Demos un repaso al mapa de EspaƱa prĆ³ximos al aƱo 1000. Pero antes, a modo de recordatorio, conviene hacer un un breve resumen de todo lo sucedido, para comprender por quĆ© el mapa ha llegado a estar asĆ:
• Hasta el aƱo 711 EspaƱa o Hispania, era un reino ya consolidado formado por una mezcla de antiguos iberos, romanos y los reciĆ©n llegados visigodos. Son estos Ćŗltimos los que llevan la voz cantante y los verdaderos artĆfices de que lo que fueron unas provincias romanas llegaran a ser un reino independiente. La llegada de los moros da al traste con el reino visigodo.
• Carlomagno, el rey francĆ©s, le para los pies a los moros y apropiĆ”ndose buena parte del territorio peninsular que bordea los Pirineos crea la Marca HispĆ”nica, una serie de condados que tendrĆ”n la funciĆ³n de hacer de barrera para que los moros no vuelvan a entrar en Francia. Estos condados van desde Navarra, el actual AragĆ³n y los condados catalanes.
• Los nobles visigodos quedan dispersos por toda la penĆnsula, muchos de ellos pactan con los moros para conservar sus dominios, otros huyen a Francia y algunos de ellos se disponen a resistir la invasiĆ³n musulmana en el norte, entre Asturias y Cantabria. A la cabeza de ellos destaca Pelayo, que llegarĆ” a ser rey y del que saldrĆ” la nueva dinastĆa que reconquistarĆ” EspaƱa.
• CĆ³rdoba se convirte en la capital de Al-Ćndalus, nombre con el que se conoce la EspaƱa musulmana que pasĆ³ a formar parte de la provincia norteafricana del Califato Omeya. En 756 se crea el Emirato de CĆ³rdoba y se independiza de Damasco. De emirato pasĆ³ a ser califato en 929.
• En el aƱo 1000 el califato cordobĆ©s se extendĆa desde el norte de Ćfrica hasta LĆ©rida, Zaragoza, Ćvila y Salamanca. Por su parte, la EspaƱa cristiana, que habĆa comenzado conquistando Asturias, se extendĆa ya hasta el Duero formando los reinos de LeĆ³n y Navarra, que habĆa nacido de su emancipaciĆ³n de la marca HispĆ”nica francesa. LeĆ³n comprendĆa Asturias, Galicia, el norte de Portugal y el condado de Castilla formado por lo que hoy serĆa la actual Cantabria, la Rioja y Burgos. AdemĆ”s de esto, seguĆan existiendo los condados de Jaca, que aĆŗn no era AragĆ³n, Ribagorza, Barcelona y otros condados catalanes, todos ellos en manos francesas.
En realidad, este mapa no habĆa cambiado mucho en el Ćŗltimo medio siglo. En el califato mandaba Almanzor, y en los territorios cristianos… tambiĆ©n. Pero ahora, a la altura de 997 los cristianos han dicho basta. Un gran ejĆ©rcito estĆ” dispuesto a plantar cara al dictador de CĆ³rdoba. Almanzor monta en cĆ³lera, pero no va a enfrentarse a ellos. HarĆ” algo peor. HarĆ” algo que el mundo cristiano no olvidarĆ” jamĆ”s.
• En el aƱo 1000 el califato cordobĆ©s se extendĆa desde el norte de Ćfrica hasta LĆ©rida, Zaragoza, Ćvila y Salamanca. Por su parte, la EspaƱa cristiana, que habĆa comenzado conquistando Asturias, se extendĆa ya hasta el Duero formando los reinos de LeĆ³n y Navarra, que habĆa nacido de su emancipaciĆ³n de la marca HispĆ”nica francesa. LeĆ³n comprendĆa Asturias, Galicia, el norte de Portugal y el condado de Castilla formado por lo que hoy serĆa la actual Cantabria, la Rioja y Burgos. AdemĆ”s de esto, seguĆan existiendo los condados de Jaca, que aĆŗn no era AragĆ³n, Ribagorza, Barcelona y otros condados catalanes, todos ellos en manos francesas.
En realidad, este mapa no habĆa cambiado mucho en el Ćŗltimo medio siglo. En el califato mandaba Almanzor, y en los territorios cristianos… tambiĆ©n. Pero ahora, a la altura de 997 los cristianos han dicho basta. Un gran ejĆ©rcito estĆ” dispuesto a plantar cara al dictador de CĆ³rdoba. Almanzor monta en cĆ³lera, pero no va a enfrentarse a ellos. HarĆ” algo peor. HarĆ” algo que el mundo cristiano no olvidarĆ” jamĆ”s.
********************
Gran golpe al corazĆ³n cristiano
Entre los dirigentes cristianos, el casamiento entre hijos de uno y otro significaba alianzas. Sin embargo, entregar a una hija a un moro significaba sumisiĆ³n por parte del cristiano. El rey de Navarra habĆa entregado a Almanzor a su hija Abda esperando una gran alianza con Ć©l. Lo Ćŗnico que habĆa conseguido era que sus tierras fueran golpeadas con mĆ”s saƱa. El rey de LeĆ³n, Bermudo, parecĆa no haberse enterado y cometiĆ³ el mismo error entregando al dictador a su hija Teresa. Por supuesto, las tierras leonesas seguĆan siendo saqueadas. Bermudo II en realidad no pintaba nada como rey, puesto que los condes leoneses obedecĆan todos a Almanzor. Pero esa obediencia, fruto del temor, era cualquier cosa menos sincera. GarcĆa FernĆ”ndez acaba de morir plantando cara al tirano. Los condes leoneses sentĆan vergĆ¼enza. El ejemplo de GarcĆa parecĆa no haber caĆdo en saco roto y los leoneses deciden declararse en rebeldĆa. Almanzor decide entonces darles un escarmiento y ordena cargar contra la poblaciĆ³n de CarriĆ³n que queda destruida.
Para colmo, el dictador se entera de que Piedra Seca, uno de los cabecillas que junto a Subh y su hijo conspiraron contra Ć©l, estĆ” refugiado en la corte de LeĆ³n, es decir, el rey Bermudo lo protege. Almanzor, muy cabreado, invade Astorga y exige a Bermudo que le entregue al conspirador. Bermudo obedece. Fue una gran humillaciĆ³n para el rey de LeĆ³n. Bermudo toma una decisiĆ³n, si sus condes se han declarado en rebeldĆa, a Ć©l no le queda otra que dar ejemplo. AsĆ que se dedicĆ³ durante unos meses a recorrer el norte reuniendo un gran ejercito para al final dejar de pagar tributos a Almanzor. Bermudo declarĆ³ que LeĆ³n era libre y no obedecerĆa nunca mĆ”s al moro.
