Los hunos 2



Bleda y Atila, reyes de los hunos
El Imperio Occidental Romano ya habĆ­a recibido un serio revĆ©s con Alarico al mando de los godos. Ahora Roma temblaba de nuevo bajo la amenaza de los hunos. Porque en Roma, por muy civilizada que estuviera, sus gobernantes eran asesinados entre ellos mismos, mientras godos y hunos necesitaban de sus reyes para seguirles donde ellos quisieran. En el caso de los hunos, no era uno, sino dos los reyes hermanos que gobernaban siendo Atila y Bleda unos niƱos. Turda habĆ­a dejado el gobierno en manos de sus dos hijos Mundzuk y Rugila. Mundzuk, el mayor, muriĆ³ y dejĆ³ sus dos pequeƱos al cuidado de Rugila. TambiĆ©n recayĆ³ en Ć©l el liderato en solitario del imperio. Rugila fue en gran rey que puso sobre las cuerdas al Imperio Romano hasta el punto, que para tenerlos alejados, Teodosio II les pagaba una cifra de 350 libras de oro anuales. Hasta ese punto habĆ­a caĆ­do Roma, que pasĆ³ de ser un un poderoso y temido imperio a ser un pueblo vasallo de los Hunos. 

Cuando muriĆ³ Rugila, los sacerdotes de las iglesias cristianas del Imperio bizantino se felicitaban y gritaban: «ha muerto Rugila, ha muerto el demonio, ha muerto el diablo». HabĆ­a muerto “el diablo”, sĆ­, pero no tenĆ­an ni idea de que pronto reinarĆ­a “el azote de Dios.” En el aƱo 433 morĆ­a Rugila y dejaba al mando a los dos hermanos, Bleda y Atila, que contaban 42 y 38 aƱos respectivamente. Los dos habĆ­an sido valerosos guerreros cuando gobernaba su tĆ­o y ambos fueron hombres clave en las derrotas que los hunos infringieron al Imperio. Ahora estaban al mando, habĆ­an heredado un imperio aĆŗn mĆ”s poderoso que el de Roma, que les rendĆ­a vasallaje. Y asĆ­ seguirĆ­an de momento, pues Bleda y Atila renovaron el pacto de paz, mientras los romanos siguieran pagando sus tributos, que ahora se habĆ­an duplicado. De esta manera Roma se los quitaba de nuevo de encima y ganaba tiempo para rehacer a sus maltrechas legiones. 

Pero Bleda y Atila no se mantenĆ­an quietos y pasaron cinco aƱos haciendo incursiones por Asia mientras mantenĆ­an la paz con Roma. Bleda muriĆ³ en el aƱo 445 a los 54 aƱos vĆ­ctima del ataque de un oso mientras cazaba junto a su hermano Atila. Hay quien sospecha que fue su hermano quien le matĆ³ para quedar como rey absoluto. Pero como tantas otras historias inciertas, nunca lo sabremos. Atila quedaba asĆ­ como el Ćŗnico rey de los hunos. 

Por aquellos entonces Gala Placidia debĆ­a tener sobre 55 aƱos, despuĆ©s de haber gobernado como regente del imperio hasta que su hijo Valentiniano tuviera la edad suficiente para hacerlo en solitario. Valentiniano era ahora el emperador y tenĆ­a 26 aƱos. Muy joven, pero ademĆ”s con una personalidad muy dĆ©bil, debido al exceso de protecciĆ³n de su madre que gobernĆ³ por Ć©l durante su niƱez. Pero ademĆ”s, Gala Placidia tuvo una hija, Justa Grata Honoria, mĆ”s conocida por su Ćŗltimo nombre en honor a su difunto tĆ­o el emperador Honorio. Pues atenciĆ³n con esta niƱa, porque estĆ” a punto de dar la nota.


