Los peores temores del general Galib
AsmĆ”, la esposa de Almanzor intentaba distraerse en sus aposentos con otras muchachas mientras algunas esclavas les servĆan infusiones aromĆ”ticas, cuando llegĆ³ un eunuco que portaba una canasta que contenĆa lo que parecĆa ser un regalo envuelto en telas. Lo habĆa traĆdo un mensajero proveniente de tierras del norte, de la frontera con los cristianos. El mensajero era un soldado conocido en palacio y decĆa venir de parte de su marido, por lo tanto era de fiar. La esposa de Almanzor cogiĆ³ la canasta entusiasmada; sin duda era un regalo. Parte de un botĆn conseguido en alguna batalla que Almanzor, impaciente, le habĆa querido hacer llegar. SĆ, parte de un botĆn; sin duda un regalo hermoso para consolar la preocupaciĆ³n en que ella habĆa quedado cuando Ć©l marchĆ³. CogiĆ³ la cesta, apartĆ³ las telas… y un horroroso grito de terror saliĆ³ de la garganta de la muchacha, que acto seguido perdiĆ³ el sentido y cayĆ³ al suelo.
AsmĆ”, la esposa de Almanzor intentaba distraerse en sus aposentos con otras muchachas mientras algunas esclavas les servĆan infusiones aromĆ”ticas, cuando llegĆ³ un eunuco que portaba una canasta que contenĆa lo que parecĆa ser un regalo envuelto en telas. Lo habĆa traĆdo un mensajero proveniente de tierras del norte, de la frontera con los cristianos. El mensajero era un soldado conocido en palacio y decĆa venir de parte de su marido, por lo tanto era de fiar. La esposa de Almanzor cogiĆ³ la canasta entusiasmada; sin duda era un regalo. Parte de un botĆn conseguido en alguna batalla que Almanzor, impaciente, le habĆa querido hacer llegar. SĆ, parte de un botĆn; sin duda un regalo hermoso para consolar la preocupaciĆ³n en que ella habĆa quedado cuando Ć©l marchĆ³. CogiĆ³ la cesta, apartĆ³ las telas… y un horroroso grito de terror saliĆ³ de la garganta de la muchacha, que acto seguido perdiĆ³ el sentido y cayĆ³ al suelo.
Galib, el valeroso general, suegro de Almanzor habĆa mandado mensajeros al conde GarcĆa FernĆ”ndez. Le invitaba a tener una conversaciĆ³n con Ć©l en el lugar en que ahora se encontraba, en Medinacili, todo en son de paz, por supuesto. GarcĆa sabĆa que todo estaba relacionado con los ataques que Ć©l mimo habĆa protagonizado algunos meses antes, pero, ¿quĆ© querrĆa realmente el viejo general? Viejo, sĆ, porque Galib estaba ya cercano a los 80 aƱos. Galib lo recibiĆ³ con amabilidad, y con toda la hospitalidad del mundo, y una vez bien acomodados, Galib hablĆ³:
«Te he hecho venir porque temo por mi vida. Ya sĆ©, ya sĆ© que soy muy viejo y mi vida no vale nada, pero despuĆ©s de una larga carrera militar no quisiera acabar de la forma mĆ”s deshonrosa. Quiero morir luchando, como corresponde a un general, y no asesinado, porque eso es lo que me queda si vuelvo a CĆ³rdoba, morir encerrado en una mazmorra o con un cuchillo clavado en la espalda. Es mi yerno, Almanzor, el que va a por mĆ. Lo sĆ©, quiere acabar conmigo.
»Almanzor se ha ganado a todos los fanĆ”ticos religiosos y su Ćŗltima jugada ha sido ganarse tambiĆ©n a la ciudadanĆa con bajadas de impuestos. Ahora todos le tienen por un hombre fiel a las escrituras, temeroso de AlĆ”, que cumple la ley escrupulosamente y que ama a su pueblo bajando impuestos. El pueblo no ve los crĆmenes que comete, y los religiosos no quieren verlo. Solamente una parte de la aristocracia es consciente de las horas sombrĆas que vive CĆ³rdoba, pero se trata de una minorĆa que tiene miedo a correr la misma suerte que aquellos que quisieron alzar en el trono al nieto de AbderramĆ”n. No, nadie alzarĆ” una mano contra Ć©l por temor a perderla, ademĆ”s de la cabeza.
»La Ćŗltima artimaƱa ha sido encerrar al joven califa, anularlo completamente de la vida pĆŗblica, ahora nadie puede verlo ni hablar con Ć©l. ConvocĆ³ a los jueces y religiosos para anunciar la decisiĆ³n de HishĆ”m: encerrarse y dedicarse en cuerpo y alma a la oraciĆ³n y la meditaciĆ³n. Ha construido una fortaleza dentro de Medina Azahara, rodeada de un doble foso, con la excusa de que asĆ no podrĆ” ser molestado, pero lo Ćŗnico que quiere asegurar es que no pueda escapar. Solamente una pasarela fuertemente custodiada permite entrar y salir. La Ćŗnica verdad es que el califa estĆ” preso. Ahora Almanzor tiene el poder absoluto. En las Ćŗltimas semanas no han parado de entrar tropas procedentes de Ćfrica, bereberes mercenarios que Ć©l mismo ha comprado, teme que yo pueda volverme contra Ć©l. Sabe que siempre he sido fiel al califa y nunca le he negado que lo sigo siendo incluso del pequeƱo Hisham, y eso en estos momentos es como estar en su contra. Por eso no voy a volver a CĆ³rdoba, presentarme allĆ es como ir directo a la cĆ”rcel o a la tumba. Quiero luchar junto a las tropas cristianas, despuĆ©s de todo, yo nacĆ cristiano, y asĆ quiero morir. Mi ejĆ©rcito me es fiel y no os defraudaremos.»