Estos cristianos no escarmientan -pensĆ³ Almanzor-. ¿QuĆ© puedo hacer? Veamos, en el aƱo 985 cuando Almanzor tenĆa sometidas a LeĆ³n y Navarra decidiĆ³ dar un gran golpe en Barcelona. La ciudad quedĆ³ arrasada y los saqueos se prolongaron por mĆ”s de seis meses. Fueron unos meses sangrientos y en los condados catalanes lo pasaron muy mal. Estos condados, dependientes de la corona carolingia, es decir, de Francia, no suponĆan un peligro para Al-Ćndalus, es mĆ”s, el conde Borrell habĆa pactado con CĆ³rdoba. Sin embargo, Almanzor tenĆa dos motivos para atacar, tener activo a su ejĆ©rcito y demostrar que ni un solo rincĆ³n de la penĆnsula dejaba de estar bajo su dictadura. MĆ”s tarde, en 987 Almanzor ataca la ciudad de LeĆ³n. ¿Y ahora, por quĆ©, si el rey es vasallo suyo? Por lo visto, Almanzor habĆa prestado a Bermudo un ejĆ©rcito de bereberes y una vez que prestaron su servicio se quedaron en la ciudad comportĆ”ndose como verdaderos bandidos. Bermudo decide expulsarlos y Almanzor se lo toma como una ofensa. La reacciĆ³n del dictador fue terrible y no dejo piedra sobre piedra en LeĆ³n. Todo esto habĆa ocurrido unos aƱos antes, y puede comprenderse que los condes y el propio rey leones ya no pudieran soportar mĆ”s las fechorĆas del dictador. Puede entenderse tambiĆ©n por quĆ© GarcĆa FernĆ”ndez jamĆ”s se sometiĆ³. Pero esta rebeldĆa, un poco tardĆa, iba a provocar la ira del diablo. SĆ, lo que pasaba en estos momentos por la mente de Almanzor no podĆa ser otra cosa que lo que el mismĆsimo SatanĆ”s le estaba transmitiendo por telepatĆa. Almanzor querĆa dar un escarmiento a los cristianos. No, un escarmiento no, lo que querĆa era hacerlos sufrir. Mucho, mucho sufrimiento.
El 3 de julio de 997 saliĆ³ de CĆ³rdoba y entrĆ³ en Portugal. Con Ć©l arrastraba cuantos soldados pudo movilizar. En su marcha iban destrozando cuanto encontraban, y los condes portugueses ni siquiera tuvieron valor para mover un dedo contra los moros. Y no solo eso, sino que se vieron obligados a unirse a Ć©l. Arrasan castillos y destruyen conventos. Los lugareƱos huyen, pero muchos son apresados. Todo botĆn es valioso, hasta los lugareƱos, que mĆ”s tarde se venderĆ”n como esclavos. Nada nuevo, en fin, que Almanzor no haya hecho con anterioridad. ¿Era este el sufrimiento que Almanzor querĆa infringir a los cristianos? No, ni mucho menos.
Esto solo era un pasatiempo hasta llegar a su objetivo: Santiago de Compostela. Recordemos quĆ© significaba ya en aquella Ć©poca Santiago de Compostela para los cristianos y quĆ© hay allĆ. Ya se ha contado aquĆ. Se habĆa encontrado una tumba que todos creyeron la de Santiago, el apĆ³stol de Cristo. AllĆ mismo se edificĆ³ una iglesia y Santiago de Compostela se convirtiĆ³ desde entonces en el lugar de peregrinaciĆ³n, no solo de los cristianos de EspaƱa, sino de toda Europa. El 10 de agosto llegĆ³ Almanzor con su enorme ejĆ©rcito a Santiago. El obispo, Pedro de Mezonzo, que ya habĆa sido avisado de lo que se avecinaba, habĆa tomado la precauciĆ³n de evacuar la ciudad. Los habitantes abandonaron sus casas y buscaron refugio en los bosques cercanos. Los moros entraron en la ciudad vacĆa que no tardĆ³ en arder por los cuatro costados. Y una vez delante del templo dedicado al apĆ³stol, Almanzor ordenĆ³ que Ć©ste corriera la misma suerte.
Pero antes, el dictador se percatĆ³ de la presencia de un hombre.
–¿QuĆ© haces aquĆ? -le preguntĆ³.
–Honrar la tumba de Santiago –contestĆ³ el hombre.
Almanzor ordenĆ³ que se respetara la vida de aquel hombre y que nadie tocara la tumba del apĆ³stol. La ciudad fue destruida, el monasterio tambiĆ©n, pero la tumba permaneciĆ³ intacta. ¿Por quĆ©? Esa es la pregunta que se hacen muchos. ¿Respeto? ¿SupersticiĆ³n? Nadie podrĆ” ya averiguarlo, pero en cualquier caso, el daƱo al corazĆ³n de la cristiandad fue enorme. Y todavĆa quiso ensaƱarse mĆ”s. ¿CĆ³mo? llevĆ”ndose las campanas a CĆ³rdoba. Las campanas fueron transportadas a lomos de los esclavos, es decir, de los hombres que fueron hechos prisioneros a los largo del camino recorrido desde CĆ³rdoba a Santiago. Unas campanas de ida y vuelta, pues dos siglos y medio despuĆ©s, CĆ³rdoba serĆa conquistada por Fernando III que mandĆ³ devolverlas a su lugar de origen a lomos de prisioneros moros.
Santiago fue ennoblecida por el martirio que sufriĆ³, y el Ćŗnico consuelo para los cristianos fue que la tumba del apĆ³stol no fue profanada. De aquella barbarie se repondrĆa la cristiandad y de aquella iglesia derruida nacerĆa mĆ”s tarde la actual catedral. Pero en aquel momento el golpe y la humillaciĆ³n fueron tremendos.
Savia nueva
Savia nueva
“El Dios verdadero se sintiĆ³ tan ofendido por aquella terrible acciĆ³n del infiel, que decidiĆ³ inyectar savia nueva en los reinos del norte para renovar asĆ el espĆritu y el valor necesario para hacer frente al demonio del sur.”
Parar a Almanzor no va a ser fĆ”cil, pero el golpe que recibiĆ³ la cristiandad no podĆa dejar a nadie indiferente. Todos habĆan quedado paralizados al saber que Santiago habĆa sido destruida. Y tanto disgusto les causĆ³, que hay quien cree que Bermudo, el rey de LeĆ³n, muriĆ³ por esa causa. Pero Bermudo en realidad muriĆ³ por un ataque de gota, no en vano pasĆ³ a la historia como Bermudo el gotoso. ¿Y quiĆ©n le sucediĆ³? Su hijo Alfonso, el futuro Alfonso V, nieto del valeroso conde GarcĆa FernĆ”ndez. El problema era que… Alfonso contaba con tan solo 5 aƱos y tenĆa que gobernar bajo la regencia de su madre Elvira GarcĆa, la hija de dicho conde. Nuevamente LeĆ³n bajo el control de una mujer. ¿Esta era la nueva savia que Dios habĆa inyectado? Pues sĆ, porque Elvira GarcĆa no era cualquier mujer, sino una muy valerosa, y por algo era hija de su padre.
