Fernando I de LeĆ³n |
Hubo un tiempo en que los reinos cristianos de EspaƱa luchaban por su fe, por la cultura de sus antepasados y por reconquistar los territorios perdidos, a la vez que beneficiaban a Europa actuando como un muro infranqueable ante el avance de la potencia musulmana. Entre los bravos guerreros que abanderaban estos reinos destacaron muchos guerreros como GarcĆa FernĆ”ndez, Pedro de AragĆ³n o su hermano Alfonso, llamado el Batallador. Pero si hubo dos hombres decisivos en la guerra contra los musulmanes, esos fueron sin duda el rey Alfonso VI de LeĆ³n y Rodrigo DĆaz, el Cid Campeador. Dos autĆ©nticos hĆ©roes de leyenda.
A Alfonso VI, llamado el Bravo, se le reprochan algunas derrotas por no haber sabido calcular el riesgo, caso del primer ataque almorĆ”vide en Sagrajas (Badajoz) donde a punto estuvo de perder la vida, o el desastre de UclĆ©s. Pero ni la batalla de Sagrajas fue una gran victoria para los almorĆ”vides ni en UclĆ©s estaba Alfonso presente, ya que en esa Ć©poca era ya muy mayor y estaba delicado de salud. En sus 44 aƱos de reinado tuvo doblegados a los llamados reinos de taifas, expandiĆ³ su reino y conquistĆ³ una plaza tan importante como Toledo sin apenas luchar por ella, porque Alfonso no solo era un gran guerrero, sino un buen diplomĆ”tico. A punto estuvo tambiĆ©n de conquistar Zaragoza, pero le faltĆ³ tiempo, no le bastĆ³ una sola vida para todo lo que quiso hacer. De haber tenido una segunda vida hubiera terminado por conquistar toda la penĆnsula.
Y quĆ© decir de Rodrigo DĆaz. Sus colegas le nombraron Campeador, y los moros le llamaban mi SeƱor, mĆo Cid. Esto ya dice mucho de Ć©l. No obstante, es cierto que este personaje estĆ” envuelto en leyenda y muchas de sus hazaƱas se consideran hoy fruto de la imaginaciĆ³n de los autores del famoso Cantar de Mio Cid, publicaciĆ³n que ha aportado datos histĆ³ricos y confusiĆ³n al mismo tiempo. Porque el Cantar de Mio Cid estĆ” escrito desde el punto de vista de la admiraciĆ³n y se adorna y se envuelve al personaje en una aureola de misticismo, y es por eso que se hace necesario separar la historia de la leyenda. En eso se han empleado a fondo algunos historiadores, gracias a los cuales hoy tenemos una imagen del Cid mucho menos difusa, aunque al mismo tiempo, ha habido quienes no han dudado de descalificarlo y acusarlo de ser un bĆ”rbaro mercenario sin escrĆŗpulos.
En los aƱos 60 se nos enseƱaba que el Cid era un hĆ©roe valiente que luchĆ³ contra los musulmanes y fue siempre leal a su rey, a pesar de que Ć©ste lo desterrĆ³ injustamente de tierras castellanas. Luego, los tiempos cambiaron y el Cid pasĆ³ a ser un personaje polĆticamente incorrecto. AĆŗn hoy lo sigue siendo, como muchos otros que lucharon por no someterse a una potencia extranjera con unas leyes y una cultura del todo ajena. Si durante el franquismo -decĆan-, se nos enseĆ±Ć³ que el Cid era un hĆ©roe, fue porque el rĆ©gimen necesitaba personajes que engrandecieran la naciĆ³n. Por eso, algunos llegamos a preguntarnos si en verdad el Cid fue un hĆ©roe, un caballero medieval, de los de espada y lanza en ristre, con armadura incluida, que protagonizaron gestas heroicas y romĆ”nticas, o nos engaƱaron y estos personajes eran solo fruto de la leyenda y la literatura. La respuesta es sĆ, existieron. Es ahora cuando se tergiversa y se retuerce la historia para adaptarla a lo que algunos creen que es polĆticamente correcto. Pero la Historia con mayĆŗsculas, estĆ” ahĆ, escrita, y nadie puede borrarla. Y los que quieran conocer la verdad solo tienen que acudir a ella. Rodrigo DĆaz, el Cid Campeador, no fue un bĆ”rbaro ni un mercenario, fue un gran guerrero que, a pesar de las adversidades, siempre fue leal a su fe y a su rey.
La lealtad de Rodrigo hacia Alfonso VI es algo que tambiĆ©n estĆ” en entredicho. Fue un mercenario, le acusan algunos. Fue un bĆ”rbaro que arrasaba aldeas, le acusan otros. Veamos. La convivencia entre Alfonso y Rodrigo nunca fue un camino de rosas, eso estĆ” claro. TenĆan caracteres incompatibles, eso tambiĆ©n. Pero hay mĆ”s. Rodrigo era, digamos, demasiado impulsivo, y Alfonso estaba rodeado de algunos personajes, fieles hasta la muerte, como demostrĆ³ serlo GarcĆa OrdĆ³Ć±ez, pero envidiosos y recelosos de que Rodrigo llegara a ser la mano derecha del rey, y es por eso que le envenenaban la sangre contra Ć©l.
Rodrigo llegĆ³ siendo un niƱo a palacio y teniendo casi la misma edad que Alfonso, seguramente fueron compaƱeros de educaciĆ³n y de juegos. Esto explica que, siendo uno rey y el otro vasallo, haya, en algunos episodios de sus vidas, un exceso de confianza, explosiones de ira y posterior perdĆ³n. En los destierros se nota cierta aƱoranza y esperanza, uno por ser perdonado y el otro por verlo de vuelta. La clĆ”sica relaciĆ³n de amor odio estando condenados a entenderse. Afecto hubo, odio tambiĆ©n, aunque quizĆ”s nunca llegaron a entenderse del todo. Pero lo cierto es que Alfonso apreciaba a Rodrigo y por Ć©l hizo caso omiso a algunas normas o leyes de la Ć©poca, llegando a ignorar cuantos consejos le daban sus mĆ”s allegados con tal de recobrar al mĆ”s valeroso de los guerreros de todos los reinos de EspaƱa.
Rodrigo, por su parte, siendo como era, temerario, impulsivo y yendo a su bola como solĆa ir, nunca fue desleal a su rey, a pesar de que en alguna ocasiĆ³n (y con razĆ³n) le enseĆ±Ć³ los dientes. Cuando leemos la historia de ambos guerreros, hay ocasiones en que se palpa esa lealtad y es imposible que los historiadores no se percaten de ella. Y es por eso, que no se puede tachar a Rodrigo de mercenario, a pesar de que se vio en la necesidad de ponerse al servicio de otro rey, que, al fin y al cabo, era vasallo de Alfonso.
Alfonso y Rodrigo, Rodrigo y Alfonso, la historia de uno no se entiende sin la historia del otro. Es muy frecuente encontrar literatura sobre la vida de ambos por separado, mencionando en una brevemente al otro. Si leemos la vida de Alfonso VI siempre nos quedaremos con la gana de saber mĆ”s sobre el Cid, y si leemos la del Cid nos quedaremos con las ganas de saber la vida completa de Alfonso. Por eso, en estas pĆ”ginas, se aborda la vida completa de ambos, porque como se ha dicho ya, la historia de estos dos guerreros, no se entiende si no se leen juntas. Ellos fueron dos de los mĆ”s grandes personajes de EspaƱa, uno fue un rey decisivo, el otro un paladĆn sin igual, ambos lo dieron todo por su fe y por su tierra, ambos fueron dos enormes guerreros.
La muerte de Fernando I
En el aƱo 1065 de nuestra era morĆa el rey Fernando I dejando en herencia un reino dividido en tres; una parte para cada uno de sus tres hijos varones. Castilla quedarĆ” en manos de Sancho, LeĆ³n para Alfonso y Galicia y Portugal para GarcĆa. Todo parece marchar bien, pues este tipo de particiones, muy comunes en la Ć©poca, no significaban una verdadera divisiĆ³n de los reinos, sino una manera de contentar a los herederos para que cada uno administrara una parte del territorio. Pero en 1067 muere la reina madre, Sancha de LeĆ³n, y entonces surgen los conflictos entre hermanos.
