El reino de los Visigodos 3


VƔndalos, Suevos, Vascones y demƔs moscones
La penĆ­nsula IbĆ©rica debiĆ³ ser en aquella Ć©poca algo asĆ­ como la tierra prometida para cualquier pueblo errante. Los celtas encontraron aquĆ­ el lugar donde asentarse, los Tartessos dieron lugar a la primera civilizaciĆ³n europea alrededor del Guadalquivir, los cartagineses descubrieron que en aquel mismo lugar, lo que hoy es AndalucĆ­a, habĆ­a metales suficientes como para pagar la enorme deuda que debĆ­an a Roma despuĆ©s de la primera guerra pĆŗnica y los romanos no iban a renunciar a hacerse con Hispania, que llegĆ³ a ser una de sus mejores provincias.

Luego vendrĆ­an los bĆ”rbaros, que despuĆ©s de vagar por las frĆ­as tierras del norte, Hispania les debiĆ³ parecer el paraĆ­so terrenal. A principios del siglo V los Pirineos se convirtieron en un coladero. DespuĆ©s de ser barridos por los hunos, los alanos se dividieron en varios grupos, algunos de ellos se mezclaron con vĆ”ndalos y suevos al llegar a las provincias galas y mĆ”s tarde se asentaron en las provincias hispanas de Lusitania y Cartaginense. TambiĆ©n llegaron por aquel entonces los vĆ”ndalos, que estuvieron deambulando por el sur, y segĆŗn algunas fuentes, dieron nombre a aquella regiĆ³n (VandalucĆ­a) aunque no estĆ” del todo demostrado. Pero los vĆ”ndalos prefirieron mudarse al norte de Ɓfrica donde Roma obtenĆ­a sus mejores cosechas de grano.

A los suevos les gustĆ³ mĆ”s Galicia y allĆ­ se quedarĆ­an, pese a las continuas trifulcas con los godos, de los que llegaron a ser vasallos, pero que mĆ”s tarde, sin que este episodio histĆ³rico estĆ© muy claro, llegaron a ser independientes. La Ćŗltima vez que hablamos de ellos, el rey suevo Requiario, cuƱado del visigodo Teodorico II, perdiĆ³ la cabeza y en su lugar el visigodo puso a un gobernador. Ha pasado mĆ”s de un siglo desde entonces, y ahora, a la mitad del siglo VI encontramos a los suevos como un reino que ya no rinde vasallaje a los visigodos. Durante este lapsus de tiempo no se tiene ninguna informaciĆ³n sobre los pueblos del noroeste peninsular. 

Sobre astures y cĆ”ntabros se sabe que por aquellas tierras los romanos no lo tuvieron fĆ”cil al conquistar la penĆ­nsula (guerras cĆ”ntabras). Durante 10 aƱos, entre el 29 y el 19 a. C. los romanos no consiguieron someter a estos pueblos y su repercusiĆ³n polĆ­tica en el Imperio fue enorme. El propio Cesar Augusto estuvo al frente en la direcciĆ³n de las operaciones de esta guerra. Se sabe mucho menos sobre los vascones y los historiadores hablan de “siglos oscuros” por ser muy escasa la informaciĆ³n sobre este pueblo que por lo visto tuvo buena relaciĆ³n con el Imperio. Sin embargo, los visigodos, parece ser que nunca llegaron a dominar a estos pueblos y no estĆ” claro quĆ© relaciĆ³n hubo con ellos. Pueblos rebeldes y difĆ­ciles de someter, en cualquier caso y es por eso que en los mapas histĆ³ricos siempre veremos estas regiones de distinto color. PodrĆ” cambiar el trazado de las fronteras; pero si en el caso de la conquista romana, astures y cĆ”ntabros fueron los Ćŗltimos en ser conquistados, en el caso del reino visigodo podemos ver cĆ³mo estos mapas siguen la misma pauta desde Galicia y parte de Portugal hasta la parte occidental del Pirineo, con colores diferentes indicando que al pueblo dominante se lo estaban poniendo muy difĆ­cil. 

A la altura del aƱo 554 fueron los bizantinos los que cambiaron el mapa de Hispania por el sur apoderĆ”ndose de una franja que para ellos era esencial para terminar de dominar el MediterrĆ”neo. Se le puede echar la culpa a Atanagildo, que fue quien los introdujo aquĆ­, pero lo cierto es que los bizantinos hubieran entrado tarde o temprano y gracias a ellos se pudo derrotar al tirano Agila. El resultado final quizĆ”s fue el menos malo, y despuĆ©s de todo, a Atanagildo se le recuerda como un buen rey al que el pueblo cogiĆ³ cariƱo. TambiĆ©n se cuenta que se habĆ­a convertido en secreto al catolicismo y por eso era tan tolerante con ambas religiones. Tal vez por eso, incluso los hispano-romanos lo querĆ­an. Y todo, a pesar de que a este rey le tocĆ³ la difĆ­cil tarea de poner en orden todo lo que deja detrĆ”s de sĆ­ una guerra civil. 

