Sancho I el Craso 1

La frustraciĆ³n del nieto favorito
Cuando hoy se habla de lo condicionados que nos tiene la imagen personal y la obsesiĆ³n que a veces tenemos por la obesidad, tal vez no se sepa que ya en el siglo X, hubo quien se vio condicionado –muy condicionado- por su imagen. Aunque a decir verdad, el caso de Sancho el Craso, ademĆ”s de estĆ©tico era... mĆ”s bien de practicidad o de movilidad, pues Sancho, llegĆ³ un momento en que no podĆ­a ni subir a su caballo. ¡CuĆ”nto sufrimos hoy con las dietas! ¿Sufrir? ¡QuĆ© vamos a saber nosotros lo que es sufrir por una dieta!
Pero empecemos por el principio. ¿QuiĆ©n era este Sancho y en quĆ© Ć©poca viviĆ³? Sancho NaciĆ³ en el 935 durante la ocupaciĆ³n musulmana y era hijo de las segundas nupcias de Ramiro II con Urraca SĆ”nchez, hija de doƱa Toda de Pamplona. Al morir Ramiro II subiĆ³ al trono OrdoƱo, nacido de su primer matrimonio con Adosinda GutiĆ©rrez de Galicia. Nadie en el reino de LeĆ³n pone en duda la legitimidad de OrdoƱo, que al ser el primogĆ©nito estĆ” en su derecho de heredar el trono. Pero doƱa Toda es una mujer de armas tomar y no estĆ” de acuerdo. Piensa que la ascendencia de su nieto Sancho tiene mĆ”s categorĆ­a –hijo de una princesa Navarra- que la de OrdoƱo –hijo de una simple noble gallega. Sancho tiene el cerebro lavado por su abuela, por eso, cuando vio a su hermanastro en el trono, sintiĆ³ tal frustraciĆ³n, que marchĆ³ a Pamplona a ser consolado por su abuelita. Tal vez fue esta frustraciĆ³n la que le hizo darse al abandono personal y comenzĆ³ a comer como un cosaco. Y entonces comenzĆ³ a engordar.

Sancho no las tenĆ­a todas consigo para ser rey, sin embargo, tenĆ­a tres cosas a su favor: su inteligencia (eso dicen, aunque luego demostrĆ³ que no supo ponerla en prĆ”ctica), una abuela muy influyente y ser su nieto predilecto. DespuĆ©s de pasar una buena temporada con ella, regresĆ³. Contaba 19 aƱos y junto a Ć©l cabalgaba FernĆ”n GonzĆ”lez, conde de Castilla, suegro de su hermanastro y rey OrdoƱo y a su vez yerno de doƱa Toda. Sancho se disponĆ­a a dar un golpe de estado y derrocar a OrdoƱo. EstĆ” claro que si Sancho no gozaba del beneplĆ”cito de los nobles, su abuela sĆ­. Y a saber quĆ© favores ofreciĆ³ la navarra a FernĆ”n GonzĆ”lez para que enviara un ejĆ©rcito contra su propio yerno. Pero OrdoƱo III supo repeler el ataque. Su hermanastro y su suegro tuvieron que dar marcha atrĆ”s. Y no solo eso, sino que supo poner en su sitio a los gallegos que tambiĆ©n se habĆ­an sublevado. Y ya puestos, la emprendiĆ³ contra los moros que tambiĆ©n habĆ­an aprovechado la ocasiĆ³n para ponerse gallitos y les dio una somanta allĆ” por Portugal. Y aĆŗn mĆ”s, OrdoƱo saliĆ³ en ayuda de las tierras castellanas de su suegro que estaban siendo atacadas por los moros mientras Ć©l andaba por Lisboa. Aquella ayuda providencial hizo que su suegro, FernĆ”n GonzĆ”lez tuviera que agachar la cabeza, desprenderse de su orgullo y jurar fidelidad a su rey. 