Elvira no iba a permitir que LeĆ³n siguiera siendo una viƱa sin vallado. ConvocĆ³ una asamblea y reuniĆ³ a todos los condes del reino. Menendo GonzĆ”lez por Galicia; Sancho GarcĆa, hermano de la reina viuda, por Castilla; los obispos de Iria, Dumio, Lugo, Oviedo y Astorga, y otros magnates como Pelayo RodrĆguez, Munio FernĆ”ndez y Fruela VimarĆ©diz.
-Si mi hijo tiene que reinar lo harĆ” sobre un reino fuerte. Y si tengo que dirigirlo hasta la mayorĆa de edad, todos debĆ©is estar de acuerdo y jurar que no nos fallareis.
Todos estuvieron de acuerdo y firmaron el documento. LeĆ³n estaba ahora mĆ”s unido que nunca. Por su parte, Navarra habĆa recibido la savia nueva unos aƱos antes al morir Sancho GarcĆ©s y subir al trono su hijo GarcĆa SĆ”nchez, llamado el temblĆ³n por un defecto fĆsico. Pero ese defecto no le impedĆa que ya desde su llegada al poder le estuviera plantando cara a Almanzor. De hecho, habĆa provocado la ira del dictador que en 999 cargĆ³ contra Pamplona e hizo de las suyas, como ejecutar a 50 cristianos cortĆ”ndoles la cabeza como escarmiento. (¿Les suenan estas cosas en la actualidad?) Pero el navarro no se aminorĆ³ y le dejĆ³ bien claro que antes muerto que ser vasallo de CĆ³rdoba. El pulso entre moros y cristianos habĆa comenzado.
Sancho GarcĆa, el hijo de GarcĆa FernĆ”ndez tardĆ³ en darse cuenta, pero se dio cuenta, al fin y al cabo, que su padre habĆa tenido siempre razĆ³n. ¡CuĆ”nto sentĆa ahora haberse puesto en su contra! Pero se sentĆa orgulloso, muy orgulloso de Ć©l, y sobre todo, de que no habĆa muerto en balde y ahora era todo un ejemplo para los cristianos. No, no habĆa firmado el documento por compromiso, lo habĆa hecho de todo corazĆ³n, y asĆ mismo iba a luchar contra el tirano Almanzor. LeĆ³n, Navarra y Castilla forman ahora una piƱa y todos se han declarado en rebeldĆa. Almanzor monta de nuevo en cĆ³lera y lanza un gran ejĆ©rcito, con Ć©l mismo al frente, hacia Castilla. Salen de Medinaceli, era verano, concretamente el 29 de julio del aƱo 1000. La batalla tendrĆ” lugar en PeƱa Cervera. El historiador J. Javier Esparza, en su libro Moros y Cristianos describe de esta manera el paisaje:
“PeƱa Cervera estĆ” en Burgos, en la sierra de la Demanda. Es un peƱasco en forma de ancha meseta que se eleva 170 metros desde el suelo, a 1.378 metros sobre el nivel del mar. AllĆ hay ahora un pueblo: Espinosa de Cervera. Su nombre, Cervera, viene de la abundancia de ciervos. Entre sus piedras nace el rĆo Esgueva. Es un paraje de gran belleza, entre pastos a un lado, roquedales al otro, y bosques de sabinas y quejigos. Desde la barrera natural que forma la PeƱa Cervera se dominan los valles del Esgueva y el Duero. Un buen lugar para combatir.” La batalla estĆ” a punto de comenzar.
Sancho GarcĆa y el conde de SaldaƱa se habĆan puesto al mando de las tropas cristianas. Todas, tropas gallegas, castellanas, leonesas y navarras iban a luchar juntas contra el opresor. Sancho GarcĆa tiene en mente, en ese momento, a su padre GarcĆa FernĆ”ndez, y por la gloria de Ć©ste lucharĆ” con toda fiereza. Comienza el combate. Sancho transmite a las tropas castellanas toda su energĆa y llevan en un primer momento todo el protagonismo, que no tarda en ser transmitido a todas las tropas cristianas. Las tropas de Almanzor se vieron desbordadas por el empuje cristiano a pesar de ser mucho mĆ”s numerosas. Una de las estrategias mĆ”s utilizadas por las tropas musulmanas consistĆa en mover rĆ”pidamente las alas, es decir, los extremos derecho e izquierdo del frente, para envolver al enemigo por todas partes. Estrategia que normalmente les iba muy bien debido precisamente al gran nĆŗmero de efectivos con que contaban los ejĆ©rcitos moros. Pero esta vez, los cristianos, conocedores de sus tĆ”cticas, fueron mĆ”s rĆ”pidos y dejaron paralizadas las alas musulmanas, siendo finalmente ellos los que se vieron rodeados por todas partes.
Los moros retrocedĆan y Sancho vio cercana la victoria. Almanzor, desde su puesto elevado de vigilancia no daba crĆ©dito a lo que veĆa. HabĆa que retirarse o estaban perdidos. El primer embiste cristiano habĆa sido una maniobra brillante que se saldo con un gran nĆŗmero de bajas musulmanas. Las tropas moras se retiraron a una colina cercana. Desde allĆ esperarĆan ventajosamente un nuevo ataque cristianos. Pero los cristianos no estaban dispuestos a combatir pendiente arriba. ¿QuĆ© iba a ocurrir entonces? Pues ocurriĆ³ algo inesperado. Se corriĆ³ la voz de que Almanzor habĆa subido hasta allĆ para ganar tiempo. Tiempo para que llegaran refuerzos. Desde aquella posiciĆ³n Almanzor podĆa ver cuĆ”ndo, supuestamente, llegaran esos refuerzos, pero los cristianos no podĆan ver nada. PodrĆan verse entre dos frentes y entonces estarĆan perdidos. Sancho dio la orden de retirada, y entonces Almanzor se lanzĆ³ colina abajo al ataque. Pero el ataque no tuvo ningĆŗn efecto, los cristianos ya se habĆan dispersado.
Casi todos los estudiosos de esta curiosa batalla coinciden en que fue una batalla que terminĆ³ en tablas. Pero para Almanzor, esta fue la primera vez que le enseƱaban verdaderamente los dientes. Es mĆ”s, Almanzor estaba muy cabreado por no haber conseguido una victoria con la que presumir de nuevo al llegar a CĆ³rdoba. No, no hubo desfile victorioso, por el contrario, hubo una gran bronca, la que le dio a su ejĆ©rcito llamĆ”ndolos cobardes. Pero su principal preocupaciĆ³n era que allĆ” arriba, en el norte, le esperaban de nuevo los que ya habĆan dejado de tenerle miedo.