Atila, rey en solitario
Atila ya es rey en solitario y en estos momentos, previo pago de los tributos exigidos, reina la paz entre hunos y romanos. Pero corren tiempos difĆ­ciles y la crisis, que no es un invento moderno, aprieta lo suyo. La unificaciĆ³n de todas las tribus hunas y la adhesiĆ³n de los Ćŗltimos pueblos germanos que quedaron al otro lado del Danubio habĆ­an hecho que el imperio Huno tomara unas medidas gigantescas. Y mantener un imperio que abarcaba casi todo lo que hoy es Europa no salĆ­a barato, y mientras hay paz no hay saqueos, ni grandes botines con que llenar las arcas. HabrĆ­a que pedir un aumento de los tributos a Roma. Teodosio se echĆ³ a temblar, como temblaba cada vez que le hablaban de los hunos, asĆ­ que no se negĆ³, como no se habĆ­a negado nunca cada vez que los hunos querĆ­an sacarle dinero. Era eso o exponerse a los terrorĆ­ficos ataques de Atila. Teodosio II, habĆ­a sido siempre un emperador dĆ©bil, demasiado dĆ©bil, que en vez de pensar en el bien de Roma se dedicĆ³ a convertir su palacio en un convento lleno de frailes y monjas.

No nos confundamos con Teodosio I el Grande, padre de Gala Placidia, que sĆ­ fue un gran emperador, como su sobrenombre indica. El Teodosio que ahora nos ocupa era el emperador de la Roma oriental (En la occidental gobernaba ya el hijo de Gala Placidia), y como ya hemos dicho, se echaba a temblar y preferĆ­a dar todo el oro que le pidieran antes que enfrentarse a ellos. Porque aĆŗn teniendo un tratado de paz, cada vez que le decĆ­an  que Atila querĆ­a verlo le daba un vuelco el estĆ³mago. 

Todo venĆ­a de aƱos atrĆ”s, cuando firmaron el primer tratado. Constantinopla ya no podĆ­a soportar mĆ”s las embestidas de los hunos y acordaron pagar para alejarlos. Atila y Bleda desaparecen durante aƱos. ¿DĆ³nde estaban? Intentando conquistar Persia. Pero se ve que las cosas no les salieron tan bien como habĆ­an planeado y volvieron con el rabo entre las piernas. Furiosos. ¿Con quiĆ©n la van a pagar? Con el enclenque de Teodosio. No tardaron en encontrar una excusa para tomarla con Ć©l. SegĆŗn ellos, el obispo Marqus habĆ­a cruzado el Danubio y habĆ­a profanado las tumbas de los Hunos. Parece ser que tenĆ­an la costumbre de enterrar a sus muertos con objetos muy valiosos, y en el caso de sus reyes con verdaderas fortunas. Pues bien, segĆŗn Atila, el obispo era un ladrĆ³n de tumbas. Las represalias iban a ser brutales. SabĆ­an que los romanos no tenĆ­an legiones en los Balcanes en aquel momento, y allĆ­ se dirigieron a devastar la regiĆ³n. Fue un acto vandĆ”lico injustificado y hasta cobarde. Pero de alguna forma tenĆ­an que aplacar la rabia por no haber podido conquistar Persia. De esta forma tenĆ­an acobardado al dĆ©bil Teodosio, que sabĆ­an que no opondrĆ­a resistencia ni se negarĆ­a a cuanto le pidieran. Por otra parte, esta forma de evadir el enfrentamiento estaba beneficiando, sin que se percataran de ello, a las legiones romanas, que no estaban expuestas al desgaste que hubiera supuesto el guerrear continuo contra los Hunos. 

En la otra parte del Imperio, en la occidental, Gala Placidia y su tambiĆ©n dĆ©bil retoƱo tenĆ­an ahora problemas con los vĆ”ndalos que ocupaban la provincia BĆ©tica. Estos vĆ”ndalos estaban ahora a punto de cruzar el estrecho de Gibraltar para negociar, a instancias de Gala Placidia, con el gobernador del norte de Ɓfrica. La negociaciĆ³n no saliĆ³ como estaba planeada. A los VĆ”ndalos les gustĆ³ el lugar y decidieron quedarse repoblando de nuevo la antigua ciudad de Cartago, que estaba abandonada y que declararon su capital. Roma se libraba de los VĆ”ndalos en la BĆ©tica, pero al asentarse en el norte de Ɓfrica, ahora controlaban la ruta del grano que llegaba a Roma. Recordemos que esto fue lo que intentĆ³ hacer en su dĆ­a Alarico. Gala Placidia y su retoƱo tenĆ­an ahora un problema aĆŗn mĆ”s grave, pero al igual que su sobrino Teodosio, no estaban en condiciones de enfrascarse en una guerra. Mejor harĆ­an en llevarse bien con ellos. En estos casos, reyes y emperadores siempre recurrĆ­an al mismo sistema, emparentar las familias. La hija de Valentiniano y nieta de Gala Placidia, a la que llamaron Eudoxia, era prometida en matrimonio al hijo del rey vĆ”ndalo, aun siendo unos niƱos. 