OrdoƱo estaba demostrando ser un gran rey. HabĆ­a vencido tanto polĆ­ticamente como en el campo de batalla. Y habĆ­a conseguido que reinara la paz entre moros y cristianos, ya que en CĆ³rdoba se dieron cuenta que los leoneses tenĆ­an gran potencial bĆ©lico y pidieron firmar un tratado de paz. Todo marchaba bien. Pero de pronto, OrdoƱo morĆ­a. Nadie sabe de quĆ©. Se dice que de muerte natural, pero nadie muere tan naturalmente a los 30 y pocos aƱos de edad, despuĆ©s de 4 aƱos de reinado. LlegĆ³ la hora de Sancho el gordo, que no tuvo Ć©xito en su golpe de estado, pero iba a conseguir reinar, ahora sĆ­, de forma natural. Los dos hijos de corta edad de OrdoƱo no podĆ­an optar al trono en aquel momento, asĆ­ que Sancho ve llegar su hora y es ungido rey en noviembre de 956 en Santiago de Compostela a los 21 aƱos de edad. Sancho I ya era rey de LeĆ³n, pero en realidad, Sancho era un mero instrumento de su abuela. 

En LeĆ³n, quien verdaderamente gobernaba era doƱa Toda, o lo que es lo mismo, LeĆ³n estaba siendo gobernado por Navarra. Entre esto y que OrdoƱo habĆ­a dejado los deberes hechos, en LeĆ³n habĆ­a poco que hacer, asĆ­ que Sancho se dedicĆ³ a sus dos placeres favoritos: cazar y comer, comer mucho. Por lo tanto, Sancho comenzĆ³ a engordar mĆ”s de lo que ya estaba y la gente comenzĆ³ a llamarle Sancho el Craso. Dicen los historiadores, que LeĆ³n difĆ­cilmente podĆ­a ser gobernada por alguien tan obeso, que si bien en otro lugar no hubiera supuesto impedimento alguno – en Francia, sin ir mĆ”s lejos gobernĆ³ Carlomagno el Gordo- en un lugar donde la vida de un rey se desarrollaba a lomos de un caballo, esto no era posible, pues Sancho era incapaz de subir a su montura. A Sancho I le esperan dĆ­as difĆ­ciles. 

A pesar de que algunas crĆ³nicas hablan de los excesos de Sancho con la comida, hay otros que apuntan a la obesidad mĆ³rbida, con lo que, la gordura de este rey serĆ­a un problema de salud bien conocido hoy dĆ­a. Pero nos ha llegado una crĆ³nica no demasiado detallada y asĆ­ se cuenta en este relato, sin Ć”nimo de mofa para los que padecen este problema. Sancho reinaba plĆ”cidamente en LeĆ³n, dedicĆ”ndose casi exclusivamente a cazar y a comer. Corria el aƱo 956 y contaba 21 aƱos. Pero Sancho gozaba de todo menos del afecto de los condes y demĆ”s nobleza. No hablamos del pueblo llano, que poco o nada pintaba en aquella Ć©poca en asuntos polĆ­ticos, sino de los nobles, que eran quienes alzaban o derrocaban las monarquĆ­as. Y por eso su abuela lo hizo llamar. 

-Mi niƱo, tienes que procurar ganarte a los nobles, ¿no ves que no pueden verte ni en pintura? No te perdonan haber querido derrocara a tu hermanastro. Haz algo, tal como hicieron los reyes que te precedieron. 

¿Y quĆ© habĆ­an hecho los demĆ”s reyes? Ganar tierras a Al-Andalus. Pero ganar tierras no era tarea fĆ”cil. Todo comenzaba con intimidar, con arrasar, con entablar alguna que otra batalla. Y eso fue lo que tramĆ³ hacer Sancho. Pero antes, su abuela tuvo un encargo para Ć©l. 

-Controla al conde castellano, a mi yerno FernĆ”n GonzĆ”lez. Que si antes te apoyĆ³ en el intento de derrocar a tu hermanastro, ahora no te aprecia lo mĆ”s mĆ­nimo, en realidad nunca te ha apreciado demasiado. 

¿Por quĆ© estaba recelosa doƱa Toda? Porque FernĆ”n GonzĆ”lez, su yerno, habĆ­a vuelto a dar en matrimonio a su hija, la viuda del difunto OrdoƱo, es decir, a la nieta de doƱa Toda. Y esta viuda nieta, habiĆ©ndose vuelto a casar, sĆ­ que podĆ­a poner en el trono a su nuevo marido. No andaba muy mal encaminada la perspicaz doƱa Toda. Por Ćŗltimo, antes de despedir a su nieto, una nueva recomendaciĆ³n.