La batalla tuvo lugar en los alrededores del castillo de San Vicente, en Atienza, era el 10 de julio de 981. Las tropas castellanas venĆan reforzadas por un ejĆ©rcito navarro que sĆ habĆa atendido su llamada, y ahora ademĆ”s contaban con el potente ejĆ©rcito de Galib. Por su parte, Almanzor traĆa tras de sĆ un numerosĆsimo ejĆ©rcito de bereberes. Todo estaba listo para el combate. Los hombres de GarcĆa salieron del castillo y se dirigĆan a unirse a los de Galib, que habĆan acampado la noche anterior en sus inmediaciones. Galib montĆ³ en su caballo. No podrĆa hacer gran cosa en la batalla, pues su brazo era ya demasiado viejo para empuƱar la espada, pero estarĆa dirigiendo e infundiendo valor a sus hombres. Pero el destino, a veces es cruel, y Ć©ste se habĆa empeƱado en que el valiente general no tuviera una muerte digna. De camino al encuentro con GarcĆa, una serpiente se cruzĆ³ con su caballo, que se encabritĆ³ y tirĆ³ al suelo a su jinete. En otros tiempos, Galib habrĆa resistido encima de su montura ese encabritamiento y otras maniobras mĆ”s peligrosas. Pero a su edad, Galib cayĆ³ al suelo y no solo se fracturĆ³ algunas costillas, sino que se abriĆ³ la cabeza con una piedra y muriĆ³ en el acto. Al ver a su general muerto, sus hombres no podĆan creerlo. Unos hombres que de verdad apreciaban a su general y que ahora sin Ć©l no estaban dispuestos a luchar. El ejĆ©rcito entero se retirĆ³.
GarcĆa estaba ahora en inferioridad, aquello era un terrible percance con el que no habĆa contado, y la superioridad numĆ©rica de los bereberes acabĆ³ con una victoria de Almanzor en la que incluso el mismo GarcĆa terminĆ³ herido antes de retirarse. Y una vez puesto el ejĆ©rcito cristiano en fuga, Almanzor bajĆ³ de su caballo y dio orden de buscar a Galib, pues ya habĆa sido informado del motivo por el que sus hombres no habĆan querido luchar. Puede ser que muchos de ellos, por temor a represalias se hubieran unido a los de Almanzor. Y una vez encontrado el cuerpo…
-Que un jinete se adelante a toda velocidad hacia CĆ³rdoba con esta cesta y se la entregue a mi esposa. Que vea cĆ³mo acaban los traidores.
Antes de partir Almanzor a la batalla, AsmĆ” habĆa llorado y suplicado a su esposo que respetara la vida de su padre. Almanzor no la escuchĆ³, y por el camino solo pensaba en el placer que le causarĆa matarlo Ć©l mismo. El triste destino de Galib le privĆ³ de ese placer, pero nadie le habĆa podido privar de cortarle la cabeza para llevar a cabo la crueldad de enviĆ”rsela a su propia hija.
El poder absoluto del dictador
El poder absoluto del dictador
Lo que acaba de ocurrir en CĆ³rdoba es un golpe de estado en toda regla, donde se ha alzado una dictadura militar. Almanzor ha ido eliminando uno a uno a todos sus oponentes o posibles obstĆ”culos. Primero asesinĆ³ personalmente (por encargo del visir Al-Mushafi) al hermano del difunto califa AlhakĆ©n. Luego envĆa a prisiĆ³n al visir que habĆa pasado a ser primer ministro y regente del califa menor de edad. Por cierto, este visir muriĆ³ misteriosamente asesinado en la cĆ”rcel. Y las Ćŗltimas dos jugadas, secuestrar literalmente al pequeƱo Hisham y deshacerse de su suegro, el general Galib.
Por el camino, tambiĆ©n quedaron otros como el prefecto de CĆ³rdoba y sus supuestos cĆ³mplices, cuando intentaron apoyar al nieto de AbderramĆ”n al ver las irregularidades del gobierno. Y para tener apoyo incondicional se ha ganado a los jueces de la ley islĆ”mica. Solo le faltaba el apoyo militar y ahora lo tiene, pues no solo se ha deshecho de su suegro, sino de los principales jefes y generales del ejĆ©rcito, unos han desaparecido misteriosamente, otros han sido enviados a misiones de donde no volvieron o han sido acusados de traiciĆ³n. Ahora, Almanzor tiene su propio ejĆ©rcito que ha crecido hasta los 70.000 hombres, y sus propios jefes de confianza, a los cuales tiene bien pagados. 70.000 hombres nada menos, muchos de ellos venidos de Ćfrica. Hasta a Roma le costĆ³ reunir un ejĆ©rcito semejante cuando se enfrentĆ³ a Anibal en Cannas.
Por el camino, tambiĆ©n quedaron otros como el prefecto de CĆ³rdoba y sus supuestos cĆ³mplices, cuando intentaron apoyar al nieto de AbderramĆ”n al ver las irregularidades del gobierno. Y para tener apoyo incondicional se ha ganado a los jueces de la ley islĆ”mica. Solo le faltaba el apoyo militar y ahora lo tiene, pues no solo se ha deshecho de su suegro, sino de los principales jefes y generales del ejĆ©rcito, unos han desaparecido misteriosamente, otros han sido enviados a misiones de donde no volvieron o han sido acusados de traiciĆ³n. Ahora, Almanzor tiene su propio ejĆ©rcito que ha crecido hasta los 70.000 hombres, y sus propios jefes de confianza, a los cuales tiene bien pagados. 70.000 hombres nada menos, muchos de ellos venidos de Ćfrica. Hasta a Roma le costĆ³ reunir un ejĆ©rcito semejante cuando se enfrentĆ³ a Anibal en Cannas.