Fernando I, el padre, llegĆ³ a ser rey de LeĆ³n por su uniĆ³n con Sancha, pero su territorio original fue Castilla, y por eso cediĆ³ este reino a su primogĆ©nito Sancho. Pero tanto Sancho como la nobleza castellana no pensaban asĆ. SegĆŗn la tradiciĆ³n goda el rey debĆa dejar en herencia al primogĆ©nito la totalidad de sus posesiones; asĆ que, Sancho reclama a Alfonso el reino de LeĆ³n. Alfonso, por supuesto, no cede, ya que se siente legĆtimo heredero. Fue la voluntad de su padre, y si Sancho no estĆ” de acuerdo, serĆ” inevitable una confrontaciĆ³n armada. Guerra entre hermanos, suena mal, pero esta era otra de las costumbres de la Ć©poca por las que nadie se escandalizaba. Mientras tanto, en Galicia y Portugal se suceden las rebeliones contra GarcĆa, al que se le ha perdido el respeto. Algo tendrĆ”n que hacer al respecto Sancho y Alfonso para acabar con esta situaciĆ³n vergonzosa.
Han pasado mĆ”s de dos siglos y medio desde la invasiĆ³n musulmana. El pequeƱo reino de Asturias que resistiĆ³ al empuje de los moros se habĆa extendido desde Covadonga y ahora formaba un gran territorio formado por LeĆ³n, Castilla, Galicia y parte del actual Portugal. Por otro lado estaba el reino de Navarra, AragĆ³n, y los condados catalanes, pertenecientes a la Marca HispĆ”nica que Carlomagno habĆa creado siglos atrĆ”s como barrera contra el avance musulmĆ”n. Esta era la EspaƱa cristiana del siglo XI. El resto seguĆa ocupado por los moros; aunque, esto, mĆ”s que un problema se habĆa convertido ahora en algo beneficioso para los cristianos.
Al-Ćndalus, que habĆa llegado a ser una gran potencia econĆ³mica y militar, se habĆa hecho trizas a principios del siglo XI. El gran emirato/califato cordobĆ©s siempre habĆa tenido que hacer frente, ademĆ”s de a la expansiĆ³n cristiana, a las rebeliones internas, que fue lo que acabĆ³ por destruir la EspaƱa mora. Bereberes, Ć”rabes y mozĆ”rabes no acababan de ser compatibles entre sĆ. LlegĆ³ un momento en que los califas no acababan de subir al poder cuando ya eran asesinados y sustituidos, y asĆ, un aƱo tras otro, hasta que cada cabecilla llegĆ³ a erigirse rey de cada grupo, y cada ciudad se convirtiĆ³ en reino. AsĆ nacieron los reinos moros de Sevilla, MĆ”laga, Granada, CĆ³rdoba, Huelva, Toledo, Badajoz, Zaragoza y Valencia. Y otros menores como Algeciras, Carmona, AlbarracĆn, Denia, etc., hasta un total de 39. Y con la divisiĆ³n llegĆ³ la decadencia del poder moro que ya no era una amenaza para la EspaƱa cristiana. Muy al contrario, la antigua Al-Ćndalus pasĆ³ de ser un peligro a ser una fuente de ingresos.
Estos nuevos reinos, llamados de Taifas (bando o facciĆ³n) ahora luchaban entre ellos, y los reinos cristianos no iban a desaprovechar la oportunidad de sacar beneficio de la situaciĆ³n. Estos reinos acabarĆan por pagar un tributo anual, las parias, a los cristianos a cambio de protecciĆ³n. Estas parias serĆan tambiĆ©n objeto de algĆŗn que otro enfrentamiento entre reinos cristianos que peleaban por cobrarlos. Era el caso de la Taifa de Zaragoza, cuyas parias se disputaban Castilla, Navarra y AragĆ³n.
Y asĆ, el reino de LeĆ³n y Castilla llegĆ³ a ser tan poderoso, que por fin el rey Alfonso pudo cumplir su sueƱo de aƱadir a sus dominios la antigua capital goda: Toledo. Si los reinos de Taifas se veĆan asfixiados por el desembolso de las parias anuales, la conquista de Toledo fue la gota que colmĆ³ el vaso para que gritaran y vinieran en su ayuda. Un nuevo peligro se cernĆa sobre EspaƱa. Desde el otro lado del estrecho de Gibraltar hacĆa tiempo que observaban el descalabro en que habĆan caĆdo los musulmanes. Ahora pedĆan socorro.
Y un personaje singular llamado Yusuf, cercano a los 70 aƱos, creyente riguroso y fundamentalista de las escrituras del profeta Mahoma, vestido con pieles de ovejas, y que se alimentaba de dĆ”tiles y leche de cabra, estaba dispuesto a acudir en su ayuda, volver a conquistar la penĆnsula y acabar de una vez por todas con el poder cristiano. Todo esto se cernĆa sobre las cabezas de los reyes del norte de EspaƱa mientras uno de ellos, Sancho I de Castilla, se dirigĆa a LeĆ³n a hacerle una visita a su hermano Alfonso VI. Era el mes de mayo de 1068.
La educaciĆ³n de GarcĆa
GarcĆa era el menor de los tres hermanos varones, hijos de Fernando I. TenĆa 23 aƱos cuando heredĆ³ el reino de Galicia, correspondiĆ©ndole ademĆ”s las parias de Badajoz y Sevilla. Su formaciĆ³n habĆa corrido a cargo del religioso Cresconio, obispo de Iria. Con semejante maestro, la formaciĆ³n tanto polĆtica como guerrera de GarcĆa estaba garantizada. Porque Cresconio no sĆ³lo era un personaje sobresaliente en la iglesia del siglo XI, sino un guerrero de armas tomar. Y lo demostrĆ³ en un momento clave, en el que Galicia fue vĆctima de un ataque danĆ©s. Sus costas se llenaron de barcos vikingos. Muchas ciudades gallegas fueron saqueadas, pero en Santiago les esperaba una gran sorpresa. Cresconio tomĆ³ la iniciativa y reuniĆ³ a los principales nobles del reino, y con Ć©l al frente, luchando espada en mano, los vikingos fueron vapuleados y salieron de Galicia como buenamente pudieron, embarcando en las pocas naves que no habĆan sido incendiadas.
Los tres reinos
Mayo 1068. Sancho tenĆa mĆ”s de 30 aƱos, Alfonso habĆa cumplido ya los 28. El viejo rey Fernando tendrĆa que haber hecho las cosas de otra manera, debiĆ³ implicarse mĆ”s y atreverse a hacer el testamento tal como mandaba la tradiciĆ³n desde muy antiguo -pensaba Sancho-. La tradiciĆ³n siempre habĆa otorgado al primogĆ©nito de la familia el derecho de ser heredero Ćŗnico, por lo tanto, Ć©l, como hermano mayor entre los varones, estaba convencido de que debĆa haber heredado la totalidad de los reinos que gobernaba su padre y por eso, tarde o temprano reclamarĆa LeĆ³n y Galicia. Pero ese era un tema que ahora tenĆa que posponer. Las cosas se les estaban complicando a GarcĆa, el menor de los tres hermanos, y tanto Alfonso como Ć©l podĆan salir perjudicados, por lo tanto, habĆa que poner orden en este asunto antes que en ningĆŗn otro, todo por orden y a su tiempo. HabĆa llegado el momento de hablar con Alfonso.
SabĆa que con Alfonso era difĆcil llegar a un acuerdo en el tema que querĆa proponerle porque era mĆ”s polĆtico que militar, demasiado diplomĆ”tico; sin embargo, Ć©l, Sancho, era mĆ”s prĆ”ctico y le gustaba ir directo al grano. Pero en esta ocasiĆ³n no le quedaba mĆ”s remedio que hablar con Ć©l si querĆa conseguir su propĆ³sito. No hacĆa tanto que se habĆan visto, apenas unos meses atrĆ”s, en los funerales de la madre de ambos, la anciana Sancha de LeĆ³n.
SabĆa que con Alfonso era difĆcil llegar a un acuerdo en el tema que querĆa proponerle porque era mĆ”s polĆtico que militar, demasiado diplomĆ”tico; sin embargo, Ć©l, Sancho, era mĆ”s prĆ”ctico y le gustaba ir directo al grano. Pero en esta ocasiĆ³n no le quedaba mĆ”s remedio que hablar con Ć©l si querĆa conseguir su propĆ³sito. No hacĆa tanto que se habĆan visto, apenas unos meses atrĆ”s, en los funerales de la madre de ambos, la anciana Sancha de LeĆ³n.