A pesar de la mala fama de los vĆ”ndalos, las crĆ³nicas hablan de la odisea de este pueblo, que al igual que los visigodos, solo buscaban un hogar donde establecerse y formar su naciĆ³n. Se dice que los vĆ”ndalos por fin encontraron su tierra prometida y que no solo respetaron las ciudades que ocuparon, sino que se integraron completamente con las costumbres romanas, aprendieron a hablar el latĆ­n y adoptaron sus leyes y costumbres. Y aĆŗn se mostraron mĆ”s civilizados que los propios romanos, pues prohibieron los horribles espectĆ”culos entre gladiadores en los circos, donde en vez de eso pasaron a representar comedias y tragedias. Finalmente, esta provincia romana acabarĆ­a independizĆ”ndose de Roma. Los vĆ”ndalos habĆ­an cumplido su sueƱo, mientras al norte de Hispania, los visigodos se afanaba en cumplir el suyo. De momento gozaban de cierta independencia en las tierras que les habĆ­an concedido al suroeste de las Galias. Pero espesos nubarrones aparecĆ­an en el horizonte visigodo.


La princesa y el bƔrbaro
El 26 de julio del aƱo 450 el emperador Teodosio II se hallaba de caza junto al rĆ­o Lycus. PerseguĆ­a una buena pieza cuando de pronto cayĆ³ del caballo y se dio un mal golpe en la cabeza. Pobre Teodosio, hasta para montar a caballo era inĆŗtil. Dos dĆ­as mĆ”s tarde morĆ­a a causa del golpe. Aquello iba a traer un cambio radical en las relaciones entre hunos y romanos. Pulqueria, la hermana de Teodosio fue la que se hizo cargo de la regencia del Imperio de oriente. Pero en aquellos tiempos, una mujer, si querĆ­a gobernar, tenĆ­a que hacerlo siempre a la sombra de un hombre, asĆ­ que se casĆ³ con Marciano de Tracia, un militar recto y leal cuyo lema era el siguiente: «Los reyes no deben hacer la guerra cuando sea posible conseguir la paz». Sabias palabras sin duda que mandĆ³ esculpir en la pared de su palacio. A pesar de todo, este militar no estaba dispuesto a conseguir la paz a cualquier precio. Y el precio que Teosodio habĆ­a estado pagando era demasiado alto, ademĆ”s de la humillaciĆ³n que suponĆ­a ser vasallos del bĆ”rbaro. Aquello no podĆ­a consentirse y Marciano hizo llegar el siguiente mensaje a Atila: “tengo oro para los amigos del Imperio, para los enemigos solo tengo hierro”. Duras palabras que enfurecieron a Atila. 

Constantinopla estaba ahora bajo la amenaza de un inminente ataque de los hunos. Pero Marciano no era dĆ©bil como Teodosio, sino un militar curtido que respondiĆ³: aquĆ­ te espero. Atila, una vez se hubo calmado, lo pensĆ³ detenidamente. Un ataque a Constantinopla no era lo mĆ”s sensato. No era la primera vez que se plantaba con su enorme ejĆ©rcito ante sus murallas y solo habĆ­a perdido el tiempo. Sus murallas eran inexpugnables. En otras ocasiones se habĆ­a dedicado a saquear una regiĆ³n tras otra hasta conseguir que Teodosio se rindiera a sus pies, pero estaba visto que Marciano era de otra casta y con Ć©l no conseguirĆ­a nada. ¿Y si lo intentaba con la otra mitad del Imperio? Atila volviĆ³ entonces su mirada hacia Valentiniano y Gala Placidia. Un ataque indiscriminado al Imperio de occidente, asĆ­, por las buenas, no era digno de Ć©l. ¿Se habĆ­a convertido Atila, a sus mĆ”s de 50 aƱos, y a pesar de sus iras, rabietas y pataleos, en una persona civilizada y diplomĆ”tica? Necesitaba una excusa, un desencadenante. QuizĆ”s esa excusa que andaba buscando estaba en la Galia. AllĆ­ se refugiaban los Godos, enemigos de los Hunos y aliados romanos. Un ataque a los Godos podĆ­a servir. Pero lo que no esperaba Atila era que esa excusa se iba a ver respaldada ademĆ”s, con un mensajero que vino a entregarle una carta acompaƱada de un anillo. 