-Y procura comer menos, que te estĆ”s poniendo que casi no puedes cabalgar. 

Sancho se despidiĆ³ de su abuela mientras se subĆ­a al caballo con la ayuda de algunos de sus hombres, y marchĆ³ a LeĆ³n. Ya de camino, iba tramando su plan y pensando dĆ³nde atacar. No tuvo en cuenta Sancho el tratado de paz con CĆ³rdoba que el difunto OrdoƱo habĆ­a dejado firmado. 

No estĆ” registrado dĆ³nde atacĆ³ Sancho, pero la rotura de la tregua puso a los moros cordobeses muy, my cabreados y LeĆ³n iba a pagar las consecuencias. En respuesta los moros organizaron varias aceifas, como llamaban a los ataques donde arrasaban aldeas. Cuentan las crĆ³nicas musulmanas que regresaron a CĆ³rdoba con mĆ”s de 400 cabezas cristianas, pues la costumbre, era cortar las cabezas de sus adversarios para exhibirlas como trofeos y como prueba del Ć©xito en sus campaƱas guerreras. En realidad, aquello no tuvo nada que ver con una victoria en batalla, pues las aceifas eran ataques por sorpresa a aldeas indefensas donde nadie, ni hombres ni mujeres ni niƱos, eran respetados. Ahora los que estaban muy cabreados eran los propios leoneses, no solo con los moros, sino con el que habĆ­a desencadenado aquel desastre, su propio rey, Sancho el Gordo. 

Nadie estĆ” seguro de si FernĆ”n GonzĆ”lez fue quien organizĆ³ la revuelta, pero sĆ­ se estĆ” seguro de lo que no hizo. Y lo que no hizo fue mover un dedo para defender al predilecto nieto de su suegra. Porque, desde luego, lo que se le vino encima a Sancho tuvo que ser organizado, pues solo asĆ­ se entiende que ni la guardia de palacio le defendiera. Todo el mundo se habĆ­a vuelto contra Sancho el Craso y nadie se puso de su parte. Sancho saliĆ³ de palacio como pudo y corriĆ³, nuevamente, a Navarra, a los brazos de su querida abuela. En LeĆ³n reinaba ahora OrdoƱo IV, un primo suyo. 

-No te preocupes pequeƱo, que ya me encargo yo de que recuperes lo que te pertenece. Pero antes, tenemos que hacer algo. EstĆ”s mĆ”s gordo que la Ćŗltima vez que te vi, asĆ­ difĆ­cilmente podrĆ”s luchar para arreglar este complicado asunto . SĆ­, algo habrĆ” que hacer para arreglarte a ti primero.


La dieta de un rey
DoƱa Toda, ya lo hemos dicho, era abuela de Sancho, madre de la reina de LeĆ³n, suegra del conde de Castilla… y muchas cosas mĆ”s, pues doƱa Toda estaba emparentada con toda EspaƱa. Pero lo que no hemos dicho hasta ahora, es que esta singular abuela era tambiĆ©n tĆ­a de AbderramĆ”n III, el califa de CĆ³rdoba. AsĆ­ que, aprovechando esta singular influencia, hizo venir hasta Pamplona a Hasday ibn Saprut, un mĆ©dico judĆ­o que estaba al servicio de su primo.
-A ver quƩ puedes hacer con mi nieto, que el pobre no puede ya ni tenerse en pie.
Nada menos que 220 kilos pesaba ya Sancho. El mĆ©dico, al verlo, quedĆ³ estupefacto.
-Solo me comprometo a curarlo si accede a venir conmigo a CĆ³rdoba. AllĆ­ dispongo de los medios necesarios.
DoƱa Toda accediĆ³ a la exigencia del mĆ©dico. Y a pesar de sus 80 aƱos de edad, no permitiĆ³ que su nieto viajara solo, sino que se encaminĆ³ junto a Ć©l y cruzĆ³ toda EspaƱa de norte a sur rumbo a CĆ³rdoba.
-Todo sea por la salud de mi nieto, y ya de paso veo a mi sobrino.

