Los hijos de Fernando I - 1

Fernando I de LeĆ³n
IntroducciĆ³n
Hubo un tiempo en que los reinos cristianos de EspaƱa luchaban por su fe, por la cultura de sus antepasados y por reconquistar los territorios perdidos, a la vez que beneficiaban a Europa actuando como un muro infranqueable ante el avance de la potencia musulmana. Entre los bravos guerreros que abanderaban estos reinos destacaron muchos guerreros como GarcĆ­a FernĆ”ndez, Pedro de AragĆ³n o su hermano Alfonso, llamado el Batallador. Pero si hubo dos hombres decisivos en la guerra contra los musulmanes, esos fueron sin duda el rey Alfonso VI de LeĆ³n y Rodrigo DĆ­az, el Cid Campeador. Dos autĆ©nticos hĆ©roes de leyenda. 

A Alfonso VI, llamado el Bravo, se le reprochan algunas derrotas por no haber sabido calcular el riesgo, caso del primer ataque almorĆ”vide en Sagrajas (Badajoz) donde a punto estuvo de perder la vida, o el desastre de UclĆ©s. Pero ni la batalla de Sagrajas fue una gran victoria para los almorĆ”vides ni en UclĆ©s estaba Alfonso presente, ya que en esa Ć©poca era ya muy mayor y estaba delicado de salud. En sus 44 aƱos de reinado tuvo doblegados a los llamados reinos de taifas, expandiĆ³ su reino y conquistĆ³ una plaza tan importante como Toledo sin apenas luchar por ella, porque Alfonso no solo era un gran guerrero, sino un buen diplomĆ”tico. A punto estuvo tambiĆ©n de conquistar Zaragoza, pero le faltĆ³ tiempo, no le bastĆ³ una sola vida para todo lo que quiso hacer. De haber tenido una segunda vida hubiera terminado por conquistar toda la penĆ­nsula.

Y quĆ© decir de Rodrigo DĆ­az. Sus colegas le nombraron Campeador, y los moros le llamaban mi SeƱor, mĆ­o Cid. Esto ya dice mucho de Ć©l. No obstante, es cierto que este personaje estĆ” envuelto en leyenda y muchas de sus hazaƱas se consideran hoy fruto de la imaginaciĆ³n de los autores del famoso Cantar de Mio Cid, publicaciĆ³n que ha aportado datos histĆ³ricos y confusiĆ³n al mismo tiempo. Porque el Cantar de Mio Cid estĆ” escrito desde el punto de vista de la admiraciĆ³n y se adorna y se envuelve al personaje en una aureola de misticismo, y es por eso que se hace necesario separar la historia de la leyenda. En eso se han empleado a fondo algunos historiadores, gracias a los cuales hoy tenemos una imagen del Cid mucho menos difusa, aunque al mismo tiempo, ha habido quienes no han dudado de descalificarlo y acusarlo de ser un bĆ”rbaro mercenario sin escrĆŗpulos. 

En los aƱos 60 se nos enseƱaba que el Cid era un hĆ©roe valiente que luchĆ³ contra los musulmanes y fue siempre leal a su rey, a pesar de que Ć©ste lo desterrĆ³ injustamente de tierras castellanas. Luego, los tiempos cambiaron y el Cid pasĆ³ a ser un personaje polĆ­ticamente incorrecto. AĆŗn hoy lo sigue siendo, como muchos otros que lucharon por no someterse a una potencia extranjera con unas leyes y una cultura del todo ajena. Si durante el franquismo -decĆ­an-, se nos enseĆ±Ć³ que el Cid era un hĆ©roe, fue porque el rĆ©gimen necesitaba personajes que engrandecieran la naciĆ³n. Por eso, algunos llegamos a preguntarnos si en verdad el Cid fue un hĆ©roe, un caballero medieval, de los de espada y lanza en ristre, con armadura incluida, que protagonizaron gestas heroicas y romĆ”nticas, o nos engaƱaron y estos personajes eran solo fruto de la leyenda y la literatura. La respuesta es sĆ­, existieron. Es ahora cuando se tergiversa y se retuerce la historia para adaptarla a lo que algunos creen que es polĆ­ticamente correcto. Pero la Historia con mayĆŗsculas, estĆ” ahĆ­, escrita, y nadie puede borrarla. Y los que quieran conocer la verdad solo tienen que acudir a ella. Rodrigo DĆ­az, el Cid Campeador, no fue un bĆ”rbaro ni un mercenario, fue un gran guerrero que, a pesar de las adversidades, siempre fue leal a su fe y a su rey.

La lealtad de Rodrigo hacia Alfonso VI es algo que tambiĆ©n estĆ” en entredicho. Fue un mercenario, le acusan algunos. Fue un bĆ”rbaro que arrasaba aldeas, le acusan otros. Veamos. La convivencia entre Alfonso y Rodrigo nunca fue un camino de rosas, eso estĆ” claro. TenĆ­an caracteres incompatibles, eso tambiĆ©n. Pero hay mĆ”s. Rodrigo era, digamos, demasiado impulsivo, y Alfonso estaba rodeado de algunos personajes, fieles hasta la muerte, como demostrĆ³ serlo GarcĆ­a OrdĆ³Ć±ez, pero envidiosos y recelosos de que Rodrigo llegara a ser la mano derecha del rey, y es por eso que le envenenaban la sangre contra Ć©l.

Rodrigo llegĆ³ siendo un niƱo a palacio y teniendo casi la misma edad que Alfonso, seguramente fueron compaƱeros de educaciĆ³n y de juegos. Esto explica que, siendo uno rey y el otro vasallo, haya, en algunos episodios de sus vidas, un exceso de confianza, explosiones de ira y posterior perdĆ³n. En los destierros se nota cierta aƱoranza y esperanza, uno por ser perdonado y el otro por verlo de vuelta. La clĆ”sica relaciĆ³n de amor odio estando condenados a entenderse. Afecto hubo, odio tambiĆ©n, aunque quizĆ”s nunca llegaron a entenderse del todo. Pero lo cierto es que Alfonso apreciaba a Rodrigo y por Ć©l hizo caso omiso a algunas normas o leyes de la Ć©poca, llegando a ignorar cuantos consejos le daban sus mĆ”s allegados con tal de recobrar al mĆ”s valeroso de los guerreros de todos los reinos de EspaƱa. 

Rodrigo, por su parte, siendo como era, temerario, impulsivo y yendo a su bola como solĆ­a ir, nunca fue desleal a su rey, a pesar de que en alguna ocasiĆ³n (y con razĆ³n) le enseĆ±Ć³ los dientes. Cuando leemos la historia de ambos guerreros, hay ocasiones en que se palpa esa lealtad y es imposible que los historiadores no se percaten de ella. Y es por eso, que no se puede tachar a Rodrigo de mercenario, a pesar de que se vio en la necesidad de ponerse al servicio de otro rey, que, al fin y al cabo, era vasallo de Alfonso.

