Titanes 2

El cinturĆ³n de la amazona
Zeus andaba pensativo y cavilando cuando se acercĆ³ Hera. SabĆ­a que su marido estaba preocupado por cĆ³mo afrontar el reto de los gigantes que Gea habĆ­a creado, por eso, ella querĆ­a infundirle Ć”nimos y le dijo que no estarĆ­a solo, ella lucharĆ­a a su lado. Entonces, Ć©l le contĆ³ cuĆ”l era su plan, aĆŗn sabiendo que no serĆ­a del agrado de su esposa. –He hecho llamar a HĆ©rcules-. Y en efecto, Hera dio un paso atrĆ”s, sorprendida, molesta, confundida. –SĆ© que mi hijo no es de tu agrado- continuĆ³ Zeus-, que le odias, y de hecho en estos momentos le estĆ”s haciendo pasar un mal momento, pero HĆ©rcules es nuestra Ćŗnica esperanza. Gea ha creado una nueva generaciĆ³n de gigantes que ningĆŗn dios puede matar. Solamente un mortal puede hacerlo, si encuentra la manera de ponerse frente a ellos. NingĆŗn humano normal durarĆ­a lo suficiente en el campo de batalla. Solamente HĆ©rcules tiene esa posibilidad si lucha junto a nosotros.

Hera no dijo nada. RecordĆ³ cuĆ”nto odiaba a HĆ©rcules y a quien lo habĆ­a parido; el dĆ­a que le despreciĆ³ cuando se dio cuenta de que el bebĆ© al que amamantaba era Ć©l, y cĆ³mo le perturbĆ³ la mente y le hizo enloquecer hasta el punto de asesinar a su propia familia.

Los trabajos que ahora llevaba a cabo eran su penitencia para expiar el pecado por tan horrible crimen. Y sin embargo… y sin embargo ahora la seguridad del Olimpo dependĆ­a de su odiado HĆ©rcules. QuiĆ©n sabe, a lo mejor aquellos frutos de los amorĆ­os de Zeus eran necesarios para la estabilidad del universo y cada uno tenĆ­a destinado ocupar su lugar.

HĆ©rcules se encontraba atrincherado junto a su amigo Teseo y algunos hombres mĆ”s disparando flechas sin parar. Estaban siendo atacados por las amazonas. ¿Pero, quĆ© hacĆ­an HĆ©rcules y Teseo metidos en semejante aventura? Conseguir el cinturĆ³n de la reina amazona era uno de sus trabajos como penitencia por su pecado. Le habĆ­an contado que aquellas mujeres eran salvajes sin alma ni corazĆ³n. Pero no era cierto.

HipĆ³lita, la reina, se habĆ­a enamorado de HĆ©rcules nada mĆ”s verlo, y eso ya demostraba que tenĆ­a corazĆ³n. Luego, llegaron a amarse, y eso demostrĆ³ que tambiĆ©n tenĆ­a alma. El modo de vida cruel y salvaje de sus antepasadas vino a raĆ­z del saqueo y destrucciĆ³n de su ciudad de origen, donde fueron secuestradas y violadas para ser mĆ”s tarde abandonadas a su suerte en el lugar mĆ”s inhĆ³spito del planeta. Por eso, juntas, y protegiĆ©ndose entre sĆ­, crearon su propio pueblo y se dedicaron a sobrevivir cazando y luchando contra cualquiera que fuera una amenaza. Hicieron cosas crueles, sĆ­, como tener relaciones con las tribus cercanas y dejar vivas solo a las niƱas que parĆ­an. Pero aquello era cosa del pasado. Marco Polo narraba en sus crĆ³nicas que en una isla solo vivĆ­an mujeres, y en otra solo hombres. Durante un mes al aƱo se visitaban y tenĆ­an relaciones, luego criaban tanto a hijas como a hijos, aunque a Ć©stos los enviaban a la isla de los hombres a los catorce aƱos.

Conseguir el cinturĆ³n de la bella HipĆ³lita no fue difĆ­cil, ella misma se lo regalĆ³. Pero cuando creĆ­a que el trabajo estaba hecho y habĆ­a sido el mĆ”s fĆ”cil de su vida, algo terrible ocurriĆ³. Todas las amazonas acudieron a su reina acusando a HĆ©rcules de haber secuestrado a su hermana AntĆ­ope. HipĆ³lita no podĆ­a creer lo que escuchaba mientras todas le reprochaban haberse enamorado de un hombre. Pero traĆ­an noticias de que HĆ©rcules se estaba dedicando a hacer una serie de trabajos como penitencia por unos crĆ­menes que habĆ­a cometido e HipĆ³lita le hizo jurar que aquello no era cierto. HĆ©rcules tuvo que reconocer que era verdad, pero negĆ³ haber secuestrado a su hermana. HipĆ³lita, despuĆ©s de aquello no le creyĆ³.

HĆ©rcules saliĆ³ huyendo de allĆ­, pues de la misma forma que descubriĆ³ que aquellas mujeres tenĆ­an alma y corazĆ³n, estaba a punto de descubrir que tambiĆ©n eran capaces de desprenderse de ambas cosas y hacĆ©rselo pasar muy mal. A la hermana de HipĆ³lita la habĆ­a raptado Teseo, que se habĆ­a enamorado de ella. Teseo, aquel aventurero que tambiĆ©n llegarĆ­a a raptar a Helena y PersĆ©fone. Ambos salieron corriendo perseguidos por decenas de amazonas a caballo, las flechas les llovĆ­an encima.