Sancho le hablĆ³ a Alfonso sobre los problemas que tenĆa GarcĆa para reprimir las constantes rebeliones que sufrĆa por Galicia y Portugal, las tierras que su padre le dejĆ³ en herencia. Los condes gallegos siempre habĆan sido un problema para sus antepasados, que mĆ”s de una vez habĆan tenido que acudir a poner orden. Ahora que un rey les gobernaba debĆan estar mĆ”s estrechamente controlados. Sin embargo, a GarcĆa se le escapaba el problema de las manos y Sancho propone "acudir en su ayuda". Pero cuando Alfonso se da cuenta de que lo que pretende Sancho es arrebatarle el reino al hermano pequeƱo de ambos, rechaza la propuesta.
El caso es que GarcĆa ya habĆa solicitado ayuda a los moros, y eso tambiĆ©n se lo hizo saber a Alfonso. GarcĆa era un insensato, eso era lo que pensaban ambos, y ademĆ”s sospechaban que en esa ayuda solicitada pudiera incluirse un plan para traicionarlos. Alfonso entonces le pidiĆ³ a Sancho que dejara el problema en sus manos. Si no actuaban ellos lo harĆan los condes gallegos, pero atacar a su propio hermano no le parecĆa la soluciĆ³n, asĆ que optĆ³ por darle un escarmiento.
Las Parias de Badajoz
A oĆdos del rey Abu Bekr Muhammad al-Mudaffar ya habĆa llegado la noticia de que los soldados de GarcĆa habĆan sido atacados nada mĆ”s salir de Badajoz, seguramente para robarles los cuantiosos tributos que Ć©ste acababa de pagar al reino de Galicia. No andaba muy equivocado el rey taifa; Alfonso habĆa sido informado algunas semanas atrĆ”s de las intenciones de NuƱo MĆ©ndez, conde de Portucale, de revelarse contra GarcĆa. Muy dĆ©bil debĆa considerar el conde a GarcĆa para intentar una guerra contra Ć©l. Era un buen momento, pues, para pararle los pies a su hermano, a la vez que evitaba que el conde portuguĆ©s se le adelantara en busca de las parias de Badajoz, asĆ que se plantĆ³ con su ejĆ©rcito en aquella ciudad, exigiĆ©ndole a su rey, que a partir de ese momento, debĆa pagar sus tributos a LeĆ³n.
A oĆdos del rey Abu Bekr Muhammad al-Mudaffar ya habĆa llegado la noticia de que los soldados de GarcĆa habĆan sido atacados nada mĆ”s salir de Badajoz, seguramente para robarles los cuantiosos tributos que Ć©ste acababa de pagar al reino de Galicia. No andaba muy equivocado el rey taifa; Alfonso habĆa sido informado algunas semanas atrĆ”s de las intenciones de NuƱo MĆ©ndez, conde de Portucale, de revelarse contra GarcĆa. Muy dĆ©bil debĆa considerar el conde a GarcĆa para intentar una guerra contra Ć©l. Era un buen momento, pues, para pararle los pies a su hermano, a la vez que evitaba que el conde portuguĆ©s se le adelantara en busca de las parias de Badajoz, asĆ que se plantĆ³ con su ejĆ©rcito en aquella ciudad, exigiĆ©ndole a su rey, que a partir de ese momento, debĆa pagar sus tributos a LeĆ³n.
GarcĆa le habĆa plantado cara a NuƱo MĆ©ndez, y enfrentĆ”ndose a Ć©l en El Pedroso, no solo le venciĆ³, sino que acabĆ³ con su vida. Pero para GarcĆa no habĆan acabado los problemas, pues a pesar de la muerte de NuƱo, otros muchos nobles gallegos ya estaban en pie de guerra contra Ć©l. Lo Ćŗnico que le faltaba ahora era que sus propios hermanos le arrebataran el cobro de las parias. GarcĆa entrĆ³ en cĆ³lera al enterarse, aunque nada podĆa hacer, de momento. Pero la apropiaciĆ³n de las parias de Badajoz no solo habĆa enfadado a GarcĆa.
Palencia, orillas del rĆo Pisuerga. Julio del aƱo 1068.
Los dos reyes hermanos, Sancho y Alfonso, se habĆan citado allĆ el 16 de julio, al amanecer, en un lugar llamado Llantada, a la orilla derecha del rĆo, frontera entre el reino de LeĆ³n y el de Castilla. Las tropas de Alfonso se aproximan por el norte, quedando el rĆo en la parte de su ala izquierda. Las de Sancho se aproximan por el sur. Cuando ya se divisan unas a otras se detienen. Cada uno de ellos habĆa llevado consigo los mejores soldados que les habĆan proporcionado sus condes. Aquel enfrentamiento no lo habĆa previsto Alfonso, aunque sĆ su hermana Urraca, que ya se lo habĆa advertido, y sobre todo Sancho, que lo tenĆa previsto desde hacĆa tiempo. Semanas atrĆ”s, Alfonso habĆa recibido el aviso de que Sancho deseaba enfrentarse a Ć©l. El motivo: el malestar de Sancho por haberse apoderado de las parias de Badajoz.
Los dos reyes hermanos, Sancho y Alfonso, se habĆan citado allĆ el 16 de julio, al amanecer, en un lugar llamado Llantada, a la orilla derecha del rĆo, frontera entre el reino de LeĆ³n y el de Castilla. Las tropas de Alfonso se aproximan por el norte, quedando el rĆo en la parte de su ala izquierda. Las de Sancho se aproximan por el sur. Cuando ya se divisan unas a otras se detienen. Cada uno de ellos habĆa llevado consigo los mejores soldados que les habĆan proporcionado sus condes. Aquel enfrentamiento no lo habĆa previsto Alfonso, aunque sĆ su hermana Urraca, que ya se lo habĆa advertido, y sobre todo Sancho, que lo tenĆa previsto desde hacĆa tiempo. Semanas atrĆ”s, Alfonso habĆa recibido el aviso de que Sancho deseaba enfrentarse a Ć©l. El motivo: el malestar de Sancho por haberse apoderado de las parias de Badajoz.
SegĆŗn Sancho, Alfonso no habĆa jugado limpio y se habĆa aprovechado de la situaciĆ³n de GarcĆa para apropiarse de parias de Badajoz. Alfonso se defendĆa diciendo que solo habĆa cumplido lo que prometiĆ³, mantenerle a raya. Pero Sancho no quiere oĆr nada mĆ”s y le exige a su hermano la entrega de LeĆ³n. El enfrentamiento es inevitable. Para Sancho no era un trauma, habĆa pasado aƱos enfrentĆ”ndose a sus primos navarros cuando algĆŗn territorio estaba en disputa, asĆ que ahora no lo iba a ser el enfrentamiento con su hermano.
En enfrentamiento iba a ser un juicio de Dios. En la Ć©poca, y cuando existĆa una disputa entre reyes por algĆŗn territorio o ciudad, se solĆan enfrentar los dos mejores caballeros de cada reino. Se daba por hecho que Dios harĆa vencer al caballero del rey que llevara la razĆ³n. En ocasiones, en vez de un solo combate entre dos caballeros se podĆa organizar un torneo donde combatĆan varios participantes. La disputa entre Sancho y Alfonso podrĆa perfectamente haberse resuelto con una de las dos fĆ³rmulas anteriores. Pero, quizĆ”s porque lo que habĆa en juego, todo un reino, les parecĆa demasiado valioso, habĆan acordado que el enfrentamiento fuera entre los dos ejĆ©rcitos.
Junto a Sancho combatirĆ” Rodrigo DĆaz, su alfĆ©rez, el mejor de sus guerreros y quien infundirĆa valor y convicciĆ³n a todo su ejĆ©rcito. En aquel duelo contra su hermano se lo jugaba todo. En realidad iba a enfrentarse a dos de sus hermanos, Alfonso y Urraca, que como no podĆa ser de otra manera, habĆa tomado partido por su hermano menor.
Junto a Sancho combatirĆ” Rodrigo DĆaz, su alfĆ©rez, el mejor de sus guerreros y quien infundirĆa valor y convicciĆ³n a todo su ejĆ©rcito. En aquel duelo contra su hermano se lo jugaba todo. En realidad iba a enfrentarse a dos de sus hermanos, Alfonso y Urraca, que como no podĆa ser de otra manera, habĆa tomado partido por su hermano menor.