Sepultado estĆ” en el infierno
Sepultado estĆ” en el infierno
No se detallan mĆ”s batallas entre 1000 y 1002. Se habla sin embargo en este tramo de tiempo de la batalla de CalataƱazor, donde se dice que Almanzor perdiĆ³ el tambor. El problema es que este hecho no se ha podido comprobar que sea verĆdico. VerĆdico o no, es una crĆ³nica de esas que pasan de generaciĆ³n en generaciĆ³n y llegan a convertirse en leyenda. Y detrĆ”s de toda leyenda hay siempre una historia verdadera, aunque con el tiempo se vaya distorsionando. En todo caso, de esta batalla hablan incluso las crĆ³nicas Ć”rabes, por lo que aumenta su posibilidad de que haya mucho de cierto, ya que estas crĆ³nicas rara vez hablan de sus derrotas. ¿Y quĆ© pasĆ³, supuestamente, en CalataƱazor? No, Almanzor no pudo perder el tambor, ya que la tropas sarracenas no utilizaban tambores todavĆa en aquella Ć©poca, lo que supuestamente recibiĆ³ Almanzor fue su primera clara derrota. Y si no fue en esta poblaciĆ³n pudo ser en cualquier otra, porque de no ser asĆ, los cristianos no seguirĆan con Ć”nimo de seguir plantando cara al dictador. Dos aƱos ya de guerra abierta contra Almanzor. Ninguna victoria clara a favor de los cristianos y todo lo que sabemos es que Almanzor sigue arrasando poblaciones y haciendo de las suyas. Se habla muy poco o casi nada de enfrentamientos entre tropas. ¿Por quĆ©?
No es posible que en dos aƱos no haya habido mĆ”s enfrentamientos y solo ataques contra pueblos por parte de los moros. Esto aumenta aĆŗn mĆ”s la veracidad de la derrota en CalataƱazor por lo que ya se ha comentado, las crĆ³nicas moras rara vez hablan de derrotas y posiblemente se haya perdido mucha documentaciĆ³n cristiana. Almanzor sufriĆ³, casi con toda seguridad algĆŗn revĆ©s y por eso solo se habla de campaƱas de ataques indiscriminados, cosa que sabĆa hacer muy bien el dictador, contra pueblos y aldeas, evitando los enfrentamientos en campo abierto. La Ćŗltima de ellas en la primavera de 1002 cuando penetrĆ³ en la Rioja y algunos pueblos de Burgos destruyendo monasterios e iglesias, intentando infringir de nuevo humillaciones religiosas a los cristianos. Y de pronto… se sintiĆ³ enfermo y dijo: quiero volver a CĆ³rdoba.
Y he aquĆ que de nuevo la historia no nos deja claro quĆ© es lo que le ocurriĆ³ al demonio andalusĆ. Dicen que sufriĆ³ un ataque de gota, como al rey Bermudo. Otros dicen que llevaba tiempo enfermo de cĆ”ncer. Y no falta quien dice que sufriĆ³ una herida en combate (lo mĆ”s probable y que nuevamente omiten las crĆ³nicas moras). Nadie lo sabrĆ” nunca con seguridad. El caso es que cogieron camino hacia CĆ³rdoba, camino que tuvo que hacer transportado en litera, pues no podĆa montar a caballo.
DespuĆ©s de dos semanas de viaje llegaron a Medinaceli y allĆ muriĆ³. Era el 11 de agosto de 1002. Hay frases que los historiadores antiguos dejaron escritas y que reflejan muy bien el sentir de los que vivieron la Ć©poca, una de ellas dice:
«Pero, al fin, la divina piedad se compadeciĆ³ de tanta ruina y permitiĆ³ alzar cabeza a los cristianos y el demonio que habĆa habitado dentro de Ć©l en vida se lo llevĆ³ a los infiernos»
Las crĆ³nicas Ć”rabes son mucho mĆ”s generosas:
«Por Dios que jamĆ”s los tiempos traerĆ”n otro semejante, que dominara la PenĆnsula y condujera los ejĆ©rcitos como Ć©l».
Pero sin duda, la que quedĆ³ para la posteridad es esta:
«MuriĆ³ Almanzor y sepultado estĆ” en el infierno».
Pero sin duda, la que quedĆ³ para la posteridad es esta:
«MuriĆ³ Almanzor y sepultado estĆ” en el infierno».
El vƔstago del diablo
Si alguien pensaba que con la muerte de Almanzor la cristiandad iba a respirar aliviada, se equivoca, el diablo andalusĆ habĆa dejado en CĆ³rdoba un vĆ”stago dispuesto a seguir sembrando el terror, Abd al-Malik. Desde su mayorĆa de edad era ya primer ministro, y una vez muerto su padre fue el heredero de la dinastĆa AmirĆ inventada por Ć©l (su padre Almanzor). ¿Y ahora quĆ©? Pues todo sigue igual. Abd al-Malik es rey y el pobre Hisham, el califa que ya estĆ” prĆ³ximo a los 40 aƱos sigue siendo solo un sĆmbolo sin poderes efectivos. Y hablando de Hisham, ¿quĆ© fue de Subh, su madre? Las crĆ³nicas hablan de que muriĆ³ entre 998 y 999 sin conseguir su propĆ³sito de derrocar al dictador que ella misma ayudĆ³ a subir al poder. ¿Y quĆ© es de la vida de Hisham? Pues cuentan que en su jaula de oro no se lo pasa mal del todo. Encerrado y sin poder salir de Medina Azahara, parece ser que a lo que menos se dedicaba era a rezar, porque entrar sĆ que entraban sus amiguetes mĆ”s Ćntimos a compartir su harem privado. Y teniendo en cuenta que estaba impedido para ser gobernante, (lo mĆ”s probable es que incluso sin Almanzor de por medio no le hubieran dejado gobernar) no le iba del todo mal.
Si alguien pensaba que con la muerte de Almanzor la cristiandad iba a respirar aliviada, se equivoca, el diablo andalusĆ habĆa dejado en CĆ³rdoba un vĆ”stago dispuesto a seguir sembrando el terror, Abd al-Malik. Desde su mayorĆa de edad era ya primer ministro, y una vez muerto su padre fue el heredero de la dinastĆa AmirĆ inventada por Ć©l (su padre Almanzor). ¿Y ahora quĆ©? Pues todo sigue igual. Abd al-Malik es rey y el pobre Hisham, el califa que ya estĆ” prĆ³ximo a los 40 aƱos sigue siendo solo un sĆmbolo sin poderes efectivos. Y hablando de Hisham, ¿quĆ© fue de Subh, su madre? Las crĆ³nicas hablan de que muriĆ³ entre 998 y 999 sin conseguir su propĆ³sito de derrocar al dictador que ella misma ayudĆ³ a subir al poder. ¿Y quĆ© es de la vida de Hisham? Pues cuentan que en su jaula de oro no se lo pasa mal del todo. Encerrado y sin poder salir de Medina Azahara, parece ser que a lo que menos se dedicaba era a rezar, porque entrar sĆ que entraban sus amiguetes mĆ”s Ćntimos a compartir su harem privado. Y teniendo en cuenta que estaba impedido para ser gobernante, (lo mĆ”s probable es que incluso sin Almanzor de por medio no le hubieran dejado gobernar) no le iba del todo mal.