¿Y de dĆ³nde sacaba tanto dinero Almanzor? Se habla de caravanas que llegaban de Ćfrica y mercaderes que llegaban a la penĆnsula cruzando Gibraltar. Ahora esos mercaderes eran hombres de Almanzor, que transportaban el oro de sus propias minas, con unos mineros que no eran otra cosa que esclavos, muchos de ellos cristianos secuestrados en el norte de EspaƱa. Otros ingresos provenĆan precisamente de ahĆ, del norte de EspaƱa, donde no paraba de golpear y arrasar en un lugar tras otro. Con estas prĆ”cticas, no solo mantenĆa activo a su gigantesco ejĆ©rcito, sino que podĆa tenerlo bien pagado. Almanzor tenĆa ahora el poder absoluto, puesto que ya no le quedaban enemigos que eliminar. Y a todo esto, ¿dĆ³nde estĆ” Subh? Subh estĆ” recluida en sus aposentos sin parar de llorar por la desgracia en la que han caĆdo su hijo y ella. Ha sido apartada por completo de todo lo que tenga que ver con el gobierno, Subh ya no es la que era, ahora ya no manda nada. Y llegados a este punto, hay que reflexionar sobre estos hechos que los historiadores no dejan demasiado claros. ¿Por quĆ© estĆ” Hisham recluido y por quĆ© Subh, su madre estĆ” apartada del poder? La respuesta mĆ”s simple estĆ” en lo que ya se ha contado anteriormente, es decir, eran un obstĆ”culo para Almanzor y los ha quitado de enmedio. Pero la cosa no es tan simple, estĆ”n los jueces de la ley islĆ”mica que sobre todo velan porque en el califato gobiernen los sucesores legĆtimos de los califas. Apartar a Hisham no es tan fĆ”cil. Hemos dicho que Almanzor anunciĆ³ pĆŗblicamente que Hisham habĆa decidido dedicarse en cuerpo y alma a la oraciĆ³n y a la meditaciĆ³n, y que para ello habĆa elegido recluirse en una especie de fortaleza fuertemente vigilada. Es muy extraƱo que los jueces no pidieran que Hisham en persona hiciera esa declaraciĆ³n, pues no es muy creĆble que la sola palabra de Almanzor bastara, lo mĆ”s lĆ³gico serĆa pensar que los jueces preguntaran al joven califa en persona.
Subh, por ejemplo, podĆa haber acudido a los jueces para desmentirlo. Por otra parte, Hisham era ya un jovencito de 13 o 14 aƱos, es decir, lo suficientemente mayor para entender lo que le estaba ocurriendo. Por lo tanto, hay que preguntarse quĆ© pudo pasar para que todo le saliera tan bien al usurpador Almanzor. ¿EntrĆ³ Hisham voluntariamente a la fortaleza? Pudiera ser que al joven le hubieran estado convenciendo desde muy temprana edad para que esa fuera su decisiĆ³n, pero en ese caso, ¿no estaba su madre cerca de Ć©l para convencerlo de lo contrario? Porque una cosa sĆ queda clara, que Subh no fue cĆ³mplice para encerrar a su hijo, puesto que, como veremos mĆ”s adelante, Subh quiso conspirar contra su antiguo amante en mĆ”s de una ocasiĆ³n. Otra hipĆ³tesis podrĆa ser que Hisham tuviera algĆŗn tipo de discapacidad mental y Almazor se aprovechara de esa circunstancia. Y por Ćŗltimo, quizĆ”s Almanzor tenĆa amenazados a ambos, es decir, a Hisham con matar a su madre, si no cumplĆa, y a su madre con matar a Hisham. En vista de cĆ³mo se las gastaba el tarifeƱo, no es de extraƱar que ambos estuvieran poco menos que paralizados por el temor de que llevara a cabo sus amenazas. Sea como fuere, Hisham estaba preso y Subh apartada del poder, aquĆ solo mandaba Almanzor. Pero no era suficiente, el dictador querĆa mĆ”s.
¿QuĆ© querĆa ahora Almanzor? Estamos cercanos al aƱo 1000. Almanzor habĆa tenido dos hijos con AsmĆ”, uno de ellos prĆ³ximo a la mayorĆa de edad. En estos momentos es el que manda en el califato de CĆ³rdoba, porque Hisham, el verdadero califa, estĆ” recluido con la excusa de que se dedica Ćŗnica y exclusivamente a orarle a AlĆ”. Aunque algunas fuentes apuntan tambiĆ©n a que Hisham padecĆa algĆŗn tipo de incapacidad que le impedĆa ejercer como gobernante. Almanzor, por lo tanto, tiene todo el poder y ha convertido Al-Ćndalus es una dictadura militar con 70.000 soldados que arrasan los reinos cristianos y en las mismas ciudades de Al-Ćndalus se comportan como verdaderos bandidos. Es la manera, no solo de tener a raya a los cristianos, sino de controlar que en el mismo califato no haya revueltas. Almanzor solo temĆa al dĆa en que Hisham fuera mayor de edad, pero como ya se ha dicho, Ć©ste muchacho padecĆa algĆŗn problema que le impedĆa ejercer sus funciones.
A pesar de eso, Hisham dejĆ³ escritos algunos versos en los cuales se deja ver la pesadumbre que este chico sentĆa en su encierro. Sea como fuere, Almanzor seguĆa siendo el mandamĆ”s de Al-Ćndalus, y a pesar de todo, todavĆa no estaba satisfecho. ¿QuĆ© querĆa ahora Almanzor? Veamos. Ha ascendido de la nada y estĆ” en lo mĆ”s alto, pero una vez que muera, todo su poder volverĆ” al califato, a Hishan o a su posible descendiente, o a cualquier familiar de la dinastĆa de AbderramĆ”n, pero nunca a un hijo de Almanzor que no tiene ninguna legitimidad. Y eso habĆa que arreglarlo. ¿CĆ³mo? ¿De dĆ³nde llegĆ³ Ć©l? De la nada; pues de la nada inventarĆ” una nueva dinastĆa. Almanzor se convertirĆ” en rey. ¿Y quĆ© ocurre en CĆ³rdoba, le van a dejar autoproclamarse rey asĆ, por las buenas? Almanzor se ha ganado el favor de los jueces islĆ”micos, ha ido eliminando a cuantos se le han opuesto y tiene espĆas bien pagados en los rincones mĆ”s insospechados, y sobre todo, tiene un poderoso ejĆ©rcito en Al-Ćndalus y apoyos en el norte de Ćfrica. AĆŗn asĆ Subh (Aurora) la madre del desgraciado Hisham tambiĆ©n tiene quien le apoya y no estĆ”n en absoluto de acuerdo con la polĆtica de Almanzor. Pero el dictador estaba decidido a seguir adelante en su afĆ”n de convertirse en rey.