Alfonso y Rodrigo, Rodrigo y Alfonso, la historia de uno no se entiende sin la historia del otro. Es muy frecuente encontrar literatura sobre la vida de ambos por separado, mencionando en una brevemente al otro. Si leemos la vida de Alfonso VI siempre nos quedaremos con la gana de saber mƔs sobre el Cid, y si leemos la del Cid nos quedaremos con las ganas de saber la vida completa de Alfonso. Por eso, en estas pƔginas, se aborda la vida completa de ambos, porque como se ha dicho ya, la historia de estos dos guerreros, no se entiende si no se leen juntas. Ellos fueron dos de los mƔs grandes personajes de EspaƱa, uno fue un rey decisivo, el otro un paladƭn sin igual, ambos lo dieron todo por su fe y por su tierra, ambos fueron dos enormes guerreros.

La muerte de Fernando I
En el aƱo 1065 de nuestra era morĆ­a el rey Fernando I dejando en herencia un reino dividido en tres; una parte para cada uno de sus tres hijos varones. Castilla quedarĆ” en manos de Sancho, LeĆ³n para Alfonso y Galicia y Portugal para GarcĆ­a. Todo parece marchar bien, pues este tipo de particiones, muy comunes en la Ć©poca, no significaban una verdadera divisiĆ³n de los reinos, sino una manera de contentar a los herederos para que cada uno administrara una parte del territorio. Pero en 1067 muere la reina madre, Sancha de LeĆ³n, y entonces surgen los conflictos entre hermanos.

Fernando I, el padre, llegĆ³ a ser rey de LeĆ³n por su uniĆ³n con Sancha, pero su territorio original fue Castilla, y por eso cediĆ³ este reino a su primogĆ©nito Sancho. Pero tanto Sancho como la nobleza castellana no pensaban asĆ­. SegĆŗn la tradiciĆ³n goda el rey debĆ­a dejar en herencia al primogĆ©nito la totalidad de sus posesiones; asĆ­ que, Sancho reclama a Alfonso el reino de LeĆ³n. Alfonso, por supuesto, no cede, ya que se siente legĆ­timo heredero. Fue la voluntad de su padre, y si Sancho no estĆ” de acuerdo, serĆ” inevitable una confrontaciĆ³n armada. Guerra entre hermanos, suena mal, pero esta era otra de las costumbres de la Ć©poca por las que nadie se escandalizaba. Mientras tanto, en Galicia y Portugal se suceden las rebeliones contra GarcĆ­a, al que se le ha perdido el respeto. Algo tendrĆ”n que hacer al respecto Sancho y Alfonso para acabar con esta situaciĆ³n vergonzosa.

Han pasado mĆ”s de dos siglos y medio desde la invasiĆ³n musulmana. El pequeƱo reino de Asturias que resistiĆ³ al empuje de los moros se habĆ­a extendido desde Covadonga y ahora formaba un gran territorio formado por LeĆ³n, Castilla, Galicia y parte del actual Portugal. Por otro lado estaba el reino de Navarra, AragĆ³n, y los condados catalanes, pertenecientes a la Marca HispĆ”nica que Carlomagno habĆ­a creado siglos atrĆ”s como barrera contra el avance musulmĆ”n. Esta era la EspaƱa cristiana del siglo XI. El resto seguĆ­a ocupado por los moros; aunque, esto, mĆ”s que un problema se habĆ­a convertido ahora en algo beneficioso para los cristianos.

Al-Ɓndalus, que habĆ­a llegado a ser una gran potencia econĆ³mica y militar, se habĆ­a hecho trizas a principios del siglo XI. El gran emirato/califato cordobĆ©s siempre habĆ­a tenido que hacer frente, ademĆ”s de a la expansiĆ³n cristiana, a las rebeliones internas, que fue lo que acabĆ³ por destruir la EspaƱa mora. Bereberes, Ć”rabes y mozĆ”rabes no acababan de ser compatibles entre sĆ­. LlegĆ³ un momento en que los califas no acababan de subir al poder cuando ya eran asesinados y sustituidos, y asĆ­, un aƱo tras otro, hasta que cada cabecilla llegĆ³ a erigirse rey de cada grupo, y cada ciudad se convirtiĆ³ en reino. AsĆ­ nacieron los reinos moros de Sevilla, MĆ”laga, Granada, CĆ³rdoba, Huelva, Toledo, Badajoz, Zaragoza y Valencia. Y otros menores como Algeciras, Carmona, AlbarracĆ­n, Denia, etc., hasta un total de 39. Y con la divisiĆ³n llegĆ³ la decadencia del poder moro que ya no era una amenaza para la EspaƱa cristiana. Muy al contrario, la antigua Al-Ɓndalus pasĆ³ de ser un peligro a ser una fuente de ingresos.

Estos nuevos reinos, llamados de Taifas (bando o facciĆ³n) ahora luchaban entre ellos, y los reinos cristianos no iban a desaprovechar la oportunidad de sacar beneficio de la situaciĆ³n. Estos reinos acabarĆ­an por pagar un tributo anual, las parias, a los cristianos a cambio de protecciĆ³n. Estas parias serĆ­an tambiĆ©n objeto de algĆŗn que otro enfrentamiento entre reinos cristianos que peleaban por cobrarlos. Era el caso de la Taifa de Zaragoza, cuyas parias se disputaban Castilla, Navarra y AragĆ³n.

Y asĆ­, el reino de LeĆ³n y Castilla llegĆ³ a ser tan poderoso, que por fin el rey Alfonso pudo cumplir su sueƱo de aƱadir a sus dominios la antigua capital goda: Toledo. Si los reinos de Taifas se veĆ­an asfixiados por el desembolso de las parias anuales, la conquista de Toledo fue la gota que colmĆ³ el vaso para que gritaran y vinieran en su ayuda. Un nuevo peligro se cernĆ­a sobre EspaƱa. Desde el otro lado del estrecho de Gibraltar hacĆ­a tiempo que observaban el descalabro en que habĆ­an caĆ­do los musulmanes. Ahora pedĆ­an socorro.