Atrincherados detrĆ”s de un montĆ­culo, HĆ©rcules, Teseo y sus acompaƱantes hicieron frente a las amazonas. Algunas de ellas habĆ­an caĆ­do, al igual que muchos de sus hombres cayeron mientras huĆ­an. De pronto, las amazonas dejaron de atacar y todas se reunieron alrededor de una de ellas que yacĆ­a en el suelo. HĆ©rcules se temiĆ³ enseguida lo peor. Sin que Teseo pudiera detenerlo, HĆ©rcules corriĆ³ hasta ellas gritando el nombre de HipĆ³lita. Pronto tuvo decenas de flechas que apuntaban hacia Ć©l, pero HipĆ³lita seguĆ­a con vida y les ordenĆ³ que dejasen a HĆ©rcules acercarse a ella.
-Nunca debĆ­ venir a traerte esta desgracia- le dijo HĆ©rcules llorando.
-Yo sin embargo –le contestĆ³ ella-, me alegro de hayas venido, porque asĆ­ he podido conocer lo que es el amor.
HipĆ³lita muriĆ³ en sus brazos, y HĆ©rcules sintiĆ³, que aquel trabajo que habĆ­a hecho para expiar sus pecados, no habĆ­a hecho sino aumentarlos.



Prometheus - Teodoor Rumbouts

Prometeo

Los gigantes creados por Gea eran nueve y cada uno de ellos era la contraparte de un dios del Olimpo. EncĆ©lado era el contradios de Atenea. Las dimensiones del gigante eran enormes y se presentĆ³ dispuesto a atacar a la diosa. Pero fue Zeus quien le hizo frente. Sin duda era una avanzadilla para tantear el terreno, la batalla definitiva no comenzarĆ­a aĆŗn, pero no tardarĆ­a mucho. EncĆ©dalo lanzaba fuego por la boca y al andar provocaba terremotos. Zeus le lanzaba rayos pero el gigante, los esquivaba muy hĆ”bilmente.

Atenea saliĆ³ a ayudar a su padre. El gigante se quedĆ³ mirĆ”ndola, y justo cuando iba a lanzarle una llamarada impactĆ³ en su cabeza un rayo de Zeus. EncĆ©lado quedĆ³ aturdido y a punto de caer en tierra. Si caĆ­a se ensaƱarĆ­an con Ć©l e intentĆ³ mantener el equilibrio. A duras penas lo consiguiĆ³. Zeus se disponĆ­a a lanzarle un nuevo rayo y Atenea se aproximaba a Ć©l a toda velocidad. El gigante optĆ³ por huir. Ya volverĆ­a en otra ocasiĆ³n junto a sus hermanos. Pero EncĆ©lado no volverĆ­a nunca mĆ”s. Atravesaba el mar a grandes zancadas cuando una gran sombra se cerniĆ³ sobre Ć©l para en pocos segundos quedar sepultado. Atenea le habĆ­a lanzado una gran roca que lo aplastĆ³. En el lecho marino quedĆ³ atrapado EncĆ©lado y sobre Ć©l la Isla de Sicilia. El volcĆ”n Etna no es sino la respiraciĆ³n de este gigante que quedarĆ­a para siempre enterrado vivo. El primer combate lo habĆ­an ganado gracias al ingenio de Atenea. Pero no podrĆ­an hacer lo mismo con todos, necesitaban a HĆ©rcules urgentemente. ¿DĆ³nde se habrĆ­a metido? Ya deberĆ­a estar allĆ­.

HĆ©rcules intentaba afinar al mĆ”ximo su punterĆ­a mientras apuntaba con su arco antes de disparar la flecha. Cuando estuvo seguro de que no errarĆ­a el tiro la lanzĆ³ y saliĆ³ a toda velocidad para clavarse certeramente en una enorme Ć”guila que se disponĆ­a a caer sobre su presa, un desamparado cautivo que estaba amarrado con cadenas y ademĆ”s estaba herido. El Ć”guila cayĆ³ muerta y entonces se acercĆ³ al cautivo, le librĆ³ de las cadenas, le taponĆ³ la herida que tenĆ­a en el costado y le preguntĆ³ su nombre. DespuĆ©s de agradecerle su ayuda, el cautivo le contĆ³ quiĆ©n era y por quĆ© se encontraba allĆ­ en aquellas condiciones:

-Soy Prometeo, hijo de JĆ”peto y Asia, nieto de OcĆ©ano por parte materna, y hermano de Atlas. Mi padre estĆ© encerrado en el TĆ”rtaro y mi hermano castigado sosteniendo la bĆ³veda celeste, ambos por haberse enfrentado a Zeus en la gran guerra de los Titanes.

HĆ©rcules habĆ­a tenido ocasiĆ³n de tratar con su hermano Atlas no hacĆ­a demasiado tiempo. Uno de sus trabajos habĆ­a consistido en robar las manzanas del jardĆ­n de las HespĆ©rides, donde Hera plantĆ³ el Ć”rbol regalo de Gea. El jardĆ­n estaba fuertemente custodiado por las hespĆ©rides que eran tres ninfas, a las que habĆ­a que aƱadir un dragĆ³n de cien cabezas. Muy cerca de allĆ­ se hallaba Atlas sosteniendo la bĆ³veda celeste. Atlas era, ademĆ”s, el padre de las ninfas y por lo tanto, lo dejarĆ­an entrar. HĆ©rcules se acercĆ³ a Ć©l y se ofreciĆ³ sostener la bĆ³veda, con lo que, Atlas podrĆ­a descansar; a cambio debĆ­a traerle algunas manzanas. Atlas accediĆ³ encantado, pero cuado se vio liberado de tan pesada carga no quiso volver a sujetar la bĆ³veda, HĆ©rcules quedarĆ­a allĆ­ en su lugar. Pero HĆ©rcules le pidiĆ³ un Ćŗltimo favor. Que volviera a ocupar su puesto solo unos instantes, mientras Ć©l se colocaba la capa; no querĆ­a estar toda la eternidad con la capa mal colocada. Atlas, por lo visto era bastante tonto, porque una vez que volviĆ³ a sujetar la bĆ³veda, allĆ­ se quedĆ³ para siempre y HĆ©rcules saliĆ³ de allĆ­ corriendo con las manzanas.