DespuĆ©s de los arreglos con los bizantinos, el paĆ­s quedĆ³ pacificado, pero las arcas vacĆ­as, Hispania estaba al borde del colapso. Las cosechas no daban para abastecer a una poblaciĆ³n de algo mĆ”s de 5 millones de habitantes (hay quien sitĆŗa esta cifra en 6 e incluso 7 millones pero es difĆ­cil averiguarlo con exactitud). La crisis durĆ³ varios aƱos y la poblaciĆ³n llegĆ³ a padecer hambruna. No obstante, Atanagildo logrĆ³ que Hispania saliera adelante. 

En 567 despuĆ©s de 12 aƱos gobernando, desde que acabĆ³ la guerra, el rey enferma gravemente. Atanagildo fue el segundo rey que fallecĆ­a de muerte natural y ademĆ”s no habĆ­a asesinado a su antecesor. Era algo inaudito desde la muerte de Eurico; esto levantĆ³ todavĆ­a mĆ”s la admiraciĆ³n y el cariƱo que la gente sentĆ­a por Ć©l.


Liuva y Leovigildo
Cinco meses durĆ³ el agrio debate sobre la sucesiĆ³n de Atanagildo y a punto estuvieron las espadas de ser desenvainadas de nuevo. Entonces, desde la Septimania apareciĆ³ un candidato que convenciĆ³ a todos, era Liuva. No se sabe muy bien quĆ© tipo de propuestas y compromisos asumiĆ³ este noble del otro lado de los Pirineos, pero fue elegido como nuevo rey. 

A Liuva se le iba a presentar un problema nada mĆ”s ceƱir la corona. Los francos habĆ­an estado pendientes de los godos el tiempo que tardaron en elegir nuevo rey y la sorpresa para ellos fue ver cĆ³mo elegĆ­an a Liuva, un duque de la Septimania. Eso significaba que de ahora en adelante fijarĆ­a su residencia en Toledo y abandonarĆ­a aquellas tierras. Era el momento pues, de atacar. Pero Liuva no se marchĆ³ y les plantĆ³ cara cuando atacaron la ciudad de ArlĆ©s. Liuva conocĆ­a bien a los francos porque estaba en permanente enfrentamiento con ellos y sabĆ­a cĆ³mo frenarlos. Su marcha a Toledo significarĆ­a la perdida inmediata de la Septimania. Por lo tanto, optĆ³ por quedarse allĆ­. Los nobles no podĆ­an aceptar semejante desplante de su nuevo rey. HabĆ­a muchos problemas por arreglar en Hispania y desde Narbona estos problemas quedaban desatendidos. Liuva era consciente de todo esto y sabĆ­a que los nobles tenĆ­an razĆ³n, pero por otra parte no estaba dispuesto a entregarle la Septimania a los francos, asĆ­ que optĆ³ por una sabia decisiĆ³n: compartir su reinado con su hermano Leovigildo. Era el aƱo 568.

A los nobles no les pareciĆ³ mal esta decisiĆ³n, sobre todo porque Leovigildo mostraba buena disposiciĆ³n y ademĆ”s habĆ­a sido partidario de Atanagildo. Pero lo que terminĆ³ de convencerlos fue su casamiento con Gosvinta, la viuda del anterior rey. Sin embargo habĆ­a nobles que no paraban de meter cizaƱa cada vez que participaban en las asambleas. Eran nobles y terratenientes reacios a las cargas fiscales que no querĆ­an colaborar en el pago de tributos a las arcas reales. El rey podĆ­a verse pronto en un grave aprieto si no acallaba las bocas de estos terratenientes. DecidiĆ³ jugĆ”rsela. Hispania necesitaba un rey fuerte al que seguir. Se puso en marcha un proyecto de expropiaciĆ³n de grandes territorios y rodaron muchas cabezas de nobles rebeldes. La medida surgiĆ³ efecto y pronto las arcas del reino se vieron incrementadas. Pero Leovigildo quiso ir mĆ”s allĆ”. Puertos que eran de vital importancia como MĆ”laga estaban en poder de los bizantinos que habĆ­an chantajeado a Atanagildo. Leovigildo, ademĆ”s de buen rey era buen militar. SabĆ­a que tarde o temprano los bizantinos avanzarĆ­an y tendrĆ­a que enfrentarse a ellos, ¿por quĆ© no adelantarse ahora que habĆ­an mermado las tropas en lo que ellos llamaban Spania?