Y un personaje singular llamado Yusuf, cercano a los 70 aƱos, creyente riguroso y fundamentalista de las escrituras del profeta Mahoma, vestido con pieles de ovejas, y que se alimentaba de dĆ”tiles y leche de cabra, estaba dispuesto a acudir en su ayuda, volver a conquistar la penĆ­nsula y acabar de una vez por todas con el poder cristiano. Todo esto se cernĆ­a sobre las cabezas de los reyes del norte de EspaƱa mientras uno de ellos, Sancho I de Castilla, se dirigĆ­a a LeĆ³n a hacerle una visita a su hermano Alfonso VI. Era el mes de mayo de 1068.

Los tres reinos
Mayo 1068. Sancho tenĆ­a mĆ”s de 30 aƱos, Alfonso habĆ­a cumplido ya los 28. El viejo rey Fernando tendrĆ­a que haber hecho las cosas de otra manera, debiĆ³ implicarse mĆ”s y atreverse a hacer el testamento tal como mandaba la tradiciĆ³n desde muy antiguo -pensaba Sancho-. La tradiciĆ³n siempre habĆ­a otorgado al primogĆ©nito de la familia el derecho de ser heredero Ćŗnico, por lo tanto, Ć©l, como hermano mayor entre los varones, estaba convencido de que debĆ­a haber heredado la totalidad de los reinos que gobernaba su padre y por eso, tarde o temprano reclamarĆ­a LeĆ³n y Galicia. Pero ese era un tema que ahora tenĆ­a que posponer. Las cosas se les estaban complicando a GarcĆ­a, el menor de los tres hermanos, y tanto Alfonso como Ć©l podĆ­an salir perjudicados, por lo tanto, habĆ­a que poner orden en este asunto antes que en ningĆŗn otro, todo por orden y a su tiempo. HabĆ­a llegado el momento de hablar con Alfonso.

SabĆ­a que con Alfonso era difĆ­cil llegar a un acuerdo en el tema que querĆ­a proponerle porque era mĆ”s polĆ­tico que militar, demasiado diplomĆ”tico; sin embargo, Ć©l, Sancho, era mĆ”s prĆ”ctico y le gustaba ir directo al grano. Pero en esta ocasiĆ³n no le quedaba mĆ”s remedio que hablar con Ć©l si querĆ­a conseguir su propĆ³sito. No hacĆ­a tanto que se habĆ­an visto, apenas unos meses atrĆ”s, en los funerales de la madre de ambos, la anciana Sancha de LeĆ³n.

Sancho le hablĆ³ a Alfonso sobre los problemas que tenĆ­a GarcĆ­a para reprimir las constantes rebeliones que sufrĆ­a por Galicia y Portugal, las tierras que su padre le dejĆ³ en herencia. Los condes gallegos siempre habĆ­an sido un problema para sus antepasados, que mĆ”s de una vez habĆ­an tenido que acudir a poner orden. Ahora que un rey les gobernaba debĆ­an estar mĆ”s estrechamente controlados. Sin embargo, a GarcĆ­a se le escapaba el problema de las manos y Sancho propone "acudir en su ayuda". Pero cuando Alfonso se da cuenta de que lo que pretende Sancho es arrebatarle el reino al hermano pequeƱo de ambos, rechaza la propuesta.

El caso es que GarcĆ­a ya habĆ­a solicitado ayuda a los moros, y eso tambiĆ©n se lo hizo saber a Alfonso. GarcĆ­a era un insensato, eso era lo que pensaban ambos, y ademĆ”s sospechaban que en esa ayuda solicitada pudiera incluirse un plan para traicionarlos. Alfonso entonces le pidiĆ³ a Sancho que dejara el problema en sus manos. Si no actuaban ellos lo harĆ­an los condes gallegos, pero atacar a su propio hermano no le parecĆ­a la soluciĆ³n, asĆ­ que optĆ³ por darle un escarmiento.


Las Parias de Badajoz 
A oĆ­dos del rey Abu Bekr Muhammad al-Mudaffar ya habĆ­a llegado la noticia de que los soldados de GarcĆ­a habĆ­an sido atacados nada mĆ”s salir de Badajoz, seguramente para robarles los cuantiosos tributos que Ć©ste acababa de pagar al reino de Galicia. No andaba muy equivocado el rey taifa; Alfonso habĆ­a sido informado algunas semanas atrĆ”s de las intenciones de NuƱo MĆ©ndez, conde de Portucale, de revelarse contra GarcĆ­a. Muy dĆ©bil debĆ­a considerar el conde a GarcĆ­a para intentar una guerra contra Ć©l. Era un buen momento, pues, para pararle los pies a su hermano, a la vez que evitaba que el conde portuguĆ©s se le adelantara en busca de las parias de Badajoz, asĆ­ que se plantĆ³ con su ejĆ©rcito en aquella ciudad, exigiĆ©ndole a su rey, que a partir de ese momento, debĆ­a pagar sus tributos a LeĆ³n.

GarcĆ­a le habĆ­a plantado cara a NuƱo MĆ©ndez, y enfrentĆ”ndose a Ć©l en El Pedroso, no solo le venciĆ³, sino que acabĆ³ con su vida. Pero para GarcĆ­a no habĆ­an acabado los problemas, pues a pesar de la muerte de NuƱo, otros muchos nobles gallegos ya estaban en pie de guerra contra Ć©l. Lo Ćŗnico que le faltaba ahora era que sus propios hermanos le arrebataran el cobro de las parias. GarcĆ­a entrĆ³ en cĆ³lera al enterarse, aunque nada podĆ­a hacer, de momento. Pero la apropiaciĆ³n de las parias de Badajoz no solo habĆ­a enfadado a GarcĆ­a.

Palencia, orillas del rƭo Pisuerga. Julio del aƱo 1068.
Los dos reyes hermanos, Sancho y Alfonso, se habĆ­an citado allĆ­ el 16 de julio, al amanecer, en un lugar llamado Llantada, a la orilla derecha del rĆ­o, frontera entre el reino de LeĆ³n y el de Castilla. Las tropas de Alfonso se aproximan por el norte, quedando el rĆ­o en la parte de su ala izquierda. Las de Sancho se aproximan por el sur. Cuando ya se divisan unas a otras se detienen. Cada uno de ellos habĆ­a llevado consigo los mejores soldados que les habĆ­an proporcionado sus condes. Aquel enfrentamiento no lo habĆ­a previsto Alfonso, aunque sĆ­ su hermana Urraca, que ya se lo habĆ­a advertido, y sobre todo Sancho, que lo tenĆ­a previsto desde hacĆ­a tiempo. Semanas atrĆ”s, Alfonso habĆ­a recibido el aviso de que Sancho deseaba enfrentarse a Ć©l. El motivo: el malestar de Sancho por haberse apoderado de las parias de Badajoz.