HacĆa tiempo que habĆa mandado construir su propia ciudad-residencia. Si la ciudad del califa se llamaba Medina Azahara, la suya se llamarĆa Medina Al-Zahira. Y allĆ se trasladĆ³ a vivir convirtiendo Medina Al-Zahira en la nueva sede del gobierno. Pero el tesoro seguĆa en Medina Azahara, y fue cuando Aurora consiguiĆ³ esconder buena parte de Ć©ste. ¿Para quĆ©? Pronto lo veremos. El caso es que los espĆas de Almanzor no tardaron en informar de que parte del tesoro habĆa desaparecido. Este hecho le vino de perlas a Almanzor, pues ya tenĆa excusa para acusar a Aurora de malversaciĆ³n de fondos. Pero Aurora era nada menos que la madre del califa y esto la librĆ³ de ser acusada de nada. AĆŗn asĆ, Almanzor consiguiĆ³ trasladar el tesoro a su flamante palacio. Aurora tenĆa ahora parte del tesoro y libertad para moverse sin la vigilancia de Almanzor, o eso creĆa ella. Era hora pues, de atacar y conspirar contra el dictador. ¿Y quiĆ©n la apoyarĆa en esta peligrosa conspiraciĆ³n? Pues nada menos que el hijo menor de Almanzor. Curiosa circunstancia, pues se va a dar el caso de ver al hijo de Almanzor al lado del conde Fernan GonzĆ”lez, y a la vez, al hijo de GonzĆ”lez al lado de Almanzor. Ninguno de los dos estĆ” de acuerdo con las polĆticas de sus respectivos padres. Por su parte, Aurora jugarĆ” a un juego muy peligroso, mientras tanto, Almanzor sigue en su empeƱo de autoproclamarse rey con derecho a que sus descendientes hereden el trono.
La tristeza de Hisham
“¿No es asombroso que alguien como yo vea lo mĆ”s insignificante inaccesible para Ć©l, y que todo el mundo sea gobernado en su nombre aunque nada estĆ© en su mano?”
Hisham II, califa de CĆ³rdoba.
Investigando un poco, es posible entender por quĆ© Subh, la madre de Hisham, aguantĆ³ que Almanzor encerrara a su hijo en una fortaleza con la excusa de que el niƱo se dedicarĆa en cuelrpo y alma a la oraciĆ³n. Hisham estaba enfermo. Y no solo eso, la ley islĆ”mica no permitĆa que un incapacitado fuera gobernante. Algunos historiadores se preguntan cĆ³mo es posible que Hisham no reclamara sus derechos al alcanzar la mayorĆa de edad.
Un tal Al- Hiyari, historiador y escritor de la biografĆa del califa asegura que Hisham estaba enfermo, tenĆa problemas de motricidad y paralizada la parte izquierda de la cara, ademĆ”s de ser disminuido mental. No falta quien piensa que Al-Hiyan exagera los problemas del califa. Sin embargo, muchos otros vienen a confirmar sus afirmaciones y se apoyan en los hechos de las poquĆsimas apariciones pĆŗblicas de Hisham. Y lo mĆ”s asombroso de todo, en sus apariciones siempre iba con un velo que le cubrĆa la parte izquierda de la cara.
Por lo tanto, Subh, su madre, posiblemente fue la primera interesada en “esconder” a su hijo, apartarlo de la vida pĆŗblica. Hisham prodrĆa haber sido perfectamente apartado del poder, asĆ que “encerrarlo” y nombrar un tutor era una soluciĆ³n mĆ”s que aceptable. Subh podĆa seguir disfrutando de su particular parcela de poder y a Almanzor la ocasiĆ³n se la pintaban calva. Solo asĆ puede explicarse que el propio Hisham, que ya contaba aproximadamente unos 14 o 15 aƱos no se opusiera a su encierro. Ahora bien, Hisham tenĆa la mente lo suficientemente lĆŗcida para entender su situaciĆ³n, y esto fue un verdadero tormento, pues, como puede deducirse en los versos que de Ć©l se conservan, el pequeƱo califa se sentĆa triste.
Rey de Al-Ćndalus
Pues parece ser que sĆ. Es la habilidad del verdadero dictador que con propuestas populistas consigue que los mĆ”s humildes pasen a verlo como un verdadero salvador. Medidas como hacer fabricar miles de panes para repartir entre los mĆ”s pobres en los inviernos mĆ”s duros, o supresiĆ³n de impuestos le hacĆan ganarse la popularidad del mĆ”s humilde, desvalido o ignorante. Y mientras tanto, Abd al-Malik se encargaba de supervisar el desalojo del tesoro, que serĆa trasladado desde Medina Azahara a Medina Al-Zahira. Subh lloraba al tiempo que lanzaba todo tipo de improperios contra el hijo mayor de Almanzor, recientemente nombrado primer ministro, pero Ć©ste permanecĆa impasible. Ćnicamente, antes de salir del palacio le preguntĆ³ quĆ© pensaba hacer con el dinero sustraĆdo y que nadie habĆa podido encontrar, a lo que la infeliz Aurora respondiĆ³ con ironĆa que pensaba donarlo a los pobres. Abd al-Malik marchĆ³ sin decir nada mĆ”s, pues tenĆa orden de no molestarla.