-Como comprenderĆ”s –seguĆ­a contĆ”ndole Prometeo- no es que me caiga muy en gracia nuestro rey Zeus, aunque reconozco que llevaba la razĆ³n y por eso luchĆ© a su lado. Estoy ademĆ”s muy interesado por los humanos que habitan la tierra y quise convertirme en su benefactor. Primero enseƱƩ a los humanos a hacer sacrificios y para ello sacrifiquĆ© un gran buey. En una parte puse la piel, la carne y las vĆ­sceras; en la otra puse los huesos cubiertos por grasa y le dimos a elegir a Zeus quĆ© parte querĆ­a que los humanos ofrecieran a los dioses. Zeus eligiĆ³ la grasa, pues pensĆ³ que debajo estarĆ­a la carne, en la otra parte sin embargo parecĆ­a haber solo desperdicios. Cuando vio que habĆ­a sido engaƱado, Zeus se encolerizĆ³. Y mientras tanto yo les enseƱaba a los humanos que podĆ­an comer la carne de los animales que ofrecieran en sacrificio, y debĆ­an quemar los huesos, que era lo que Zeus, en nombre de todos los dioses, habĆ­a elegido. Zeus estaba indignado por creerse engaƱado y para vengarse privĆ³ a los humanos del fuego. Pero yo no estaba dispuesto a que los humanos pagaran por el berrinche del rey y subĆ­ al monte Olimpo. Una vez allĆ­, me dirigĆ­ al carro de Helios, el dios Sol, prendĆ­ una antorcha y asĆ­ pude devolver el fuego a los humanos. Zeus no tardĆ³ en enterarse de mi nueva osadĆ­a. Esta vez lo Ć­bamos apagar muy caro, tanto la humanidad como yo.

-Epimeteo, mi otro hermano, tiene una particularidad, es de pensamiento retardado, precisamente su nombre significa “retrospectiva o pensamiento tardĆ­o”; todo lo contrario que mi nombre, Prometeo, que significa “previsiĆ³n o pensamiento hacia delante” y puedo ver el futuro. Por lo tanto, Epimeteo ve con retraso cosas que ya han pasado. Ambos somos grandes amantes de la humanidad y pedimos a Zeus encargarnos de definir los rasgos y los atributos positivos de los animales reciĆ©n creados en la tierra y de darles nombre. Pero la falta de previsiĆ³n hacĆ­a siempre llegar tarde a Epimeteo y cuando se dio cuenta ya no quedaban animales por nombrar ni por atribuirles nada. En vista de eso decidĆ­ que ya me encargarĆ­a yo de la humanidad, a la cual atribuĆ­ las artes, la civilizaciĆ³n y el fuego. Las desgracias como el dolor, las plagas, la pobreza o el crimen fueron descartados y almacenados en un Ć”nfora que guardĆ³ Epimeteo en su casa. Epimeteo no estaba capacitado para segĆŗn quĆ© cosas, asĆ­ que era el perfecto elegido para los planes de Zeus.

-Pandora fue creada por encargo de Zeus. La modelĆ³ en arcilla su mismo hijo, Hefesto. La estatua debĆ­a tener una imagen de doncella encantadora, capaz de seducir a cualquier hombre que la observara. Una vez terminada, Zeus le infundiĆ³ vida. Pero Pandora no debĆ­a ser una nueva Afrodita, llena de gracia y sensualidad; debĆ­a ser bella, pero su Ć”nimo iba a ser sembrado de mentiras y de un carĆ”cter cambiante, con el fin de que los hombres se sintieran seducidos y aceptaran, sin saberlo, un gran nĆŗmero de desgracias. Pandora fue enviada, a travĆ©s de Hermes, a Epimeteo, que nada mĆ”s verla quedĆ³ prendado de ella, y debido a su falta de previsiĆ³n, quiso quedĆ”rsela, pero conseguĆ­ llegar a tiempo y le advertĆ­ que aquella mujer era una trampa de Zeus, por lo que la enviamos de vuelta. Zeus no se dio por vencido y volviĆ³ a enviarle a Pandora, esta vez con la advertencia de que estaba indignado por el rechazo del regalo. Epimeteo entonces decidiĆ³ casarse con ella para aplacar la ira del rey y cuando yo regresĆ© de nuevo ya era tarde. Pandora ya habĆ­a abierto el Ć”nfora que contenĆ­a todos los males que azotarĆ­an a la humanidad.

Actualmente se cuenta que los males de la humanidad estaban encerrados en una caja, pero originalmente estĆ” escrito que se trataba de un Ć”nfora o tinaja ovalada. La expresiĆ³n “caja de Pandora” serĆ­a un error de traducciĆ³n o deformaciĆ³n de la Ć©poca renacentista.

-La humanidad ya tenĆ­a su castigo, ahora me llegarĆ­a el turno a mĆ­, su benefactor, que fui capturado por BĆ­a, la personificaciĆ³n de la violencia, y por Cratos, la personificaciĆ³n de la fuerza y el poder, y fui traĆ­do aquĆ­, al CĆ”ucaso. AquĆ­ me encadenĆ³ Hefesto, que maneja muy bien el arte de la forja, a la espera de recibir mi cruel castigo. Un Ć”guila, hija de TifĆ³n y Equidna, estaba de camino. Cuando estuvo frente a mi, me atacĆ³ y me comiĆ³ el hĆ­gado. Por la noche, el hĆ­gado volvĆ­a a crecerme, y al dĆ­a siguiente, el Ć”guila volvĆ­a y se lo volvĆ­a a comer. Y asĆ­ un dĆ­a tras otro. PensĆ© que sufrirĆ­a este castigo por siempre, hasta que he visto al Ć”guila atravesada por tu flecha y caer muerta.