SegĆŗn Sancho, Alfonso no habĆ­a jugado limpio y se habĆ­a aprovechado de la situaciĆ³n de GarcĆ­a para apropiarse de parias de Badajoz. Alfonso se defendĆ­a diciendo que solo habĆ­a cumplido lo que prometiĆ³, mantenerle a raya. Pero Sancho no quiere oĆ­r nada mĆ”s y le exige a su hermano la entrega de LeĆ³n. El enfrentamiento es inevitable. Para Sancho no era un trauma, habĆ­a pasado aƱos enfrentĆ”ndose a sus primos navarros cuando algĆŗn territorio estaba en disputa, asĆ­ que ahora no lo iba a ser el enfrentamiento con su hermano.

En enfrentamiento iba a ser un juicio de Dios. En la Ć©poca, y cuando existĆ­a una disputa entre reyes por algĆŗn territorio o ciudad, se solĆ­an enfrentar los dos mejores caballeros de cada reino. Se daba por hecho que Dios harĆ­a vencer al caballero del rey que llevara la razĆ³n. En ocasiones, en vez de un solo combate entre dos caballeros se podĆ­a organizar un torneo donde combatĆ­an varios participantes. La disputa entre Sancho y Alfonso podrĆ­a perfectamente haberse resuelto con una de las dos fĆ³rmulas anteriores. Pero, quizĆ”s porque lo que habĆ­a en juego, todo un reino, les parecĆ­a demasiado valioso, habĆ­an acordado que el enfrentamiento fuera entre los dos ejĆ©rcitos.

Junto a Sancho combatirĆ” Rodrigo DĆ­az, su alfĆ©rez, el mejor de sus guerreros y quien infundirĆ­a valor y convicciĆ³n a todo su ejĆ©rcito. En aquel duelo contra su hermano se lo jugaba todo. En realidad iba a enfrentarse a dos de sus hermanos, Alfonso y Urraca, que como no podĆ­a ser de otra manera, habĆ­a tomado partido por su hermano menor.

Por su parte, y segĆŗn el comportamiento que veremos enseguida, es mĆ”s que probable que Alfonso, nada mĆ”s dar su palabra, estuviera ya arrepentido de haberse jugado su reino a una sola carta. Si perdĆ­a aquella batalla se perdĆ­a tambiĆ©n con ella el reino de LeĆ³n. Alfonso tambiĆ©n va acompaƱado de su mejor guerrero, su alfĆ©rez Pedro AnsĆŗrez, pero aĆŗn con muchos guerreros como Ć©l, no estaba seguro de que Dios estuviera de su lado. Y entonces, sin mĆ”s dilaciĆ³n, dio la orden de ataque.

GarcĆ­a de Galicia
La educaciĆ³n de GarcĆ­a
GarcĆ­a era el menor de los tres hermanos varones, hijos de Fernando I. TenĆ­a 23 aƱos cuando heredĆ³ el reino de Galicia, correspondiĆ©ndole ademĆ”s las parias de Badajoz y Sevilla. Su formaciĆ³n habĆ­a corrido a cargo del religioso Cresconio, obispo de Iria. Con semejante maestro, la formaciĆ³n tanto polĆ­tica como guerrera de GarcĆ­a estaba garantizada. Porque Cresconio no sĆ³lo era un personaje sobresaliente en la iglesia del siglo XI, sino un guerrero de armas tomar. Y lo demostrĆ³ en un momento clave, en el que Galicia fue vĆ­ctima de un ataque danĆ©s. Sus costas se llenaron de barcos vikingos. Muchas ciudades gallegas fueron saqueadas, pero en Santiago les esperaba una gran sorpresa. Cresconio tomĆ³ la iniciativa y reuniĆ³ a los principales nobles del reino, y con Ć©l al frente, luchando espada en mano, los vikingos fueron vapuleados y salieron de Galicia como buenamente pudieron, embarcando en las pocas naves que no habĆ­an sido incendiadas.

Galicia fue una buena herencia para un rey joven y bien preparado. Pero en Galicia habĆ­a un pequeƱo problema: era un foco de rebeliones. La nobleza gallega se habĆ­a rebelado contra su padre Fernando, contra todos sus antepasados, y contra GarcĆ­a no iba a ser una excepciĆ³n. Pero mientras su padre y sus antepasados habĆ­an sabido reaccionar convenientemente con firmeza cuando hacĆ­a falta y flexibilidad cuando lo exigĆ­an las circunstancias, GarcĆ­a se mostraba dĆ©bil o reaccionaba de forma atribulada e inadecuada, lo cual terminaba irritando a todo el mundo: a los nobles gallegos, a los que rodeaban a GarcĆ­a, y a Ć©l mismo, que veĆ­a que la situaciĆ³n se le escapaba de las manos. GarcĆ­a estaba bien preparado, sĆ­, y Cresconio, que ya habĆ­a muerto, no habĆ­a hecho mal su trabajo como educador. Pero el joven rey no daba de sĆ­ lo que en un principio se esperĆ³ de Ć©l. De escasa inteligencia a la hora de tomar decisiones, llegĆ³ a convertirse en una persona cruel y a ser despreciado por todos cuantos le rodeaban. Y cuando los nobles que estaban de su lado le dieron la espalda, la situaciĆ³n de GarcĆ­a FernĆ”ndez, hijo de Fernando I, se tornĆ³ crĆ­tica. Sus propios hermanos, Alfonso, Sancho, e incluso su hermana Urraca, sintieron vergĆ¼enza de la desastrosa gestiĆ³n que el pequeƱo de la familia estaba haciendo en Galicia.

Pero no menos vergonzosa era la situaciĆ³n a la que habĆ­an llegado Alfonso y Sancho. Los habĆ­amos dejado en Palencia, a punto de enfrentarse en una sangrienta batalla. Un juicio de Dios, segĆŗn ellos. El vencedor serĆ­a rey de Castilla y de LeĆ³n. Alfonso habĆ­a dado la orden de que atacaran los infantes. Avanzan tambiĆ©n los guerreros de Sancho hasta que se produce el choque. Sonido metĆ”lico de espadas durante un buen rato, donde ninguno de los contendientes consigue hacer retroceder al otro. Viendo que no se consigue nada, es Sancho ahora el que decide que entre en juego la caballerĆ­a y da la orden pertinente a Rodrigo, que sin perder un momento avanza al galope con sus mil jinetes. Alfonso hace lo propio, manda al centro de la batalla a sus caballeros mientras ordena que se retiren los infantes, que de permanecer en el mismo sitio se verĆ­an perdidos. Y no solo por eso, sino porque Alfonso no se siente a gusto desde el principio con aquella pelea y ha tomado una decisiĆ³n: observar a ver quĆ© posibilidades tiene su caballerĆ­a contra la de su hermano; y la caballerĆ­a de Sancho es cualquier cosa menos tratable. Al frente de ellos estĆ” nada menos que Rodrigo DĆ­az, el mejor guerrero y lĆ­der que rey alguno hubiera visto jamĆ”s. La caballerĆ­a de los leoneses estaba llevando las de perder. Alfonso no lo dudĆ³ mĆ”s, tenĆ­an que retroceder y retirarse con el mĆ”ximo orden posible. No querĆ­a que sus mejores caballeros sufrieran un monumental descalabro.