La campaƱa contra la provincia bizantina fue un Ć©xito. Es la debilidad a la que llega todo imperio que se extiende demasiado; los bizantinos no daban abasto a controlar sus miles de kilĆ³metros de fronteras y habĆ­an descuidado Spania. Leovigildo conquistĆ³ entre otras plazas: Guadix, Baza, Antequera, Medina Sidonia y MĆ”laga. Era el aƱo 571, pero Leovigildo quiso intentar algo que no habĆ­an conseguido ni Agila ni Atanagildo, conquistar CĆ³rdoba que ahora estaba en poder de algunos terratenientes Bizantinos. Hubo una gran batalla y dicen que fue una masacre, pero los bizantinos fueron expulsados del valle del Guadaquivir y las tierras mĆ”s fĆ©rtiles de toda la provincia BĆ©tica volvieron al reino visigodo. Mientras tanto, Liuva consiguiĆ³ su propĆ³sito de apaciguar la frontera con los francos. Y despuĆ©s de esto, parece que le dio tiempo a poco mĆ”s, porque muriĆ³ por causas desconocidas en 572.



El Codex Revisus
El reinado simultĆ”neo, al estilo romano, habĆ­a dado buen resultado, y mientras Leovigildo consiguiĆ³ grandes victorias sobre los bizantinos en el sur peninsular, Liuva se encargĆ³ de contener a los francos en la Septimania. Pero ahora que Liuva habĆ­a muerto, la provincia gala volvĆ­a a estar en peligro, asĆ­ que Leovigildo incorporĆ³ sus hijos al reinado visigodo. Hermenegildo y Recaredo, fruto de su primer matrimonio, le ayudarĆ­an en las funciones del reino. Pero antes de eso, Leovigildo pidiĆ³ que lo coronasen, cosa que por lo visto, no se habĆ­a hecho todavĆ­a al ser Liuva el titular de la corona.


En el aƱo 573, Leovigildo creĆ³ lo que hoy llaman Codex Revisus, consistente en una legislaciĆ³n para mejorar el gobierno de la poblaciĆ³n hispano-goda-romana. Un documento, que por cierto, no se conserva, y cuyo contenido solo se conoce por estar incluido en el cĆ³digo promulgado con posterioridad por Recesvinto. En el Codex Revisus, basado en el cĆ³digo de Eurico, se modifican o se suprimen algunas leyes y se aƱaden otras. Esencialmente, lo que Leovigildo pretende es una ley mĆ”s justa en la que no se diferencie al individuo por su procedencia o creencia religiosa. Se permitĆ­a el matrimonio entre un godo y una romana o entre un romano y una goda. Algo que estaba penado con la muerte en el cĆ³digo de Alarico. De esta forma, se facilitaba la integraciĆ³n entre godos y romanos, siendo todos iguales ante la ley, aunque algunos historiadores modernos dudan hoy si esa ley tan justa, realmente se puso en prĆ”ctica.

El mestizaje mediante el casamiento supondrĆ­a tambiĆ©n la desapariciĆ³n paulatina de las poblaciones celtas, que no dejaban de ser un peligro, como los ruccones o los sappo, que no acababan de someterse al dominio godo. Pero mientras tanto, Leovigildo tuvo que poner en marcha otras medidas mĆ”s contundentes, y asĆ­, se lanzĆ³ en una campaƱa que consiguiĆ³ someter por la fuerza a estas tribus rebeldes situadas en las actuales provincias de Salamanca, CĆ”ceres y Zamora. Finalmente, Leovigildo lanzĆ³ a sus tropas sobre los cĆ”ntabros que hasta entonces habĆ­an permanecido fuera del alcance del poder visigodo.

Una vez sometidas estas tribus, tocaba el turno de presionar sobre los suevos, para acabar con la conquista de OrĆ³speda, en la actual sierra de AlcĆ”zar. Y luego llegĆ³ la paz, el Ćŗnico aƱo de paz que conociĆ³ Leovigildo. Era el aƱo 578. Las fronteras francas estaban aseguradas y a los bizantinos, su franja de tierra en el sur, cada vez se les quedaba mĆ”s pequeƱa. Fue una intensa campaƱa de pacificaciĆ³n y unificaciĆ³n. Y aprovechando aquellos meses de paz, Leovigildo manda construir la ciudad de RecĆ³polis, en homenaje a su hijo Recaredo. RecĆ³polis es una bella ciudad situada frente al rĆ­o Tajo, en las inmediaciones de la actual Zorita de los Canes (Guadalajara). Una ciudad que tendrĆ­a gran importancia en el control de las comunicaciones peninsulares. El rey estaba tranquilo, habĆ­a delegado las funciones gubernativas en sus hijos Recaredo y Hermenegildo y todo funcionaba bien… hasta que Hermenegildo comenzĆ³ a dar sĆ­ntomas de inestabilidad emocional y rebeldĆ­a. ¿QuĆ© le ocurrĆ­a a Hermenegildo?