Prometeo fue liberado. Zeus no dijo nada; despuĆ©s de todo, HĆ©rcules era su hijo y aquello lo glorificaba, tampoco le convenĆ­a contrariarlo demasiado en estos momentos, asĆ­ que dio por finalizado el castigo. Solo deseaba que no se retrasara mĆ”s y acudiera cuanto antes. Zeus mandĆ³ a Atenea en su busca. Cuando lo encontrĆ³ decĆ­a dirigirse al inframundo. 

-Nuestro padre me ha pedido que no te retrases mĆ”s, te necesitamos cuanto antes. Los gigantes han comenzado ya su ataque. 

-AcudirĆ© en cuanto acabe mi Ćŗltimo trabajo. Un trabajo que debo hacer gracias a nuestra madrastra. Si no llego a tiempo, ella serĆ” la Ćŗnica culpable, recuĆ©rdaselo a ambos. Pon a salvo a Prometeo, la humanidad lo necesita. 

HĆ©rcules continuĆ³ su camino, buscando la entrada hacia las entraƱas de la tierra, hacia el inframundo, donde el dios Hades se lleva el alma de los muertos.



Cerbero
HĆ©rcules se encontraba en ElĆ©usis, y allĆ­ buscĆ³ quien le instruyera para entrar y salir vivo del Hades. DespuĆ©s viajĆ³ al cabo de TĆ©naro, en Grecia, y allĆ­, ayudado por Hermes y Atenea encontrĆ³ la entrada al inframundo. Pero Hermes, una vez dentro, todavĆ­a le acompaĆ±Ć³ hasta el rĆ­o subterrĆ”neo Aqueronte, por el que Caronte conduce a los muertos en su barca, un peaje que habĆ­a que pagar. Hermes sabĆ­a que Caronte se lo pondrĆ­a difĆ­cil a HĆ©rcules. Y asĆ­ fue, pues lo primero que le pidiĆ³ fue que pagara el viaje.

Los muertos eran enterrados con una moneda bajo la lengua para tal fin. Los que no la llevaban, Caronte los dejaba en la orilla, por lo que su alma vagaba errante eternamente. En raras ocasiones pedĆ­an cruzar los vivos, pero si alguno se presentaba, como era el caso, el precio era una rama de oro. A HĆ©rcules no le habĆ­an dicho que debĆ­a pagar tal precio y Caronte no estaba dispuesto a dejarle pasar.

Por eso tuvo que intervenir Hermes: la rama de oro solo se la podĆ­a proporcionar la sibila de Cumas, una ciudad a la que no tenĆ­an tiempo de acudir. HĆ©rcules necesitaba entrar y acabar su trabajo cuanto antes, Zeus lo necesitaba, y tratĆ”ndose de un asunto del rey de los dioses Caronte debĆ­a obedecer y llevarlo en su barca o atenerse a las consecuencias. Al viejo y flaco Caronte no le quedĆ³ mĆ”s remedio que acceder a la peticiĆ³n de Hermes para no ser castigado por Zeus. Sin embargo, el que lo castigĆ³ fue Hades, que lo encerrĆ³ en una mazmorra durante un aƱo. En su travesĆ­a, el viejo remaba refunfuƱando y preguntando por quĆ© a los vivos les habĆ­a dado ahora por bajar hasta allĆ­. Al oĆ­rlo, HĆ©rcules le respondiĆ³ con otra pregunta. 
-¿Es que ha bajado mĆ”s gente hasta aquĆ­ Ćŗltimamente? 
-Hace poco, dos mortales. ParecĆ­an con ganas de divertirse. ¡Divertirse, aquĆ­, en el infierno! Ya ves. Hay gente muy rara. Pero al menos ellos traĆ­an la rama de oro y pagaron el viaje. Por cierto, ya tardan mucho en salir. A saber si no los habrĆ” devorado el can Cerbero. 