Rodrigo no saliĆ³ en persecuciĆ³n de los que se retiraban. Hacerlo suponĆ­a exponerse a las filas de arqueros que les esperaban en la retaguardia leonesa. AsĆ­ que el alfĆ©rez de Sancho y sus caballeros volvieron a sus posiciones. El rey de Castilla estaba satisfecho, un primer enfrentamiento y ya llevaban las de ganar. Con Rodrigo al frente podĆ­a estar tranquilo. A ver con quĆ© estrategia atacarĆ­a ahora su hermano. Pero su hermano no atacaba. Y cuando Sancho estaba a punto de tomar Ć©l mismo la iniciativa, ocurriĆ³ algo que nunca hubiera esperado que ocurriera. Con asombro vio cĆ³mo su hermano se retiraba. No estaba seguro de lo que aquello significaba, y no sabĆ­a si reaccionar indignĆ”ndose por la negativa de Alfonso a seguir peleando, o alegrarse; porque si su hermano estaba retirĆ”ndose, eso significaba que Ć©l habĆ­a vencido. Sancho acababa de convertirse aquella maƱana, y sin apenas esfuerzo, en el flamante rey de un Ćŗnico reino que de nuevo pasaba a estar unido: Castilla y LeĆ³n. O eso pensaba Ć©l.

Sancho II
La invitaciĆ³n de Sancho
Zamora, 1071. Urraca, la mayor de los hijos e hijas del difunto rey Fernando, habƭa recibido tambiƩn herencia al morir su padre. Tanto ella como Elvira, su otra hermana, habƭan recibido un seƱorƭo cada una. A Elvira le habƭa correspondido la ciudad de Toro, a Urraca le entregaron Zamora. Dos mini reinos mƔs que inquietaban a Sancho. Alfonso era, de todos sus hermanos, el que mejor congeniaba con Urraca, que se habƭa convertido en su consejera. Ella habƭa sido, junto a algunos nobles y demƔs caballeros de confianza, quienes le habƭan aconsejado a Alfonso, primero, que no se enfrentare a Sancho, que dejara que Ʃl viniera a buscarlo, y luego, que no le entregase el reino, tras su retirada en Llantada. Aunque Ʃl, por supuesto, ya habƭa decidido no hacerlo desde el primer momento, de no haber sido asƭ, no se habrƭa retirado tan precipitadamente y hubiera opuesto resistencia hasta morir.

Casi con toda seguridad, Urraca se alegrĆ³ de que Alfonso no cumpliera con su palabra, pues de haberse hecho Sancho con LeĆ³n, seguramente ella ya no serĆ­a la dueƱa de Zamora. Pero, ¿no le hizo Sancho ninguna reclamaciĆ³n a Alfonso? No se sabe, pero en todo caso Alfonso hizo oĆ­dos sordos. Pero ahora, casi tres aƱos mĆ”s tarde, Urraca, Elvira y Alfonso reciben una invitaciĆ³n de su hermano para que vayan a verle.

Burgos – 26 de marzo de 1071
HacĆ­a tiempo que Sancho no sabĆ­a nada acerca de su hermano Alfonso, el cual no le habĆ­a dado ninguna explicaciĆ³n de por quĆ© se habĆ­a negado a cumplir lo pactado despuĆ©s de la derrota frente a sus tropas en Llantada. MĆ”s de dos aƱos y medio hacĆ­a ya desde aquel enfrentamiento, y muchas explicaciones habĆ­a tenido que dar Ć©l a los nobles castellanos. QuizĆ”s su hermano andaba demasiado ocupado con sus amorĆ­os. Alfonso estaba a la espera de que una crĆ­a de Dinamarca creciera para casarse con ella. Por lo visto se habĆ­a prometido a ella pero aĆŗn tenĆ­a unos diez aƱos. Su anterior prometida habĆ­a muerto justo antes de celebrarse la boda.

No se sabe a ciencia cierta si los dos hermanos se habĆ­an visto desde el dĆ­a del enfrentamiento, ni tampoco se sabe si hablaron del tema una vez que se volvieron a ver en Burgos. En cualquier caso, lo que su hermano iba a proponerle no tenĆ­a nada que ver con lo que ocurriĆ³ aquel dĆ­a en Llantada. No habĆ­a convocado Sancho solo a sus hermanos, sino a muchos nobles de Castilla que iban llegando y acomodĆ”ndose en el amplio salĆ³n de palacio, despuĆ©s de saludar al rey y a la reina, la inglesa Alberta. Saludaban tambiĆ©n cortĆ©smente a Alfonso, sin esposa en aquellos momentos. Luego saludaban a Urraca y Elvira, sentadas una a cada lado de su hermano. Estaban presentes Rodrigo DĆ­az y demĆ”s caballeros de confianza del rey. Pasaron obispos y abades, entre los que se encontraba Domingo, abad de Silos. El Rey Fernando lo habĆ­a acogido en Castilla despuĆ©s de su enemistad con el rey de Navarra. Aquello era una autĆ©ntica asamblea. Pero todos debieron notar una ausencia, allĆ­ faltaba GarcĆ­a, el hermano pequeƱo de los hijos de Fernando. ¿QuĆ© tendrĆ­a Sancho que proponerles? ¿A quĆ© habĆ­an venido aquĆ­? Por fin, Sancho se levantĆ³ de su trono, y despuĆ©s de darles la bienvenida a todos hablĆ³. ¿De quiĆ©n hablĆ³? De GarcĆ­a.