La conspiraciĆ³n de Subh
AsmĆ”, la esposa de Almanzor, lloraba desconsolada una vez mĆ”s. Le volvĆa a la mente una y otra vez la imagen del cesto cuyo interior contenĆa la cabeza de su padre. Desde entonces odiaba al monstruo de su marido con todas sus fuerzas. Le hubiera matado ya, si hubiera podido. Pero bien se guardaba Ć©l de no facilitarle ese gozo. Desde aquel dĆa habĆa dejado de ser su favorita, si es que alguna vez lo fue. Pero, ¿quĆ© habĆa ocurrido ahora para que AsmĆ” llorara de nuevo con el corazĆ³n destrozado? Subh, la madre de Hisham, habĆa conseguido sacar de palacio 80.000 dinares de oro escondido en tinajas. El tesoro mĆ”s dulce del mundo, pues las tinajas iban llenas de miel para disimular las monedas. Parte de este tesoro irĆa destinado al virrey de Ćfrica Ziri Ben Atiya, con el cual estaba tramando un plan: derrocar a Almanzor. No estĆ” claro si el dinero llegĆ³ al virrey. Quien sĆ llegĆ³ hasta Ć©l fue el hijo mayor y primer ministro de Al-Ćndalus, Abd al-Malik. ¿QuĆ© hacĆa Abd al-Malik en Ćfrica? Parece ser que se habĆa llegado hasta allĆ a controlar una revuelta en las que siempre andaban enredados por el Magreb. No obstante, tambiĆ©n le habĆa llegado el rumor de que “alguien” pretendĆa comprar a este virrey para un feo asunto, como podĆa ser la conspiraciĆ³n contra el “rey generoso” de Al-Ćndalus.
Por supuesto, el virrey negĆ³ tener nada que ver con aquel feo asunto y renovĆ³ su juramento de fidelidad hacia Almanzor. Subh se quedĆ³ una vez mĆ”s compuesta y sin conspiraciĆ³n. Pero Subh no fue la Ćŗnica a la que le trocaron los planes, puesto que no fue ella sola la que urdiĆ³ la conspiraciĆ³n. Con ella estaban AbdalĆ” ben Abdelaziz, de familia omeya, mĆ”s conocido como Piedra Seca y que era gobernador de Toledo, y como omeya que era, le dolĆa en el alma la humillaciĆ³n que Hisham sufrĆa. Estaba ademĆ”s AbderramĆ”n ben Mutarrif, gobernador de Zaragoza. Y un tercero, otro AbdalĆ”, nada menos que el hijo de Almanzor, que vivĆa en Zaragoza. Almanzor no tardĆ³ en ponerse en marcha y atacĆ³ las posiciones castellanas. Le habĆan informado que su hijo, el traidor AbdalĆ”, habĆa huido de Zaragoza y habĆa pedido protecciĆ³n al conde GarcĆa FernĆ”ndez. El escenario de la ofensiva son las tierras sorianas. Gormaz, sitio clave en el Duero es sitiada. La batalla fue terrible y los moros son rechazados. GarcĆa FernĆ”ndez, el Ćŗnico lĆder cristiano que hasta ahora ha sido capaz de plantar cara al dictador de Al-Ćndalus, sigue mostrĆ”ndose firme.
Varios meses va a durar esta campaƱa de batallas y asedios. Almanzor, ante el fracaso en Gormaz cambia de rumbo y arrasa otras ciudades. Finalmente decide negociar con el conde castellano, mĆ”s bien le chantajea. Si no le entrega al traidor de su hijo seguirĆ” arrasando cuanta aldea castellana encuentre a su paso. Almanzor sabĆa que el conde podĆa resistir atrincherado en un castillo, pero no seguirle a lo largo y ancho de Castilla. ¿QuĆ© podĆa hacer el conde? Entregar a AbdalĆ” era algo abominable, pero mĆ”s abominable le parecĆa dejar las aldeas castellanas en manos de un asesino sin escrĆŗpulos como Almanzor. AsĆ que tomĆ³ una decisiĆ³n. MandĆ³ un mensajero al dictador con sus condiciones. Solamente le entregarĆa a AbdalĆ” si juraba por AlĆ” que respetarĆa su vida. Almanzor aceptĆ³ la condiciĆ³n. Su hijo conservarĆa la vida. Pero su promesa durĆ³ el tiempo justo en que el desgraciado AbdalĆ” llegĆ³ a su presencia; en aquel momento fue decapitado. AsmĆ” seguĆa llorando y quienes la observaban se preguntaban cĆ³mo era posible que por sus ojos pudiera salir una lĆ”grima mĆ”s. Lloraba y le pedĆa a AlĆ” que le quitara la vida para no sufrir mĆ”s las monstruosidades de aquel demonio que primero decapitĆ³ a su padre y ahora habĆa vuelto a hacer lo mismo con su propio y amado hijo.
La dignidad de GarcĆa FernĆ”ndez
El panorama de la EspaƱa cristiana al filo del aƱo 1000 era triste. La mayorĆa de reyes y condes habĆan pactado la “paz” con el rey cordobĆ©s, Almanzor. GarcĆa FernĆ”ndez, conde de Castilla era el Ćŗnico que mantenĆa su dignidad intacta, pero se estaba quedando solo. Su propio hijo, Sancho GarcĆa, le presionaba para que pactara con el dictador. Pero, ¿quĆ© clase de paz ofrecĆa Almanzor? El dictador ofrecĆa treguas a cambio de vasallaje, pero, ¿cumplĆa Almanzor su palabra? No, no la cumplĆa. Entonces, ¿por quĆ© se sometĆan los nobles al tirano?
Muy fĆ”cil, porque no eran ellos los que sufrĆan las consecuencias, muy al contrario, ganaban privilegios. Los condes que pactaban con Almanzor no solo gozaban de la paz que el dictador les ofrecĆa, sino que incluso recibĆan recompensas y la promesa de no atacar sus tierras, promesas que inmediatamente eran incumplidas. Las aldeas mĆ”s humildes eran arrasadas, sus hombres y mujeres secuestrados y vendidos como esclavos y los botines pasaban a engrosar las ya de por sĆ abarrotadas arcas de Almanzor. Con frecuencia, eran exigidas algunas doncellas para el harĆ©n de palacio, como muestra de buena voluntad y garantizar asĆ la paz. Esa era la paz y seguridad que Almanzor ofrecĆa y que casi todos, a excepciĆ³n de GarcĆa, habĆan aceptado. ¿Por quĆ©, porquĆ© mi padre no puede pactar con Almanzor? ¿Por quĆ© esa obsesiĆ³n con plantar batalla antes de someterse? Era lo que se preguntaba el hijo del conde castellano.