Leovigildo soƱaba con un reino godo arriano, sin embargo, su hijo, Hermenegildo, tenĆ­a dudas religiosas y mantenĆ­a una batalla mental interna mientras se dejaba seducir por la fe catĆ³lica. ¿QuiĆ©n le habĆ­a inculcado esa fe? Sin duda, su madre, Teodosia, la primera mujer de Leovigildo, que habĆ­a sido catĆ³lica toda su vida. Sin embargo, Gosvinta, la segunda mujer de Leovigildo (viuda de Atanagildo) era arriana y esto provocĆ³ algĆŗn que otro enfrentamiento con Hermenegildo. Pero aquello fueron simples rifirrafes sin demasiada importancia.

Leovigildo quiso fortalecer sus lazos con los francos, ahora que las cosas estaban calmadas. Y lo hizo, como era costumbre, mediante enlaces matrimoniales, casando a su hijo Hermenegildo con la hija del rey de Austrasia, Ingunda, a pesar de que tanto el rey hispano como el franco, ya estaban bien emparentados, al menos por parte de Gosvinta, que era abuela de su futura nuera, bueno, de la futura mujer de su hijastro Hermenegildo. Pero aclaremos un poco este lĆ­o. Ya hemos contado que Gosvinta estuvo casada con Atanagildo, los cuales tambiĆ©n casaron una hija con el rey franco Sigiberto. Esa hija fue Brunequilda, y Brunequilda es la madre de Ingunda. Por lo tanto, Ingunda, es la nieta de Gosvinta, que ahora estĆ” casada con Leovigildo. ¿Queda ya mĆ”s claro? Pues bien, esta nieta de poco mĆ”s de 12 aƱos, viene ahora a casarse con su hijastro Hermenegildo. .

Vamos a aclarar otra cosa. Los reyes godos hispanos eran cristianos arrianos, mientras los francos eran cristianos catĆ³licos. En ambos reinos se toleraba tanto el arrianismo como el catolicismo. Prueba de ello era que en Hispania se permitĆ­a que hubiera sacerdotes y obispos catĆ³licos que celebraban concilios, donde se daban gracias pĆŗblicamente a los reyes por permitĆ­rselo. Cuando Brunequilda viajĆ³ al reino franco, era arriana, pero una vez casada con Sigiberto se convirtiĆ³ en catĆ³lica. Leovigildo estaba convencido de que su nuera, que habĆ­a nacido catĆ³lica, se convirtiera en arriana una vez casada con su hijo, era la costumbre y asĆ­ debĆ­a ser. Una vez casado, su propio hijo tendrĆ­a que asentar la cabeza y decidirse por ser arriano. .

De hecho, Hermenegildo no fue muy difĆ­cil de convencer al prometerle su padre el gobierno de la provincia BĆ©tica. Pero la niƱa, por lo visto, venĆ­a con su fe catĆ³lica bien arraigada. Cuenta Gregorio de Tours, obispo e historiador franco, que el obispo de Agde, le pidiĆ³ a Ingunda, antes de partir, que no abandonara el catolicismo en pos del arrianismo, incluso si eso suponĆ­a ir contra las normas; y ni suegro ni marido fueron capaces de hacerle abrazar la fe arriana. Pero, ¿para quĆ© estĆ”n las abuelas? Gosvinta serĆ­a la encargada de hacerle entrar en vereda: una torta por aquĆ­, un tirĆ³n de pelos por allĆ”, deberĆ­an ponerla mĆ”s derecha que una vela. Pues ni eso. Pero segĆŗn cuenta Gregorio de Tours, este episodio fue bastante violento: .

"Gosvinta, acoge con entusiasmo la llegada de su nieta y trata enseguida de convertirla al arrianismo. Fracasados para ello los mĆ©todos de halago y la convicciĆ³n, pasĆ³ a la violencia y a maltratarla de obra, acabando por rebautizarla a la fuerza, si bien, nunca abandonĆ³ su fe."

Otras fuentes son mƔs explƭcitas y cuentan que:

"Le sacudiĆ³ por el cabello y la derribĆ³ a tierra, le dio patadas hasta hacerle sangre y despuĆ©s ordenĆ³ que fuera desnudada y sumergida en un estanque lleno de peces." 

La situaciĆ³n en Toledo llegĆ³ a ser bastante tensa, y entonces el rey Leovigildo dijo "basta". Le importaba muy poco si su nuera era catĆ³lica o arriana, asĆ­ que mandĆ³ a los reciĆ©n casados a Sevilla, donde se harĆ­an cargo de la provincia BĆ©tica, tal como ya habĆ­a dispuesto. En Sevilla, alguien les estaba esperando: un monje llamado Leandro, con el que harĆ­an muy buenas migas.