Cerbero era el guardiĆ”n de la puerta del Hades. Su misiĆ³n era que los muertos no pudieran salir ni los vivos entrar. HĆ©rcules debĆ­a llevĆ”rselo de allĆ­, ese era su duodĆ©cimo y Ćŗltimo trabajo. Era un perro enorme con tres cabezas, una verdadera monstruosidad, hijo de TifĆ³n y Aquidna. HĆ©rcules se puso frente a Ć©l y el perro comenzĆ³ a ladrar como un loco y a estirar las cadenas que lo sujetaban. Al intentar acercarse el perro intentĆ³ atacarle, dando cada una de sus cabezas mordiscos al aire, intentando arrancarle alguna parte de su cuerpo. No iba a ser fĆ”cil luchar con Ć©l, podĆ­a simplemente lanzarle una flecha, pero tampoco querĆ­a matarlo. Entonces oyĆ³ una voz que mĆ”s bien parecĆ­a un trueno. Era su tĆ­o Hades, que preguntaba a HĆ©rcules el motivo de su visita.
-Necesito llevarme a tu perro.
Hades, extraƱado por la peticiĆ³n le preguntĆ³ para quĆ© querĆ­a Ć©l un perro monstruoso. HĆ©rcules le contĆ³ la verdad. Lo necesitaba para expiar sus terribles pecados. Hades, agradeciĆ³ a su sobrino que le contase la verdad y no lo engaƱara, como ya habĆ­an hecho otros, y le prometiĆ³ que podrĆ­a llevĆ”rselo siempre y cuando encontrara la manera de hacerlo sin que sufriera ningĆŗn daƱo. HĆ©rcules se sentĆ³ frente al animal, pensando cĆ³mo llevĆ”rselo, y Hades los dejĆ³ solos. Cuando Cerbero se cansĆ³ de ladrar, se echĆ³ al suelo, y asĆ­ pasaron horas, mirĆ”ndose uno al otro.
-¿Sabes por quĆ© estoy aquĆ­? –exclamĆ³ HĆ©rcules, dirigiendo la pregunta al animal. Cerbero le mirĆ³ con las tres cabezas a la vez, alzando las seis orejas, como si intentara entender lo que aquel corpulento mortal le decĆ­a.- Estoy aquĆ­, porque es lo que merezco, esto es el infierno, ¿no? Pues aquĆ­ es donde merezco estar. Dicen que si te saco de aquĆ­ expiarĆ© todos mis pecados. Pero no es cierto. Ni en toda la eternidad que pasara en estas cavernas pagarĆ­a por lo que he hecho. En cambio tĆŗ… ¿quĆ© has hecho tĆŗ para estar aquĆ­? Eres un inocente animal que no merece estar cargado de cadenas. Por eso te voy a sacar de aquĆ­.
HĆ©rcules continuĆ³ hablando durante horas, y asĆ­, el animal, que jamĆ”s se habĆ­a sentido bien tratado ni le habĆ­an dirigido palabras amables, se fue amansando y dejĆ³ que le acariciaran. HĆ©rcules cogiĆ³ la cadena y se dispuso a sacarlo de allĆ­. Pero apenas habĆ­an dado unos pasos, a HĆ©rcules le pareciĆ³ escuchar que pedĆ­an socorro y Cerbero mirĆ³ hacia atrĆ”s al tiempo que erizaba las orejas y ladraba. DejĆ³ el perro atado de nuevo y se adentrĆ³ en la caverna. Las voces de auxilio se oĆ­an cada vez mĆ”s cerca. Hasta que descubriĆ³ de dĆ³nde venĆ­an. HĆ©rcules no podĆ­a creer lo que veĆ­a.
-¿CĆ³mo es posible? ¿QuĆ© hacĆ©is aquĆ­?
Teseo y Perƭtoo estaban sentados a una mesa donde supuestamente habƭan comido y bebido. Hades habƭa descubierto que venƭan a raptar a su esposa PersƩfone y los habƭa castigado pegƔndolos a sus asientos.
-Oh, Teseo, Teseo, primero raptas a una amazona y por tu culpa muriĆ³ HipĆ³lita, ahora vienes a raptar nada menos que a la esposa de un dios. Te mereces quedarte aquĆ­ para siempre.
Teseo, a modo de disculpa, le contĆ³ que a PersĆ©fone no habĆ­an ido a raptarla para Ć©l, sino para su amigo PerĆ­too. Para Ć©l… bueno, Ć©l ya habĆ­a raptado a Helena.
-¡A Helena, pero si es todavĆ­a una niƱa! –gritĆ³ HĆ©rcules-. Peor me lo pones. Creo que os voy a dejar aquĆ­.
Pero ante los lamentos de sus amigos y pensando que Ć©l no era el mĆ”s adecuado para juzgar sus fechorĆ­as, decidiĆ³ ayudarles. El problema era cĆ³mo despegarlos de aquel asiento. Los cogiĆ³ de la mano a cada uno, pero mĆ”s que despegĆ”rseles el culo estaban a punto de despegĆ”rseles los brazos del cuerpo. Y entonces, todo comenzĆ³ a temblar. Hades estaba cerca. DebĆ­an darse prisa. HĆ©rcules seguĆ­a tirando de ellos, PerĆ­too no aguantĆ³ mĆ”s y se soltĆ³, pero Teseo no querĆ­a quedarse allĆ­ y pidiĆ³ a HĆ©rcules un Ćŗltimo esfuerzo. Su amigo consiguiĆ³ despegarlo, pero partes de los mĆŗsculos de las piernas se quedaron en el asiento mientras Teseo gritaba de dolor. No podĆ­a caminar, asĆ­ que HĆ©rcules tuvo que cargarlo al hombro. Hades se acercaba y todo temblaba con mĆ”s intensidad, PerĆ­too tuvo que quedarse allĆ­. HĆ©rcules corrĆ­a con Teseo al hombro. Al salir cogiĆ³ las cadenas del perro y se lo llevĆ³ con Ć©l tambiĆ©n, y al llegar a la barca no le pidiĆ³ a Caronte que los llevara, sino que, ante el asombro de Ć©ste, subieron todos a la barca y el mismo HĆ©rcules cogiĆ³ los remos y se largaron de allĆ­ a toda velocidad a travĆ©s del rĆ­o.


Afrodita
Afrodita no tuvo infancia, ya naciĆ³ adulta. DespuĆ©s de ser castrado por Cronos, los testĆ­culos de Urano cayeron al mar provocando una espuma de la que brotĆ³ Afrodita. Por lo tanto, Afrodita se considera hija de Urano (dios Cielo) y de Gea (diosa Tierra). Su belleza era tal, que muchos dioses del Olimpo se la disputaban. LlegĆ³ un momento en que Zeus estuvo preocupado y decidiĆ³ poner remedio al asunto. Afrodita debĆ­a casarse y se puso a buscarle marido. Muchos fueron los que Hera, su esposa, le propuso, pero de pronto, Zeus se decidiĆ³ por uno: 
-¡La casaremos con Hefesto!
-No puedes hacer eso –le recriminĆ³ Hera-, ella es bella, y Ć©l es… 
-Es feo, lo sĆ©. Pero nuestro hijo se merece que le recompensemos despuĆ©s de tantos aƱos fuera del Olimpo y despreciado por todos. AdemĆ”s, necesitamos tenerlo contento y animado para la lucha contra los gigantes de Gea. 
-Contento seguro, pero no creo que le quede mucha fuerza para luchar. 
Zeus riĆ³ la ocurrencia de su esposa. MĆ”s tarde, anunciĆ³ la boda de Hefesto y Afrodita que tendrĆ­a lugar en el Olimpo y se celebrarĆ­a por todo lo alto. Al enterarse Afrodita, cogiĆ³ un gran berrinche, pues no le apetecĆ­a nada casarse con alguien como Hefesto, teniendo tantos pretendientes a cual mĆ”s bello. 