Pero, a lo que vamos, al vĆ”stago Abd al-Malik. Dicen que su padre, al verse desfallecer, le ordenĆ³ salir inmediatamente de Medinaceli, donde se encontraban, y correr hacia CĆ³rdoba. Almanzor lo habĆa dejado todo atado y bien atado, pero por si acaso algĆŗn nudo pudiera desatarse… no querĆa correr el riesgo de alguna sublevaciĆ³n ante la noticia de su muerte. Porque, recordemos, si el califa seguĆa ejerciendo como tal, aunque solo fuera simbĆ³licamente, era para tener contentos a sus partidarios, o sea, a los omeyas, que si hubieran podido ya habrĆan buscado a un sustituto para Hisham. Y ese sustituto, por supuesto, tendrĆa que ser omeya. Pero como Almanzor ya se habĆa encargado, de que a su muerte, el califato desapareciera a favor de seguir con su dinastĆa dictatorial, eso serĆa la gota que colmarĆa el vaso de la paciencia de sus opositores, y eso, Almanzor lo sabĆa. Y para eso se habĆa encargado de instruir bien a su vĆ”stago.
Y en eso se aplicĆ³ con intensidad Abd al-Malik, en poner en prĆ”ctica todo lo que le enseĆ±Ć³ su padre, es decir, seguir hostigando a los cristianos hasta la saciedad. ¿Y quĆ© habĆa sido de la savia nueva que corrĆa por LeĆ³n, Castilla y Navarra? Pues parece ser que ya habĆa dejado de causar el efecto deseado. ¿QuĆ© estaba pasando? Lo que pasaba era que Abd al-Malik habĆa heredado una CĆ³rdoba demasiado poderosa. Un ejercito demasiado numeroso, soldados que parecĆan salir de un pozo sin fondo, Ćfrica. Un ejĆ©rcito pagado generosamente con oro que tambiĆ©n salĆa del mismo pozo sin fondo, Ćfrica. Y todo ello dirigido ahora por alguien que debĆa demostrar que estaba a la altura de su predecesor, nada menos que Almanzor. ¿QuĆ© hacer ante una potencia semejante?
El entierro de Almanzor fue un espectĆ”culo patĆ©tico y esperpĆ©ntico, acorde con la esperpĆ©ntica dictadura que dejaba tras de sĆ. Su cadĆ”ver fue envuelto en un lienzo tejido por sus hijas. El hilo del lienzo provenĆa de la hacienda familiar de los amirĆes en Torrox, el lugar de su linaje. Sobre el cuerpo sin vida se colocĆ³, fabricado con el polvo que los sirvientes de Almanzor recogĆan al limpiar las vestiduras del caudillo despuĆ©s de cada batalla. La crĆ³nica cuenta que «cada vez que salĆa en expediciĆ³n, sacudĆa todas las tardes sus ropas sobre un tapete de cuero e iba reuniendo todo el polvo que caĆa».
Abd al-Malik era un digno heredero de su padre, de eso no habĆa duda, pero no lo iba a tener fĆ”cil y lo tendrĆa que demostrarlo en dos frentes, el militar y el polĆtico. En el militar no hubo mayor problema, su enorme ejĆ©rcito era imparable y demoledor por allĆ por donde pasaba. Y aĆŗn asĆ, Abd al-Malik buscaba siempre objetivos fĆ”ciles, buscando victorias seguras con las que volver a CĆ³rdoba y enseƱorearse con ellas. Justamente lo que habĆa venido haciendo su padre en los Ćŗltimos aƱos, cuando los cristianos empezaron a enseƱarle los diente. No obstante, los reinos cristianos tuvieron que doblegarse de nuevo al vasallaje moro. Al mismo Sancho GarcĆa, el Ćŗnico que fue capaz de hacer retroceder al todopoderoso Almanzor, le fue imposible resistir contra Abd al-Malik, al que tuvo forzosamente que someterse.
AsĆ las cosas, los mismos cristianos volvieron a entrar en disputas que llevaron justamente al punto que Abd al-Malik deseaba, a su divisiĆ³n. Nada habĆa cambiado con la muerte del dictador. ¿Nada? Veamos, porque si en el frente militar Abd al-Malik estaba dando la talla, en el polĆtico quizĆ”s no tanto. A su padre no le habĆa costado demasiado aplastar cuanta rebeliĆ³n se alzaba contar Ć©l. Una cabeza rodando por aquĆ, otra rodando mĆ”s allĆ”, y asunto solucionado. A Abd al-Malik le iban a salir rebeliones hasta debajo de su propia cama. Almanzor se habĆa ganado el apoyo de los adeptos al califa a base de una medicina que solo aplaca las molestias momentĆ”neamente, el miedo. Muerto Almanzor ese miedo comenzaba a disiparse y por lo tanto Abd al-Malik se propuso aplicar la misma medicina: cortar cabezas a diestro y siniestro. Pero no le iban a bastar las espadas. Fueron estos problemas internos los que volvieron los ojos cristianos hacia CĆ³rdoba. Si Abd al-Malik perdĆa el respeto de los cordobeses, la cosa quizĆ”s no pintaba mal para empezar a respirar de nuevo.
Castilla se rebela
«Mataron a los hombres y apresaron a las mujeres y a los niƱos dispersĆ”ndose para saquear las llanuras del entorno de Zamora del mismo modo que toda la regiĆ³n; todo el paĆs fue saqueado. Esta tropa continuĆ³ su paseo por el territorio enemigo, incendiando, demoliendo, aprisionando y matando, provocando el mĆ”s alto grado de inquietud»
«Mataron a los hombres y apresaron a las mujeres y a los niƱos dispersĆ”ndose para saquear las llanuras del entorno de Zamora del mismo modo que toda la regiĆ³n; todo el paĆs fue saqueado. Esta tropa continuĆ³ su paseo por el territorio enemigo, incendiando, demoliendo, aprisionando y matando, provocando el mĆ”s alto grado de inquietud»
AsĆ cuenta la crĆ³nica mora las fechorĆas de Abd al-Malik, que como ya hemos dicho, intenta seguir al pie de la letra todo lo que aprendiĆ³ de su padre, el dictador Almazor. Y mientras tanto, en LeĆ³n reina un niƱo de ocho aƱos tutelado por su madre Elvira y el conde Menendo GonzĆ”lez. Y es entonces cuando los reinos cristianos viven un nuevo episodio de vergĆ¼enza y humillaciĆ³n, vergĆ¼enza por las disputas que entre este tal GonzĆ”lez y nuestro ya conocido conde de Castilla, Sancho GarcĆa. ¿QuĆ© ocurre entre ellos? No se sabe a ciencia cierta, pero el caso es que ambos quieren tutelar a Alfonso V, el niƱo rey. HacĆan justo lo que Elvira, su madre les habĆa pedido aƱos antes que no hicieran, pelear entre ellos. Y luego vino la humillaciĆ³n, no se les ocurriĆ³ mejor cosa que pedir a su propio verdugo que arbitre entre ellos. Abd al-Malik dio la razĆ³n a Menendo GonzĆ”lez y Ć©ste, junto a Elvira, siguiĆ³ siendo tutor del rey. ¿Y cĆ³mo le sentĆ³ esto a Sancho GarcĆa? Fatal. Pero esta bofetada a Sancho quizĆ”s fue una de las mejores cosas que pudo recibir la cristiandad, y pronto vamos a saber por quĆ©.
