que esto le produjo, Suintila muriĆ³ al aƱo siguiente de ser excomulgado y desterrado junto a su familia. Otro que tambiĆ©n corriĆ³ la misma suerte fue su hermano Geila, por haber cambiado de bando durante las revueltas. Sisenando, por su parte, tomĆ³ buena nota de todo y despuĆ©s de ser ungido siguiĆ³ reinando mĆ”s derechito que una vela. Poco pudo hacer en tan poco tiempo, porque muriĆ³, tambiĆ©n de muerte natural, tres aƱos mĆ”s tarde, el 12 de marzo del aƱo 636. No se sabe la edad que tenĆ­a. ¡QuĆ© caro le saliĆ³ su reinado! 110 kilos de oro que componĆ­a toda una valiosa joya como era la bandeja de Turismundo y mĆ”s de 22.000 kilos de plata que salieron del tesoro hispano-godo hacia Francia.

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