Emprendieron el largo camino donde Abuela y nieto se acomodaron en una carreta, cuyo traqueteo no tardĆ³ en convertirse en una tortura para las crasas carnes de Sancho. No se sabe cuĆ”nto tiempo aguantĆ³, pero sĆ­ se sabe que terminĆ³ el inacabable camino sobre la lona de la carreta, que fue desmontada y adaptada en unas parihuelas, para que asĆ­ Sancho viajara como mĆ”s cĆ³modamente fuera posible. A la abuela y al nieto le acompaƱo el mismo rey de Navarra, GarcĆ­a I, hijo de doƱa Toda y por supuesto, un buen puƱado de guardias personales. Y por fin, una vez en CĆ³rdoba, doƱa Toda, Sancho y el rey de Navarra fueron acogidos por AbderramĆ”n en una solemne ceremonia, que en vista de las circunstancias del desdichado ex rey de LeĆ³n, no le tuvo en cuenta sus fechorĆ­as (ya mĆ”s que vengadas) al romper la tregua firmada por su difunto hermanastro.
Y tras un breve descanso, una vez repuestos del viaje, no habĆ­a tiempo que perder. El mĆ©dico judĆ­o se llevĆ³ a Sancho a sus dependencias.
-Vamos –exclamĆ³ doƱa Toda.
-SeƱora, no veo necesaria su presencia, serĆ”n cuarenta dĆ­as de tratamiento, usted mejor quĆ©dese y descanse adecuadamente para el largo camino de vuelta –le aconsejĆ³ Hasday ibn Saprut, que en realidad no querĆ­a que la abuela se entrometiera en sus “especiales” mĆ©todos de curaciĆ³n.

AccediĆ³ la anciana, muy a pesar suyo, a no “entrometerse”. DespuĆ©s de todo, y por mucho cariƱo que le tuviera, estaba acostumbrada a pasar largos meses sin verlo. Ahora solo serĆ­an 40 dĆ­as. Sancho iba a estar vigilado durante las 24 horas del dĆ­a, y a partir de ese preciso momento, no iba a probar bocado. Iban a ser 40 dĆ­as de ayuno. Su habitaciĆ³n, con un ventanuco por el que, por supuesto no podrĆ­a huir, y un camastro en el centro, no se diferenciaba demasiado de una tĆ©trica mazmorra. AllĆ­ recibirĆ­a Sancho su tratamiento, que consistirĆ­a en infusiones a base de hierbas. Unas hierbas que solo el judĆ­o conocĆ­a y que, aparte de limpiarle las tripas, aportarĆ­an al paciente lo necesario para que no muriera de inaniciĆ³n. Una lĆ”stima que no se haya podido averiguar quĆ© tipo de hierbas eran, pues los resultados, como veremos, son extraordinarios.

La primera toma no tardarĆ­a en estar lista. Sancho se acomodĆ³ en su nueva cama, como le habĆ­a aconsejado el mĆ©dico. Estaba panza arriba cuando llegĆ³ acompaƱado de dos auxiliares. Al intento de incorporarse, el mĆ©dico le indicĆ³ que se quedase como estaba, que se limitara a abrir la boca. De sobra sabĆ­a que Sancho rechazarĆ­a tomĆ”rselo por su cuenta. Con un jarro, y a travĆ©s de un embudo, le fue vertido en su garganta lo que Sancho en un principio creyĆ³ que serĆ­a una especie de dulce te, que sin embargo resultĆ³ ser un lĆ­quido amargo y vomitivo. Y esa fue su primera reacciĆ³n, vomitar. Sancho, a pesar de lo que le costaba rodearse, sacĆ³ fuerzas suficientes para hacerlo, si no querĆ­a ahogarse en su propio vĆ³mito. El mĆ©dico le dejĆ³ hacer, pues sabĆ­a que era una reacciĆ³n normal. HabĆ­a mĆ”s, mucha mĆ”s infusiĆ³n para hacerle tragar. Sancho protestaba, y su protesta acabĆ³ en insultos y maldiciones, pero mientras los dos auxiliares le sujetaban, el mĆ©dico le hizo tragar la cantidad de amarga infusiĆ³n que Ć©l estimĆ³ conveniente.