El Rey de Navarra no duro mucho en el trono, y hacia el aƱo 1000 muriĆ³, dejando el trono al joven Sancho de apenas 18 aƱos. La polĆtica de este nuevo rey es clara, apoyo a Castilla, apoyo al otro Sancho. Mientras tanto, en LeĆ³n muere el conde Menendo GonzĆ”lez, el tutor del rey. ¿QuiĆ©n lo asesinĆ³? Nadie llegĆ³ a averiguarlo, pero la situaciĆ³n es delicada. Pero volvamos a Castilla, Abd al-Malik se dispone a asestar otro duro golpe. OcurriĆ³ en un lugar llamado San MartĆn, que probablemente corresponde a San MartĆn de Rubiales, cerca de Roa. Ignoramos por quĆ© era tan importante esta fortaleza, pero debĆa de serlo mucho cuando Abd al-Malik abandonĆ³ CĆ³rdoba en invierno, cosa insĆ³lita, para lanzar una ofensiva. Las huestes de Abd al-Malik sitiaron el castillo. La posiciĆ³n de los defensores era desesperada: eran muy pocos frente a un ejĆ©rcito excesivamente superior en nĆŗmero y potencia.
Lo que cuenta la crĆ³nica mora es simplemente brutal. DespuĆ©s de nueve dĆas de asedio, la guarniciĆ³n de San MartĆn propone a Abd al-Malik un armisticio. Los cristianos ofrecen entregar la plaza si se respetan sus vidas: no sĆ³lo las de los soldados, sino tambiĆ©n las de los cientos de mujeres y niƱos refugiados tras los muros. Abd al-Malik finge aceptar. Los cristianos abren las puertas. Entonces el caudillo moro penetra en la fortaleza y ordena separar a los hombres de las mujeres y los niƱos. Los hombres, desarmados, serĆ”n todos asesinados allĆ mismo. Las mujeres y los niƱos serĆ”n repartidos entre la soldadesca mora y vendidos como esclavos. Era diciembre de 1007. Es la crĆ³nica mora, insistimos, la que lo cuenta.
El visir Ibn al-Qatta era un Ć”rabe al que Abd al-Malik habĆa entregado la direcciĆ³n de la administraciĆ³n del califato. Un hombre fiel al nuevo dictador de CĆ³rdoba. Parece, sin embargo, que Ibn al-Qatta era demasiado sensible a las sugerencias de la aristocracia Ć”rabe. En CĆ³rdoba seguĆan gozando de mucha influencia las grandes familias de origen omeya. Estos viejos linajes veĆan con malos ojos a Abd alMalik, a quien consideraban, a Ć©l mucho mĆ”s que a su padre, como un intruso en el califato. Tampoco soportaban a los eslavos, tan influyentes en el ejĆ©rcito y en la corte y que, sin embargo, no dejaban de ser esclavos libertos de origen cristiano. Y por Ćŗltimo, detestaban cada vez mĆ”s al impotente califa Hisham, a quien consideraban un estorbo innecesario. Objetivo de los conspiradores: eliminar a Abd al-Malik y a Hisham en un mismo movimiento, y elevar al trono del califa a un omeya, Hisham Abd al-Yabbar (otro Hisham), nieto de AbderramĆ”n III.
Pero aquĆ, una vez mĆ”s, Abd alMalik demostrĆ³ ser digno hijo de Almanzor. En esto su padre tambiĆ©n lo habĆa adiestrado sabiamente. HabĆa que tener ojos en cada rincĆ³n de CĆ³rdoba, y fue de esta manera como descubriĆ³ el complot. Sin perder un minuto hizo ejecutar al visir Ibn alQatta y al pretendiente omeya, Hisham, el nieto de AbderramĆ”n.
Una vez mĆ”s vemos cĆ³mo se las gasta el vĆ”stago de Almanzor, y que aparentemente nada ha cambiado ni en CĆ³rdoba ni para los cristianos. Pero eso es solo en apariencia, porque las cosas no andan ya como antes. Ni dentro ni fuera de palacio. En Castilla, Sancho GarcĆa tiene sus alianzas y lleva el mismo camino que su padre, cuando no se dejaba avasallar por Almanzor. Y por eso, Adb alMalik estaba cada vez mĆ”s obsesionado con la frontera castellana. El episodio que contamos en el anterior relato, la barbarie de San Martin, ocurriĆ³ precisamente por la obsesiĆ³n que Adb alMalik tenĆa con golpear duramente a Castilla. Los moros habĆan conquistado aquella plaza y los situaba muy al norte, habĆa saqueado y asesinado cuanto quisieron, pero el dictador no pudo darse el placer de cazar a Sancho GarcĆa, que en cierto modo se estaba burlando de los cordobeses. Si el dictador llevaba en sus venas el veneno y la maldad de su padre, el conde castellano llevaba la rebeldĆa y el coraje del suyo. Y a todo esto, y a pesar de la superioridad numĆ©rica del gigantesco ejĆ©rcito moro, comenzaban a dar sĆntomas de flaqueza.
El ejĆ©rcito de Almanzor, ahora comandado por Adb alMalik, se componĆa de bereberes reclutados en Ćfrica, eslavos, es decir, esclavos libertos de diversos paĆses, y Ć”rabes. Una mezcla que habĆa funcionado gracias a que Almanzor habĆa tenido la prudencia de no agruparlos por separado. Sin embargo, ellos mismo, poco a poco, se habĆan ido reagrupĆ”ndose. Tres etnias muy diferentes, a pesar de luchar por objetivos comunes, o no tan comunes.