Pero GarcĆa era un hombre Ćntegro y no querĆa paz para Ć©l y miseria para su pueblo. Nunca se someterĆa a ser vasallo del moro. Muerto antes que perder la libertad. De hecho, GarcĆa volvĆa de la frontera de dar algunos escarmientos, pues por culpa de algunos nobles que habĆan sucumbido al oro del moro se habĆan perdido algunos pueblos. Pero, ¿y su hijo Sancho, quĆ© hacer con Ć©l? Sancho estaba en esos momentos en CĆ³rdoba, poniĆ©ndose al servicio de Almanzor, ya que su padre no habĆa querido escucharle. No querĆa pensar en eso ahora. Su Ćŗnica preocupaciĆ³n era reunir soldados suficientes para dar una nueva batalla, hacerle saber al moro que con Ć©l no iba a poder. Morir antes que someterse.
GarcĆa FernĆ”ndez ataca Medinaceli y hace huir a los moros. ProvocaciĆ³n suficiente como para que el propio Almanzor se ponga a la cabeza de su ejĆ©rcito y marche contra el conde. Fue cerca de Alcozar. Las fuentes moras hablan de un encuentro fronterizo casual y una refriega. Las fuentes cristianas hablan de una batalla en toda regla. No estĆ” muy claro quien llevaba las de ganar cuando al conde GarcĆa le rozĆ³ una lanza la cabeza y cayĆ³ al suelo malherido. Ni siquiera sus soldados pudieron socorrerlo, sino que fueron los moros quienes le apresaron y lo llevaron a presencia de Almanzor. Ćste ordenĆ³ que le curaran y lo enviaran inmediatamente a CĆ³rdoba. GarcĆa muriĆ³ al cuarto dĆa y llegĆ³ cadĆ”ver a CĆ³rdoba. AsĆ muriĆ³ el Ćŗltimo conde con suficiente dignidad para oponer resistencia al dictador. La dignidad de GarcĆa FernĆ”ndez no fue pasada por alto y Almanzor fue generoso, ya que entregĆ³ el cadĆ”ver a los cristianos de CĆ³rdoba para que ellos mismos dispusieran su funeral. Sancho GarcĆa, el hijo de GarcĆa FernĆ”ndez, quedaba ahora al mando de Castilla. El pacto con Almanzor ya estaba hecho de antemano. Sancho ya tenĆa lo que querĆa, “paz” para Castilla, o mejor dicho, paz para los poderosos y miseria para los humildes, pues Almanzor tenĆa ahora barra libre para servirse Ć©l mismo.
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La tristeza de Hisham
“¿No es asombroso que alguien como yo vea lo mĆ”s insignificante inaccesible para Ć©l, y que todo el mundo sea gobernado en su nombre aunque nada estĆ© en su mano?”
Hisham II, califa de CĆ³rdoba.
Investigando un poco, es posible entender por quĆ© Subh, la madre de Hisham, aguantĆ³ que Almanzor encerrara a su hijo en una fortaleza con la excusa de que el niƱo se dedicarĆa en cuelrpo y alma a la oraciĆ³n. Hisham estaba enfermo. Y no solo eso, la ley islĆ”mica no permitĆa que un incapacitado fuera gobernante. Algunos historiadores se preguntan cĆ³mo es posible que Hisham no reclamara sus derechos al alcanzar la mayorĆa de edad.
Un tal Al- Hiyari, historiador y escritor de la biografĆa del califa asegura que Hisham estaba enfermo, tenĆa problemas de motricidad y paralizada la parte izquierda de la cara, ademĆ”s de ser disminuido mental. No falta quien piensa que Al-Hiyan exagera los problemas del califa. Sin embargo, muchos otros vienen a confirmar sus afirmaciones y se apoyan en los hechos de las poquĆsimas apariciones pĆŗblicas de Hisham. Y lo mĆ”s asombroso de todo, en sus apariciones siempre iba con un velo que le cubrĆa la parte izquierda de la cara.
Por lo tanto, Subh, su madre, posiblemente fue la primera interesada en “esconder” a su hijo, apartarlo de la vida pĆŗblica. Hisham prodrĆa haber sido perfectamente apartado del poder, asĆ que “encerrarlo” y nombrar un tutor era una soluciĆ³n mĆ”s que aceptable. Subh podĆa seguir disfrutando de su particular parcela de poder y a Almanzor la ocasiĆ³n se la pintaban calva. Solo asĆ puede explicarse que el propio Hisham, que ya contaba aproximadamente unos 14 o 15 aƱos no se opusiera a su encierro. Ahora bien, Hisham tenĆa la mente lo suficientemente lĆŗcida para entender su situaciĆ³n, y esto fue un verdadero tormento, pues, como puede deducirse en los versos que de Ć©l se conservan, el pequeƱo califa se sentĆa triste.
Rey de Al-Ćndalus
En el califato cordobĆ©s no se contemplaban la divisiĆ³n de poderes. El propio califa era jefe polĆtico, religioso, jurĆdico y militar. En especial, al contrario de lo que ocurrĆa en el mundo cristiano, los poderes polĆticos y religiosos eran indisolubles. Pero el hecho de que Almanzor estuviera al mando polĆtico y militar con el califa recluido en su propio palacio habĆa llevado al califato a una situaciĆ³n singular en la que sĆ habĆa una divisiĆ³n de poderes. Esta situaciĆ³n iba a ser oficializada por Almanzor. ¿Para quĆ©? Para poder ser rey y fundar una nueva dinastĆa con derecho a nombrar herederos. La dinastĆa AmirĆ. El verdadero nombre de Almanzor era Abu Amir, y de AmĆr saliĆ³ lo de dinastĆa AmirĆ.