A GarcĆ­a se le iba de las manos su reino. Si no actuaban rĆ”pido, los nobles gallegos terminarĆ”n derrocĆ”ndolo y ese era el asunto por el cual Sancho los habĆ­a convocado a todos, para convencerles de que habĆ­a que intervenir antes de que fuera demasiado tarde. Murmullos y palabras de apoyo por parte de los nobles, lo cual delataba que la mayorĆ­a de ellos estaban implicados en aquella conspiraciĆ³n. Caras de aprobaciĆ³n por parte de algunos obispos y abades, y de extraƱeza o reprobaciĆ³n por parte de otros. Ya se imaginaba Alfonso cĆ³mo muchos de los allĆ­ presentes habĆ­an estado lavĆ”ndole el cerebro a su hermano, convenciĆ©ndolo de que invadir Galicia era lo mĆ”s sensato, por el bien de los demĆ”s reinos. Sancho supo ganarse el apoyo de la mayorĆ­a al justificar de forma muy hĆ”bil su decisiĆ³n de intervenir por la fuerza. Pero tanto Urraca como Alfonso debĆ­an saber ya cuĆ”les era las verdaderas intenciones de su hermano. Sancho no los habrĆ­a convocado para pedir su opiniĆ³n, pues ya tenĆ­a decidido derrocar a GarcĆ­a antes de traerlos hasta allĆ­. Si los habĆ­a llamado habĆ­a sido porque para invadir Galicia tenĆ­a forzosamente que pasar por LeĆ³n. Necesitaba la colaboraciĆ³n de Alfonso. Cualquier negativa delante de todos le harĆ­a quedar mal. Solo tenĆ­a dos opciones, ayudarle o enfrentarte a Ć©l.

Finalmente, Alfonso se prestĆ³ a ofrecer LeĆ³n como camino a Galicia, pero no participarĆ­a en la intervenciĆ³n. Aunque el desplazamiento de tropas por tierras leonesas no le iba a salir gratos a Sancho, que tendrĆ­a que entregar la mitad del reino de Galicia una vez derrocado su hermano. No le quedaba alternativa, Sancho estaba obligado a atravesar LeĆ³n. Desplazarse por territorio moro era una temeridad ademĆ”s de obligarle a dar un gran rodeo, y desplazarse por mar tampoco le era viable. Necesitaba que Alfonso le facilitara el paso, lo contrario ponĆ­a en peligro su empresa. Alfonso estaba jugando bien, en su primera jugada conservĆ³ su reino, ahora obtiene la mitad de Galicia por no hacer nada. Pero la partida no habĆ­a acabado.

Sancho no dejĆ³ que se enfriaran los Ć”nimos, y aquel mismo mes se puso en marcha con su ejĆ©rcito y se plantĆ³ en Galicia. GarcĆ­a se descompone al saber que los castellanos vienen hacia Ć©l. Huir no es propio de un rey. Y menos ahora que acababa de proclamarse rey de Galicia y Portugal despuĆ©s de anexionarse el condado de Portucale, al derrotar a NuƱo MĆ©ndez, el conde que se habĆ­a revelado contra Ć©l y que pagĆ³ con su vida la osadĆ­a. No le quedaba mĆ”s remedio que plantar cara. Para eso servĆ­a un rey, para defender su reino, y eso era lo que iba a hacer Ć©l, defenderse. Pero las tropas castellanas no eran las del conde NuƱo, y Ć©stas aplastaron a las gallegas. GarcĆ­a logrĆ³ escapar y consiguiĆ³ llegar hasta Santarem, donde fue apresado por los castellanos que le habĆ­an seguido. Galicia ya era mitad castellana, mitad leonesa.


Alfonso VI en Toledo
El exilio de Alfonso
A Sancho le saliĆ³ bien su plan y ya era el dueƱo de media Galicia. Pero Sancho no se detendrĆ­a ahĆ­, y Alfonso, quizĆ”s advertido por Urraca que conocĆ­a bien a sus hermanos, sabĆ­a que pronto presionarĆ­a sobre LeĆ³n. Existen documentos donde Sancho ya firmaba como rex imperator,.y esto da una idea de las intenciones de Sancho. Los dos hermanos estaban a punto de enfrentarse de nuevo, y esta vez no valdrĆ­a otra cosa que no fuera una victoria total. Sancho deseaba la corona del imperio. 


Golpejera 
Al amanecer del dĆ­a seƱalado Alfonso escuchĆ³ cĆ³mo a menos de una milla de distancia se acercaban las tropas de Sancho y cĆ³mo estas se detuvieron entre la espesa niebla. Minutos despuĆ©s se escuchĆ³ el cabalgar de unos pocos caballos que dejaron verse a unos veinte metros de distancia. Eran Sancho y sus hombres mĆ”s apegados que se acercaban. En ese momento saliĆ³ a su encuentro Alfonso, acompaƱado tambiĆ©n de su lugarteniente y tres hombres mĆ”s. No hubo demasiado diĆ”logo entre los hermanos contendientes. Casi fue un ritual, mĆ”s que una conversaciĆ³n. Sancho exigiĆ³ de nuevo a Alfonso lo que tanto anhelaba y Ć©ste, como no podĆ­a ser de otra manera se negĆ³ recordĆ”ndole que la voluntad de Fernando, el padre de ambos, habĆ­a sido que Ć©l fuera rey de LeĆ³n tal como Sancho lo era de Castilla. Y despuĆ©s, ambos se retiraron, y esperaron. Hacia las diez de la maƱana se produjo la primera embestida de Sancho, que mandĆ³ a su infanterĆ­a cargar. Solo fue un tanteo, y tras medir sus fuerzas, los contendientes volvieron a sus respectivas filas. Una embestida mĆ”s fuerte se producĆ­a inmediatamente despuĆ©s, y asĆ­, una tras otra, hasta que al mediodĆ­a, tanto los de Sancho como los de Alfonso estaban exhaustos. Pero ninguno de los hermanos abandonarĆ­a la lucha, no podĆ­an desfallecer, solo podĆ­a quedar uno. HabĆ­a que resolver el problema ese dĆ­a, allĆ­ mismo. Alfonso decidiĆ³ ponerse personalmente al mando, solo poniĆ©ndose Ć©l al frente conseguirĆ­a infundir Ć”nimos a sus desfallecidas tropas.

Al atardecer las tropas castellanas estaban llevando las de perder. Todos desfallecĆ­an y no podĆ­an aguantar mĆ”s, Sancho ordenĆ³ la retirada. Alfonso no quiso aprovechar la ocasiĆ³n para ensaƱarse contra los castellanos y ordenĆ³ que no los persiguieran. Grave error.

Resguardados en un bosque cercano, los guerreros de Sancho reponĆ­an fuerzas y curaban sus heridas. HabĆ­a habido muchas bajas y Sancho lamentaba haber perdido la batalla y con ella el reino de Castilla. PodĆ­a hacer lo mismo que hizo su hermano y negarse a entregarle el reino, pero, ¿quĆ© actitud tomarĆ­a Alfonso? Seguramente al amanecer emprenderĆ­a la persecuciĆ³n y le obligarĆ­a a cumplir con lo pactado. No estaba seguro de si su ejĆ©rcito estaba en condiciones de seguir plantando batalla.