San Hermenegildo

San Hermenegildo
Leandro, futuro San Leandro, no estĆ” claro si ya era obispo de Sevilla, solo se sabe que acogiĆ³ encantado a la pareja. Tan bien acogidos se sintieron que Hermenegildo terminĆ³ de convertirse definitivamente al catolicismo. A continuaciĆ³n, va a tener lugar uno de los episodios mĆ”s desconcertantes de la historia visigoda, ya que nadie acaba de entender por quĆ© Hermenegildo tomĆ³ la determinaciĆ³n de rebelarse contra su padre. ¿Fue el obispo de Sevilla? ¿Fueron los catĆ³licos bĆ©ticos en su conjunto? ¿O fue su madrastra Gosvinta? Pues sĆ­, hoy muchos historiadores apuntan a Gosvinta como conspiradora y posible inductora a la rebeliĆ³n de Hermenegildo. Porque, el asunto, cuanto mĆ”s se estudia, mĆ”s complicado parece; ya que, hubo intrigas palaciegas y estuvieron implicados varios reinos y hasta el Imperio bizantino.

Se cree que la viuda de Atanagildo, Gosvinta, junto a su hija, Brunequilda, habĆ­an conspirado para que su linaje continuara reinando sobre el reino godo de Hispania. En los reinos francos el trono era hereditario, pero en el reino hispano, cada vez que morĆ­a un rey, los nobles se reunĆ­an para elegir a otro, sin tener en cuenta a los hijos del fallecido. El linaje de Atanagildo ya estaba asegurado en Austrasia, el reino franco donde Brunequilda era reina consorte. En Hispania, sin embargo, ese linaje se perderĆ­a, incluso ahora que Leovigildo trataba de instaurar el modo hereditario para que Hermenegildo, su primogĆ©nito y favorito, reinara una vez que Ć©l falleciera. Por lo tanto, unir a la nieta de Gosvinta con su hijastro Hermenegildo podrĆ­a asegurar que la sangre de Atanagildo siguiera reinando en Hispania. Pero para eso, que el proyecto de Leovigildo debĆ­a cumplirse y su primogĆ©nito heredar el trono, de lo contrario, solo quedaba un camino: la rebeliĆ³n.

Por eso se cree que, tras la conducta, un tanto desconcertante de Hermenegildo, estaba Gosvinta, deseosa de que su bisnieto reinara en Hispania. Un bisnieto que, para mĆ”s seƱas, se llamarĆ­a como su difunto bisabuelo: Atanagildo. Otros historiadores achacan la rebeldĆ­a de Hermenegildo a otras dos razones: la anarquĆ­a que se respiraba en la provincia BĆ©tica debida al descontento hispanoromano a la forma de gobernar de los godos, y a la influencia religiosa que lo incitaban a establecer un reino BĆ©tico catĆ³lico. Fueran las razones que fueren, Hermenegildo se proclamĆ³ rey de la BĆ©tica.

¿Y quĆ© hizo Leovigildo al enterarse de esta rebeliĆ³n? Acudir a hablar con Ć©l para tratar de hacerlo entrar en razones. Pero no hubo acurdo y Hermenegildo mantuvo el pulso a su padre, un padre que, apesadumbrado se retirĆ³ a tratar de poner orden en otras partes de su reino, al tiempo que buscaba el consejo de sus mĆ”s allegados. Hubo reuniones y propuestas. Hubo persecuciones a algunos obispos catĆ³licos, acusados de estar detrĆ”s de conspiraciones. Hubo incluso intentos de acercamiento entre arrianos y catĆ³licos, cediendo el rey en algunos de los puntos del arrianismo, llegando a reconocer que Jesucristo era igual al Dios padre, pero sin llegar a reconocer plenamente su deidad.

Hermenegildo, mientras tanto, temĆ­a la reacciĆ³n de su padre, y por eso quiso asegurarse la ayuda de sus vecinos, los bizantinos de la provincia de Spania, con los que llegĆ³ a un pacto. TambiĆ©n pactĆ³ con los suevos, que recientemente habĆ­an sufrido los ataques de su padre. Pactos que no le servirĆ­an de mucho, pues Leovigildo era perro viejo y a pactos no le ganaba nadie. Una vez que acabĆ³ de poner orden en el norte, y de paso traerse algunos aliados, le puso cerco a Sevilla, y cuando los bizantinos acudieron a socorrer a los hispalenses, se encontraron con que era Leovigildo quien querĆ­a pactar con ellos, les pagĆ³ un buen dinero y se quedaron sin hacer nada, de momento. Cuando Hermenegildo saliĆ³ a hacer frente a las tropas de su padre, al no contar con la ayuda bizantina, no tardĆ³ en sufrir una severa derrota. Hermenegildo consigue huir, y es en esta huida donde los bizantinos consiguen atrapar a la ya reina de la BĆ©tica, Ingunda y a su pequeƱo Atanagildo. Hermenegido llega a CĆ³rdoba, donde cree encontrar ayuda y poder resistir. Los suevos le acompaƱan, pero en una de las contiendas muere su rey y se retiran. Heremegildo estĆ” solo y se refugia en una iglesia cordobesa. Leovigildo ya sabe dĆ³nde encontrarlo y se planta frente a esa iglesia. No sabe quĆ© hacer, y entonces manda a su hijo pequeƱo, Recaredo, a hablar con Ć©l. Recaredo entra y conversa con su hermano. SegĆŗn Gregorio de Tour, le dijo: "AcĆ©rcate tĆŗ y prostĆ©rnate a los pies de nuestro padre, y todo te serĆ” perdonado." AsĆ­ lo hizo Hermenegildo, que saliĆ³ de la iglesia y se tirĆ³ a los pies de su padre. Leovigildo, conmocionado, lo agarrĆ³ e hizo que se levantara para besarlo en la mejilla.

