La España de los cantones - Capítulo 15


 Moción de censura a Emilio Castelar 

La política de Castelar iba a tomar rumbos muy diferentes a los que se habían tomado hasta ahora, y eso no iba a gustar nada a sus oponentes. Después de conseguir poderes especiales, con las Cortes cerradas y mientras una lluvia de fuego caía sobre Cartagena, Castelar daba marcha atrás al proyecto revolucionario federalista y tomaba medidas más conservadoras. Los ex presidentes Figueras, Pi y Margall y Salmerón se iban a convertir en sus más firmes oponentes, contrarios a que se hiciera «política fuera de la órbita republicana». ¿Y en qué consistía la política de Castelar? Por ejemplo, en nombrar a generales de dudosa lealtad a la República, como Manuel Pavía, que ya había dado muestras de rebeldía en el asunto de Málaga y que ahora era el flamante capitán general de Castilla la Nueva; o tener acercamiento a la Santa Sede cubriendo puestos vacantes de tres arzobispados como Toledo, Tarragona y Santiago de Compostela, algo totalmente contrario a la idea republicana de separación entre Iglesia y Estado; o un decreto en el que se daba autoridad a los gobernadores civiles para suspender periódicos; o la sustitución de los concejales del ayuntamiento de Madrid por otros más conservadores.



El 2 de enero, a Castelar le esperaban en las Cortes con una moción de censura dispuesta a acabar con él. Sin embargo, Castelar contaba con apoyos, unos apoyos que él hubiera preferido no tener: los del general Pavia. El 20 de diciembre, el presidente ya sabía que se preparaba un golpe de estado, Castelar no lo dudó ni un momento y fue a reunirse con Pavia para pedirle que no lo hiciera. El general le contestó con otra petición: que promulgara un decreto para que las Cortes continuaran suspendidas. «Yo mismo lo fijaré en la Puerta del Sol con cuatro bayonetas»- le dijo. Pero Castelar se negó, pues no estaba dispuesto a apartarse de la legalidad; el 2 de enero se abrirían de nuevo las Cortes, tal como estaba previsto. Cuando acabó la reunión, Pavia quedó preguntándose a sí mismo: «¿debo yo permitir que estalle la anarquía?» Esa era la pregunta que se hacía Pavia; la que se hizo más tarde Pi y Margall fue: ¿por qué Castelar no destituyó a Pavia en aquel momento y permitió que la cosa siguiera adelante?

El 2 de enero, a las 2 de la tarde, se abrieron las puertas del Congreso; el general Pavia ya tenía dispuestas las tropas para intervenir en el caso de que Castelar fuera destituido. Pero no solo Pavia se había preparado para intervenir, los llamados Voluntarios de la República estaban al acecho, para intervenir en el caso de que Castelar siguiera como presidente. ¿Tenía Castelar conocimiento de la intención de aquellos “voluntarios” y por eso prefirió no destituir a Pavia y tener así quién les parara los pies? Fuera cual fuera el resultado de las votaciones aquella tarde, habría fiesta.

Se dice, aunque no hay documentos que lo prueben, que en Cartagena habían recibido notificación de estos voluntarios, animándoles a resistir hasta el 3 de enero, día en que siendo derrotado el Gobierno Castelar se formaría uno intransigente que legalizaría su situación.

El primero en intervenir fue Nicolás Salmerón, comenzando con el anuncio de que retiraba su apoyo a Castelar y terminando con la frase: «Perezca la República, sálvense los principios». A tan pesimistas palabras, Castelar respondió que la República era posible incluyendo no solo a los liberales, sino también a los conservadores, y abandonando la "demagogia".

La sesión se alargaba y era pasada ya la media noche cuando comienza la votación. Era el momento temido por Castelar, que seguramente no era el único consciente de lo que allí estaba a punto de ocurrir, tanto si le daban su confianza y seguía al frente del gobierno, como si no. Se procede a la votación y al recuento de los votos. Poco después le llega el resultado al general Pavia.