Por su parte, y segĆŗn el comportamiento que veremos enseguida, es mĆ”s que probable que Alfonso, nada mĆ”s dar su palabra, estuviera ya arrepentido de haberse jugado su reino a una sola carta. Si perdĆa aquella batalla se perdĆa tambiĆ©n con ella el reino de LeĆ³n. Alfonso tambiĆ©n va acompaƱado de su mejor guerrero, su alfĆ©rez Pedro AnsĆŗrez, pero aĆŗn con muchos guerreros como Ć©l, no estaba seguro de que Dios estuviera de su lado. Y entonces, sin mĆ”s dilaciĆ³n, dio la orden de ataque.
GarcĆa de Galicia |
GarcĆa era el menor de los tres hermanos varones, hijos de Fernando I. TenĆa 23 aƱos cuando heredĆ³ el reino de Galicia, correspondiĆ©ndole ademĆ”s las parias de Badajoz y Sevilla. Su formaciĆ³n habĆa corrido a cargo del religioso Cresconio, obispo de Iria. Con semejante maestro, la formaciĆ³n tanto polĆtica como guerrera de GarcĆa estaba garantizada. Porque Cresconio no sĆ³lo era un personaje sobresaliente en la iglesia del siglo XI, sino un guerrero de armas tomar. Y lo demostrĆ³ en un momento clave, en el que Galicia fue vĆctima de un ataque danĆ©s. Sus costas se llenaron de barcos vikingos. Muchas ciudades gallegas fueron saqueadas, pero en Santiago les esperaba una gran sorpresa. Cresconio tomĆ³ la iniciativa y reuniĆ³ a los principales nobles del reino, y con Ć©l al frente, luchando espada en mano, los vikingos fueron vapuleados y salieron de Galicia como buenamente pudieron, embarcando en las pocas naves que no habĆan sido incendiadas.
Galicia fue una buena herencia para un rey joven y bien preparado. Pero en Galicia habĆa un pequeƱo problema: era un foco de rebeliones. La nobleza gallega se habĆa rebelado contra su padre Fernando, contra todos sus antepasados, y contra GarcĆa no iba a ser una excepciĆ³n. Pero mientras su padre y sus antepasados habĆan sabido reaccionar convenientemente con firmeza cuando hacĆa falta y flexibilidad cuando lo exigĆan las circunstancias, GarcĆa se mostraba dĆ©bil o reaccionaba de forma atribulada e inadecuada, lo cual terminaba irritando a todo el mundo: a los nobles gallegos, a los que rodeaban a GarcĆa, y a Ć©l mismo, que veĆa que la situaciĆ³n se le escapaba de las manos. GarcĆa estaba bien preparado, sĆ, y Cresconio, que ya habĆa muerto, no habĆa hecho mal su trabajo como educador. Pero el joven rey no daba de sĆ lo que en un principio se esperĆ³ de Ć©l. De escasa inteligencia a la hora de tomar decisiones, llegĆ³ a convertirse en una persona cruel y a ser despreciado por todos cuantos le rodeaban. Y cuando los nobles que estaban de su lado le dieron la espalda, la situaciĆ³n de GarcĆa FernĆ”ndez, hijo de Fernando I, se tornĆ³ crĆtica. Sus propios hermanos, Alfonso, Sancho, e incluso su hermana Urraca, sintieron vergĆ¼enza de la desastrosa gestiĆ³n que el pequeƱo de la familia estaba haciendo en Galicia.
Pero no menos vergonzosa era la situaciĆ³n a la que habĆan llegado Alfonso y Sancho. Los habĆamos dejado en Palencia, a punto de enfrentarse en una sangrienta batalla. Un juicio de Dios, segĆŗn ellos. El vencedor serĆa rey de Castilla y de LeĆ³n. Alfonso habĆa dado la orden de que atacaran los infantes. Avanzan tambiĆ©n los guerreros de Sancho hasta que se produce el choque. Sonido metĆ”lico de espadas durante un buen rato, donde ninguno de los contendientes consigue hacer retroceder al otro. Viendo que no se consigue nada, es Sancho ahora el que decide que entre en juego la caballerĆa y da la orden pertinente a Rodrigo, que sin perder un momento avanza al galope con sus mil jinetes. Alfonso hace lo propio, manda al centro de la batalla a sus caballeros mientras ordena que se retiren los infantes, que de permanecer en el mismo sitio se verĆan perdidos. Y no solo por eso, sino porque Alfonso no se siente a gusto desde el principio con aquella pelea y ha tomado una decisiĆ³n: observar a ver quĆ© posibilidades tiene su caballerĆa contra la de su hermano; y la caballerĆa de Sancho es cualquier cosa menos tratable. Al frente de ellos estĆ” nada menos que Rodrigo DĆaz, el mejor guerrero y lĆder que rey alguno hubiera visto jamĆ”s. La caballerĆa de los leoneses estaba llevando las de perder. Alfonso no lo dudĆ³ mĆ”s, tenĆan que retroceder y retirarse con el mĆ”ximo orden posible. No querĆa que sus mejores caballeros sufrieran un monumental descalabro.
Rodrigo no saliĆ³ en persecuciĆ³n de los que se retiraban. Hacerlo suponĆa exponerse a las filas de arqueros que les esperaban en la retaguardia leonesa. AsĆ que el alfĆ©rez de Sancho y sus caballeros volvieron a sus posiciones. El rey de Castilla estaba satisfecho, un primer enfrentamiento y ya llevaban las de ganar. Con Rodrigo al frente podĆa estar tranquilo. A ver con quĆ© estrategia atacarĆa ahora su hermano. Pero su hermano no atacaba. Y cuando Sancho estaba a punto de tomar Ć©l mismo la iniciativa, ocurriĆ³ algo que nunca hubiera esperado que ocurriera. Con asombro vio cĆ³mo su hermano se retiraba. No estaba seguro de lo que aquello significaba, y no sabĆa si reaccionar indignĆ”ndose por la negativa de Alfonso a seguir peleando, o alegrarse; porque si su hermano estaba retirĆ”ndose, eso significaba que Ć©l habĆa vencido. Sancho acababa de convertirse aquella maƱana, y sin apenas esfuerzo, en el flamante rey de un Ćŗnico reino que de nuevo pasaba a estar unido: Castilla y LeĆ³n. O eso pensaba Ć©l.
La invitaciĆ³n de Sancho
Sancho II |
Zamora, 1071. Urraca, la mayor de los hijos e hijas del difunto rey Fernando, habĆa recibido tambiĆ©n herencia al morir su padre. Tanto ella como Elvira, su otra hermana, habĆan recibido un seƱorĆo cada una. A Elvira le habĆa correspondido la ciudad de Toro, a Urraca le entregaron Zamora. Dos mini reinos mĆ”s que inquietaban a Sancho. Alfonso era, de todos sus hermanos, el que mejor congeniaba con Urraca, que se habĆa convertido en su consejera. Ella habĆa sido, junto a algunos nobles y demĆ”s caballeros de confianza, quienes le habĆan aconsejado a Alfonso, primero, que no se enfrentare a Sancho, que dejara que Ć©l viniera a buscarlo, y luego, que no le entregase el reino, tras su retirada en Llantada. Aunque Ć©l, por supuesto, ya habĆa decidido no hacerlo desde el primer momento, de no haber sido asĆ, no se habrĆa retirado tan precipitadamente y hubiera opuesto resistencia hasta morir.
Casi con toda seguridad, Urraca se alegrĆ³ de que Alfonso no cumpliera con su palabra, pues de haberse hecho Sancho con LeĆ³n, seguramente ella ya no serĆa la dueƱa de Zamora. Pero, ¿no le hizo Sancho ninguna reclamaciĆ³n a Alfonso? No se sabe, pero en todo caso Alfonso hizo oĆdos sordos. Pero ahora, casi tres aƱos mĆ”s tarde, Urraca, Elvira y Alfonso reciben una invitaciĆ³n de su hermano para que vayan a verle.