Honoria era una niƱa malcriada, eso fue lo que demostrĆ³ ser. O quizĆ”s una jovencita incomprendida que se habĆ­a enamorado de un funcionario indigno de su clase. Valentiniano, su hermano, no podĆ­a consentir tal relaciĆ³n. Pero aquella relaciĆ³n siguiĆ³ adelante y Honoria se quedĆ³ embarazada. Valentiniano se apresurĆ³ enseguida a buscarle un marido que tapara la vergĆ¼enza de su hermana y le diera un nombre a su futuro sobrino. Flavio Baso Hercolano, un rico senador, era el indicado. A Gala Placidia, que andaba en aquellos entonces delicada de salud, no le vino nada bien aquel disgusto y todo aquel tropel que estaba liando Valentiniano, que llegĆ³ a encerrar a su hermana para que no pudiera escapar, porque por supuesto, Honoria se negĆ³ a aceptar un marido impuesto a la fuerza. En su encierro, Honoria se valiĆ³ de algĆŗn criado fiel para pedir auxilio. No se le ocurriĆ³ a la niƱa otra cosa que pedĆ­rselo al mismĆ­simo Atila. En la carta que le enviĆ³ le ofrecĆ­a su mano, y para que no hubiera duda de la autenticidad del mensaje, le hizo llegar tambiĆ©n su anillo.

La interpretaciĆ³n de algunos historiadores sobre estas crĆ³nicas, no muy claras, es que Honoria en su desesperaciĆ³n al verse encerrada y a punto de casarse con alguien al que no amaba y no era el padre de su hijo, no se le ocurriĆ³ nadie mĆ”s para que viniera auxiliarla. El anillo no serĆ­a un sĆ­mbolo de compromiso para casarse con Ć©l, sino una recompensa, o un anticipo, pues era lo Ćŗnico que tenĆ­a en aquel momento. Pero a Atila no le convenĆ­a darle otro sentido que no fuera el de compromiso de matrimonio. Casarse con Honoria significaba meterse de lleno en el Imperio, una forma impecable de conquistarlo, y la negativa a que el matrimonio se celebrara era una excusa tambiĆ©n impecable para atacar. Ambos casos favorecĆ­an sus planes. Atila enviĆ³ un mensaje a Valentiniano en el que le pedĆ­a encarecidamente el cuidado de su hermana, pues de lo contrario acudirĆ­a a socorrerla, como prometida suya que era. La respuesta que obtuvo de Valentiniano fue un rotundo no a aquel descabellado compromiso, y ademĆ”s quiso matar a su hermana. Honoria debĆ­a pagar con la muerte aquel desaguisado, pues habĆ­a puesto en peligro la integridad del imperio ante los bĆ”rbaros. 

Era hora de que Gala Placidia hiciera valer su potestad de madre y antigua regente del Imperio. No han llegado hasta nosotros sus palabras, pero podemos imaginarnos la desesperaciĆ³n de una madre, que ve enfrentados a dos hermanos, y que ademĆ”s la vida de uno de ellos corre peligro a manos del otro. Por no mencionar la vida de su futuro nieto. Su angustia debiĆ³ ser inmensa y perjudicial para su delicada salud. Pero al final consiguiĆ³ que Valentiniano la perdonara y solo la desterrĆ³. En la Galia mientras tanto, los Visigodos ignoran que un cabreados Atila avanzaba hacia ellos haciendo temblar la tierra, tal como temblaban los habitantes de las aldeas por donde pasaba. Atila quiere vengar la ofensa de la que ha sido objeto por parte de Roma, primero Marciano le niega el tributo, ahora Valentiniano le niega a su hermana. La rabia, la ira y el ansia de destrucciĆ³n le invaden.