Cuando acabaron, le dejaron panza arriba, exhausto por los inĆŗtiles esfuerzos por escapar de los que Ć©l ya consideraba sus inclementes verdugos. No tardaron en notar un pestilente olor, proveniente de la entrepierna de Sancho. Y al olor siguiĆ³ una mancha de un color verde oscuro. -Vaya –exclamĆ³ el mĆ©dico-, no ha dado tiempo a levantarlo. La reacciĆ³n de sus tripas ha sido mĆ”s rĆ”pida de lo normal. Varias veces al dĆ­a siguiĆ³ este martirio de tragar a la fuerza, vomitar, volver a tragar y soltar el amargo lĆ­quido mediante malolientes diarreas. Hasta que, despuĆ©s de una semana, Sancho estaba en condiciones de caminar y hacer ejercicio fĆ­sico, que sin duda serĆ­a de gran ayuda para su adelgazamiento. Pero este ejercicio, conllevaba un peligro. Sancho aprovechĆ³ un mĆ­nimo descuido para desaparecer. Hasday ibn Saprut ya se lo temĆ­a. Sancho habĆ­a encontrado comida, pero el mĆ©dico tenĆ­a previsto un remedio para estos casos. Sancho no volverĆ­a a probar bocado hasta acabar el tratamiento.

Cuando le encontraron fue conducido a su habitaciĆ³n, y no tardaron en salir de ella unos escalofriantes gritos de dolor. Mientras sus auxiliares le sujetaban panza arriba, Hasday ibn Saprut le daba una puntada tras otra en los labios hasta quedar unido el inferior con el superior. A Sancho le cosieron la boca, solo asĆ­ estaban garantizados sus paseos y sus ejercicios sin arriesgar la dieta. Las infusiones le serĆ­an administradas a partir de ahora con una pajita. El problema era, que Sancho se negĆ³ a chupar. Los labios le dolĆ­an muchĆ­simo, le sangraban. La imagen de su cara era tenebrosa, los ojos rojos, unas resaltadas ojeras, y una boca que parecĆ­a haberle sido borrada para pegarle en su lugar un pedazo de carne ensangrentada. AsĆ­ paso varios dĆ­as, en los que Sancho ni siquiera salĆ­a de su habitaciĆ³n. Ni siquiera bebĆ­a agua. Se sentĆ­a muy dĆ©bil. Hasta que el mĆ©dico le convenciĆ³ de que si no bebĆ­a la infusiĆ³n, corrĆ­a el riesgo de morir. -Abuela, ¿dĆ³nde estĆ”s? –quiso exclamar Sancho, pero no pudo hacerlo, solo pudo pensarlo, mientras las lĆ”grimas asomaban a sus ojos. Le acercaron la vasija y la pajita. IntentĆ³ introducĆ­rsela por el agujero central de los labios, entre puntada y puntada. Le dolĆ­a, pero acabĆ³ de introducirla y sorbiĆ³. Estaba ya acostumbrado al amargor de aquella horrible infusiĆ³n, asĆ­ que no tardĆ³ en bebĆ©rselo todo.

-¿Lo ves? No ha sido para tanto. Ya verĆ”s que bien vas a ponerte dentro de nada. –Le consolĆ³ el mĆ©dico.
Pero despuĆ©s de varios dĆ­as sin entrar nada en su estĆ³mago, ni siquiera agua, la reacciĆ³n fue explosiva. El lĆ­quido fue violentamente regurgitado a travĆ©s de su esĆ³fago, quemĆ”ndole cual hierro incandescente, hasta llegar a su boca. Y una vez allĆ­, al no encontrar mĆ”s salida que los minĆŗsculos orificios entre los labios, su boca se expandiĆ³ de tal manera, que los puntos de sutura casi reventaron, provocĆ”ndole un gran dolor. Los orificios parecĆ­an una regadera expulsando el verdoso lĆ­quido a presiĆ³n. Un lĆ­quido que le quemaba las heridas y que salpicĆ³ en la cara de Hasday ibn Saprut. El alarido que Sancho pudo haber soltado fue tambiĆ©n reprimido por la costura de los labios, y solamente se oyĆ³ un sordo gemido, que no por sordo, era menos estremecedor. Parte del vĆ³mito volvĆ­a de nuevo al estĆ³mago al rebotar en la boca. La escena se repitiĆ³ una y otra vez, pues el estĆ³mago no parĆ³ hasta estar de nuevo completamente vacĆ­o. Suerte la de Sancho, que se vaciara antes de tiempo, ayudando sus tripas a ello, soltando el resto por la parte baja. El asiento quedĆ³ inundado. A Sancho se le iban a salir los ojos de sus Ć³rbitas mientras seguĆ­a gimiendo. Hasday ibn Saprut saliĆ³ de la habitaciĆ³n, con la cara chorreando y sin aguantar ni un segundo mĆ”s el horrible olor que inundaba la estancia. A este episodio seguirĆ­an otros muy similares. El mĆ©dico llegĆ³ a temer por la vida de Sancho y las represalias de su abuela, que seguĆ­a esperando impaciente el dĆ­a en que su nieto se presentara ante ella hecho un figurĆ­n.

