La España de los cantones - Capítulo 3


Atentado en la calle del Turco

El 27 de diciembre de 1870 todo estaba preparado en España para la inminente llegada de Amadeo. Juan Prim contaba ya con 56 años de edad. Era presidente del Consejo de Ministros, ministro de la Guerra, capitán general de los Ejércitos, marqués de los Castillejos y conde de Reus. Al día siguiente se pondría en marcha para viajar a Cartagena, donde recibiría al monarca.

Sobre las 19:30 caía una espesa nevada. El general salió del congreso y se dirigió a su carro. El cochero arreó los caballos y se pusieron en marcha. A Prim le acompañaban el coronel Moya y su ayudante personal, Nandín. La ruta habitual tenía su recorrido por la calle del Turco, hacia el Ministerio de la Guerra donde estaba la residencia presidencial.

Al llegar a dicha calle, el cochero se encontró de pronto con dos carruajes que les impedían el paso, por lo que no le quedó más remedio que detenerse. El coronel Moya se asomó a ver qué ocurría y entonces… se dio cuenta de la situación. Tres individuos armados se dirigían hacia ellos. «Bájese usted, mi general, que nos hacen fuego». Fueron las últimas palabras del coronel antes de que sonaran los disparos por ambos lados del carruaje.

Finalmente, el cochero pudo abrirse paso y escapar. Al llegar a casa, Prim subió por su propio pie las escaleras y al encontrarse con su esposa la tranquilizó: no es nada -le dijo,- las heridas no son de gravedad. Pero el general Prim tenía una mano destrozada y un disparo de trabuco en el hombro izquierdo, donde tenía alojadas ocho balas que los médicos extrajeron durante la noche. Las heridas, en efecto, no eran demasiado graves, pero el hecho que se infectaran le provocó la muerte tres días después. Nandín, el otro herido, fue trasladado a la casa de socorro más cercana, también tenía una mano destrozada, ambos habían querido protegerse con las manos al sentirse atacados a través de las ventanillas del carro.

Amadeo desembarcó en Cartagena el 30 de diciembre; llegó a Madrid el 2 de enero de 1871. Una vez allí se dirigió a la Basílica de Nuestra Señora de Atocha para rezar ante el cadáver de Prim. No era un buen comienzo, pero su deber era proseguir hasta las cortes y jurar su cargo como rey, a eso había venido.



La guerra de Cuba y el nuevo conflicto carlista

En Cuba se estaba viviendo una severa crisis económica. En la isla mandaba un capitán general que ejercía un poder prácticamente absoluto en favor de los grandes propietarios de las plantaciones esclavistas de caña de azúcar. Y entre otras cosas, en Cuba se seguía tolerando la entrada clandestina de esclavos procedentes de África. Ese estado de cosas se mantuvo hasta que apareció un nuevo grupo de propietarios ligados al comercio y a las empresas tabaqueras, en su mayoría emigrantes españoles de primera o segunda generación. Desde España se estudian nuevas medidas que alivien la situación, pero el tiempo pasa y todo sigue igual en Cuba. En ese contexto es en el que se produjo la rebelión que inició la primera guerra de la independencia cubana. Fue uno de los conflictos que a Amadeo, el nuevo rey, le tocaba afrontar, al que poco después, en 1872 se le sumó el de la nueva guerra carlista.

Carlos María de Borbón era uno de los pretendientes al trono que había estado esperando ansioso la previsible caída de Isabel II. Para muchos, Carlos María debía ser el rey legítimo de España. En 1869 publicó una Carta en el periódico francés Le Monde explicando su proyecto político:

«D. Carlos lo ha dicho: la Constitución de Vizcaya, que realiza el gobierno del país por el país, debe ser la constitución de toda España».

El 21 de abril de 1872 Carlos dio a sus partidarios la orden de sublevarse. Comienza la tercera guerra carlista cuando Amadeo llevaba poco más de un año como rey. ¿Pero qué puñetas era eso del carlismo? ¿Era casualidad o una manía aquello de que cada vez que había un pretendiente al trono llamado Carlos se liaran a tiros unos con otros? Al principio parece que una casualidad, más tarde una manía, para convertirse al final en algo parecido a un movimiento que en realidad no era otra cosa que una causa perdida, pues nunca llegó a haber en España un Carlos V. En realidad, el carlismo se convirtió en una doctrina nacida con Carlos Isidro, el hermano de Fernando VII y que continuaron los defensores de que en España no desapareciera el absolutismo tradicional de siempre, o como mucho, con ligeras reformas.

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