Hermenegildo estaba perdonado, pero Leovigildo no podĆ­a dejar el asunto tal cual, pues algĆŗn escarmiento debĆ­a darle al insurrecto. De momento le perdonĆ³ la vida, pero lo desterrĆ³ a Valencia. ¿Y quĆ© fue de Ingunda y su hijo? Los bizantinos los llevaban secuestrados a Constantinopla, y sin saberse las causas, Ingunda muriĆ³. El pequeƱo Atanagildo servirĆ­a como moneda de cambio, en un futuro.

¿Alguien se ha fijado en el escudo de la ciudad de Sevilla? SĆ­, aparecen dos obispos, uno a cada lado de un rey. Estos obispos son San Isidoro y San Leandro. Leandro es el hermano mayor de Isidoro y estĆ” considerado como uno de los mayores impulsores del catolicismo en el mundo, sobre todo en EspaƱa. NaciĆ³ en Cartagena y llegĆ³ a Sevilla huyendo de los imperiales bizantinos. Y allĆ­ tuvo el honor de conocer a Hermenegildo e influir en su fe. Hermenegildo lo enviĆ³ a Constantinopla, en un largo viaje de tres aƱos, con el fin de ganarse el apoyo de los bizantinos. Un viaje que no servirĆ­a para nada, pues, aunque Leandro hizo bien su trabajo, ya hemos visto cĆ³mo los de Bizancio se vendieron al mejor postor y abandonaron a Hermenegildo cuando Ć©ste era atacado por su padre. Y a todo esto, Hermenegildo no era mĆ”s que un crio. Ya hemos dicho que Ingunda, su esposa, vino a Hispania con poco mĆ”s de 12 aƱos, pero no hemos dicho que Ć©l no tenĆ­a mĆ”s de 15. Es fĆ”cil pues, adivinar, que el muchacho fue una marioneta en manos, primero de su madrastra, y luego del obispo Leandro.

SegĆŗn las crĆ³nicas, Leandro fue el principal instigador para que Hermenegildo se rebelara contra su propio padre, no con la intenciĆ³n de apoderarse del trono de Toledo, sino con la intenciĆ³n de crear un reino catĆ³lico en el sur. El cantonalismo andaluz ya tenĆ­a a aquĆ­ sus antecedentes, teniendo en cuenta, ademĆ”s, que su impulsor era (quĆ© casualidad) cartagenero. Fueron cuatro aƱos de rebeliĆ³n, aunque no de enfrentamientos entre padre e hijo. Fue, en todo caso, una guerra civil, y aunque hoy los historiadores le dan mĆ”s un tinte polĆ­tico que religioso, la realidad es que fue una guerra entre catĆ³licos y arrianos. Hermenegildo, con solo 20 aƱos, se enfrentĆ³ a su propio padre en una batalla en la que fue vencido y tuvo que huir para terminar arrodillado a sus pies, y tras un triste beso ser desterrado a Valencia.

Hermenegildo huyĆ³ de Valencia buscando asilo entre los catĆ³licos de los reinos francos. QuizĆ”s, incluso es posible que temiera por su vida. No olvidemos que por su culpa hubo persecuciones entre los catĆ³licos y allĆ­ en Valencia pudo haber algĆŗn intento de acabar con Ć©l. Nunca llegĆ³ a cruzar los Pirineos. Muy cerca de Tarraco, un tal conde Sisberto lo capturĆ³ y mĆ”s tarde lo asesinĆ³. Cuentan que fue una orden de su padre, que una vez informado de su captura mandĆ³ ejecutarlo. Puede ser. Pero no es lĆ³gico que antes lo perdonara en pĆŗblico para mĆ”s tarde quitarle la vida. Si ademĆ”s tenemos en cuenta que las crĆ³nicas vienen de Gregorio de Tours, se hace mĆ”s sospechoso que no es mĆ”s que una acusaciĆ³n sin demasiado fundamento. Hermenegildo tenĆ­a bastantes enemigos fuera de Sevilla, tanto catĆ³licos como arrianos, pero la misiĆ³n de Gregorio era dejar a Leovigildo en mal lugar, puesto que era partidario de Isgunda y su marido Hermenegildo

Nunca sabremos quien ordenĆ³ su muerte, pero sĆ­ que muriĆ³ huyendo, y tampoco sabemos de quiĆ©n. Apenas tenĆ­a 21 aƱos, pero vividos intensamente y protagonizando uno de los episodios mĆ”s desconcertantes de la EspaƱa goda. La Iglesia CatĆ³lica considerĆ³ que Hermenegildo fue un mĆ”rtir y debĆ­a ser ascendido a los altares. MuriĆ³ Hermenegildo el Godo, nacĆ­a Hermenegildo el Santo.