Y ese dĆ­a llegĆ³, porque al final, la dieta del judĆ­o fue un Ć©xito. El dĆ­a 40 llegĆ³. A Sancho se le permitiĆ³ por fin tomar una ligera ensalada. Los labios habĆ­an sido descosidos, y al hacerlo volvieron a sangrarle, aunque de forma controlada. LlegĆ³ la hora de ser presentado ante su abuela y demĆ”s acompaƱantes. Sancho tenĆ­a la cara demacrada. Sus ojos inyectados en sangre. Las ojeras parecĆ­an un antifaz pintado con tinta china. La cara arrugada. Nadie le hubiera echado en esos momentos los 22 aƱos que tenĆ­a. Las feas cicatrices de sus labios remataban su horrible aspecto facial. En cuanto al resto de su cuerpo, tenia mucha menos panza, menos anchura de espaldas y unas piernas mĆ”s finas. Su figura se asemejaba a un bulbo donde las caderas eran lo mĆ”s ancho de su cuerpo. Y si hubieran podido verlo desnudo, se habrĆ­an horrorizado de ver los pliegos de su piel, ahora vacĆ­os, doblados y escondidos bajo el ropaje. Pero todo habĆ­a merecido la pena, pues sancho pesaba ahora casi la mitad, su peso era de unos 120 kilos. La opiniĆ³n de doƱa Toda no se hizo esperar: -¡QuĆ© guapo han dejado a mi niƱo! Amor de abuela, sin duda.

DoƱa Toda de Navarra
AbderramĆ”n III, sobrino de doƱa Toda de Navarra, podrĆ­a haber sido juzgado como un criminal de guerra, de haber existido un tribunal competente en aquellos aƱos. Y sin embargo, en aquellos momentos, era la soluciĆ³n al problema que se le presentaba a esta mujer. DoƱa Toda no habĆ­a viajado a CĆ³rdoba solo por acompaƱar a su nieto en su cura de adelgazamiento. Tampoco su hijo, el rey de Navarra, estaba allĆ­ porque le preocupara el trato hacia su sobrino y mucho menos en viaje de placer, Ć©ste solo estaba allĆ­ por exigencias de su seƱora madre, y ella para hacer un trato con el califa de CĆ³rdoba.

A su sobrino AbderramĆ”n le ofrecĆ­a unas tierras que el califa reclamaba tiempo atrĆ”s si a cambio Ć©l ayudaba a restablecer en el trono al desdichado Sancho, que en cuanto recobrara su forma fĆ­sica estarĆ­a en condiciones de cabalgar y empuƱar una espada. Pero antes de continuar, conviene aclarar de una vez quien era doƱa Toda y por quĆ© tenĆ­a tanta influencia en todos los rincones de EspaƱa. RemontĆ©monos al aƱo 860, cuando los moros llevaban en la penĆ­nsula 149 aƱos. El emir Muhammed I ibn Abdurrahman hace una incursiĆ³n por Pamplona, y para garantizar su sometimiento rapta al prĆ­ncipe Fortun GarcĆ©s y a su hija Oneca de 10 aƱos de edad. 20 aƱos estuvo prisionero este prĆ­ncipe hasta que fue puesto en libertad para suceder en el trono a su padre GarcĆ­a ĆĆ±iguez. En cuanto a su hija, el emir de CĆ³rdoba AbdalĆ” I quedĆ³ prendado de ella y la hizo su esposa. Muy enamorado tuvo que estar de ella cuando la rebautizĆ³ con el nombre de Durr (Perla). De Ć©l tuvo un hijo y dos hijas. El hijo de Oneca, llamado Mohamed, serĆ­a el heredero pero fue asesinado y no llegĆ³ a ser emir, aunque tres semanas antes serĆ­a padre del que nos ocupa ahora, AbderramĆ”n III, el primer califa de CĆ³rdoba