Mientras tanto, en la Tierra, IxiĆ³n vagaba desesperado y clamaba a los dioses que le perdonaran y se apiadaran de Ć©l. ¿QuĆ© habĆ­a hecho IxiĆ³n? HacĆ­a poco que se habĆ­a casado con la hija de Deyoneo. DespuĆ©s de la boda, Deyoneo le pidiĆ³ a IxiĆ³n que le pagara lo que le habĆ­a prometido por su hija, pero IxiĆ³n se negĆ³ y su suegro le cogiĆ³ en prenda sus yeguas, en vista de lo cual le prometiĆ³ que muy pronto le pagarĆ­a. Un dĆ­a le invitĆ³ a una fiesta, y despuĆ©s de comer, lo arrojĆ³ a un foso de carbones ardiendo. Este crimen hizo que la gente lo despreciara y tuvo que huir. Y mientras vagaba de un lado a otro tuvo tiempo de reflexionar por su crimen, y arrepentido clamaba con desesperaciĆ³n a los dioses. Zeus le oyĆ³. 
-No –le recriminĆ³ Hera-, no traigas a ese criminal hasta aquĆ­. Lo que ha hecho no tiene perdĆ³n. 
-Pero mujer –le respondiĆ³ Zeus- ¿quiĆ©n no ha hecho locuras por amor? 
Zeus lo perdonĆ³ y lo invitĆ³ a la boda de Afrodita y Hefesto. 

Durante la fiesta, IxiĆ³n y Hera hicieron tan buenas migas, que el mortal se derretĆ­a con los encanto y belleza de la diosa, y Hera se sentĆ­a alagada por las galanterĆ­as del hombre; tanto que por su mente solo pasaba perderse con Ć©l por algĆŗn lugar donde nadie los viera y de esta forma vengar las muchas cornamentas con que Zeus habĆ­a adornado su cabeza desde que se casaron. No muy lejos de allĆ­, Afrodita solo pensaba en el mal trago de tener que acostarse con Hefesto una vez acabara la fiesta, y para distraer su mente se imaginaba metida en la cama con alguien que tenĆ­a sus ojos puestos en ella hasta el punto de sentirse atravesada por su mirada. Era Ares, el hijo de Zeus y Hera, que no podĆ­a disimular de ninguna manera sus deseos por ella. Afrodita se levantĆ³ de la mesa con la excusa de sentirse indispuesta. No tardĆ³ mucho en levantarse Ares, que la siguiĆ³ disimuladamente. Pronto ambos, escondidos de la mirada de todos, daban rienda suelta a sus deseos. 

Por su parte Hera intentaba algo parecido. IxiĆ³n quiso seguirla, pero se encontrĆ³ con Zeus, que le preguntĆ³ adĆ³nde se dirigĆ­a si aĆŗn no habĆ­a acabado la fiesta. La respuesta fue que solo querĆ­a ir a dar una vuelta para conocer el lugar. Zeus le dejĆ³ marchar, pero tambiĆ©n le siguiĆ³. Al cabo de un rato lo encontrĆ³ con Hera. IxiĆ³n, al verse sorprendido no supo quĆ© hacer ni quĆ© decir; tampoco entendĆ­a quĆ© le estaba ocurriendo a Hera, que se desvanecĆ­a ante sus ojos, disolviĆ©ndose como una nube. Zeus le habĆ­a engaƱado dando la forma de su esposa a una nube. La verdadera Hera se cansĆ³ de esperar a IxiĆ³n, el cuĆ”l deseĆ³ no haber pedido nunca el perdĆ³n de los dioses. Sin embargo, en un principio, Zeus no fue cruel con IxiĆ³n, pues pensĆ³ en sĆ­ mismo, que era el peor de los mujeriegos, asĆ­ que simplemente lo desterrĆ³ y lo devolviĆ³ a vagar por la tierra. 

Afrodita tuvo que conformarse con el marido que Zeus le habĆ­a impuesto, pero no dejaba pasar la ocasiĆ³n de meterse en la cama con Ares cada vez que podĆ­a. Hefesto comenzĆ³ a sospechar. El dios Helios se lo confirmĆ³ y le informĆ³ del lugar de sus encuentros. AsĆ­ que Hefesto les preparĆ³ una trampa; tejiĆ³ una fina pero resistente red de cadenas y las dispuso de tal forma en la cama donde se metĆ­an, que al mĆ”s mĆ­nimo contacto quedarĆ­an atrapados. Una vez que lo consiguiĆ³, Hefesto quiso burlarse de ellos y llamĆ³ a todos los dioses y diosas para que acudieran a verlos. Pero las diosas no quisieron ir a ver tan vergonzoso espectĆ”culo. Los dioses por su parte solo hicieron comentarios jocosos como: a mĆ­ no me importarĆ­a estar ahĆ­ atrapado con Afrodita. Hefesto se los llevĆ³ prisioneros hasta que PoseidĆ³n le pidiĆ³ que los liberara, que Ć©l se encargarĆ­a de hacerles pagar su traiciĆ³n. Pero una vez se vieron libres de las ataduras de la red, Ares y Afrodita salieron corriendo a toda velocidad. CorrĆ­an y corrĆ­an, cada vez mĆ”s de prisa, cada vez mĆ”s lejos; libres, hasta un lugar donde nadie los encontrara jamĆ”s. 

Hasta Zeus llegaron unas risas. AllĆ­ abajo, en la Tierra, alguien se estaba mofando de los dioses. IxiĆ³n, el muy sinvergĆ¼enza y desagradecido, alardeaba de haber seducido a la esposa de Zeus. Las risas eran cada vez mĆ”s fuertes, hasta que de un cielo resplandeciente y sin nubes cayĆ³ un rayo que fulminĆ³ al ingrato IxiĆ³n, para mĆ”s tarde ser condenado al inframundo, donde padecerĆ­a un castigo eterno. 