Burgos – 26 de marzo de 1071
HacĆa tiempo que Sancho no sabĆa nada acerca de su hermano Alfonso, el cual no le habĆa dado ninguna explicaciĆ³n de por quĆ© se habĆa negado a cumplir lo pactado despuĆ©s de la derrota frente a sus tropas en Llantada. MĆ”s de dos aƱos y medio hacĆa ya desde aquel enfrentamiento, y muchas explicaciones habĆa tenido que dar Ć©l a los nobles castellanos. QuizĆ”s su hermano andaba demasiado ocupado con sus amorĆos. Alfonso estaba a la espera de que una crĆa de Dinamarca creciera para casarse con ella. Por lo visto se habĆa prometido a ella pero aĆŗn tenĆa unos diez aƱos. Su anterior prometida habĆa muerto justo antes de celebrarse la boda.
No se sabe a ciencia cierta si los dos hermanos se habĆan visto desde el dĆa del enfrentamiento, ni tampoco se sabe si hablaron del tema una vez que se volvieron a ver en Burgos. En cualquier caso, lo que su hermano iba a proponerle no tenĆa nada que ver con lo que ocurriĆ³ aquel dĆa en Llantada. No habĆa convocado Sancho solo a sus hermanos, sino a muchos nobles de Castilla que iban llegando y acomodĆ”ndose en el amplio salĆ³n de palacio, despuĆ©s de saludar al rey y a la reina, la inglesa Alberta. Saludaban tambiĆ©n cortĆ©smente a Alfonso, sin esposa en aquellos momentos. Luego saludaban a Urraca y Elvira, sentadas una a cada lado de su hermano. Estaban presentes Rodrigo DĆaz y demĆ”s caballeros de confianza del rey. Pasaron obispos y abades, entre los que se encontraba Domingo, abad de Silos. El Rey Fernando lo habĆa acogido en Castilla despuĆ©s de su enemistad con el rey de Navarra. Aquello era una autĆ©ntica asamblea. Pero todos debieron notar una ausencia, allĆ faltaba GarcĆa, el hermano pequeƱo de los hijos de Fernando. ¿QuĆ© tendrĆa Sancho que proponerles? ¿A quĆ© habĆan venido aquĆ? Por fin, Sancho se levantĆ³ de su trono, y despuĆ©s de darles la bienvenida a todos hablĆ³. ¿De quiĆ©n hablĆ³? De GarcĆa.
A GarcĆa se le iba de las manos su reino. Si no actuaban rĆ”pido, los nobles gallegos terminarĆ”n derrocĆ”ndolo y ese era el asunto por el cual Sancho los habĆa convocado a todos, para convencerles de que habĆa que intervenir antes de que fuera demasiado tarde. Murmullos y palabras de apoyo por parte de los nobles, lo cual delataba que la mayorĆa de ellos estaban implicados en aquella conspiraciĆ³n. Caras de aprobaciĆ³n por parte de algunos obispos y abades, y de extraƱeza o reprobaciĆ³n por parte de otros. Ya se imaginaba Alfonso cĆ³mo muchos de los allĆ presentes habĆan estado lavĆ”ndole el cerebro a su hermano, convenciĆ©ndolo de que invadir Galicia era lo mĆ”s sensato, por el bien de los demĆ”s reinos. Sancho supo ganarse el apoyo de la mayorĆa al justificar de forma muy hĆ”bil su decisiĆ³n de intervenir por la fuerza. Pero tanto Urraca como Alfonso debĆan saber ya cuĆ”les era las verdaderas intenciones de su hermano. Sancho no los habrĆa convocado para pedir su opiniĆ³n, pues ya tenĆa decidido derrocar a GarcĆa antes de traerlos hasta allĆ. Si los habĆa llamado habĆa sido porque para invadir Galicia tenĆa forzosamente que pasar por LeĆ³n. Necesitaba la colaboraciĆ³n de Alfonso. Cualquier negativa delante de todos le harĆa quedar mal. Solo tenĆa dos opciones, ayudarle o enfrentarte a Ć©l.
Finalmente, Alfonso se prestĆ³ a ofrecer LeĆ³n como camino a Galicia, pero no participarĆa en la intervenciĆ³n. Aunque el desplazamiento de tropas por tierras leonesas no le iba a salir gratos a Sancho, que tendrĆa que entregar la mitad del reino de Galicia una vez derrocado su hermano. No le quedaba alternativa, Sancho estaba obligado a atravesar LeĆ³n. Desplazarse por territorio moro era una temeridad ademĆ”s de obligarle a dar un gran rodeo, y desplazarse por mar tampoco le era viable. Necesitaba que Alfonso le facilitara el paso, lo contrario ponĆa en peligro su empresa. Alfonso estaba jugando bien, en su primera jugada conservĆ³ su reino, ahora obtiene la mitad de Galicia por no hacer nada. Pero la partida no habĆa acabado.
Sancho no dejĆ³ que se enfriaran los Ć”nimos, y aquel mismo mes se puso en marcha con su ejĆ©rcito y se plantĆ³ en Galicia. GarcĆa se descompone al saber que los castellanos vienen hacia Ć©l. Huir no es propio de un rey. Y menos ahora que acababa de proclamarse rey de Galicia y Portugal despuĆ©s de anexionarse el condado de Portucale, al derrotar a NuƱo MĆ©ndez, el conde que se habĆa revelado contra Ć©l y que pagĆ³ con su vida la osadĆa. No le quedaba mĆ”s remedio que plantar cara. Para eso servĆa un rey, para defender su reino, y eso era lo que iba a hacer Ć©l, defenderse. Pero las tropas castellanas no eran las del conde NuƱo, y Ć©stas aplastaron a las gallegas. GarcĆa logrĆ³ escapar y consiguiĆ³ llegar hasta Santarem, donde fue apresado por los castellanos que le habĆan seguido. Galicia ya era mitad castellana, mitad leonesa.
El exilio de Alfonso
A Sancho le saliĆ³ bien su plan y ya era el dueƱo de media Galicia. Pero Sancho no se detendrĆa ahĆ, y Alfonso, quizĆ”s advertido por Urraca que conocĆa bien a sus hermanos, sabĆa que pronto presionarĆa sobre LeĆ³n. Existen documentos donde Sancho ya firmaba como rex imperator,.y esto da una idea de las intenciones de Sancho. Los dos hermanos estaban a punto de enfrentarse de nuevo, y esta vez no valdrĆa otra cosa que no fuera una victoria total. Sancho deseaba la corona del imperio.
Casi con toda seguridad, Urraca se alegrĆ³ de que Alfonso no cumpliera con su palabra, pues de haberse hecho Sancho con LeĆ³n, seguramente ella ya no serĆa la dueƱa de Zamora. Pero, ¿no le hizo Sancho ninguna reclamaciĆ³n a Alfonso? No se sabe, pero en todo caso Alfonso hizo oĆdos sordos. Pero ahora, casi tres aƱos mĆ”s tarde, Urraca, Elvira y Alfonso reciben una invitaciĆ³n de su hermano para que vayan a verle.
Burgos – 26 de marzo de 1071
HacĆa tiempo que Sancho no sabĆa nada acerca de su hermano Alfonso, el cual no le habĆa dado ninguna explicaciĆ³n de por quĆ© se habĆa negado a cumplir lo pactado despuĆ©s de la derrota frente a sus tropas en Llantada. MĆ”s de dos aƱos y medio hacĆa ya desde aquel enfrentamiento, y muchas explicaciones habĆa tenido que dar Ć©l a los nobles castellanos. QuizĆ”s su hermano andaba demasiado ocupado con sus amorĆos. Alfonso estaba a la espera de que una crĆa de Dinamarca creciera para casarse con ella. Por lo visto se habĆa prometido a ella pero aĆŗn tenĆa unos diez aƱos. Su anterior prometida habĆa muerto justo antes de celebrarse la boda.
No se sabe a ciencia cierta si los dos hermanos se habĆan visto desde el dĆa del enfrentamiento, ni tampoco se sabe si hablaron del tema una vez que se volvieron a ver en Burgos. En cualquier caso, lo que su hermano iba a proponerle no tenĆa nada que ver con lo que ocurriĆ³ aquel dĆa en Llantada. No habĆa convocado Sancho solo a sus hermanos, sino a muchos nobles de Castilla que iban llegando y acomodĆ”ndose en el amplio salĆ³n de palacio, despuĆ©s de saludar al rey y a la reina, la inglesa Alberta. Saludaban tambiĆ©n cortĆ©smente a Alfonso, sin esposa en aquellos momentos. Luego saludaban a Urraca y Elvira, sentadas una a cada lado de su hermano. Estaban presentes Rodrigo DĆaz y demĆ”s caballeros de confianza del rey. Pasaron obispos y abades, entre los que se encontraba Domingo, abad de Silos. El Rey Fernando lo habĆa acogido en Castilla despuĆ©s de su enemistad con el rey de Navarra. Aquello era una autĆ©ntica asamblea. Pero todos debieron notar una ausencia, allĆ faltaba GarcĆa, el hermano pequeƱo de los hijos de Fernando. ¿QuĆ© tendrĆa Sancho que proponerles? ¿A quĆ© habĆan venido aquĆ? Por fin, Sancho se levantĆ³ de su trono, y despuĆ©s de darles la bienvenida a todos hablĆ³. ¿De quiĆ©n hablĆ³? De GarcĆa.