El azote de Dios
La Ćŗltima vez que nos ocupamos del rey Walia fue en 416 y lo dejamos limpiando de bĆ”rbaros las provincias Hispanas. Para acometer tal misiĆ³n, Walia recibiĆ³ de Roma la altĆ­sima graduaciĆ³n de magister militum, es decir, general. La buena preparaciĆ³n de los 50.000 hombres de Walia hizo que Ć©stos no obtuvieran demasiada Resistencia y en un aƱo habĆ­an hostigado a los vĆ”ndalos de la BĆ©tica, a los alanos de la Cartaginense y Lusinania y vencido al rey Fridibaldo que ademĆ”s fue capturado y enviado a Roma. En menos de dos aƱos la limpieza estaba casi completada. Los Ćŗltimos vĆ”ndalos, suevos y asdingos se encontraban cercados en el noroeste hispano y muchos de ellos comenzaban ya a pasarse a las filas de Walia. Pero antes de lanzar su ataque final recibiĆ³ la llamada de Constancio.

DebĆ­an retirarse y unirse al resto de su pueblo, su misiĆ³n habĆ­a terminado y Roma, en cumplimiento de lo acordado les cedĆ­a Aquitania y zonas limĆ­trofes al suroeste de la Galia. ¿Por quĆ© los llamĆ³ Constancio antes de vencer definitivamente a los bĆ”rbaros? Constancio, ya lo hemos dicho, era un ambicioso y ya que prĆ”cticamente todo el trabajo estaba hecho, querĆ­a atribuirse el mĆ©rito que ser Ć©l quien finalmente los rindiera. A Walia, lo que realmente le interesaba ahora era ver feliz a su pueblo, que despuĆ©s de dos aƱos de duro trabajo por fin habĆ­an conseguido una tierra donde establecerse. NacĆ­a el reino visigodo de Tolosa.

Pero poco pudo disfrutar Walia de su flamante reino, y aquel mismo aƱo de 418 morĆ­a de una enfermedad desconocida. Su sobrino Teodorico fue el sucesor. Durante unos aƱos, Teodorico siguiĆ³ cumpliendo con el tratado firmado por Walia. Se habĆ­an establecido en Aquitania en rĆ©gimen de hospitalitas, y eso los convertĆ­a en aliados de Roma. Pero a la muerte de Constancio y Honorio, Teodorico dio por finalizado su compromiso y se declaraban definitivamente independientes, a la vez que veĆ­an la oportunidad de extender su reino. Mientras tanto, y aprovechando tambiĆ©n la muerte de Constancio y que los Visigodos no los hostigaban, los bĆ”rbaros volvĆ­an a hacer de las suyas en Hispania. suevos, alanos y vĆ”ndalos se enfrentaban entre sĆ­, y fue cuando parte de Ć©stos Ćŗltimos, unos 80.000, pasaron a Ɓfrica (ya lo hemos contado) para fundar allĆ­ su reino definitivamente. 

Dicen que Teodorico fue un buen rey, tolerante e inteligente, quizĆ”s por eso no tuvieron demasiados problemas a la hora de integrarse con los galo-romanos que ya habitaban Aquitania. AdemĆ”s, Ć©stos, que no se sentĆ­an demasiado seguros bajo la protecciĆ³n romana, veĆ­an ahora garantizada su protecciĆ³n. En cuanto a sus relaciones con Roma, los visigodos seguĆ­an manteniendo respeto y admiraciĆ³n por la que habĆ­a sido su reina junto a AtaĆŗlfo. Por eso, cuando llegĆ³ la hora de la proclamaciĆ³n como emperador del pequeƱo Valentiniano bajo la regencia de Gala Placidia, obtuvieron todo el apoyo de Teodorico y su pueblo. Siguieron buenos aƱos para los visigodos, que extendieron sus dominios mientras hacĆ­an y deshacĆ­an sus pactos con Roma, permitiĆ©ndose buenos periodos de paz en que Teodorico llegĆ³ a casarse. Mientras tanto, eran ajenos a las hazaƱas y tropelĆ­as del bĆ”rbaro entre los bĆ”rbaros. 