Hermes esperĆ³ a la orilla del rĆ­o hasta que HĆ©rcules llegĆ³ a toda velocidad con la barca en la que trasportaba a Teseo y al perro Cerbero. 
-No he venido precisamente a recibirte – le dijo-, tu ya conoces el camino de vuelta. 
Hermes llevaba como prisionero a IxiĆ³n, al cual atarĆ­a con serpientes a una rueda de fuego que darĆ­a vueltas sin cesar durante toda la eternidad. Aquella rueda solo se pararĆ­a durante poco tiempo el dĆ­a que llegĆ³ Orfeo, que con su mĆŗsica hizo que a Hades se le ablandara el corazĆ³n y suspendiera todos los castigos durante unos momentos. Pero esa… es otra historia.



Orfeo
Era capaz de calmar a las bestias salvajes, de mover Ć”rboles y rocas y detener el curso de los rĆ­os. Y lo hacĆ­a con su mĆŗsica y sus cantos. JasĆ³n lo sabĆ­a, y por eso quiso contar con Ć©l en la expediciĆ³n de los Argonautas en busca del Vellocino de Oro. Las Sirenas vivĆ­an en tres pequeƱas islas rocosas llamadas Sirenum scopuli y cantaban hermosas canciones que atraĆ­an a los marineros hacia ellas. Entonces los devoraban. Cuando Orfeo oyĆ³ sus voces, sacĆ³ su lira y tocĆ³ su mĆŗsica, que era mĆ”s bella que la de ellas, tapĆ”ndola y ahogĆ”ndola. De este modo consiguieron atravesar la zona sanos y salvos.

Un dĆ­a conociĆ³ a la ninfa EurĆ­dice y se enamorĆ³ locamente de ella; poco despuĆ©s deciden casarse. El dĆ­a de la boda, EurĆ­dice es raptada por un pastor llamado Aristeo, que tambiĆ©n estaba enamorado de ella. Pero una vez llegados al bosque donde Aristeo la condujo, EurĆ­dice escapa y sale corriendo. En su huida es mordida por una vĆ­bora y la muchacha muere. Orfeo queda desolado y cae en una profunda tristeza. Sus canciones a orillas del rĆ­o EstrimĆ³n hicieron llorar de pena a todas las ninfas y todos los dioses, que le aconsejaron bajar al inframundo a buscar a su amada. Orfeo, desesperado como estaba, decidiĆ³ seguir el consejo.

Camino de las profundidades del inframundo, Orfeo tuvo que sortear muchos peligros, de los que saliĆ³ airoso empleando su mĆŗsica. Al llegar, pidiĆ³ a Caronte que lo llevara en su barca hasta la otra orilla de la laguna Estigia, a lo que Caronte se negĆ³. Orfeo comienzĆ³ entonces a tocar su lira provocando el embelesamiento del barquero, quien finalmente accediĆ³a cruzarlo al otro lado. De la misma manera convenciĆ³ al can Cerbero, el guardiĆ”n del infierno, para que le abriera las puertas de Ć©ste. Su mĆŗsica, ademĆ”s, provocĆ³ que todos los tormentos del inframundo se detuvieran por primera vez. Cuando estuvo frente a Hades, Orfeo suplicĆ³ por su amada. El corazĆ³n de Hades y su esposa PersĆ©fone, que habĆ­an escuchado su mĆŗsica, se habĆ­a ablandado tanto que accedieron a su peticiĆ³n, pero con la condiciĆ³n de que Ć©l cami￾nase delante de ella y no mirase atrĆ”s hasta que hubieran alcanzado el mundo superior y los rayos de sol baƱasen a la mujer.

Orfeo no volviĆ³ la cabeza en todo el trayecto, a pesar de sus ansias por contemplar a su amada. Ni siquiera se volvĆ­a para asegurarse de que EurĆ­dice estuviera bien cuando pasaban junto a un demonio o corrĆ­an algĆŗn otro peligro. Orfeo y EurĆ­dice llegaron finalmente a la superficie. Entonces, ya por la desesperaciĆ³n, Orfeo volviĆ³ la cabeza para verla; pero ella todavĆ­a no habĆ­a sido completamente baƱada por el sol y aĆŗn tenĆ­a un pie en el camino del inframundo. En ese momento ella le es arrebatada, se convierte de nuevo en sombra y Ć©l es expulsado del infierno, quedando definitivamente separado de su amada. Orfeo intentĆ³ regresar al inframundo, pero Caronte le negĆ³ el paso, y de nada sirviĆ³ ya la mĆŗsica para convencerlo. AsĆ­, sin motivo alguno por el cual vivir, se retirĆ³ a Eurydice y Orfeo - Russell los montes RĆ³dope y Hemo, donde permaneciĆ³ tres aƱos. Orfeo seguĆ­a cantando y tocando la lira, lo que provocĆ³ que hasta los Ć”rboles se conmovieran. En esos montes, fue visto por las Bacantes tracias, adoradoras del dios Dioniso, quienes le piden que toque alguna pieza de su repertorio. Como Orfeo se niega, Ć©stas le cortan la cabeza y la arrojan al rĆ­o. La cabeza fue a parar al mar, y, cerca de la isla de Lesbos, una serpiente quiso comĆ©rsela, pero Apolo la transformĆ³ en roca. Por su parte, Dioniso castigĆ³ a las Bacantes convirtiĆ©ndolas en Ć”rboles. Una vez muerto, Orfeo no tuvo problemas para volver al inframundo, y esta vez Caronte no pudo negarle el paso. AllĆ­, por fin encontrĆ³ de nuevo a su amada EurĆ­dice, donde nunca mĆ”s se separaron.