Mientras tanto los de Alfonso celebraban la gran victoria, que a pesar de haber sufrido tambiĆ©n muchas bajas habĆ­an hecho ganar a su rey las tierras de Castilla. Todos estaban deshechos por la dura jornada de lucha, pero la victoria habĆ­a que celebrarla y aquella noche cayeron rendidos no por el cansancio, sino por el vino. Por eso, cuando al amanecer sufrieron un ataque que no esperaban, les costĆ³ reaccionar. Los hombres de Sancho, liderados por Rodrigo DĆ­az que los habĆ­a reunido a todos de madrugada, no lo tuvieron difĆ­cil para poner el campamento patas arriba. La confusiĆ³n y el caos se adueĆ±Ć³ de los leoneses, y los que no huyeron despavoridos cayeron bajo las espadas castellanas. El mismo Alfonso tuvo que salir huyendo escoltado por su guardia personal, pero no tardaron en darle caza. Alfonso ya era prisionero de Sancho.

Sancho encarcelĆ³ a su hermano, pero Urraca intervino por Ć©l. Alfonso no debĆ­a estar en una mazmorra y fue trasladado a un monasterio. Pero Alfonso no se sentĆ­a seguro, pues allĆ­ era presa fĆ”cil de quienes quisieran asesinarle y huyĆ³. Toledo era un buen lugar donde refugiarse, era un reino taifa protegido por LeĆ³n y eso conllevaba tambiĆ©n, que si el rey de LeĆ³n ahora necesitaba ayuda, el rey de Toledo se la prestara. A esto ayudĆ³ tambiĆ©n, por lo visto, que el rey castellano tenĆ­a buena amistad con el rey moro, y allĆ­, Alfonso llegĆ³ a encontrarse como en su casa.

No habĆ­a pasado mucho tiempo, cuando Pedro AnsĆŗrez, que habĆ­a acompaƱado a su rey en el exilio, vino a avisar a Alfonso de que un emisario habĆ­a llegado a Toledo. Se trataba del conde NĆŗƱez, y venĆ­a en representaciĆ³n de otros muchos condes leoneses, e incluso castellanos. NĆŗƱez era el hombre que Alfonso estaba esperando, pues venĆ­a a confirmarle que no estaba solo, y al mismo tiempo venĆ­a a transmitirle noticias inquietantes. Aquellos nobles estaban dispuestos a oponer resistencia a Sancho, que ya habĆ­a arrebatado Toro a su hermana Elvira. Pero ahora, el nuevo y Ćŗnico rey de Castilla y LeĆ³n se habĆ­a plantado frente a las puertas de Zamora, la Ćŗltima esperanza de Alfonso. Si Zamora caĆ­a, caĆ­an tambiĆ©n los nobles que le apoyaban, y entonces sĆ­, todo estarĆ­a perdido.



El asedio de Zamora
Zamora no era un simple seƱorĆ­o que Urraca recibiĆ³ en herencia, Zamora era un lugar de extraordinario valor estratĆ©gico y Sancho querĆ­a agregarlo a sus dominios a toda costa. El verano de 1072 enviĆ³ a Rodrigo DĆ­az dirigiendo un gran ejĆ©rcito que puso cerco a la ciudad. Pero Zamora no estaba dispuesta a rendirse. Pasaron varios meses entre combates e intentos de franquear las murallas, pero sin resultados positivos para los castellanos. Sancho hizo finalmente acto de presencia y encomendĆ³ una misiĆ³n a Rodrigo.

No hay detalles fidedignos que aseguren si Rodrigo y Urraca eran realmente amantes, aunque las crĆ³nicas populares insisten en ello. Urraca era al menos 7 aƱos mayor que Rodrigo, aunque eso no sea un impedimento. Pero algo de cierto hay siempre en las crĆ³nicas populares no oficiales y en las leyendas. Hay ademĆ”s un detalle que hace pensar que algo sĆ­ pudo haber entre ambos. Sancho enviĆ³ a Rodrigo a negociar con su hermana. PodĆ­a haber enviado a cualquiera, pero enviĆ³ a Rodrigo, quizĆ”s porque sabĆ­a que se entendĆ­a muy bien con ella. Aunque por otra parte, tampoco hay nada extraƱo en ello, pues lo cierto es que Rodrigo conocĆ­a a Urraca desde niƱo, cuando llegĆ³ a la corte de Fernando I.

Sancho habĆ­a propuesto respetar a los zamoranos y perdonar a los nobles que ahora se encontraban en el interior de la ciudad a cambio de que le rindieran sumisiĆ³n. Urraca a cambio recibirĆ­a un gran seƱorĆ­o en Tierra de Campos, en la frontera entre LeĆ³n y Castilla. Unas tierras que tiempo atrĆ”s fueron objeto de grandes disputas. Pero Urraca se negĆ³ en rotundo y por nada del mundo iba a dejar que su hermano se saliera con la suya. El asedio de Zamora continuarĆ­a hasta que sus habitantes desfallecieran por el hambre y la enfermedad. Pero entonces, apareciĆ³ un misterioso personaje ante Sancho.


Frente a las murallas
Vellido Dolfos, en compaƱƭa de otros dos zamoranos, habĆ­an conseguido salir de la ciudad sin ser vistos, y ahora se encontraba frente al campamento del ejĆ©rcito castellano para pedir pasarse a sus filas, ya que decĆ­an sentir simpatĆ­a por el rey castellano y no deseaban otra cosa que ponerse a su servicio, el cual los creyĆ³ y pensĆ³ que podĆ­an serle Ćŗtiles.

Llevaban ya varios meses de asedio y en el interior de la ciudad se empezaba a notar los efectos. Mientras tanto, el ejĆ©rcito castellano habĆ­a tenido tiempo de ir rellenando algunas partes de los fosos que rodeaban las murallas para intentar el asalto trepando por ellas. Pero los intentos siempre fueron un fracaso. Fue entonces cuando el desertor se ofreciĆ³ al rey Sancho para mostrarle los puntos dĆ©biles de las murallas. DecĆ­a conocer cada palmo de ellas con total exactitud. Sancho le pidiĆ³ a Rodrigo que le acompaƱaran con algunos hombres y se dispusieron a dar un paseo. A una distancia prudente caminaban alrededor de las murallas y Vellido Dolfos explicaba al rey las caracterĆ­sticas de cada tramo. Y asĆ­ fue como Sancho iba siendo informado de la posibilidades que tenĆ­a o no de Ć©xito si lo intentaban acĆ” o allĆ”. Y entonces, Sancho se sintiĆ³ indispuesto y pidiĆ³ separarse del grupo unos instantes. Sus hombres se quedaron apartados para respetar la intimidad de su rey. Vellido Dolfos siguiĆ³ caminando mientras parecĆ­a seguir examinando las murallas. De pronto… desapareciĆ³ de la vista de todos. Fue Rodrigo el primero en darse cuenta. El desertor no estaba. Aquello no le olĆ­a bien y corriĆ³ en busca de Sancho, al cual encontraron muerto en el suelo atravesado por una lanza. Algunos historiadores relatan de la siguiente manera los hechos en la llamada “CrĆ³nica General”:

“El rey se apartĆ³ a hacer aquello que la naturaleza pide y que el hombre no puede excusar. Y Vellido Dolfos se allegĆ³ hasta allĆ” con Ć©l. Y cuando lo vio estar de aquella guisa, lanzĆ³ el venablo que le entrĆ³ por la espalda y le saliĆ³ por el pecho”

De nada sirviĆ³ la bĆŗsqueda del asesino, que habĆ­a desaparecido como evaporado en el aire. Cuenta la tradiciĆ³n que justamente por aquel lugar donde los habĆ­a conducido existĆ­a y existe un portillo por donde entrĆ³ de nuevo a Zamora despuĆ©s de consumar su misiĆ³n. Sobre el portillo nos habla otro historiador, J. Javier Esparza: “Desde entonces, aquel portillo fue bautizado como portillo de la traiciĆ³n. Aunque recientemente se ha rebautizado como puerta de la lealtad, al considerar que Vellido Dolfos no traicionĆ³ a Zamora, sino que la salvĆ³ del acoso castellano. Muy espaƱol todo ello.”



Nadie estĆ” seguro de quiĆ©n fue quien moviĆ³ la mano de Vellido Dolfos. ¿Fue Urraca o fue el propio Alfonso desde su destierro? Es una de esas intrigas o misterios histĆ³ricos que nunca se resolverĆ”n. CrĆ³nicas populares no faltan que acusan directamente a Urraca de haber contratado a Vellido. Como esta que dice lo siguiente: 

“Rey don Sancho, rey don Sancho, no digas que no te aviso, 
que dentro de Zamora, un alevoso ha salido; 
llĆ”mase Vellido Dolfos, hijo de Dolfos Vellido. 
Cuatro traiciones ha hecho y con esta serĆ”n cinco. 
Si traidor fue el padre, mayor traidor es el hijo. 
Gritos dan en el real: ¡A don Sancho han mal herido! 
Muerto lo ha Vellido Dolfos. Gran traiciĆ³n ha cometido. 
Desque le tuviera muerto se metiĆ³ por un postigo, 
por las calles de Zamora va dando voces y gritos: 
-Tiempo era doƱa Urraca, de cumplir lo prometido.” 

Existe ademĆ”s una conversaciĆ³n registrada en la “CrĆ³nica General” que acusa directamente a Urraca de haber mandado a Vellido Dolfos a “expulsar a su hermano de Zamora”. 

“-Demandevos –dice a la infanta- que haga algo, como vos sabeis. Y ahora, si vos me lo otorgase, yo os tirarĆ­a al rey don Sancho de sobre Zamora y harĆ­a decercar la villa.” 

Que viene a decir algo asĆ­ como “mĆ”ndeme hacer lo que usted quiera que yo lo cumplirĆ©. Y si usted me da permiso harĆ© que Sancho ponga fin al asedio de la villa.” De ser cierta esta conversaciĆ³n, Urraca estarĆ­a implicada en el asesinato de su hermano. Pero son muchos los historiadores que ponen en duda la veracidad de dichas crĆ³nicas. En cualquier caso, no es descabellado que Urraca fuera la que contratĆ³ los servicios del traidor. Pensemos en las circunstancias. Para empezar, Sancho no era del agrado de su hermana, al cual tenĆ­a por codicioso y fanfarrĆ³n. HabĆ­a estado aƱos detrĆ”s de Alfonso, el favorito de Urraca, hasta conseguir lo que se proponĆ­a, hacerse con los tres reinos. No tuvo suficiente y arrebatĆ³ la ciudad de Toro a Elvira. Finalmente, habĆ­a estado sometiendo a Zamora y a ella misma, su hermana, al sufrimiento de un asedio despiadado, donde el hambre y la enfermedad comenzaban a hacer estragos. No es de extraƱar, pues, que Urraca estuviera detrĆ”s de todo, pues de ser asĆ­, bien podrĆ­a considerarse un acto en defensa propia.

¿Y Alfonso, estaba al tanto de que eso iba a ocurrir? Recordemos que Alfonso estaba exiliado en Toledo al amparo del rey Al- Mamun. De Zamora a Toledo hay una distancia de unos 300 kilĆ³metros. Una distancia bastante larga para recorrerla a caballo y dar un recado. Una cosa es que le tuvieran informado de las intenciones de los nobles que le apoyaban, y del discurrir de los acontecimientos y otra diferente que su hermana enviara a informarle de que planeaba asesinar a su hermano. Lo mĆ”s sensato serĆ­a pensar que le informaron una vez consumado todo. Son hipĆ³tesis sin demostrar, y sin embargo, Alfonso posiblemente tuvo que jurar que nada tuvo que ver con la muerte de Sancho. Famosa es la leyenda que aparece en el Cantar de MĆ­o Cid donde habla de la Jura de Santa Gadea. Pero precisamente al tratarse de poemas juglarescos los historiadores actuales dudan e incluso niegan que esta jura tuviera lugar. ¿Por quĆ©?

Por lo visto no hay nada registrado oficialmente de que dicha jura se llevara a cabo. Es a partir de varios siglos mĆ”s tarde donde se comienza a hablar de este tema y nunca en crĆ³nicas oficiales. Es el famoso historiador MenĆ©ndez Pidal quien sin duda dio mĆ”s credibilidad al tema basĆ”ndose casi por completo en lo que cuenta el Cantar de MĆ­o Cid. Y es por eso tambiĆ©n que sus colegas le acusan de tener cierta "debilidad" por Rodrigo DĆ­az, al que intenta elevar a la categorĆ­a de hĆ©roe nacional de forma un tanto exagerada. Porque de ser cierto lo que narran estos poemas, Rodrigo DĆ­az de Vivar habrĆ­a sido quien le exigiĆ³ a Alfonso que jurase que no estuvo implicado en el asesinato de su hermano para arrebatarle la corona. Este hecho le habrĆ­a costado al Cid ser desterrado. No es descabellado, no obstante, la creencia de que la jura de Santa Gadea pudo llevarse a cabo. Lo que no encaja para nada es que Rodrigo fuera desterrado por esta causa. Enseguida veremos por quĆ©.

PƔgina 1

PƔgina 2

Publicar un comentario

0 Comentarios