HabĆa que cambiar algunas leyes, y al final, la cosa quedaba en que el califa podĆa seguir siendo califa siendo compatible con la nueva monarquĆa islĆ”mica en la que Abu Amir serĆa rey y su primogĆ©nito el heredero. La idea era, que una vez muerto Almanzor, su dinastĆa se perpetuara en el tiempo y el califato llegara a desaparecer. En el aƱo 991 Abu ŹæAmir Muhammad ben Abi ŹæAmir al-MaŹæafirĆ se atribuye a sĆ mismo los tĆtulos de Sayyid (seƱor) y Malik Karim (rey generoso) y el nuevo nombre de Al-Manį¹£Å«r (Almanzor) que significa el Victorioso. Al mismo tiempo, aprovechando que su hijo Abd al-Malik llega a la mayorĆa de edad, lo nombra Hayib (primer ministro). Y para que quedara constancia en todos los documentos de quiĆ©n era el que mandaba en Al-Ćndalus, a partir de aquel momento serĆan sellados por su sello personal, y no el del califa. La dictadura andalusĆ bajo la monarquĆa islĆ”mica AmirĆ quedaba oficializada.
¿Y nadie movĆa un dedo para impedir tanto despropĆ³sito? SĆ, pero aquellos movimientos eran mĆ”s bien tĆmidos y endebles, el panorama no estaba como para que nadie te seƱalara. No olvidemos cĆ³mo se las gastaba Almanzor contra sus oponentes. AdemĆ”s, no habĆa dejado ningĆŗn cabo suelto y se habĆa prevenido contra cualquier rebeliĆ³n en todos los rincones de Al-Ćndalus, donde habĆa enviado militares bereberes –siempre muy bien pagados- que se comportaban como verdaderas fuerzas de ocupaciĆ³n. Era el rĆ©gimen del terror. Y a pesar de todo, el pueblo… ¿le amaba?
Pues parece ser que sĆ. Es la habilidad del verdadero dictador que con propuestas populistas consigue que los mĆ”s humildes pasen a verlo como un verdadero salvador. Medidas como hacer fabricar miles de panes para repartir entre los mĆ”s pobres en los inviernos mĆ”s duros, o supresiĆ³n de impuestos le hacĆan ganarse la popularidad del mĆ”s humilde, desvalido o ignorante. Y mientras tanto, Abd al-Malik se encargaba de supervisar el desalojo del tesoro, que serĆa trasladado desde Medina Azahara a Medina Al-Zahira. Subh lloraba al tiempo que lanzaba todo tipo de improperios contra el hijo mayor de Almanzor, recientemente nombrado primer ministro, pero Ć©ste permanecĆa impasible. Ćnicamente, antes de salir del palacio le preguntĆ³ quĆ© pensaba hacer con el dinero sustraĆdo y que nadie habĆa podido encontrar, a lo que la infeliz Aurora respondiĆ³ con ironĆa que pensaba donarlo a los pobres. Abd al-Malik marchĆ³ sin decir nada mĆ”s, pues tenĆa orden de no molestarla.
La conspiraciĆ³n de Subh
AsmĆ”, la esposa de Almanzor, lloraba desconsolada una vez mĆ”s. Le volvĆa a la mente una y otra vez la imagen del cesto cuyo interior contenĆa la cabeza de su padre. Desde entonces odiaba al monstruo de su marido con todas sus fuerzas. Le hubiera matado ya, si hubiera podido. Pero bien se guardaba Ć©l de no facilitarle ese gozo. Desde aquel dĆa habĆa dejado de ser su favorita, si es que alguna vez lo fue. Pero, ¿quĆ© habĆa ocurrido ahora para que AsmĆ” llorara de nuevo con el corazĆ³n destrozado? Subh, la madre de Hisham, habĆa conseguido sacar de palacio 80.000 dinares de oro escondido en tinajas. El tesoro mĆ”s dulce del mundo, pues las tinajas iban llenas de miel para disimular las monedas. Parte de este tesoro irĆa destinado al virrey de Ćfrica Ziri Ben Atiya, con el cual estaba tramando un plan: derrocar a Almanzor. No estĆ” claro si el dinero llegĆ³ al virrey. Quien sĆ llegĆ³ hasta Ć©l fue el hijo mayor y primer ministro de Al-Ćndalus, Abd al-Malik. ¿QuĆ© hacĆa Abd al-Malik en Ćfrica? Parece ser que se habĆa llegado hasta allĆ a controlar una revuelta en las que siempre andaban enredados por el Magreb. No obstante, tambiĆ©n le habĆa llegado el rumor de que “alguien” pretendĆa comprar a este virrey para un feo asunto, como podĆa ser la conspiraciĆ³n contra el “rey generoso” de Al-Ćndalus.
Por supuesto, el virrey negĆ³ tener nada que ver con aquel feo asunto y renovĆ³ su juramento de fidelidad hacia Almanzor. Subh se quedĆ³ una vez mĆ”s compuesta y sin conspiraciĆ³n. Pero Subh no fue la Ćŗnica a la que le trocaron los planes, puesto que no fue ella sola la que urdiĆ³ la conspiraciĆ³n. Con ella estaban AbdalĆ” ben Abdelaziz, de familia omeya, mĆ”s conocido como Piedra Seca y que era gobernador de Toledo, y como omeya que era, le dolĆa en el alma la humillaciĆ³n que Hisham sufrĆa. Estaba ademĆ”s AbderramĆ”n ben Mutarrif, gobernador de Zaragoza. Y un tercero, otro AbdalĆ”, nada menos que el hijo de Almanzor, que vivĆa en Zaragoza. Almanzor no tardĆ³ en ponerse en marcha y atacĆ³ las posiciones castellanas. Le habĆan informado que su hijo, el traidor AbdalĆ”, habĆa huido de Zaragoza y habĆa pedido protecciĆ³n al conde GarcĆa FernĆ”ndez. El escenario de la ofensiva son las tierras sorianas. Gormaz, sitio clave en el Duero es sitiada. La batalla fue terrible y los moros son rechazados. GarcĆa FernĆ”ndez, el Ćŗnico lĆder cristiano que hasta ahora ha sido capaz de plantar cara al dictador de Al-Ćndalus, sigue mostrĆ”ndose firme.