A GarcĆa se le iba de las manos su reino. Si no actuaban rĆ”pido, los nobles gallegos terminarĆ”n derrocĆ”ndolo y ese era el asunto por el cual Sancho los habĆa convocado a todos, para convencerles de que habĆa que intervenir antes de que fuera demasiado tarde. Murmullos y palabras de apoyo por parte de los nobles, lo cual delataba que la mayorĆa de ellos estaban implicados en aquella conspiraciĆ³n. Caras de aprobaciĆ³n por parte de algunos obispos y abades, y de extraƱeza o reprobaciĆ³n por parte de otros. Ya se imaginaba Alfonso cĆ³mo muchos de los allĆ presentes habĆan estado lavĆ”ndole el cerebro a su hermano, convenciĆ©ndolo de que invadir Galicia era lo mĆ”s sensato, por el bien de los demĆ”s reinos. Sancho supo ganarse el apoyo de la mayorĆa al justificar de forma muy hĆ”bil su decisiĆ³n de intervenir por la fuerza. Pero tanto Urraca como Alfonso debĆan saber ya cuĆ”les era las verdaderas intenciones de su hermano. Sancho no los habrĆa convocado para pedir su opiniĆ³n, pues ya tenĆa decidido derrocar a GarcĆa antes de traerlos hasta allĆ. Si los habĆa llamado habĆa sido porque para invadir Galicia tenĆa forzosamente que pasar por LeĆ³n. Necesitaba la colaboraciĆ³n de Alfonso. Cualquier negativa delante de todos le harĆa quedar mal. Solo tenĆa dos opciones, ayudarle o enfrentarte a Ć©l.
Finalmente, Alfonso se prestĆ³ a ofrecer LeĆ³n como camino a Galicia, pero no participarĆa en la intervenciĆ³n. Aunque el desplazamiento de tropas por tierras leonesas no le iba a salir gratos a Sancho, que tendrĆa que entregar la mitad del reino de Galicia una vez derrocado su hermano. No le quedaba alternativa, Sancho estaba obligado a atravesar LeĆ³n. Desplazarse por territorio moro era una temeridad ademĆ”s de obligarle a dar un gran rodeo, y desplazarse por mar tampoco le era viable. Necesitaba que Alfonso le facilitara el paso, lo contrario ponĆa en peligro su empresa. Alfonso estaba jugando bien, en su primera jugada conservĆ³ su reino, ahora obtiene la mitad de Galicia por no hacer nada. Pero la partida no habĆa acabado.
Sancho no dejĆ³ que se enfriaran los Ć”nimos, y aquel mismo mes se puso en marcha con su ejĆ©rcito y se plantĆ³ en Galicia. GarcĆa se descompone al saber que los castellanos vienen hacia Ć©l. Huir no es propio de un rey. Y menos ahora que acababa de proclamarse rey de Galicia y Portugal despuĆ©s de anexionarse el condado de Portucale, al derrotar a NuƱo MĆ©ndez, el conde que se habĆa revelado contra Ć©l y que pagĆ³ con su vida la osadĆa. No le quedaba mĆ”s remedio que plantar cara. Para eso servĆa un rey, para defender su reino, y eso era lo que iba a hacer Ć©l, defenderse. Pero las tropas castellanas no eran las del conde NuƱo, y Ć©stas aplastaron a las gallegas. GarcĆa logrĆ³ escapar y consiguiĆ³ llegar hasta Santarem, donde fue apresado por los castellanos que le habĆan seguido. Galicia ya era mitad castellana, mitad leonesa.
Alfonso VI en Toledo |
A Sancho le saliĆ³ bien su plan y ya era el dueƱo de media Galicia. Pero Sancho no se detendrĆa ahĆ, y Alfonso, quizĆ”s advertido por Urraca que conocĆa bien a sus hermanos, sabĆa que pronto presionarĆa sobre LeĆ³n. Existen documentos donde Sancho ya firmaba como rex imperator,.y esto da una idea de las intenciones de Sancho. Los dos hermanos estaban a punto de enfrentarse de nuevo, y esta vez no valdrĆa otra cosa que no fuera una victoria total. Sancho deseaba la corona del imperio.
Golpejera
Al amanecer del dĆa seƱalado Alfonso escuchĆ³ cĆ³mo a menos de una milla de distancia se acercaban las tropas de Sancho y cĆ³mo estas se detuvieron entre la espesa niebla. Minutos despuĆ©s se escuchĆ³ el cabalgar de unos pocos caballos que dejaron verse a unos veinte metros de distancia. Eran Sancho y sus hombres mĆ”s apegados que se acercaban. En ese momento saliĆ³ a su encuentro Alfonso, acompaƱado tambiĆ©n de su lugarteniente y tres hombres mĆ”s. No hubo demasiado diĆ”logo entre los hermanos contendientes. Casi fue un ritual, mĆ”s que una conversaciĆ³n. Sancho exigiĆ³ de nuevo a Alfonso lo que tanto anhelaba y Ć©ste, como no podĆa ser de otra manera se negĆ³ recordĆ”ndole que la voluntad de Fernando, el padre de ambos, habĆa sido que Ć©l fuera rey de LeĆ³n tal como Sancho lo era de Castilla. Y despuĆ©s, ambos se retiraron, y esperaron. Hacia las diez de la maƱana se produjo la primera embestida de Sancho, que mandĆ³ a su infanterĆa cargar. Solo fue un tanteo, y tras medir sus fuerzas, los contendientes volvieron a sus respectivas filas. Una embestida mĆ”s fuerte se producĆa inmediatamente despuĆ©s, y asĆ, una tras otra, hasta que al mediodĆa, tanto los de Sancho como los de Alfonso estaban exhaustos. Pero ninguno de los hermanos abandonarĆa la lucha, no podĆan desfallecer, solo podĆa quedar uno. HabĆa que resolver el problema ese dĆa, allĆ mismo. Alfonso decidiĆ³ ponerse personalmente al mando, solo poniĆ©ndose Ć©l al frente conseguirĆa infundir Ć”nimos a sus desfallecidas tropas.
Al atardecer las tropas castellanas estaban llevando las de perder. Todos desfallecĆan y no podĆan aguantar mĆ”s, Sancho ordenĆ³ la retirada. Alfonso no quiso aprovechar la ocasiĆ³n para ensaƱarse contra los castellanos y ordenĆ³ que no los persiguieran. Grave error.
Resguardados en un bosque cercano, los guerreros de Sancho reponĆan fuerzas y curaban sus heridas. HabĆa habido muchas bajas y Sancho lamentaba haber perdido la batalla y con ella el reino de Castilla. PodĆa hacer lo mismo que hizo su hermano y negarse a entregarle el reino, pero, ¿quĆ© actitud tomarĆa Alfonso? Seguramente al amanecer emprenderĆa la persecuciĆ³n y le obligarĆa a cumplir con lo pactado. No estaba seguro de si su ejĆ©rcito estaba en condiciones de seguir plantando batalla.
Mientras tanto los de Alfonso celebraban la gran victoria, que a pesar de haber sufrido tambiĆ©n muchas bajas habĆan hecho ganar a su rey las tierras de Castilla. Todos estaban deshechos por la dura jornada de lucha, pero la victoria habĆa que celebrarla y aquella noche cayeron rendidos no por el cansancio, sino por el vino. Por eso, cuando al amanecer sufrieron un ataque que no esperaban, les costĆ³ reaccionar. Los hombres de Sancho, liderados por Rodrigo DĆaz que los habĆa reunido a todos de madrugada, no lo tuvieron difĆcil para poner el campamento patas arriba. La confusiĆ³n y el caos se adueĆ±Ć³ de los leoneses, y los que no huyeron despavoridos cayeron bajo las espadas castellanas. El mismo Alfonso tuvo que salir huyendo escoltado por su guardia personal, pero no tardaron en darle caza. Alfonso ya era prisionero de Sancho.