Concilio de Toledo 
El sueƱo de Leovigildo
El reino de los suevos abarcaba la actual Galicia, norte de Portugal y parte de Asturias. Aquel aƱo de 585, despuĆ©s de la muerte de su rey Miro mientras ayudaba a Hermenegildo, el reino suevo llegaba a su fin. A Miro lo sucediĆ³ su hijo Eborico, pero fue derrocado por el usurpador Andeca, y Andeca no fue rival para Leovigildo, que despuĆ©s de haberlos tenido como rivales en Sevilla, tenĆ­a mĆ”s ganas que nunca de derrotarlos definitivamente. MĆ”s de un siglo habĆ­an permanecido los suevos como reino, si no totalmente independiente, sĆ­ bastante apartado del reino godo toledano. Leovigildo se asegurĆ³, ademĆ”s, de que futuros intentos de recuperar el reino perdido -que los hubo- no prosperaran, y para eso dejĆ³ duques acuartelados en las plazas de Viseu, Oporto, Tui, Braga y Lugo. A partir de entonces, cualquier intento de rebeliĆ³n, fue aplastado. MĆ”s tarde se desplazarĆ­an allĆ­ algunos obispos arrianos, para atender las necesidades religiosas, aunque parece ser que Leovigildo quiso asegurarse de que la poblaciĆ³n catĆ³lica no fuera molestada, buscando con eso ganarse la simpatĆ­a del pueblo suevo.

Mientras tanto, Recaredo destruĆ­a en el CantĆ”brico una flotilla franca que acudĆ­a a ayudar a los suevos y en la SeptimanĆ­a, el rey burgundio GoltrĆ”n se estrellaba una vez mĆ”s contra los godos al intentar invadir estas tierras. Leovigildo conseguĆ­a de esta manera unificar casi todos los territorios peninsulares, a excepciĆ³n de algunas franjas cĆ”ntabras al norte y la provincia bizantina al sur. Era mucho mĆ”s de lo que habĆ­a conseguido ningĆŗn rey godo hasta la fecha y podĆ­a sentirse satisfecho. Sin embargo, no lo estaba. AĆŗn le quedaba algo muy importante por hacer antes de morir en paz.

Leandro, el arzobispo de Sevilla, habĆ­a sido desterrado despuĆ©s de lo ocurrido con Hermenegildo. ¿DĆ³nde? No se sabe. Hoy los estudiosos del tema apuntan a dos posibles destinos. Constantinopla, donde en su viaje anterior hizo buena amistad con otro futuro santo; Gregorio Magno, o su ciudad natal, Cartagena. En cualquier sitio donde buscara asilo, se afanĆ³ en escribir varios libros contrarios al arrianismo. Y entonces, Leovigildo lo mandĆ³ llamar, el exilio habĆ­a acabado para Leandro, al que ahora le encomendarĆ­an una misiĆ³n.

El reino hispano de Toledo era mĆ”s poderoso que nunca, pero habĆ­a un espinoso tema por resolver. El tema religioso. Ahora que se habĆ­a conseguido unificar casi toda la penĆ­nsula, faltaba por unificarla en la fe. El rey debĆ­a tener ya cierta edad y antes de despedirse de esta vida no querĆ­a cometer errores. Sobre Leovigildo debiĆ³ pesar la muerte de su primogĆ©nito Hermenegildo, la de su nuera, camino de Constantinopla, y la desapariciĆ³n de su nieto. Su propia esposa era catĆ³lica. Los reinos vecinos tambiĆ©n lo eran. En Hispania, los arrianos eran solo unos miles, los godos, frente a unos cuantos millones de catĆ³licos, los hispano-romanos. ¿QuĆ© sentido tenĆ­a seguir negando que Jesucristo era el mismo Dios? ¿Acaso podĆ­a demostrarlo? El rey estaba ya bastante cansado de todo esto y querĆ­a solventar el tema de una vez por todas.

Sobre el obispo Leandro recaĆ­a ahora la responsabilidad de educar al todavĆ­a muy joven prĆ­ncipe Recaredo. Leovigildo cumpliĆ³ con lo que su conciencia le dictaba, y un aƱo mĆ”s tarde, en 586, morĆ­a en su lecho del palacio real de Toledo. No se sabe la edad que tenĆ­a. Recaredo se encontraba en la Septimania reprimiendo un nuevo intento de invasiĆ³n cuando le llegĆ³ la terrible noticia: su padre habĆ­a muerto. A su llegada a Toledo fue inmediatamente nombrado, por unanimidad, como nuevo rey. Recaredo se estrenaba, a sus 20 aƱos, como monarca de una nueva Hispania que poco a poco llegarĆ­a a ser completamente catĆ³lica. Le esperaba, ademĆ”s, el reto de mantener y completar el sueƱo de su padre de una Hispania completamente unida.