La batalla de los gigantes
Resulta difĆ­cil coordinar las historias mitolĆ³gicas, al existir casi siempre varias versiones de un hecho, tal es el caso de Hera, que unos cuentan que luchĆ³ en la guerra contra los Titanes y otros que fue puesta al resguardo de sus tĆ­os OcĆ©ano y Tetis, que se habĆ­an declarado neutrales. Mucho mĆ”s difĆ­cil resulta ordenarlas cronolĆ³gicamente. En la batalla de los gigantes se dice que lucharon hijos de Zeus y Hera que supuestamente se habĆ­an casado hacĆ­a poco tiempo, como mucho diez aƱos si lo hicieron antes de la guerra contra los Titanes, o muchos menos si lo hicieron despuĆ©s. En cualquiera de los casos eran unos niƱos. Claro que, para eso eran dioses

 El combate contra TifĆ³n y Aquidna no fue mĆ”s que el principio. Gea enfureciĆ³ al ver muerto a su hijo y creĆ³ a otros gigantes aĆŗn mĆ”s temibles y fieros, que ademĆ”s, eran indestructibles y no podĆ­an ser muertos por ningĆŗn dios. Zeus dio la voz de alarma, la guerra de Titanes habĆ­a acabado, pero aĆŗn tendrĆ­an que librar la peor de las batallas. Zeus sabĆ­a que los Gigantes no podrĆ­an morir a manos de los dioses a no ser que un mortal luchara al lado de estos. TenĆ­an puesta su esperanza en HĆ©rcules, pero este tardaba en llegar. ¿DĆ³nde estaba HĆ©rcules? 

Euristeo siempre se echaba a temblar cuando llegaba HĆ©rcules, pero esta vez se cagĆ³ por las patas abajo y se escondiĆ³ en una tinaja cuando lo vio llegar con un perro enorme con tres cabezas. 
-AquĆ­ tienes a Cerbero y con esto concluyo todos mis trabajos. He pagado mi penitencia. No os debo nada ni a ti ni a los dioses. 
HĆ©rcules soltĆ³ a Cerbero que se abalanzĆ³ contra la tinaja. Euristeo, dentro de ella, terminĆ³ de hacĆ©rselo todo encima. Antes de que el perro consiguiera romperla y tragĆ”rselo, HĆ©rcules cogiĆ³ de nuevo las cadenas y emprendiĆ³ el viaje de vuelta al inframundo para devolverselo a Hades. No habĆ­a tiempo que perder. Los dioses lo esperaban, sus flechas eran lo Ćŗnico capaz de matar a los gigantes de Gea. 

A falta de que HĆ©rcules llegara, los dioses no se desenvolvĆ­an mal. Hefesto por ejemplo, descargaba su rabia de marido engaƱado y abandonado contra el gigante Mimas, que fue vĆ­ctima de una gran masa fundida que le cayĆ³ encima. Aquella masa se convertirĆ­a en el monte Vesubio, y allĆ­ sigue preso Mimas. Pero la batalla definitiva tendrĆ­a lugar en la Tierra Ardiente o Flegra, donde habitaban los gigantes. Los gigantes atacaron primero. Los dioses estaban armados con enormes piedras y troncos de Ć”rboles. Tal como llegaban los iban recibiendo a golpes que les hacĆ­an caer o retroceder, pero volvĆ­an a levantarse y a atacar. Hasta que uno de ellos cayĆ³ al suelo atravesado por una flecha. Era HĆ©rcules que habĆ­a llegado. 

Pero el gigante volviĆ³ a levantarse y los dioses quedaron estupefactos. ¿No debĆ­an matarlos las flechas envenenadas de HĆ©rcules? Atenea sabĆ­a el secreto. Aquel gigante era Alcioneo, el Ćŗnico gigante inmortal, siempre que intentara dĆ”rsele muerte en su tierra. HĆ©rcules entonces llevĆ³ a cabo una estrategia de ataques que arrastrĆ³ al gigante fuera de su territorio sin que Ć©ste se diera cuenta, y entonces, cuando estaba confiado le lanzĆ³ la flecha mortal que acabĆ³ con Ć©l. 

Fue el gigante PorfiriĆ³n quien esta vez atacĆ³ con mĆ”s violencia a HĆ©rcules y lo dejĆ³ fuera de combate. Momento que aprovechĆ³ el gigante para atacar tambiĆ©n a Hera, que quedĆ³ tambiĆ©n abatida debido a la descomunal fuerza del monstruoso gigante. Entonces la cogiĆ³ y se la llevĆ³ lejos de allĆ­ con la intenciĆ³n de violarla. Pero Zeus los siguiĆ³. Cuando Hera vio que su marido estaba cerca hizo un esfuerzo por soltarse del gigante y saliĆ³ huyendo. Mientras el gigante la perseguĆ­a Zeus le lanzĆ³ un rayo y cayo fulminado al suelo. Al intentar levantarse recibiĆ³ la flecha envenenada de HĆ©rcules y muriĆ³. 

Apolo le lanzĆ³ un flechazo en un ojo a Efialtes. El gigante daba tumbos gritando de dolor intentando sacarse la flecha, pero entonces recibiĆ³ una segunda en el otro ojo, esta vez procedente del arco de HĆ©rcules que le matĆ³. Hermes llevaba un casco que le hacĆ­a invisible y se dedicaba a marear al gigante HipĆ³lito. Artemisa era experta tambiĆ©n con el arco y tenĆ­a a GratiĆ³n acosado lanzĆ”ndole una flecha tras otra. Dioniso noqueĆ³ a Eurito, HĆ©cate a Clitio, Hera a Foitos, y asĆ­, uno por uno, todos los gigantes fueron cayendo para ser rematados por las flechas de HĆ©rcules. Fue una gran victoria de los dioses, pero el resultado hubiera sido incierto de no haber sido por la ayuda de HĆ©rcules, el hijo de Zeus, el siempre odiado por Hera, que ahora sin embargo, tenĆ­a que reconocer que la estabilidad del universo volvĆ­a a la normalidad gracias a Ć©l, a un medio humano medio dios que naciĆ³ de la infidelidad del rey de todos los dioses.

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