Sancho encarcelĆ³ a su hermano, pero Urraca intervino por Ć©l. Alfonso no debĆa estar en una mazmorra y fue trasladado a un monasterio. Pero Alfonso no se sentĆa seguro, pues allĆ era presa fĆ”cil de quienes quisieran asesinarle y huyĆ³. Toledo era un buen lugar donde refugiarse, era un reino taifa protegido por LeĆ³n y eso conllevaba tambiĆ©n, que si el rey de LeĆ³n ahora necesitaba ayuda, el rey de Toledo se la prestara. A esto ayudĆ³ tambiĆ©n, por lo visto, que el rey castellano tenĆa buena amistad con el rey moro, y allĆ, Alfonso llegĆ³ a encontrarse como en su casa.
No habĆa pasado mucho tiempo, cuando Pedro AnsĆŗrez, que habĆa acompaƱado a su rey en el exilio, vino a avisar a Alfonso de que un emisario habĆa llegado a Toledo. Se trataba del conde NĆŗƱez, y venĆa en representaciĆ³n de otros muchos condes leoneses, e incluso castellanos. NĆŗƱez era el hombre que Alfonso estaba esperando, pues venĆa a confirmarle que no estaba solo, y al mismo tiempo venĆa a transmitirle noticias inquietantes. Aquellos nobles estaban dispuestos a oponer resistencia a Sancho, que ya habĆa arrebatado Toro a su hermana Elvira. Pero ahora, el nuevo y Ćŗnico rey de Castilla y LeĆ³n se habĆa plantado frente a las puertas de Zamora, la Ćŗltima esperanza de Alfonso. Si Zamora caĆa, caĆan tambiĆ©n los nobles que le apoyaban, y entonces sĆ, todo estarĆa perdido.
El asedio de Zamora
Zamora no era un simple seƱorĆo que Urraca recibiĆ³ en herencia, Zamora era un lugar de extraordinario valor estratĆ©gico y Sancho querĆa agregarlo a sus dominios a toda costa. El verano de 1072 enviĆ³ a Rodrigo DĆaz dirigiendo un gran ejĆ©rcito que puso cerco a la ciudad. Pero Zamora no estaba dispuesta a rendirse. Pasaron varios meses entre combates e intentos de franquear las murallas, pero sin resultados positivos para los castellanos. Sancho hizo finalmente acto de presencia y encomendĆ³ una misiĆ³n a Rodrigo.
Frente a las murallas
Nadie estĆ” seguro de quiĆ©n fue quien moviĆ³ la mano de Vellido Dolfos. ¿Fue Urraca o fue el propio Alfonso desde su destierro? Es una de esas intrigas o misterios histĆ³ricos que nunca se resolverĆ”n. CrĆ³nicas populares no faltan que acusan directamente a Urraca de haber contratado a Vellido. Como esta que dice lo siguiente:
Al atardecer las tropas castellanas estaban llevando las de perder. Todos desfallecĆan y no podĆan aguantar mĆ”s, Sancho ordenĆ³ la retirada. Alfonso no quiso aprovechar la ocasiĆ³n para ensaƱarse contra los castellanos y ordenĆ³ que no los persiguieran. Grave error.
Resguardados en un bosque cercano, los guerreros de Sancho reponĆan fuerzas y curaban sus heridas. HabĆa habido muchas bajas y Sancho lamentaba haber perdido la batalla y con ella el reino de Castilla. PodĆa hacer lo mismo que hizo su hermano y negarse a entregarle el reino, pero, ¿quĆ© actitud tomarĆa Alfonso? Seguramente al amanecer emprenderĆa la persecuciĆ³n y le obligarĆa a cumplir con lo pactado. No estaba seguro de si su ejĆ©rcito estaba en condiciones de seguir plantando batalla.
Mientras tanto los de Alfonso celebraban la gran victoria, que a pesar de haber sufrido tambiĆ©n muchas bajas habĆan hecho ganar a su rey las tierras de Castilla. Todos estaban deshechos por la dura jornada de lucha, pero la victoria habĆa que celebrarla y aquella noche cayeron rendidos no por el cansancio, sino por el vino. Por eso, cuando al amanecer sufrieron un ataque que no esperaban, les costĆ³ reaccionar. Los hombres de Sancho, liderados por Rodrigo DĆaz que los habĆa reunido a todos de madrugada, no lo tuvieron difĆcil para poner el campamento patas arriba. La confusiĆ³n y el caos se adueĆ±Ć³ de los leoneses, y los que no huyeron despavoridos cayeron bajo las espadas castellanas. El mismo Alfonso tuvo que salir huyendo escoltado por su guardia personal, pero no tardaron en darle caza. Alfonso ya era prisionero de Sancho.
Sancho encarcelĆ³ a su hermano, pero Urraca intervino por Ć©l. Alfonso no debĆa estar en una mazmorra y fue trasladado a un monasterio. Pero Alfonso no se sentĆa seguro, pues allĆ era presa fĆ”cil de quienes quisieran asesinarle y huyĆ³. Toledo era un buen lugar donde refugiarse, era un reino taifa protegido por LeĆ³n y eso conllevaba tambiĆ©n, que si el rey de LeĆ³n ahora necesitaba ayuda, el rey de Toledo se la prestara. A esto ayudĆ³ tambiĆ©n, por lo visto, que el rey castellano tenĆa buena amistad con el rey moro, y allĆ, Alfonso llegĆ³ a encontrarse como en su casa.
No habĆa pasado mucho tiempo, cuando Pedro AnsĆŗrez, que habĆa acompaƱado a su rey en el exilio, vino a avisar a Alfonso de que un emisario habĆa llegado a Toledo. Se trataba del conde NĆŗƱez, y venĆa en representaciĆ³n de otros muchos condes leoneses, e incluso castellanos. NĆŗƱez era el hombre que Alfonso estaba esperando, pues venĆa a confirmarle que no estaba solo, y al mismo tiempo venĆa a transmitirle noticias inquietantes. Aquellos nobles estaban dispuestos a oponer resistencia a Sancho, que ya habĆa arrebatado Toro a su hermana Elvira. Pero ahora, el nuevo y Ćŗnico rey de Castilla y LeĆ³n se habĆa plantado frente a las puertas de Zamora, la Ćŗltima esperanza de Alfonso. Si Zamora caĆa, caĆan tambiĆ©n los nobles que le apoyaban, y entonces sĆ, todo estarĆa perdido.
Zamora no era un simple seƱorĆo que Urraca recibiĆ³ en herencia, Zamora era un lugar de extraordinario valor estratĆ©gico y Sancho querĆa agregarlo a sus dominios a toda costa. El verano de 1072 enviĆ³ a Rodrigo DĆaz dirigiendo un gran ejĆ©rcito que puso cerco a la ciudad. Pero Zamora no estaba dispuesta a rendirse. Pasaron varios meses entre combates e intentos de franquear las murallas, pero sin resultados positivos para los castellanos. Sancho hizo finalmente acto de presencia y encomendĆ³ una misiĆ³n a Rodrigo.
No hay detalles fidedignos que aseguren si Rodrigo y Urraca eran realmente amantes, aunque las crĆ³nicas populares insisten en ello. Urraca era al menos 7 aƱos mayor que Rodrigo, aunque eso no sea un impedimento. Pero algo de cierto hay siempre en las crĆ³nicas populares no oficiales y en las leyendas. Hay ademĆ”s un detalle que hace pensar que algo sĆ pudo haber entre ambos. Sancho enviĆ³ a Rodrigo a negociar con su hermana. PodĆa haber enviado a cualquiera, pero enviĆ³ a Rodrigo, quizĆ”s porque sabĆa que se entendĆa muy bien con ella. Aunque por otra parte, tampoco hay nada extraƱo en ello, pues lo cierto es que Rodrigo conocĆa a Urraca desde niƱo, cuando llegĆ³ a la corte de Fernando I.