La ofensiva final
En la primavera de 1008 Abd alMalik tenĆa obsesiĆ³n por acabar con Castilla de una vez para siempre, asĆ que prepara una nueva ofensiva. Ćsta tiene que ser la definitiva, la ofensiva final. Pero nada va a salir como el dictador de CĆ³rdoba espera. SerĆ” la Ćŗltima campaƱa del hijo de Almanzor. Las crĆ³nicas moras la llaman gazat al-illa, «campaƱa de la enfermedad». ¿Por quĆ©? De esta campaƱa sĆ³lo sabemos lo que las fuentes moras nos cuentan. El relato que ofrecen es realmente enigmĆ”tico. Lo que importa, sin embargo, es su final. Vamos a verlo. Abd al-Malik abandonĆ³ CĆ³rdoba, al frente de sus huestes, en el mes de ramadĆ”n de 1008, probablemente a finales de mayo. Se dirige a la base de Medinaceli: desde allĆ se propone lanzar a sus ejĆ©rcitos contra Sancho de Castilla. Las crĆ³nicas moras (Ibn Idhari y el Bayan al-mugrib, concretamente) emplean tĆ©rminos como «penetrar contra» y «rechazar»; es como si el conde Sancho hubiera ocupado de nuevo las tierras perdidas aƱos atrĆ”s en el cauce del Duero. Una vez en Medinaceli, algo imprevisto ocurre: el caudillo moro enferma. Enferma tanto que se traslada a Zaragoza para recibir asistencia mĆ©dica. Pero no sĆ³lo el jefe moro enferma, sino que buena parte de sus tropas -«la mayor parte de los voluntarios», dice la crĆ³nica- le abandona. Ese verano, sorprendentemente, no habrĆ” campaƱa contra Castilla. Abd al-Malik vuelve a CĆ³rdoba varios meses mĆ”s tarde, a finales de septiembre, con las manos vacĆas y «destruidas sus esperanzas de vencer al rey cristiano», dice el cronista musulmĆ”n.
¿QuĆ© le pasaba a Abd al-Malik? ¿CuĆ”l era esa enfermedad? Lo ignoramos. Al parecer, era la segunda vez que le aquejaba una dolencia de ese gĆ©nero. De vuelta en CĆ³rdoba, ya recuperado, el caudillo cordobĆ©s sĆ³lo piensa en acabar la tarea. Ha entrado ya el mes de octubre, cuando normalmente la guerra cesaba por el frĆo, pero Abd al-Malik parece obsesionado con golpear sobre Castilla. Ordena a sus tropas equiparse para una campaƱa de invierno y el 19 de octubre de 1008 vuelve a salir de la capital.
AquĆ la crĆ³nica se hace mĆ”s explĆcita: reciĆ©n puesto en marcha, Abd al-Malik empieza a acusar los efectos de una angina que le provoca ahogos. El dolor es tan intenso que el caudillo debe descabalgar. Sus servidores personales preparan a toda prisa el campamento. Abd al-Malik es acostado en el interior de su tienda. El ejĆ©rcito recibe la orden de detenerse y acampar. Orden que, segĆŗn la crĆ³nica mora, los soldados reciben con malestar y malevolencia; no parece que les preocupara mucho la salud de su jefe. En ese momento llega al lugar un relevante personaje del califato, el cadĆ Ibn Dakwan. Hombre de autoridad debĆa de ser, porque es Ć©l quien ordena llevar al enfermo a CĆ³rdoba. El ejĆ©rcito se descompone; cada cual regresa a CĆ³rdoba por su cuenta. En cuanto al victorioso Abd al-Malik, agoniza sin remedio. Sus sirvientes le transportan en litera al palacio de Medina al-Zahira. Abd al-Malik entra ya cadĆ”ver. Era el 21 de octubre de 1008. El feroz Abd al-Malik morĆa con sĆ³lo treinta y seis aƱos. Su ejĆ©rcito se habĆa desperdigado. Y el califato quedaba en suspenso.
Debate para especialistas: ¿realmente estaba enfermo Abd al-Malik? ¿QuĆ© le pasaba? ¿QuĆ© extraƱa enfermedad era esa que le llevaba a aparecer y desaparecer del campo de batalla y, lo que todavĆa es mĆ”s extraƱo, que empujaba a sus tropas a desmandarse y fallar en sus objetivos cada vez que el caudillo se ausentaba? Otras veces hemos visto a los ejĆ©rcitos de CĆ³rdoba, formados mayoritariamente por guerreros profesionales, cuya vida consistĆa precisamente en eso, atacar aquĆ y allĆ” sin necesidad de que el dictador de CĆ³rdoba estuviera al frente. ¿Acaso los generales del nuevo jefe amirĆ no eran capaces de conducir por sĆ solos una ofensiva? ¿Tan imprescindible era la presencia de Abd al-Malik como para que sĆ³lo Ć©l pudiera obtener la victoria? Verdaderamente, no es lĆ³gico.
Puesto que no es lĆ³gico que la presencia de Abd al-Malik en el campo de batalla fuera imprescindible, muchos especialistas han querido ver aquĆ un truco, una trampa de la crĆ³nica. AsĆ, cada vez que la crĆ³nica Ć”rabe habla de la «enfermedad» de Abd al-Malik, en realidad hay que interpretar un revĆ©s militar. RevĆ©s que puede deberse a dos causas: una, las divisiones de tipo Ć©tnico que empezaban a hacer mella en el aparato militar del califato; otra, simplemente, que las fuerzas de Sancho de Castilla ya eran superiores o, por lo menos, iguales en eficacia a las moras, capaces de presentar una resistencia considerable en el campo de batalla. La crĆ³nica mora, siempre elogiosa y reverencial hacia Abd al-Malik, habrĆa camuflado los contratiempos militares detrĆ”s de esa alusiĆ³n a la «enfermedad» del caudillo; enfermedad que no es falsa, que sĆ existiĆ³, pero que no serĆa la causa real de los reveses del moro.
¿Es verosĆmil esta interpretaciĆ³n? En todo caso, lo que nos consta es el fracaso de Abd al-Malik en sus asaltos al territorio castellano. El Victorioso, la Espada del Estado, que habĆa sometido a los reinos cristianos a un rĆ©gimen de terror, que habĆa llevado su poder hasta el punto de arbitrar en la corte leonesa, que habĆa plantado sus banderas tan al norte como en Clunia, que habĆa azotado con crueldad el orgullo cristiano asesinando y esclavizando en masa, ese mismo Abd al-Malik fallaba ahora ante las tropas de Castilla. ¿QuĆ© tropas? Sabemos que bajo las banderas de Sancho se alineaban contingentes navarros. Sabemos que los colonos del sur, expulsados de sus tierras por los moros, corrĆan a refugiarse ahora al norte del Duero. Sabemos que Sancho, sobrenombrado «el de los buenos fueros», otorgĆ³ generosamente derechos a los castellanos que le sirvieran en el combate. Podemos imaginar que muchos de los innumerables colonos fugitivos del sur de Castilla serĆan ahora guerreros en las filas de Sancho. Podemos suponer, en fin, que asĆ el conde de Castilla habĆa conseguido organizar un ejĆ©rcito suficiente para frenar al caudillo de CĆ³rdoba.