Y hay mĆ”s, Ć©ste califa, ademĆ”s de una abuela navarra, tuvo tambiĆ©n madre navarra, aunque no entraremos ahora en mĆ”s detalles. Oneca volviĆ³ a Navarra junto a su padre Fortun, una vez muerto el rey GarcĆ­a. No estĆ” claro el motivo por el que Oneca abandonĆ³ CĆ³rdoba, pero en vista de los harenes que los emires y califas tenĆ­an, quizĆ”s ella se cansĆ³ al verse relegada a un segundo plano y sintiĆ³ aƱoranza por su tierra. El caso es que Oneca volviĆ³ a Navarra. CorrĆ­a el aƱo 882 y pronto se casĆ³ con su primo Aznar SĆ”nchez de LarraĆŗn y de este matrimonio nacerĆ­a doƱa Toda Aznarez, la abuela de Sancho, madre del rey de Navarra y tĆ­a del califa de CĆ³rdoba.

DoƱa Toda no tragaba a su sobrino cordobĆ©s, muy mal se lo hizo pasar unos aƱos atrĆ”s, cuando AbderramĆ”n, aprovechando una crisis polĆ­tica quiso arrasar Navarra para, apelando a sus lazos de sangre, reclamar el trono. Su tĆ­a saliĆ³ a su encuentro y apelando a esos mismos lazos de sangre pidiĆ³ a su sobrino moderaciĆ³n. AbderramĆ”n no atacĆ³, pero exigiĆ³ a Toda que Navarra se sometiera, y a su vuelta a CĆ³rdoba, ya que no tuvo el placer de arrasar Navarra, se permitiĆ³ el lujo de ir arrasando cuantas aldeas castellanas y leonesas encontrĆ³ por el camino, asesinando a gran cantidad de hombres, mujeres y niƱos. A Toda no le quedĆ³ mĆ”s remedio que declarar Navarra reino vasallo del califato de CĆ³rdoba. Pero ya llegarĆ­a el momento de desquitarse de esta humillaciĆ³n. Y el desquite llegĆ³ cuando OrdoƱo, el hermanastro de Sancho, haciendo uso de su buen hacer como rey, obligĆ³ a AbderramĆ”n a pedir una tregua, esa tregua que rompiĆ³ Sancho. Ahora, estaban AbderramĆ”n y Toda de nuevo frente a frente, pero ya no era su vasalla; no obstante, estaba allĆ­ para pedirle un favor: alzar a su nieto de nuevo al trono de LeĆ³n.


La auntƩntica reina de toda EspaƱa
AbderramĆ”n, el sobrino de doƱa Toda, accederĆ­a a ayudar a recuperar LeĆ³n para Sancho. SĆ­, pero el ambicioso califa no se conformaba con las diez fortalezas a orillas del Duero que Toda le ofrecĆ­a. El nieto de Oneca, que tenĆ­a rasgos europeos, con ojos azules y barba rubia, la cual se teƱia para parecer un autentico moro, exigĆ­a tambiĆ©n que LeĆ³n se sometiera a su califato. LeĆ³n debĆ­a ser un reino vasallo. AbderramĆ”n y Toda, tĆ­a y sobrino, jugaban hacĆ­a tiempo a devolverse las humillaciones, y ahora le tocaba al sobrino devolvĆ©rsela a su tĆ­a. La derrota de Simancas todavĆ­a le dolĆ­a a AbderramĆ”n.¿QuĆ© pasĆ³ en Simancas? Que doƱa Toda mandĆ³ un gran ejĆ©rcito contra su sobrino y lo derrotĆ³. Fue la respuesta de doƱa Toda a aquella exigencia de someter el reino de Navarra y a aquellos asesinatos que su sobrino cometiĆ³ a su regreso a CĆ³rdoba. DoƱa Toda no participĆ³, por supuesto, en aquella batalla, pero nadie dudaba que la victoria fue suya, la gran victoria de doƱa Toda. AsĆ­ se las gastaba esta mujer.