Atila era ya conocido como “el azote de Dios”, y si es cierto que por allĆ­ por donde pisaba su caballo no volvĆ­a a crecer la hierba, fue en aquellos dĆ­as, en que furioso atravesĆ³ media Europa arrasĆ”ndolo todo y sometiendo a cuanta tribu encontraba para aƱadirla a su enorme ejĆ©rcito. Se dice que por aquellos entonces hubo terremotos en Hispania, Italia y la Galia. Todo aquello, junto a la marcha emprendida por “el azote de Dios” no podĆ­a significar mĆ”s que el fin del mundo y Atila era en enviado a destruirlo, el diablo, que habĆ­a logrado reunir un ejĆ©rcito de nada menos que entre 500.000 y 600.000 bĆ”rbaros. Las legiones romanas eran comandadas por un hombre que en su infancia y juventud habĆ­a tenido trato con Atila y ahora se preparaba para hacerle frente, el general Aecio. El 7 de abril del aƱo 451 ya habĆ­an entrado en la Galia y atacado la ciudad de Metz. Fue el primer aviso y habĆ­a que reaccionar inmediatamente. Aecio enviĆ³ una embajada a Teodorico que consiguiĆ³ la alianza del godo para el ejĆ©rcito de Roma. No solamente Roma le necesitaba, sino su propia naciĆ³n, ya que Teodorico reinaba en Tolosa y los Hunos, si no se les detenĆ­a, continuarĆ­an avanzando hacia el sur e invadiendo su reino. Teodorico acudiĆ³ llevando consigo a sus dos hijos, Turismundo y Teodorico.


La batalla de los CatalaĆŗnicos, la madre de todas las batallas
Vamos a ver el enfrentamiento entre las dos superponencias mundiales de la Ć©poca, Roma y el imperio de Atila. No el imperio de los hunos, sino el de Atila. Y ahĆ­ radica la diferencia. Porque mientras Roma era una gran confederaciĆ³n de pueblos, muchos integrados a la fuerza, otros integrados voluntariamente, pero todos integrados de una forma u otra, bajo una misma ciudadania y unas mismas leyes, el imperio de Atila solo era un inmenso territorio dominado por un pueblo y un rey. De Atila y los Hunos se ha dicho que eran unos salvajes mientras otros matizan este apelativo y cuentan que no lo eran tanto. Pero lo que queda claro es que los pueblos germĆ”nicos dominados por Atila no gozaban de una estructura de estado avanzada como la conocida en Roma. Por muy “humanos” que fueran los Hunos, Roma era la civilizaciĆ³n, el resto era la “barbarie”. Y esto ya queda reflejado en la forma de reclutar los enormes ejĆ©rcitos que van a enfrentarse. Los Hunos recorren Europa, la arrasan si es necesario, para engrosar sus filas. Roma envĆ­a embajadores y pacta alianzas o contrata mercenarios. Esto marca una diferencia ya desde el comienzo. 

Atila entrĆ³ en la Galia con casi 600.000 soldados. Alanos, ostrogodos, excitas, gĆ©pidos y otros pueblos que habĆ­an idos adhiriendo a las tropas, componĆ­an el gigantesco ejĆ©rcito. Por su parte, Aecio habĆ­a conseguido reunir unos 400.000 hombres entre legiones romanas, Visigodos y algunos mercenarios recluidos de entre los bĆ”rbaros que circulaban por Hispania y la Galia. El primer choque tuvo lugar a unos 20 kilĆ³metros de la ciudad francesa de Troyes. Los francos arremetieron contra los GĆ©pidos, que fueron rĆ”pidamente arrollados. RĆ”pidamente respondiĆ³ Atila enviando a sus jinetes Hunos que cargaron contra los Alanos de la parte romana. 

El general Aecio sabĆ­a que la fortaleza de los Hunos radicaba en su caballerĆ­a y sus mortales jinetes armados con arcos. TambiĆ©n sabĆ­a que aquel enorme ejĆ©rcito carecĆ­a, sobre todo de orden y disciplina, pues estaba compuesto por multitud de tribus que ni siquiera entendĆ­an unas el lenguaje de las otras. Por el contrario, las legiones romanas habĆ­an sido siempre un ejemplo de disciplina, y su aliados visigodos habĆ­an demostrado ya su destreza en la batalla. Pero la caballerĆ­a huna y su enjambre de flechas seguĆ­a siendo el principal peligro. 

Los soldados de Aecio caĆ­an a decenas en cada ataque. AsĆ­ que el general romano ideĆ³ una serie de estrategias que obligaba a los jinetes hunos a descabalgar para el enfrentamiento cuerpo a cuerpo. Y fue de esta manera como las tropas de Atila, con el paso de las horas, fueron desmanteladas. Dicen que el propio Atila temiĆ³ ser capturado, y que preparĆ³ una pira funeraria para quemarse antes de ser cogido vivo. No hizo falta tal cosa, pues Aecio dejo que el ejĆ©rcito huno huyera sin ser perseguido. 

