La armada invencible 4. Protestantes, católicos y viceversa


El hijo de Enrique VIII subió al trono a los 9 años como Eduardo VI y primer monarca protestante de Inglaterra y moría solo seis años después a los 15. Tal como había dispuesto su padre, la corona pasaría a María, para regocijo de todos los católicos, pues sabían que a esta joven le habían inculcado bien unas ideas muy arraigadas en España, de donde procedía su madre. Pero los católicos se llevaron un revés momentáneo, pues los regentes del joven Eduardo no estaban dispuestos a que María subiera al trono y desbaratara todo lo que Enrique VIII había hecho en Inglaterra para crear su propia iglesia. Así que manipularon su testamento y subieron al trono a Juana Grey, una sobrina de Enrique. Solo nueve días después el parlamento destituía a Juana dando la razón a los que defendían que no podía hacerse lo contrario a la voluntad del difunto Enrique. Por mucho que les molestase, María debía ser la reina.

Pero, ¿quién era Juana Grey? Como se ha dicho, era una sobrina de Enrique VIII. Era solamente una niña de 16 años y jugaron con ella por intereses de unos cuantos. Pese a su corta edad, se la considera una de las mujeres más cultas de la corte inglesa de su tiempo. Un grupo de nobles, liderados por el duque John Dudley, que actuó como regente de Eduardo VI, buscaba un heredero que continuase la política religiosa del rey fallecido. Hicieron que Juana Grey contrajera matrimonio con el menor de los hijos del duque Guilford Dudley en Londres, el 12 de mayo de 1553. El duque intentaba así mantener su poder que podía perderse si se efectuaban cambios en el país con un nuevo monarca católico. La rebelión protestante encabezada y acaudillada por Thomas Wyatt en febrero del año 1554 selló el destino de Juana, a pesar de que no estuvo en ningún momento relacionada o vinculada con la rebelión. Tan sólo cinco días después del arresto de Wyatt, Juana Grey fue ejecutada en la torre de Londres. Un nuevo crimen en una sociedad corrupta y sin escrúpulos que fue capaz de ejecutar a una niña que además era inocente de todo cuanto se le acusaba y que fue engañada por su propia familia.

María Tudor ya era reina de Inglaterra y no tardó en encontrar el novio que buscaba. El retrato de Felipe pintado por Tiziano y que hoy se expone en el museo del Prado dejó encandilada a la ya madurita María. Se casaron en Winchester a pesar de la oposición de protestantes y mayoría de católicos, que no veían con buenos ojos una posible unión hispano-británica.

María animaba a Felipe a ejercer sus funciones de rey, rey consorte, pero rey al fin y al cabo. Pero Felipe se dedicó desde un principio a aconsejar a su esposa y mantenerse distante de todo, para no ganarse la animadversión de los ingleses a los que ya desde un principio no les era simpático. María admiraba las cualidades de Felipe y su afán por controlar todos los escritos que llegaban a la corte. María los firmaba sin más, pero Felipe la reprendía para que lo leyera todo antes de hacerlo. Felipe, según María, adoraba los papeles y era capaz de pasarse horas rodeado de ellos y leyendo uno por uno. Felipe también le aconsejaba que huyera de los fanáticos que a diario llegaban informando de tal o cual rebelión protestante para que enviase guardias a aplastarlos. No le convenía –según Felipe- enemistarse ni con los unos ni con los otros, que al fin y al cabo eran todos británicos.

Pero los desastres no tardaron en llegar. Ocurrió mientras Felipe, que ya no era príncipe, sino rey de España, se encontraba en el Escorial. En Inglaterra se desató una rebelión y corrió la sangre. El parlamento fue tajante y aconsejó a María que ejecutara a tantos rebeldes protestantes como fueran apresados. Cerca de 300 protestantes fueron ejecutados y María ya era conocida como “la sanguinaria”. La propia Elizabeth, hermanastra de María, fue capturada y encerrada en la torre de Londres. Y a todo esto, María creía que por fin llegaría un heredero. Estaba embarazada.

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