La patriótica misión del general Pavia

Castelar había sido destituido y el general Pavia no dudó en poner en práctica lo que había planeado, asaltar el congreso y disolver las Cortes. Es curioso, que momentos antes, Castelar había recibido una notificación del mismo Pavia anunciándole que iba a intervenir. «Desaloje el local». Pero Castelar no solo no abandonó el local sino que puso sobre aviso a todo el mundo y preguntó si debían dejarse matar sin abandonar sus escaños a lo cual respondieron muchos diputados afirmativamente. Acto seguido, muchos fueron los que pidieron que Pavía fuera declarado fuera de la ley y que fuera sometido a un Consejo de Guerra, propuesta que fue aceptada por el ministro de la Guerra, que redactó un decreto en el que Pavía era destituido de su cargo y de todos sus honores y condecoraciones

Pero cuando la Guardia Civil y el Ejército entraron en el edificio del Congreso disparando tiros al aire, aquellos diputados que habían afirmado dejarse matar dignamente sin abandonar sus escaños, saltaron de ellos como cabras buscando donde esconderse o cómo salir de allí, y algunos incluso se descolgaron por las ventanas. Pavía, sorprendido, preguntó: «Pero señores, ¿por qué saltar por las ventanas cuando pueden salir por la puerta?».

El paso que Pavia había dado tenía sus riesgos y él lo sabía: ¿otra guerra civil? Pero estaba convencido de lo que hacía y por eso lo llamó “mi patriótica misión”. Era preciso ponerse en contacto con los jefes militares de toda España y pedierles su apoyo:

«El ministerio de Castelar iba a ser sustituido por los que basan su política en la desorganización del ejército y en la destrucción de la patria. En nombre, pues del ejército, de la libertad y de la patria he ocupado el Congreso convocando a los representantes de todos los partidos, exceptuando los cantonales y los carlistas para que formen un gobierno nacional que salve tan caros objetivos.»

López Dominguez, que estaba próximo a concluir su misión en Cartagena, le respondió dejándole claro su apoyo:

«Este disciplinado ejército, que tengo el honor de mandar, inspirándose en los más elevados sentimientos está dispuesto a apoyar al gobierno que se dé la nación, según lo manifestado por el capitán general de Castilla la Nueva y que representa la honra, el orden y la libertad del país.»

Poco después, Pavia convocó a los líderes políticos con la intención de formar un gobierno nacional al frente del cual estaría Emilio Castelar. Entre los convocados estaban casi todos los partidos, de ideas diversas, tanto constitucionales como radicales, adeptos a la monarquía y republicanos. No invitó a los carlistas, ni a los federales intransigentes cantonalistas, ni a los que habían presentado la moción contra Castelar, por lo tanto Pi y Margall y Salmerón quedaron excluidos. Pero el próximo presidente no sería Castelar, él mismo rehusó la asistencia a la convocatoria, y el mismo día publicaría una protesta en su propio diario en la que culpaba a “las espadas militares y las bayonetas federales” de haber acabado con la República. Castelar no quería ser presidente por otro medio que no fuera la democracia.

El general Pavia era partidario de una república conservadora mientras otros querían que se restaurase la monarquía. Esta proposición tuvo sus apoyos y en boca de muchos ya sonaba el nombre de Alfonso, hijo de la destronada Isabel II, pero también contó con la oposición de otros, como el general Serrano. El gaditano, nacido en San Fernando, Francisco Serrano tenía a sus espaldas un impresionante currículum: Presidente del Consejo de Ministros de España en el 68, Regente del Reino con Isabel II en el 69, distinguido como Caballero de la Orden del Toisón de Oro, duque de la Torre, y ahora… sería el presidente del poder ejecutivo de la todavía oficialmente República Española, que continuaría durante todo aquel año de 1874, pero solo oficialmente, porque la república había llegado a su fin en aquel momento en que sus señorías saltaron por las ventanas.

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