La historia continĆŗa en Los reino de taifas
PƔgina 1
PƔgina 2
PƔgina 3
La ofensiva final
En la primavera de 1008 Abd alMalik tenĆa obsesiĆ³n por acabar con Castilla de una vez para siempre, asĆ que prepara una nueva ofensiva. Ćsta tiene que ser la definitiva, la ofensiva final. Pero nada va a salir como el dictador de CĆ³rdoba espera. SerĆ” la Ćŗltima campaƱa del hijo de Almanzor. Las crĆ³nicas moras la llaman gazat al-illa, «campaƱa de la enfermedad». ¿Por quĆ©? De esta campaƱa sĆ³lo sabemos lo que las fuentes moras nos cuentan. El relato que ofrecen es realmente enigmĆ”tico. Lo que importa, sin embargo, es su final. Vamos a verlo. Abd al-Malik abandonĆ³ CĆ³rdoba, al frente de sus huestes, en el mes de ramadĆ”n de 1008, probablemente a finales de mayo. Se dirige a la base de Medinaceli: desde allĆ se propone lanzar a sus ejĆ©rcitos contra Sancho de Castilla. Las crĆ³nicas moras (Ibn Idhari y el Bayan al-mugrib, concretamente) emplean tĆ©rminos como «penetrar contra» y «rechazar»; es como si el conde Sancho hubiera ocupado de nuevo las tierras perdidas aƱos atrĆ”s en el cauce del Duero. Una vez en Medinaceli, algo imprevisto ocurre: el caudillo moro enferma. Enferma tanto que se traslada a Zaragoza para recibir asistencia mĆ©dica. Pero no sĆ³lo el jefe moro enferma, sino que buena parte de sus tropas -«la mayor parte de los voluntarios», dice la crĆ³nica- le abandona. Ese verano, sorprendentemente, no habrĆ” campaƱa contra Castilla. Abd al-Malik vuelve a CĆ³rdoba varios meses mĆ”s tarde, a finales de septiembre, con las manos vacĆas y «destruidas sus esperanzas de vencer al rey cristiano», dice el cronista musulmĆ”n.
¿QuĆ© le pasaba a Abd al-Malik? ¿CuĆ”l era esa enfermedad? Lo ignoramos. Al parecer, era la segunda vez que le aquejaba una dolencia de ese gĆ©nero. De vuelta en CĆ³rdoba, ya recuperado, el caudillo cordobĆ©s sĆ³lo piensa en acabar la tarea. Ha entrado ya el mes de octubre, cuando normalmente la guerra cesaba por el frĆo, pero Abd al-Malik parece obsesionado con golpear sobre Castilla. Ordena a sus tropas equiparse para una campaƱa de invierno y el 19 de octubre de 1008 vuelve a salir de la capital.
AquĆ la crĆ³nica se hace mĆ”s explĆcita: reciĆ©n puesto en marcha, Abd al-Malik empieza a acusar los efectos de una angina que le provoca ahogos. El dolor es tan intenso que el caudillo debe descabalgar. Sus servidores personales preparan a toda prisa el campamento. Abd al-Malik es acostado en el interior de su tienda. El ejĆ©rcito recibe la orden de detenerse y acampar. Orden que, segĆŗn la crĆ³nica mora, los soldados reciben con malestar y malevolencia; no parece que les preocupara mucho la salud de su jefe. En ese momento llega al lugar un relevante personaje del califato, el cadĆ Ibn Dakwan. Hombre de autoridad debĆa de ser, porque es Ć©l quien ordena llevar al enfermo a CĆ³rdoba. El ejĆ©rcito se descompone; cada cual regresa a CĆ³rdoba por su cuenta. En cuanto al victorioso Abd al-Malik, agoniza sin remedio. Sus sirvientes le transportan en litera al palacio de Medina al-Zahira. Abd al-Malik entra ya cadĆ”ver. Era el 21 de octubre de 1008. El feroz Abd al-Malik morĆa con sĆ³lo treinta y seis aƱos. Su ejĆ©rcito se habĆa desperdigado. Y el califato quedaba en suspenso.
Debate para especialistas: ¿realmente estaba enfermo Abd al-Malik? ¿QuĆ© le pasaba? ¿QuĆ© extraƱa enfermedad era esa que le llevaba a aparecer y desaparecer del campo de batalla y, lo que todavĆa es mĆ”s extraƱo, que empujaba a sus tropas a desmandarse y fallar en sus objetivos cada vez que el caudillo se ausentaba? Otras veces hemos visto a los ejĆ©rcitos de CĆ³rdoba, formados mayoritariamente por guerreros profesionales, cuya vida consistĆa precisamente en eso, atacar aquĆ y allĆ” sin necesidad de que el dictador de CĆ³rdoba estuviera al frente. ¿Acaso los generales del nuevo jefe amirĆ no eran capaces de conducir por sĆ solos una ofensiva? ¿Tan imprescindible era la presencia de Abd al-Malik como para que sĆ³lo Ć©l pudiera obtener la victoria? Verdaderamente, no es lĆ³gico.
Puesto que no es lĆ³gico que la presencia de Abd al-Malik en el campo de batalla fuera imprescindible, muchos especialistas han querido ver aquĆ un truco, una trampa de la crĆ³nica. AsĆ, cada vez que la crĆ³nica Ć”rabe habla de la «enfermedad» de Abd al-Malik, en realidad hay que interpretar un revĆ©s militar. RevĆ©s que puede deberse a dos causas: una, las divisiones de tipo Ć©tnico que empezaban a hacer mella en el aparato militar del califato; otra, simplemente, que las fuerzas de Sancho de Castilla ya eran superiores o, por lo menos, iguales en eficacia a las moras, capaces de presentar una resistencia considerable en el campo de batalla. La crĆ³nica mora, siempre elogiosa y reverencial hacia Abd al-Malik, habrĆa camuflado los contratiempos militares detrĆ”s de esa alusiĆ³n a la «enfermedad» del caudillo; enfermedad que no es falsa, que sĆ existiĆ³, pero que no serĆa la causa real de los reveses del moro.
¿Es verosĆmil esta interpretaciĆ³n? En todo caso, lo que nos consta es el fracaso de Abd al-Malik en sus asaltos al territorio castellano. El Victorioso, la Espada del Estado, que habĆa sometido a los reinos cristianos a un rĆ©gimen de terror, que habĆa llevado su poder hasta el punto de arbitrar en la corte leonesa, que habĆa plantado sus banderas tan al norte como en Clunia, que habĆa azotado con crueldad el orgullo cristiano asesinando y esclavizando en masa, ese mismo Abd al-Malik fallaba ahora ante las tropas de Castilla. ¿QuĆ© tropas? Sabemos que bajo las banderas de Sancho se alineaban contingentes navarros. Sabemos que los colonos del sur, expulsados de sus tierras por los moros, corrĆan a refugiarse ahora al norte del Duero. Sabemos que Sancho, sobrenombrado «el de los buenos fueros», otorgĆ³ generosamente derechos a los castellanos que le sirvieran en el combate. Podemos imaginar que muchos de los innumerables colonos fugitivos del sur de Castilla serĆan ahora guerreros en las filas de Sancho. Podemos suponer, en fin, que asĆ el conde de Castilla habĆa conseguido organizar un ejĆ©rcito suficiente para frenar al caudillo de CĆ³rdoba.
La historia continĆŗa en Los reino de taifas
PƔgina 1
PƔgina 2
PƔgina 3
0 Comentarios