Sancho habĆa propuesto respetar a los zamoranos y perdonar a los nobles que ahora se encontraban en el interior de la ciudad a cambio de que le rindieran sumisiĆ³n. Urraca a cambio recibirĆa un gran seƱorĆo en Tierra de Campos, en la frontera entre LeĆ³n y Castilla. Unas tierras que tiempo atrĆ”s fueron objeto de grandes disputas. Pero Urraca se negĆ³ en rotundo y por nada del mundo iba a dejar que su hermano se saliera con la suya. El asedio de Zamora continuarĆa hasta que sus habitantes desfallecieran por el hambre y la enfermedad. Pero entonces, apareciĆ³ un misterioso personaje ante Sancho.
Frente a las murallas
Vellido Dolfos, en compaƱĆa de otros dos zamoranos, habĆan conseguido salir de la ciudad sin ser vistos, y ahora se encontraba frente al campamento del ejĆ©rcito castellano para pedir pasarse a sus filas, ya que decĆan sentir simpatĆa por el rey castellano y no deseaban otra cosa que ponerse a su servicio, el cual los creyĆ³ y pensĆ³ que podĆan serle Ćŗtiles.
Llevaban ya varios meses de asedio y en el interior de la ciudad se empezaba a notar los efectos. Mientras tanto, el ejĆ©rcito castellano habĆa tenido tiempo de ir rellenando algunas partes de los fosos que rodeaban las murallas para intentar el asalto trepando por ellas. Pero los intentos siempre fueron un fracaso. Fue entonces cuando el desertor se ofreciĆ³ al rey Sancho para mostrarle los puntos dĆ©biles de las murallas. DecĆa conocer cada palmo de ellas con total exactitud. Sancho le pidiĆ³ a Rodrigo que le acompaƱaran con algunos hombres y se dispusieron a dar un paseo. A una distancia prudente caminaban alrededor de las murallas y Vellido Dolfos explicaba al rey las caracterĆsticas de cada tramo. Y asĆ fue como Sancho iba siendo informado de la posibilidades que tenĆa o no de Ć©xito si lo intentaban acĆ” o allĆ”. Y entonces, Sancho se sintiĆ³ indispuesto y pidiĆ³ separarse del grupo unos instantes. Sus hombres se quedaron apartados para respetar la intimidad de su rey. Vellido Dolfos siguiĆ³ caminando mientras parecĆa seguir examinando las murallas. De pronto… desapareciĆ³ de la vista de todos. Fue Rodrigo el primero en darse cuenta. El desertor no estaba. Aquello no le olĆa bien y corriĆ³ en busca de Sancho, al cual encontraron muerto en el suelo atravesado por una lanza. Algunos historiadores relatan de la siguiente manera los hechos en la llamada “CrĆ³nica General”:
“El rey se apartĆ³ a hacer aquello que la naturaleza pide y que el hombre no puede excusar. Y Vellido Dolfos se allegĆ³ hasta allĆ” con Ć©l. Y cuando lo vio estar de aquella guisa, lanzĆ³ el venablo que le entrĆ³ por la espalda y le saliĆ³ por el pecho”
De nada sirviĆ³ la bĆŗsqueda del asesino, que habĆa desaparecido como evaporado en el aire. Cuenta la tradiciĆ³n que justamente por aquel lugar donde los habĆa conducido existĆa y existe un portillo por donde entrĆ³ de nuevo a Zamora despuĆ©s de consumar su misiĆ³n. Sobre el portillo nos habla otro historiador, J. Javier Esparza: “Desde entonces, aquel portillo fue bautizado como portillo de la traiciĆ³n. Aunque recientemente se ha rebautizado como puerta de la lealtad, al considerar que Vellido Dolfos no traicionĆ³ a Zamora, sino que la salvĆ³ del acoso castellano. Muy espaƱol todo ello.”
Nadie estĆ” seguro de quiĆ©n fue quien moviĆ³ la mano de Vellido Dolfos. ¿Fue Urraca o fue el propio Alfonso desde su destierro? Es una de esas intrigas o misterios histĆ³ricos que nunca se resolverĆ”n. CrĆ³nicas populares no faltan que acusan directamente a Urraca de haber contratado a Vellido. Como esta que dice lo siguiente:
“Rey don Sancho, rey don Sancho, no digas que no te aviso,
que dentro de Zamora, un alevoso ha salido;
llƔmase Vellido Dolfos, hijo de Dolfos Vellido.
Cuatro traiciones ha hecho y con esta serƔn cinco.
Si traidor fue el padre, mayor traidor es el hijo.
Gritos dan en el real: ¡A don Sancho han mal herido!
Muerto lo ha Vellido Dolfos. Gran traiciĆ³n ha cometido.
Desque le tuviera muerto se metiĆ³ por un postigo,
por las calles de Zamora va dando voces y gritos:
-Tiempo era doƱa Urraca, de cumplir lo prometido.”
Existe ademĆ”s una conversaciĆ³n registrada en la “CrĆ³nica General” que acusa directamente a Urraca de haber mandado a Vellido Dolfos a “expulsar a su hermano de Zamora”.
“-Demandevos –dice a la infanta- que haga algo, como vos sabeis. Y ahora, si vos me lo otorgase, yo os tirarĆa al rey don Sancho de sobre Zamora y harĆa decercar la villa.”
Que viene a decir algo asĆ como “mĆ”ndeme hacer lo que usted quiera que yo lo cumplirĆ©. Y si usted me da permiso harĆ© que Sancho ponga fin al asedio de la villa.” De ser cierta esta conversaciĆ³n, Urraca estarĆa implicada en el asesinato de su hermano. Pero son muchos los historiadores que ponen en duda la veracidad de dichas crĆ³nicas. En cualquier caso, no es descabellado que Urraca fuera la que contratĆ³ los servicios del traidor. Pensemos en las circunstancias. Para empezar, Sancho no era del agrado de su hermana, al cual tenĆa por codicioso y fanfarrĆ³n. HabĆa estado aƱos detrĆ”s de Alfonso, el favorito de Urraca, hasta conseguir lo que se proponĆa, hacerse con los tres reinos. No tuvo suficiente y arrebatĆ³ la ciudad de Toro a Elvira. Finalmente, habĆa estado sometiendo a Zamora y a ella misma, su hermana, al sufrimiento de un asedio despiadado, donde el hambre y la enfermedad comenzaban a hacer estragos. No es de extraƱar, pues, que Urraca estuviera detrĆ”s de todo, pues de ser asĆ, bien podrĆa considerarse un acto en defensa propia.
¿Y Alfonso, estaba al tanto de que eso iba a ocurrir? Recordemos que Alfonso estaba exiliado en Toledo al amparo del rey Al- Mamun. De Zamora a Toledo hay una distancia de unos 300 kilĆ³metros. Una distancia bastante larga para recorrerla a caballo y dar un recado. Una cosa es que le tuvieran informado de las intenciones de los nobles que le apoyaban, y del discurrir de los acontecimientos y otra diferente que su hermana enviara a informarle de que planeaba asesinar a su hermano. Lo mĆ”s sensato serĆa pensar que le informaron una vez consumado todo. Son hipĆ³tesis sin demostrar, y sin embargo, Alfonso posiblemente tuvo que jurar que nada tuvo que ver con la muerte de Sancho. Famosa es la leyenda que aparece en el Cantar de MĆo Cid donde habla de la Jura de Santa Gadea. Pero precisamente al tratarse de poemas juglarescos los historiadores actuales dudan e incluso niegan que esta jura tuviera lugar. ¿Por quĆ©?
Por lo visto no hay nada registrado oficialmente de que dicha jura se llevara a cabo. Es a partir de varios siglos mĆ”s tarde donde se comienza a hablar de este tema y nunca en crĆ³nicas oficiales. Es el famoso historiador MenĆ©ndez Pidal quien sin duda dio mĆ”s credibilidad al tema basĆ”ndose casi por completo en lo que cuenta el Cantar de MĆo Cid. Y es por eso tambiĆ©n que sus colegas le acusan de tener cierta "debilidad" por Rodrigo DĆaz, al que intenta elevar a la categorĆa de hĆ©roe nacional de forma un tanto exagerada. Porque de ser cierto lo que narran estos poemas, Rodrigo DĆaz de Vivar habrĆa sido quien le exigiĆ³ a Alfonso que jurase que no estuvo implicado en el asesinato de su hermano para arrebatarle la corona. Este hecho le habrĆa costado al Cid ser desterrado. No es descabellado, no obstante, la creencia de que la jura de Santa Gadea pudo llevarse a cabo. Lo que no encaja para nada es que Rodrigo fuera desterrado por esta causa. Enseguida veremos por quĆ©.
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