El obispo Leandro estaba mĆ”s que satisfecho al ver a su pupilo convertido en rey, pero Hispania y el mismo Recaredo seguĆ­an siendo oficialmente arrianos. Cumplir con el trĆ”mite era cosa delicada, pero el joven rey tenĆ­a detrĆ”s de sĆ­ a un obispo que se habĆ­a convertido en una de las figuras mĆ”s influyentes del momento, por lo tanto, Recaredo se animĆ³ a dar el paso definitivo.


Las conspiraciones arrianas
Aconsejado por Leandro, Recaredo convocĆ³ a obispos de una y otra confesiĆ³n para que expusieran sus argumentos y cruzaran opiniones. Tras escucharlos a todos los despidiĆ³ para mĆ”s tarde hacerles saber que adjuraba del arrianismo y se convertĆ­a a la fe catĆ³lica, que era, ademĆ”s, a partir de ese momento, la religiĆ³n oficial de todo el reino, tanto para godos como para hispano-romanos. Sabiendo que Recaredo habĆ­a estado bajo la tutela de Leandro, y tras lo vivido con su hermano Hermenegildo, a casi nadie sorprendiĆ³ la noticia. Sin embargo, despues de tres siglos como arrianos, se hacĆ­a dificil de asimilar el cambio y por eso no es de extraƱar que algunos nobles conspiraran contra el rey, cosa que no parecĆ­a preocupar demasiado a Recaredo, pues ahora tenĆ­a de su parte a la mayorĆ­a de la poblaciĆ³n hispano-romana.

En el aƱo 588 comienzan las conspiraciones. Sunna, el obispo arriano de MĆ©rida, en complot con algunos nobles, quisieron asesinar al obispo catĆ³lico Masona. Un conde llamado Witerico, que formaba parte del complot, se arrepintiĆ³ y se echo atrĆ”s en el ultimo momento y terminĆ³ delatĆ”ndolos, por lo que el plan fracas. AtenciĆ³n a este Witerico, que aĆŗn tendremos occasion de hablar de Ć©l.

Al obispo rebelde se le ofreciĆ³ el perdĆ³n a cambio de su conversiĆ³n al catolicismo, pero Ć©ste rechazĆ³ la oferta y por consiguiente fue desterrado. Al conde Segga se le amputaron las manos, castigo que, segĆŗn la costumbre goda, se reservaba a los usurpadores. Y asĆ­, sin manos, fue enviado a Galicia, donde fue recluido. Y el conde Vagrila fue desposeĆ­do de sus bienes. Unos castigos ejemplares que, sin embargo, no evitaron que hubiera otra conspiraciĆ³n, que tambiĆ©n fue descubierta poco antes del III Concilio de Toledo. ¿Y quien era el cabecilla? Un obispo llamado Uldida, de gran prestigio entre la poblaciĆ³n y que supuestamente se habĆ­a convertido pocos meses antes. Pero habĆ­a otra conspiradora, nada menos que la reina Gosvinta, la madrastra de Recaredo y Hermenegildo. El obispo fue, como el anterior, desterrado y Gosvinta… Recaredo se apiadĆ³ de ella y fue perdonada, posiblemente por ser ya una anciana. DespuĆ©s de esto, no tardĆ³ mucho en morir y se cree que ella misma se suicidĆ³.

El catolicismo no tenĆ­a vuelta atrĆ”s y nada ni nadie podrĆ­a evitar que llegara a ser la religion oficial, mayoritaria y dominante. Y una vez cumplido el trĆ”mite, Recaredo tenĆ­a otras muchas cosas de quĆ© ocuparse, aunque habĆ­a una que para Ć©l era prioritaria: localizar al conde Sisberto, aquel que supuestamente arrestĆ³ y ejecutĆ³ a su hermano, por una supuesta Ć³rden de su propio padre. Sisberto fue condenado a muerte y ejecutado. Pero, ¿por quĆ© condenar a alguien que simplemente habĆ­a cumplido Ć³rdenes del rey? Caben dos posibilidades: o Recaredo no fue informado de que su padre dio la Ć³rden, o simplemente es falso que Leovigildo mandara ejecutar a su propio hijo. No parece muy verosĆ­mil que Recaredo estuviera desinformado de algo tan transcendental, por lo que, estĆ” claro que si Sisberto fue ejecutado, fue porque Ć©l mismo asesinĆ³ a Hermenegildo. ¿Y por quĆ© el difunto Leovigildo no ordenĆ³ su persecuciĆ³n? No hay crĆ³nicas que aclaren este hecho, pero en vista de cĆ³mo acabĆ³ este conde, lo mĆ”s probable es que ya estuviera en busca y captura y fue finalmente bajo el reinado de Recaredo cuando lo encontraron.

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