Sobre el campo de batalla quedaban 160.000 muertos de ambos bandos. Toda una masacre que pudo haber aumentado en nĆŗmero si Aecio los hubiera perseguido. Dejar escapar a Atila fue un error que le costarĆ­a caro a Roma, pero el general Aecio, bien sea por la amistad que un dĆ­a les uniĆ³, o por la causa que fuere, prefiriĆ³ dejarlo ir. En cualquier caso, la llamada batalla de los CatalaĆŗnicos fue una gran victoria paras los aliados romanos y visigodos. Pero estos Ćŗltimos habĆ­an pagado un alto precio, pues entre un montĆ³n de cadĆ”veres apareciĆ³ el de su rey. Teodorico habĆ­a perdido la vida atravesado por una lanza enemiga.


DespuƩs de la batalla
Muchos fueron los que lloraron la pĆ©rdida del noble rey de los Visigodos Teodorico. HabĆ­a muerto valientemente por una lanza enemiga y por eso los suyos le alzaban en hombros y le aclamaban. Su actuaciĆ³n y la sus bravos guerreros habĆ­a sido fundamental en aquella gran victoria contra los bĆ”rbaros del norte. Turismundo fue su sucesor. Ahora era el rey de un pueblo, que gracias a aquella gran batalla como aliados de Roma tomaba una nueva conciencia y se sentĆ­a mĆ”s que una tribu vagabunda, y aunque se suele decir que el concepto de naciĆ³n no existĆ­a todavĆ­a, los Visigodos comenzaron a sentirse ya como un verdadero pueblo, paĆ­s, naciĆ³n, o lo que quiera que se sintiera en aquella Ć©poca.

Turismundo tuvo sus mĆ”s y sus menos con el general Aecio nada mĆ”s acabar la batalla. La bronca fue debida a la decisiĆ³n de no perseguir a Atila. Por lo visto, los Visigodos pudieron arrasar el campamento base de los Hunos y acabar con Atila, pero Aecio lo impidiĆ³. ¿Fue por la antigua amistad que le unĆ­a a Atila o por no permitir que los Visigodos se apuntaran ese importante tanto a su favor? Hay historiadores que opinan que Aecio no lo hizo por amistad, sino que renunciĆ³ a una victoria completa porque temĆ­a que los Visigodos se sintieran mĆ”s poderoso por derrotar al invencible Atila y se inflaran de orgullo y arrogancia hacia Roma. Un nuevo gesto de desprecio por parte de Roma hacia sus aliados, que hizo que ya desde un principio Turismundo quisiera romper los endebles lazos que les unĆ­a con el Imperio. Y un gesto que, por otra parte y como ya se ha dicho, iba a costar muy caro a Roma. 

Pero hubo mĆ”s motivos por los que Turismundo comenzara ya su reinado como enemigo de Aecio. Por lo visto Turismundo no participĆ³ en la batalla, sino que permaneciĆ³ apresado, rehĆ©n de Aecio. Estas prĆ”cticas no deben sorprender, pues eran comunes en la Ć©poca. Un rehĆ©n importante como el hijo del rey Teodorico servĆ­a para que en ningĆŗn momento a los Visigodos se les ocurriera echarse atrĆ”s o traicionar a sus aliados uniĆ©ndose al enemigo. Una ofensa y una falta de confianza en todo caso, que a Turismundo no sentĆ³ nada bien, y todo esto iba a traer consecuencias. 

¿Y quĆ© fue de Atila? El rey huno tuvo un aƱo para reponerse de tan amarga derrota. Su orgullo no le permitĆ­a resignarse y volviĆ³ para posicionarse en el punto donde lo dejĆ³ antes de la desastrosa batalla, como si nada hubiera ocurrido. Como si quisiera borrar aquel episodio de la historia. Atila entro de nuevo en Italia reclamando lo que segĆŗn Ć©l le pertenecĆ­a: Honoria. La ciudad de Aquillea fue sitiada. Durante tres meses fue asediada y finalmente lograron entrar para arrasarla y dejarla totalmente destruida. AquĆ­, segĆŗn las crĆ³nicas, tuvo su origen la ciudad de Venecia, pues cuentan que los habitantes que lograron huir se refugiaron en una zona pantanosa que mĆ”s tarde darĆ­a origen a esta ciudad.


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