Bien, no habĆ­a problema, LeĆ³n serĆ­a reino vasallo de Al-Andalus. Y si anteriormente Toda faltĆ³ a su palabra rebelĆ”ndose contra su sobrino, ¿quĆ© garantĆ­as tenĆ­a ahora de que no fuera a pasar lo mismo? Bueno, para empezar, los ejĆ©rcitos cordobeses se habĆ­an repuesto bastante despuĆ©s de la tregua firmada con el hermanastro de Sancho, y por LeĆ³n andaban las cosas revueltas. AbderramĆ”n estaba seguro de poder dominar cualquier situaciĆ³n. Toda accediĆ³, era lo que mĆ”s le convenĆ­a. A su avanzada edad, lo Ćŗnico que querĆ­a era arreglar la situaciĆ³n lo mĆ”s rĆ”pidamente posible. Aunque en su interior, al tiempo que accedĆ­a ya tramaba la forma de devolverle la pelota a aquel sinvergĆ¼enza. 

Partieron los navarros de nuevo hacia el norte. DoƱa Toda se sentĆ­a ya algo cansada, una mujer con una gran fortaleza, pero con tan avanzada edad no deberĆ­a verse en estos momentos en la aventura de atravesar de nuevo EspaƱa, nada menos que 700 kilĆ³metros de viaje. Tiempo mĆ”s que suficiente para rememorar su larga existencia. Porque 81 aƱos eran muchos aƱos para la Ć©poca. Pero Toda no era una mujer cualquiera. Toda era reina e hija de reyes. Se casĆ³ a los 30 aƱos con Sancho GarcĆ©s, pariĆ³ 7 hijos, un hijo y 6 hijas, los cuales sirvieron, el primero para tener un hijo rey en Navarra, y las siguientes para expandir su sangre por todos los rincones de EspaƱa. QuedĆ³ viuda a los 49 aƱos y no volviĆ³ a casarse. El trono navarro pasĆ³ a su hijo GarcĆ­a. Pero al ser Ć©ste menor de edad, fue ella la regente del reino, y despuĆ©s de la mayorĆ­a de edad tambiĆ©n, porque su hijo era oficialmente el rey, pero era ella la que, sin duda, mandaba.

En la primavera de 959 saliĆ³ de CĆ³rdoba un potente ejĆ©rcito moro que mĆ”s tarde se unirĆ­a a otro navarro. Sancho, con muchos kilos menos encima, se dirije a Zamora que se rinde sin apenas oponer resistencia, luego caerĆ­a Galicia y finalmente LeĆ³n. Curiosamente, los nobles apoyan de nuevo a Sancho. Y OrdoƱo IV, que era quien reinaba en aquel momento, sale huyendo. Por lo visto, OrdoƱo, que no estĆ” muy claro de dĆ³nde saliĆ³, fue puesto como marioneta de los nobles, pero finalmente Ć©ste rey no respondiĆ³ a las expectativas que ellos tenĆ­an. Sancho I volvĆ­a a reinar en LeĆ³n para orgullo de su anciana abuela. Por cierto, que Sancho se casĆ³ y tuvo un hijo que mĆ”s tarde le sucederĆ­a en el trono. 

¿Todos felices, pues? Veremos. De momento, la anciana abuela, que veĆ­a acercarse el final de sus largos dĆ­as, tuvo una charla con su nieto. 
-No permitas que el moro se salga con la suya, jamĆ”s le entregues las fortalezas del Duero, ni seas su vasallo. Si yo le derrotĆ©, tĆŗ tambiĆ©n podrĆ”s hacerlo. DoƱa Toda AznĆ”rez morĆ­a un aƱo mas tarde, a los 82 aƱos de edad, despuĆ©s de haber sido la autentica reina de “TODA” EspaƱa.

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