La España de los cantones - Capítulo 11

De intransigente a moderado 

El hecho de verse obligado a usar la fuerza fue, según dicen, lo que finalmente le hizo dimitir a Pi y Margall, que además fue duramente criticado por diputados como Casalduero, del bando de los intransigentes, porque según él, había traicionado las ideas que hasta entonces había defendido y se había dejado arrastrar por el sector moderado que le había inducido a reprimir la proclamación de los cantones.



«¿Qué habéis hecho del diputado Pi? –Palabras dirigidas a los moderados- le habéis perdido, porque habéis querido que gobierne con vuestros principios y en contra de las ideas que ha profesado toda su vida. Estos desórdenes nacen de que el país no está constituido: constitúyase el país y vendrá el orden, no necesitáis generales, esa es una equivocación. Es un grave error querer establecer el orden por medio de la fuerza, porque el mal depende de que no está constituida la República. Esta es la gran diferencia que separa a los unos de los otros: unos quieren que el orden se haga antes que nada, y nosotros creemos que el orden será producto del Gobierno republicano y de la consolidación de la República federal.»

Curiosa manera de ver las cosas en uno y otro bando: mientras unos creen que primero hay que hacer la casa antes de irse a vivir a ella, los otros creen que hay que ocupar el solar y luego ponerse manos a la obra poco a poco. Las duras críticas de Casalduero no quedarían sin respuesta y al poco de haber dimitido, siendo ya presidente Nicolás Salmerón, Pi y Margall explicaba que si bien antes había defendido el federalismo de abajo arriba, veía la insurrección como un crimen, dejando de ser un derecho en el momento que el libre pensamiento podía realizarse desde el sufragio universal.

« Han atribuido algunos estas acusaciones al hecho de haber predicado que la República federal debe venir de abajo arriba y no de arriba abajo. Es cierto: yo había defendido esa doctrina, y la había sostenido y la había acariciado; pero teniendo en cuenta la unidad de la Patria, y deseando que no se la quebrantara ni por un solo momento. […]Abandoné después esa teoría. ¿Por qué? […]Porque en el concepto […] de una revolución a mano armada habría sido entonces natural que la revolución se hiciese de abajo arriba; pero la República ha venido por el acuerdo de una Asamblea, de una manera legal y pacífica.»

Pi y Margall dejaba clara su postura en su discurso, convencido de que aquella revolución, debida a la impaciencia de unos y a la mala gestión de otros, solo estaba perjudicando el proceso de creación de la república. El diputado Casalduero había protestado por la represión de Pi y Margall, sin embargo el nuevo presidente, el andaluz Nicolás Salmerón, a pesar de formar parte del bando intransigente, también presentaba su nuevo gobierno como un gobierno comprometido a combatir el cantonalismo por ser perjudicial para la unidad de España. Y una de las medidas a tomar con urgencia era poner orden en Cartagena, donde Antonete lo ha puesto todo patas arriba. Las tropas del gobierno ponen entonces cerco a la ciudad.


Piratas del Mediterráneo

El general Contreras, al mando de una parte de la flota cantonalista llegó el 30 de julio a Almería exigiendo que se pusiera a votación popular el establecimiento de un cantón. Además, pedía una pequeña ayuda para la causa. Con 100.000 duros ya estaba bien. Y como los de Almería no estaban dispuesto a aguantar chulerías se liaron a tiros con ellos, que tuvieron que embarcar a la carrera y salir del puerto echando leches. En Motril, la cosa les iba a ir bastante mejor. Allí consiguieron apoyos y dinero, o más bien unos pagarés que debían cobrar en Málaga, que también era ya cantón. Allí se dirigían el 1 de agosto a cobrar los pagarés, cuando una flota inglesa y alemana se les echó encima. La declaración de piratería había hecho su efecto y los barcos quedaron apresados y más tarde entregados a la república. Cartagena acababa de perder la mitad de la flota.

El suceso no hizo ninguna gracia a los cantonalistas, que consideraron seriamente declarar la guerra a Alemania, que era la segunda vez que los incordiaba. El caso es que, llegaron informes de que aquel “ataque” se llevó a cabo sin la autorización de Berlín; así que, finalmente decidieron no hacerlo. ¡Por ahí os vais a librar esta vez! Que si no…

Mientras tanto en el interior de Cartagena no perdían el tiempo y se puso en marcha toda una maquinaria de crear leyes y normas. Se suprime la enseñanza religiosa en los colegios. La pena de muerte queda abolida. Se confiscan los bienes a la Iglesia, mayorazgos, etc. Se establece el divorcio. En el terreno laboral se reconocen los derechos del trabajador, se establecen las ocho horas de trabajo. Y como no podía ser de otra manera, se acuña una moneda propia. Para fabricarlas se utiliza plata extraída de las minas de Mazarrón, aunque también se utilizan joyas incautadas. Nace así la moneda de 5 Pesetas donde no hay efigie alguna, solo la siguiente leyenda: “Cartagena sitiada por los centralistas, septiembre de 1873”, por un lado; y por el otro “Revolución Cantonal, Cinco Pesetas”.

¿Y qué ocurría en otras partes de la geografía peninsular? Lo veremos.



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