Varios meses va a durar esta campaƱa de batallas y asedios. Almanzor, ante el fracaso en Gormaz cambia de rumbo y arrasa otras ciudades. Finalmente decide negociar con el conde castellano, mĆ”s bien le chantajea. Si no le entrega al traidor de su hijo seguirĆ” arrasando cuanta aldea castellana encuentre a su paso. Almanzor sabĆa que el conde podĆa resistir atrincherado en un castillo, pero no seguirle a lo largo y ancho de Castilla. ¿QuĆ© podĆa hacer el conde? Entregar a AbdalĆ” era algo abominable, pero mĆ”s abominable le parecĆa dejar las aldeas castellanas en manos de un asesino sin escrĆŗpulos como Almanzor. AsĆ que tomĆ³ una decisiĆ³n. MandĆ³ un mensajero al dictador con sus condiciones. Solamente le entregarĆa a AbdalĆ” si juraba por AlĆ” que respetarĆa su vida. Almanzor aceptĆ³ la condiciĆ³n. Su hijo conservarĆa la vida. Pero su promesa durĆ³ el tiempo justo en que el desgraciado AbdalĆ” llegĆ³ a su presencia; en aquel momento fue decapitado. AsmĆ” seguĆa llorando y quienes la observaban se preguntaban cĆ³mo era posible que por sus ojos pudiera salir una lĆ”grima mĆ”s. Lloraba y le pedĆa a AlĆ” que le quitara la vida para no sufrir mĆ”s las monstruosidades de aquel demonio que primero decapitĆ³ a su padre y ahora habĆa vuelto a hacer lo mismo con su propio y amado hijo.
La dignidad de GarcĆa FernĆ”ndez
El panorama de la EspaƱa cristiana al filo del aƱo 1000 era triste. La mayorĆa de reyes y condes habĆan pactado la “paz” con el rey cordobĆ©s, Almanzor. GarcĆa FernĆ”ndez, conde de Castilla era el Ćŗnico que mantenĆa su dignidad intacta, pero se estaba quedando solo. Su propio hijo, Sancho GarcĆa, le presionaba para que pactara con el dictador. Pero, ¿quĆ© clase de paz ofrecĆa Almanzor? El dictador ofrecĆa treguas a cambio de vasallaje, pero, ¿cumplĆa Almanzor su palabra? No, no la cumplĆa. Entonces, ¿por quĆ© se sometĆan los nobles al tirano?
Muy fĆ”cil, porque no eran ellos los que sufrĆan las consecuencias, muy al contrario, ganaban privilegios. Los condes que pactaban con Almanzor no solo gozaban de la paz que el dictador les ofrecĆa, sino que incluso recibĆan recompensas y la promesa de no atacar sus tierras, promesas que inmediatamente eran incumplidas. Las aldeas mĆ”s humildes eran arrasadas, sus hombres y mujeres secuestrados y vendidos como esclavos y los botines pasaban a engrosar las ya de por sĆ abarrotadas arcas de Almanzor. Con frecuencia, eran exigidas algunas doncellas para el harĆ©n de palacio, como muestra de buena voluntad y garantizar asĆ la paz. Esa era la paz y seguridad que Almanzor ofrecĆa y que casi todos, a excepciĆ³n de GarcĆa, habĆan aceptado. ¿Por quĆ©, porquĆ© mi padre no puede pactar con Almanzor? ¿Por quĆ© esa obsesiĆ³n con plantar batalla antes de someterse? Era lo que se preguntaba el hijo del conde castellano.
Pero GarcĆa era un hombre Ćntegro y no querĆa paz para Ć©l y miseria para su pueblo. Nunca se someterĆa a ser vasallo del moro. Muerto antes que perder la libertad. De hecho, GarcĆa volvĆa de la frontera de dar algunos escarmientos, pues por culpa de algunos nobles que habĆan sucumbido al oro del moro se habĆan perdido algunos pueblos. Pero, ¿y su hijo Sancho, quĆ© hacer con Ć©l? Sancho estaba en esos momentos en CĆ³rdoba, poniĆ©ndose al servicio de Almanzor, ya que su padre no habĆa querido escucharle. No querĆa pensar en eso ahora. Su Ćŗnica preocupaciĆ³n era reunir soldados suficientes para dar una nueva batalla, hacerle saber al moro que con Ć©l no iba a poder. Morir antes que someterse.
GarcĆa FernĆ”ndez ataca Medinaceli y hace huir a los moros. ProvocaciĆ³n suficiente como para que el propio Almanzor se ponga a la cabeza de su ejĆ©rcito y marche contra el conde. Fue cerca de Alcozar. Las fuentes moras hablan de un encuentro fronterizo casual y una refriega. Las fuentes cristianas hablan de una batalla en toda regla. No estĆ” muy claro quien llevaba las de ganar cuando al conde GarcĆa le rozĆ³ una lanza la cabeza y cayĆ³ al suelo malherido. Ni siquiera sus soldados pudieron socorrerlo, sino que fueron los moros quienes le apresaron y lo llevaron a presencia de Almanzor. Ćste ordenĆ³ que le curaran y lo enviaran inmediatamente a CĆ³rdoba. GarcĆa muriĆ³ al cuarto dĆa y llegĆ³ cadĆ”ver a CĆ³rdoba. AsĆ muriĆ³ el Ćŗltimo conde con suficiente dignidad para oponer resistencia al dictador. La dignidad de GarcĆa FernĆ”ndez no fue pasada por alto y Almanzor fue generoso, ya que entregĆ³ el cadĆ”ver a los cristianos de CĆ³rdoba para que ellos mismos dispusieran su funeral. Sancho GarcĆa, el hijo de GarcĆa FernĆ”ndez, quedaba ahora al mando de Castilla. El pacto con Almanzor ya estaba hecho de antemano. Sancho ya tenĆa lo que querĆa, “paz” para Castilla, o mejor dicho, paz para los poderosos y miseria para los humildes, pues Almanzor tenĆa ahora barra libre para servirse Ć©l mismo.
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